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Cinco animadoras para un mal partido _ cap. 18

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----- CAPÍTULO 18 -----

 

El lunes por la tarde fui con Marta a comprar una nueva pantalla plana. Me hizo gracia que cuando el vendedor se acercó ella le dijera, cogiéndome del brazo, que éramos una joven pareja que buscábamos una nueva tele para nuestro primer piso.

 

Marta me ayudaba a colocarla (o más bien yo la ayudaba a ella), y listo, ya disponíamos otra vez de caja tonta. Mientras, Gloria-chan que ya se encontraba algo mejor, merendaba un vaso de leche caliente con miel sentadita en el sofá entretanto, haciendo de capataz, nos decía si más a un lado, si al otro, si estaba inclinada… Sólo llevaba una sudadera de esas livianas veraniegas y unas bragas.

No me di cuenta antes, pero al estar lavándome luego las manos en el grifo de la cocina observé a la gallega y a la rumana en las tumbonas de la terraza, haciendo topless las dos.

Estaba claro que algo en el ambiente había cambiado, y como era verano, las chicas solían ir algo frescas por la casa. Supongo que para ellas yo les era ya tan familiar que no les escandalizaba demasiado que las viera sin maquillar, con un pantaloncito corto y una camiseta de tirantes con alguna que otra mancha, o andando en bragas por la casa.

—¡Que se te van los ojos! —me dijo Marta dándome un capón mientras se reía.

—No, no…

—Que no, dice… —seguía riendo, y Gloria le seguía el juego.

Luego Marta fue al baño y yo me acerqué al frigorífico para coger una botella de agua fría. Mientras bebía pude ver a través de la puerta de cristal cómo Ana se preparaba ya para entrar, habiéndose puesto de pie, mirando hacia dentro, para ponerse la parte superior del bikini. Yo, a la vez que bebía, le estaba viendo las tetas… En un comienzo pensé que no se había percatado de mí, pero vi mi error cuando me miró y riéndose me sacó la lengua y se apartó la parte de arriba del bikini para dejarme echar otro vistazo; después terminó de ponérselo.

A esa distancia, tras la puerta de cristal, y mirando de lado, tampoco es que pudiera apreciar con total complacencia sus pechos; pero se me antojaban apetecibles. Ana tenía un morbo de aúpa…

 

Luego llegó Mari Carmen, que había ido a comprar unas cosas. Rápidamente me fui hacia ella y le di un abrazo y un beso en la mejilla, mientras ella me miraba sorprendida y alegre. Le ayudé con las bolsas y después, tras darse una ducha, estuvimos Gloria, Ioana, Mari y yo jugando a las cartas. Marta se fue a darse un baño relajante abajo, y Ana subió a practicar con la flauta.

 

A la hora de cenar lo hicimos juntos en el mini salón (como ya era habitual), y nos felicitaron a Marta y a mí de haber hecho una buena compra.

—Qué narices, a quien deberíais felicitar es a mí… ¡Soy yo el que la ha pagado! ?dije con fingido tono de indignación.

—Y también el que te la cargaste —mencionó Gloria por lo bajini; yo la miré frunciendo el ceño—. Ais, no me mires así… que me das miedito —decía echando el cuerpo hacia el lado opuesto.

—Además de verdad, que menuda hostia le diste a la otra —añadió Marta.

—A ver cuánto dura esta —dijo Ana entre risas—. Igual le quedan tres telediarios —concluyó haciendo que todos los presentes se rieran, salvo yo, y salvo Ioana que no entendió el chiste.

 

 

Al día siguiente por la mañana salí a dar un tranquilo paseo escuchando música. Tenía que ir poco a poco volviendo a mi rutina de ejercicios, acostumbrándome al movimiento y olvidándome de que me habían quitado un pedacito de mí (y no lo decía ya por el corazón que Sara se llevó). Así que luego al volver a casa, estuve en la bici estática un rato, pero pedaleando suave.

