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Cinco animadoras para un mal partido _ cap. 15

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----- CAPÍTULO 15 -----

 

Los últimos días de mi estancia en el hospital, y estando ya bastante mejor, me metieron un compañero de habitación. Fue por la mañana, mientras yo estaba solo y echándole un ojo al libro de Ioana.

Básicamente era un cani que venía acompañado con su novia choni. El chaval debía tener veintipocos, algo menos que yo, y lo primero que pensé (aparte de, como ya os dije, que ahora el hospital sí empezaba a traerme recuerdos de Cádiz) es que vaya tela… la que me esperaba. Supuse que un calvario, y que tal vez por eso lo traían a mi habitación: que lo habrían despachado de otra por armar jaleos. Porque los ingresos suelen ser más tarde, no a esa hora. Pero resultó sólo que le habían operado del bazo hacía días y lo tenían en otra planta, y ahora lo habían trasladado a esta.

Se llamaba Juan José, y el primer apellido Jiménez, así que se me presentó como «el Jotas» (que en andaluz suena más a «er hótah»). Resultó ser sevillano viviendo en Madrid.

Esa tarde vino Gloria, que entró saludando alegremente como siempre, y la novia del chaval la chistó, pues el Jotas estaba durmiendo.

—¿Quién es? —me preguntó bajando la voz y poniendo cara rara.

—Mi nuevo… compañero —dije con una mueca—. Le han operado del bazo.

—Ah… Tiene pinta de necesitar una operación de cerebro —añadió riéndose, mientras yo me aguantaba la risa y la hacía callar, no nos fuese a oír la choni, y menos a despertarse el tío.

A la hora de la merienda despertó, y estuvimos hablando. Ya sabéis cómo son esa gente, levantando la voz para todo, la novia poniéndole música con el móvil…

—Illa, tú qué ere, ¿zu novia? —le preguntó el cani a Gloria-chan.

—No…

—Ah… Po esta es mi novia, Toñi.

—Un placer.

—Illo —decía refiriéndose a mí, tras coger el mando del televisor—. ¿La tele no va?

—Eh… no la he contratado.

—¿Y ezo? ¿Lleva poco aquí o qué? —Gloria se reía.

—No, es que —y cogí el libro mostrándoselo.

—Aaah, que tú ere dezo. Te gusta leé, ¿no?

—… sí —dije tratando de contener mi risa. Era como haber viajado no ya en el espacio, a Cádiz, sino en el tiempo, a la época de las cavernas.

—Niña, miravé el número ar que hay que llamá —le dijo a su novia, acercándose esta al televisor.

 

Esa noche Mari Carmen se quedó conmigo, y estuvimos jugando a las cartas un rato mientras nos echábamos miradas ante el nuevo compi de habitación que tenía. En verdad te reías con él…

 

Al día siguiente vinieron a activar la tele, y lo primero que hizo fue buscar el MarcaTV; quedó contento de encontrarlo en el televisor.

A la hora de la comida, cuando vio la «mierdah ehta» que le daban, como él la describía, se puso a rebuscar entre los distintos platos de la bandeja.

—Illo, ¿ti tan dao hamón?

—Eh… no, yo estoy con dieta blanda y eso. Después de la apendicitis…

—Ah… po a mí tampoco. Niña —refiriéndose a su pareja—, mírave, dile ahí a la enfermera eza, la que tiene cara rodbáiler, que zi quieren que me ponga weno cuantito ante, que me traigan mandanga wena.

—Gordo, ezo lo tiene tú que pedí cuando vengan con er menú. Pero amo, que con la operación no te van a dá a elegí. Te lo ponen ello ya.

No sé por qué esa clase de tías tienen siempre de cumplido «gordo» para sus novios, pero vamos el chaval estaba petado, con los músculos bien marcados… debajo de los tatuajes, claro.

 

Uno de esos días volvió a venir Ana, y cuando traté de levantarme para ir al baño, mientras me ayudaba a incorporarme la oí decirme: «Qué pena…», mientras ponía una mueca muy pícara. Lo que intuí se refería a «qué pena que ya no estemos solos en la habitación para acompañarte y echarte una mano». Yo me dirigí al baño con una sonrisa. Hacía tiempo que no sonreía, y entre las chicas y el Jotas me estaba volviendo mi alegría andaluza… Aunque no me agradaba mucho.

