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Mi adolescencia: Capítulo 23

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Fuera como fuera, estaba claro que no sabía qué hacer con mi vida. Cierto que todas estas reflexiones y comeduras de tarros tan sesudas son muy típicas de la adolescencia, y yo a mis 17 años estaba en plena pubertad con las hormonas revolucionadas y dándole quizás una importancia excesiva a estos temas, pero no podía evitarlo. Estas cosas me consumían el 100% de mi tiempo. Cierto que había más cosas en mi vida y que no todo se limitaba al dichoso tema recurrente de Edu/Rafa pero era, sin ningún género de dudas, lo que más me obsesionaba y fascinaba aquellos años. Por otro lado era realmente curioso como, siendo muy amiga de mis amigas, siempre mantuve todos estos encuentros tan apasionados y pseudoeróticos en el más estricto de los secretos y no se los confesé nunca nadie, ni siquiera a Jennifer. Siempre fui una acérrima celosa de mi privacidad y no quería confiarme a nadie. No porque no me fiase. De hecho a algunas de mis amigas les confesé y les confíe otras cosas igual de importantes y privadas, pero en el terreno sentimental/sexual fui de una discreción brutal y siempre oculté todo lo que me pasó en aquellos años. Aunque eso me conllevase llevar un poco la etiqueta de tía estrecha y altiva que nunca se enrolla con los chicos y que pasa de ellos cuando en la realidad era mucho más activa que todas ellas. Toda una paradoja, sí señor. 

La cuestión principal es que mientras yo andaba al día siguiente sumida en todos estos pensamientos me llegó repentinamente el esperado SMS de Rafa. Como siempre en él fue escueto y preciso: “a las 7 donde siempre”. No se podía decir que fuese el SMS más cariñoso, apasionado y afectivo del mundo pero estaba claro que seguía resentido y mosqueado. A las 6 empecé a prepararme. Me puse una camiseta de tirantes granate y el short blanco que tanto le gustaba a él. Puntual como un reloj me presentó a las 7 en punto en la puerta del gimnasio particular de su tío. Si en algún momento dudé de si seguía mosqueado o no, lo pude comprobar nada más verle la cara, pues seguía con el mismo semblante de crispación y cabreo del día anterior. De todos modos pude notar un cierto brillo en sus ojos que le delataba que estaba ilusionado por verme. Entramos en el gimnasio sin mediar palabra y más me valdría que hubiesemos seguido ambos sin decir una palabra porque me soltó un discurso recriminativo que me puso a caldo. Estaba claro que había estado pensándolo durante todo el día y que ahora lo soltaba lleno de frustración, rencor y muy cansado por tantos meses de jueguecitos en plan light. 

Es imposible resumir aquí todo lo que me dijo porque se tiró 5 minutos hablando sin parar a gran velocidad recriminándome mi comportamiento y echándome un varapalo injusto en mi opinión. Intentaré poner más o menos de forma muy resumida lo que me dijo que fue algo así como: “Mira niña, yo ya no estoy para tantas tonterías, que yo ya soy muy mayorcito para andarme con chorradas y niñatadas de una tía que no sabe lo que quiere. Siempre he hecho lo que has querido. Siempre me he atenido a las normas. Pero estoy harto de que me calientes todo el rato para nada. Eres una calientapollas que lleva muchísimos meses jugando conmigo y alterándome. He tenido una paciencia infinita contigo y te he respetado en todo momento, pero ya está bien de ser yo el payaso aguantatodo y que tú puedas calentarme sin darme compensaciones. Yo puedo tener a la tía que me de la gana y no voy a estar perdiendo el tiempo con una calientapollas que no sabe lo que quiere. Porque no sabes lo que quieres. No haces más que confundirme todo el rato y no sabes lo que quieres. Por eso eres tan calientapollas y yo ya estoy harto de todo esto”. Bueno, el discursito fue mucho más largo que todo esto, pero así se podría resumir. Excusa decir que me sentó fatal y me cabreó muchísimo. Me sentí herida en mi orgullo y mi única reacción fue largarme de allí porque no iba a consentir que ni él ni nadie me insultase y humillase de esa manera.

