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Cinco animadoras para un mal partido _ cap. 17

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----- CAPÍTULO 17 -----

 

Al día siguiente, sábado por la mañana, Marta iba a ir de compras con Ana. Me dijo de acompañarlas pero le dije que no. Insistía, pero yo quería hacer un poco de ejercicio, y de limpieza. Me preguntó si estaría bien y le dije que tranquila, que confiara en mí.

Ella y Ana no volvieron hasta el anochecer; aunque Marta me llamó por teléfono cuando estaban almorzando.

Mari se había ido el viernes a su casa a pasar el fin de semana, pero nos había dejado hechas unas croquetas (que Marta y yo no vimos hasta después de haber encargado la pizza, así que las dejamos para el día siguiente).

Ioana tenía que hacer un mandado y Gloria-chan estaba resfriada (viniendo el verano, anda que…), y estaba sin salir de su cuarto. Fui a ver si quería que le trajera algo calentito, pero al entreabrir la puerta de su habitación la vi durmiendo y decidí no molestarla. Así que me bajé a hacer ejercicio, poco a poco sin esforzarme en exceso, y así empleé la mañana.

 

Casi a la hora de comer llegó Ioana, y nos pusimos a comer las croquetas de Mari Carmen sentados en el sofá.

—¿Nene estás mejor? —me preguntó con una mirada tierna.

—Sí… Gracias —le contesté con una media sonrisa—. Supongo que debería pedir perdón por mi comportamiento…

—No, no, no… Tú taranquilo —dijo cogiéndome por un brazo y dándome un beso en la mejilla—. Yo quiero que tú estés bien Adirian, es lo importante.

—Ya… gracias.

—Tienes una sonrisa muy bonita —alegaba con su acento, sin pronunciar la erre con fuerza.

—Qué va… Cuando sonrío se rompen los espejos.

—Jajaja ¡venga!

—Que sí, mira —le dije señalando a la pantalla de plasma enfrente nuestra, colgada del pasillo.

Ella se rió echándose sobre mis hombros.

—Eso no la hecho tu sonrisa, sino tú con los punios.

—Bueno, el caso es que me la he cargado…

—Bah, para lo que hay que ver en la tele.

 

Tras comer poca cosa (tampoco apetecía mucho, pues apretaba el calor esos días), la pequeñaja rumana se echó hacia atrás en el sofá, estirando los brazos. Luego se quedó mirándome con una sonrisa.

No me daba cuenta, pero las cosas habían cambiado. Poco a poco, casi sin percibirlo, las confianzas entre las chicas y yo habían aumentado. No por algo en concreto, pero lo noté con el tiempo. Iban más desinhibidas, se me acercaban más, hablaban conmigo de forma más… «cercana». No sé, supongo que el hecho de que la pareja de tu casero se haya esfumado del castillo alivia un poco la convivencia, para todos.

Pero como digo, por entonces no me daba mucha cuenta, y no me pareció tan raro que Ioana comenzara a darme golpecitos con un dedo en el costado, mientras se reía. Al rato se levantó, se puso entre mis piernas delante de mí con los brazos en jarra, mientras yo la miraba ahí sentadito en el sofá, tan cerca. Como tenía el ombligo al aire, con los tops esos que llevan las chicas, me quedé mirando hacia esa zona. En verdad es que estaba en esos momentos de relajación después de comer, y tras una mañana de ejercicio (muy liviano, pero significativo teniendo en cuenta la noche con Marta).

—Tú y io tenemos algo pendiente, ¿no? —me dijo sonriendo y entrecerrando los ojos.

Yo estaba embobado, y lo único que se me pasó por la mente en ese momento, teniendo a esa pequeñaja belleza del este de pie, entre mis piernas, era en lo mucho que disfrutaría si ahora cogía y se me montaba encima y me cabalgaba. Pero lógicamente, por ahí no iban los tiros…

—Me debes un masaje, ¿no te acuerdas?