 

Entonces bajó Marta, poniéndose las vendas de boxeo que le di en una ocasión. Tenía el pelo recogido en una coleta, como la mayor parte del tiempo que la veía, y vestía sólo un culotte y un sujetador deportivo; quizá un exceso de confianzas en otro tiempo.

Mientras ella le daba al saco, yo pedaleaba suavemente. Trataba de corregirla de vez en cuando diciéndola cuándo debía soltar toda la fuerza en la pegada, para conseguir más con menos esfuerzo.

—Deja de quejarte… anda —decía respirando pausadamente—. Que mírate tú, nenaza, ahí no te vayas a romper… ¿En qué velocidad tienes la bici? ¿En la segunda? —lo decía para picarme, de broma… Pero lo cierto es que había acertado, y me fastidiaba.

—Se supone que no debería hacer ejercicios muy potentes tan a la ligera, sino ir poco a poco.

—Ah, ¿sí? —preguntó mientras se quitaba las vendas y se me acercaba—. Yo te vi muy bien la otra noche… —dijo bajando el tono y colocándose a mi lado; yo dejé de pedalear—. No te sentó mal el ejercicio, ¿no?

—No… —respondí sonrojándome un poco, recordando aquella noche, la segunda vez que follamos en mi cama tras despertarme.     

—¡Ven! Ponte conmigo —dijo apartándose de inmediato y haciéndome señas para que la siguiera.

Me bajé de la bici y nos pusimos a enfrentarnos juntos, como habíamos hecho alguna vez tiempo atrás (y no estando Sara), para entrenar. Le hice una llave cuando me lanzó el puño, y luego la empujé hacia atrás. Luego ella me dio una cadena de golpes (siempre buscando no darme en el abdomen), que me hicieron retroceder. Con la guardia abierta, me lanzó un puñetazo a la cara, que no esquivé y me lo hubiera comido de no haberlo detenido ella. Entonces se pegó del todo a mí, y con la otra mano me cogió el paquete con fuerza, y a mí por sorpresa.

—Ésta también deberías entrenarla, ¿no? —no me dio tiempo a responder, ni podía por el bloqueo—. ¿Soy buena entrenadora? —me preguntó con sorna, mostrándome su lengua con la boca abierta y pasando a darme un morreo sin soltar mi miembro.

—La number one —le dije entre risas cuando me zafé de su boca. En parte era cierto, pues fue la primera con la que follé tras lo de Sara… Lo de Mari Carmen, si recordáis, no llegó a «consumarse» del todo. Aunque no por ello no fue placentero, pues fue el momento más sensual y satisfactorio que tuve en ese momento, aún habiéndome follado a Marta y a Ioana.

Luego la aparté y seguimos con la peleilla. En un momento dado ella me lanzó una patada, que esquivé por el lateral y la mandé al suelo desequilibrándola sólo con el movimiento de mi cadera, pero al hacerlo me sujetó por el hombro llevándome con ella. Se revolvió y quedó sobre mí. Rápidamente se colocó a horcajadas sobre mi pecho, colocando sus rodillas en mis brazos para inmovilizarlos.

—He ganado… Sí que soy buena.

Tampoco es que me lo hubiera tomado muy en serio… Y de todos modos, disfrutaba con su victoria.

 

Se recolocó para no hacerme daño aprisionándome los bíceps y siguió en esa postura, sonriéndome con malicia.

—Te he ganado… ¿dónde está mi premio?

—¿Qué podría darte que te contentara? —pregunté mientras ella se mordía los labios.

Entonces adelantó su pelvis hasta colocarla a la altura de mi boca.

Pensé que si fueran unas bragas sería más fácil apartarlas, pero bueno… Aparté un poco el culotte con una mano y comencé a lamer el coño de mi campeona, buscando alcanzarle el clítoris.

Al poco su mano estaba jalándome de mi pelo, para que se lo comiera con más ganas (¡como si hiciera falta!). Ella gemía entre dientes cuando un ruido nos sacó de nuestro disfrute mutuo.

