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Cinco animadoras para un mal partido _ cap. 19

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NOTA: Recordad que no cuesta nada comentar y de paso darme vuestra opinión (como otros lectores). Sería bueno conocer la opinión de todos: si os está gustando la lectura; si alguna escena os ha parecido muy morbosa, o no; si le cambiaríais algo; si os ha gustado el estilo en un momento pero echáis en falta otra cosa, o al revés, si os ha gustado alguna escena pero no el estilo y cómo se ha desarrollado; etc, etc.

No estaría mal saber qué os parecen las chicas, si las encontráis atrayentes y dignas de morbo, o por el contrario "no os llaman mucho la atención". Incluso si tenéis alguna favorita (o habéis conocido en vuestra vida a alguna parecida; o tenido una situación similar), o alguna escena que os haya parecido de 10 (o al contrario, de 0, y que no os haya gustado).

Desde luego, espero que todos estéis disfrutando la historia. Y sin más, el siguiente capítulo:

 

 

 

----- CAPÍTULO 19 -----

 

El jueves me desperté sobre las doce del medio día. Temprano, si tenemos en cuenta que me tiré hasta casi las seis de la madrugada jugando en el PC. Y básicamente me desperté porque me estaba meando.

Al salir del baño y aún con los ojos medio cerrados me topé con Gloria y Mari Carmen en la cocina. La friki se despidió ligero, pues había quedado con unas amigas para ir a comer. Así que me enganché al hombro de Mari Carmen como un bebé mono a su madre, y medio despierto medio dormido le agradecía que al menos ella se quedara. Pero la alegría duró poco, pues había quedado con su familia para ir a almorzar también, con unos tíos y primos que habían venido desde lejos.

—Si te hubieras levantado antes, me hubieras podido ver más tiempo, señor escritor. Pero como eres una marmota… —me dijo entre risas mientras terminaba de recoger sus cosas dispuesta a marcharse.

—Jooo… todas me abandonan —expuse haciendo pucheros, con los ojos aún cerrados por el sueño que tenía. ¿Y Ioana? —pregunté sin reparar mucho en lo atrevido que podría ser por mi parte preguntar precisamente por una chica en concreto. Aunque, por fortuna, Mari Carmen no sabía nada de lo que había pasado con Ioana.

—¡Se fue hace rato! —me respondía la rubita desde el pasillo, a punto de salir de la casa—. ¡Te veo luego!

—Chao bonita… —dije para mí echándome sobre el sofá.

 

 

Cuando desperté (por segunda vez) eran las tres y pico de la tarde. Fue el sonido de alguien bajando las escaleras lo que me sacó de un no muy cómodo sueño en el sofá. Era Marta, con claros síntomas de que se acababa de levantar.

—Buenos días… —me dijo mientras descendía. Vestía una camiseta holgada que le dejaba un hombro al descubierto, y unas braguitas de cintura para abajo.

—Buenos días. Recién levantada, ¿eh?

—Toma… como tú.

—Ni de coña —y el bostezo que di me delató—, que yo me levanté antes a las doce y algo…

—Sí, y por lo que veo te volviste a acostar —y se dejó caer en el sofá, a mi lado.

Marta cogió el mando de la tele y la encendió mientras yo me levanté y en el grifo de la cocina me fui a enjuagar un poco la cara para despejarme del todo. Luego bebí un poco de agua, y al volver me senté junto a ella.

—¿Y Ana? —pregunté mientras colocaba la pierna izquierda sobre el brazo del sofá.

—No está, se fue temprano. Un asunto en el conservatorio, y algo de las zapatillas de la flauta.

—¿Zapatillas de la flauta? —pregunté, profano yo de todo lo relacionado con instrumentos musicales.

—Sí… Ni idea, a mí no me preguntes —me contestó con una mueca. Luego se quedó mirándome con la mirada gacha y preguntó—: Oye, ¿comemos algo?

—Por mí vale. Aunque contará más bien como un desayuno.

Marta se levantó y fue al frigorífico. Tras mencionar un poco los posibles alimentos que podíamos tener de almuerzo nos decantamos por una tortilla de patatas, un par de latas de atún y roscos.

—¿Puede haber algo más español que la tortilla de patatas? —pregunté mientras pinchaba con el tenedor uno de los trozos del plato que Marta colocó sobre la mesa.

—Mmm… ¿tal vez el paro?

Ambos nos reímos. Pero entonces recordé el problema de su empleo… y que todo había sido por mi culpa. Esa era la razón por la que Marta se había levantado a las tantas, porque no tenía curro.

—Oye… lamento de nuevo lo de tu trabajo…

—Nada, al carajo. Así aprovecho estos días de vacaciones.

