Nuevos relatos publicados: 13

Cinco animadoras para un mal partido _ cap. 20

  • 31
  • 7.880
  • 9,44 (18 Val.)
  • 7

----- CAPÍTULO 20 -----

 

El viernes  apenas vi a Gloria, pues fue a que le formateasen el portátil y luego se pasó todo el tiempo en su habitación instalando programas y juegos. A la gallega y a su amiga Marta no las veríamos hasta el lunes, pues se fueron a otra ciudad a un concierto; no de los de música clásica de Ana sino de un grupo que les gustaba y para el que consiguieron entradas a última hora cuando unas amigas de Mari Carmen no pudieron ir y les dejaron las entradas al mismo precio de coste. Fue un caos cómo organizaron todo y dejaron las cosas patas arriba para buscar billetes de autocar, estancia en un motel, etc.

Por lo que decidí aprovechar y hablar con Ioana.

 

Subí y me paré en frente de la puerta de su habitación. Ahí me encontraba devanándome los sesos sobre qué decir, cómo empezar una conversación, si era necesario, y de qué manera, etc. No sé… tal vez un «oye me encanto lo del otro día… ¡y también la mamada del miércoles! Y espero que no te importe que ayer le estuviera comiendo el coño a Marta, je je je… Es que bueno, como ella me folló antes que tú, pues se lo debía y… je je je».

Lo mirara como lo mirase, y le diera las vueltas que le diera, seguía estropeándolo más abriendo la boca que no diciendo nada. Pero claro, algo tenía que decir… Así que levanté la mano para tocar en su puerta.

—¡Buh!

—¡La hostia…! —fue lo que exclamé ante el susto que me había dado Gloria justo detrás de mí, que venía del baño en silencio.

—Ioana está en el otro baño —y riéndose a carcajada limpia de mi sobresalto se fue hacia su habitación a seguir con el ordenador.

—Debería darte… —dije mientras ella se alejaba.

—Sí… —y se detuvo, me miró con picaresca, y encorvándose un poco hacia delante se dio unas palmadas en el culo sobre el pantaloncito corto que llevaba—. ¡Plas! ¡Plas!

Tras meterse en su cuarto entre risitas, y cerrar la puerta, dejé escapar una sonrisa.

Respiré hondo, y cuando ya estaba calmado decidí que lo mejor era bajarme y esperar a que Ioana volviera a su habitación, para subir luego más tarde; así también tendría más tiempo para pensar en mis palabras.

Por lo que di media vuelta e iba a dirigirme hacia las escaleras cuando la aguda y femenina voz de la rumana me llamó.

—¡Adirian! —me llamó con una sonrisa de oreja a oreja.

—Ahh… holaaa. ¿Qué tal? —sonreí con cara de memo.

—Bieeeen —respondió algo sorprendida por mi nerviosismo.

—Es que… había venido a hablar contigo…

—Ah, pues pasa —y con una sonrisa abrió la puerta de su cuarto y entramos.

Nos sentamos en la cama, y Ioana me dirigía una mirada expectante para oír lo que fuera que había venido a decirle.

—Verás… sobre lo de ayer… —ella me miraba con total tranquilidad—. Lo de Marta y eso…

—Adirian… —y se pegó más a mi lado y colocó su mano sobre mi pierna—. No estoy molesta ni nada parecido, ¿si? —pensé: «Buff… cuando las mujeres dicen eso…»

—Es que…

—Taranquilo, nene. De verdad —yo tomé aire—. Entiendo lo mal que lo has pasado últimamente; llevas semanas sin… ¿cómo se dice? —se preguntaba para sí, desviando la mirada— ¿Levantar cabeza? —yo asentí—. Y lo que necesitas es olvidarte de todo lo malo, sonreír más y pasártelo bien. No eres mi novio, no te voy a poner una cadena al cueio. Aunque admito que fue una sorpresa encontraros ahí en mitad del salón —concluyó riéndose.

—Sí, bueno… No había nada planeado ni nada, así que…

—Bueno, tú taranquilo. Ya te dije que lo que quiero es verte bien y contento. Y no estoy molesta, ¿vale? Y descuida, no diré nada a nadie.

Asentí profundamente, apretando los labios, pero sin estar muy seguro de toda esa aparente tranquilidad. Con las mujeres… nunca se sabe; lo mismo la próxima vez que apareciera para hacerme una mamada me la arrancaba de un mordisco (y ese pensamiento hizo que mientras asentía mis manos se colocaran sobre mi entrepierna inconscientemente, a la vez que apretaba las rodillas). Y eso suponiendo que fuese a querer hacerme otra mamada…

—Un día de estos te voy a llevar a bailar por ahí. A la discoteca, ¿si? —y volví a asentir; y como pensé que el horno no estaba para bollos no dije nada de mi poco aprecio y gusto por salir a bailar, y las discotecas. En vez de eso le pregunté qué le ocurría, cuando la vi hacer una leve mueca de dolor y encorvarse un poco hacia delante.

