Nuevos relatos publicados: 13

Día en la playa

  • 21
  • 18.712
  • 9,71 (7 Val.)
  • 2

Aquel fin de semana, ante la insistencia de Fran y Ana,  Lydia y Marcos accedieron a pasarlo en el apartamento que tenían en la playa, así dispondrían de más tiempo para hablar, ya que hacía tiempo que no se veían, y los niños, podrían también relacionarse.

A su llegada Fran les explicó que los 3 niños podrían dormir en una habitación y Lydia y Marcos en la contigua, que era la habitación de la niña.  Ellos disponían de un dormitorio en la otra parte del apartamento.

La mañana la pasaron en la playa, aprovechando la buena temperatura que había, con una ligera brisa que hacía aún más agradable la estancia.

Lydia se colocó un bikini de color rojo, siempre le decía a Marcos que a Fran le gustaba mirarla cuando él no se daba cuenta, lo que provocaba la sonrisa de Marcos.

Durante la mañana no fueron pocas las veces que Lydia notó como detrás de las gafas de sol la mirada de Fran se encaminaba a su escote, y al fuelle que hacía la copa de la parte superior del bikini, que sin dejar ver nada, enseñaba lo suficiente como para querer explorar la parte oculta de sus pechos.  Esta situación no desagradaba a ella, que entraba en el juego provocando la apertura, mientras que el resto de acompañantes permanecía ajeno a este juego, incluso Fran, que no advertía la complicidad de ella.

Así transcurrió la mañana, y el resto del día, entre juegos de los niños y las charlas de los adultos.

Al caer la noche el bochorno se hizo insoportable y el apartamento se convirtió en una caldera sin aire acondicionado que suavizara el calor, únicamente momentos de brisa que entraban por las ventanas.

Los niños se acostaron primero, y tras un par de copas y un poco de charla llegó la hora de decir “hasta mañana, buenas noches”  los adultos se  marcharon, Fran y Ana hacia la habitación de matrimonio y Lydia y Marcos hacia la habitación de la niña, prestada para aquella noche.

Lydia se despertó, miró el reloj que marcaba las 3 de mañana, hacía mucho calor y tenía la garganta seca, se levantó y al juntar la puerta de la habitación y dirigirse hacia la cocina oyó un chasquido que provenía del comedor, por lo que se asomó al mismo y vio como Fran, al fondo, estaba sentado en el umbral de la terraza con el comedor.

No pensaba decir nada, incluso volverse sin tomar el vaso de agua, pero el chirrido de la puerta también hizo que él se girase y se diera cuenta de su presencia.

Alzó la mano y la saludó, al tiempo que movía los labios, sin soltar palabra, para no hacer ruido, saludándola.

No tuvo otra opción que acercarse a saludarlo también.  Se percató de que únicamente iba vestida con una camiseta y su tanga, aunque al ser larga la camiseta quedaba más bien como una minifalda que no permitía ver mucho más.

La escasa luz que iluminaba el comedor provenía de las farolas del parque situado frente a la casa y de la luna llena que iluminaba el cielo eso le acercarse a él sin mayor recato.  De todas formas en la playa por la mañana, en bikini, se venía más parte de su cuerpo que ahora.

―Hola―comentó Fran―.  Hace un calor terrible.

― Sí –contestó ella―, me cuesta conciliar el sueño normalmente, pero hoy más.  Entre la mañana de playa, un poco que extraño la almohada y este calor, no hay quien duerma.

― Ja ja ja, rió por lo bajo, ¡no lo dirás por Ana, que es meterse en cama y quedarse dormida¡.

―Sí, lo mismo le pasa a Marcos, y todavía más si se ha bebido un cubata como hoy.  Casi no he tenido tiempo de darle el beso de buenas noches.

Él, que estaba sentado en una silla de terraza, únicamente vestido con un pantalón de pijama y las chanclas, señaló una silla  que tenía junto a él y la invitó a  sentarse.

―Siéntate y mientras te refrescas hablamos un poco.

En ese momento ella se percató de lo escueta de la vestimenta de Fran, y se sintió algo avergonzada por la situación.  Podría decirse que iban vestidos “en paños menores”.