Con mucha vehemencia me dirigí a la puerta y la abrí. Estaba totalmente cabreada y no pensaba volver a quedar con Rafa en la vida. En ese momento le odiaba por las palabras terribles que me dijo y no quería volver a verle. Me sentí humillada como nunca y salí de allí a toda leche. Solo pude correr unos 10 metros pues Rafa me alcanzó y me paró en seco agarrándome del brazo. Me miró a los ojos y me dijo: “Solo quiero decir que te aclares de una vez. Que te preguntes a ti misma qué quieres de verdad y yo respetare tu decisión sea cual sea, pero aclárate de una vez qué es lo que quieres. Porque sino así nos vas a volver loco a los dos”. Pude ver honestidad y sinceridad en sus palabras y comprendí que tenía toda la razón. Aún así estaba tan dolida, cabreada y furiosa por todo lo que me había dicho (y en especial por ese insulto que repitió tantas veces) que no quise ni escucharle. Sé en el fondo de mi ser que tenía toda la razón del mundo. Sé que jugué con él durante muchos meses y que le hice mucho daño sexualmente hablando excitándole sin parar. ¿Es qué Rafa no comprendía que lo que a mí me ponía es que todo fuese tan light y que no quería que se sobrepasasen ciertos límites? Estaba claro que a estas alturas ya no iba a conformarse con ello. 

Solo acerté a decirle: “bueno, me lo pensaré, ya hablaremos, pero ahora déjame en paz, quiero estar sola”. Necesitaba irme para casa. De hecho tenía ganas de llorar. Aunque nada más llegar a casa me di cuenta que lo que más necesitaba era no pensar en eso y alejar todo lo ocurrido de mi mente. Por lo que me puse a llamar a todas las amigas para quedar y así al cabo de un rato estábamos todas juntas hablando de nuestras cosas y temas. Era justo lo que necesitaba. Quería que mi cabeza no pensará en nada de lo que me dijo Rafa. Necesitaba olvidarlo por completo y ya habría tiempo luego para pensar y reflexionar sobre eso. Pero ahora solo quería estar con mis amigas disfrutando la tarde y olvidándome de todo lo acontecido antes. Y bien que lo conseguí. Lo cierto es que esa tarde nos divertimos muchísimo y nos lo pasamos genial. Todo fue estupendo hasta que de repente recibí un SMS. Y eso me petrifico un poco. Estaba segura que ese SMS era de Rafa. Segurísima. Por lo que lo abrí con miedo. Gran sorpresa la mía al comprobar que era del mismísimo Edu. Era lo más inesperado e imprevisto del mundo. Una sorpresa mayúscula. 

El SMS solo decía: “¿te apetece quedar esta tarde para tomar algo?” Mi primer pensamiento fue comprobar muy complacida cómo enseguida nada más romper con Graciela me llamaba para quedar. Lo que confirmaba lo que siempre ambos hemos sabido, que estamos colados fuertemente el uno por el otro. Me sentí complacida y feliz. Mis amigas debieron notarlo aunque trate de disimularlo. Pero de repente mi semblante cambió por completo y me dije a mi misma lo que tantas veces antes me había repetido: “Que le den por el culo a este niñato inmaduro, infantil, cobarde e irresponsable. Que le den por el culo a este tío que me hizo tanto daño. ¿Qué se trata del mismísimo Edu? ¿Y qué más dá? Que le den por saco. No quiero nada con él. Tengo la suficiente dignidad, orgullo y madurez como para no arrastrarme a sus pies solo porque me mande un insulso SMS”. Me sentí orgullosa de mi reacción. Me sentí contenta conmigo misma. Y ni le respondí al SMS. Solo cuando llegué a casa varias horas después le escribí un SMS diciendo que no había visto su mensaje hasta ese momento y que por el momento no quería quedar. Lo que me hizo Edu en Abril aún estaba muy reciente y, a pesar de que habían pasado más de 4 meses, aún no estaba preparada para perdonarle ni plantearme nada con él.

