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Andrea y Marina, a por Enrique

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Después de la conversación con José, me quedó la sospecha de que Marina me había vuelto a poner los cuernos con Andrés, pero decidí no pensar más en ello. El poder de  seducción de mi cuñada, era mucho más fuerte que ese sentimiento humillante, por la traición continuada de Marina… ¿se habría enamorado de Andrés?… Uff, fuera esos pensamientos, lo que yo tenía muy claro es que esta tarde estaríamos los tres juntos, e imaginaba que lo pasaríamos muy bien.

Llegué a casa, al abrir la puerta noté un olor delicioso, Andrea se había esmerado en la cocina. Vino a saludarme yo podía mirar su cara, porque me era imposible quitar la vista de sus piernas. Iba vestida con un delantal cortito muy sexy; nos dimos un beso. Cuando se giró para ir a la cocina, pude ver que debajo del delantal solo llevaba una braguitas blancas de blonda. Imaginé la visión delantera, con su frondoso y negro monte de Venus oscureciendo sus braguitas. Empecé a excitarme, pero algo había aprendido con Andrea: No debía tener prisa, teníamos toda la tarde por delante, además, tenía que satisfacer a las dos calientes hermanitas, parecía que tuviesen furor uterino.

Dejamos preparada la mesa y pusimos en marcha la televisión para hacer tiempo y esperar a Marina. Era cuestión de distraerse, porque de lo contrario empezaríamos la juerga los dos solos.

La ventaja de ver la TV en aquella época, era que no necesitábamos información de los canales para comparar, solo había uno y el UHF, cadena que solo la miraban los intelectuales y los que queríamos parecernos a ellos. Tuvimos suerte, hacían “Cita con el humor” con José Luis Coll. Al menos reiríamos un rato.

Al poco tiempo llegó Marina de trabajar, nos miró como si no se creyera que estábamos perdiendo el tiempo mirando la TV, y Andrea le dijo

-No sólo te hemos esperado para comer, así que anda, aséate un poco mientras pongo la comida-

Cuando Marina acabó de ducharse, salió dentro de una bata mía, de lo larga que le llegaba parecía el enano mudito de Blancanieves.

Acabamos el almuerzo, Marina buscó en la radio una emisora con música y nos sentamos los tres en el sofá. Me dejaron el asiento central… Dijeron que yo tenía demasiada ropa y de inmediato empezaron a desnudarme. Me dejaron con el slip puesto ¡menos mal! Se colgaron de mis brazos, volvimos a sentarnos y ahora sí, empezaron a mostrar sus intenciones

-Enrique, tú te vas a estar quietecito- dijo Andrea con la mirada lujuriosa –hoy seremos nosotras las que decidiremos qué hacemos contigo-

Aquello me sonó a música celestial, hubiera deseado con todas mis ganas estar solo con Andrea. Marina empezó a besarme el cuello, bajó hasta mis diminutos pezones y le entró una fijación con ellos, chupándolos y mordiéndolos. Mientras Andrea, me acariciaba con sus suaves manos, las deslizaba por mi torso, llegaba al slip y la paseaba por él, palpando la dureza de mi polla. Marina seguía con su sesión de lengua, siguió hasta mis calzoncillos, me los bajó, mi verga salió liberada, la acarició con suavidad. Andrea no se quiso perder las gotitas que me empezaban a salir, y con su lengua las recogió. Se encontró con la boca de Marina, y sin más historias empezaron a morrease entre ellas. Yo alucinaba. Y mi pene también.  Nunca había visto dos mujeres besándose. Era algo muy excitante. Yo tenía la polla a punto de explotar. Quise tocarles la vagina. No me dejaron.

Fuimos los tres hacia la cama. Allí vino la sorpresa, me dijeron que hoy representaríamos escenas de sexo, de una novela que había leído Andrea: Justine, para ello me tenían que vendar los ojos –yo no sabía quién era el autor- Esa novela era una edición antigua publicada por la república española, la había comprado Raúl el marido de Andrea, en un viaje a Perpiñán - Francia (1). A mí eso de no ver lo que me iban a hacer, pues como que no me causaba mucha gracia, pero me lo dijeron de una manera tan sensual y tan cerquita de mi oído, que acepté sin dudar más.

Me vendaron los ojos, me hicieron estirar en la cama, tenía que estar quieto y mirar de aguantar todo lo que me hicieran. La situación me excitó. Una de ellas me estaba haciendo como un masaje desde los pies, subiendo por las piernas, cuando llegaba a la ingle pasaba a la otra pierna y bajaba hacia el pie. Mientras la otra hermana me estaba atando las muñecas con algo así como una cinta.

