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Mi adolescencia: Capítulo 19

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Las embestidas de Edu cada vez fueron más rápidas, fuertes, violentas y agresivas. Yo noté incluso, dentro de mí, cómo le crecía un poco más el pene y como estaba a su máxima potencia. Estaba dando todo lo que tenía dentro, toda la fuerza, intensidad y entrega en cada embestida. Fue pasión y ardor en estado puro. Fue un manantial inagotable de placer y más placer, hasta el punto de que, cuando quise darme cuenta, yo también estaba moviendo mis caderas para obtener por mi misma más placer todavía. No me lo podía creer. Estaba follando por primera en mi vida. Estaba haciendo el amor por primera vez en mi vida. Estaba echando mi primer polvo. Y con Edu. Tenía que ser con Edu. Siempre había sido Edu el dueño y amo de mis pensamientos. Todo estaba coordinado y planificado desde hace años para que esto fuese una realidad. Y Allí estábamos como dos locos follando por primera vez a un ritmo endiablado, con una energía brutal y descargando toda la pasión adolescente que ambos teníamos dentro. Por fin estaba quedando saciado todo el deseo acumulado que ambos nos provocamos a lo largo de los años. 

En estos momentos de sexo sin concesiones, de sexo brutal y de querer follar hasta matarnos de éxtasis el uno al otro no pude evitar pensar en todo lo que ocurrió a los 14 y 15 años. Incluso en mis pensamientos se mezclaron imágenes de aquellas dos noches y de que incluso, a pesar de nuestra corta edad de entonces, también follábamos con el mismo ímpetu, ganas e ilusión que ahora. No sé cuánto tiempo estuvimos haciendo el amor. No sé si fueron minutos u horas. Solo sé que cada segundo fue como una hora y que yo lo disfruté muchísimo, más de lo que nunca pude haber imaginado. Allí estaba por fin consumiéndose el proceso iniciado tres años antes cuando me hice la dormida a los 14 años. El destino se estaba portando de maravilla y por fin nuestros cuerpos se fundieron en uno solo donde el calor, la pasión y la entrega se dio lugar. Fue un torrente desbocado de desenfreno y entrega total. Fue ardientemente arrebatador y sobrecogedor. Puede que todo fuese físicamente muy doloroso pero mereció la pena, vaya que sí mereció la pena. Tenía que ser así, sería una noche que ninguno de los dos olvidaría jamás. 

En un momento determinado vi a Edu ponerse pálido y compungido, como aterrado, las embestidas disminuyeron su ritmo y la palidez de Edu aumentó considerablemente. Puso tensa la espalda, respiró con dificultad, y con una cara de inmensa contención se separó bruscamente de mí como si le estuviese quemando o haciendo daño. El motivo era obvió: una décima de segundo después empezó a expulsar semen sin parar en el suelo al lado de la cama. No puedo ni decir el muchísimo semen que echó. Fue empezar y no parar. Venga a echar semen a borbotones durante al menos 40 segundos. Ahí debía haber al menos más de medio litro, era una pasada, algo inconcebible. Cuando terminó de echar todo el semen acumulado que tenía dentro se tiró encima de la cama bocarriba como si se hubiese desmayado. Estaba extasiado y exhausto. Estaba derrotado y casi no podía ni mantener los ojos abiertos. Estaba completamente ido y tuvo que cerrar los ojos hasta que consiguió que su respiración volviese a unas pulsaciones normales. Tenía el pene totalmente ensangrentado y eso me hizo mirarme enseguida mi entrepierna para confirmar que era producto de estar desvirgada. Estaba yo sangrando aunque no en gran cantidad, solo un poco, y como aún tenía puestas las braguitas pues no manchaba casi nada. Miré a Edu de forma cariñosa y dulce. Estaba agotada pero feliz. Por fin el gran día había llegado, a mis 17 años, 2 meses y 3 días había perdido mi virginidad con la persona a la que siempre anhelé y desee. No podía estar más satisfecha, complacida y feliz.

En este estado de dicha y extenuación era lógico que ambos nos quedásemos dormidos tras tantas emociones y experiencias. No sé cuándo dormí. Cuando me desperté eran casi las 11 de la noche y Edu se encontraba a mi lado completamente dormido. Me sentía rara. Me sentía extraña. Como si tuviese resaca de todo lo que había pasado y que todavía no lo había asimilado. Las imágenes se agolpaban en mi cabeza y no me daba tiempo a procesarlas todas. De repente, al verme desnuda, sentí pudor y me levanté. Empecé a recoger por todo el chalet la ropa, tanto mía como de Edu, que habíamos ido tirando cuando nos dejamos llevar por la lujuria y la pasión adolescente. Me vestí. No quería despertarle. Me gustaba verle desnudo dormir. Era tan mono y tan dulce que era una gozada contemplarle. Dejé que descansará unos minutos más. Al final, decidí ser responsable (pues al día siguiente había clase y teníamos que irnos ya antes de que mis padres se preocuparan) y le desperté. Su despertar fue algo brusco, como desorientado y aturdido, pero al verme sonrió y me besó en los labios. Al verme ya vestida bromeó diciendo: “Pero ¿por qué te has vestido? Ahora que me apetecía echar otro”. Ambos reímos por la ocurrencia. ¿O acaso no era una ocurrencia? 

