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ASEDIO SENSUAL [Capítulo 8 (final)]: LA MÁS SENSUAL

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Nada más chocar cuerpo a cuerpo, Cobie y Eva pelearon con sus brazos y piernas para lograr la mejor posición en el duelo que resolvería todas sus diferencias de una vez por todas. Al final, ambas habían admitido la excitación que sentían al batallar a la otra, y ahora entraban en una arena desconocida pero realmente apasionante. Sin inhibiciones, las dos bellezas castañas envolvieron el otro cuerpo con brazos y piernas, estrujándolo entre sus miembros para sentirlo en su totalidad contra su piel y su carne.

Sin perder ni un segundo, las hembras comenzaron a moler sus entrepiernas juntas, mientras sus dedos rasgaban las otras bragas. Incluso antes de que éstas fueran destrozadas por las uñas, Eva y Cobie ya gritaban pasionalmente, en unos primeros minutos sensualmente frenéticos, salvajes y chocantes. Ni una ni otra había podido siquiera imaginar que pudiera haber algo tan jodidamente sexy como lo que estaba ocurriendo ahora entre ellas, inmersas en una guerra erótica que descargaba unas emociones carnales que ninguna habían experimentado, y para las que ninguna de ellas estaba realmente preparada.

Con sus sexos mojados al fin desnudos, las dos actrices pelearon como en sus sueños: totalmente desnudas en la noche del desierto. Con gritos estrangulados, Cobie y Eva machacaron sus vellos púbicos y sus labios vaginales juntos continuamente, sin táctica alguna. A veces los deslizaban arriba y abajo, encajándolos como raíles de un expreso cargado de dinamita. Otras veces, los frotaban desde cualquier dirección, haciendo gritar y gritando. Los labios de sus bellos rostros también se atacaron, en un beso con lenguas tan sucio como el conflicto femenino que intentaban resolver.

Con movimientos cada vez más rápidos, las mujeres se violaron vigorosamente, usando también sus pezones para humillar los pechos rivales. Apenas habían podido tomar el primer contacto de tetas desnudas días atrás, pero ahora ambas parecían haber aprendido de ello y, a pesar del caliente y eléctrico contacto entre la totalidad de sus cuerpos, las dos se mantenían vivas dentro del hambriento y vicioso combate carnal.

Pero el duelo no se estaba llevando solo a cabo a nivel físico, sino también mental. El saber que estaban luchando a solas, sin nadie a kilómetros de allí, con su más amarga enemiga, con la cual habían estado obsesionadas durante meses, en una lid emocionalmente devastadora, era más de lo que ambas podían tomar. Era excitante, pero también aterrador, y hacía que las dos amazonas casi alcanzaran el clímax al pensar en ello.

Tras varios incontables minutos de sensual combate, las dos sintieron que algo surgía en sus sexos, listos para unirse al enfrentamiento. Fue en ese momento, en el que sus largos cuernos surgieron de la profundidad de sus pliegues vaginales, cuando Eva y Cobie se dieron cuenta de hacía donde llevaba esta pugna sexual. Era obvio, pero hasta ahora sus mentes no lo habían descifrado, enfrascadas en el ardor y la sensualidad del duelo corporal. Esta rivalidad solamente tenía un final, solamente una solución…

Puta –jadeó Cobie sobre los labios mojados de Eva-. Voy a hacer que te corras como la furcia barata que eres.

Zorra –replicó Eva, mordiendo el labio inferior de Cobie durante un momento-. Tú serás la que se corra contra mi coño superior.

Tras sus palabras, Eva sintió las uñas de Cobie clavándose profundamente en su desnudo trasero. Gruñendo al sentir a su rival aglutinando sus nalgas entre sus dos manos, Eva enterró sus propias uñas en los suculentos glúteos de Cobie. Ambas sintieron en sus propias bocas los jadeos calientes de la otra, antes de volver a besarse con más pasión que antes. Amasando las nalgas de la enemiga entre sus sudorosas manos, las dos canadienses retorcieron sus coños uno contra otro, acercándolos todo lo posible y estrujando el sexo rival contra el propio tanto como pudieron. El calor de las entrepiernas hizo que los clítoris emergentes de las mujeres se alargaran aún más, endureciéndose tanto que incluso dolía.

En la silenciosa noche solo podía oírse en ese momento unos pocos sonidos: el choque húmedo de lenguas y labios, la respiración irregular de las dos actrices, el encuentro sexual de sus entrepiernas, y el chisporroteo de las antorchas. Moviendo sus cabezas de un lado a otro, Eva y Cobie buscaron la mejor posición en el beso, mientras movían sus tetas en dolorosos círculos contra el pecho de la oponente. Sus sexos, totalmente ceñidos por el apretón de ambas sobre el otro trasero, palpitaban, ansiosos por el explosivo placer que solo un orgasmo podía darles.

