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EL PASADO QUE NO CESA: primera sesión

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-Camino rápido por la calle hasta sumergirme en un túnel: es el metro. Todo el mundo camina aprisa porque el acaba de llegar. Las escaleras tienen una inclinación de vértigo. Quiero moverme rápido pero temo resbalar y caer rodando. Un tropel de viajeros que han descendido del convoy suben también por las mismas escaleras. Hay que tener cuidado. Pero alguien me empuja desde atrás y estoy a punto de verme en el suelo. Ha sido uno de esos jóvenes con pinta de macarrilla que llenan los gimnasios para aprender a dar patadas al prójimo y sentirse muy machos.

“Tío, no te pongas en medio” -me ladra mientras se mete en el transporte que permanece aún parado.

Y de repente me veo haciendo un esfuerzo sobre humano y entrando también en el mismo vagón que ha entrado el joven chulito.

Se cierran las puertas tras de mí y arranca el convoy.

Veo al macarrilla de barrio. También él me ve. Pero mantiene su pose altiva...

Avanzo entre los otros ocupantes del vagón. Llego a su lado y le digo:¿Nadie te ha dicho que eres una basura?

“¿Cómo dices?”

Que eres una basura de mierda -insisto- Y que si no sabes buena educación alguien te tendrá que enseñar.

“¿Y me vas a enseñar tú, imbécil?”

Sí, yo te voy a enseñar.

“Tú me vas a chupar la polla, maricón” -vuelve a faltarme al respeto.

Le escupo en la cara, le meto un cabezazo, le clavo la rodilla en sus partes.

La gente se aparta horrorizada.

El macarrilla está doblado en el suelo, le levanto la cara, le sacudo una buena serie de guantazos y puñetazos. Le sangra la nariz copiosamente. Le gotea roja saliva de la boca.

¡Tú eres el que me la va a chupar a mí!- le grito.

Me la saco. Mi gesto provoca nuevos gritos.

Se la meto en la boca con violencia.

“¡Bien hecho!” -escucho detrás de mí a uno de los habituales a quien me encuentro cada mañana viajando en el metro.

La polla me crece con rapidez en la boca del joven sin educación ni modales. Se la follo. Se la hinco cuanto puedo. Le ahogo. Otros dos de los habituales de esa hora le sujetan del cuello.

¡Traga polla, hijo de puta -bramo fuera de mí- Tú te lo has buscado!

“¡Fóllale!” -dice el mismo que me ha animado al principio- Fóllale ese culo de chulito de barriada que sólo sabe dar patadas, fumarse petas y hacer botellón con sus amigotes que son tan maricones como él.

Lo tiramos al suelo, le arrancamos el pantalón, le rajamos el calzoncillo, le abrimos las piernas.

“¡Fóllale, fóllale!” -escucho ya más de una voz.

Su culo es jodidamente estrecho. Solicito ayuda, quiero que todos le escupan en su nauseabundo ojete. Lo consigo. Los escupitajos le resbalan por las nalgas y mi cipote se embadurna con ellos y, por fin, le rajo su trasero de niñato descerebrado.

Grita el cabrón. Y eso aún me anima más.

¡Para que aprendas a respetar a la gente, hijo de la grandísima puta...!

En ese momento me despierto lleno de terror porque me doy cuenta de lo que se encierra dentro de mí.

-¿Y esta clase de sueños tan violentos... ?

-Arrancan desde la última vez que estuve en el lugar donde nació mi madre.

-¿No has vuelto a él?

-No.

-Vamos a recorrer juntos los sucesos que viviste allí esa última vez. No será fácil. Probablemente te dolerá ¿Estás dispuesto?

-Lo necesito.

-En ese caso, comencemos. Te escucho.

-Mi madre era de un pueblo. Y mientras vivió mi abuela materna, en verano nos largaba a mi hermana y a mí a pasarlo con ella.

-¿Te gustaba ir?

-No. Me aburría. No conocía a los chicos del lugar y nunca he sido persona con facilidad para las relaciones. Mi hermana sí trabó amistad con algunas niñas. Pero yo no quería unirme a su grupo de amiguitas.

-¿Te preocupaba que te señalaran por ir con las niñas en lugar de los niños?

-Como le podía preocupar a cualquier otro chico. Nada extraño.

-¿Te hubiera gustado ir con ellas?

-¡No! Eran tontas. Bueno, mi hermana siempre ha sido tonta. Lo sigue siendo.