A la vuelta a casa en coche vinimos los dos muy callados y pensativos. De vez en cuando soltaba una mano del volante y me acariciaba la mano o la pierna. Todo muy tierno. Con mucha delicadeza y encanto. Enseguida llegamos. Es curioso como los kilómetros hasta el chalet a veces se hacía demasiado rápido y otros demasiado cortos. La despedida fue algo tenue. Ambos estábamos muy cansados y solo nos despedimos con un simple beso en los labios. Me dijo: “Mañana ya hablamos, ¿vale?”. Yo en plan condescendiente asentí y entré en casa. Me pegué una ducha rápida que me ayudo a higienizar tanto mi cuerpo como mi mente. No podía ni quería asumir ni asimilar todo lo que había ocurrido aquel histórico día. Ya tendría tiempo los siguientes días para irlo procesando todo y ser consciente de que había perdido mi virginidad por fin. Y que la había perdido solo con la persona que podía perderla. La persona a la que iba destinaba mi virginidad desde los 14 años. Me sentí más madura y adulta que nunca. Me sentí reconfortaba, satisfecha y muy complacida de cómo se habían desarrollado los acontecimientos. Nunca planifiqué llegar tan lejos en nuestra primera cita oficial (si es que a esto se le podía llegar cita), pero no me arrepentía de todo lo que había pasado. Esa noche no creo que ni tardase 2 segundos en dormirme. 

El día siguiente mejor no haber ido a clase, pues de nada me sirvió, ya que no pude atender ni 10 segundos seguidos. Estaba totalmente ida, embobada, atolondrada y sumida en mis pensamientos. Los hechos del día anterior se repetían machaconamente una y otra vez en mi mente. Los volvía a vivir y a disfrutar en mi cabeza. No era capaz de asimilar, procesar y entender todo lo que aconteció el día anterior. Era una pasada. Algo brutal y difícil de digerir. Todavía no era consciente que mi sueño obsesión se había hecho realidad y que lo culminamos magistralmente haciendo el amor. Mejor no podía haber sido. Todo salió redondo. Mi cuerpo me pedía el contárselo a mis amigas. Lo necesitaba. Pero siempre he protegido mi vida íntima y personal con un celo impresionante, con una privacidad absoluta y con un secretismo total. Cierto que esto era tan importante que merecía la pena contarse, pues es algo que solo pasa una vez en la vida y había que contarlo de manera espectacular. Por lo que fantasee imaginándome mil maneras distintas de contárselo y mil situaciones distintas donde contárselo.

De repente recapacité, no debía contarlo hasta que Edu cortase con Graciela, eso le haría mucho daño y yo no quería eso. No quería dañarla por nada en el mundo. Probablemente a esas horas ya quizás Edu hubiera hablado con Graciela y habrían cortado, pero no quería hacerlo hasta que tuviese la confirmación. Todos estos pensamientos me generaron mucha ansiedad, muchísima, pero debía contener y controlar mis emociones y seguir manteniéndolo en secreto unas horas más. Era ciertamente un notición para la pandilla, iba a ser la noticia del siglo y una sorpresa mayúscula para todo el mundo. Pues mi interés público por Edu siempre fue nulo e indiferente, y que ahora hubiese pasado todo esto seguro que descolocaría a más de uno y a más de una. Iba a ser un bombazo y la expectación por contarlo me generaba incluso aún más ansiedad. Pero si todo esto me generaba nervios y ansiedad no fue nada comparado con el nivel de agitación que me producirían las siguientes horas. 