—Ya, pero…

—¡Que lo olvideeees! —me dijo haciéndome cosquillas.

En parte sabía que Marta no tendría muchos problemas, pues se la veía una chica dura, una superviviente. Pero me sabía mal…

—¿Y ahora qué tienes pensado?

—Pues, por lo pronto tomarme un tiempo de descanso…

—Haces bien.

—Luego, buscaré algo por ahí. De mientras tengo unos ahorrillos, así que tú tranqui, podré seguir pagando el piso.

—No lo preguntaba por eso, idiota.

—Lo sé, tonto —y me sacó la lengua cariñosamente—. Pero la casa no se mantendrá sola.

—Tómate el tiempo que necesites. Además, insisto, que tu desempleo es culpa mía…

—Que lo olvides tonto.

—… así que no te preocupes de nada, y tómate el respiro que necesites. Que a mí todavía me quedan pelas. El banco no nos va a quitar la casa porque alguien esté unos meses sin pagar. Así que no te preocupes Martita —le dije con una sonrisa de oreja a oreja.

—Buah, y que lo intenten… Que manden aquí a los pitufos con sus porras y sus grilletes y demás, que ya verás —decía guiñándome un ojo y sacándome una sonrisa—. Eres un tío genial, Adri —y se acercó y me dio un beso en la mejilla.

—Pues claro —dije con fingida jactancia—. No tendré porra ni grilletes, pero parto la pana.

—Bueno, porra sí tienes —soltó entre carcajadas. Y al poco añadió—. Y esposas… me sé de una que tiene —concluyó con la mirada al techo.

 

 

Después de almorzar no nos fuimos a nuestras habitaciones. En vez de eso nos quedamos en el sofá viendo la tele, al principio sin muchas ganas, pues no había nada que mereciera la pena. Luego encontramos un programa de aventuras y estuvimos viéndolo más atentos.

 

Al rato me levanté a por un vaso de agua, mientras mi compañera había subido a su habitación.

Bajando de nuevo por las escaleras, Marta me dijo que se iba a fumar un cigarro a la terraza, y me preguntó si quería acompañarla. Como estábamos solos le dije que se lo fumase ahí mismo, total… Así que le acerqué un vaso para que lo usara de cenicero.

Me ofreció un cigarro y dejó la cajetilla sobre la mesa del mini salón. Ahí estábamos despatarrados en el sofá, ella en un extremo y yo en el otro, más apoyado en el brazo del sofá que otra cosa.

Seguimos viendo la tele sin echar mucha cuenta. Estábamos en ese momento después de almorzar en que uno está relajado y a gusto. Cuando se fumó el cigarro, aburrida, comenzó a mover sus pies tocándome suavemente.

—¡Ay! —fingí un dolor agudo cuando me dio donde la cicatriz.

—¡Hostias, perdón! ¡Lo siento! —dijo incorporándose de repente. Yo me partía de risa.

—Que estoy de coña, joder. ¿Qué me va a doler a estas alturas?

—Serás cabrón… —y haciendo pucheros volvió al extremo del sofá.

Yo me levanté, eché mi colilla al vaso, la cogí por la cara y le di un besote en la frente para animarla. Después fui al baño a mear y a la vuelta me volví a acomodar en el lado izquierdo del sofá.

Al poco, casi disimuladamente, volvía a mover sus pies rozándome. Como me coloqué algo ladeado, y con la pierna izquierda colgando por el brazo del sofá, mi entrepierna estaba indefensa. Así que cuando Marta me rozó con su pie nada pude hacer.

Al poco de seguir en silencio, volvió a hablarme.

—Oye… me apetece fumar.

—Pues píllate otro —dije mirando la tele, sin echar mucha cuenta.

—Me apetece fumar de rodillas.

—Hm… vale —asentí sin percatarme de nada; tras unos segundos reaccioné—. ¿Cómo?

Se levantó, se colocó entre mis piernas, y señalándome con un movimiento de cejas a qué se refería sólo pude dejar escapar una sonrisa y un «vale…», mientras me levantaba para sentarme en medio del sofá.

Pero en cuanto me puse de pie ella me bajó las calzonas y los bóxers de golpe, sin avisar, y llevó su mano a mis huevos mientras me besaba con lengua. «Joder, así de buenas a primeras todo», pensé.

Luego me empujó, cayendo en mitad del sofá, y me ayudó a sacarme del todo las calzonas y la ropa interior. Entonces se colocó a horcajadas sobre mí, haciendo movimientos circulares con sus braguitas sobre mi polla que… sí, cada vez estaba más tiesa que un gato de escayola.

Estiró una mano hacia atrás y cogió otro cigarro y el mechero. Lo encendió y le dio una calada, echándome el humo en la cara. Tosí.