-Dijiste que tu abuela no vivía sola.

-Con ella vivía un hermano de mi madre, Cosme. Era el pequeño. Mi abuela se quedó embarazada cuando ya se pensaba que no concebiría más hijos.

-¿Qué años tendría tu tío por entonces?

-Si yo tenía quince años, él probablemente anduviese por los veintisiete o veintiocho.

-¿Cómo te llevabas con él?

-Hasta el año de los hechos, no me hacía mucho caso. Tampoco yo a él. Pero ese verano recuerdo que cuando me vio se me acercó y me dijo que había pegado un buen estirón y que ya se me veían trazas de hombre. Y es cierto. Ya hacía seis meses que tenía que afeitarme casi a diario. Cosas de las hormonas.

-¿Cómo era él en su trato con la gente: cordial, osco, distante...?

-En la familia lo consideraban buena persona aunque algo callado. Mi padre lo tachaba de simple y pueblerino y a mi madre le molestaba que hablase en esos términos de su hermano pequeño.

-Comprendo ¿Abordamos lo que ocurrió?... Comienza por donde quieras.

-Como había dejado de ser un niño, ese verano me subí a dormir al tercer piso por orden de mi abuela. Allí había dos habitaciones que se comunicaban. En el hueco que las conectaba sólo colgaba una cortina. Mi tío dormía en una de ellas. Yo dormiría en la de más al fondo, y para pasar a ella tenía que cruzar por la de mi tío.

El no echaba la cortina. Y le veía desnudarse para meterse en la cama. No lo veía a él directamente, pero sí por el espejo encastrado en la puerta de un armario grande y oscuro.

-Te has quedado pensativo.

-Yo...

-Di lo que quieras. Sin temor.

-Yo procuraba no perderme ese momento. Me atraía su cuerpo de hombre completamente desnudo.

-¿Te habían atraído los cuerpos de otros hombres hasta entonces?

-Estoy cofuso sobre eso. Puede que sí. Pero hablamos de la adolescencia y...

-Todo es confuso.

-Sí, mucho.

-Muy bien ¿Quieres decir más sobre lo que te atraía de él?

-Tenía las piernas fuertes y unas posaderas redondas y llamativas; la piel clara y el pelo a la par sin llegar a ser rubio. Como lo tenía mi madre. Y lo llevaba muy corto como casi todos los hombres en ese pueblo. Y tenía entradas. Dicen que ya desde muy joven las tuvo. También algo de vello en el pecho... y el sexo.

-¿Mirabas su sexo?

-Sobre todo. Con quince años, el sexo me producía la mayor de las curiosidades.

-¿Y qué impresión te produjo ver el sexo de tu tío?

-No sé...

-Tranquilo, tómate tu tiempo.

-Me pareció grande. Claro que sólo podía comparar con mi sexo, que era el único que conocía.

-¿Te excitaba verlo?

-Sí, me excitaba mucho. Quería... tocarlo.

Me siento terriblemente violento al oírme decirlo.

-A pesar de ello, no te los guardes ¿De acuerdo?

-De acuerdo.

-Ves el sexo de tu tío y te sientes excitado... ¿Te masturbaste?

-Me daba miedo que me descubriera.

-Pero ¿sentiste el deseo?

-Sobre todo cuando lo veía por el espejo hurgarse entre los testículos, como si tuviese alguna clase de grano. También se descapullaba y se miraba el glande. Se lo acariciaba muy despacio, como si fuera un objeto enormemente frágil. Pasaba un buen rato de esa manera y siempre acababa con el miembro en erección.

Y cuando sucedía, el mío también se paraba.

He reflexionado mucho sobre este momento y tengo preguntas que giran y giran en mi cabeza.

-¿Qué preguntas?

-¿Por qué se ponía mi tío a tocarse sus partes justo en el punto desde el que yo le podía ver por el espejo? La habitación era espaciosa y con sólo trasladarse a otra zona, yo no hubiese visto nada.

-¿Crees que se exhibía?

-Era como si me estuviera diciendo: mira qué polla tengo.

Perdón por la grosería.

-No hay problema. Exprésate como desees.

-Pues eso, que me pregunto por qué.

Y a menudo, después de tocarse, se tumbaba en la cama, apagaba la luz y comenzaban los ruidos.

-¿Qué ruidos?

-Suspiros y esas cosas que a uno le salen cuando se autocomplace.

-¿Tu tío se masturbaba?