—Ah… eh, claro. Sí… sí… Es verdad —dije saliendo del hechizo.

Seguimos ahí quietos, sin decir ni hacer nada; como esos momentos en los que, no te das cuenta, pero una de las partes en tablas espera que el otro inicie la siguiente partida. Dándome un golpecito en el hombro me empujó hacia atrás en el sofá, riéndose.

—Bueno, primero voy a darme una ducha —dije lo primero que me salió.

—Vale, io también voy a dusharme —respondió alegre arrugando su naricilla.

 

Cuando salí de mi habitación con las cosas dispuesto a darme una ducha me encontré con ella que entraba en el cuarto de baño de la 2ª planta; se había bajado con sus cosas para darse la ducha ahí.

—Ah, primero las damas —me dijo guiñándome un ojo—. Después entra el cabaiero.

Mientras, me senté en el sofá y puse la tele; con un lado de la pantalla mostrando un arcoíris de colores, pero al menos se oía. Puse mis cosas sobre la mesita, y rebuscando vi que no había cogido la esponja. Fui a mi habitación, y al hacerlo escuché bien el ruido de la ducha… pues Ioana no había cerrado del todo la puerta. Entreabierta, podía verse la luz a través de la rendija. Escuché algunos ruidos que ella hacía, pero no en plan gemidos de placer y tal (mal pensados); más bien de quien disfruta de una ducha tibia, pero llamando la atención. Yo, idiota de mí —lo sé—, me encogí de hombros y fui a mi habitación a por mi esponja, para luego volverme al sofá.

 

Cuando salió llevaba un bikini de color verde, se acercó a mí para subir por las escaleras.

—Estaré en mi cuarto —me dijo—. No tardes.

Y me fijé en esa figurina subiendo la escalera, con su larguísima melena y sus andares. Sobra decir que podrían haberme cronometrado el tiempo que tardé en ducharme. Y luego, me subí a su cuarto para darle el masaje… como buen casero que soy…

 

Al entrar me la encontré en su cama, jugueteando con el móvil.

—¡Qué bien! Por fin recibiré mi masaje —exclamó nada más entrar.

Se levantó y encendió una varilla de incienso. Luego me dio un bote de crema hidratante de aloe vera, volvió a tumbarse bocabajo y me coloqué a su lado, sentado en el borde de la cama. Sin vacilación se desabrochó la parte de arriba del bikini; luego volvió su cara para sonreírme mientras yo me echaba un poco de crema en las manos.

Comencé a extenderla por su espalda con suavidad, poco a poco, y con cuidado de que no se me fuera la mano.

—Adirian, ponte encima de mí, para que estés más cómodo —me dijo con una voz tan suave y femenina que casi me engatusaba.

Me coloqué sobre ella, con mis rodillas a los lados de sus caderas, y con cuidado de no posicionar mi paquete sobre su culito.

Seguí pasando mis manos por su espalda, luego fui subiendo poco a poco hacia los omoplatos, recordando los masajes que antaño me daba mi exnovia (la primera). Ella se dejaba hacer y gemía levemente cuando me entretenía sobre alguna zona apretando con firmeza, pero suavemente, para masajearla. Luego volvía poco a poco a ir bajando hacia la espalda, a veces apretando con suavidad, otras sólo acariciando la piel.

No pude evitar fijarme en su cuerpo, tan fino, tan delicado… Más moreno que ninguna de las chicas; su dueña, la más canija de todas. Bueno, como dice el dicho «los mejores perfumes se guardan en frascos pequeños». Y me fijé en su larga melena negra, a un lado, mientras subía de nuevo mis manos por sus caderas. Sin duda Ioana era la más femenina de todas las mujeres de la casa; sin pretender decir que las demás no fueran femeninas (incluso Marta tenía sus puntos; aquella noche sin duda me había sorprendido).

 

Así estaba yo, absorto en mis pensamientos, con el fragante olor del incienso flotando en el aire, cuando sin querer rocé los laterales de su cuerpecito, por donde sus pechos. Ella dio un respingo, y yo ante el suceso no pude más que disculparme.

