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MARTA Y CARMELA II- SU HISTORIA CONMIGO

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Yo fui la primera clienta del dúo formado por Marta y Carmela. A pesar de que las había llamado el mismísimo primer día que su aviso apareció en el periódico, no fue sino hasta la semana siguiente que me respondieron para asignarme una cita.

Aceptaron venir a mi casa, no sin muchas prevenciones; pero al final las convencí. Solo atendían en hoteles de lujo.

Después de esa cita, sin que me hayan dejado de considerar su clienta, se ha desarrollado entre nosotras una progresiva amistad que se suscribe a los límites del espacio y el tiempo que están conmigo ejerciendo su “hobbie” (como llama Carmela a la actividad que realizan).

Carmela es callada y se deja llevar por el carácter fuerte y dinámico de Marta, quien funge como la Directora y administradora de los recursos.

La única cortesía que se permiten conmigo y que me demuestra su cariño, es que desde el primer día, en vez de una hora, por el mismo precio me dan dos. Además de que me permiten tomar notas  de sus confidencias para mis relatos. Pero hasta allí; son fervientes defensoras de su intimidad que solo comparten entre ellas.

Las esperé asomada a la ventana con impaciencia por comprobar si era verdad la descripción que de ellas había hecho Marta cuando durante nuestra conversación telefónica indagué al respecto. Bajaron de un taxi, cual pareja de representantes Avon, impecables y elegantes. Las hice pasar al salón y les obsequié un par de tragos. Se veían un poco retraídas, quizás el licor ayudaría a refrescar el ambiente.

Estaban un poco cortadas por mi recibimiento, que como me confesaron posteriormente, las sorprendió por lo sosegado, pues siempre sus clientes querían ir directo al grano para no perder tiempo.

Yo, por mi parte, quería saciar mi hambre de artista, acostumbrada a observarlo todo desde el punto de vista estético y sin apuros. Les dije que mientras conversábamos, podrían ir despojándose poco a poco de sus ropas y que siguieran sentadas mientras lo hacían.

Empezó a desvelarse ante mí la belleza de aquellos cuerpos diferentes; ellas se iban relajando con los tragos, la conversación entre mujeres y la informalidad del momento.

-es la primera vez que tenemos una clienta, atrevió a comprometerse Carmela, esgrimiendo ese inofensivo comentario, pero recibió una mirada de reproche de su amiga, quien de inmediato ripostó afirmando que, no por ello, era la primera vez que lo hacían, pues, tenían sexo entre ellas y les gustaba mucho.

-¿y, qué les gusta más, hombre o mujer? Intervine a mi vez para relajar un poco la situación.

- nos parece igual, contestó por ambas Marta, mientras se levantaba para quitarse más cómodamente una bella pieza de lencería que hacía juego con el color de su cabello cobrizo.

Carmela por su parte, sin importarle los regaños visuales de su amiga, me dijo muy cómodamente que ella prefería los hombres, pero que si había placer de por medio no le importaba con quien. Mientras tanto y como para ponerle punto final al tema, izó sus largas y torneadas piernas para, con no poco trabajo, desembarazarse de un ínfimo hilo dental que como por arte de magia surgió de entre sus prietas carnes, para lograrlo además, tuvo que contorsionar su cuerpo de una manera inconscientemente voluptuosa que me hizo mirarla con creciente interés. Acto seguido, cruzó sus piernas en un acto pudoroso que terminó de fascinarme.

Marta, en cambio, se levantó en todo su desnudo esplendor para que la viera bien y me dijo<estamos listas> no le contesté de momento y yendo en busca de otro trago al pasar por su lado le rocé levemente su mejilla con mi dedo mientras le susurraba al oído <calma> ella me ripostó atrapando mi dedo y se lo llevó  a su boca para chuparlo sensualmente mientras me decía < ya vio la mercancía, hay que pagar para seguir>

Yo reí con ganas por su actitud sincera, eficiente y juiciosa.

-¿quieren otro?

-sí. Respondió Carmela, sin hacerle caso a la cara de regaño que le puso Marta. A Carmela parecían estarle haciendo efecto los tragos, Marta estaba impasible y yo estaba motivada por ese par de joyas que había encontrado. A veces la vida te da esas agradables sorpresas sin mucho esfuerzo.

Regresé con los tragos y el dinero, me gustó el gesto de Marta de no contarlo. Se puso en cuclillas para guardarlo en el bolsillo de su falda que estaba tirada en el suelo. No pude resistir la tentación de meter mi mano entre sus nalga abiertas por la posición que había adoptado. Pegó un respingo por la sorpresa, y me miró admirada de una acción que no creía propia de mí. Se relajó sonriente cuando vio que llevaba mis dedos a la nariz para aspirar el aroma de su intimidad que había quedado atrapado entre ellos.

-¿a qué huele? Preguntó riendo confianzudamente Carmela que parecía salida de madre por los tragos.