-Sí. Le oía gemir. También el golpeteo de su mano cuando le atizaba con más fuerza... Lo escuchaba durante un buen rato.

-¿Y tú?

-Estaba tan impresionado con lo que oía como excitado.

Una noche fue especialmente ruidoso y descontrolado. Se corrió entre jadeos y gritos sofocados. Y... yo también eyaculé. Me ocurrió sin tocarme. Sólo con escucharle.

-¿Qué pensaste cuando eyaculaste en esas condiciones?

-Que era un guarro. Un guarro como él.

-¿Y si te pido que me digas qué sientes ahora si te pones en la misma situación?

-Sigo pensando que soy un guarro.

-Te pregunto por lo que sientes, no por lo que piensas.

-Siento ganas de levantarme y partirle la cara por ponerme en esa situación.

¡Qué hijo de puta!

Pero no sé lo que daría por volver a sentir lo que experimenté oyéndole.

-¿Te ocurre muy a menudo esta dicotomía de sentimientos?

-Sobre todo cuando pienso en todo esto.

-Comprendo ¿Seguimos o quieres tomarte un tiempo?

-No. Sigamos.

-¿Hablaste con alguien sobre lo que estaba ocurriendo por las noches con tu tío?

-No. Seré muchas cosas pero no un chivato. Además me daba muchísima vergüenza. Ya fue incómodo dar una explicación de mis sábanas manchadas de esperma. Dije que fue mientras dormía.

-¿Te reprendieron?

-Mi madre, que había venido a pasar también unos días, se limitó a suspirar y exclamar “¡Dios mío, cómo pasa el tiempo!”

-Muy elocuente. Pero volvamos a tu tío: ¿qué ocurrió entre él y tú después de la noche de tu eyaculación? Es evidente que con su ruidosa masturbación perseguía que le oyeras.

-Al día siguiente... Bueno, era tiempo de cosecha y esa tarde mi madre se empeñó en que fuéramos a las eras. Y allí estaba él, trillando a la manera tradicional. Se le veía poderoso sobre ese trasto rudimentario y arcaico.

Cuando nos vio llegar, mandó parar a la mula, esparció espigas por el suelo empedrado y nos preguntó si queríamos trillar con él.

Entonces me lanzó aquella mirada... escrutadora.

-¿Por qué escrutadora?

-Creo que buscaba mi reacción. Creo que temía haber llegado demasiado lejos y quería saber si había metido la pata o si existía alguna posibilidad. Si yo estaba dispuesto a seguirle el juego.

Y mi apreciación se confirmó cuando me preguntó directamente si me subía al trillo con él y dejó de lado a mi hermana, que se quedó con el gesto en suspenso y aire desencantado.

-Continúa.

-Monté con él. Cosme se puso a mis espaldas y me ofreció las riendas del animal. Pero a la vez me cogió las manos para guiarme en el manejo. Entonces...

-Tranquilo. Es sólo un recuerdo.

-Entonces noté el contacto de su cuerpo contra el mío, el calor de sus manos en las mías, la presión de sus caderas contra mis nalgas. Sentí algo parecido a un vértigo y dejé que mi peso se apoyara en su anatomía, la misma que cada noche veía desnuda incitándome desde el reflejo en el espejo. Su boca quedaba a la altura de mi coronilla y en ella rompía su aliento estremeciéndome.

Y mientras esto ocurría, mi madre nos miraba encantada con lo que veía y hasta sacó fotos ¡Pero qué estúpida!

-¿Guardas rencor hacia tu madre?

-¿Rencor?

-Su hermano pequeño te sedujo delante de sus narices.

-¡Ella no hubiera podido hacer nada!

-¿Te ha incomodado mi pregunta?

-Sí, la verdad es que sí.

-Tal vez no sea el momento, pero deberíamos volver a la pregunta más adelante.

-Usted es el profesional...

-Por tu manera de relatar esa tarde en las eras, deduzco que fue un instante crucial.

-Lo fue. Porque desde ese momento, en mi mente sólo existía un deseo.

-¿Y se hizo realidad?

-Cuando volvimos todos a la casa, mi madre y mi hermana se metieron en la cocina para ayudar y yo me quedé con mi tío en la cuadra desensillando la mula, guardando los aperos y echando pienso al animal. Fue la primera vez que le ayudé.

Él me ordenaba: deja eso ahí, pon aquello allá. Y yo cumplía sin más palabras. Y para lavarnos, nos quitamos las camisas. El agua le discurría por el pecho ancho de piel clara; y por los antebrazos, tan recios como lo más grueso de mis brazos y cubiertos de una densa vellosidad casi dorada.

