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Mi amazona

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Nos habíamos ido de casa rural, a un pueblecito perdido en el pirineo. Como tengo costumbre, salí a correr un rato mientras mi novia se había quedado en la cama. Después de una buena sudada corriendo llegué a la casa que habíamos alquilado. Entré en la casa y saludé con un “ya he llegado”. No obtuve respuesta. Pensé que tal vez ella habría salido a dar un paseo por los alrededores. Me dirigía a la cocina a beber un poco de agua y al entrar, vi una nota encima de la mesa. “Dúchate, ponte la toalla en la cintura y túmbate en el suelo de salón”. Me extrañó, pero obedecí.

Me duché, me sequé el cuerpo y me fui al salón tranquilamente. Allí no había nadie. Aún así hice lo que me habían escrito y me tumbé en el suelo. No pasaba nada, ni oía, ni veía nada.

A los pocos minutos escuché un ruido de pisadas. Eran pisadas de tacón, que retumbaban en la habitación. Lentamente aquellas lejanas pisadas se fueron haciendo más cercanas. El suelo de madera crujía a cada paso y podía distinguir perfectamente cuando llegó al salón. Miré hacia la puerta y la vi.

Era mi novia, con la espalda apoyada en el marco de la puerta. Vestía unas botas negras de tacón hasta debajo de la rodilla, se me hacían familiares. Sus delgadas piernas estaban enfundadas en unas mallas blancas, similares a los pantalones de montar. Estos pantalones estilizaban su cadera, y su culo quedaba perfectamente marcado. Ella tiene un culo muy bonito, delgado, proporcionado,… A la luz de la ventana los pantalones remarcaban su silueta. Por encima de la cintura vestía una camisa blanca, anudada en la cintura, dejando ver su ombligo. El pelo lo tenía recogido en una coleta mediante una cinta negra. Cuando vio que la miraba de arriba abajo, se dio la vuelta, de forma que pudiese apreciar la línea de su espalda y su culo, teniendo una perspectiva completa de su figura.

Me miró desde la puerta y sonrió, pero de una forma particular, dejando entrever que al contrario que yo, ella sabía lo que iba a ocurrir. Mientras tanto yo estaba tumbado en el suelo con la toalla en la cintura, expectante ante lo que viniera después. Empezó a caminar lentamente con las manos detrás de la espalda, mirándome de reojo. Hice ademán de inclinarme, pero soltó sus manos y me enseñó una fusta que llevaba en la mano derecha, alzándola de forma amenazante. Enseguida comprendí que debía permanecer tumbado, con la espalda y la cabeza apoyadas en el suelo.

Se dirigió hacia mis pies, y estuvo andando de lado a lado mirándome, y sonriendo. Me empezaba a impacientar, pero ella parecía disfrutar con la escena. No podía volver a reclinarme con miedo a recibir una caricia de su fusta.

Al rato me dijo que me quitase la toalla. Fruto de la situación mi polla estaba medio hinchada, y ella sonrió al verla, haciendo una pequeña risita. Se acercó a mí, quedando de pie entre mis piernas. Prácticamente sus botas rozaban mi polla. Dio dos pasos y se puso encima de mí, con una pierna a cada lado. Caminó lentamente hasta situar sus pies junto a mis orejas. Se dio la vuelta de forma que yo tuviese una panorámica perfecta de su culo. Después de caminar otros pequeños pasos se fue agachando hasta quedar sentada encima de mi ombligo, dándome la espalda. Con sus dedos comenzó a acariciar mis muslos, desde las rodillas hasta las ingles. Poco a poco mi polla comenzó a ponerse tiesa, aumentando la erección lentamente. Al verlo, me fue haciendo caricias cada vez más cortas y más centradas en mi entrepierna. Me agarraba la polla con una mano y con la otra la acariciaba como si fuese un peluche. A veces, con la otra mano me acariciaba los huevos. Pocos momentos más tarde mi polla ya estaba totalmente erecta. Entonces, se volvió a poner de pie, dio la vuelta y me sonrió. Puso sus manos en mi pecho y se fue alargando las mismas hasta mis muñecas mientras iba acercando su cara a la mía. Quedando las dos bocas a la par sacó su lengua y lamió mis labios, mientras daba mordisquitos a mi kokotxa. Repitió ese movimiento varias veces. Traté de devolverle los besos y en cuanto lo sintió se retiraba hacia atrás de forma que yo no pudiese llegar a ella. Cuando volvía a bajar la cabeza ella se reclinaba otra vez sobre mí. Ese juego la entretuvo y soltaba pequeñas risitas, como si el juego la divirtiese.