—Pe… perdón.

—Aah… —susurró ella, muy suavemente—. No pasa nada nene…

Me alegré de que no me echase la bronca y proseguí a mi labor, pero pareciendo que yo estaba «perdido» ella prosiguió nada más volví a dirigir mis manos a la parte baja de su espalda.

—Me está encantando el masaje que me das Adirian… —suspiraba—. Sigue… no sólo por la espalda nene… Los lados también…

Tragué saliva, y dirigí mis manos hacia los lados de su cuerpo, estando ahora por sus caderas. Y tratando de que no fuese a notar el bulto que tenía dentro de mis calzonas.

—Más ariba —decía con su dulce voz frágilmente, mientras yo oía cómo temblaba su respiración.

Así que subí más las manos por los laterales de su cuerpecito, hasta estar donde sus pechos. Ella, con sus brazos juntos y la cabeza entre ellos, hizo ademán de incorporarse arqueándose levemente, muy leve. Mis manos se metieron entonces bajo su cuerpo, sobre sus pechos. Ella gimió y sólo dijo, de forma melosa y dándome pie a seguir: «Me encanta…».

Así que empecé a masajearle esos pechitos tan pequeños que tenía la niña; más pequeños que los del resto de chicas, pero pertenecientes a la más femenina de todas, y una verdadera belleza del este.

—Aaah… —gimió encogiendo su cabeza cuando empecé a pellizcarle ambos pezones con dulzura.

Ella se incorporó un poco más, arqueó más la espalda buscando con su culito rozar mi entrepierna. Yo acerqué mi cara a la suya, y así, de espaldas, se revolvió y me besó mientras la levantaba atrayéndola hacia mí.

Seguí pellizcándole los pezones mientras ella llevaba sus manos hacia atrás, hacia dentro de mi ropa. Me dirigí a morderle el cuello, como haría un vampiro con su víctima siendo tan buen ejemplar de mujer, y mientras succionaba, ella cerraba los ojos y buscaba respirar.

Entonces se levantó de golpe, sacándome un poco del cuento, se fue a uno de sus cajones y tras dar con un preservativo me lo lanzó. Yo sonreí, me limpie un poco las manos de la crema hidratante con un pañuelo, luego me desvestí y fui a ponerme el condón mientras ella observaba rozándose con sus dedos su sexo, fuera de la tela del bikini…

—Espera, nene… —dijo la niña gateando a cuatro patas desde la camita hasta mí.

Empezó a lamerme el capullo en círculos, a chupar con ganas mientras con la otra mano se apartaba sus largos cabellos. Tras unas buenas lamidas luego subió.

—¿Te gusta, nene? —me dijo mordiéndose los labios, con esos ojos de hechicera.

—Sí… —dije dándole un beso, metiéndole la lengua hasta el fondo, y luego echándola hacia atrás sobre la cama.

Me puse el condón mientras ella se quitaba la prenda que le quedaba. Yo contemplé sus pequeños pechos, con una pequeña areola morena en cada uno, y su coñito… totalmente depilado y con una rajita muy pequeñita.

 

Ella sólo gimió, mientras nos besábamos y le introducía mi miembro poco a poco en su coño. Me abrazó llevando sus manos a mi espalda, atrayéndome hacia sí para que no me detuviera en mi movimiento, y poco a poco, apretando suavemente el ritmo, fui metiendo y sacando mi polla de ella.

—Así… nene… aaah… Dame, nene… —eran las únicas palabras que salían de sus labios de caramelo.

—¿Te gusta? —dije apretando los dientes, sacando al macho que llevo dentro.

—Síiiii… Adirian… nene… dame… dame… dame… —y seguí dándole, cada vez más y más dentro—. Nenee… aah… te… ¿te gusta… mi coñito?