―No gracias, me beberé un vaso de agua y quizás me entre el sueño.

―Venga – comentó él― no seas tonta, siéntate que será la única forma de que te refresques algo.  El agua no hará más que hacerte sudar.

Dudó, pero terminó por aceptar.  De todas formas él tenía razón, el agua no haría que conciliara el sueño antes.

Cuando llevaban apenas cinco minutos hablando de temas banales como el tiempo, le preguntó a Lydia  ¿te importa que fume?

―¿No lo habías dejado? ―le contestó ella.

―Bueno, este es de una caja que guardo para cuando estoy tranquilo.

―Por mi puedes hacer lo que quieras, estamos en tu casa.

Se levantó de la silla y abriendo un altillo del mueble de comedor sacó una pequeña caja metálica, tomó nuevamente asiento y sobre la mesa de la terraza la abrió.

Dentro había un mechero, unos cigarros, papel de liar y una pequeña bolsa que parecía envolver unos cogollos de Marihuana.

Ella que desde que se sentó permanecía con las piernas cruzadas, para evitar la visión de su tanga, las descruzó para aproximarse a la mesa y comprobar la mercancía que escondía en aquella cajita metálica.

El gesto no pasó desapercibido para él, que rápidamente llevó su mirada a la unión de ambas piernas. A fin de cuentas, ya había pasado la mañana intentando adivinar el cuerpo de ella bajo su bikini, no iba a desaprovechar esta ocasión de intentar ver algo más de su cuerpo.

―¿Esto es lo que fumas cuando estás tranquilo? –preguntó ella.

―Bueno―contestó ― es mi pequeño vicio.  Cuando los niños duermen y Ana también, me siento a la fresca y me hago un cigarrito relajante oyendo el silencio de la noche.

Preparó “su pequeño vicio” mezclando el tabaco con un cogollo y envolviéndolo hábilmente con el papel, se lo llevó a la boca, lo chupó lentamente y enroscándolo lo pegó entre sus dedos.

Una vez terminado lo introdujo entre sus labios y arrimando el mechero encendido a su punta sorbió con fuerza.

Una bocanada de humo los cubrió a ambos, a la vez que exclamó: ¡Este es el único momento de tranquilidad que tengo muchas días¡

El olor a marihuana llegó hasta Lydia, la cual aspiró casi sin darse cuenta el humo que flotaba en el ambiente, recordándole alguna que otra fiesta loca.

―¡Toma¡ le dijo él extendiendo el porro hacia ella.

―No, mejor no –contestó.

―Mujer, que por unas caladas no vas a tener adicción, ni se te va a secar el cerebro, ja ja ja, ―rió.

Nuevamente la duda la asalto, al igual que cuando le ofreció la silla, pero nuevamente aceptó su propuesta.

Ambos, alargaron sus brazos para asir y traspasar el porro, y por un momento sus manos se rozaron.

Lydia sorbió, y al igual que él anteriormente, lanzó su bocanada sobre  ambos.

Un escalofrío recorrió su cuerpo, y notó como bajo la camiseta, sus pezones se endurecieron, oprimiéndose contra la camiseta.

No pasó desapercibida la reacción de su cuerpo para ninguno de los dos.

Siguieron fumando y charlando, con voz suave para no llamar la atención con sus voces ni dentro ni fuera de la casa, ya que el toldo aunque impedía la visión desde fuera de la terraza, únicamente suavizaba los ruidos.

Tof, tof, tof ―tosió ella― mientras apuraba con las últimas caladas el cigarrillo relajante.

―Bebamos algo, que suavice la garganta –comentó él―, sino no se te irá la carraspera en toda la noche.

Esta vez, no dudó como las otras veces, y asintió con su cabeza, a la vez que llevaba su mano a boca para toser nuevamente y casi seguidamente interrogarlo ¿tienes peché?.

―No, pero si quieres algo suave tengo licor de orujo. Está más suave que el orujo de hierbas.

―Bueno, lo probaré –contestó ella.