La gallega se quedó a dormir, y sería la última noche que se quedaba alguien conmigo, pues me darían el alta seguramente el lunes, como indicó el médico, y además ya me encontraba bastante bien. Me movía, me levantaba, iba al baño solo, y no tenía problema alguno; y si lo tenía… bueno, esta vez tenía compañía en la habitación. Y bueno… «a compañero regalado, no le mires el habla».

Pero esa noche no logré hacer desistir a la gallega de quedarse, y se durmió como pudo en el sillón.

Debían ser las siete o así de la mañana, cuando sonó el móvil de alguno de la curiosa pareja. La choni fue rápida en cogerlo, Ana ni se inmutó. Yo sí me desvelé un poco, como el Jotas, y noté cómo estos hablaban en susurros que no podía entender (por muchos másteres que tuviese en andalú). Pero parecía que este le insistía a su novia con algo.

Al poco esta se levantó y fue al baño. Ana siguió quieta en el sillón; yo haciéndome el dormido. Al volver, Toñi, extendió la cortina que separaba las camas con cuidado, y Ana giró su cabeza hacia mí levemente sin ruido alguno. Al parecer llevaba tiempo desvelada pero no había hecho movimiento alguno. Ahora se movió hacia mí, y al encontrarme mirándola, con una mueca me preguntaba «¿qué hacen estos?». Yo, con otro gesto, hice ademán de no tener ni idea.

Oímos ruidos leves, mientras nosotros guardamos el silencio. Al poco oí claramente el ruido que hace una persona al chupar algo… Otra vez, y Ana abrió su boca completamente, me dio un golpecito y casi riéndose me dijo por lo bajito:

—¡Se la está chupando!

Yo puse cara de incrédulo, y trataba de aguantarme la risa que Ana me provocaba. Pero la verdad es que el ruido se hacía más seguido, y sonoro, y ya cuando oímos leves gemidos del tío acompasados… pues estaba clarísimo.

Ana se mordía la lengua para no hacer ruido, mientras en silencio no perdíamos detalle de lo que ocurría más allá de la cortina, a dos metros de nosotros.

Entonces se acercó a mi oído, y lo que dijo me sacó de sopetón de la comicidad del momento.

—Bueno… tendré que echarte yo también una mano… ¿no?

No respondí… Simplemente bajé un poco la sábana, mientras ella rápidamente se lanzó a deshacerme el nudo del cordón del pantalón, me sacó el pene, y comenzó a introducírselo en la boca tal como estaba, sin estar aún empalmado.

Se situó con cuidado, pues no quería que un ruido por nuestra parte alertara a los otros y estos, además de detenerse, hicieran ademán de retirar la cortina, levantarse, etc.

Notó cómo mi verga le crecía en su boca, y empezó a chupar como una campeona. Sólo se detuvo para, susurrando, acercar sus labios a mi oído:

—A ver quién gana… —dijo apuntando con los ojos hacia el otro lado de la habitación.

Y se dedicó a succionar mientras yo me apretaba al colchón y trataba de disfrutar, teniendo en cuenta lo cortante que es tener gente a escasa distancia tuya, y que para colmo están haciendo el mismo ejercicio mañanero que tú.

Me corrí antes que el cani, y es que ya sabéis que los tíos por las mañanas… como nos cojan bien cogidos nos dan unos meneos y listo. Y si le sumamos lo buena mamadora que era Ana, y que mis encuentros sexuales no eran ya tan cotidianos como cuando tenía pareja, pues tenía las papeletas a mi favor para llenarle a Ana su boquita gallega de leche andaluza. Ella se relamió, se la tragó toda, me limpió la polla con más lametones, apretando el ritmo cuando oyó cómo el Jotas llegaba al orgasmo gracias a su novia, al otro lado de la cortina. Luego subió a darme un beso.

—Sabía que podía ganar —me dijo con malicia.

Oímos carraspeos del otro lado, y nos acomodamos. Yo me hice el dormido cuando Toñi, la novia del compañero, cruzó delante nuestra camino del servicio limpiándose la boca con un pañuelo. Ana se limitó a mirarla claramente y sonriendo.

