Nuevos relatos publicados: 7

MARTA, CARMELA Y AMBAR (5)

  • 16
  • 20.041
  • 9,67 (3 Val.)
  • 0

TODAS ABORDO

 

Cada cliente tiene su favorita. La del capitán Ferreira soy yo. Tendrá, calculo, como sesenta años ¡pero cuando me agarra! Es uno de los contados clientes que sabe dónde buscar, cómo pervertirme y me conoce misteriosamente lo suficiente para hacerme explotar las veces que quiere. Marta era para él solo un entretenimiento que es necesario contratar, porque viene en el paquete. También es mi consentido. Dice que su Viagra soy yo. Una Viagra morena y lujuriosa. Su segundo abordo, nos mostró nuestro camarote, era bello, inmenso y muy cómodo: me refiero al camarote.

En tierra, como aquí denominan  lo que quedó atrás, todo estaba rodando bien engrasado. Solo nos quedaba relajarnos, disfrutar del paseo y no movernos sin necesidad. ¡Qué delicia!

Una de las primeras y principales reglas que tenemos en nuestra pintoresca sociedad, es que nos alquilamos para hacer tríos (razón social primigenia), pero nada de besos en la boca a los clientes (ni mamaderas de pitos) y siempre con condón. Nuestra seguridad primero que el negocio. El día de nuestro embarque, las rompí todas.

El capitán Ferreira, nos recibió en la escalerilla de acceso, cual altas autoridades y se le notó que quedo inmediatamente impresionado por Ámbar. Eso me provocó una, no poca, cantidad de celos profesionales, pues conmigo se limitó a un ósculo y a un “estas bellísima”. En cambio con Marta se concentró en librarse de sus sentimientos de culpa por lo del accidente del que había sido causante, atendiéndola cual reina y para Ámbar era las miradas y los piropos. La emboscada que me estaba tendiendo le estaba funcionando, pues me tenía desesperada por su abandono.

Me invitó, sin ninguna notoria mala intención, a conocer el puente de su nave. Marta, más atenta, me despidió con un jocoso “Cuidado pues” y se quedó con Ámbar.

El lugar estaba despejado de personal, pues el barco aun no zarpaba. Todas sus lucecitas encendidas indicaban que sus instrumentos estaban listos. El capitán, también.

A través de los ventanales se veía desplegada la belleza del puerto.

-Carmela, Carmelita, me has hecho mucha falta, mi amor.

-Usted a mí también capitán. ¿Me puedo sentar para ver más cómodamente el paisaje?

Tomó mis manos y las besó con pasión mientras me ayudaba a subir en la silla del capitán, un sillón giratorio y confortable a una altura que permitía observar todos los alrededores. Un escalofrió premonitorio me subió por los brazos, al sentir sus manos sobre mis caderas para ayudarme a subir.

-¿Qué le parece Ámbar?, pregunté para redirigir sus ímpetus que lo llevaban a emocionarme demasiado con los acariciadores manejos de sus hábiles manos que me hurgaban en busca de mi punto débil, mientras su boca se acercaba peligrosamente a mis senos.

-Tiene bonito culo, bonitos ojos, bonitas piernas,…

-Bonita descripción, le dije, tratando, infructuosamente, de esquivar sus manos de pulpo travieso.

-Tú eres de una calidad superior, me tranquilizó, mientras su boca alcanzaba mis pezones por afuera del vestido y sus manos escalaban por mis muslos rumbo a su objetivo.

-Tranquilo capitán, dije ya con cierto esfuerzo, oponiendo mis últimas resistencias a sus avances.

Pero el siguió ascendiendo por mis piernas que separó sin mucho esfuerzo, rodeó mi cadera y se aferró a mis nalgas indefensas sin ropita protectora. Su boca pecaminosa bajó hasta mi nido y se metió entre mis piernas que no defendieron la zona.

-Capitán…., murmuré desfalleciente.

-Carmela, tengo más de un mes pensando en ti, mientras hablaba su boca me arrancaba las ultimas fuerzas. Quiero estar solo contigo aunque sea un momento. Mi respuesta silente, fue confirmación de mi complicidad.

-Marta no lo sabrá, dijo mientras su boca se apoderaba de la mía y su lengua enroscada en la mía no me permitió responder que: por mí, estaba bien, que me rendía.

Levantó mi falda, y desnudos y obscuros aparecieron mis muslos -¡Que belleza! Exclamó exaltado, los besó con impudicia ascendiendo por ellos hasta que llegó a mi prominente centro vital.

-Capitán…, repetí, cuando me estremecí ante el encuentro de su lengua y mi clítoris.

Lentamente me fui rodando en el sillón hasta quedar de pie, durante ese movimiento su boca no me soltó. –Tendrá que ser así, le dije mientras me volteaba para ponerme en posición de ser atacada por la espalda.