Su risa se detuvo cuando me vio arrodillándome ante ella sin quitarle la vista, como un gato que se acerca a su presa; de golpe, introduje mi mano bajo sus nalgas hasta que sentí que tocaba su ano y rehogué mi dedo en él, ante su mirada estupefacta de grandes ojos marrones, la saqué impregnados mis dedos de su esencia y los metí en mi boca para saborearla.

-¿a qué sabe? Preguntó burlonamente Marta

Sin dejar tiempo para que otra respondiera por ella, la misma Carmela contestó de lo más divertida <a culo de negra, pues, ¿a qué más va a saber?>. Marta ahora se divertía a gusto y sin tanta afectación como al principio.

-¿a qué hora empezamos, señora? cuestionó la Carmela levantándose de su sitio dispuesta a comenzar, lo que tuviera que comenzar.

Pasamos a mi habitación.

 Jubilosamente comenzaron a desvestirme entre risas y comentarios jocosos de la pasada situación. –esta señora como que es más peligrosa que cualquier otro cliente, remató Carmela alborotada.

Me echaron boca arriba sobre la cama y comenzaron a lamerme y besarme mientras sus dedos por turnos regalaban a mi almeja tiernos sonrojos. La cosa estaba subiendo de temperatura. Ellas de vez en cuando se besaban y se olvidaban un poco de mis necesidades por complacer las suyas, eso me gustaba, significaba que estábamos comportándonos sinceramente.

De la gaveta de mi mesa de noche, extraje un vibrador que puse en manos de Carmela<para Marta> le dije cuando se lo entregué. Ella, tomando la iniciativa, merced a su desinhibición etílica, la obligó a ponerse boca arriba fácilmente por su mayor corpulencia y comenzó a frotarle la entrada de su cueva después de haberle abierto sus piernas con suave manipulación.

Marta, al sentir que el aparato le estaba proporcionando mucha satisfacción, depuso su actitud jefatural y cedió el control a nosotras. Yo observaba todo el proceso con atención y placer, sacudiendo un poco mi clítoris con mis dedos, solo un poco, el evento merecía alargarse al máximo. Esas dos bellezas desaforadas entregadas a su placer, era un espectáculo digno de disfrutarse con calma.

Mientras Marta se regodeaba en lo que sentía: murmurando, meneándose y pellizcando fuertemente sus propios pezones, Carmela, estaba concentrada en la manipulación de su amiga en cuatro patas dándome el espectáculo de su culo-valga la redundancia- abierto y graciosamente humedecido por sus propios jugos y de vez en cuando se inclinaba más para dar una lamida.

Esa pose de Carmela, me dio una idea y levantándome de la cama fui hasta el closet y de allí extraje de su caja, un artilugio para el placer que me habían regalado no hacía mucho y que no había tenido ocasión de utilizar. Se trataba de un consolador vibrador de doble propósito, que tenía la forma de un grueso pene de por lo menos treinta centímetros por un lado y por el otro, consistía en un vibrador como de quince centímetros que se podía introducir en la vagina de “la violadora” para  recibir placer, mientras se hacía feliz a “la violada”. Todo venía acoplado a la parte inferior de un bikini de material flexible para facilitar la operación. Me costó ponérmelo, pero al fin lo hice y valió la pena, la dulce vibración del consolador que se me enterró casi completo apenas lo encendí sin querer, se introdujo en mis entrañas, mientras que la parte externa había cobrado vida y se movía con rítmico vaivén, lista para zambullirse en un agujero que estuviera dispuesto a acoger sus medidas más que regulares.

-¿quién va primero? Pregunté con sorna, sosteniendo entre mis manos el artificio electrónico que se movía entre ellas como si buscara comida.

Marta, no respondió pero levantó el dedo en señal de preeminencia mientras se lo quedó mirando embobada. Carmela no nos hizo caso y transfirió su dispositivo vibrátil, de la vagina de Marta a la suya y mientras se masturbaba con lentitud, observaba con atención el acontecimiento que estaba a punto de suceder dentro de su socia.

Marta, había cambiado de manera extrañamente rápida, su actitud agresiva y activa por una sumisa y domada. En cuanto me vio acercándome con talante de violadora (enardecida por el aparato que dentro de mi raja la estremecía) se colocó en actitud de capitulación. Abrió sus piernas y se arrodilló con su cara entre sus brazos, a mi disposición.

Sus ahora indefensas interioridades se desplegaron ante mí. Era una belleza de distintos tonos de rosado lo que tenía entre sus nalgas blancas y perfectas. Pasé mi lengua de buena catadora, suave y profusamente por toda la zona, desde su monte de Venus hasta donde la hendidura, que engendraban sus nalgas, terminaba. Cuando mi apetito de sabores y olores sensuales estuvo saciado, puse el gran pene de plástico (que imitaba uno verdadero a la perfección con venas, arrugas y textura) entre los labios de su vulva que se apartaron dócilmente, y, le introduje de un solo tirón más de cuatro dedos de material dentro de su raja.

