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ASEDIO SENSUAL (Capítulo 7): EL SUEÑO SE HACE REAL

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Eva mantuvo la carta entre sus temblorosos dedos, sin poder creerlo. Por segunda vez, leyó las inestables letras que mostraban que su autora había tenido tan mal pulso al escribirlas como ahora mismo lo tenía ella.

“Eva, es hora de resolverlo todo, y tras lo que ha pasado en la piscina creo que ambas sabemos qué hemos de hacer. Encuéntrate conmigo a medianoche, en el garaje de los coches. Ya tengo lo que necesitamos… solo me falta tu cuerpo. Si no vienes, lo entenderé, pues a mí también me asustaría enfrentarme a un cuerpo como el mío. Pero ojalá vengas, pues llevo días soñando con ello”.

Los ojos de Eva se humedecieron a causa de la rabia y la frustración que sentía, mientras su corazón latía con más rapidez cada vez que leía la última frase. Cobie había soñado con… ¿con qué? ¿Habría tenido su mismo sueño? ¿Era eso posible?

Sea como sea, voy a enseñarle a esa perra a no meterse con mi cuerpo”, pensó mientras miraba la hora. Sabía que la espera se le haría eterna.

Cobie no podía creerlo, ni tampoco Eva. Aunque no se habían dirigido palabra alguna desde que se habían encontrado frente al coche que robarían, las dos veían como el insistente sueño de las últimas noches se hacía realidad ante sus ojos.

Allí estaban, de nuevo en medio del desierto, con varias largas antorchas y las luces del coche iluminando el círculo donde batallarían por última vez. Justo como en el sueño… bueno, aún quedaba algo para hacerlo completo.

Así que… -Eva tuvo que detenerse, pues su voz le falló por los nervios. Carraspeó, y volvió a empezar-. Así que quieres otro duelo privado conmigo, ¿no, Cobie?

Tanto como tú, Eva –dijo con una voz levemente temblorosa su rival, a pocos pasos de ella-. La última vez no resolvimos nada, pero esta vez será diferente.

No estaba quizás preparada para lo que hicimos, Cobie, pero sé que ahora lo estoy –dijo Eva, dando un paso adelante-. Lo sé, porque lo he soñado.

¿Soñado? –preguntó Cobie, algo incrédula-. No creo que hayas soñado algo tan intenso como lo que yo he estado soñando, Eva… No, de hecho, no creo que estés preparada para algo así.

Sin decir palabra, Eva decidió que era hora de lanzar un claro reto a Cobie, por lo que empezó a desnudarse lentamente. Sorprendida, Cobie la imitó.

Ajá, ¿crees que esto es otra lucha en topless, cariño?

No –dijo firmemente Eva-. Esta vez cruzaremos varias líneas más.

Oh, vaya –sonrió Cobie, intentando no aparentar las dudas que corrían por su mente-. Si no pudiste tomar mis pechos desnudos, ¿qué te hace pensar que podrás tomar algo MÁS?

Puedo decir lo mismo de ti, querida –respondió Eva-. Veremos CUÁNTO gritas llegado el momento.

Veremos quién grita más, perdedora –gruñó Cobie, con su sangre hirviendo ante las ganas por empezar, y con su cabeza intentando descifrar las palabras de su rival… aunque realmente sabía perfectamente a qué se refería.

Poco después, las dos bellezas se encaraban en la oscura noche fría con solamente sus bragas como ropa, con sus descalzos pies sobre la arena. Temblaban, y de no de frío. Sabían… no, SENTÍAN que era la hora de la verdad… como en el sueño.

