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MARTA, CARMELA Y ÁMBAR (6)

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UN PARÉNTESIS EMBRUJADOR Y ESCATOLÓGICO

 

Nos encontramos en el casino una vez terminada mi fiesta privada con el Capitán Ferreira.

Cuando las muchachas y yo nos conseguimos en el casino estábamos bebidas, alegres y dispuestas a relajarnos más y disfrutar de la vida sin estar pendientes de negocios, peligros y ansiedades. Había quedado plenamente establecido nuestro orden jerárquico y nuestros instintos animales estaban domesticados por el momento.

Fue en ese momento que el brujo entró en nuestras vidas.

El tipo era alto, corpulento, macizo dentro de su uniforme de croupier de la mesa de veintiuno. Era negro como el fondo de un caldero, era feo y nunca lo vimos sonreír en todo el tiempo que pasamos en su mesa durante nuestro periplo por todos los juegos de apuestas que en el casino existían.

Miraba a Ámbar de manera especial y el significado de esa mirada no lo pudimos discernir. La embromamos un poco con que había hecho su primer “levante” de la travesía, pero no entendimos porqué ella se sintió afectada, alterada más bien se diría, por el efecto que el “negrazo “y su mirada le habían causado. En nuestro recorrido por todas las barras del barco, uno de los numerosos camareros que nos atendieron, se refirió al susodicho como “el brujo”, era haitiano y tenía “poderes”. Marta y yo lo olvidamos, Ámbar, no.

Tanta fue su insistencia que regresamos a la mesa del haitiano, pero su turno había finalizado. -Te tendrás que conformar con su recuerdo, le dijo Marta en son de broma para levantarle el ánimo.

Ámbar quería que nos fuéramos a dormir. –La noche apenas comienza, solo es la una de la madrugada, insistió Marta, ven vamos a la discoteca para que te alegres. –Quiero tomar un poco de aire, manifestó Ámbar.

Apoyado, mirando el mar, en la barandilla de la cubierta a la que nos asomamos para complacerla, estaba “El brujo”.

-Tengo que hablarle, nos dijo Ámbar

-¿Le conoces?, inquirió Marta

-No. Contestó, pero siento que debo hablarle.

-Ten cuidado, le dije mientas ponía mi mano en su espalda para que contara con que nosotras seguíamos allí.

Se le acercó y el tipo ni se volvió a mirarla, pero le habló. Seguía mirando al mar mientras Ámbar lo escuchaba.

Regresó a donde estábamos nosotras, mirando atentamente la escena, no porque presintiéramos algún peligro, sino, porque intuíamos que el significado de la escena nos incumbía de una manera que éramos incapaces, por el momento, de comprender.

-Quiere hablarnos.

-¿Aquí?

-No. En nuestro camarote.

-Está prohibido, que el personal de servicio….

Marta acalló mi razonamiento, poniéndose el dedito sobre sus labios.-Dile que lo esperamos.

Las tres sentadas sobre la misma cama, sin cambiarnos de ropa, juntitas y en la actitud de alumnas juiciosas y educaditas que esperan al profesor para que comience su lección, esperamos a que el hombre llegara. Desde que Marta había dicho que le dijera que lo esperábamos, ninguna había hablado y cada una estaba a solas con su pensamiento. Así estábamos cuando entró, pues habíamos dejado la puerta entreabierta de acuerdo a sus instrucciones.

Se acuclillo a los pies de Ámbar, tomó sus manos entre la suyas y con una voz aguda que no parecía salir de su gran cuerpo, dijo:

-Librándote de sus presencias te libro de sus recuerdos y mi misión podrá terminar. Es la mejor oportunidad que tenemos. Necesitamos tu ayuda.

Ámbar había empalidecido, perlas de sudor surgían de su frente rodando por surcos que habrían para desaguar su angustia. Temblaba suavemente como hoja mecida por leve brisa.

-Cuéntales, puedes hacerlo, ellas deben saber, dijo el hombre.