―Yo me tomaré un whisky, que me va más.

Abrió el mueble bar y sacando dos vasos se dirigió hacia la cocina, volviendo con ellos llenos de hielo.

―Me he asomado a las habitaciones, y Ana está en estado catatónico, los niños ni se mueven y en vuestra habitación se oían los ronquidos de Marcos – la informó.

―No sé cómo pueden dormir con este calor.― dijo ella.

Llenó medio vaso de whisky y el otro con la crema de orujo, que tenía un color entré marrón y gris.

Ella sorbió del vaso, y encontró fresco y sabroso el líquido, que mezclado con el sabor a la marihuana suavizó su garganta.

Los efectos de la droga se iban notando lentamente en sus cabezas, haciendo que ella se encontrara mas desinhibida y prestara menor atención a intentar ocultar con la camiseta el inicio de sus piernas, por lo que Fran disponía de una mejor visión sobre el pequeño tanga negro que cubría el escaso bello de su pubis.

―¿Nos hacemos otro?, parece que ya me empiezo a relajar – dijo él señalando la cajita metálica.

―¿Otro? – contestó ella.

―Bueno, el primero se supone que era solo para mí, pero tú te has fumado la mitad.  Lo justo es que yo ahora me fume medio tuyo

―Ja ja ja ―rió ella contestando – bueno, pues si es eso lo justo, tendremos que fumárnoslo.

Rápidamente dispuso un nuevo porro, que encendió entre sus labios.  Soltó su bocanada muy despacio hacia la cara de su acompañante y ésta lo recibió abriendo su boca al humor relajador.

Él tomó con su mano el porro y sin soltarlo lo acercó a los labios de ella.  Sus manos tocaron sus labios, y ella sorbió a la vez el cigarrillo y las yemas de sus dedos.

En estos momentos, el efecto del alcohol y la marihuana ya se habían apoderado de los dos por completo.  Él ya miraba descaradamente la punta de sus pezones, queriendo asomar bajo la camiseta y su entrepierna, la cual ella ya no disimulaba en juntar e incluso se había tomado la libertad de sentarse “a lo indio” sobre la silla.

Lydia comprobó como el pantalón de pijama de él, confeccionado con Lydia tela de algodón, se erguía empujado por su miembro que se encontraba semierecto.

En uno de los intercambios del porro, esté rodó y cayó al suelo, ella se incorporó de la silla para recogerlo, doblando su cuerpo y mostrándose de espaldas a él, que pudo apreciar su redondo culo,  únicamente adornado por el fino hilo negro de su tanga.

Su polla pareció estallar con la visión que se le mostraba, llevaba toda la noche calentándose, pero el alcohol y la marihuana le dieron el valor suficiente para levantarse y asirla con ambas manos por su culo, posando las palmas en cada uno de los cachetes del mismo.

―¿qué haces?, ― inquirió ella, como si no lo supiera mientras se incorporaba

Sin soltar sus manos del cuerpo de ella, ahora de frente, sus manos permanecieron en su cintura.

―Pensé que te caías y te he cogido para que no te hicieras daño –contestó él.

Las manos no paraban de acariciar la cintura de ella bajo su camiseta mientras le hablaba y sus miradas se cruzaban, mirándose sin verse, aturdidas sus mentes por los estímulos incorporados a su cuerpo, pensando sin pensar cómo actuar.

Él acercó lentamente su boca a la de ella, esperando una reacción de la misma, si hostil, para abandonar o si receptiva para continuar con su acercamiento.

Los labios de ella se entreabrieron, y notaron el cálido sabor de sus mullidos labios.  Sus lenguas se entrelazaron lentamente y pudieron saborearse, se mezclaron los sabores del whisky, la marihuana y el licor de orujo, con un resultado entre amargo y dulce, pero que les sabía a lujuria y sexo.

Ella aún no era consciente de lo que estaba pasando cuando la boca de él comenzó a recorrer su cuello, desde el lóbulo de su oreja hasta el comienzo del hombro, sus labios lo recorrían con pequeños besos mientras sus manos comenzaron el ascenso desde la cintura de ella hasta el preciado fruto que esperaban recolectar en sus pechos.