Lentamente, las canadienses se circundaron, en silencio. Sus pechos desnudos se presentaban amenazantes ante la mirada rival, erigidos con clara insolencia contra la gravedad, brillantes bajo la inconstante luz de las antorchas. En el centro de sus orbes dos barras rígidas y marrones parecían señalar a la otra, desafiándola a ir a derecha su encuentro con sus propios ejes duros. Con sus rodillas levemente flexionadas y sus garras alzadas hacia afuera para el combate que empezaría de un momento a otro, ambas chicas recordaron la última vez que, también durante una oscura noche en el desierto, las dos trajeron sus tetas desnudas juntas. La sensación, eléctricamente devastadora, había sido tan brutal que ninguna había podido mantenerse en la lucha demasiado tiempo. Ahora, Cobie y Eva se preguntaban si podrían sostenerse firmes ante un nuevo duelo de piel y carne.

Pero no habían venido hasta aquí para no averiguarlo.

Te estoy esperando, Eva.

Tú me desafiaste a venir aquí, Cobie, así que no tengas miedo ahora.

Con un gruñido cargado de rabia, Cobie cargó contra Eva. Sin pensárselo, Eva lanzó su propio rugido de batalla y embistió contra Cobie. Las féminas chocaron en el centro del círculo, con sus manos en primer lugar. Sorprendentemente, los largos dedos se entrelazaron perfectamente, mientras sus cuerpos siguieron adelante. Al tener sus manos justo delante de sus torsos, el choque de cuerpos las aplastó juntas bajo sus pequeños pechos. Gimiendo de dolor, Eva y Cobie dieron un paso atrás para liberarlas y, alzando sus brazos sobre sus cabezas, empezaron un forcejeo donde encaraban fuerza pura contra fuerza pura. Las desnudas piernas atractivas de las actrices dieron su propio brío al duelo, doblándose por las rodillas: mientras sus piernas derechas se echaban atrás para empujar los cuerpos de ambas hacia adelante, sus piernas izquierdas se afianzaron sobre la arena con sus pies descalzos. Sus brazos, totalmente verticales, temblaron en su pugna, unidos desde las palmas de las manos hasta los codos, mientras las bellas caras de las mujeres quedaban separadas por unos pocos centímetros.

Ante el estancamiento general dada la igualdad de fuerzas de sus brazos y piernas, las ansías por batir físicamente a la otra en este comienzo de combate hizo que poco a poco sus rostros fueran acercándose más y más, aproximando sus narices y sus ojos en llamas. Sabían que esto no resolvería nada, pero al encontrarse metidas casi de forma fortuita en esta pugna, ambas deseaban fervientemente empezar el duelo verdadero entre sus cuerpos con alguna ventaja psicológica, como la de demostrar a su oponente quién era la más fuerte.

Al igual que sus cabezas, sus torsos superiores fueron acercándose, casi milímetro a milímetro, según pasaban los segundos. Sus palpitantes piernas, con sus músculos marcados por el esfuerzo, apenas eran capaces de frenar el empuje rival, por lo que en ese momento no ayudaban demasiado en la ofensiva, conformándose con controlar el ataque de la otra fémina. Los ojos de las dos mujeres dejaron de mirarse fijamente para empezar a echar vistazos abajo, observando con atención a los cuatro desnudos pechos acercarse unos contra otros. Con sus alargados pezones como avanzadilla, las tetas disminuyeron la distancia entre ellas. Cobie y Eva tomaron aire a la vez, y casi imperceptiblemente redujeron la fuerza de sus empujes para preparar sus cuerpos ante el inminente impacto que, a pesar de su falta de fuerza, iba a desequilibrar a ambas canadienses.

Bajando lentamente los brazos hasta colocarlos en cruz, y con sus narices al fin rozándose punta a punta, las dos supieron que, en cuestión de segundos, toda la calma y el silencio del duelo iban a desaparecer. Mirándose a los ojos, tensaron sus cuerpos hasta que, incluso antes de lo que esperaban, el contacto de pezones sucedió.