—Dios, me encanta… Ioana…

Joder… el cómo sonaba la palabra «coñito» con su característico acento y esa voz tan sensual era motivación más que de sobra para alcanzar altas temperaturas y apretar el ritmo.

Y eso hice, apreté cada vez más el rimo, mientras la pequeña rumana, debajo de mí y con las piernas abiertas y algo levantadas se dejaba taladrar por mi polla, hasta que no pudo más y noté su orgasmo cuando dio, en vez de un grito, un gemido intenso, fuerte y prolongado… mientras temblaba como electrizada por ello. Yo exploté llenando el condón a tope mientras ella dio ese gemido.

 

Nos quedamos abrazados un buen tiempo, mientras ella recuperaba el aliento.

Luego me hizo un lado y me coloqué junto a ella en la cama. Estuvo sobre mi pecho dándome besos, mirándome a los ojos un tiempo. Luego se puso de lado dándome la espalda, apretándose hacia mí, mientras cogía mi brazo y lo pasaba rodeándola.

Yo, no pudiendo estarme quieto, al rato bajé mi mano hacia su coñito, para recorrer su suave pubis con mis dedos, haciéndola cosquillitas. Se dejó hacer mientras se reía... Pero no fueron risas sino gemidos lo que salió de su boca cuando sin previo aviso le metí dos dedos de golpe a la vez que le acariciaba con el pulgar el clítoris.

No me detuve para nada, más aún cuando me dijo, jadeante, que siguiera. Al poco volvió a tener un orgasmo, dejándome los dedos bien pringados. La niña no tardó en cogerme la mano y subirla para lamer mis dedos empapados de sus jugos.

Luego nos quedamos así, abrazados, hasta que ella se quedó dormida. Yo la contemplé un rato.

 

 

Después, por la tarde, cuando se había ido el sol, estaba en la tumbona de la terraza cuando pensé una cosa. Me dirigí hacia la habitación de Sara, esa que aún conservaba en la puerta de entrada la cicatriz que recibió cuando estampé en ella su bajo. Mi bajo. Da igual… La abrí y fui directo hacia la estantería a coger el ejemplar de mi primera novela que le había regalado a quien fuera mi alegre y amante lectora. Luego cogí el gorro ruso del suelo. Después, sobre la cama, el anillo de oro blanco antaño mi primer regalo de cumpleaños hacia ella; con la fecha endiablada del día en que Sara había entrado a vivir aquí.

De la cocina cogí una de las dos ollas, y de uno de los pufs saqué un par de botellas. Cogí entonces de mi habitación el libro que me regaló Sara por mi último cumpleaños, además de mi pipa, cerillas, el pequeño aparato de música, y me dirigí a la terraza. Pero a medio camino volví, pues se me olvidaba lo principal para lo que tenía pensado ir a mi habitación: las braguitas que guardaba de Sara del día que la hice mía.

Coloqué la olla sobre el suelo de gres de la terraza, acerqué la tumbona para sentarme, metí el puto gorro dentro, las bragas y fui vaciando las dos botellas de alcohol; que se empaparan bien. Luego prendí mi pipa, y lancé la misma cerilla a la olla.

—Buena fogata, sí señor —sentencié con la pipa entre los dientes.

Y la fui alimentando con las páginas de los dos libros mientras escuchaba «El carro de la vida», de Sinkope & Kutxi Romero.

 

Pensé en meter el anillo, pero ¿y si no se derretía? Quería deshacerme de él y empecé a pensar formas mientras jugaba con él entre mis dedos.

Podría venderlo en algún lado, no sé, una joyería, un Compro Oro de esos tan abundantes (y timadores)… Pero correría el riesgo de que el anillo acabase en otro dedo, sin la inscripción, pero en otro dedo. Y yo quería que desapareciera, que fuera destruido. Quería ser el puto hobbit que lo arrojara al abismo de fuego y rompiera así la maldición. Pero sólo tenía una puñetera fogata que echaba algo de humo y apestaba por el gorro de los cojones.