 

Las pocas noches que quedaron las pasé solo; bueno… con el compañero. Él también pasó a quedarse solo, para que su novia pudiera descansar en condiciones. Tampoco fue tan mal lo de la tele, pues descubrimos que por las noches en MarcaTV retransmitían en español combates de boxeo. Si bien no soy un gran amante de los deportes tradicionales, sí me gustan las artes marciales y los deportes de contacto, así que se hizo llevadero.

Una noche, después de la cena, recibí un chute filosófico bastante sorpresivo en mi vida.

—Illo, tú qué, ¿no tié novia?

—Eh… ya no.

—¿Ya no?

—Bueno… La coza ce acabó hace poco —le dije con mi acento gaditano, buscando introducirme en su mundo.

—Bueno, po no paza ná. Tú tranquilo. ¿Y lah que te vienen a vé?

—Ah… no… Amigas.

—¿Amigah? —preguntó con un deje de ironía.

Tampoco iba a ponerme a contarle lo de la residencia, las inquilinas… Porque, bueno, seguro que nos hubiésemos tirado toda la noche mientras me veía obligado a responder preguntas incómodas que no venían al caso. Así que procuré zanjarlo pronto.

—Sí, amigas y eso. Pero no hay ná.

—Ostia tío… po… la de lah gafah tiene unah tetacah que no vea, ¿no? —se refería a Gloria.

—Ya… ya… —dije no pudiendo evitar recordar la imagen de ellas en aquel vídeo que vi una vez, mientras pensaba «si tú supieras…».

—Y la rubia eza que ce quedó loh otroh día también. Illo, tírale cuello arguna.

—No es el momento…

—¿Y ezo? ¿Qué paza? ¿Ere maricón o argo?

—No joder. Pero la cosa acabó mal no hace mucho con mi novia. Bueno, exnovia ahora.

—¿Te puzo los cuernoh?

La pregunta me pilló de sopetón; tragué saliva. Y como era más que evidente que no la esperaba, sólo pude asentir.

—Ira, mi anterió novia me hizo lo mismo. ¿Zabe qué te digo? Que la folle un peh —no perdí detalle—. Ira, cuando yo me vine aquí, que me vine con un primo mío queh daquí, a trabajá, lavía dejao con mi novia… esta no, la otra, allí en Zevilla, porque me ce avía puehto los cuernoh dos día ante de yo venirme. Llevaba dó zemana aquí —me explicaba, moviendo constantemente los brazos y haciendo gestos—, y zalí con mi primo er Raúl de discoteca. Ce me acercó la Toñi eshándome ojito, y digo: «ira, ¿zabe qué? Aquí te coho y no te zuerto». Y desde entonce, fiete… —concluyó.

Yo me dediqué a asentir con la mirada perdida.

—Tú tié que penzá que la guarra eza, ¿eza? Eza está poraí jarta follá. ¿Y tú te cré, que te merece la pena quearte to mal, amargao y rallao, por una tía a la que tú le dah igual? Claro que no tío —«filosofía cani», pensé; simple pero efectiva, supongo.

Y me hizo dar vueltas a la cabeza.

—Ira, te vi a contá un shiste. Zi te lo zabe me aviza, ¿eh? Ira. Esto e un gitano que estaba parao, y dice po ira voy a vé zi cojo unah naranjah, deza amarga que hay en loh naranjo las calle, ¿zabe? —asentí—. Y dice voy a vé zi la cojo y la vendo y me zaco argo. Lo que paza que pa evitá problema, tú zabe, un día vendo en un barrio… otro día en otro… y azí po me evito problema con la hente. «Enga, naranjah, rica naranjah, que me la quitan de lah manoh».

»Y ezo que viene un pare con el hijo, un shiquillo chico, y le dise el pare: «Ira, dale un gajito ar niño, pa que la pruebe». Dice er gitano «ostiah ya verá tú…, enga toma», y totá, que le da un gajo ar niño.

»Lo coge er niño, ce lo mete en la boca y empieza ahín a chupá to loh labio pa entro… unoh lagrimone… Y coge er niño y zuerta: «….¡Me cago en tu puta mare!». Y le dise er gitano ar pare: «Illo… delicaíto er niño, ¿no?». Y le dise el pare: «No… que era mudo».

Casi tienen que entrar las enfermeras a llamarnos la atención de la pechá de reír que me estaba pegando… No conocía el chiste, y la verdad que me reí como si llevara risa acumulada por años en las entrañas.

Qué jodío el Jotas…

(9,60)