—No seas cabrona anda —le dije.

—Cabrona sería llevar tanga y estar haciéndote esto —dijo a la vez que apretó sus movimientos sobre mi miembro.

—Ufff… joder. Llegas a tener un tanga, y en cualquier movimiento que se te echa la tela a un lado te la meto hasta el fondo.

—Ah, ¿sí? —e inmediatamente se echó las bragas a un lado y se empaló con mi polla, completamente erecta.

«Hostia puta…», fue todo lo que pude pensar en ese momento.

Dio otra calada y luego con la izquierda cogió el vaso y echó la ceniza en él, mientras seguía cabalgándome, lentamente pero con movimientos intensos. Después dejó el vaso de nuevo en la mesa.

—Pero antes, te dije que quería fumar de rodillas.

Y diciendo esto se colocó el cigarro entre los labios, se salió de mí —mientras yo ponía cara de «¡no me jodas!»—, y se arrodilló. Dio otra calada, soltó el humo, y se metió mi verga en la boca.

«Mmm… vale, acepto tu boca como animal de compañía», pensé, asintiendo y levantando las cejas.

 

Y ahí estaba ella, dispuesta a darme una mamada como la campeona que era, mientras de vez en cuando le daba otra calada al cigarro. En uno de los momentos expulsó el humo cerca de mi capullo, haciéndome sentir suaves cosquillas con el soplido, para seguidamente recorrer el glande con la lengua. Toda esta escena era desde luego insuperable en un ranking de mamadas. Y eso teniendo en cuenta que en todo momento se mantuvo casi inexpresiva —casi parecería saboría—, derrochando toda la sensualidad con una mirada de seguridad, de «quiero esto y me lo vas a dar»; imponiéndome con sus ojos al placer de su boca, mientras seguía con fingida seriedad fumando y chupando.

 

—Joder, que me vengo… —le solté cuando me quedaba poco, apretando los brazos contra el sofá.

—¿Y a qué esperas? —me soltó siguiendo su papel de chica dominante mientras volvía a introducirse la polla y, con ella entre sus labios, me miró y me guiñó un ojo.

Cuando comencé a soltar borbotones de leche estaba dentro de su boca, y al notar que ya me derramaba en ella se quedó quieta limitándose a absorberla toda. Cuando notó por mi bufido que ya había concluido volvió a hacer movimientos con su boca, liberando mi miembro. La abrió, mostrándome toda la corrida, se la tragó y volvió a enseñarme la boca limpia sacando su lengua. Luego dio otra calada al cigarro.

 

Se levantó, se sacó las bragas y se sentó a mi lado. Nos besamos. Cuando recuperé el aliento me mandó al suelo; ahora me tocaba a mí.

Me entretuve dando lametones superfluos por sus labios vaginales, mientras con los dedos le acariciaba esa tira de vello que ella tenía en el pubis. Entonces cogió con los dedos índice y corazón de una mano y se abrió bien los labios del coño.

—Cómetelo todo —me decía mientras llevaba el cigarro a sus labios. Yo me limité a obedecer la orden; y es que donde hay patrona, no manda marinero.

—Joder… qué clítoris tienes, hija —dije mientras lo relamía de gusto.

 

Así que ahí estaba yo sumergiéndome más y más en las profundidades de su coño, separando sus labios externos y adentrando mi lengua para darle a Marta las 20.000 lenguas de viaje submarino, mientras ella gemía y tenía la cabeza echada hacia atrás con los ojos cerrados, cuando sin darnos cuenta nos pillaron.

—Joder… Pizza House no. Esto más bien va a ser Pisha House —dijo Gloria, dándole el doble sentido en honor a mi gaditano origen. La niña había empezado a bajar por las escaleras sin que nos percatásemos con el volumen de la tele (y la concentración sexual), y nos había cogido de lleno.

Marta abrió los ojos y se descojonaba de risa ante el comentario de la friki, mientras esta terminaba de bajar los últimos escalones.

Yo estaba entre increíblemente avergonzado, y aguantándome la risa. Y sin saber qué hacer, qué decir, o dónde meterme (y el coño de Marta no era la mejor opción, en ese momento…).

—Hostia, ¿tú cuándo has llegado? —le preguntó Martita, que seguía en el sofá tal cual.

—Hace poco. Entré por la puerta de arriba… y menos mal —respondió entre risas mientras se acercaba al frigorífico—. He bajado por agua fresquita.

A todo esto, yo seguía en completo silencio, de rodillas y casi que temblando. Esperaba que si no decía nada ni hacía el más leve movimiento tal vez pudiera fundirme con el entorno, como un camaleón. Y algo desde luego funcionaba, porque si bien el sofá es de color naranja, mi cara estaba tomando un tono rojizo poco habitual.