Podría arrojarlo al Manzanares, total… Pero allí se iría oxidando poco a poco, con el paso del tiempo, como alargando el tormento por algo que no termina de salir de mi vida; una astilla que se deja olvidada.

 

Cuando lo tenía decidido me levanté, con la pipa en mi boca me dirigí al baño, levanté la tapa del retrete y lo solté, como hiciera Marta con el colgante días atrás.

—A tomar por culo, Popeye el marino soy —apreté el botón de la cisterna y soplé a través de la pipa.

Así al menos tendría que olvidarme sí o sí del objeto, porque no tendría ni puñetera idea de a dónde podría haber ido a parar. Pero donde fuera seguro que era lejos y rodeado de mierda.

 

Cuando el gorro se había consumido por completo junto a la prenda interior y la cubierta final de ambos libros y el alcohol, y para evitar accidentes mayores, le eché agua hasta que se consumieron las llamas que quedaban. Luego colgué un papel en el frigorífico sujetado por un imán: «Falta una olla, lo sé. Ya compraré otra», y bajé a tirarla al contenedor. No iba a quedarme ni con la olla, no fuera a preparar algún día unos espaguetis y estuviera acordándome del gorro de los cojones…

 

Cuando subía me encontré con Julia en el rellano, se vino y me dio un abrazo animada y alegre.

—Oye mi niño, ¿estás mejor?

—Sí, Julia… Gracias —le respondí sonriente— Me siento mucho mejor.

—Me alegro mucho, ven anda. Si es que no merece la pena que estés así por una tonta. ¡Ella se lo pierde! —me hizo reír— Anda, pasa y te tomas algo.

—No, es que…

—¿Cómo que no? ¡Anda, pasa! ?me soltó sonriente y con fingida indignación.

—No, es que tengo una inquilina mala —ella echó para atrás la cabeza arqueando las cejas y luego dijo dándome un codazo:

—Uyyyy, con que malita, ¿no? Sí, sí… En la cama, ¿ah?

—No, de verdad —le expliqué riéndome; y es que si fuera viernes noches no se equivocaría—. Gloria está mala, resfriada me parece, y voy a ver si le preparo algo.

—¿La de las coletas? ?preguntaba refiriéndose a la otaku y su característica más llamativa en ella; aparte del tetamen, claro.

—Sí, esa.

—Bueno… Anda, guapetón, ya te veo —y se metió en su casa mientras yo me empecé a fijar en el culo de esa señora y pensaba: «Hum, no estaría mal…».

Admito que igual me estaba desbocando un poco.

 

Subí y fui a la 3ª planta. Por el pasillo me encontré a Ioana que volvía del servicio, descalza y en braguitas blancas, correteando. Se acercó hacia mí, me dio un beso en la mejilla, un cachete en el culo, y con las mismas siguió hacia su habitación. Me regaló una sonrisa antes de cerrar la puerta; yo simplemente me reía.

Abrí la puerta de Gloria y entré, para vérmela aún en la cama. Se movió para mirarme y yo me senté en el borde del colchón.

—Qué pasa pequeña friki, ¿cómo estás?

—Toy malita —dijo haciendo pucheros. Yo me fijé en los ojos tan bonitos que tenía, y que ahora sin sus gafas me fijé bien en que eran azules, como los míos.

Aparté su pelo negro de la cara y la acaricié, mientras le susurraba que tenía unos ojos muy bonitos y ella me correspondía con una sonrisa.

—No has comido nada, ¿a que no?

—Nou… Llevo todo el día aquí. No tengo hambre.

—Pues tienes que comer. Creo que han quedado algunas croquetas…

—Que nooo, joooo —seguía haciendo pucheros, como una niña chica.

—¡Que las ha hecho Mari! —le dije apretando los dientes y agudizando la voz mientras le hacía cosquillas.

—Jo… Bueno. Luego, ¿vale?

—Vale… ¿Te preparo una infusión o algo?

—No, gracias.

Y cuando me levanté para irme, poniendo cara de pillina apenada me suelta:

—Gracias por cuidarme.