Entonces, las actrices flexionaron un poco sus rodillas, abriéndose un poco más a la otra mujer, y bajando un poco sus centros de gravedad para traer más piel sexual en contacto directo. Ello provocó que, por primera vez en sus vidas, Cobie y Eva supieran qué se sentían al traer sus clítoris contra el eje mojado y duro de otra hembra. Sus cuerpos se atiesaron, mientras sus bellos rostros cerraron los ojos e hicieron una mueca de placentero dolor. Silbando, las dos amazonas separaron sus clítoris para, dejándose llevar por la caliente fogosidad viciosa que las invadía, empezar a apuñalar el otro sexo con sus barras sensibles. Temblando, y soltando gritos descontrolados, las féminas violaron labios, pieles y vello, haciendo que los dos cuerpos se estremecieran en un pasional estado efervescente.

¡Puta! ¡Puta! –se gritaron, saliendo del beso, incapaces de tomar más el contacto del otro clítoris agresivo. Sus piernas se desataron, sus manos liberaron las nalgas de la otra y sus torsos, con sus pezones más largos y duros que nunca, retrocedieron. Sobre sus tambaleantes pies descalzos, las dos bellezas castañas dieron varios pasos atrás, jadeando discontinuamente, agudamente. Sus coños palpitaban con fuertes descargas, con latidos que casi podían oírse, pero sin embargo ninguna había alcanzado el humillante clímax final, por suerte.

Las dos sabían que estaban al borde del orgasmo, un orgasmo que derrotaría a una de ellas. Curiosamente, había otra similitud entre ellas, aunque ambas lo desconocían: eran mono-orgásmicas. En sus relaciones tenía un único y poderoso orgasmo, tan potente que a veces casi las mandaba a la inconsciencia. Pensando en ello, sabían que, en estas circunstancias tan eróticamente sucias, el orgasmo sería aún más demoledor. Lo temían, pero no había marcha atrás. Tenían que resolver sus diferencias ahí mismo, de una vez por todas, aunque ello supusiera sucumbir a un orgasmo del que mentalmente nunca se recuperarían.

Sabían que a sus cuerpos, y a sus coños, no les quedaba más que un par de minutos, o tres, de resistencia sexual antes de estallar, por lo que al mismo tiempo decidieron jugarse el todo por el todo. Quizás así, en un duelo frontal y crudo, pudieran agotar a la otra antes de la inminente e inevitable explosión final.

Jodida perra –jadeó Cobie-. Vamos a entrelazar nuestras piernas y a pelear de frente con nuestros clítoris, si te…

Me atrevo, puta de mierda –cortó Eva con impaciencia-. Por lo que he sentido, tu pequeña barrita no me durará mucho.

Mentirosa. Sabes que mi caliente clítoris es más largo que el tuyo, justo como mis pezones.

Mi ardiente clítoris es más gordo que el tuyo, justo como mis tetas.

Apartando los restos desgarrados de las dudas que se aferraban a sus mentes, las dos rivales caminaron adelante. En el centro del círculo de antorchas, ambas se detuvieron, sentándose sobre la arena. Sus piernas desnudas se movieron hábilmente sobre el desierto, entrelazándose de forma que sus goteantes sexos quedasen frente a frente, con sus alargadas lanzas excitadas apuntándose directamente. Cobie y Eva arrastraron sus culos hacia adelante, acercando sus entrepiernas un poco más, pero aún manteniendo la distancia. Entonces, enderezaron sus torsos, trayendo sus pechos sudorosos a un nuevo contacto. Temblando, se abrazaron, conduciendo sus narices juntas mientras sus ojos intercambiaban miradas sucias y lujuriosas. Muy lentamente, empezaron a frotar sus tetas, deslizando sus duros pezones por la otra palpitante carne de pecho, mientras sus respiraciones iban, poco a poco, acelerándose.

Aquí acaba todo, Cobie –susurró Eva, hambrienta.

–contestó la aludida-. No pienso separar mi cuerpo del tuyo, Eva, hasta que consiga lo que quiero de ti.

Sé que es mi clítoris lo que quieres, y aquí lo tienes, puta –Eva hizo un minúsculo movimiento de pelvis, casi imperceptible, y ambas féminas gimieron audiblemente ante el primer contacto de clítoris. Apenas se habían rozado, cabeza a cabeza, durante una milésima, pero las dos mujeres ya se sentían a punto de saltar en pedazos.

No… es tu corrida lo que quiero, zorra –Cobie movió suavemente su propia entrepierna, y un segundo contacto, tan corto como el anterior, tuvo lugar entre sus mojados ejes sexuales. De nuevo, Eva y Cobie gimieron.