¿Y por qué dicha agitación? Pues porque empezó a mosquearme que fueran pasando las horas y no recibiese ni un simple SMS de Edu. Era rarísimo. Era algo muy extraño. Tampoco quería yo meterle prisa ni llamarle pues a lo mejor justo en ese momento estaba cortando con Graciela, pero mi impaciencia me estaba quebrando los nervios. A las 9 de la noche ya no pude esperar más. Estaba sumamente mosqueada y enervada, quería saber qué pasaba. Joder, era para estar agitada, apenas 24 horas estábamos los dos perdiendo la virginidad de forma maravillosa y ahora no tenía ni una sola noticia de él. Por lo que le llamé al móvil y la respuesta no es que tranquilizase mucho. Pues me contestó solo con monosílabos como dando a entender que en ese momento no podía hablar. Me dijo: “Luego te llamo, ¿vale?” y antes de que le respondiera ya me había colgado. Aunque seguía igual de disgustada y frustrada lo cierto es que me tranquilizó un poco ese “luego te llamo”. Por lo que esperé. Y esperé y esperé. Hasta que dieron las 10,30 y le volví a llamar. Me lo cogió enseguida y me dijo: “Sí, es que ahora no puedo hablar, estoy liado, ya te llamo ya mañana, ¿vale?”. Condescendientemente le dije que sí. ¿Por qué no podría hablar en ese momento? ¿Estaría cortando con Graciela justo en ese momento? Me obligué a no pensar más en ello y seguir intentando asimilar y racionalizar todo lo que había ocurrido en mi vida en los dos últimos días. 

No es que Edu se diese mucha prisa en saciar mi curiosidad, pues hasta las 7 de la tarde del día siguiente no me llamó para quedar. Quedamos a las 8 y fuimos al bar enfrente de mi casa. Y, desde un primer momento, me olí algo raro al ver su cara y su expresión. Enseguida salí de dudas, pues fue honesto y sincero desde el primer momento. De forma muy resumida me vino a contar que no había encontrado el modo suave de decírselo a Graciela y que necesitaba más tiempo, que iba a cortar con ella y que solo quería estar conmigo, pero que necesitaba más tiempo para reorganizar sus ideas y hacerlo de tal manera que no la hiciera daño. Edu no se daba cuenta que, mientras evitaba hacer daño a ella, me lo estaba haciendo a mí. Pues de solo pensar en un simple beso en la boca entre ellos ya me carcomía el alma. Antes del domingo hubiera soportado cualquier gesto cariñoso o amoroso entre ellos, pero ya no podía, esto tenía que acabar cuanto antes. Mi cara debía ser todo un poema de frustración y decepción. Me sentí como una estúpida y hasta me arrepentía de haberle demostrado a Edu tan efusivamente lo importante que siempre fue para mí. Viendo mi consternación y disgusto me aseguró: “Te juro que durante el finde cortaré con ella. Este mismo finde ya estaremos juntos. Te lo juro”. Uff, eso fue como una losa para mí, para el fin de semana quedaban muchísimos días y la expectación hasta entonces se haría muy pesada y agobiante.

Por lo que me impuse disciplina a mi misma, me obligué a no pensar en ello hasta el finde y me dediqué a concentrarme y centrarme en los estudios que los tenía muy descuidados tras los apasionantes acontecimientos de los últimos días. Al fin y al cabo siempre he sido una estudiante excelente y no iba a dejar de serlo porque el tema de Edu me tuviese totalmente nublada la mente. Los días de la semana fueron pasando de forma lenta y desesperante. Es más de una ocasión me dio un vuelco al corazón cuando sonaba mi móvil o recibía algún SMS. Pero ninguna de las veces era Edu. Estaba claro que hasta el fin de semana no habría respuesta y que me tocaba esperar. Por tanto, una vez más, me conciencié en no pensar en estas cosas y esperar a que los acontecimientos del fin de semana se desarrollasen. 

Y, ciertamente, no es que empezase muy bien dicho fin de semana. Pues el viernes no salió Edu. Yo, de forma sutil e indiferente, pregunté a la gente el motivo de porqué no salía y la respuesta era bien sencilla: se había ido al cine con Graciela. Eso me olía mal. Me olía francamente mal. ¿Si vas a cortar con una persona vas a perder el tiempo yendo al cine y demorar más aún el asunto? Debía ser el primer viernes que no salía Edu en toda la historia y justamente tiene que ser este viernes decisivo donde por fin se iban a dar respuestas a todas las cuestiones. Me sentí ridícula. Me sentí en cierta manera con el orgullo herido y bastante frustrada. ¿No tenía tantísimas ganas de estar conmigo y así saciar nuestra mutua querencia y deseo del uno por el otro? ¿Es que lo del domingo no fue una prueba definitiva de lo serio que iba nuestro asunto? ¿Es que perder los dos la virginidad no fue un acontecimiento tan brutal, importante y seminal para que fuese un punto de inflexión en nuestras vidas? Pues parecía que para el señorito sí que no lo fue. Me sentí tan tonta. Yo aquí comiéndome la cabeza de esa manera y él mientras disfrutando de su novia en el cine. Ver para creer. 