Y Ámbar nos contó. Fue durante la época que era policía, la rebelión en la cárcel donde ella estaba destacada, su retención como rehén por parte de unos presos, su posterior violación por parte de dos de ellos, el sometimiento de los sublevados por parte de los compañeros de Ámbar y el asesinato de sus captores, cuando sus colegas descubrieron su abominable acto. Mientras narraba los hechos, la voz de Ámbar era monótona sin entonaciones y las lágrimas no dejaban de surgir a raudales de sus bellos ojos claros, ahora enrojecidos.

-Eran haitianos, dijo el brujo para continuar un cuento que parecía conocer, eran parte de una secta que practicaba unos ritos maléficos y causaban daños a la gente de mi pueblo. Exterminamos al resto pero estos lograron huir. Están ahora apegados a ti, puesto que fuiste el último placer que tuvieron y eso no los deja desaferrarse de ti. Es su manera de seguir en el mundo de los vivos. Te causarán daño a ti y a los que te rodeen. Ya comenzaron, el comportamiento anormal del capitán con Carmela es el comienzo de sus burlas y agresiones que irán haciéndose cada vez peores.

Marta me miró interrogadora, yo le respondí con un leve movimiento afirmativo de mi cabeza.

-Sabe mi nombre, me dije asombrada, sin darme cuenta que era más asombroso aun, que supiera lo que había pasado entre Ferreira y yo.

-Entonces ya no es un problema solo de ella. Ahora es de todas, manifestó su pensar Marta, ¿qué debemos hacer?

-Hay un rito, pero deben estar en disposición de realizarlo libremente. No se les puede obligar.

-¡Nada de ritos!, gritó Ámbar, yo me alejare de ellas para que no las dañen

-¡No! Gritó más fuertemente Marta. Se hará el rito. ¿Cuándo se puede?

-Puede ser ahora, si se están seguras.

-¿Qué piensas? Me consultó Marta. Todos me miraron para saber lo que yo opinaría.

-Ella hará lo que ustedes digan ¿verdad Carmela? Fue el brujo el que habló por mí. Yo me le quedé mirando fascinada.

-Gracias a todas. Es la oportunidad que hemos estado esperando desde tiempo inmemorial, para terminar el trabajo que comenzaron nuestros ancestros. Es la razón por la que nos embarcamos en esta nave, que nos lleva a nuestro destino. Podrían haberse negado a cooperar con nosotros, pero sabíamos que existían buenas posibilidades que no lo hicieran.

-¿Qué vamos a hacer nosotras? Lo interpeló Ámbar con angustia en la voz.

-Tú serás el cebo. Ellas, serán presencias benéficas que te apoyaran en el duro trance que está por venir, nosotros utilizaremos nuestro poder para neutralizarlos para siempre. Todo es perfecto ahora, no pudimos hacerlo antes contigo solamente, pues temíamos que te fallaran las fuerzas y te desencarnaras en el trance, pues cuando ellos se vayan trataran de arrastrarte. Tus hermanas te anclaran a la vida. Ese es su papel.

Me levante de la cama – ¡Vamos pues! Antes de que me termine de aterrorizar, les pedí tratando de sonreír.

Todas nos levantamos dispuestas. El brujo nos abrazó por turnos, un original olor a madera emanaba de su cuerpo.

Apagó todas las luces, atrancó todas las puertas y claraboyas. Una sobrecogedora obscuridad, que no era natural, nos rodeó. Nos distribuyó por todo el lugar y nos indicó el lugar donde debíamos permanecer acostadas. No supe qué lugar les había correspondido a Marta y a Ámbar.

Un silencio sepulcral nos acogía en su seno hasta que una rara melopea lo cortó. Era un canto monótono en un lenguaje desconocido, que por sus tonos agudos procedía de la garganta del brujo. Fue lo último que cavilé antes de caer en un estado consiente de relajación total.

Ya no estaba en mi cuerpo, pero no me le alejaba. Mi yo, era solo un halo que lo rodeaba, un nimbo resplandeciente que percibía la vida y las sensaciones de mi cuerpo tendido. Pero estábamos separados. El canto monótono del brujo se hacía más profundo.