—¿Qué te pasa, pitufa?

—Nada. Que estoy con la regla.

—Hmm.

—Bueno, nene, ¿eso era todo lo que querías decirme?

—Eh... sí.

—¿Y estabas precupado por eio? Qué tonto…

—¿Quieres que te suba algo? ¿Una infusión… un algo?

—Hace calor —me miró como respuesta; yo la verdad que no se me ocurría otra cosa, no sé… cuando una chica está con la regla, pues llevarle un vaso de algo calentito, ¿no? Aunque claro, ella tenía razón, hacía calor por esos días.

Ioana se tumbó sobre la cama, y como llevaba un pijama de esos de verano con la camiseta cortita, se le subió un poco. Al ver su cintura, se me ocurrió hacerle caricias alrededor del ombligo para calmarla.

Luego pasé a darle un beso en la tripa, con suavidad; ella me sonrió. Entonces me dijo que se había tomado un calmante, y quería dormir un poco a ver si se encontraba mejor, así que la dejé descansar. Antes de salir por la puerta se despidió diciéndome: «Eres un shico genial, Adiri».

Yo salí en dirección a mi cuarto, con una media sonrisa y sin saber qué tal iría todo.

 

Pasé la tarde escribiendo y hablando con Mari Carmen cuando me tomaba algún descanso. Uno de ellos se alargó demasiado, y cuando Gloria y Ioana bajaron a cenar nos encontraron a los dos sentados en el sofá, con la cabeza de uno sobre el hombro del otro, viendo la tele como si de una pareja se tratase.

 

 

A la mañana siguiente, estaba sobando cuando llamaron a la puerta. Era Gloria, para decirme que aún le quedaban cosas por instalar (básicamente videojuegos), y que si luego podía subir para ponerle aquel programa que ya le puse una vez.

—Joer… ¿no te acuerdas cómo iba? —dije con legañas en los ojos, revolviéndome en el colchón.

—Nou… Por fiiii, andaaaa —y se acercó poniendo cara tristona y empezando a tocarme con la punta de los dedos en la espalda.

Era como una hermana pequeña porculera (yo soy hijo único, pero imagino que así es como debe de ser)... Pero en el buen sentido, pues la verdad que se hacía querer.

—Vale… luego voy…

—No, si aún me queda… Luego más tarde, después de almorzar y eso.

—¿Y para qué pollas me despiertas ahora?

—¡Son las doce! —y se largó riéndose la jodía.

 

Almorzando siguió recordándomelo, mientras yo entrecerraba los ojos y ella se reía.

Al acabar, Ioana subió a acostarse y yo estaba en la cocina con Mari, cuando le dije a Gloria que ahora subiría a ponerle eso.

—No, aún no… —la miré—. Es que estoy instalando unas cosas y aún le queda, luego… —y me sacó la lengua.

Me fui hacia ella con fingido enfado, y jalándola de las coletas le dije con mi acento del sur:

—Cordobeza de mi corazón, me pone tanto de loh nervio que te voy a dá un capón.

—¡Ayy, sueltaaa! —puso morritos, me sacó la lengua y se subió, mientras informaba—: ¡Me voy a bañar!

Volví junto a Mari, recogiendo las cosas.

—La tienes loca —bromeó Mari Carmen.

—¡Ella!, me tiene loco a mí… —dije riéndome y llevando las manos a mi cabeza.

Luego me estiré la espalda, y me acerqué a la rubita apoyándome en su hombro. Seguidamente sin venir mucho a cuento le di un largo beso en la mejilla, sonoro al despegar mis labios. Con una sonrisa le dije que me iba a mi cuarto; antes pasé por el baño.

 

Me tiré sobre la cama y me eché un poco de agua de la botella por la frente. Estaba ahí absorto en mis cosas, medio adormilado, cuando llamaron y entraron a la puerta. Era Mari Carmen.

—Uy qué sueñito tienes.

—Mmm… —fue toda mi respuesta, estirándome. Ella estaba de pie, sonriéndome—. Ven… —y volví a llamarla como debía— valquiria —ella se acercó y se sentó a mi lado.

—Sí, vamos. Tengo de valquiria lo que Gloria de astrobióloga —nos reímos—. No sé por qué me llamas así…

—Tu pelo… —respondí medio adormilado, cogiéndole la mano—. Es rubio…

—Sí, pero no rubio platino como una sueca, vamos. Además, ni tengo cuerpo de valquiria —la miré a los ojos.

—Me gusta más el que tienes.

—Ya… —dijo con un deje de sarcasmo.

