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Todo sencillo (3 de 5)

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- ¡Verónica Martínez Collado! ¡Eres una hija de puta!–grité al aparato mientras descendía los escalones de la boca de metro.

Se me habían quitado las pocas ganas que me quedaban de ir a la biblioteca de mi facultad y adelantar algo el estudio. Ésta se la tenía guardada.

- ¡Espera, no te vayas a casa! –dijo la traidora-. Desde aquí veo que vas al metro. Sube de nuevo a la calle. Y no me llames por mi nombre completo como si fueras mi madre.

- Vete a la mierda un rato largo, así te podrás revolcar en ella –dije enfadado.

- Yo también te quiero –añadió con sorna.

Lo único que quería era cotillear, enterarse de todo. Seguro que ella estaría de orgasmo en orgasmo si trabajara de portera en una comunidad de vecinos, conociendo cada secreto más escabroso. Sin embargo yo volví sobre mis pasos y regresé a la superficie. Al otro lado de la calle Nica cerraba su teléfono. Cruzó la calle por donde le salió del moño, esquivando los coches enfurecidos.

- Venga, desembucha. ¿Quién era el rubio buenorro? –Nica comenzaba su investigación, pero a mí no me apetecía nada hablar del tema.

- Nadie –respondí, intentando cerrar la conversación con candado.

- Recapitulemos. Un tío bueno se te aproxima, te da dos besos, te come con la mirada, te pones nervioso, te atrapa contra la pared –tragué saliva, eso también lo había visto la cotilla profesional-. Si sumamos todo, el resultado nos da que es un tío de clase que te pedía los apuntes –ironizó Nica-. ¡Ah, no! El resultado es que te has liado con ese bombón, ¿me equivoco? –finalizó su intento de monólogo cómico, que a mí sólo me produjo más rabia interior.

- No digas tonterías –mi voz sonó insegura-. Sabemos los dos que eres dada a inventarte cosas.

- Quizás, pero desde mi posición privilegiada he sabido cuándo llamarte y salvarte de más problemas.

- ¿Y qué tal tu hermano Rober? –intenté cambiar de tema, haciéndole notar su propia mentira.

- Perfectamente en el colegio, aprendiendo a dividir –rió mi amiga. 

Definitivamente Nica manejaba la conversación. Las mujeres son poderosas, Gael, nunca las subestimes. Al final ellas te manejan. Tampoco debería subestimar a Ricardo. Su sonrisa era un arma bastante eficaz, pero no la única. ¿Sería que él estudiaba también en ese campus? ¿O más bien que Elsa ha actuado de topo, espiando, y dándole la información que precisaba para encontrarse conmigo? Quizás mi amiga, más amiga de Ricardo, hasta le había hablado sobre mis horarios, la muy puta. Bienvenido cerebro mío a otra etapa de paranoia. Soy muy dado a eso, como si mis células se alimentaran exclusivamente de ella.

 - ¿Y cuándo te liaste con el rubio de antes? –el interrogatorio de Nica se iniciaba, me quedaba resignarme. 

Tras unos segundos acepté:

- La cerveza la pagas tú.

- Genial –esbozó una sonrisa. Había ganado y lo sabía. Para ella pagar unas cervezas era el precio ínfimo por conocer todo-. Voy a llamar a mi hermana para que recoja ella a Rober del cole. ¿Al centro entonces?

Cogí una patata de bolsa que nos habían puesto con las cañas y me la llevé a la boca. Nos encontrábamos en una calle peatonal invadida por los laterales por las mesas cutres de los bares y restaurantes. El sol me daba en la nuca, pero aún así llevaba las gafas, para que los cristales negros ocultaran mis ojos. No me atrevía, por vergüenza, a mirar a mi mejor amiga a la cara mientras el tema de Ricardo estuviera presente. A ella, por supuesto, no le importaba, y cual detective que muestra las fotos del delito al criminal, escrutaba cada gesto que yo mínimamente expresaba ante su interrogatorio, para descubrir que finalmente yo había matado y descuartizado a todas esas personas. 

- No me creo eso de que estuvieras demasiado borracho.

- Lo estaba –me excusé- Todo me daba vueltas, no sabía bien lo que hacía...

- ¡Já! ¡No te lo crees ni tú! –a Nica le daba lo mismo que la demás gente de la terraza se enterara-. Seguro que follasteis y seguro que te encantó. No me mientas.

Yo no respondí. A veces el silencio era mejor a que tu voz detonase la bomba interior.