Alguna de las chicas andaba arriba, pero cerca; bastaría que bajase un poco por la escalera para encontrarse a su casero comiéndole el coño a una de las inquilinas (me reí pensándolo). Así que nos incorporamos y decidimos subir.

Marta subía tras de mí, mientras me tocaba el culo y metía su mano entre mis piernas.

—Lástima… —me susurró cuando llegamos a la 2ª planta.

Y ella continuó hasta arriba para darse una ducha —y tal vez masturbarse—, y yo hice lo mismo en mi planta.

 

Después me fui a mi habitación, y como el calentón no se me había quitado, se me ocurrió una cosa: el vídeo de las tetacas de Gloria-chan. Joder, ¡estaba soltero! Podía buscar en la red el vídeo y darme un gusto sin sentirme culpable. Sólo recordaba un par de palabras del título del vídeo, pero como la web me era conocida en el pasado, no fue difícil dar de nuevo con él. Qué alegría al encontrarlo…

 

Me estaba dando un homenaje con sus perfectas tetazas como hacía tiempo no me daba. Dios… qué tetas tenía la niña, joder. Enormes (y más para su figura), y realmente preciosas. Eran el ejemplo perfecto para el dicho popular de «tiran más dos tetas que dos carretas».

Bufé mientras me corría cuando entraron a la habitación y estás en ese momento de éxtasis que básicamente no puedes reaccionar. Te pillan; pero hostias el orgasmo nadie te lo quita… Y cuando pude reaccionar rápidamente me la guardé en los pantalones y pulsé y pulsé teclas en el teclado hasta que el jodido vídeo se parase, pero nada… Así que finalmente le di al botón de reiniciar el PC, mientras Gloria se reía a mis espaldas.

—Ana está cocinando… dice que si te gustan las espinacas —soltó como si tal cosa, mientras se reía.

—Me… encantan… —respondí algo sobrecogido, más por el susto que otra cosa.

—Vale… bueno… Tú a lo tuyo —me sacó la lengua y se fue entre risas.

 

Espero que no se enfadara… Aunque, ¿por qué demonios debería estar enfadada? ¡Debería estar encantada! Sentirse halagada porque tras tanto tiempo sin hacerme una gayola decidiera hacerlo disfrutando de sus grandes y hermosas tetas para correrme como nunca con una paja. Tetas de diosa, joder.

Y pensé en que, a pesar de que el karma tenía una curiosa forma de ser devuelto, mejor era que me hubiera encontrado ella, a que otra de las chicas me encontrara viendo un vídeo de Gloria mientras me pajeaba. Aunque, bueno… no salía su cara. Y creo que del piso sólo yo hubiera reconocido esas tetas (pues ya las veía por segunda vez, y esta vez con tiempo, aunque fueran en un vídeo).

En cualquier caso, me alegraba que no me hubiese pillado Mari Carmen, o Ana (¡qué hubiera pensado!) o Marta… Bueno, igual si esta me hubiera pillado hubiera entrado, cerrado la puerta, y al menos me la hubiera chupado para dejar zanjado lo de esa mañana.

 

En fin… fue un almuerzo algo incómodo con la arisca y la friki echándome miradas, una poniéndome ojos de loba y la otra aguantándose la risa.

El resto del día lo pasé escribiendo, salvo por la noche después de cenar, que me quedé con Mari Carmen y la rumana viendo una peli en el nuevo televisor.

 

 

Como era verano, no había clases de Krav Magá. Había desconectado de todo cuando mi ruptura, pero ahora, distraído de mis emociones un poco, pensaba que igual no me vendría tan mal retomarlas con el tiempo. Claro que aún no estaba listo para recibir una tunda de golpes, pero poco a poco tenía que ir volviendo a mi vida normal.

Así que a la mañana siguiente me bajé de nuevo al gimnasio, y ahí me encontraba pedaleando un poco (esta vez en la 3ª velocidad) cuando Mari Carmen bajó.

—Hola —me saludó con una sonrisa, bajando y acercándose hasta mí.