—Hala, hala, seguid —soltó Gloria aguantándose la risa mientras se retiraba con una botella dando pasos largos, y la perdimos subiendo las escaleras.

 

Marta me miraba partiéndose de risa. Yo me reí también un poco, la verdad. Más por aliviar la tensión. Y cuando hice ademán de incorporarme me sujetó por la muñeca.

—¡Oye!

—Joder, tía… Se me ha cortado todo el punto.

—¿Qué? ¿Por qué? ¡Anda ya!

Yo suspiré, de pie, con la polla flácida (durante mi odisea marítima a Marta había estado morcillona, poniéndose poco a poco peleona de nuevo cuanto más coño me comía). Marta me miró a los ojos con pena mientras me jalaba para que retomara la posición.

—Joder, no me dejes así…

Y no podía hacerlo… ni iba a hacerlo. A Marta tenía que agradecerle mucho. Fue la primera que me levantó el ánimo… para metérselo en el conejo. Y se merecía una buena comida de coño.

Así que proseguí mi labor… durante unos segundos.

—Eso es… —decía entre suspiros, echando la cabeza hacia atrás y extendiendo los brazos sobre el respaldo del sofá—. Que el otro día me quedé con ganas —a lo que pensé: «Pues anda que yo…»—, y ya iba siendo hora de que me lo comieras, Adri.

—Pues claro —dije alzándome un segundo fuera de su bien lubricado coño, mientras procedía a mirarla y relamerme los labios, observando su cara cuando le metía y sacaba dos dedos juntos.

—Aahh… ay… aaah —gemía Marta, mientras sus piernas temblaron cuando rocé su clítoris.

Así que volví a bajarme a su coño, a abrirlo con mis manos y a comerme bien ese conejo mientras ella daba una calada al cigarro y colocaba una mano sobre mi cabeza.

 

De nuevo, con la charla y el sonido de la tele, no oímos el ruido esta vez de la puerta de entrada de la 2º planta. Ni los suaves pasitos de hada con esas sandalias veraniegas que se ponen las mujeres.

—Otra… —mencionó Marta llevando la mirada al cielo al ver a Ioana parada en mitad del salón, con bolsas entre sus manos.

—¿Cómo que otra?… —y abriendo los ojos de par en par, mirándonos, dijo—: Vaia tela con el nene…

—El nene está ocupado, así que hala, tira para arriba —le dijo Marta haciéndole señas y echando la colilla al vaso tras darle una última calada.

—Los que deberíais tirar para ariba sois los dos —decía simpática acercándose hacia la escalera, y bajando el tono de su suave voz continuó—: Me he encontrado con Ana, y está al llegar. Como te vea…

Marta se limitó a poner una mueca que expresaba indiferencia, y mientras la rumana subía por las escaleras yo tenía la mirada perdida en oscuros horizontes, pensando cosas como: «Vale, estoy muerto»; «me van a matar»; «me la van a cortar»; «la he cagado con Ioana»…

 

Cuando recuperé la compostura apagué el puto televisor. Luego no pude zafarme del beso de Marta.

—Venga, sigue… —me susurró y me dio un mordisquito en el lóbulo de la oreja.

—¡Qué dices! Tía, Ana está al llegar, y ya sabes el dicho: «No hay dos sin tres».

—Venga, que me queda poco, de verdad… —y acercándose de nuevo a mi oreja para susurrarme continuó—: Que me lo estabas comiendo muy bien.

Y no pude evitar volver a complacerla. Y es que en parte me sentía culpable. Ella había estado genial conmigo, y hoy, para un día que le estoy comiendo el coño con ganas, nos interrumpen en dos ocasiones estropeando un poco la magia del momento (que aunque a Marta parecía no haberle importado mucho, ni haberla distraído, a mí me hacía sentir culpable de no poderle proporcionar un cunnilingus en condiciones).

Ella seguía con el coño mojado así que la labor, tal como había dicho, no tardaría mucho. Y en cuanto sentí que me apretaba con ahínco la cabeza contra ella, mientras me deleitaba chupando con ganas su clítoris, supe que había logrado al fin la meta del orgasmo.

 

Lamí bien toda la vagina, sin desperdiciar ni gota de su humedad, y luego me dio un intenso beso.

 

—Tendremos que seguir en otro momento… —me dijo con cierta tristeza en su semblante mientras me rodeaba los hombros con sus brazos.

—Sí… Aunque visto lo visto, si llegase Ana creo que tampoco te incomodaría la sorpresa… —dije desviando la mirada con cierto tono de asombro.

—Si llegase Ana —me decía mientras nos vestíamos—, igual la sorpresa te la llevas tú.

Y riéndose, y tras darme un beso, se fue para arriba.

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