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Secretos de pueblo

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En los pueblos los secretos son más grandes, más secretos y más pesados. Lo dicen todos los psicólogos que nacieron en pueblos. Cada vez que escuchaba eso me reía porque yo misma venía de un pueblo y tenía mi secreto como todos, pero lo llevaba escondido en la memoria para que no me molestara.

Con mi pequeño rostro de adolescente inocente y un cuerpo deseable de mujer, yo podía despertar todas las pasiones en los hombres. Eso lo sabia y lo utilizaba a mi conveniencia desde el día que comprendí que el sexo me ofrecía una sensación de bienestar y que merecía ser vivida en plenitud. El único problema eran mis fantasmas que cada vez crecían más y al mismo tiempo diversificándose. Yo sabía que todo el mundo tiene sus fantasmas, pero también sabía que no todos eran capaces de vivirlos y yo quería experimentar todo aquello que la fantasía dibujaba en mis pensamientos ya que me producía orgasmos profundos y también me servía para descubrir las facetas ignoradas de mi personalidad.

Comencé a darme cuenta de mis perversiones cuando fui incapaz de negarme a los avances de un antiguo novio de mi pueblo. Mi ex producía un juego sadomasoquista que me daba rabia y me excitaba al mismo tiempo. Nosotros hacíamos el amor con mayor vehemencia después de cada pelea. Un día regresé al pueblo para visitar mi familia y con mi ex nos encontramos por casualidad. Allí él repitió ese juego. Después me dijo que era una puta; pero eran justamente esas palabras que me excitaban, cuando él me trataba con grosería y que yo me quedaba en un silencio mortal.

Esa situación me había servido para comprender mejor mi propia personalidad y allí tomaba conciencia que ser ultrajada me excitaba. Los fantasmas de ser violada y abandonada iban adquiriendo cuerpo en mi interior y quería demostrarme a mí misma que podía ser capaz de ser una mujer sin frustraciones ni deseos incumplidos. Esa idea se me había pegado al cuerpo como una segunda piel y cuando era adolescente uno de mis tíos abuelos se había aprovechado de esos deseos que me surgían abundantes, aun cuando yo misma no quería reconocerlo. El ya era un hombre de edad, campesino y bruto en todos sus modales, su sola presencia me intimidaba y siempre estuve dispuesta hacer cualquier cosa que me pidiera.

Ahora era un simple anciano desconfiado como todos los campesinos de la región. Yo iría a visitarlo ese fin de semana y si continuaba tan perverso como siempre hasta le permitiría que me violara otra vez, porque con él siempre fueron especies de violaciones. Lo pensé y me tenté de la risa por la ocurrencia. Al fin y al cabo el incesto era un fantasma que también me gustaba vivirlo.

Todo esto lo iba pensando mientras me dirigía a mi antiguo trabajo donde almorzaría con mis antiguos colegas que me habían invitado; ellos querían saber como me estaba yendo en mi nueva empresa, en España, donde me había instalado desde hacia tres años a causa de la crisis económica argentina.

Con los años yo había ganado experiencia, y la experiencia me decía que, era la actitud de uno que condicionaba a los otros. Por eso cuando terminamos de comer y mis ex compañeros de trabajo quisieron mostrarme las reformas que habían hecho en el viejo taller me alegró. Yo había trabajado como secretaria y los talleres no los conocía muy bien, esa era la oportunidad de poder conocer un lugar que me había estado prohibido cuando trabaja en esa fábrica, y los acompañe contenta de esa complicidad que me estaban ofreciendo. El taller era lóbrego, sin mucha iluminación con muros repletos de herramientas que colgaban ordenadamente sobre un largo banco de trabajo donde cada uno de ellos podía aislarse mirando la pared. Al centro había una mesa grande de formica blanca que servia para las reuniones. Ellos eran seis hombres que se acomodaron alrededor de la mesa mientras me servían un café, yo me senté en una silla un poco separada y uno de ellos se apoyó frente mío, sentado sobre la mesa, con un pie en el aire y el otro apoyado sobre el suelo, así me iba hablando. Su bragueta estaba a la altura de mis ojos y yo no podía evitar observarla. Mis ojos estaban como hipnotizados sobre ese lugar; él se dio cuenta porque un bulto comenzó a formársele debajo del pantalón ante la erección que estaba teniendo. Ese hecho era embarazante y mientras más discreta yo pretendía ser más mis ojos estaban atraídos por ese bulto imaginándome su pene duro. Entonces sentí el deseo sexual subir por mi cuerpo, me estaba excitando y sentía mi vagina ya húmeda; entonces mi rostro se puso rojo de vergüenza.

En esa situación, donde yo tenía problemas por ocultar la vergüenza de que ese grupo de hombres, antiguos camaradas de trabajo, me estaba atrayendo hasta revolver mis tripas con sensaciones eléctricas de gozo, yo pensaba que no podía rechazarles nada. Los otros hombres también se dieron cuenta de lo que me estaba sucediendo y uno vino para instalarse detrás mío. Entonces apoyó sus manos sobre mis hombros y sentí un cosquilleo por todo el cuerpo y cuando quise levantarme turbada por lo que venía de sentir, me obligó bruscamente a quedarme sentada en la misma posición. Esa actitud bruta me excitó más aún y, cada que me excitaba en situaciones inesperadas, me quedaba en silencio sonriendo. Entonces sonreí provocativa y un tercero se arrodillo frente mío, me observó fijo un instante y de golpe comenzó a quitarme el pantalón y la bombacha al mismo tiempo. Yo me sorprendí cuando levanté un poco mis nalgas de la silla para facilitarle el trabajo de desnudarme sabiendo que estaban por violarme.