Subió mi falda sobre mi cintura -¡Que belleza, que lujo! Exclamó mientras se relamía de placer anticipado. Sentí su cosa cálida y dura acariciando mi hendidura.

-Cuidadito con el caminito equivocado, mi capitán, le dije preocupada.

Me la puso en el camino correcto, empujó y entró sin darme tiempo a prepararme y… sin condón.

Sus estocadas rápidas, fervorosas y a fondo en cada envión, me estaban apenas empezando a enamorar cuando sentí que su espasmo llegaba. Me bañó por dentro de leche y yo quedé, en estado de desgracia, palpitante y viva. Trató de remediar la desgracia de su corrimiento, con nuevos ataques, pero no pudo. En el bañito del puente me lavé mi triste y hambrienta chochita.

Me acompañó hasta la puerta del camarote deshaciéndose en excusas y explicaciones por su mal comportamiento caballeroso-sexual: de haber terminado primero que yo. Le di un besito y para que supiera que no había rencor, le dije al oído: “Esta noche terminamos”.

Entré al camarote, me paré delante de Marta (que venía saliendo del baño con  una toalla arrollada sobre su cabeza) y le dije sin más ni más:

-Acabo de tirar con el capitán Ferreira, sin condón, lo bese en la boca y para completarla no me hizo acabar.

Estaba sentimental y a punto de reventar a llorar por haber desobedecido las reglas. Marta me abrazó. Ámbar observaba la escenita que yo hacía, mientras se terminaba de desvestir para entrar a la sala de baño aguantando la risa.

No aguantó más y arrancó a carcajearse con verdaderas ganas. Trataba de hablar pero las carcajadas no se lo permitían: “El viejito…me violó… “decía entre risotadas. Marta terminó por contagiarse de su jolgorio y la secundó en sus mofas, cariñosas, pero mofas al fin.

-Dígame, si te…preñó, decía entre fuertes y llorosas carcajadas, mirando a Ámbar que se revolcaba de la risa sobre su cama -si te vieras la cara de virgen arrugada que cargas…

-De ex virgen, dijo la otra.

Y así siguieron las burlas un rato más, hasta que me calmé al comprender que no era para tanto. Pero, yo soy así.

Con cara enfurruñada por haber provocado sus burlas, me desvestí por completo, mientras ellas trataban de controlarse, pero nuevos estallidos de risa las sorprendían aun al recordar algo especialmente cómico.

-¿Terminaron? ¿Cuál de las dos me va a ayudar? pregunté, mientras señalaba mi entrepierna.

-¡Vente, vamos a bañarte! Me dijo Ámbar agarrándome de la mano sin esperar mi respuesta ni la de Marta. ¡Con tus mariconerías lograste excitarme, muchachita! ¡Vamos, camina! Me arrastraba bromeando en pos de sí. Marta se vino detrás de nosotras, por la cara que le vi, creo que faltaba poco para que discutiera mi posesión. Era yo como una perra en celo, y ellas, “los machos” que se la disputaban.

 

SOLO UNA HEMBRA DOMINANTE

Ámbar llevaba la delantera. Reguló las llaves del agua y me metió debajo de la regadera, una suave lluvia cálida me emparamó. Comenzó a besarme y a lamerme los chorritos de agua que bajaban por mi cuello.

Me observaba con esa manera dominante, que tanto me fascinaba y me hacía quedar bajo su embrujo, temblando de emoción. Yo me le entregaba y se lo indicaba lamiendo sus senos y su cara en señal de vasallaje. Ella me miraba con cara desafiante de violadora, engreída por los triunfos que había ya, en otras ocasiones, obtenido sobre mi cuerpo. Logrando poner mi voluptuosidad al servicio de su placer. Me seducía, me excitaba. Sus dedos habían encontrado mi despeñadero y en él se enterraban exigentes y posesivos con fuerza, sin escrúpulos por el dolor que me podían causar sus movimientos agresivos.

A veces dejaba de besarme para mirarme fijamente con expresión malévola a los ojos. Su expresión picante parecía preguntarme: “No puedes vivir sin lo que te hago, ¿verdad? ¡Eres mía! ¡Te estoy domando, para mí!

Marta se incorporó al  juego. Se colocó en mi parte trasera. Besaba mi cuello y mi espalda. Abrió mis nalgas y las separó con sus manitas que consiguieron mi anito y en él se entretuvieron para no dejar que el dominio de Ámbar fuera total.

Yo estaba embelesada con lo que me hacían y les avisé con tiempo que un violento, sabroso y grosero orgasmo asomaba dentro de mi vulva. Me sacudió los cimientos y no caí por la debilidad que se sembró entre mis piernas, porque ellas me tenían como a la carne entre los panes de una hamburguesa.