- ¿Cómo besaba? –increpó.

- ¡Nica! –me quejé yo.

- ¿Cómo la tenía de grande? –me pilló de sorpresa, justo cuando iba a apoyar el vaso sobre la mesa. Me salpiqué por completo la camiseta y el lateral derecho del pantalón.

Retiré la silla de la mesa, cogí unas servilletas y me limpié como pude la ropa y la parte de la mesa en la que quedaba ese líquido amargo que tanto me gusta. Nica simplemente se descojonaba reclinada sobre su silla, sin ayudar. Ese tipo de situaciones le encantaban, sobre todo cuando lo vivía en primera persona.

- ¿Tan grande la tiene el buenorro? –reía a carcajadas la zorra de mi amiga-. ¿Dónde puedo conseguirlo para mi propio provecho?

Yo mantuve el silencio durante unos instantes.

- Venga, dime cómo de grande la tenía –insistió.

- ¿Eso acaso tiene importancia?

- Es mejor para imaginarse todos los detalles de acuerdo a la realidad, Gael –rió. Para ella hablar del plano sexual era sencillísimo, además de animar su vena pervertida. De repente su mirada se volvió escrutadora-. ¿Quién puso el culo?

Joder, qué basta. Y luego va de niña bien y educada. Yo no contesté, pero ya se sabe, “quien calla, otorga”.

- ¿Te dolió? –me preguntó.

- No.

- ¿Te gustó?

- No lo sé –contesté. Claro que me había gustado, pero no era fácil de reconocer. No sé por qué pero en cierta manera me arrepentía de ese polvo.

- ¡No me jodas, Gael! ¿Cómo que no lo sabes? –la palabra discreción no era un punto a favor de mi amiga, y me incomodaba que el resto de personas pusieran la oreja en mi intimidad-. ¿Te gustó o no?

Mi estrategia del silencio había fallado poco antes, pero como un buen gilipollas que soy volví a utilizarla.

- O sea que te encantó –concluyó Nica-. ¿Y cómo de grande la tenía? –siguió increpando.

- No lo sé.

- ¿No lo sabes? –se incorporó para aproximarse a mí, bajando el tono de voz al fin-. Folláis, más bien te la mete, ¿y no sabes cómo de grande la tenía?

- No.

- Se la viste.

- No.

- ¿No? –parecía sorprendida.

Yo negué con la cabeza. Realmente no se la vi. Su bóxer la tapaba cuando mis ojos se posaron en ella.

- Entonces o la tenía enana o usasteis mucho lubricante.

- Sólo saliva –apunté yo.

- ¿Y no te dolió nada? –ahora estaba más alucinada todavía.

- No.

- Pues este tío debe de ser la hostia con los preliminares. Y me imagino que también en pleno acto. Eso sí –añadió-, vuelve a ligártelo y averíguame cuánto le mide –y rompió a desternillarse.

Mis gafas de sol no podían ocultar que mis mejillas estaban más rojas de lo que estuvo mi culo tras follármelo Ricardo. Nica se dio cuenta, tanto de las mejillas como de lo de mi culo. Tras secarse las lágrimas de la risa que le había entrado, la muy zorra sonreía por haber averiguado todo.

- ¿Y por qué no quieres saber nada más de ese tío? –inquirió la morena, apartándose un mechón de su frente y colocándolo detrás de su oreja.

Yo no tenía la más puta idea de qué responder. Será que me dio rabia que un tío tan soberbio me hubiera conseguido, incluso después de advertírmelo con antelación. Mi orgullo, por así decirlo, se sintió herido. Fui yo el que se rebajó a sus deseos. Él sólo me utilizó como blanco fácil, o como su meta personal del día, ¡yo qué sé! Pero era inútil y estúpido negar lo innegable. El tío follaba de puta madre. Me había dejado en el culo un vacío que quise suplir con su tranca una vez más, a pesar de saber que mi ano me rogaba un descanso. Me había hecho correrme sin siquiera tocarme la polla. Eso era de alguien sobrenatural. Un dios. ¡No! ¡Ni un dios ni hostias! ¿Cómo fui tan imbécil de llamarle así una vez? Bueno..., quien dice una vez dice casi por cada embestida, por cada golpe de caderas, cuyo sonido me ponía cachondo perdido. Pero ¿mi Dios? Yo alimenté más aún la prepotencia que emanaba de su cuerpo, y él tan contento.

“...I said I would cater to your ego and fold my hands in prayer for your religion…” en mi MP3.