De nuevo, como días atrás, una poderosa descarga eléctrica saltó de un pezón a otro y, si alguna de ella hubiera mirado abajo, hubiera visto que dicha descarga había sido real, pues durante un milisegundo hubo un ligero y doble estallido brillante entre las cuatro puntas de pezón. Irremediablemente, Eva y Cobie gritaron con angustia, desesperadas, pero trajeron sus pechos desnudos juntos. La carne ya sudorosa de sus tetas se aplastó junta, enterrando los cuatro pezones que parecían fundirse juntos como metales en una caliente forja. El repentino avance también prensó sus rostros, haciendo que sus bocas abiertas se rozasen cara a cara mientras chillaban por la impresionante sensación que estallaba aún entre sus sensibles pezones. Ambas doblaron enseguida sus cabezas en direcciones contrarias, y Eva acabó con su mejilla derecha machacada contra la mejilla derecha de Cobie.

Con sus brazos tambaleándose en el aire por los temblores que ahora dominaban sus cuerpos semidesnudos, las canadienses siguieron gritando y trajeron sus vientres y pelvis juntas, de forma inconsciente, como si sus cuerpos, por alguna extraña razón, solo quisieran fusionarse totalmente el uno con el otro. Entonces, para completar ese desconocido deseo, sus sudorosas manos se soltaron y sus brazos rodearon el otro cuerpo en un abrazo asfixiante que trajo a los cuatro pechos a un estado comprimido aún mayor, si es que eso era posible.

Hasta ahora, desde que sus pezones y sus tetas habían empezado a batallar, las dos simplemente se habían presionado contra la otra, y sin embargo ya se sentían incapaces de soportarlo más. Aún así, resistieron al borde de sus fuerzas, mentales y físicas, obligándose a mantener sus carnes apisonadas sobre la piel de la oponente. Entonces, sutilmente, la turbadora sensación devastadora empezó a interiorizarse, como si, al fin, sus cuerpos pudieran absorberla y hacerla propia. Ahora, Cobie y Eva siguieron notándola, recorriendo cada poro de ellas, pero de algún modo aceptándola y sabiendo que ésa era el arma que las ayudaría a batir a la otra. Si, de la manera que fuera, lograban extraerla de su rival y volver a potenciarla, ganarían este encuentro de cuerpos.

Sí, eso es”, pensó Cobie. “Esto es un encuentro de cuerpos, un duelo de cuerpos… si quería vencer a esta perra, tengo que demostrarle que mi cuerpo puede soportar lo que el suyo no puede”.

Si mi cuerpo puede mantener contra el suyo pase lo que pase, la batiré”, cavilaba Eva al mismo tiempo. “Si logro que su cuerpo sucumba a mi cuerpo, esta rivalidad se resolverá aquí y ahora”.

Creo que empezaré…”, dedujo Cobie.

… con mis tetas”, concluyó Eva.

Con sus gritos reconvertidos en largos bufidos, las dos enemigas empezaron a mover sus tetas en círculos contrarios, moviendo la masa de carne dolorosamente en un arrastre agónico. Sus pezones se separaron, pero su cercanía era obvia para la otra mujer, pues sentía la incómoda perforación que las barras duras rivales sobre sus rugosas areolas en todo momento, además de que los ejes de las dos chicas desprendían un tremendo calor que parecía casi sobrenatural. Sus gemidos fueron intercalados por agudos jadeos excitados, mientras sus llorosos ojos se cerraron en contra de la voluntad de sus dueñas.

Puta –jadeó Eva en el oído de Cobie-. Voy a destrozar esas jodidas tetas tuyas.

No lo harás, furcia –replicó Cobie en el oído de Eva-. No antes de que yo acabe con esas tetas de mierda que tienes.

No olvides que son más grandes que las tuyas.

Ni tú que mis pezones son lo más largos.

Tráelos, zorra.