Ese día demostré mucho orgullo, madurez y rabia tanto con Rafa como con Edu. Pero había una notable diferencia. Edu era un payaso inmaduro cobardica y Rafa era todo lo contrario, cuyo único defecto es que me dijo las cosas insultándome de forma muy brusca y grosera. Y, aunque esos insultos me hicieron mucho daño e hirieron mi orgullo, no podía dejar de pensar aquella noche en que tenía toda la razón del mundo en lo que me dijo. ¿No sería pues el momento de pasar ya de las fantasías light y adentrarnos en algo más morboso y atrevido? Estaba segura que de esta manera le complacería y, en cierta manera, seguro que también a mí me resultarían gratas esas nuevas experiencias. No sé cómo quería que fuesen las nuevas fantasías. Solo sabía que debían ser un poco más atrevidas y eróticas que las lights de siempre. De repente por fin me sentí preparada para afrontarlas y, lo que es más importante, el pensar en las nuevas fantasías con Rafa me quitó totalmente de la cabeza a Edu y ya no me volví a acordar de él. ¿Estaba por fin inmunizada contra su encanto y obsesión de todos esos años? Todo parecía indicar que sí y todo era gracias a Rafa. 

Por lo que, en cierta manera, una nueva era se habría ante mí y era ya hora de dejar en el pasado todas las obsesiones, pensamientos, recuerdos y reflexiones con Edu y empezar a vivir una nueva vida. Incluso, se podría decir que el tiempo climatológico también influyó en esta decisión, pues me acuerdo perfectamente que era el primer día de Septiembre y estalló una brutal tormenta de Verano con sonoros y amedrentantes truenos y relámpagos muy violentos. Me acuerdo estar en la ventana de mi habitación contemplado la agresiva tormenta que se acababa de desatar y convenciéndome que era una señal de que las cosas iban a cambiar mucho y para mejor. Al día siguiente el tiempo seguía enrarecido aunque ya no llovía y el calor había vuelto de nuevo. Con calma le mandé un SMS a Rafa: “¿quedamos a las 7 donde siempre?”. La respuesta no se hizo esperar pues al segundo me contestó con un simple “bueno”. Estaba dispuesta a por fin, después de tantos y tantos meses de paciencia, complacerle. Se lo había ganado y al fin y al cabo Rafa el tío que mejor se había portado conmigo y que más me había respetado en todo ese tiempo. Me vestí con una camiseta de tirantes negra y los shorts blancos y me dirigí a las 7 para allá. 

Me dirigí a la puerta del gimnasio muy ilusionada, contenta y satisfecha de la madurez demostrada en las últimas 24 horas. Cierto que los 17 años son una época en que se cambia y madura continuamente, pero en esas 24 horas me sentí más adulta, seria y madura que nunca. Y casi el imbécil de Rafa lo fastidia todo, pues a pesar de ir yo predispuesta y sin malos rollos, me tuvo que soltar otro discurso de los suyos donde de nuevo me puso a caldo. Vino a decir más o menos: “Mira guapa, ya te dije ayer que no quiero perder más el tiempo. Yo creo que te gusto mucho porque sino no llevaríamos así tanto tiempo pero no voy a estar con chorradas y con que me marees la puta cabeza con tus cambios de humor y gilipolleces. Si eres una niñata inmadura pues ahí tienes la puerta y me dejas ya en paz de una puta vez. Pero no voy a aguantar más ninguna de tus neuras y cambios de humor, ¿te queda clarito?”. Juro que estuve a punto de mandarle a la mierda y salir por la puerta para no volver. Juro que me cabreó muchísimo de nuevo este otro sermón y como se despachó conmigo. Cierto que tenía razón en todo, pero eso no le daba derecho a sermonearme continuamente en plan agresivo y ofensivo. Me cabreó cantidad y mi orgullo estuvo a punto de lanzarme a la puerta para largarme. Pero respiré profundamente y me tragué ese orgullo herido. Dije acertadamente: “vale, vale, tienes toda la razón del mundo, pero vale ya de echar broncas todos los días, ¿vale?”. El me miró a los ojos y asintió con la cabeza. Era un buen principio sin dudas.