Yo no quería que me soltaran, quería que Ámbar me siguiera violando con sus dedos escabrosos y me siguiera mirando con fijeza para que comprobara que había sido capaz de encontrar lo que buscaba allí adentro de mi raja y que Martica, me siguiera tocando de la manera que ella sabía a mí me gustaba, me sentía en ella gloria con mis dos ángeles preocupándose de mi placer. Cerré los ojos y las besé en el último espasmo.

Entonces, un Perro violó al otro Perro. Sucedió así:

Cuando mis espasmos cesaron, deje de besar Ámbar y le sonreí agradecida, por todos los trabajos que se tomaba, tan a pecho, para satisfacerme. Le di un último besito y le dije: -Gracias loquita, ¡sabroso!

En ese preciso instante Marta que estaba detrás de mí, pasó sus manos por entre mis piernas separadas y (por ser más baja) pudo alcanzar con facilidad  la “alhajota” de Ámbar, quien se sintió alcanzada por el rayo cuando, de manera inesperada, los dedos de Marta apartaron sus “labiesotes” y por allí se metieron.

Yo, equivocadamente quise incorporarme al juego creyendo que aún estaba en él, pero recibí una señal de Marta para que me apartara. La cosa era entre ellas. Tuve que levantar mi pierna como una bailarina para pasarla por encima de la mano que no quiso soltar su paquete.

No apartaban sus ojos una de la otra. Parecían pistoleros del oeste en pleno duelo. Pero, Marta tenía con su mano derecha aferrada la carta del triunfo. No se decían palabras. Ahora era Marta la que miraba a Ámbar con afanes de violentadora.

Ámbar le sonrió al preguntarle -¿Querías agarrármela? ¡Estabas loca por hacerlo! ¿Verdad? 

Marta la abofeteó con la mano libre y apretó más fuertemente introduciendo los dedos más profundamente. Un rictus de placer deformó los labios de Ámbar. Los dedos seguían saliendo y entrando. Ámbar fue doblando las piernas y calló de rodillas. Marta, siempre con su mano libre, atrajo su cabeza y le mordió la boca. Ámbar se lamentó del dolor con un pequeño quejido que logró escapar de sus labios mordisqueados. Yo estaba apartada sentada sobre la poceta, observando el rito de dominación que nunca había imaginado ver.

Con su peso y fuerza insospechada <por su tamaño y características> Marta terminó de vencerla obligándola a irse echando hacia atrás hasta que quedo encima de ella, dominándola con su cuerpo, su mirada y la con la que se posesionaba de sus entrañas. La tenía inclinada hacia atrás con sus nalgas apoyadas sobre sus talones, sus piernas abiertas medio apoyadas sobre sus rodillas y el torso, echado hacia atrás, se sostenía sobre sus manos apoyadas sobre el piso de la bañera.

Los dedos de Marta seguían haciendo su trabajo de seducción a la presa todavía reacia a entregarse. Alargo su mano y se apoderó de un cepillo de mango, no muy grueso pero suficiente para hacerse sentir. Ámbar no se dio cuenta de este movimiento pues había cerrado los ojos.

“Sin aviso ni protesto” Marta le introdujo súbitamente el mango de goma en su ano desguarnecido por lo súbito de la maniobra, abrió los ojos sorprendida, pero no dijo nada ni se quejó. Empezaba a entregar sus armas. Al sentirse empalada, cambio de posición, estirando sus piernas y  colocando sus pies sobre la pared del fondo, pasándolos por los costados de Marta, quien se dio cuenta de que había ganado.

Solo faltaba rematar la faena. Le introdujo mucho más de la mitad del largo mango y substituyó, ahora sí, sus deditos por su boca en la entrada de la vagina que Ámbar le acababa de entregar. Comenzó a trabajarla con labios y lengua, mientras, el mango entraba y salía de entre sus nalgas.

El orgasmo, supe que le llegaba cuando vi que retembló de pies a cabeza y un raro estertor creciente en su tono y su ritmo salía de su garganta abotagada, mientras sus manos convulsas aferraban cual garras de águila a los bordes de la bañera.

El orgasmo fue largo y sacudía sus caderas al ritmo de una fantasiosa penetración, subía y bajaba sin ritmo, alocadamente. Su pubis, al cual Marta aún tenía enganchado con sus dientes, su lengua y su boca y no quería soltar hasta que el trabajo hubiera concluido, soltó su espuma y Marta se tragó su orgasmo, sus flujos y sus temblores resistiendo heroicamente a los apretones que los rollizos muslos de Ámbar le propinaban en la cara.

Cuando la sintió rendida y relajada, fue que se atrevió a salir de sus honduras.

-Al fin me comí esas rebanadas de carne, murmuró Marta acezante aun y con la boca llena de muestras de flujos, pero risueña y feliz. Había ganado.