Con un gruñido, Cobie aceptó el reto de Eva, y movió sus pechos en busca de los pezones enterrados de su oponente, al mismo tiempo que Eva desplazaba sus propias barras a lo largo de la carne de Cobie para ir a su encuentro. Las dos sabían dónde encontrar las armas rivales, pues las sentían perfectamente, así que apenas unos segundos después las dos actrices volvieron a gritar momentáneamente cuando sus largos ejes se tocaron. Las barras de Eva estaban debajo de los pezones de Cobie, acariciándose en toda su longitud. Instintivamente, las dos mujeres empezaron a frotarlos hacia adelante y hacia atrás, lamiendo toda la dilatación de la otra. Temblando y jadeando, no cejaron en sus maniobras, como si quisieran erosionar totalmente los otros pezones.

Eva sentía que Cobie temblaba más incontroladamente y gemía más agudamente cuando sus pezones avanzaban y tocaban momentáneamente su sensible areola, por lo que decidió usar ese atajo para domar a esa perra. Arrastró sus armas por los pezones de Cobie, y finalmente clavó sus barras marrones contra las areolas del mismo color de su contrincante. Cobie gimió ante la repentina invasión, pero Eva hizo lo propio al sentir que los pezones más largos de su enemiga también se hundían en sus areolas. No sabía si Cobie había pensado en su misma táctica, pero desde luego, en esos momentos, la otra canadiense estaba, obviamente, empalando sus areolas con intención viciosa.

Cerda asquerosa – protestó Cobie-. Mis pezones van a desmenuzar todo lo que le pongas por delante, incluidas tus débiles barritas.

Vamos, furcia barata –desafió Eva-. Inténtalo, porque mis pezones están más que listos para borrar del mapa esos feos palitos de los que estás tan orgullosa.

¡Enfréntame cara a cara, jodida puta, si tienes ovarios!

¡Punta contra punta, si te atreves, vaca engreída!

Con sus cuerpos ardiendo con odio e ira, las dos mujeres movieron sus pezones hacia atrás a través de la longitud de las otras barras, aún perdidos dentro del amasijo de carne maleable y sudorosa que eran sus pechos desnudos. Entonces, hábilmente, los colocaron frente a frente, con sus extremidades tocándose. Temblando, Eva y Cobie empujaron sus armas adelante, con fuerza y sin cuidado, en una muestra de seguridad y desafío.

El choque, bajo capas de piel y carne, fue demoledor. Los dos cuerpos se atiesaron bajo los otros brazos, con sus pies poniéndose de puntillas momentáneamente sobre la arena del nocturno desierto. Un silbido, similar al de una serpiente, salió de cada boca, donde sus blancos dientes apretados casi se rompieron por la presión. Ambas sintieron la dilatación de sus agujeros de leche, mientras sus pezones se mantuvieron firmes durante un par de segundos, irrompibles, inflexibles, hasta que se doblaron al mismo tiempo, clavándose como lanzas en las otras areolas marrones.

Sin perder un segundo, las dos volvieron a traer sus ejes cara a cara, aunque esta vez, en lugar de embestir con dureza, los empujaron juntos en un duelo milimétrico de concentración, resistencia y antagonismo. Sus armas largas temblaron, a punto de arquearse ante la presión rival en varias ocasiones, aunque sosteniéndose firmes siempre en el último momento.

Aunque agónico y desesperado, este segundo encaramiento de pezones solo había comenzado quince segundos antes. Fue entonces cuando Cobie sintió que algo mojado y caliente, que no era sudor, empapaba las extremidades de sus ejes. Ese líquido pegajoso empezó a fundir sus pezones con las barras de Eva, provocando una sensación casi insoportable en su cuerpo, una sensación cargada de excitación y de debilidad al mismo tiempo. De algún modo, se sentía absorbida, aspirada, casi tragada por su rival.

¡Oh, puta! ¿Qué me estás haciendo? –la caliente voz de Eva sonó enfermiza en su oído, y Cobie supo que, fuera lo que fuera lo que ella estaba sufriendo, también lo sufría su oponente.

¡Tú te lo has buscado, perra! –gimió Cobie, intentando aparentar seguridad aunque no la sentía en absoluta, pues se sentía tan confusa como Eva. Entonces, la ardiente sensación pegajosa estalló, casi literalmente-. ¡Oh, joder!