Sostenida por el hombre que estaba detrás, no podía moverme mucho. Esos hombres miraban mi desnudez con mirada aguda como fotografiando mentalmente mis piernas, mi vagina y cada una de mis partes erógenas queriendo grabárselos en sus memorias. La moral era un problema religioso y mi única religión era el sexo, lo sentía sobre cada palpitar de mi cuerpo que me solicitaba penetraciones groseras y violentas, buscando siempre tener orgasmos más profundos que satisficieran mi esencia de mujer caliente y sedienta de placer. Yo estaba inhibida, paralizada por lo que estaba sucediendo en ese taller y cuando el tipo que estaba arrodillado frente mío metió torpe su dedo en mi vagina, no pude contenerme más y tuve el orgasmo tanto en la cabeza como en el vientre.

Luego me desnudaron completamente y me empujaron contra el banco de trabajo donde apenas pude sostenerme para no caerme. Yo no sabía como instalarme, pero ellos tampoco sabían como debían hacerlo. De todas maneras no tenía ganas de negarles nada, me encontraba como una muñeca de trapo dócil y consintiente a los caprichos sexuales de ese grupo ávido de placer y yo pasaba de manos en manos ofreciéndome en cuerpo y alma. Pero diciendo " ¡basta ya!..." con una voz baja que les aumentaba la excitación. Uno tocó mi cola, mojando con saliva su dedo y terminó por hundirlo con fuerza hacia el interior de mi ano. Otro entretenía su boca mordiéndome los pezones como si fueran frutillas maduras, mientras el tercero jugaba tratando de pellizcarme el clítoris porque yo abría mis piernas en compás. Yo sentía tanto gozo por delante que por atrás y terminé por tomar entre mi mano la verga de uno ellos que se estaba masturbando para ayudarlo. Con dos de mis dedos fui moviendo su pene, pero estaba tan excitado que enseguida eyaculó con fuerza sobre mi cuerpo. El Hombre que había quedado sin ocupación, era un compañero de edad avanzada que siempre me había cuidado cuando habíamos trabajado junto, yo era como su hija decía por ese entonces. El dudaba, no sabía que actitud tomar, pero se tenía el pene en la mano; entonces con la cabeza le hice señas para que también se aproximara y terminó sentándose sobre el banco de herramientas con las piernas abiertas frente mío. Su sexo me impresionó porque nunca había imaginado que un hombre de su edad podía tener un sexo tan grueso, era un pene violáceo con dos grandes venas hinchadas que parecían querer reventar y que terminaba en una glande roja. De pronto imaginé ese miembro llenado toda la cavidad de mi útero y hasta mi boca comenzó a segregar. Tuve que hacer un esfuerzo para poder llegar con mi rostro hasta su sexo; entonces lo introduje adentro de mi boca casi tocándole con mis labios sus testículos y cuando eyaculó adentro de mi garganta me tragué su esperma y lo seguí chupando por todo el cariño que le tenía.

El hombre que estaba detrás mío había cambiado su dedo por su sexo y me culeaba como un animal, con fuerza, con violencia y sin amor, golpeando sus testículos sobre mis nalgas. Era el más joven de todos ellos y yo sentía que me iba a romper el ano en mil pedazos cuando de pronto un gran chorro de un liquido tibio inundó el interior de mi recto, fue como si hubiera descargado una enema entera de esperma en mi interior. Yo estaba loca de excitación e iba de orgasmo en orgasmo gritando de dolor y de placer porque era terriblemente agradable sentir un pedazo de carne tibia entrar por mi vagina, otro por mi ano, un tercero que ocupaba mi boca y mis manos ocupadas masturbando dos otros enormes sexos que pedían ser calmados. Ese había sido un placer que me sumergió en lo más profundo de mí misma y me hizo perder la razón. Nunca antes en mi vida había experimentado un deleite tan vigoroso.

Cuando mis ex compañeros de trabajo satisficieron todos sus instintos animales me dejaron en libertad y me senté de nuevo en la silla donde me fui poniendo las ropas lentamente. Yo flotaba todavía en una agradable nube de ebriedad sexual cuando uno de ellos dijo "Ya no eres la adolescente que trabajabas aquí, ahora eres tan mujer que es difícil de contenerse delante tuyo, discúlpanos". Yo no respondí nada, pero ya los había disculpado aún cuando ellos se quedaron con la culpa de no poder controlar sus deseos carnales.

Cuando regresé a casa me acosté desnuda sobre la cama, todo mis huecos ardían de dolor, pero era un dolor exquisito y mi cuerpo sentía aún el perfume de esperma de esos hombres que habían eyaculado en mí, por adentro y por afuera. Yo hubiera querido quedarme más tiempo sintiendo esa sensación, pero le había prometido a mi familia que iría a visitarlos al campo; entonces, de malas ganas me di un baño. Mi madre ya me estaba esperando en la cocina.

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