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INCURABLE CORAZÓN - (Capítulo Primero)

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Una consulta diferente

 

Apenas descendió del ómnibus un anormal escalofrío le recorrió la espalda, desde el cuello hasta la cintura. Supuso que estaba por enfermarse así que no le dio importancia. Avanzó por entre la multitud de gente que esperaba en la entrada para ser atendida por los profesionales, y se adentró al centro médico.

-Buenos días, Natalia.- saludó una enfermera amablemente- ¿Cómo te despertaste hoy?

Era un día normal, como cualquier otro: rutinario, aburrido y sin grandes emociones.  Natalia se había levantado, como siempre, muy temprano en la mañana. Había preparado su desayuno favorito, luego había entrado a ducharse y finalmente había tomado el transporte público para llegar al Hospital San Domínguez.

-Un poco casada, pero bien. ¿Tú?-respondió en voz baja.

La enfermera se detuvo frente a una mesada de vidrio y allí depositó una bandeja repleta de jeringas sin abrir.

-También. Anoche no pude dormir mucho. –Suspiró- Esto de ser mamá primeriza no es fácil.

Natalia no respondió. Asintió con la cabeza y siguió adelante.

Los pasillos del hospital eran estrechos, fríos y  siempre había un olor a desinfectante terrible. Odiaba recorrerlos cada mañana.  El piso siempre estaba resbaladizo y sus tacos patinaban cada vez que caminaba rápido. No podía ni siquiera apoyarse en las paredes porque estaban mal cuidadas y llenas de humedad.

-Detesto trabajar aquí.- exclamó abriendo la puerta de su consultorio.

Natalia era  una joven doctora en medicina recién recibida. Tenía veinticuatro años y en la ciudad todos la conocían…

Nadie hablaba de ella por lo alta que era, ni por su delgadez extrema. Tampoco era conocida por su cabello negro azabache recogido en media cola. Natalia era famosa por su manera de ejercer la medicina. Era detestada por muchas personas porque tenía carácter fuerte y permanentemente estaba de mal humor. No le agradaban los niños ni los adultos, y al momento de atender a alguien apenas se presentaba. Le daba asco tocar a sus pacientes y a la mayoría los revisaba desde lejos: era la típica doctora malvada. Sin embargo, y contrariamente a la lógica, sus diagnósticos nunca eran errados, y por ello los enfermos aún se atendían con ella.

Natalia acomodó sus pertenencias sobre el escritorio. Abrió la ventana y suspiró. Quería estar en otro lugar.  Estaba aburrida de curar viejos enfermos, insoportables y moribundos. Estaba estresada de trabajar entre la vida y la muerte.

Todos los días era lo mismo: sentarse detrás de una mesa a ver personas con sueños, esperanzas e ilusiones de seguir. Firmar recetas, análisis y retornar a su hogar.  Acostarse y dormir. Despertarse y regresar a la monótona realidad. Una y otra y otra vez. Así percibía como se consumían los días, las semanas, los meses…

-¿Doctora?

Una voz senil le habló desde el otro lado de la puerta. Natalia salió de su ensueño bruscamente. Volvió a suspirar y se sentó.

-Adelante-bramó.

Una señora de edad adulta entró al lugar. Estaba prácticamente calva y llena de arrugas. Caminaba con la ayuda de un bastón.

-Buenos días, doctora-saludó cariñosamente.

Natalia levantó una ceja. Se mordió el labio inferior y respondió:

-Buen día, Celia. ¿Cierras la puerta?

La señora la miró fijo unos segundos. Su cuerpo tambaleaba y su cara demostraba dolor. No obstante, al no recibir alguna otra palabra por parte de la doctora, se giró sobre su eje y muy pausadamente se deslizó hasta la entrada. Allí trancó la puerta y regresó.

-¿Qué la trae por acá?-inquirió Natalia luego de que Celia se sentara-La veo bien. ¿Necesita repetición?

La paciente, que respiraba con dificultad por la boca, negó con la cabeza.

-No. Vengo por… porque me duele aquí.- se tocó con la palma de la mano la columna lumbar.- Hace días que me duele y no sé qué es. Yo…

-¿Tomó algo para calmar el dolor?

-No sabía qué podía tomar porque como…

-¿No sabía? ¿Nunca le dolió la columna? Según su historia usted tiene varios problemas en ella. En algún momento debieron recetarle calmantes o algo.

-Sí, doctora pero…

-Cómprese antiinflamatorios y haga reposo. Estará mejor.

-¿Cualquier antiinflamatorio?  Yo hago las tareas de la casa y no puedo dejar de hacerlas. Es…

Natalia refunfuñó. De a poco empezaba a enfadarse.

-El que más le guste.-le respondió.- ¿Algo más?

La señora agachó la mirada, dudosa. Estaba asustada.

-¿Le duele algo más?-repitió irritada la joven al ver que su paciente no contestaba.

-No.- Celia se incorporó lentamente- Gracias. Que tenga buena jornada.

-Espere.-gritó la doctora mientras anotaba en la historia clínica. Tenía los ojos puestos en los papeles.- No se olvide de cerrar la puerta.

 

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