Él tenía las manos suaves y calientes, parecían quemar con su deseo cada centímetro de la piel que conquistaban.  Los pechos de ella, esperando con deseo ser asaltados por sus manos, endurecieron sus pezones, se dispusieron a rendirse sin oponer resistencia.

Por fin llegó el preciado trofeo para él, y pudo notar la suavidad de sus pechos, mientras su lengua nuevamente se entrelazó, húmeda con la boca de ella, que comenzó a gemir de deseo.  Su aliento, su saliva y sus deseos se mezclaron en un profundo beso, mientras el cuerpo de ella, suavemente encorvado hacia detrás, sujeto por la mano izquierda de él, se dejaba acariciar por su derecha.

Sus cuerpos, aún sin fundirse en uno solo,  se juntaron, y ella pudo notar como sobre su sexo, cubierto por el fino tanga, se apretaba su entrepierna, erecta, dura y que se presentaba dispuesta a traspasar la tela de su pantalón de pijama y el tanga.

Ella pudo notar como su sexo, humedecido, solicitaba mayores favores que los recibidos hasta ese momento, él también, una vez alcanzados los frutos que le habían ofrecido sus pechos quería un mayor premio.

La despojó de la camiseta que le había ocultado el cuerpo, mientras que ella elevó sus brazos, como rindiéndose y facilitando la liberación de su cuerpo, ahora únicamente cubierto por el negro tanga, que resaltaba con la blancura de su cuerpo.

Él, con la leve luz que iluminaba el comedor, pudo ver, ahora sus pechos, los cuales ya habían saboreado sus manos.  Volvieron a agarrase y sus torsos desnudos se juntaron nuevamente, ahora sin el impedimento de la tela. Pecho con pecho, notaron el uno en el otro su empapada piel, mitad calor, mitad deseo.

Él con su boca buscó su cuello, lo beso, lo excitó,  mientras su mano recorría sus nalgas, rondando la miel que comenzaba a desprender el sexo de ella, sin acercarse, rozando sus muslos, adelante y atrás, penetrando su mano lentamente por el interior de sus muslos apenas rozó la cueva del placer que le esperaba.

Ella, casi pasiva hasta ese momento, con la mente embotada, pero con el cuerpo receptivo a los placeres que él le proporcionaba, también deseaba conocer si su pene respondería a las expectativas que su visión, oculta por la ropa, le había proporcionado hasta ese momento, por lo que llevó su mano, más directa que la de él, que rondaba su sexo, excitándolo sin tocarlo.  La mano derecha de Lydia se deslizó entre el ombligo y pantalón de pijama y ansió el pene.  Lo notó duro como una roca, como un volcán a punto de estallar, y como queriendo calcular su tamaño deslizó aún más su mano hasta el final del mismo, acariciando sus testículos.

Fran soltó un gemido de placer, como si la tensión de su pene erecto notara un alivio, una pequeña liberación.

Ajenos a cuanto les rodeaba, sus cuerpos se estaban entregando al placer, pero sus voces, sus vaivenes y jadeos habían despertado a Marcos, que en la habitación contigua al despertar y no encontrar a Lydia junto a él, notó como unos susurros llegaban desde el comedor.

Se levantó y sin abrir la puerta por la rendija entreabierta se encontró con el placer que el hermoso cuerpo de su esposa estaba entregando a su amigo.

Paralizado por la escena no supo cómo reaccionar, si abrir súbitamente la puerta, si hacer ruido para que parasen o que hacer.  Mientras su mente parecía bloqueada con la situación su cuerpo reaccionó, y notó como un cosquilleo en su estómago se apoderaba de él, mitad celos, mitad placer, y su pene optó por el placer, alcanzando una erección que le indicó que debía permanecer oculto observando por la rendija.

Por fin Fran se decidió a disfrutar con su mano el sexo de Lydia que ya estaba preparado para recibir su mano.  Apartó suavemente la goma elástica del tanga e introdujo la palma de su mano.