Ambos entramos en el gimnasio. Yo me sentía un poco nerviosa y fuera de lugar, pues aunque me había convencido de que las fantasías light (o al menos tan light) pasarían ya a la historia no tenía muy claros cuáles iban a ser los límites que no se podían sobrepasar. Por otro lado, la mirada de Rafa delataba cierto recelo y desconfianza, como no fiándose mucho de mis intenciones. Al llegar frente a uno de los grandes espejos Rafa me abrazó por detrás y me empezó a comer el cuello mientras apartaba el pelo. Yo me sentí un poco sobrecogida por la rapidez de sus movimientos y reaccioné mal ante tanto ímpetu. Me separé de él. Su cara reflejó una frustración cansada y el resoplido que lanzó dejó muy clarito lo harto que estaba de mi nervioso comportamiento. Sabía que estaba a punto de enfadarse y sabía muy bien que si se enfadaba otra vez ya no habría más encuentros. Por lo que con calma, acerté a decir: “mejor me tumbo en la colchoneta con los ojos cerrados, así es más relajante, como cuando estábamos en el chalet, ¿vale?”. No pareció que mis palabras le animasen dada la desgana y desinterés con el que me respondió con un “bueno”. 

Yo me tumbé en la colchoneta y cerré los ojos. Noté como se arrodillaba a mi lado y como colocaba una de sus manos sobre mi cuello, acariciándolo sin interés de forma mecánica e impersonal. De repente mi móvil sonó al llegar un SMS y a ambos nos dio un escalofrió tremendo y un susto impresionante. Me incorporé al tiempo que decía: “perdona, voy a ponerlo en modo silencio, un segundo”. Cogí el móvil y leí a gran velocidad el mensaje. Era, nada más y nada menos, que de Edu. Nuevamente en menos de 24 horas volvía a contactar conmigo y a decir lo mismo: “¿quedamos luego?”. Se me formó una sonrisa en los labios. Por supuesto que no le contesté y con mucho agrado puse el móvil en modo silencio. El hecho de que Edu insistiese nuevamente en quedar era la mayor de las victorias y una nueva oportunidad para darle a entender, nuevamente, que le diesen por saco y que no quería volver a saber nada más de él. Ese SMS llegó justo en el momento que más necesitaba leerlo y consiguió relajarme, alegrarme, hacerme muy feliz y, sobre todo, reactivar más que nunca mis fantasías con Rafa. 

Por lo que repleta de ilusión y derrochando felicidad me volví a tumbar en la colchoneta. Lo del SMS me había relajado o, mejor dicho, me había producido tal placer vengativo hacía Edu que quería redondear dicho placer complaciendo por fin a Rafa. Solo pensar que en esos mismos instantes estaba Edu esperando impacientemente a que le respondiera al SMS me dio muchísimo morbo y placer. Es más, no es solo que no le respondiera a ese mensaje, sino que tampoco se lo iba a contestar por la noche como hice el día anterior. Aunque hubiese tenido siete SMSs suyos o siete llamadas perdidas suyas en el móvil no le iba a dar el placer de obtener mi respuesta. No hay mayor indiferencia que la no deferencia y no sentía ninguna necesidad de contactar con él ni en ese momento ni nunca. Estaba por fin liberada de su obsesión y ahora solo quería disfrutar con las caricias de Rafa. Por fin se empezaba a hacer justicia: Rafa se había portado fenomenal siempre conmigo y era justo que lo recompensase de una vez. Que pena realmente que Edu no pudiera verme qué estaba haciendo con Rafa en esos momentos que no le respondía al SMS, eso sí que hubiera dado un morbo y placer brutal.