—Hablo en serio —dije poniendo la mano sobre su pierna; luego ella colocó la suya sobre la mía, con delicadeza, acariciándome con leves movimientos del pulgar.

Le hice un gesto, y acomodándome para que entrara se acostó en la cama, a mi vera.

—Estás… ¿mejor? —preguntó desviando la mirada.

—Sí. La verdad es que os debo mis ánimos —respondí sin darle mucha importancia a mis palabras. Ella torció su nariz, y pensé que igual podría malinterpretarse lo que acababa de decir con un «claro, a base de follarme me estáis sacando una sonrisa todas», sin pretender haber querido expresar tal cosa. Así que de inmediato envié una mano a retirar los cabellos de su cara y mirándola a los ojos aclarar—: Sobre todo a ti…

—Claro… —dijo sin mucho convencimiento; yo seguí acariciándole el rostro.

—Mari, tú eres mi valquiria… —y me acerqué a darle un besito en la frente—. Tú —concluí, haciendo hincapié.

Nos miramos, y los dos nos lanzamos a darnos un tierno beso en los labios… que se fue prolongando hasta que estábamos abrazados y acariciándonos.

—¿Qué te pareció lo de aquella noche?

—Sabes que me encantó… —le dije mirándola con malicia, acercándome a su oído—. Sólo te faltó hacerme tuyo…

—Ufff… —la oí resoplar—. Adri…

—¿Sí, mi valquiria?... Tranquila, si no quieres no pasa nada… —respondí con la sencilla, y clásica, psicología inversa.

—Buffff… niño… —y empezó a restregar su mano sobre mi entrepierna, con disimulo.

Yo fui más rápido, y de inmediato pasé a meter mi mano entre sus bragas, enviando directos mis dedos a su coño. Mari echó los ojos hacia atrás cuando alcancé su clítoris y se lo masajeé con el mismo dedo que a la vez le introducía en su sexo, que ya empezaba a lubricar bien para mí.

—Aahh… ahh… aah… —comenzó a gemir con suspiros cortos pero con prisa, conforme más me detenía en su botoncito y me empleaba a fondo, haciéndole un dedo. Yo no perdía detalle de la escena, mirando su carita con los ojos cerrados y la boca abierta, dando suaves bocanadas de aire entrecortadas.

Cuando paré fue para mostrarle cómo llevaba el dedo mojado por sus jugos hasta mi boca para deleitarme con su sabor.

—Joder, valquiria… qué rico está —dije saboreándolo, mientras ella me miraba como hipnotizada.

Me incorporé y me fui quitando la ropa, mientras ella me miraba desde la cama, con su mano dentro del pantalón corto de pijama veraniego, tocándose. Luego la desvestí a ella, quedándose en sujetador, y viendo ese pedazo de coño me lancé a por él. Si bien no estaba totalmente afeitado y suave, estaba más recortado que la otra vez.

Y ahí estaba, comiéndole el coño a la rubia mientras ella con sus dos manos me empujaba más hacia su sexo y sólo atinaba a decirme que siguiera… que le encantaba.

Me tomé mi tiempo en saborear ese coño, jugueteando con mis dedos en su clítoris mientras ella gemía. Le separé la raja con ambas manos, y adentré mi lengua en su mojada cueva, recorriéndola hacia afuera y hacia arriba, haciendo fuerza sobre su botoncito. Chorreaba tanto la niña que cuando le metí dos dedos y empecé a moverlos con fuerza ambos oíamos el seguido ruido del chof que hacían.

Volví a meter mi lengua en su raja, saboreándolo todo, y cuando comenzó a levantar el volumen intuí su orgasmo; pero no tenía intención de que se corriera aún. Pensaba coger un condón de la mesilla y metérsela de golpe momentos previos a que estallara de placer. Casi como para buscar introducirle un condicionamiento clásico en su subconsciente (como el del perro de Pavlov), para que asociara siempre «mi polla» a «placer inconmensurable». Pero conforme traté de levantar la cabeza para salir de su coño, sus manos me lo impidieron.

—¡No pares! ¡No pares!… ¡Adri!… Aaah… aaaahh… aaaaaahhhh…

Casi pude sentir la electricidad recorriendo sus piernas cuando estas temblaron; cuando su coño me empapó la boca con la bebida más sabrosa del universo, mientras vi sus manos temblar y agarrarse con fuerza a las sábanas, casi arqueando su cuerpo.

Yo introduje las palmas de mis manos bajo sus glúteos, mientras ella estaba totalmente abierta y perdida en otro mundo, para disponerme a finalizar la tarea dejándole bien limpio el coño conforme pasaba mi lengua; esta vez con suavidad… con mimo. Chupando levemente su botoncito, ahora muy sensible.