Notó el poco vello público que cubría su monte de venus, adornándolo, para después dejar paso a la suavidad de sus labios vaginales, impregnados por el flujo que había generado con su deseo de ser penetrado.

Fran notó como sin resistencia, los labios se abrían, dejando paso a su dedo anular, que desapareció absorbido por la cueva de su sexo.  Su polla volvió a nuevamente a tomar la fuerza de una roca, y ella, que la asía por la parte más baja, junto a sus testículos, notó como la hinchazón crecía en su mano.

Ambos permanecieron, de pié en la penumbra de la noche, cuerpo con cuerpo, pecho con pecho, lengua con lengua, mientras sus manos se recreaban jugueteando con el sexo contrario.  La mano de él empapándose de jugos vaginales, mientras su dedo, penetraba lentamente una y otra vez en la vagina, rozando con la palma de su mano el clítoris, la mano de ella, apoderándose del miembro, notando las palpitaciones de su corazón en la palma de su mano mientras esta se elevaba una y otra vez proporcionándole un inmenso placer.

Ambos deseaban más. Él tomó de la mano de ella y la acompaño hasta el inicio del sofá, la sentó y poniéndose de rodillas frente a ella la observó durante unos instantes, recreándose ante la hermosura de su cuerpo casi desnudo, un cuerpo que sabía que en breve sería completamente suyo.

La tenue luz le dejaba ver como ella, recostada en el respaldo y la cabeza apoyada suavemente hacía atrás, tomaba con las palmas de sus manos ambos pechos, masajeándoselos, con las piernas entreabiertas, esperando a que él le arrebatara el tanga que cubría su preciado sexo, ansioso por ser descubierto y mostrarse a su amante.

Él, asió con cada una de sus manos los laterales del negro tanga, y muy despacio fue bajándolo por el comienzo de sus muslos, imaginado a cada momento como sería de hermoso el siguiente centímetro en descubrirse ante él.

La imagen no le decepcionó, y apareció el fino vello que adornaba su sexo, un hilo vertical que desapareció para mostrar el botón del placer, el clítoris de Lydia, descubierto de los labios, que entreabiertos por las caricias recibidas de su dedo, lubricados, brillaban a la luz de la luna, como el faro que advertía de su presencia a los buques que se aproximan a la costa.

El tanga terminó por caer libre al suelo, y los labios de él se acercaron a su sexo, para depositarse en sus labios vaginales y fundirse con ellos en un beso.

Las manos de él, asían a Lydia por su estrecha la cintura, su boca, su lengua, recorrían los rincones del placer y ella, apretando sus manos contra los pechos, fuerte, casi con dolor, soltó un gemido de placer mientras su cuerpo tembló de placer, casi llevándola al orgasmo.

Él se dio cuenta que ella estaba a punto de reventar de placer, un placer que no quería que terminase, hubiera deseado que ese momento se parase, que durase eternamente, por lo que separó la lengua de la hendFranra sexual.

Respiró como agradecida, tampoco ella quería terminar su experiencia de esa forma, y como agradeciendo los placeres recibidos por la boca de él, se levantó, ofreciendo la mano a Fran, al cual se sentó ahora en el lugar que ella ocupaba. Sabía que ahora sería él el regalado por los placeres de su boca.

Mientras tanto, Marcos oculto tras la puerta, empuñaba su polla erecta y se daba placer, disfrutando de la escena que contemplaba.

Ella abrió por las rodillas las piernas de él, asió el pantalón de pijama con ambas manos y levantándolo levemente, para evitar que su erecto miembro evitara que fuera bajado, lo desnudó por completo.

Su pene se mostró erguido ante ella, un pene con poco vello, casi despoblado y muy fino, de un color que se apreciaba claro, casi rubio.  Un pene que como ya había comprobado con su mano, no la decepcionó en su tamaño. Asiéndolo con las dos manos, por su base lo introdujo en su caliente boca, la cual lo recibió húmeda y ansiosa de deseo.  Con su lengua jugueteó con el glande, y sus papilas gustativas y su olfato se juntaron para saborear el miembro que había introducido en su boca.