Cuando se aburrió, volvió a enseñarme la fusta, pero esta vez se lo llevó a la boca, quedando la fusta mordida entre sus dientes. Así, se inclinó hacia mí de forma que yo pudiese morder la fusta y quedarme con ella, como si dos bailarines de tango con una flor. Después comenzó a soltarse el nudo de la camisa, poco a poco. Tragué saliva, mientras sostenía la fusta. No llevaba sujetador y sus tetas quedaban a mi alcance. Cogió mis manos y las puso sobre ellas. Empecé a masajearle las tetas despacio, pasando mi pulgar sobre los pezones. Ella empezaba a moverse sobre mí y notaba en mi vientre el calor de su entrepierna. Estando así se deslizó hasta que pude sentir ese calor en mi polla. Mi excitación iba creciendo y gracias los masajes, el suyo también. Se puso a cuatro patas y gateó hacia atrás, mientras besaba mi pecho, mi vientre y mi ombligo. Así llegó a hasta mi polla que intentó levantarse cuando notó su respiración cerca. Los continuos besitos y mordisquitos que me daba en la piel hacían sentir la cercanía de su aliento. Sin tocarlo con las manos rodeó el capullo con sus labios. El calor de su boca hizo que mi erección llegase al máximo. Sacó la polla de su boca y lo besó repetidas veces. Agarró con una mano la base y levantó la cabeza para mirarme, mientras sonreía … Así comenzó a metérsela en la boca poco a poco, tratando de tragar cada vez un trozo mayor, como si buscase llegar a tocar su mano con sus labios.

Bajé la mano y enredando mis dedos entre su cabelló le indiqué el ritmo al que debía mover la cabeza y sus labios recorrer el tallo de mi polla. Cuando notó mis manos, paró en seco; otra vez quería marcar ella los ritmos. Al reanudar la mamada, los dedos de su otra mano fueron a su vientre y se deslizaron a su entrepierna. Se acariciaba la meseta que formaba su pubis, perfectamente marcado con esos pantalones. Notaba como, fruto del aumento de su excitación, perdía el ritmo con la boca. No me importaba mucho, ya que si hubiese seguido a ese ritmo, me hubiese corrido en ese momento.

Entonces, volvió a ponerse a cuatro patas y avanzó por mi cara. Cuando su culo llegó hasta mi hinchada polla, se levantó y estando de pie, bajó la cremallera de sus botas. Seguidamente y sin perder tiempo, se bajó los pantalones quedando totalmente desnuda. Se acercó a la mesa del salón y me lanzó un condón. No tuvo que decirme para que. Se giró y me dio la espalda. Observé que se llevaba sus dedos a su clítoris y se agachaba lentamente… mientras acercaba a mi cuerpo con una mano me agarró la polla y con la otra separaba sus labios vaginales. Así guió sus labios al encuentro de mi capullo, que rápidamente se vio envuelto por ellos.

A pesar del condón notaba sus fluidos como lubricaban mi polla, señal de su nivel de excitación. Apoyó sus rodillas en el suelo y volvió a poner sus manos en mis muslos. Comenzó a moverse como si me estuviese cabalgando, lentamente… En un momento, se paró y sin sacar mi polla, se dio la vuelta para quedarse frente a mi. Cuando cogió un ritmo más alegre, puso sus manos junto a mis hombros, de forma que sus pezones rozasen con torso. Los vaivenes se hicieron más acelerados y bruscos. Se inclino estuvo sentada sobre mi polla que seguía cabalgando. De pronto, cogió la fusta que aún llevaba en la boca, de forma que pude emitir algún sonido, para advertirle de que me iba a correr. Ella se puso en cuclillas de forma que mi polla entraba más directamente en ella. No pude más y tras emitir un gemido me corrí … pero lejos de parase, ella siguió y siguió … aunque a mí ya no me quedase apenas fuerza para mantener la erección, pude ver como se acariciaba el clítoris y los pezones … hasta que comenzó a temblar y gemir … para, después de unos profundos vaivenes, caer sobre mi pecho.

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