 

Subí a su lado, con la polla empalmada que ella notaba en su costado, para darle besitos que ella me correspondió.

—Qué rico estaba…

—¿Sí? —me preguntó con gran interés de sentirse deseada.

—Joder, valquiria, ya te digo… ¡Es mi chocho preferido! —ella se mordió los labios—. Con gusto me lo comería cada mañana…

—El gusto… sería mío… —respondió riendo y tomando aire.

Entonces alargué la mano al cajón para coger un preservativo. Ella se quitó el sostén dejando al aire unos pedazos de enormes de grandes melones… que casi me da algo. «Sin duda más grandes que las de Gloria», pensé, justo antes de dejar a un lado el condón y lanzarme a mamar de sus pechos.

Eran enormes, y tenían una areola igual… y me enganché a ellos como un cachorrillo, pero con lascivia. Mamando con intensidad, succionando de un pezón mientras jugaba con el otro. Ella sonreía alegre, muy contenta, echándose hacia atrás sobre la cama.

—¿Te gustan? —preguntó sonriente, con brillo en los ojos.

—Jo… der… ¿No… ves… que no… puedo… parar? —decía sin soltar un pezón, mientras ella reía. Levanté la cara un segundo—. Dios, valquiria, hija… es que me quedo contigo, joder… cómo me pones.

Vi su cara de felicidad, radiante, sabiendo que me estaba haciendo disfrutar como ninguna. Y pasó a acariciarme el pelo mientras seguí mamando de sus enormes pechos.

Luego volví a coger el preservativo y se lo enseñé sonriente.

—Adri, tomo la píldora… así que… si quieres… —me dijo poniéndose colorada y desviando los ojos.

—¿Tú…? —y me mordí la lengua ante la pregunta metepatas de mi bocaza «¿tú también?», con el peligro que ese también podría conllevar. Por un instante me había acordado de Marta, en esa misma cama, días atrás. Procedí a salir del apuro con prontitud—: Vaya, así que eres una vividora… ¿eh? —le solté de cachondeo, con sorna.

—No, idiota… Para regular la regla y eso…

—Ah, bueno. Pues… —me acerqué para susurrarle— estoy deseando… venirme… —acercó sus labios a los míos, mientras sentí su respiración entrecortada— en este… pedazo de coño… que tiene mi valquiria…

Y me posicioné colocando mi pene a la entrada de su pedazo de raja, restregando con malicia la polla en la entrada.

—Bufff… cielo, no seas malo… —me suplicó, poniéndome ojitos.

—Dime, cariño… ¿cómo quieres… que lo haga?… ¿De qué postura? —pregunté mientras acariciaba sus anchas caderas.

—Dios, así mismo…

—No, guapísima —y me incorporé sentándome en la cama.

Ella hizo lo mismo pasados unos segundos; eso sí, pasando a llevar una mano a mi pene y no soltármelo.

—¿Cómo quieres hacerlo? —pregunté comiéndole la boca.

—No sé… —jugaba su lengua con la mía.

—¿Cómo te gustaría? —pregunté deteniendo nuestra disputa lingüística, aunque sin soltar todavía ella mi polla.

—No sé… —y mordiéndose el labio inferior prosiguió—: Me gustaría… tenerte encima… —y empezó a besarme el cuello—. Estar debajo de ti…

—Mari… no sigas… —dije casi a punto de entrar en la locura, y acariciando las curvas de su cuerpo—. Los besos ahí me… me… pierden… —pero no se detuvo, incluso me dio algún leve mordisco.

—¿Y a ti? ¿Cómo te gustaría?

—Bufff… No sé. Supongo que tú encima; esa postura me gusta mucho. Pero bueno no te preocupes… que ya veremos —y zafándome de ella la empujé con cuidado pero con prisa, devolviéndola al colchón de la cama.

De inmediato se la introduje en el coño a la vez que me colocaba a la altura de su cara para ver sus gestos, su mirada… y escuchar un largo y profundo gemido.

—Aaaaahhhhh… qué polla…

El grosor de mi miembro se acomodaba bien entre las paredes del chocho de mi Mari. Así que conforme entré, y con lo mojado que estaba, no tardé en empezar a bombear con ganas su encharcado coño. Ella me agarró con fuerza mientras echaba la cabeza hacia atrás, boquiabierta y gimiendo, mientras yo esperaba que nadie estuviese oyéndonos al otro lado de la puerta.

Dios, qué pedazo de tetas tenía Mari Carmen, hostia. No podía contenerme, y empecé a chupar de ellas mientras me echaba hacia atrás para luego venir con fuerza hacia delante, volviéndola a llenar de polla. Ella gemía con ganas cuando se la metía hasta el fondo, abriéndole bien el coño.