Todos los recuerdos de esa noche, por culpa del encuentro con Ricardo, se me agolpaban en la cabeza en el metro, yendo de vuelta a mi casa. Digamos que no sólo en la cabeza, sino que tenía una erección de caballo que me era difícil disimular. Muchos asientos estaban vacíos, pero yo preferí permanecer de pie apoyado en la puerta contraria a la de los andenes. Sentado enfrente, algo más a la izquierda, un cuarentón lanzaba miradas furtivas a mi paquete. Yo hacía como que no me enteraba. No es que fuera mi tipo ni mucho menos. Hay cuarentones que ponen, como los que se cuidan en el gimnasio, sin excesos, y que expelen masculinidad por sus poros. Luego entre el resto hay un subgrupo en el que se incluía el voyeur: la calva acentuada estaba semipoblada por algunos cabellos; su cara era ciertamente fea, levemente invadida por la libido; su cuerpo se intuía, bajo esa camisa hortera de oficina, con una gran panza y pecho y brazos fofos. No, definitivamente estaba cachondo por el recuerdo de Ricardo, no por el que se relamía disimuladamente con la visión de mi erección contra el vaquero oscuro. “...think you’re gonna win it but you won’t, don’t even know my name…”

Me apetecía llegar a casa y darme un buen pajote. Este calentón era difícil de bajar sin descargar. El cuarentón me lanzó una mirada de deseo, y se fue en la siguiente estación esperando que yo fuera tras él. Iluso. No me apetecía con nadie, sólo una cita con mi mano favorita.

Bajé dos paradas más tarde. Serían sobre las nueve de la noche. Dirigiéndome hacia las escaleras mecánicas vi a un tío bastante guapo. Él también me vio, pero como quien mira a todas las personas del metro, sin ningún interés especial. Sus ojos entonces se posaron sobre mi paquete, que seguía izando bandera, y volvieron a mi cara, mostrando una sonrisa entre divertida y provocadora que no supe cómo interpretar. Tenía el pelo negro, como su barba cuidada, recluida a la parte inferior de sus mandíbulas, uniéndose con las patillas. Lucía un pendiente de esos de coco, marrón oscuro, en su lóbulo izquierdo, así como un aro en la mitad de su labio inferior. Nariz afilada, ojos negros, cejas pobladas. Vestía despreocupado, sin intención de ir a ligar, con una camisa de manga corta a cuadros rojos, negros y blancos sobre una camiseta negra, vaqueros anchos de color azul claro y zapatillas estilo Converse pero probablemente de los chinos, que son más baratas y prácticamente iguales.

Me situé en las escaleras mecánicas delante de él. Entre los dos había tres mujeres entradas en edad que volvían cansadas de trabajar. La verdad es que su cara fue una bonita imagen para irse a dormir, o para la paja que me iba a hacer nada más llegar a casa.

Buscaba en el bolsillo de la mochila las llaves para abrir la puerta del portal, cuando el mismo tío, el del pendiente de coco, me adelantaba y se detenía un número más allá, manipulando también sus llaves. Lo hacía sin prisa, mirándome con la misma sonrisa misteriosa de antes, sus ojos iban de mi cabeza superior a la cabeza ensangrentada de mi entrepierna, con extrema lentitud. Sin embargo, yo entré por mi puerta y tomé el ascensor. Pensé en ese tipo. Resulta que era mi vecino. Vale, quizás no del mismo portal, pero lo podía tener al ladito, para una necesidad urgente del momento. Sería bueno anotarlo en la memoria.

Nada más llegar a casa me di cuenta de que no había más habitantes, y rápidamente me dirigí hacia mi habitación, cerrando con pestillo. La necesidad urgía, no podía esperar. Dejé la mochila sobre los papeles del escritorio, me descalcé, quedando en calcetines grises de caña baja y me quité la chaqueta. Esta vez no necesitaba porno, las imágenes y recuerdos en mi cabeza eran mucho más reales. Echado en la cama, mis manos fueron veloces al botón y la cremallera del pantalón, el cual tiré al suelo para tener más comodidad con la paja. Aún tendría tiempo hasta la hora de la cena, así que podría hacérmela sin prisas.