-¿Qué hacéis atándome?-  pregunté algo intranquilo

-Tú no te preocupes de nada y déjate hacer, verás como disfrutamos- contestó Andrea

Y me ató las muñecas a la cabecera de la cama y  los tobillos a las patas de la cama. No podía moverme. Empezaron a pasarme la lengua por el cuerpo, sin tocar mis genitales. Estaba excitadísimo, luchaba por desatarme, pero todo era inútil.

Me dijeron que me iban a hacer una mamada cada una, si adivinaba quien me la hacía me destaparían los ojos. Noté una lengua que se paseaba por el mástil, lo mojaba, llegaba a la punta del pene y se entretenía en girar alrededor de él. De golpe se la metió en la boca y succionó con energía, la sensación era divina.

-Andrea, eres Andrea- dije mientras me la seguía comiendo.

Me destaparon los ojos y vi que era Marina. ¡Qué experiencia mamando que tenía la muy zorra, conmigo no lo aprendió!

Repitieron el juego y volví a fallar, me la volvió a chupar Marina, cambiando el estilo. Ahora me había dado ricos mordisquitos. No acerté ni una sola de las cuatro veces que hicieron el juego.

Yo andaba desesperado, me destaparon los ojos, pero no me desataron. Tenía a una hermana a cada lado. Se acercaron y empezaron a besarse entre ellas. Como si no hubieran comido. Los chupeteos que se daban en la lengua los tenían que oír los vecinos. Mi polla no podía más. Andrea se dio cuenta que me acabaría corriendo sin haber hecho nada y de cara a mí, mirándome con cara de vicio, se dejó caer empalándose hasta el fondo. Si yo estaba caliente, ella era un volcán, saltaba con fuerza pidiendo que la follase duro, estando atado lo único que podía hacer era empujar hacia arriba. Se corrió y de qué manera. Seguro que la oyó hasta la vieja sorda del piso de abajo, se quedó quieta un momento, yo le pedía que siguiera que me faltaba poco. No quiso.

-Ahora le toca a Marina, me dijo.

Yo quería correrme con Andrea. -¿Y si la preño?- le dije.

-Hoy no tengo problemas, podrás correrte dentro- contestó Marina

Así que se apeó Andrea de su montura y subió Marina, pero ella me daba la espalda, no le vería saltar las tetas. Como Andrea, se sentó de golpe, estaba muy mojada y la polla entró con facilidad. Uff. Se retorcía, daba giros con el culo… me estaba matando a placer. Se corrió, con menos escándalo, pero con mucho más líquido. Se inclinó hacia adelante y le pude ver su hermoso culo, ese pequeño orificio que nunca imaginé que pudiese dar placer y que ahora veía palpitar,  como si se abriese y cerrase.  Me dije que tenía que follar ese culo. Primero me asesoraría de las precauciones que se debían tomar. Tantos sobos que me dieron, las mamadas, el polvo con Andrea y el coño de Marina, se encargaron de hacerme correr como un animal. Estuvimos quietos varios minutos. Notaba que el semen salía de su vagina y me mojaba mis testículos… Que delicia.

Pasaron unos minutos más y pensé que ya me iban a desatar. Me equivoqué. Empezaron a acariciarse entre ellas, se besaban, eran besos muy suaves y muy sensuales, a mi me estaban excitando de nuevo. Marina empezó a lamer los pezones de Andrea, que se retorcía de placer. Yo parecía el convidado de piedra y nunca mejor dicho, porque ese espectáculo me estaba poniendo a 100.

Se besaban, se devoraban los labios, la lengua; con las manos se acariciaban mutuamente la vagina… Ahora el que se retorcía era yo. Les pedí me desataran para disfrutar los tres. Se miraron entre ella y Andrea se levantó y salió de la habitación con una sonrisa de oreja a oreja. Cuando regresó en la mano traía algo que agitaba triunfalmente… pero...¡¡pero si parece una polla!!... Pensé que a mí se me había acabado la juerga, menos mal que me había corrido. Seguro que estas dos prescindirían de mí, y además, ¡¡era enorme!!

Ellas siguieron jugando y Andrea tomó un tubo que no había visto como lo traía, lo destapó y se puso en las tetas una pequeña porción. Marina le hizo como un masaje, extendiendo con las manos aquella crema que se veía suave.