Los roces continuaron, con ambas acariciando el otro clítoris con el suyo propio, con ataques casi burlones, sondeando el arma de la oponente antes del combate que definiría sus vidas futuras. Las constantes fricciones cortas provocaron una frustrante sensación de hambre en ambas, y este gula se reflejada perfectamente en los ojos de cada mujer, en las pupilas que una y otra miraban fijamente, desafiantes.

Repentinamente, incapaz de seguir con este juego y deseando batir a esa puta caliente, Eva empujó su clítoris adelante, en una embestida directa contra el cuerno sexual de Cobie. El clítoris gordo de Eva colisionó contra el de su rival, haciendo que las dos chicas cerrasen los ojos, echasen atrás sus cabezas y gimiesen en voz alta y áspera. Una mueca de dolor apareció en sus bellos rostros, al mismo tiempo que unas ondas placenteras cruzaron la totalidad de sus cuerpos. El increíble impacto de sus zonas más erógenas y más sensibles casi trajo al orgasmo a ambas actrices, que jamás en sus vidas habían sentido algo tan excitante, tan sucio y tan lujurioso. Increíblemente, sus clítoris se irguieron aún más, endurecidos por el contacto que aún mantenían, como si quisieran empujar a la otra delicada barra dentro de las profundidades de los pliegues de los que habían surgido.

Ejercitando todo el autocontrol que podía reunir, Cobie mordió su labio inferior y volvió a mirar a su oponente, que también había bajado de nuevo su cabeza para encarar sus ojos azules. Las pupilas verdosas de Eva vibraban, húmedas, con pasión y turbación, y Cobie sabía que su propia mirada debía mostrar justamente el mismo aspecto. Con su corazón palpitando excesivamente rápido, tanto que parecía que iba a estallar bajo los pechos en duelo de las dos canadienses, Cobie movió su firme trasero desnudo con rápidos pero quirúrgicamente milimétricos movimientos, apuñalando su ardiente clítoris contra la espada de fuego que era el clítoris de Eva.

Cada empuje de Cobie sobre su clítoris provocaba en Eva un gemido angustiado y una calentura que crecía impetuosamente en su ingle. Jadeando sobre la boca abierta de Cobie, Eva emparejó cada asalto del arma dura de Cobie con la propia embestida de su ensanchada lanza. Cobie parecía sufrir, y disfrutar, tanto como ella misma, pero Eva no sabía si podría mantenerse en un duelo tan tórridamente erótico como éste durante mucho tiempo. Su esperanza se basaba en su propia resistencia sexual, pues sabía que, desde hacía varios minutos, ya debía de haber estallado en un orgasmo monstruoso. Pero aún se mantenía en la guerra, dando tanto como recibía, aunque tenía claro que, de un momento a otro, todo acabaría para ella.

Cobie tampoco las tenía todas con ella. Su máxima capacidad de recibir placer y dolor había sido superada minutos atrás, prácticamente desde el primer roce caliente de clítoris con su amarga enemiga. Notaba que, junto con las convulsiones de su propio coño, el sexo de Eva temblaba tanto como el suyo. De hecho, el cuerpo de su rival, sostenido entre sus brazos, se derretía contra su carne. Pero sabía que su propio cuerpo se deshacía ante el contacto erótico y el calor del cuerpo de Eva. Los exaltados jadeos de su contrincante lamían sus labios, por lo que, terriblemente excitada, Cobie no pudo evitar lanzar su boca sobre la boca de Eva en un apasionado beso que posiblemente decantaría el duelo a un lado u otro.

Las lenguas de ambas hembras en celo  reflejaron el duelo de sus clítoris en ese momento: se atacaron con espirales, embestidas, tajos y masajes. Los pezones de las chicas, celosos, entraron en el mismo combate, perforándose o aserrándose uno a otro, o aguijoneando las rugosas areolas marrones de la otra canadiense. Las manos y los brazos de Eva y de Cobie se agitaron en la otra espalda, y las delicadas yemas de sus largos dedos provocaron temblores en cada pulgada de sudorosa piel desnuda que tocaban, desde sus cuellos hasta sus nalgas, que no cejaban en sus cada vez más obvios movimientos sexuales, endureciéndose con cada arremetida de clítoris y relajándose entre carga y carga. Incluso los muslos de las dos mujeres, deslizándose juntos, descargaban eróticas sensaciones insoportables para las pieles en contacto.