Me quedé únicamente con la camiseta gris con manchas de cerveza y el bóxer negro, situado justo debajo de mis cachetes y los huevos. No hay nada mejor que notar la presión del calzoncillo debajo de los cojones mientras la mano realiza su trabajo. Lo primero que hice fue pulsar el glande con el dedo índice, quedando impregnado de líquido, para después retirarlo y llevarlo a mi nariz. Ese olor me vuelve loco, olor a polla, el de la mía en este caso. Pero igualmente me chifla. Mi tranca palpitó advirtiendo que estaba preparada para ser manipulada. Las venas se marcaban por toda ella. No es que fuera un pollón. Más bien normal de tamaño, no de lo que sale en las películas guarras, pero yo estaba orgulloso de su grosor, suficiente para evitar las risas de mis amantes en la cama.

Por comodidad me recortaba el vello púbico, no depilado completo, por lo que entre mis piernas, ligeramente abiertas, colgaban mis huevos peluditos. Me los agarré con la mano derecha, tirando de ellos más para abajo, mientras que con el pulgar, el índice y el corazón izquierdos tomaba mi verga por su base.

El moreno del pendiente de coco se insertaba en las imágenes con las que me iba a recrear. Seguro que tenía un buen cipote, lo presentía mi imaginación perversa. Mientras mi mano subía y descendía por mi tronco, él se desnudaba, quitándose esa camisa y más lentamente su camiseta negra. El piercing de su labio brillaba, como sus ojos, que miraban mi tranca a reventar y los cojones tironeados. Aún con los pantalones puestos se me acercaba, estaba salido porque yo le había puesto así, cachondo perdido. Le rogaba que metiera mi polla en su boquita, para notar el piercing, él sacaba la lengua y con pequeños lametazos intentaba limpiar la acumulación de líquido preseminal que mi paja producía. El aro de su labio brillaba.

Mi ritmo era infernal, pero no quería detenerme. Mi moreno replegó un poco mi pierna derecha, metió en su boca mi polla y dos dedos a la vez, los cuales sacó empapados en saliva. Continuó dando lametazos a mi glande mientras yo subía y bajaba el tronco, haciéndome cosquillas con mi propio vello púbico. Entonces me introdujo sus dedos en el ano, el cual estiraba su esfínter para darles cabida, y alcanzó el botón prohibido pero que tanto sacude mi cuerpo entero. Los retiró, pero pronto golpearon mi próstata de nuevo.

Su cadencia era cada vez mayor. Oía los ruidos cada vez que nuestras pieles chocaban. Era imposible que siguieran sus dedos dándome placer. Abrí los ojos: mi moreno había desaparecido de escena. Ahí estaba Ricardo, con los músculos de su torso y brazos en tensión, brillantes por el sudor. Me estaba follando de lo lindo, como la única vez que lo hizo semanas atrás. Yo me estrujaba el cipote con más rapidez, necesitaba correrme con su polla en mi recto, rozando cada pliegue, de manera que mis suspiros eran más y más difíciles de ocultar. Pero no iba a gritar. No iba a alimentar su ego. Aceptaba que me follara con ese ritmo infernal y me mirara como su presa, pero no iba a gemir, ni chillar, ni siquiera susurrar de nuevo que el rubio era “mi Dios”. Podría con el inmenso gustazo que su tranca me daba en mi interior, pero no con llamarle así otra vez.

Se le notaba en sus ojos felinos que estaba a punto de eyacular, como yo. Sin dejar de moverse en mí, mi cabezota propulsó una buena cantidad de semen. El orgasmo fue mayúsculo. Mi frente estaba perlada por el sudor. Saqué los dedos de mi culo, me limpié la polla y la mano de la corrida con un pañuelo y me quedé tumbado relajando mi respiración.

- ¡Nano, abre la puerta! –chilló mi hermana mientras aporreaba la puerta. Ya había vuelto de su clase de piano.

Me alarmé. ¿Cuánto tiempo me había estado masturbando? Rápidamente me puse de nuevo el bóxer, que colgaba de mi pie izquierdo, y me dirigí hacia la puerta. Quité el cerrojo y la abrí. Mi hermana, una pesada en plena edad del pavo, me esperaba con impaciencia:

- Te toca a ti cocinar hoy. Mamá está por llegar del trabajo –entonces sus ojos se posaron en mi camiseta y su cara se tornó en una mueca divertida.

No había reparado en que había descargado en mi camiseta y que no la había limpiado. Ahí estaba, preciosa y impecablemente blanca, mi pedazo de corrida, como arte abstracto sobre la tela gris.

- ¿Pajeándote de nuevo? –rió-. Necesitas una chica urgente, ¿eh?

Yo reaccioné quitándome la camiseta y arrojándola al suelo, para evitar que la observara durante más tiempo. Como hermano mayor yo debía imponerme a ella y no dejarme golpear.