La rubita ya se había corrido antes, pero yo aún no… así que como comprenderéis estaba para iniciar el lanzamiento del cohete, en T menos 10 y contando

—No puedo más… —y era verdad, estaba para explotar.

—¡Córrete!… Ahh… ¡Córrete dentro de mí!… Dios… cielo… cielo… aaahhh…

Joder, la niña me había salido religiosa… Pues era momento de bautizarle el coño.

Exploté dentro de Mari bufando y apretando los dientes mientras la miraba y ella trataba de mantener sus ojos abiertos, mirando los míos, aunque sin mucho éxito. Casi se le cerraban del placer al tener el orgasmo cuando notaba cómo no paraba de soltar leche dentro de ella.

 

A los pocos segundos hablé para decirle que al final se había salido con la suya, y ella me respondió con una sonrisa, entre bocanada y bocanada de aire. Estuve dentro de ella mientras sus brazos me acariciaban, hasta que por fin saqué mi miembro de su sexo cuando volvió a su estado natural.

 

Perdí la noción del tiempo, sólo sé que ella estaba abrazada a mí, dándome besitos y yo acariciándole el pelo. Me sentía tan bien… No sabría explicarlo, pero con ella era distinto. Con ella era… increíblemente especial. Era sin duda como morir y volver a nacer en manos de una valquiria que te lleva al Valhalla.

 

Me entretenía jalándola del vello de su pubis mientras ella daba leves quejidos cuando habló:

—Debería… depilármelo —decía torciendo la nariz.

—Hum… —y sonreí cuando se quejó de nuevo tras jalarle un pelito. Vamos, no tenía mucho pelo, estaba recortadito. Pero personalmente lo prefiero con poco (como la línea que se deja Marta) o nada, ya que es más fácil a la hora de comer.

—¿Te gustaría?

—Bueno, creo que ha quedado claro que esté como esté… me encanta igualmente —ella se reía a carcajadas—. Pero tiene sus ventajas… Así suavecito podría acariciarte y hacerte cosquillitas —y me dio un beso en los labios.

—Me daré un bañito relajante y aprovecharé…

—¿No estás lo bastante relajada? —pregunté haciéndole cosquillas.

—¡Ay, quieto! Jajaja… sí, tonto —y me dio otro beso.

 

Tras seguir un rato abrazados se levantó para irse a dar un baño abajo, yo me quedé unos segundos mirando al techo y luego fui al servicio. Mientras me echaba agua en la cara y me espabilaba, se me ocurrió una idea malvada.

Bajé a la 1ª planta, percibí ruido al otro lado de la puerta del baño y entré y cerré del tirón; Mari dio un gritito.

—Vengo a ayudarte a desvestirte… —dije sonriendo con picardía.

—Qué malo eres… —y se acercó y nos besamos.

Con la parte de arriba del pijama fuera, no pude evitar cogerle las tetas mientras pensaba: «¡Cómo pesan!». Ella me rodeó con sus brazos y nos fundimos en un beso. Luego se quitó el pantalón corto del pijama y aproveché para meterle la mano entre sus bragas y buscar su clítoris, a la vez que ella me mordía el lóbulo de la oreja.

Luego me apartó con dulzura, cogió mi dedo que había estado en su coño y empezó a chuparlo, introduciéndoselo en la boca como si me hiciera una felación. Entonces se detuvo y me dijo:

—Anda, sal, cielo, que me meo.

Yo la rodeé por la cintura y le mordí el cuello, y luego, susurrándole en el oído le respondí:

—No quiero… Déjame quedarme, por fa.

—Luego seguimos —me dijo ruborizada.

—Porfa… Quiero mirarte… —suplicaba con cara de pillo.

—¿Quieres mirarme el qué? —preguntó entre risas.

Yo sólo bajé la mirada, hacia su sexo, y luego la subí levantando las cejas y mordiéndome el labio.

—Ufff… —el sonrojo en sus mejillas era evidente—. Anda, salte. Que mira que si viene alguna o preguntan por ti o algo, nos van a pillar…

—Pues si vienen, diles que estás tú en el baño. Y si preguntan por mí les dices que no sabes… que habré salido o algo —y volví a jugar con su botoncito, esta vez suavemente, repasando el dedito por toda su abertura.

—Nene… que me meo… —me dijo como intentando reprocharme mi insistencia; pero lo cierto es que me pareció ver un tono casi diría de petición, de aprobación, pero sin querer ser clara.

—Pues mea… —dije mientras seguía tocándole el clítoris.

—¿Contigo… aquí? —preguntó bajando el tono de su dulce voz.

—¿Quieres que me vaya?… Dilo y me voy.

—No…

La besé y luego continué, tocándole esta vez más rápido el clítoris:

—¿Puedo hacerte una pregunta, rubita?