Lo sorbió y chupeteó, y el fino reguero de líquido seminal que lubricaba su punta le supo a miel, dulce como el deseo que se había apoderado de los dos.

Fran gemia una y otra vez de placer, mientras sus manos sobre la cabeza de Lydia acompañaban el pausado vaivén que ésta efectuaba sobre su polla, mientras que los escalofríos que le avisaban del orgasmo recorría su cuerpo.

Con sus manos, él, separó la cabeza de ella de su miembro, se incorporó, y llevándola junto la mesa del comedor, apartó en centro de mesa y la ayudó a sentarse sobre la misma. Colocó dos silla a ambos lados de su cuerpo, para que sus piernas no colgaran y descaran sobre las mismas, haciendo más cómoda su postura.

Nuevamente se fundieron sus lenguas en un beso.  Ahora el sabor de la marihuana, el whisky y el licor de orujo se mezclaron con el de sus fluidos corporales, en un cocktel de deseo sexual.

Asió su polla con la mano derecha y tirando de la piel que cubría su glande hacia atrás lo dejó emerger, brillante, empapado y suave, pero a la vez duro como un ariete dispuesto a derribar las murallas de un castillo.  No hizo falta, pues las puertas del sexo de ella, no oponían resistencia, se encontraban abiertas de par en par,  dispuestas para recibir al invasor.

Su pene se abrió paso entre los labios vaginales, lubricados, brillantes y resbaladizos, permitiendo la suave penetración del glande en sus entrañas.

No tardó en entrar por completo, y retirando su mano derecha de la base de su pene, lo dejó desaparecer por completo en el interior de ella, que se retorcía de placer.

La tumbó sobre la mesa, y su espalda acarició el cristal que la cubría.

Ahora ella se encontraba postrada sobre la mesa, con sus piernas abiertas, descansadas sobre las sillas mientras él de pié frente a ella comenzó suaves envestidas sobre su cuerpo, clavando el estilete de su pene en el sexo de ella.

Las manos de él corrieron a acariciar sus pechos, intentando apaciguar la furia de sus pezones, erizados de placer, como deseando saltar de los pechos que los encerraban.  Mientras sus manos acariciaban los pechos, su pene entraba y salía una y otra vez de su cueva del placer, mientras sus testículos, como las olas que baten frente al acantilado, golpeaban la parte inferior de la vagina, originando un suave y excitante ruido con su golpeo.

Ambos sabían que la batalla tocaba a su fin, que sus cuerpos no podían luchar más contra la furia del deseo.

La mano de Marcos también comenzó un frenético vaivén ante la vista de su esposa disfrutando con otro, la curiosidad y la excitación superaban cualquier otro sentimiento.

Mientras Lydia fue la primera en recibir el placer, un placer que puso primero de carne de gallina su cuerpo, un escalofrío que le avisó de la ola de placer que se avecinaba, desde su clítoris hasta lo más profundo de su vagina recibieron un placer que ascendió por su cuerpo hasta sus pechos acariciados, notó como el orgasmos se apoderó de ella, un orgasmo, éste el primero, largo, muy largo, como sin fin, unos segundo maravillosos de placer que la hicieron gemir con la boca abierta, buscando el aire que le faltaba.

Él no pudo resistir más y su pene estalló de placer, dejando salir la lava de su semen, que caliente  la invadió, llenándola y lubricando su vagina por completo.

Ella notó la descarga de su leche, sintió como la llenaba y nuevamente notó venir un nuevo orgasmo ,más suave que el anterior, pero igual de placentero.

Eñ  gimió mientras su miembro se vaciaba por completo, y como rebosando un fino hilo de semen salió del sexo de ella  deslizándose entre sus testículos de hasta caer lentamente al suelo.

Él suavizó sus envestidas y sacó su extasiado miembro del sexo de ella, que rendida, abierta de piernas y sobre la mesa dejaba escapar por su entrepierna el dulce licor con el que él la había regado.  No sería el único semen que esa noche se derramara en el suelo, ya que la ya flácida polla de Marcos había dejado su carga tras la puerta entreabierta.

(9,71)