Sacó el mango del culo de Ámbar quien transida de emociones y cansancio no respondía. Se acostó a su lado y la abrazó. Ámbar ahora si reaccionó y le preguntó con los ojos cerrados y aun respirando recio: “¿Qué te pareció?

-Grandísima y glotona.

Yo les dije que se apartaran para terminar de bañarme. Marta me miró fingiendo estar brava conmigo, -¡Tú, tú eres la culpable de todo esto, por estar tirando con tipos que no te hacen acabar! ¿Verdad, Ámbar?

-Si por mal polvo este condenada a sacarle el orgasmo que a la jefa se le quedó atravesado en su cuquita. ¡Vamos, procede!

Me sumé al rebullicio de piernas, nalgas, manos… que había dentro de la bañera y me le acosté encima a “la jefa” como muy significativamente la había llamado Ámbar, la besé en señal de acatamiento y procedí a depurarla de orgasmos malcriados.

Había quedado plenamente establecida la cadena de mando, el orden jerárquico, pues, en nuestra singular asociación. Nos dimos un largo baño juntas conversando de todo y colaborando entre todas para masajearnos, frotarnos y echarnos bromas. Nuestra hermandad se estaba cimentando de una manera genial. Creo que un trio como nosotras es muy difícil que se vuelva a juntar.

Esa noche después de cenar en la mesa del capitán, Ferreira y yo nos fuimos a terminar lo que habíamos comenzado esa tarde y ellas se fueron al casino a divertirse mientras esperaban que yo terminara mi faena. Era una excepción que me habían permitido (¡por esta vez, y ponte condón!) en vista de las molestias que él se había tomado para nuestro gratuito alojamiento de primera.

 

EMBRUJAMIENTOS

Nos encontramos en el casino una vez terminada mi fiesta privada con el Capitán Ferreira.

Cuando las muchachas y yo nos conseguimos en el casino estábamos bebidas, alegres y dispuestas a relajarnos más y disfrutar de la vida sin estar pendientes de negocios, peligros y ansiedades y nuestros instintos animales estaban domesticados por el momento.

Entonces lo descubrimos.

El tipo era alto, corpulento, macizo dentro de su uniforme de croupier de la mesa de “Veintiuno”. Era negro como el fondo de un caldero, era feo y nunca lo vimos sonreír en todo el tiempo que pasamos en su mesa.

Miraba a Ámbar de manera especial y el significado de esa mirada no lo pudimos discernir. La embromamos un poco con que había hecho su primer “levante” de la travesía, pero no entendimos porqué ella se sintió afectada, alterada más bien, se diría, por el efecto que el “negrazo “y su mirada le habían causado.

En nuestro recorrido por todas las barras del barco, uno de los numerosos camareros que nos atendieron, se refirió al susodicho como “el brujo”, era haitiano y tenía “poderes”. Marta y yo lo olvidamos, Ámbar, no.

Tanta fue su insistencia que regresamos a la mesa del haitiano, pero su turno había finalizado.

-Te tendrás que conformar con su recuerdo, por ahora, le dijo Marta en son de broma para animarla un poco.

Ámbar quería que nos fuéramos a dormir.

–La noche apenas comienza, solo es la una de la madrugada, insistió Marta, ven vamos a la discoteca para que te alegres.

–Quiero tomar un poco de aire, arguyó Ámbar.

Apoyado, mirando el mar, en la barandilla de la cubierta a la que nos asomamos para complacerla, estaba “El brujo”.

-Tengo que hablarle, nos dijo Ámbar

-¿Le conoces?, inquirió Marta

-No. Contestó, pero siento que debo hablarle.

-Ten cuidado, le dije mientas ponía mi mano en su espalda para que contara con que nosotras seguíamos allí.

Se le acercó y el tipo no se movió, pero le habló. Siguió mirando al mar mientras Ámbar lo escuchaba.

Regresó a donde estábamos nosotras, mirando atentamente la escena, no porque presintiéramos algún peligro, sino, porque intuíamos que el significado de la escena nos incumbía de una manera que éramos incapaces, por el momento, de comprender.

-Quiere hablarnos.

-¿Aquí?

-No. En nuestro camarote.

-Está prohibido, que el personal de servicio….

Marta acalló mi razonamiento, poniéndome el dedito sobre mis labios.-Dile que lo esperamos.

Las tres sentadas sobre la misma cama, sin cambiarnos de ropa, juntitas y en la actitud de alumnas juiciosas y educaditas que esperan al profesor para que comience su lección, esperamos a que el hombre llegara.

Desde que Marta había dicho que le dijera que lo esperábamos, ninguna había hablado y cada una estaba a solas con su pensamiento.

Así estábamos cuando entró, pues habíamos dejado la puerta entreabierta de acuerdo a sus instrucciones.

FIN DE LA PARTE.

MARTA Y CARMELA SIGUEN DE CRUCERO

(9,67)