La cuestión es que me relajó tanto la situación que empecé a disfrutar con las caricias de Rafa, al principio tenues, tímidas y lentas por mi cara para, poco a poco, ir acariciándome los pechos por encima de la camiseta hasta llegar a mis muslos. Como no, como era de esperar, Rafa al mismo tiempo que me acariciaba empezaba a murmurar, susurrar o hablar entre dientes como narrando lo que estaba haciendo. En plan “que preciosa estás con esta camiseta de tirantes negra”, “como me encanta acariciarte con ella”, “que bien te quedan los shorts blancos”, “estás preciosa”, “me pones muchísimo”, “cada día estás más buena”, etcétera. Por supuesto a mí me encantaba escuchar todas esas cosas, claro, y estaba disfrutando las caricias. Solo salí de mi estado de ensoñación y ensimismamiento cuando las caricias se volvieron un poco más bruscas y agresivas en mis muslos. No es que me hiciera daño pero sí que fueron algo violentas. Me acariciaba los muslos con fuera y de repente con mucha vehemencia puso toda su mano en mi entrepierna y empezó a acariciarla con deseo. Yo me sobrecogí y estremecí. No me lo esperaba. Él se debió percatar de mi estremecimiento porque susurró “tranquila, solo quiero acariciarte un poco porque estás buenísima con estos shorts”. No me tranquilizo esas palabras en absoluto, porque al mismo tiempo que lo decía en vez de disminuir el ritmo de sus caricias lo intensificó más todavía. 

Y de repente, de forma imprevista, esas fuertes y vehementes caricias en mi entrepierna me nublaron la vista. Me empezaron a proporcionar muchísimo placer y me empezaron a gustarme mucho. Un cosquilleo recorrió todo mi cuerpo y no quise que cesara de tocarme ahí. Tenía como calambrazos y destellos de deseos. Cierto que desde que había hecho el amor con Edu, cinco meses atrás, nunca un chico me había vuelto a tocar así y por tanto era lógico que tras tantos meses me excitara e inquietase tanto. Pero, curiosamente, en esos momentos tan intensos de excitación no pensé en aquella noche con Edu, sino que no podía dejar de pensar en el inmenso y erecto pene de Rafa cuando se lo acarició a sí mismo mientras yo le contemplaba desde unos cuantos metros de distancia. Probablemente habían pasado ya 6 ó 7 meses desde aquel día y es algo en lo que apenas había pensado nunca (salvo la noche que me enrollé con Carlo que también me vino esa imagen a la cabeza). La cuestión es que pensar en el pene de Rafa hizo que me excitase más todavía y noté perfectamente como se me ponían duros los pezones. Casi sin poder remediarlo lancé un pequeño suspiro, tan pequeño que estoy segura de que Rafa ni lo oyó, pero aún así me avergoncé un poco. Me estaba excitando mucho y era algo que ni me había planteado que podía ocurrir. ¿Por qué sería? No sé, supongo que influyó todo un poco: el SMS de Edu, el morbo de dejar poco a poco aparcadas las fantasías light para ser un poco más atrevidos y, sobre todo, la fuerza y vehemencia con la que Rafa no dejaba de masajear mi entrepierna. 

A pesar de que disimulé muy bien (en eso soy toda una experta desde siempre) Rafa se dio cuenta que durante un instante le miré su paquete. Lo sé porque sonrió e intensificó más todavía sus fuertes caricias en mi short. Debo reconocer que me hizo vibrar y disfrutar. Me estaba gustando mucho y era un gran acierto haber pasado a este nivel en nuestros encuentros. Cierto que yo era la culpable de que siempre las fantasías hubiesen sido tan light pues no quería que se perdiese el anhelo y el deseo al profundizar más. Pero ahora sí que me gustaba que la cosa fuese a más y es que estaba descubriendo mi sensualidad adolescente con esas caricias tan bruscas. Siempre habría tiempo de volver a las fantasías light y al juego de incitar el deseo sexual, por una vez que nos desmadrásemos no pasaba nada. Además, todo el mundo a los 17 años ya experimentaba con su sexualidad y jugaba con ella. No sé porque tenía que autoconvencerme tanto en este aspecto y no me dejaba simplemente llevar por el momento, pero siempre he tenido tendencia a racionalizarlo todo y a cuestionarme todo. Sea como sea, estaba disfrutando mucho ese masaje en mi entrepierna como muy bien demostraban la dureza de mis pezones.

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