—¡Muack! —hice sonar cuando me agaché y le di un beso en la frente—. Con mucho placer lo hago —y volví a hacerle algunas cosquillas, esta vez mientras la besuqueaba en la cara.

—Ayy, quita —me decía sin ir muy en serio—. Que te vas a contagiar.

—Me da igual —y le solté otro beso en la frente. Ella me miró.

—¿Me cuidas? —preguntó acariciándome la mano tiernamente.

—Claro.

Y me introduje en la cama con ella.

Pegó su cuerpo a mí y me abrazó. Yo pasé mi brazo tras su cabeza y le acariciaba el pelo. Dirigí la mano derecha a su nariz y empecé a darle toques suaves. Me encantaba cuidar de esa chiquilla y hacerle cosas. Además, alguna que otra vez me había lanzado alguna indirecta, pero a modo de cachondeo más que nada; y yo no buscaba más, porque sabía que eso podía acabar en una discusión en la que termino llamándola calientapollas y ella me llama de todo, para acabar fuera de la casa.

Gloria-chan es de esas chicas que uno quisiera enjaular y tener para sí (por su aspecto, del cual uno puede no sólo llegar a excitarse mucho —que también— sino quedar prendado), pero que por su comportamiento no acabaría bien la cosa, pues no da mucha seguridad. Aunque estaría en el top 3 de las mujeres que más me han excitado en mi vida, no la incluiría dentro del top 20 con las que mantendría una relación seria. No se puede enjaular a un potro salvaje; sólo estar agradecido si alguna vez decide acercarse y permitir que le acaricies el lomo.

Pero en el fondo de su careta de alegría desinhibida y juguetona, percibía una gran tristeza. Algunas personas tratan de ocultarla volviéndose duros, con mal carácter; otros con la máscara del cinismo. Gloria-chan tenía su particular máscara: una de arlequín con sonrisa invertida.

Me agradaba mucho abrazarla. Y ojalá se abriera más a mí (y no hablo ahora de sus piernas).

 

Tras un rato abrazados tocaron a la puerta, era Ioana para preguntarle qué tal y cenar algo. Al pasar y encontrarme allí nos miró y con malicia dijo:

—Vaia vaia, si queréis os dejo solos.

—No seas boba —le dije entornando los ojos. Gloria se reía.

—¿Cenamos? —nos preguntó la rumana—. Ana y Marta han vuelto con una pizza.

—Esto acabará siendo Pizza House, te lo digo yo —sentenció Gloria, aunque animada, porque le encantaba la pizza.

—Ven, que te llevo a caballito.

Cogió sus gafas, la monté en mi espalda y bajamos con cuidado la escalera. Eso sí, tras el primer salto de escalón noté cómo sus tetas golpeaban mi espalda, y cuando me dijo que tuviera cuidado, se lo hice notar de broma:

—Tranqui, si tenemos un accidente tú saldrás mejor parada que yo.

—¿Por?

—Tus airbags… —dije riendo, y pendiente de no tropezar al ir bajando. Ella sonrió, se acercó más a mi oreja para que sólo la oyera yo y me dijo: «95 D».

Lo dicho, buenos airbags…

 

Ana y Marta habían puesto la pizza en la mesita, con la caja abierta y sobre el lado libre del cartón las croquetas que quedaban.

—¿Qué ha pasado con la olla? —me preguntó Marta.

—Nada, que se me ha ido —le dije de coña, mientras dejaba a Gloria en el suelo.

—Uy qué raro, a la tele le pasa algo —mencionaba Anita con sorna mientras escuchaba alguna que otra risa.

Mientras Marta cambiaba de canal comprobé cómo las grietas de la pantalla, de la hostia que le di, se extendían como una telaraña en un lado enturbiando la visión. Me senté en el sofá, entre Gloria y Ana.

—El lunes compro una tele nueva —dije alargando la mano a por un trozo de pizza.

(9,38)