“¿Te lo has pasao bien?” me preguntó mientras se secaba con voz grave y tranquila. Yo asentí en silencio, tomé la toalla de sus manos y le sequé los hombros aún húmedos. El me dejó hacer sin apartar la mirada de mi rostro.

Creo que sólo la voz de mi abuela avisando que la cena ya estaba preparada impidió que pasara algo allí mismo.

-¿Cuándo culminó el avance?

-Esa misma noche.

En cuanto acabamos de cenar, pedí permiso para irme a dormir alegando cansancio. Subí al cuarto doble que compartía con mi tío y tras desnudarme, salvo los calzoncillos por si volvía a “manchar”, me metí en la cama. Pero la inquietud no me dejaba dormir. Deseaba que mi tío subiese lo antes posible.

-¿Y ocurrió?

-Cosme aún se demoró un rato. Quince o veinte minutos. Cuando abrió la puerta y encendió la luz de la parte de su habitación, el corazón me latió con fuerza. Y tuve una erección.

Como cada noche, se colocó en el lugar que yo podía ver desde mi cama por el espejo. Se desnudó...

¡Pero de repente apagó la luz!

Fue como si me diesen un tremendo guantazo. Todo mi deseo, todas mis percepciones se quedaron en nada, en meras cenizas. No ocurría nada de cuanto yo había previsto. Y tanto deseaba. Nada.

Estuve a punto de romper en un llanto.

Pasaron los minutos. Sólo había silencio en la habitación. Y era un silencio anormal.

Traté de captar el más mínimo sonido incitante, la más tenue señal de actividad masturbatoria. El esfuerzo me agotaba porque me obligaba a una atención máxima. Pero no había señales. No había señales de nada. Ni siquiera había señales de no señales como un ronquido o una respiración de sueño ¿Me comprende?

-Creo que sí.

-Pero cuando ya me hundía en una solitaria desesperación, le vi aproximarse a la única ventana de la habitación situada justo en la separación de nuestros dos habitáculos. Entraba por ella la débil claridad de una luna incipiente. Su cuerpo desnudo parecía una fantasía onírica bajo esa luz tenebrosa. Los sentidos me... me estallaron, la respiración se me aceleró.

Cosme volvió la cabeza hacia donde yo me encontraba; se debatía entre acercarse a mi cama o dejarlo pasar. Y mientras lo pensaba se manoseaba el miembro.

Yo... ¡No sé cómo me atreví! Supongo que no estaba dispuesto a esperar ni un minuto más.

-¿Qué pasó?

-Me levanté de la cama y me aproximé también hasta la ventana.

-Tomaste la iniciativa.

-Sí.

-¿Cómo reaccionó él?

-Se tapó con escasa convicción el miembro semierecto y me miró. “¿No hay sueño?” me dijo. Pero yo sólo tenía atención para las formas de su cuerpo desnudo en esa penumbra misteriosa. Aun así, le di las gracias por haberme enseñado a manejar el trillo. Y le pedí que me diese más lecciones sobre faenas del campo. Que me gustaba cómo las daba.

-¿Flirteabas?

-Sí, descaradamente.

-¿Y mientras le hablabas...?

-Me iba excitando.

-¿El se dio cuenta?

-No había manera de no verlo. Ni yo de no ver lo suyo.

Me cogió una mano y repasó con sus dedos la palma: ”Tienes la piel muy fina. Y el campo la pone basta. Toca la mía”.

Me mostró las palmas de sus manos para que yo las tocase. Las acaricié y las sentí recias y curtidas. Pero de ellas pasé a sus brazos y los acaricié. Se le marcaban los biceps. Su sexo se levantó por completo.

-Dime qué te ocurrió al verlo.

-Sólo quería tocarlo. Algo más fuerte que cualquier temor o prevención me arrastraba.

-¿Diste el paso?

-Lo di. Le tomé el sexo que palpitaba.

-¿Qué hizo tu tío?

-Dejó que mi mano explorase su miembro.

En aquella penumbra me sentía capaz de todo.

-¿Qué quieres decir?

-Parecía que no éramos nosotros mismos, que éramos otros... No sé si me explico.

-Una forma de mitigar el impacto de un acto tan difícil de asumir. ¿El también te tocó?

-Me atrajo hacia sí. Me deslizó el calzoncillo hasta los tobillos y tomó mi sexo.