- Otro comentario de ésos, Libia, y te juro que te provocaré con la cena la mayor de tus diarreas –dije cerrando la puerta y buscando ropa limpia.

Desde que mi padre desapareció de escena hace tres años, las peleas entre mi hermana y yo disminuyeron. Básicamente las tenemos por propia realimentación, como una manera de picarnos entre nosotros, mofándonos el uno del otro. Obviamente las broncas gordas también existían, pero para evitar un gran disgusto a mi madre, la cual se mataba trabajando, Libia y yo las resolvíamos sin implicarla, siempre que fuera posible. Nos queríamos, y esas discusiones eran necesarias para nuestra salud, decíamos. Hace un año, cuando Libia tenía 13, le di por propia voluntad unas mínimas clases de educación sexual. En su colegio poco la informan, y no me apetecería verla preñada por cualquier imbécil que la engatusara. Yo se lo dejé claro:

- Si quieres follar –no me andaba con eufemismos. Las cosas claras y el chocolate espeso-, follas, pero siempre con condón. Si no tienes, cómprate una caja. Si no tenéis ninguno de los dos, dale dos opciones: o no folláis (las chicas tenéis más autocontrol) –le explicaba, aunque seguro que ya lo sabía- u os acercáis a una farmacia, que las hay de guardia, y compráis una caja de preservativos. Si estáis con un calentón brutal y no hay otra alternativa, me pides a mí un condón, ¿entendido?

- Sí –respondió escueta.

- Como te quedes embarazada...

- ¡Nano! –interrumpió quejándose.

- Ni Nano ni hostias –dije-. Como te quedes embarazada no voy a perseguir a quien lo haya hecho. No digas luego que no tenías ni idea.

- Pero he oído a chicos más mayores que sin condón se siente mejor –comentó.

- Mira, por “sentir mejor” –hice el gesto de comillas con mis dedos- puedes tener de regalo un bebé. O peor aún: sida, sífilis, gonorrea y otras enfermedades de las que no me sé el nombre. Y créeme –le advertí-, es bastante repugnante. Y no sólo se transmiten al correrse, así que eso de la “marcha-atrás” es otra gilipollez.

Sabía que me creía, pero investigaría en Internet para darme la razón enteramente.

Los días posteriores fueron más tranquilos, y nunca fuera de la rutina: clases, prácticas, quedar con la gente un rato por la tarde... Bueno, quizás lo más raro era la actitud de Saúl. Parecía haber apartado el desagrado en su cara cuando me observaba, incluso creo que sonriendo. No le di mayor importancia. Total, podía haber mojado y estaría contento con el mundo, tratando a todos bien, como si agradeciera al karma por sus momentos de folleteo.

Pero tras una semana seguía igual. No sé qué le cambió. Tampoco quería preguntármelo mucho, porque eso de nuestro odio mutuo llegaba a cansar. Eso sí, la estupidez permanecía en él, con sus comentarios ingeniosos que me producían arcadas. Sin embargo, era sorprendente que me ofreciera una galleta de chocolate un día que compró, o que se riese con algo que yo había dicho en vez de mirarme con desprecio.

El jueves a la hora de comer en mi grupo de amigos de la facultad se propuso salir de fiesta el sábado por el centro de la ciudad. Desde que nos habíamos ido a Canarias las excusas para evitar los planes incluían desde el “estoy retrasado con las clases por la semana en Tenerife” al “estoy sin blanca” o el cutre “estoy cansado”. Ya era hora de quedar, pasarlo bien, marcarnos unos bailes y, si surge, ligar.

El frío había vuelto a aparecer después de bastantes días de tregua. Yo me vestí con unos vaqueros grises que me favorecían mi trasero, y una camiseta blanca con cuello de pico, bajo el cual otros dos botones permitirían mostrar algo más mi pecho si el calor apretaba dentro del local. Me calcé unas bambas negras, y de abrigo una chaqueta algo gruesa de color rojo óxido. El pelo algo alzado por la parte delantera, y la perilla negra perfectamente cuidada.

Esa noche la pasaría bailando, mi cuerpo necesitaba movimiento y pasar de gilipolleces. Si alguien quería conmigo pues que se acercase, tío o tía, pero no me apetecía nada ligar yo, con lo cansado que es, lo vago que soy y lo poco productivo que me resulta cuando lo intento.