Las dos actrices chillaron, abriendo sus brazos y cayendo de culo a la arena. Una polvareda se elevó en la oscura noche, iluminada por antorchas y por los faros de un coche. Atontada momentáneamente, y tosiendo, Cobie movió su mano derecha para apartar la arena que flotaba a su alrededor. Segundos después, pudo ver a través de sus llorosos ojos azules sus pechos, que se movían arriba y abajo por su pesada respiración. Alrededor de sus pezones, que parecían más largos de lo habitual, incluso más que durante los últimos días, vio varias manchas. Extrañada, tocó una, y la notó caliente y levemente densa. Levantó el dedo manchado, y creyó ver que esa sustancia tenía un tono blancuzco. Entonces, sin pensarlo, se llevó el dedo a sus labios, probándolo.

¡Leche! –oyó de repente la voz de Eva, justo cuando ella misma la probaba-. ¡Puta! ¡Me has hecho dar leche!

¡Y tú a mí, zorra! –gruñó Cobie, tan enojada por el hecho de haber sido ordeñada por los pezones de Eva como porque esa furcia se quejara de algo que también ella le había hecho a sus propios pezones-. ¡Vas a pagarlo, te lo prometo!

Eva había tenido bastante con Cobie. Totalmente enojada por la humillación que acababa de sufrir, se levantó de un salto. Cobie, tan encolerizada como su rival, se alzó sobre sus pies al mismo tiempo. En ese momento, a ninguna de ellas le importaba ya su carrera. De repente, con sus entrecerrados ojos cruzando miradas tensas en la tenue iluminación, las dos bellezas supieron que desde ese momento, todo valía.

Apretando los dientes, las dos contrincantes corrieron sobre la otra, y sus manos se hundieron en la melena castaña de la rival. Celosas ante la suavidad que sentían en el otro cabello, ambas gruñeron un insulto ininteligible, trayendo la otra cabeza contra la propia, chocando frentes dolorosamente. A pesar del golpe, las mantuvieron juntas para poder lanzar todo el odio posible a través de sus ojos sobre las bonitas pupilas de la otra. Encorvadas ahora, las dos mantuvieron sus tetas apartadas, temerosas de un contacto que no deseaban por el momento.

Las dos actrices giraron en círculos, agarradas por los pelos, con sus rodillas flexionadas y con sus frentes juntas, bufando sobre la otra boca como dos animales alterados. A veces, una de ella daba un tirón al otro cabello, y la otra replicaba del mismo modo, reajustado la posición de ambas. Otras veces, una empujaba con su frente, haciendo retroceder un paso a la oponente antes de que esta se empujara contra ella y frenara el avance.

Tras un minuto de tosco duelo, Eva sintió algo frío contra su trasero cubierto. De repente, Cobie la forzó atrás, y ella cayó de espaldas sobre el capó del coche, con su enemiga sobre ella. Instintivamente, Eva alzó sus piernas y las cerró alrededor de los muslos de Cobie. Con sus frentes aún juntas, las dos canadienses se miraron a los ojos, con las gemas verdes de Eva mirando arriba a las estrellas azules de Cobie. Entonces, los ojos de Eva bajaron por el cuerpo de su rival, observando con cierto sucio deleite las tetas desnudas de Cobie, que colgaban sobre las suyas, casi amenazando con caer desde el firmamento como meteoritos sobre los montes que eran sus propios senos.

En medio del silencio, Cobie siguió la mirada de Eva, y vio lo cerca que estaban los cuatro pechos. Las dos féminas intercambiaron miradas, repartiendo su atención entre los ojos de la otra y sus pechos, buscando alguna declaración en la otra mirada sobre el siguiente paso. ¿Quería la otra volver al duelo de pechos? ¿La estaba desafiando? ¿Le estaba diciendo que no se atrevería?