Inmersas en el duelo, perdieron la noción del paso del tiempo. Llevaban ya casi cinco minutos dentro del intenso y lascivo duelo de esgrima, pero ambas sentían que llevaban batallando con sus ejes mojados toda la noche, y más. Eva gritó contra la boca de Cobie cuando ésta, empujándose adelante con su trasero, trajo en contacto directo y férreo la totalidad de sus coños. Cobie chilló también, mientras ambas sintieron claramente toda la fisionomía de la otra entrepierna. Los labios gordos y sensibles de las mujeres se acuñaron juntos, y los nudosos vellos púbicos, completamente mojados, se entrelazaron incómodamente, con cada actriz arrancando algunos de ellos cada vez que movían sus sexos. Tras apagarse sus gritos, Cobie y Eva volvieron a traer sus labios en un duelo mutuo, ahora mordiéndose entre lametones de lengua.

Pero el centro de la batalla erótica seguía estando en sus clítoris, que por la nueva posición de los coños de ambas muchachas tenían que batallar sin espacio. El eje largo de Cobie estaba lado a lado, longitud a longitud, con la barra dura de Eva, frotando sus laterales en una extasiada pugna. Las dos notaron cómo sus jugos vaginales se derramaban, espectacularmente, sobre sus sexos en duelo, mientras las palpitaciones indicaban a ambas amazonas que todo acabaría en poco tiempo.

La guerra de sobrealimentado erotismo entre sus lascivos clítoris, definitivamente idénticos en grosor, longitud, fuerza y sensibilidad, hizo llorar a las dos féminas, cuyas energías empezaban a deshacerse a un ritmo alarmante. Solo las voluntades de ambas mantuvieron vivo el combate, aunque tanto una como otra habían llegado a la misma conclusión: iban a perder. Las lágrimas causadas por el doloroso placer se mezclaron con las lágrimas de la amarga derrota a manos de su más odiada rival. Iban a correrse de un momento a otro y, aunque trajeran a un orgasmo a su oponente, ésta podría seguir peleando. Ninguna sospechaba que no era la única mono-orgásmica ahí, y que cualquiera de ellas podía acabar con una inesperada victoria sobre su oponente. Al menos, se decían, intentarían provocar un orgasmo tan fuerte a la otra como pudieran: eso, al menos, sería un consuelo menor mientras su rival siguiera follándola tras su derrota.

Con sus vulvas peleando ahora violentamente, con movimientos bruscos y sucios, las dos bellas castañas buscaron con rabia el final de meses de rivalidad. Incapaces de tomar más la otra lengua, se apartaron a la vez del beso, y colocaron sus cabezas sobre el otro hombro, jadeando sobre la oreja de la contrincante. Sonidos mojados sonaron ruidosamente en la noche del desierto, como sus traseros aceleraron su ritmo endiabladamente. En unos segundos, notaron, se correrían como nunca en sus vidas.

No, por favor… –lloró Cobie en el oído de Eva.

No, para, para… -gimió Eva, con sus labios desgastados rozando el lóbulo de la oreja de Cobie.

No más… no…

No puedo… por favor…

A pesar de sus súplicas, ninguna podía detener los potentes movimientos con la que se follaban en ese momento. Sus sexos ardían como jamás en sus vidas, y sus mentes, desconcertadas, ordenaban a sus cuerpos que estallasen de una vez, o ellas mismas explotarían. Los músculos de las debilitadas nalgas y de los agotados coños de las dos rivales se tensaron, temblorosos, en las últimas embestidas del duelo frontal que iba a terminar tras poco más de diez minutos intensos y obscenos.

La guerra de agotamiento final terminó con un orgasmo horrible en una de las actrices, que gritó al cielo nocturno su inconsolable derrota, con lágrimas y gotas de sudor saltando en todas direcciones. Su cuerpo se convulsionó, y cayó de espaldas sobre la arena, aún entrelazado con el cuerpo de su contrincante. La mujer victoriosa se hundió sobre la mujer abatida, y siguió empujando sus pelvis juntas en busca de un orgasmo que era ya una obsesión. La propia sensación caliente de los jugos vaginales de la rival provocó que la canadiense dominante estallara en un poderoso orgasmo que la hizo gritar entre lágrimas. Abrazadas, las dos hembras siguieron chillando durante un minuto, con sus cuerpos palpitando aún por el orgasmo. Del grito se pasó a los gemidos, y de éstos, a los jadeos exhaustos.

La mujer que había batido finalmente a su oponente miró abajo, a los ojos de la actriz humillada. Vio vergüenza, y deshonra, y también desolación en sus temblorosos ojos resquebrajados. Lloraba abiertamente, incapaz de asumir la derrota, una derrota que ahora sabía que había sido perdida por solamente unos pocos segundos.

Te odio –susurró, casi incapaz de poder formar las palabras.

Te odio –maldijo la vencedora a su rival por arrastrarla a un duelo tan sucio.

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