“Aún te crecerá más” me dijo. Y unió su miembro al mío. Sólo con su contacto, una gruesa gota de esperma se me escapó de la verga y manchó la suya. Eso hizo que me apretara sólidamente contra él. Nos hicimos a un lado de la ventana y permanecimos allí abrazados con nuestros sexos juntos y acariciándonos.

¡Nada ha habido comparable a ese momento!

-¿No fue apremiante o violento?

-Nunca. Parecía que el tiempo se había vuelto nuestro. Si la eternidad existe será similar a lo que vivimos esa noche junto a la ventana.

-¿No intentó penetrarte?

-Me puso su miembro entre las piernas. Noté su tibieza en el perineo. Me dejaba rastros de humedad cuando lo movía entre mis muslos. Pero yo también se los dejaba a él en su vientre.

Me recreaba mientras tanto en el aroma de su piel, el aroma de un hombre. Y el roce de su barba en mis mejillas. Nada del recuerdo de aquella noche me desagrada, nada.

Quise sentir otra vez lo que había sentido por la tarde en la era y me di la vuelta apoyando mi espalda en su pecho desnudo. Me volvió a colocar su sexo entre las piernas y allí pude acariciarle el glande que sobresalía bajo mis huevos, lo hice tal como le había visto tocarse tantas veces por el espejo. Y él me tocaba a mí de la misma manera.

Nos sumergimos poco a poco en un placer sostenido como el avance de la marea.

Los suspiros y jadeos que otras noches escuchaba al otro lado de la delgada pared que separaba nuestras camas, llenaban mis oídos. Y me abrazaba cada vez con más fuerza. Más y más fuerza.

Hasta que estalló de placer.

Se vertió en mis manos. Algunas gotas de esperma se escaparon de mis dedos y motearon la piel de mis muslos.

Cosme me agarró las manos y se manchó las suyas con su propio esperma. Así humedecidas, las llevó a mi sexo y lo embadurnó. Las caricias sobre mi glande con su esperma me arrancaron súbitamente un agudo gemido de placer que sofoqué hundiendo mi boca en su cuello fornido.

Me corrí entre estertores y sujeto por el abrazo de mi tío, que iba extendiendo mi lefa por mi vientre cubierto por una incipiente vellosidad dorada como la suya.

Cierro los ojos y huelo el aire de la habitación, huelo el semen sobre mi vientre y sobre mis muslos.

Me entristece pensar que eso pertenece al pasado.

-¿Y cómo te sentiste tras eyacular? ¿Bien, mal? ¿Querías repetir, te asoló la culpa...?

-Cosme me llevó hasta mi cama y se metió en ella conmigo. Me abrazó contra su pecho, volvió a ponerme el sexo entre las piernas y... no recuerdo nada más porque me quedé dormido.

Me desperté a la mañana siguiente con ganas de orinar, pero Cosme ya no estaba en la habitación.

Aún tenía los restos de su esperma sobre mi piel. No había sido un sueño. Y me sentí algo asustado por ello.

Me metí en la ducha y cuando estuve aseado, bajé a desayunar.

Encontré a mi abuela en la cocina sola. Y sin darme tiempo ni a dar los buenos días, me pidió que le llevara a mi tío la tartera con algunas viandas para el almuerzo. El aún se encontraba en la cuadra preparándose para salir rumbo a las eras.

-¿Qué ocurrió cuando estuvisteis cara a cara?

-Entré en la cuadra como un fantasma, sin hacer ruido. Cosme ensillaba a la mula. Me hubiera lanzado sobre su cuerpo para abrazarle.

El me vio cuando se giró. Hubo un momento de tensión entre los dos. Midiéndonos. Tal vez los dos atemorizados por lo que había pasado.

Rompí el silencio diciéndole a qué había ido allí y le entregué la tartera.

Mis dedos rozaron los suyos.

Me preguntó si había dormido bien. Yo contesté que sí... Entonces, cuando ya me iba, me preguntó: “¿Nos vemos esta noche?”

Afirmé con la cabeza y volví a la cocina para desayunar.

-¿Y tuvisteis contacto sexual esa noche?

-Sí. Y otras más. Era lo único que me importaba de todo el día.

Me siento cansado. Recordar todo esto... me fatiga como no creía ¿Podemos dejarlo por hoy?

-Te lo concedo por esta vez. Pero en la próxima no te valdrá la excusa de la fatiga ¿De acuerdo?

-De acuerdo.

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