¿Aún crees que las tuyas son mejores que las mías? –preguntó Cobie, sabiendo que ella tenía la mejor posición en ese momento, y por lo tanto ventaja en un nuevo e hipotético combate entre sus pechos y los de Eva.

Sabes que lo son - se jactó Eva, sin saber si sus orbes estaban preparado para una contienda desde esa posición inferior-. Ya las has sentido.

Entonces, si estás tan segura eso, no te importará que… -dijo Cobie, bajando un poco su cuerpo. La punta de sus pezones rozó suavemente la parte inferior de los pechos de su rival, haciéndola temblar. Entonces, Cobie volvió a alzar sus pechos, mientras sentía que las piernas de Eva se apretaban un poco más alrededor de sus muslos.

Encárame mujer a mujer, zorra cobarde… pezón a pezón –desafío Eva, rabiosa. Sabía que Cobie podría humillarla desde su situación ventajosa, pudiendo acosarla con sus pezones y retirarse a tiempo de cualquier contraataque suyo. Pero si luchaban frente a frente, aún desde su posición desfavorable, tendría una oportunidad.

Cobie entrecerró sus azulados ojos, disgustada consigo misma y con su oponente. Esa puta había sabido llevar su intercambio de palabras desde la deshonra verbal que pretendía Cobie a una provocación que no podía rehusar. Así, su plan de acribillar las tetas de Eva con sus pezones, a salvo de las barras duras de su enemiga, se iba al traste por su propio orgullo femenino.

¡Furcia! –gruñó con labios temblorosos, casi incapaz de controlar la cólera que sentía hacia Eva. Volvió a bajar sus pechos sobre los senos desnudos de la otra actriz, esta vez situando sus pezones largos sobre las barras pétreas de Eva, que esperaban a sus contrincantes endureciéndose un poco más. Los pezones de Cobie, en respuesta, también se robustecieron.

De nuevo, el contacto punta a punta hizo que una descarga eléctrica estallara entre los cuerpos en duelo, pero los duelos anteriores habían fortalecido física y mentalmente a ambas hembras, que esta vez simplemente gimieron agudamente. Cobie empujó impasiblemente sus ejes marrones sobre el par de Eva, y ésta, ajustando mejor sus manos dentro del sedoso cabello de Cobie, tiró de su rival hacia abajo para al mismo tiempo alzar sus hombros y traer sus pezones en contacto total y directo con las armas tiesas de su amarga adversaria. Un doble silbido surgió como protesta de entre los labios de ambas actrices, pero ninguna dejó de empujar. Los ojos verdes de Eva se clavaron en los ojos azules de Cobie, y las dos se estremecieron durante un segundo al ver la enérgica rivalidad que mostraba su contrincante en su mirada. Ninguna sabía cómo los celos mutuos habían degenerado tanto como para llegar a actos tan sucios y viciosos como el que ahora realizaban. Ni en sus pensamientos más oscuros podían imaginarse compitiendo con sus pechos y pezones desnudos contra la otra. Pero ahora que estaban inmersas en el fango, ambas estaban decididas a mancillarse y a ensuciarse en él, y a emerger, cubiertas de mugre, como la hembra alfa de su relación.

Los pezones de las dos amazonas batallaban cara a cara, doblándose a veces ante la pujanza de las formidables armas que se le oponían. Cuando esto sucedía, una mujer sonreía cruelmente y otra hacía una mueca de dolor, acompañada de una mirada cargada de odio. Pero la ventaja siempre era momentánea, y escasa para la vencedora, que además enseguida recibía el mismo tratamiento humillante de su rival. Aún así, y a pesar del ardiente intercambio de torceduras, Eva sabía que estaba recibiendo más de lo que suministraba, pues la posición de Cobie era la más ventajosa. Era agradable ver cómo los ojos claros de su enemiga lanzaban dagas de resentimiento y de frustración sobre ella al ver que no estaba cediendo fácilmente a pesar de su posición inferior, pero ello no era suficiente para satisfacerla en su plan de enseñar a esta puta una lección que nunca olvidaría.