—La que quieras… —decía ella abstraída de todo.

—Alguna vez… —y paré momentáneamente mis juegos, y ella pasó a mirarme a los ojos—. Alguna vez… te has… ¿tocado mientras meabas?

Ella frunció los labios, mirando hacia el pasado un segundo, y luego con dulzura, casi vergüenza, me confirmó:

—Algunas… veces…

Se sentó en la taza, se bajó las bragas y yo ayudé a llevarlas hasta sus tobillos; luego se las quité. Las llevé a mi cara y las olí… Olían a mujer, ese perfume extasiante que a todo macho nos pone en celo.

Estaban algo pringadas por sus jugos, así que pasé mi lengua por ellas.

—Tengo que limpiarte las braguitas —le dije mirándola como un niño malo.

Ella suspiró profundamente, ahí sentada, con las piernas aún algo juntas, sin tenerlas muy separadas, restregándolas y haciendo fuerza (bien por querer rozar su sexo, o por darle corte mear delante de mí).

—Eres genial niño —y se inclinó para besarme—. Pero he traído ropa limpia, ahí está —respondió haciéndome señas con los ojos para que viese el sugerente tanga que esperaba junto a las demás prendas, apoyadas en un lado del lavabo.

Yo pensé: «Joder, pues con ese pedazo de papo que tiene la niña se le va a meter en la rajita cosa mala». Y así, mientras me imaginaba esa imagen tan cachonda, no se me ocurrió más que decir:

—Tú tranquila… ya me correré en ese tanga para cuando te lo pongas.

Y separé sus piernas del todo. Y entonces os juro que vi la imagen más erótica que jamás podrá darme una mujer. A mí me hace eso una mujer… y de la fricción con la que me la follo seguidamente salen llamas. Pero es que en ese instante me quedé en Babia.

Pues había separado sus piernas a ambos lados de la taza, y pude contemplar bien ese pedazo de coño, de frente, ¡con la raja abierta! ¡La hostia! Qué labios, qué mojado… ¡qué coño! Ni la raja estaba cerrada; totalmente abierta, con todos los labios bien marcados y empapados. Abierto esperando mi polla estaba ese pedazo de chocho. Qué hostias, ¡chochazo!... No hay palabra para describir lo que me encantaba ese coño, bien grande por fuera y con sus labios gorditos y jugosos, pero luego apretado por dentro (pues, salvo por el exnovio imbécil que tuvo, ahora era yo el único que exploraba dicha Gruta de las Maravillas).

Yo también empecé a mojar, pero mi boca. Como los perros cuando oyen el paquete de pienso, que empiezan a babear… pues igual. Y no pude contenerme y me lancé a comerle el coño como un poseso; estaba completamente fuera de mí. No podía dejar de lamer y lamer, mientras escuchaba los ruidos por la humedad de su cueva, y los gemidos de su dueña.

—Adri que me meo, que no puedo más…

Y apartándome suavemente hacia atrás, se acomodó, y yo mirándola a la carita le acariciaba los muslos para que se relajara.

—Ay, no me mires —decía riéndose, aún sin haber empezado a mear.

Así que desvié la mirada hacia su coño de nuevo, y me quedé quieto esperando. A los pocos segundos vi salir un leve chorrito, apenas nada, que se cortó al poco; ella miraba hacia el techo tratando de relajarse pensando que estaba sola. Permanecí inmóvil, pues quería que siguiera distendiéndose… que uniéramos más lazos, más confianza. Y continuó meando, esta vez un chorro más largo, sin parar. Yo me quedé mirándolo embobado. Cómo salía de su agujerito… de esa pedazo de raja que tenía la niña, bien empapada en sus jugos. La fuerza con la que salía, el sonido que hacía al chorrear en el agua del retrete; y por supuesto los ojitos de Mari entornados, ya mucho más relajada o incluso por placer.

Mi cara debía ser un poema… Completamente concentrado en mi visión, mi mente había viajado a otro mundo a través del portal interdimensional del gran coño de Mari Carmen. No me fijaba en mi forma de actuar, sólo en lo que estaba presenciando y lo enormemente erótico que era, y en lo burro que me estaba poniendo que ya me dolía hasta el nabo.

Cuando acabó, ella mirándome denotaba también que había disfrutado del momento. Me sonrió, aún con sus ojos sin abrir del todo, y se mordió el labio inferior.

—Acércame un poco de papel, que me limpie —me dijo de forma natural.