—¡Hola, rubita! —respondí alegre bajándome de la bici, yendo hacia ella y dándole un besote en la mejilla mientras hacía el bobo; ella se reía.

—¿Qué tal vas con los ejercicios?

—Bien, bien. Mira —dije colocándome en la bici de nuevo y pedaleando con prisas haciendo el tonto—, ¡soy el ciclista ese de la tele! ¡Fiuuum! —me refería a Contador.

—Jajajaja… ya te veo.

—¡Pero sin doparme!

—Sí, mejor —y siguió riendo. Luego suspiró y continuó—: Oye que… Gloria tiene que ir a una tienda a comprar una cosa, y he pensado que podrías venirte también y así os enseño un poco Madrid, ya que no sois de aquí.

—¡Genial! Me ducho y nos vamos —y me bajé de la bici y pasé a quitarme la camiseta.

—Vale —dijo ella, de pie mirándome en silencio.

Había pensado en darme un baño templadito tras moverme un poco, así que había dejado mis cosas en el baño de esa planta. Dije «ducharme», pero bueno, es igual… El caso es que me daría un agua, aunque fuese en la bañera con la alcachofa.

Así que tras quitarme la camiseta, me apoyé un segundo sobre la bici para quitarme los calcetines, mientras la madrileña seguía ahí de pie, sin decir nada.

—Bueno, ¿y a dónde tiene que ir esta?

—¿Quién?

—Gloria… —dije mirándole a los ojos, riéndome.

—Ah no… ella… Este, tiene… Está buscando un libro para el curso que viene, de cosas técnicas, y le he dicho que yo sé de una librería que tienen libros de universidad y demás.

—Aam… ¿Y para qué lo quiere ya?

—Para ir echándole un vistazo dice… Esta chica…

—Bueno —y procedí a quitarme las calzonas y quedarme en bóxers—, a ver si así nos encuentra cuanto antes un nuevo planeta habitable… —Mari no perdía detalle—. Porque este está hecho mistos.

Y procedí a entrar al cuarto de baño, pero antes de entrar me volteé a mirarla, y seguía ahí, con la mirada apuntando bajo, subiéndola cuando la sorprendí y con una sonrisa me metí al baño.

No me había quedado en bóxers delante de ella a conciencia, pues lo cierto es que no me daba cuenta. Supongo que las confianzas a las que estábamos llegando los inquilinos, y el que me dirigía a la ducha, lo propiciaron. Pero lo cierto es que al entrar me alegré de que Mari hubiera dirigido sus miradas hacia mí; siempre es halagador.

 

Pasamos todo el santo día pateando Madrid. Me gusta pasear, no lo niego, pero tener que hacerlo entre las abarrotadas calles de Madrid, con el sol pegando… no es santo de mi devoción. Aunque lógicamente siendo gaditano tampoco me era para tanto… pero siempre he detestado el calor. Soy más de inviernos, sobre todo si son en el sur, donde llover, llueve poco.

El caso es que como Gloria-chan se quejaba más que nadie (yo no lo hacía, porque me agradaba que Mari hubiera contado conmigo para dar el voltio), hicimos varias paradas en un bar, en otro, etc. Al final comimos de tapas de un lado a otro, y la verdad es que nos lo pasamos bien, mientras la otaku nos trataba de explicar los motivos apasionantes para estudiar una carrera como la suya.

 

Cuando volvimos a casa serían como las cuatro o así. Gloria se fue a engancharse a uno de los videojuegos online que tanto jugaba, Mari fue a darse un baño y yo me metí en mi cuarto con una botella de agua fresca recién sacada de la nevera, y me puse ropa cómoda.

Cogí el libro que me había regalado Ioana cuando estuve en el hospital, y ya más animado me dispuse a leerlo disfrutando de su lectura. No había pasado mucho desde que llegáramos, así que cuando llamaron a mi puerta y dije que entrara supuse que sería la rubita. Pero no, era Ioana.

—¡Mira! Pero si está leiendo mi libro —me dijo pasando y sentándose en la cama.