Marina tomó más crema de aquella  y cuando parecía que era para Andrea, con un rápido movimiento me la puso en el ano. Empezó a extenderla en círculos Yo ¡aún no sabía que es lo que me querían hacer! Cuando me introdujo el primer dedo ya tuve más claro cuál era mi destino. Las dos se turnaban para perforarme el orto, con un dedo, con dos, un poco adentro, más tarde sacaban el dedo… No notaba grandes molestias, pero miraba aterrorizado aquel obús porque era evidente que no era para ellas… de momento.

Andrea se sentó encima de mi boca, se movía buscando que la penetrase con la lengua. Lo malo es que perdí de vista el resto de mi cuerpo. Marina seguía masajeándome el ano, ya me metía dos dedos a la vez. Hasta que noté que no eran los dedos lo que me estaba metiendo. Dolía, pero ni un grito podía salir de mi boca, bastante trabajo tenía mirando de evitar que Andrea me asfixiase. Definitivamente habían cambiado las tornas, en lugar de follarme el culo de Marina, me lo estaba haciendo ella a mí.

Se divirtieron conmigo como quisieron, sentí humillación y dolor. ¿Eso era lo que querían copiar del libro? No me gustó.

¡Por fin! Andrea se levantó, me dejó respirar y me pegó un morreo al cual le respondí con furia. Me empezó a desatar, me habían quedado las muñecas todas marcadas por la cinta.

Una vez libre, me empecé a desquitar: Tumbé boca arriba a Andrea, sin más preámbulos se la metí, la recibió con todos los honores, cruzó las piernas detrás de mis riñones, y empezó a moverse a mi compás. No quería correrme. Quería follar a Marina. Tenía que aguantar.

Andrea estaba como enloquecida en un aquelarre, se movía con desespero, agitaba las caderas y me hacía saltar y  dar botes. Tuve que empezar a pensar en cosas desagradables:   En mi jefe, en Julita que la pobre era muy fea, en cualquier cosa que me evitara la corrida que me estaba provocando Andrea. De repente, se tensó unos segundos y se dejó caer rendida, encima de la cama. Me salvé por pelos. Abracé a Marina, la clave mi pija entre las piernas haciéndola suspirar, la besé con furia y con la otra mano cogí la botella del producto que habían utilizado conmigo. Decidí que no esperaría a tener información para follarla por el culo, tal como había hecho ella conmigo. Me llene las manos de aquel aceite y se la paseé por la vagina y el ano, embadurnándola bien. Le metí un dedo, dos, entraban sin problemas; tres dedos le metí y no se quejó. Con la polla la penetré poco a poco, entraba justa, no se quejaba, apreté de golpe y se la clavé hasta el fondo. Marina suspiraba de gozo, iba rotando las caderas, a mi eso me estaba gustando demasiado. Yo llevaba varias horas aguantando, me faltaba poco. Andrea se incorporó cogió el pene de plástico y se lo intentó introducir a Marina. Lo consiguió. El sentir la presión del consolador paralelo a mi pene fue el detonante de mi corrida. Marina tardó un poco más, aquel monstruo de plástico la llevó al orgasmo y quedó derrengada. Quedamos los tres estirados, abrazados recuperando fuerzas. Aquel día fue inolvidable, recordé mucho tiempo, la gran mujer que era Andrea en la cama, enérgica, dulce, entregada, posesiva. Y Marina, también era increíble hacer el amor con ella. Pero no olvidé  esos reanudados encuentros de sexo que estaba teniendo con Andrés, y que solo la casualidad hizo que me enterase.

Pasó el tiempo, años; con el grupo que tocaba la guitarra íbamos teniendo fama a nivel de barrio, eso hacía que el círculo de mis amistades se estaba ampliando. Las chicas se acercaban mucho más, algunas con intenciones traviesas, uno que es débil no quería defraudar a ninguna y poco a poco me iba alejando algo de Marina.

Andrés aceptó el traslado a Madrid, Marina se quedó sin amante y empezó a acompañarnos en nuestros “bolos” (contratos musicales normalmente de una sola actuación). Hablamos entre nosotros sin reprocharnos nada y decidimos que lo mejor era darnos libertad; así lo hicimos. Uno de los amigos que nos acompañaban, Gabriel, que era de la edad de Andrés, cuatro años mayor que yo empezó, a salir con Marina y al poco tiempo se hicieron novios.

Yo había quedado libre, tenía algún rollo con chicas, pero siempre poco más que unos achuchones, a veces teníamos sexo. De vez en cuando nos encontrábamos Marina y yo y para no olvidar las grandes sesiones de sexo que tuvimos, continuábamos las prácticas.