Yo, zombi perdido (pero en lugar de hambriento de cerebro, de coño), no podía dejar de mirar hacia la cueva del tesoro. Ella con una mano me acarició la cara y el pelo; mientras, yo mantenía mi cara de embobado, con la boca abierta y los ojos complacidos. Alcé la vista mirándola con la misma expresión. Ella me miró. Volví a bajar los ojos hacia su coño; me relamía. Volví a mirarla y le dije sin pensármelo más:

—Si quieres… —ella me miraba, expectante—. Si quieres… te lo limpio yo…

—¿Sí…? —preguntó tragando saliva y con un tono de voz tan bajito que de no haber estado ambos concentrados en el uno y el otro no la hubiera oído.

Y a la vez que iba lentamente acercándome hacia ese pedazo de coño abierto, ella me atraía con su mano en mi cabeza. Y empecé a lamer, los dos primeros lametones despacito… recreándome en el momento, en el sabor. Un sabor delicioso, levemente amargo. Y luego empecé a comérselo con más ganas.

Ella apretaba mi cabeza contra su sexo, mientras gemía.

—Aaah… Dios… ¿te gusta? —yo no respondía, estaba demasiado caliente obcecado en mi tarea—. Sí… sigue Adri… Uff, cielo… ¿Te gusta?

Saqué la cabeza un segundo de entre sus piernas para contestar, para seguidamente regresar a la faena.

—Joder… si me gusta… Dios, ¡es mi chocho preferido!... —por si no había quedado claro.

Y continué hasta hacerla convulsionar, sentada en la taza, y echándose un poco hacia atrás y abriendo más las piernas logró correrse y empaparme más la boca, esta vez de su corrida. Y yo relamí como un gatito todo lo que ese pedazo de coño me había dado.

 

Luego me besó (bueno, me levanté yo —con la polla tiesa— y la besé cariñosamente). Ella tomaba aire y me sonreía.

—Dios… Adri, cómo te quiero… —yo me limité a poner cara de pillo, ahí de pie con la polla tiesa a su altura, meneándola de un lado para el otro.

Ella empezó a pajearme suavemente, y luego le dio unos lametones. Pero la detuve, quería dejarla con la miel en los labios (nunca mejor dicho), y tenía otra cosa pendiente.

—Qué pedazo de coño tienes niña… —le decía mientras me masturbaba con la derecha acelerando el ritmo delante de ella. Con la izquierda le acariciaba la carita, pero me cogió el dedo índice e introduciéndoselo en la boca comenzó a chuparlo como si fuese mi miembro.

—¿Dónde quieres correrte, Adri? —preguntó con dulzura mientras me miraba con sus ojitos.

—Joder… —yo estaba a punto, y el problema es que ni me había parado un segundo a pensarlo; simplemente estaba que no podía aguantarme.

—¿Qué te parece aquí…?

Y cogió y se dejó caer un poco hacia atrás mientras adelantaba las caderas, separando las piernas y mostrándome toda la raja del coño abierta con ambas manos.

—¡Dios…! —y apretando los dientes no me pude contener y ahí de pie comencé a regarle el coño, que me lo presentaba su dueña bien abierto, mientras me miraba con lascivia.

 

Cuando acabé me costaba respirar, y es que había sido un pedazo de orgasmo… un Don Orgasmo… una corrida de primera.

Mientras le sonreía apretándome el labio inferior ella me regaló otra imagen bastante erótica cuando pasó dos dedos de su mano por la raja para recoger parte de mi leche, y luego llevárselos a la boca. Suspiré profundamente, y luego la rubita me dio un par de lametones en el capullo mientras me sonreía.

 

Si la bañera hubiese sido de estas grandes de hidromasajes donde caben tres o cuatro, me hubiera bañado con ella, pero no era el caso. Y de todos modos tampoco podíamos tirarnos horas ahí los dos, pues podrían pillarnos; aunque fuese el baño menos solicitado de la casa.

—Anda preciosa, que te tienes que bañar… y afeitarte ese pedazo de chocho que tienes —dije retirándole mi pene de sus labios, con malicia. Lo último lo pronuncié con picardía, pues tenía ganas de acariciar a cada momento con la yema de mis dedos ese gran monte de Venus sin un pelo, gordito y blandito, haciéndole cosquillitas.

—Joo… —se quejó cuando la dejé con más ganas de leche, y levantándola la introduje en la bañera, con amor.

 

Estaba ella rasurándose el sexo, y yo de vez en cuando cogía la maquinilla y le ayudaba, cuando Gloria aporreó la puerta. Preguntó quién estaba, los dos nos callamos y quedamos quietos:

—Yo… Mari Carmen —respondió mi rubita.

—Ah, es que venía a coger mi móvil, que antes me di un baño… Por cierto, ¿has visto a Adri? Le dije que…

—Eh no… no. Creo que ha salido… a comprar —dijo mientras yo me aguantaba la risa y pensaba: «Sí, ¡una lata de mejillones!».