—Claro, pitufa. Si interesante está —dije sonriendo mientras lamía la punta del dedo índice y pasaba de página.

—Me alegra que te guste.

—Claro que me gusta. Además, me lo has regalado tú —y le guiñe un ojo.

Se tumbó junto a mí, y yo me eché hacia la pared. Colocó su cabeza sobre mi pecho, mirando y leyendo el título del nuevo capítulo en el que estaba; luego me miró y me sonrió.

No sé cómo, pero acabamos besándonos.

 

Seguíamos jugando con nuestras lenguas cuando traté de dejar el libro a un lado y llevar algo de acción hacia su cintura, cuando se detuvo.

—No sueltes el libro. Tú sigue leiendo… —me dijo susurrando, con esa mirada del este tan mágica.

—Eh… vaaaale —y retomé el libro, sin ponerme a leer en serio.

Ella se deslizó poco a poco hacia abajo, acariciándome sobre la ropa. Luego me fue sacando poco a poco toda prenda de cintura para abajo. Yo me acomodé abriendo un poco las piernas mientras pensaba: «Bueno, he almorzado, pero faltaba el postre; y sin duda esto es mejor que el cafelito de después».

—No sueltes el libro, nene —insistió pícaramente—. ¿Te gusta el libro? —preguntó, aunque su verdadero interés iba por otros derroteros.

—Mucho…

—Te gusta… ¿esto? —y nada más acabar de preguntar se introdujo mi miembro en su boquita, comenzando a chupar con dulzura, moviendo su lengua en círculos.

—Joder… sí.

Me eché hacia atrás, dejando el libro sobre mi pecho, sólo para que ella me reprendiera al darse cuenta. Paró de chupármela, y mientras con una mano me masajeaba los huevos, me repitió de nuevo que yo siguiera atento al libro.

Así que lo retomé, y traté de leer poco a poco, deteniéndome demasiado en cada palabra, pues mis funciones cerebrales estaban en ese momento empeñadas en otra labor: sentir el placer que me estaba dando la rumana con su mamada.

 

Tras un momento chupando suavemente mi capullo envié una mano a agarrarla de la cabeza, para suavemente ir marcando el ritmo cuando subía y bajaba su boquita, mientras con la otra seguía sujetando el libro. Como pudo, sin sacarse mi polla del todo de la boca, me seguía preguntando:

—¿Te gus… ta… el… libro? —y chupó haciendo el característico ruido cuando se la sacó de la boca un instante, para apartarse su larga melena y que no perdiera detalle. Luego procedió a mirarme fijamente mientras me lamía el glande; yo miré de soslayo sus preciosos ojos con sus largas pestañas—. Tú sigue leiendo, nene. Tú a lo tuio… —y volvió a chupar con ganas, y yo a colocar mi mano sobre ella—. Tú lee, io me encargo de ti Adiri…

 

Cuando no pude más y el orgasmo se me venía ella lo notó por el movimiento de mis piernas, y envió una de sus manos a acariciarme los huevos. Posicionó su lengua cuando empecé a soltar leche, derramándome en su boca, mientras lamía con avidez cada chorro que se escurría por mi tronco.

 

Estuvo un buen rato lamiendo y lamiendo, recogiendo todo rastro de semen con su lengua. Luego se levantó, se relamió y sonriendo me dijo:

—Bueno, nene, sigue disfrutando la lectura… —y riéndose como una niña traviesa me dio un beso en los labios y se dio media vuelta.

—¿Y esto? —pregunté yo, en referencia a la situación, mientras tomaba aliento.

—Tenía hambre de ti, Adirian —y pasándose el dedo por la comisura de los labios, recogiendo los restos del delito, se lo empezó a chupar mientras salía de mi habitación.

Si hubiéramos estado en la Edad Antigua esa mujer hubiera sido causante de guerras, como Helena de Troya…

 

El resto del día transcurrió normal (es decir, con la normalidad esperada en una residencia normal; porque parecía que en esta «lo normal» empezaba a ser sentirse uno como presa en mitad de la jungla…).

(9,50)