Vamos, perra, ¿es esto todo lo que tu cuerpo puede ofrecer? –se burló Cobie, logrando doblar momentáneamente los dos pezones de su rival. Entonces, de repente, Eva recordó algo.

“¡Esto es un duelo de cuerpos, no solo de pezones!”, se dijo. Sus ojos captaron, brillantes bajo la luz de las antorchas, los suaves labios rosados de Cobie. Su pugna de besos de ese día, iniciada por ella misma, llenó su mente de sugerentes imágenes y sensaciones. De alguna forma, sentía que tenía una cuenta pendiente, e inacabada, con Cobie en ese aspecto. Su feminidad le decía que tenía que demostrar que besaba mejor que esa engreída. Demostrárselo a Cobie, y a ella misma también. No entendía de dónde venía ese instinto, pues incluso ahora, batallando pezón a pezón con otra mujer, Eva seguía estando completamente segura de su heterosexualidad, y de su nulo interés sexual o amoroso por otras féminas. Pero quería saber quién de ellas dos besaba mejor, lo NECESITABA, y solo había una forma de saberlo.

Te ofrezco esto, puta –dijo Eva y, de un tirón, acercó la cabeza de Cobie a la suya propia, estampando sus labios juntos. Sin perder un segundo, cerró los ojos y ladeó su cabeza, besando intensamente a Cobie con sus jugosos labios y, un segundo después, con su mojada lengua. Ante el inesperado giro de los acontecimientos, Cobie se quedó agarrotada, gimiendo ante los lametones que la lengua de Eva descargaba entre sus labios. La parte más primitiva de su cerebro tuvo que tomar el control, y pronto sus propios labios se movían al compás de los labios de Eva, y su larga lengua se lamía contra la agresora rosada de su enemiga.

Gimiendo, jadeando, las dos actrices compartieron un pasional beso sobre el capó del coche. Sus pezones, increíblemente, se endurecieron aún más y, como si tuvieran vida propia, se empalaron mutuamente con hambre hasta que los dos cuerpos se abrazaron aún más y sus pechos se aplastaron mutuamente, haciendo que la lucha de barras marrones se hiciera secreta, aunque tangible para ambas féminas.

Tanto Cobie como Eva sabían besar bastante bien, pero según avanzó el beso, éste se volvió más animal y menos sofisticado. Intentaron dar toda la saliva que pudieran, lamer toda la lengua de la rival, y desgastar totalmente los labios a su alcance. No era cuestión de excitar a la otra, algo que ninguna concebía siquiera, sino de darle tanto que no pudiera tomarlo.

Poco a poco, los tirones de cabello fueron entrando más en juego, siendo usados para ajustar mejor la cabeza de la otra, pudiendo así colocar la boca rival en un mejor ángulo para los lametones y los besos. Aún así, Eva aún sentía que la gravedad era una ventaja demasiado grande para su contrincante, ya que la presión mutua que sentía en su boca y en sus pechos empezaba a ser alarmante. Era hora de cambiar el rumbo del duelo.

Cobie gruñó, sintiendo cómo sus tersos muslos eran estrujados por las impetuosas piernas de Eva con una repentina fuerza. Al mismo tiempo, sintió que el cuerpo de su enemiga, desde los hombros hasta la pelvis, se empujaba contra ella, intentando desalojarla. Eva también tiró de sus cabellos, apartándola del beso, en su afán de quitársela de encima. En cuanto sus bocas se separaron, una pequeña cascada de saliva cayó desde los labios de Cobie sobre la boca abierta de Eva.