El día anterior a mi marcha al servicio militar, Marina vino a casa a almorzar con mis padres. Me dijo que la vecina de su casa estaría fuera una temporada y habían dejado las llaves a ella y a su madre para regar las plantas. Su madre tenía un juego de llaves y Marina tenía otro. Quedamos para despedirnos de la mejor manera que sabíamos: follando, a ver si yo podía aguantar hasta el permiso… Nos encontramos por la tarde y procurando nadie viera que íbamos juntos, entramos en la casa de su vecina. Fuimos a la habitación más pequeña y empezamos a devorarnos, en pocos minutos ya estábamos tocándonos, la empecé a recorrer el cuerpo con mi lengua, estaba muy sensible, hacía semanas que no follábamos y lo necesitábamos. No demoramos mucho en empezar, nos desnudamos totalmente, puse mi cabeza entre sus piernas y empecé a mover la lengua con suavidad entre sus labios menores. Estaba muy mojada. Entré dentro de ella, nos quedamos quietos mirándonos y empecé a moverme despacio, lentamente, ella también estaba desconocida, no tenía la urgencia de antaño, estuvimos mucho tiempo así. Me corrí, sin precauciones, no miramos nada, ni Ogino, ni la marcha atrás.

Quedamos estirados uno al lado del otro, estábamos relajados, ella tenía los ojos cerrados, la contemplé, estaba bellísima.

De repente se oyó el ruido de una llave en la puerta de entrada.

-¡¡Debe ser mi madre!!- dijo Marina.

Yo, me zambullí debajo de la cama,  ¡Pero qué baja era la cama! Había escondido mi torso, pero aún no había podido amagar la parte trasera, estaba obstruida, la cama era muy baja. Y en eso estaba, procurando esconderme, cuando oí…

-¡Marina! ¿¡Qué haces aquí!? ¿Quién se esconde debajo de la cama?- decía su madre.

-Vete mamá…, ya te lo explicaré-

¿¡Quién es!?- decía su madre

La imagen que tendría de mí la madre de Marina, imagino que sería de aquellas que salen en las páginas de sucesos. Me decidí a salir para dar la cara, cuando Carmen, la mamá de Marina vio que era yo dijo

¡Enrique!, pero… ¿no lo habíais dejado? ¡Vaya dos! Ya veo que no podéis estar separados…

Me vestí, la señora Carmen me dio un beso de despedida, me deseo mucha suerte, y me dijo que no me preocupase por nada de lo que había pasado, entendía que éramos jóvenes, aunque debíamos tener cuidado por ese mismo motivo. Por ella nadie lo sabría. ¡Era una santa! Marchó de allí y nos dejó solos, comprensiva como pocas con las calenturas de sus hijas. Marina estaba extraña, estaba como triste, como cohibida. La besé tiernamente como despedida, me abrazó y vi que a ella también se le escapaba una lágrima.

Pasé los primeros seis meses del servicio militar en el CIR 14 sin nada memorable por explicar. Lo único a resaltar, es que los tres últimos meses los había pasado como soldado instructor de reclutas, y tenía las tarde libres. En mi barracón había un recluta mallorquín que tocaba la guitarra en un grupo, había visto que yo también la tocaba y me propuso si quería hacer de bajista en su grupo, ya que el suyo también estaba haciendo la mili y le había tocado ir muy lejos. Acepté, algunas tardes ensayaba y los fines de semana tocábamos en un hotel de S’Arenal. Gane un dinero muy importante para mí.

Me dieron las deseadas dos semanas de permiso. Volví a ver a Marina. Estaba gorda, pero sólo del vientre; nos volvimos a encontrar más tarde, como siempre, para hablar y para follar. Me confirmó la noticia: Estaba embarazada, en poco tiempo se iba a casar con su novio, que estaba muy contento por ser padre. Nos volvimos a amar, con delicadeza, le acariciaba su vientre, le besaba el terso abdomen, creo que nunca dejé de estar un poco enamorado de Marina. Pensé que Gabriel se iba a llevar a una mujer con lo que no se aburriría nunca. Nos despedimos y me dijo

-He aprendido a amar a Gabriel, pero contigo se queda un pedazo de mi corazón y tú me has dejado algo muy tuyo-

Volví a Palma, a mi campamento, tardaría tres meses en volver de permiso. Llegó y volví para pasar una semana en casa. No vi a Marina: Se había casado. Alguna vez pensé si su hijo sería mío, ella nunca me lo dijo… y yo tampoco lo quise saber.