Se produjo en ella, un fascinante (por lo inconsciente) movimiento defensivo que la llevó a tratar de evitar la penetración moviéndose hacia adelante a gatas, al tiempo que un leve gritico angustioso salió de su garganta. Pero pasado el primer momento de desesperación por el dolor, nunca pidió que se lo sacara, al contrario entre murmullos y avances defensivos, cuando intenté sacárselo un poco por miedo a hacerle daño, se quejó exigente. Así estaba bien, fue lo que comprendí.

Así, empujando yo y reculando ella, llegamos poco a poco hasta el copete de la cama. Ya no podía seguir huyendo. De otro tirón le zampé, calculo yo, como diez centímetros más, ya con mayor facilidad debido a sus copiosos flujos. Sus gritos y amenazas se confundían con los míos, pues mi propio vagabundo vibrador, estaba haciendo de las suyas enterrado en mi vagina completamente debido al empuje que generaba el esfuerzo que yo hacía hacia adelante para mantenerla empalada.

Diez centímetros más de esa gruesa verga, parecían haber colmado su capacidad, pues ahora me pedía que no más, por favor. En su desespero había izado su busto y sus erectos pezones estaban estampillados contra la pared. Yo, detrás de ella mantenía mi opresión para que nuestras respectivas penetraciones no disminuyeran, pese a sus esfuerzos en contra. El pene por sí mismo, hacía el resto del trabajo con nosotras -de entrar y salir- sin que yo pudiera influir sobre eso, pues no sabía cómo se regulaba.

A todas estas, Carmela observaba extasiada la operación que su amiga permitía con gusto que se realizara con ella y esto, es de presumirse, la excitaba más de lo que ya estaba y se daba durísimo con su respectivo aparatito, arrancándose griticos que no pasaban desapercibidos para nosotras.

Cuando sentí que mi orgasmo estaba inevitablemente cercano, para aumentar mi propia penetración empujé inconscientemente hacia adelante, enterrándole unos centímetros más en su dilatada abertura. Marta ya no gritaba, sino que trataba de articular palabras que no le salían completas debido a los raptos de placer que el movedizo pene le producía con sus movimientos aleatorios y automáticos.

Yo calculo, que ella tenía más de veinte centímetros de grueso pene adentro. Para lo delgada que es, eso constituye una gran cantidad de material en su interior. De repente empezó a dejar escapar la carga que constituía un gran orgasmo criado desde hacía rato en sus entrañas. Su grito se convirtió en un alarido continuado mientras su cuerpo temblaba dejando salir su agobio, estrujando sus tetas y diciéndome obscenidades. Mi orgasmo fue largo y poderoso, el suyo profundo y grueso y el de Carmela no lo sé, pues cuando voltee para mirarla yacía despatarrada boca arriba, acezante y con el consolador encendido aun, vibrando dentro de su cueva sin fuerzas para apagarlo.

Habíamos terminado. Se lo empecé a sacar a Marta lentamente hasta que salió todo. El mío seguía aun enterrado en mi caverna, profundamente, vibrantemente, sacándome lo último que me quedaba. Caí de espaldas al lado de Carmela quien se volteó a mirar el extraño artefacto aun vibrando y moviéndose negándose a morir, aun aferrado a mi cadera; a pesar de su debilidad, la visión de esa extraña criatura le ocasionó un ataque de risa que le hizo expulsar su propio consolador.

-ja, ja, ja, se parece a “Terminator” antes de morir.

Marta, seguía estampillada contra la pared como si una fuerza invisible la mantuviera allí. Al rato, despertó quizás por nuestras risas. Se volteó con lentitud de debilidad a mirar que era lo que nos hacía reír. Se arrastró hasta donde estábamos y apagó el aparato que Carmela había eyectado de sus entrañas. Se me tiró encima y me dio un profundo beso que me emocionó mucho más que haberla hecho feliz.

-eres una maldita, me dijo, me ibas a matar.

- tu eres una tragona, le respondí, querías más, así que no te quejes.

-si no me quejo, dijo como una gatita apaciguada.

-por favor, apágame a “Terminator” que no sé cómo se hace y me va a producir un infarto.

No fue difícil para ella hallar el conmutador y el regulador de velocidad. Nos quedamos aun un rato acostadas conversando y riéndonos. Principalmente, Carmela se burlaba de su amiga.

-¿qué hora es? Preguntó Carmela, incorporándose abruptamente, como si recordara algo importante.

Marta aun acostada sobre mí, le respondió con ninguna gana de levantarse <por hoy, no importa>

Y desde ese día, la cita conmigo dura dos horas en vez de una, por el mismo precio.

 

Fin de la segunda parte de Marta y Carmela: Su historia conmigo.

RELATO POR LEROYAL

 

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