Llegué 5 minutos tarde al punto de encuentro. Ahí sólo se encontraba Saúl. ¡Genial! ¡Con las intensas y profundas conversaciones que siempre hemos mantenido! He de decir que este tío, eso sí, viste bien, con su propio aire moderno. Viéndole así de espaldas, agachado para colocarse la lengüeta de la zapatilla sobre su pantalón, su culo quedaba listo para morder, lamer, azotar, besar y follar delante de toda la gente, para que observaran el pedazo espectáculo que podíamos montar. “No, no” me dije, “recuerda que es un zombi, sin cerebro, por muy bueno que esté”. Mientras me acercaba y analizaba la redondez de su trasero, recordaba los últimos días, en que Saúl se mostraba más amable conmigo. No se me ocurría por qué, no encontraba una razón lógica para semejante cambio de actitud.

Le saludé con un único “hola” y me apoyé contra la pared. Él no parecía tan incómodo conmigo como yo lo estaba, ni como en ocasiones anteriores en que, casualidades del destino, éramos los últimos en terminar de comer en la facultad. De hecho su saludo fue más efusivo:

- ¡Hey, Gael! ¿Qué tal todo?

Yo estaba incrédulo. Buscaba en mi bolsillo el teléfono, para meter prisa al resto de gente y así salvarme de esa situación.

- Bien... bien –respondí, algo dubitativo.

- Esta gentuza siempre haciendo esperar, ¿eh?

Mis dedos escribían un mensaje de impaciencia a Víctor.

- Sí, no era de extrañar –contesté. Yo seguía incómodo, a la par que alucinado por la ingente cantidad de palabras que Saúl me regalaba.

- Hoy no sé por qué pero tengo ganas de beber algo y salir a bailar –comentó con energía, intentando centrarme en la conversación.

- La verdad que yo también –confesé. Tampoco estaba tan mal charlar con él, hasta me estaba cayendo algo bien y todo.

- Pues a reventarlo, ¿no? –guiñó el ojo con complicidad-. A ver si ligamos y tenemos el fin de semana resuelto.

Yo no sabía qué responder, así que opté por el silencio y por hacer una llamada perdida a Víctor para recordarle que habíamos quedado diez minutos atrás.

- ¿Y no has tenido nada después de tu ex-novia Sandra? –Saúl no se cansaba de prolongar el intercambio de palabras.

- Susana –le corregí.

- Eso, Susana –reconoció-. ¿No te has liado con nadie más desde entonces? –preguntó de nuevo, a sabiendas de que en Canarias no me pasó nada con ninguna persona.

- No. Bueno... sí –dije-. Algo así –completé.

Sus ojos oscuros me miraban, como interrogándome con ellos. No obstante, no tenía ganas de hablar de ello, menos teniendo en cuenta de que fue con Ricardo, así que contraataqué:

- ¿Y tú, algún rollete?

- Ojalá, pero estoy a dos velas –rió Saúl. En ese momento me acordé de Yaiza, la amiga de Nica.

- Oye, pues hay una tía que conozco que ha visto fotos de nosotros en Canarias y le molaste.

- ¿Sí? –lanzó una carcajada-. ¡Mira qué bien! Con lo cachondo que ando últimamente me fliparía tener a alguien en mi cama disfrutando conmigo...

Yo mentalmente anoté que la palabra que había usado era “alguien” y no “una piba / tía”, para luego decírselo a Yaiza. Además, estaba alucinado con la sorpresiva muestra de charlatanería de mi, hasta ahora, odiado compañero.

-...y que le guste tanto que me grite perversiones –continuó el nadador-, como “qué bien follas” o... –hizo una pausa y clavó sus ojos en los míos- “eres mi Dios”.

Mi móvil, sostenido por mis manos, cayó al suelo y sus piezas se desperdigaron. Permanecí quieto.

- ¿Qué has dicho? –pregunté totalmente paralizado, sin siquiera recoger mi teléfono.

Saúl únicamente sonreía, sin apartar los ojos de los míos. ¡Hijo de puta! ¿Cómo coño sabía...? Este silencio fue de los prolongados, mi cuerpo no reaccionaba ni para romperlo ni para recuperar mi móvil.

- Parece que ese rubio te folló a base de bien, ¿eh? –comentó divertido-. Sí, escuché cuando te lo dijo el otro día –mi organismo permanecía congelado. Mis ojos veían cómo mi intimidad era descubierta-. Pero no pasa nada –reanudó-, con lo buenos amigos que somos, ¡cómo iba a decir yo algo! ¿No? –concluyó con una carcajada.

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