—Ah vale. Oye que tengo que coger eso un momento, plis —y abrió la puerta y se coló rápidamente, mientras Mari y yo nos quedamos mirándola con cara de póquer; yo con mi mano dentro de la bañera, y más concretamente dentro del coño de Mari…

La cara de Gloria era un cuadro.

—Vaya… Con que había salido, ¿eh? Yo creo que estaba a punto de entrar.

Y riéndose cogió el móvil que estaba encima de la cisterna del váter, y mirándonos a los dos con picaresca (yo, aunque había detenido el movimiento de mi mano, no la había sacado de la bañera), procedió a despedirse.

—Yo… es que, estaba… —decía tratando de excusarme, absurdamente— echándole una mano…

—No, si ya lo veo —dijo ella con sorna. Mari se limitó a sonrojarse y guardar silencio.

—Cuando acabéis, a ver si me miras eso, porfi —y guiñándome un ojo dijo—: Si aún te quedan fuerzas… y ganas —y se fue por la puerta con una sonrisa.

 

Le di un beso a Mari Carmen mientras esta, sin tomárselo muy en serio, me reprendía diciendo que ya me lo había advertido. Luego la dejé continuar y me fui a la cocina, bebí agua, y pasé a subir al cuarto de Gloria mientras daba gracias al cielo de que no hubiese hecho ningún comentario de la vez que me pilló con Marta…

 

Llamé y entré de golpe, y la pillé vistiéndose. Rápidamente me dio la espalda; me disculpe con intención de salir pero me dijo que entrara. Llevaba puesta una minifalda con vuelo, roja y negra, y simplemente le faltaba ponerse la camiseta, azul marino y con la caricatura de un gato. Me recordó por un instante a Sara… Salvo por las coletas, claro, que Gloria-chan llevaba ahora hacia atrás.  

—¿A dónde vas?

—Por ahí, a ligar.

—¿A esta hora? —me sacó la lengua.

—Voy a comprar unas cosas. Me he quedado sin ellos… —decía cogiendo un chupachups y enseñándomelo, para después metérselo en la boca.

—Tú y tus caramelos… En fin, ¿dónde está eso?

—Aquí —decía tratándose de hacer entender con el caramelo en la boca—, toma. Está listo, sólo tienes que hacer la cosa esa… que tú haces. El cacharro ese que le falta.

—Joer, me voy a sentir mago y todo.

—Sí, con tus polvos mágicos —y comenzó ella sola a partirse de risa, encorvándose incluso, mientras yo entrecerraba los ojos y me ponía con el portátil.

El ordenador estaba enchufado al cable de la batería, pero como ya estaba cargado Gloria lo quitó del portátil y luego me hizo apartarme a un lado mientras se agachaba a la regleta para desenchufar la batería.

Diría que casi sin querer queriendo (aunque más queriendo que sin querer) no pude evitar dirigir mi mirada a ver si veía algo… Entre lo buena que está Gloria, y con esas coletas y la minifalda (y que supongo algún recuerdo de Sara influyó…), pues era difícil caer en la tentación.

Así que al ponerse a cuatro patas yo me eché más para atrás y abrí los ojos de golpe a la vez que me vino a la mente un «¡Abra kadabra, tápate guarra!». Y es que la niña llevaba un tanga de color azul, que en esa posición tirante casi me hubiera dejado ver los labios exteriores de su conejo, si hubiera dispuesto de más tiempo (o si ella se hubiese estirado más; o si directamente le hubiese arrancado el tanga con los dientes… pero ante la duda de la respuesta que esto podía suscitar, me quedé quieto disfrutando de la vista).

Se levantó, me sonrió como si nada —quizá ni se dio cuenta del impensado regalo que captaron mis ojos—, cogió una bolsa negra de esas en bandolera, con chapitas, algún parche y demás… Y yo me fui a sentarme para hacerle el avío en el ordenador.

—Bueno, adiós pisha brava —dijo despidiéndose entre carcajadas mientras salía por la puerta.

 

Tras acabar mi labor apagué el portátil, salí y cerré su puerta y me topé con Ioana en el pasillo. Le sonreí (aún me sentía un poco raro por lo de la otra vez), y me saludó con un alegre «¡hola!», un fuerte abrazo y un beso prolongado en mi mejilla, que me alivió las tensiones internas y por fin pude dar un suspiro hondo al respecto del encuentro con Marta.

Había estado fuera y venía cargada con algunas cosillas, así que se las cogí y la acompañé a su cuarto mientras me contaba qué tal le había ido.

 

Más tarde estábamos Mari, Ioana y yo en el sofá cuando Gloria apareció con una bolsa cargada de chucherías (sobre todo chupachups). Nos lanzó un par de caramelos a cada uno y se subió a su habitación.

 

La noche la pasé jugando con la rubita y la rumana a las cartas, después de cenar.

(9,44)