Cuando acabé el servicio militar, empecé a ordenar mi vida. Me compré un Seat 850 Especial, merced a lo ahorrado en Palma, era un coche un poco mayor que el “Seatón”, así llamábamos cariñosamente al pequeño 600, en definitiva: Íbamos a ligar con mi coche.  Estudié ingeniería técnica en Electricidad y Electrónica en plan libre. Fue muy agrio, trabajaba, estudiaba por la tarde-noche, los exámenes eran duros. Me costó un año más de la cuenta el acabar.

Cambié de empresa, y dejé de ver a diario a mi amiga Elena, ella que tanto me ayudó en mi virginal juventud y tan buenos consejos me dio. Tuvimos algún encuentro durante algún tiempo.

Andrea… esa mujer era como Marina, pero tenía un “algo” que, para mi gusto, hacía de ella la mujer ideal. Lástima que amaba a su marido, a pesar de todas las infidelidades que éste le había hecho, porque a mí no me hubiera importado que me llevase unos años de edad, me hubiera liado con ella de por vida. Para nuestros encuentros, íbamos algunas veces a la Casita Blanca (2), y allí follábamos a placer. Andrea era como el vino bueno: Con el tiempo estaba mejor. Nuestros escarceos sexuales se prolongaron dos años y al final lo dejamos porque yo cada vez estaba más enganchado por ella, y ella a mí me veía como una creación suya: Me modeló sexualmente, lástima que con los años perdí la práctica.

Un día estaba en casa, cuando llegó Marina para visitar a mis padres, nos alegramos mucho de vernos. Les estuvo poniendo al día de su vida, Marina les quería mucho. Cuando acabó la visita le dije que la acompañaba con el coche a su casa. En el camino me pidió parar para que hablásemos un poco. Se desahogó explicando: Gabriel bebía, y estando borracho le había levantado la mano alguna vez.  Quedamos en volver a vernos.

Busqué a Gabriel, estuvimos en su bar tomando unas cervezas. Hablamos de mis historias de la mili, y le pregunté cómo iba el matrimonio con Marina

-Amo a Marina con toda mi alma- contestó

-Entonces explícame porque le has pegado- le inquirí.

-No tengo perdón, un día borracho le pegué- dijo Gabriel

-Pero ¿no te das cuenta de que te acabará dejando? ¿Por qué bebes?-

-En el bar me invitaron a fumar un porro. Apenas recuerdo que me llevó a pegarle. No he vuelto a emborracharme ni a fumar. Odio lo que le hice. La amo.

No me acabé de creer que un porro le hubiese obnubilado, había algo que no me quería decir, pero vi que era sincero en su amor a Marina, Estaba claro que no se separaría, Gabriel era un buen hombre.

Nos volvimos a encontrar, pero esta vez no era para hablar. Fuimos a la Casita Blanca, tenía predilección por el lugar, aunque era algo caro. Y recordamos nuestra juventud, y nuestra primera vez, y el guardia mirón, y la bendita pillada de Andrea que nos llevó a aquellos fantásticos días de amor y de loco sexo. Nos reímos, estábamos felices, en aquellos momentos sólo existíamos los dos. Y también follamos como locos. Y me dijo que estaba pensando en dejar a su marido y cuidar ella sola de su hijo. Pero que no quería que yo pensase que lo decía para presionarme a mí. A mí me quería así, como estábamos ahora, sin ataduras, libres los dos. Le pedí diera una oportunidad a Gabriel porque habíamos hablado y me pareció sincero. Me dijo que lo pensaría, pero que pasase lo que pasase siempre tendría un pensamiento para mí. Tomamos cava (champagne), brindamos por los dos y por el futuro. No volvimos a vernos más. Bueno sí, una vez.

Pasaron los años. Sabía de Marina a través de mis padres, ella mantenía una estrecha relación con ellos; las cosas le habían ido mejor: Gabriel dejó de beber, la respetaba y esperaban otro hijo. El negocio que él tenía había crecido y habían abierto un restaurante. Estaban bien situados.

El tiempo pasó, tuve novia, me casé, me divorcié. Me volví a casar y ahora estoy muy feliz con mi familia.

Un día paseando con mi esposa por el centro de Barcelona, nos cruzamos con una pareja, nos miramos, y la reconocí: ¡¡era Marina!! Ella era inconfundible, los años habían cambiado su figura, como a mí, pero no su brillante mirada ni sus pícaras facciones. Creo que no me reconoció en ese momento, miré a su acompañante, ¡no era Gabriel! Pero si era… ¡¡era Andrés!! Mi amigo, el que me puso los cuernos, la primera vez de ella fue con él, y por lo visto seguían… ¡No había cambiado, era mi Marina, la pícara Marina de siempre! Ja ja ja ja

FIN

(9,40)