Las dos actrices gimieron por el esfuerzo, con Cobie intentando mantener a Eva contra el capó y con Eva intentando apartar a Cobie a un lado. La cabeza de Eva estaba siendo ahora estirada hacia atrás, contra el frío metal del automóvil, pero no se rendía. Apretando los dientes, cargó su cuerpo con la energía que le otorgaba el odio hacia su oponente y la soltó en un empuje total de cuerpo. Cobie soltó un corto chillido de frustración, y sintió que su cuerpo era arrojado a un lado. El cielo nocturno apareció sobre ella, para ser inmediatamente tapada por el rostro alterado de Eva.

Sin perder tiempo, Cobie usó el impulso de Eva para seguir rodando sobre el capó, antes de que su enemiga usara su posición superior para tomar ventaja en la lucha. Cobie usó sus pechos y su pelvis para empujarla, y la propia fuerza que Eva había puesto en su ataque hizo el resto. Eva y Cobie rodaron una vez más, y entonces el capó del coche se acabó. Las dos mujeres cayeron sobre la arena y, a pesar del impacto, siguieron rodando en una desesperada pugna de piernas, tirones de cabello y golpes de pecho por lograr la posición superior.

Al fin, Cobie logró colocar su pie derecho contra la barriga de Eva, apartándola de ella con la planta desnuda y arenosa. Eva cayó de espaldas, pero reaccionó con rapidez y, rodando a un lado, se arrodilló, con las garras hacia fuera y lista para un ataque que no llegó. Cobie, en lugar de abordarla, se levantó también sobre sus rodillas, jadeando y observando atentamente a su oponente. Alzó ambas manos, con los dedos extendidos, y esperó.

Rodeadas de antorchas, Cobie y Eva se miraron, algo agotadas, preparándose para el siguiente asalto del combate. Entonces, con la situación calmándose de momento, Eva se dio cuenta de algo. No se había enterado hasta ese momento, pero ahora se daba cuenta de que ello había estado ocurriendo desde que las dos habían peleado juntas, cuerpo a cuerpo, sobre el capó del coche. Sus bragas estaban mojadas, y no solamente por el líquido que sentía que su propio sexo estaba desprendiendo. Mirando ahí abajo, Eva vio que alguien había salpicado sus propios jugos sobre la sedosa tela de sus bragas. Alzando su mirada, Eva vio cómo Cobie observaba su propia entrepierna, con un rostro que mezclaba asco y excitación. Parece que las bragas de Cobie estaban tan mojadas por la mezcla de fluidos femeninos como las suyas.

Dime, Cobie… ¿te pone caliente luchar con mi cuerpo? –preguntó con voz ronca Eva, ansiosa por la respuesta.

No tanto como te pone a ti luchar con el mío, Eva –dijo oscuramente Cobie-. Has manchado bastante mis bragas con tu asquerosa salpicadura.

Tú también has regado mis propias bragas con tu oloroso caldo de mierda –replicó Eva-. Pero está bien. Eso demuestra que soy la más sensual de las dos, que es justo lo que quería.

No tan rápido –clamó Cobie-. Estás tan mojada como yo, así que no te lo tengas tan creído. He sentido tu lengua contra la mía, Eva, así que sé perfectamente cómo de cachonda te pongo.

Y yo he sentido la tuya, Cobie – expuso Eva-. Y he escuchado tus jadeos y tus gemidos mientras te frotabas contra mí como una vulgar ramera caliente.

¡Mira quién habla! Restregándote contra mi cuerpo como una perra en celo que es incapaz de aceptar quién manda aquí.

Tú eres la que no es capaz de aceptar quién manda aquí.

Vamos, nena –Cobie decidió cortar la viciosa charla de raíz, levantándose-. Ambas creemos que somos las dominantes  en esta relación… comprobémoslo.

Sera un placer, zorra –Eva se puso en pie, hambrienta-. Acabemos este asunto con nuestros cuerpos.

Encuéntrate conmigo en el centro de este círculo, y veamos qué cuerpo puede tomar más.

Con pasos seguros, Eva y Cobie avanzaron sobre la arena, chocando en un enredo de miembros en mitad del improvisado campo de batalla. El asalto sensual final había comenzado.

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