Mis sospechas se confirmaron al día siguiente cuando los vi bien juntitos y felices en el botellón. Yo no quise entrar a trapo y presionarle, quería que lo hiciese a su ritmo y a su manera, pero no iba a consentir que me tomara más el pelo. Me limité a echar insidiosas miradas que él esquivó como si fueran dardos. Me esquivó toda la noche. Y eso aumentó mi crispación y mi cabreo. ¿Es que acaso lo del domingo fue solo para conseguir echar un simple polvo y ya está? No lo creía. Pues le ví completamente colado, entregado, apasionado y feliz junto a mí. Sin embargo la explicación era mucho más sencilla y en breve iba a conocerla. A la primera oportunidad que tuve de poder hablar en la intimidad me acerqué a él y le pedí explicaciones. Él me miró con ojos de ternero degollado y con una inseguridad total en su forma de hablar. Le noté torpe, confundido, descolocado, temeroso y sumamente nervioso por esta situación que le desbordaba. Yo se lo simplifiqué en una sola frase: “¿Pero cuál es el problema?” a lo que respondió como avergonzado: “Es que no sé cómo hacerlo. No sé como no hacerla daño. No sé cómo afrontarlo”. En esos momentos lo vi más claro que nunca. Edu, a pesar de sus 18 años, era un inmaduro absoluto y un cobarde que no sabía ni quería enfrentarse a los problemas. Esquivaba las responsabilidades como un niño pequeño y solo quería huir del problema y que no se le complicase la vida.

Al descubrir, por fin, la penosa personalidad cobarde e inmadura de Edu se me vino el mito abajo. Pensé: “¿Y este tío es la persona por la que me he obsesionado y que tanto me ha fascinado durante tantos años?” ¿Este niñato es el gran Edu al que subconscientemente tanto he idolatrado siempre?”. Sentí vergüenza de mi misma. Hasta ese momento no reparé que no conocía realmente a Edu. Que había creado en mi mente a un tipo de persona que realmente no existía y que, aparte de su belleza física, no tenía nada de interés como persona. Un niñato total. Cierto que yo con 17 años tampoco es que fuera un cúmulo de madurez, seriedad y sensatez, pero al lado suyo me sentí infinitamente más madura y superior. Lo vi como un niñato pequeño que no sabe afrontar los problemas y que no tenía los suficientes huevos para tomar decisiones de adulto. Mi frustración dio lugar a asco, y ese asco pasó a ser repulsión. Le miré a los ojos con despreció y le solté con puro veneno: “Allá tú. Tú sabrás lo que haces con tu miserable vida. Porque eso tenlo siempre claro, será miserable hasta que te mueras como no cambies esa corbadía que te caracteriza”. Y me alejé con la mayor dignidad posible de su lado. 

No quería volver a saber nada de él. No quería. Sé que me darían en el futuro bajones y muchas tentaciones de intentar nuevos affaires entre nosotros, aunque solo fuesen para saciarnos sexualmente el uno del otro, pero también sabía que mi orgullo jamás me permitiría darle ese gustazo. Pretendientes nunca me faltarían, eso estaba claro, y sabía que poco a poco la obsesión por Edu iría mermando y calmándose, hasta que llegase un día en que desaparecería del todo. Ese sábado me sentí tan triste, cansada y agobiada por todo que no quise ni seguir de marcha. Me sentía más madura que nunca. Notaba como si al perder la virginidad el domingo anterior me hubiese ayudado a madurar y crecer mucho más rápidamente. Por lo que con gran entereza asumí lo imbécil y niñato que era Edu y me obligué a no pensar más en ello. Por supuesto que mi corazón tendría en el futuro muchas recaídas, eso era normal y comprensible, pero dejándome llevar por la cabeza y por el sentido común no dejaría que todo esto me aplatanase tanto que no volviera a reponerme. Eso jamás. Edu pasaba a la historia por fin. La historia con Edu estaba a punto de ser finiquitada para siempre. Desde cierto punto de vista era una pena inmensa que se acabase justo en el momento que empezó de forma tan espléndida, pero la vida está llena de estas inevitables mierdas. 

Lo peor de todo es que el camino no iba a ser fácil. O, más concretamente, el propio Edu no me lo iba a poner fácil. Pues durante todos los fines de semana del mes de Mayo me estuvo lanzando miradas que no sabía cómo interpretar. En sus miradas no sé si quería realmente estar conmigo pero era tan débil de carácter que no quería cortar con Graciela o, por el contrario, simplemente le atraía un simple deseo sexual por querer repetir lo de aquel domingo. Fuera lo que fuera, tenía muy claro que nada se volvería a repetir y que ya me había hecho el suficiente daño por su inmadurez y niñatez cómo para seguir dándole oportunidades.

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