Mi cuerpo comenzó a transmitirme señales de un miedo voraz que lo invadía y vertiginosamente se convertía en pánico, unas presencias fétidas lo rodeaban aparentemente olisqueándolo  y tocándolo. Su obscenidad era inadmisible para la mente humana. El pavor silente y paralizante me corroía tan fuertemente que si lo hubiera sentido en otra circunstancia, probablemente mi corazón hubiera cesado de latir para librarse de esa iniquidad. Mi cuerpo trataba de revolcarse angustiado, deseando librarse de eso que nunca habría creído ser capaz de resistir.

De repente la angustia mortal cesó. Se alejaron de mí. Yo no era el objeto de su búsqueda. La buscaban a Ella.

Mi aura empezó a captar un pavor que provenía de otra parte de la habitación, era Marta. Habían llegado hasta ella. La canción, formada por un entramado de palabras ininteligibles para mi razón, me guio hacia ella.

Llegué en el preciso momento en el que su pavor llegaba a niveles imposibles de resistir. Mediante un esfuerzo de mi voluntad que no creí nunca que fuera capaz de hacer, logré unir mi esencia a la de ella. Juntas resistimos. Ahora el sonido de la suave melopea era ardoroso al máximo e impregnaba cada molécula del ambiente con su sonido. Los entes habían hallado a Ámbar.

Ya sabía lo que tenía que hacer, arrastré a Marta, quien aún no se recuperaba, en dirección a Ámbar, teníamos que hallarla antes de lo peor. La canción del brujo me hablaba, me guiaba, me instruía. La fetidez era insoportable: un olor a carne quemada y putrefacta.

Nuestros cuerpos inertes la captaban como pudrición, para nuestras esencias, era solo un escudo que nos impedía penetrar hasta donde las presencias rodeaban a Ámbar. Ya la habían reconocido y buscaban infiltrarla con su podredumbre.

A medida que Marta se recuperaba, nuestras fortalezas unidas acrecentaban nuestro poder y logramos romper la barrera que nos interponían para llegar hasta ella. Solo pudimos acercárnosle en el momento en el que parecían a punto de vencerla.

Le gritamos su nombre para que siguiera sabiendo quien era. La canción nos incitaba. Seguimos gritando pero ella no respondía. Gritamos más fuertemente su nombre y los nuestros para que supiera que estábamos a su lado y que si ella moría nosotras también. De repente, un leve rumor que partía de su lugar nos llegó con su nombre.

Entonces una luminosidad sobrenatural lo inundó todo. Era tan fuerte que no permitía diferenciar objetos, era solo luz todo lo que existía. La melopea cesó.

El origen de la luz estaba en el sitio donde intuíamos que se encontraba el brujo, quien ya no presentíamos solo, sino acompañado de otros seres.

La luz salía de una hoguera hacia la cual las presencias inmundas se sentían atraídas, vacilaban entre dejar a Ámbar o la hoguera, que parecía atraerlas irresistiblemente. Hacia la hoguera se dirigieron irremisiblemente. Apenas vimos el sitio libre, nos zambullimos en el espíritu de Ámbar para revivirla con nuestras fuerzas recuperadas. Nos unimos en un abrazo protector y rechazamos los restos del escudo de pudrición.

Las presencias fétidas se hundieron en la fría hoguera de luz  y ésta fue implotando hasta que desapareció en su propio seno.

La obscuridad nos rodeó y quedamos dormidas, desmayadas diría yo.

 

EL RITO HA CULMINADO. ¡SOIS LIBRES!

Al despertar supimos que todo había concluido. El camarote estaba normalmente iluminado y un fortísimo olor a humo de leña lo inundaba. Estábamos solas y despertamos casi al mismo instante desparramadas en diferentes locaciones. Cuando recuperamos la movilidad corrimos a abrazarnos llorando de alegría.

Observamos que Marta, tenía una extraña cicatriz en su frente que nunca habíamos observado, era minúscula y de cerca parecía ser una flor. Marta nos confió, que momento antes de despertar, había sentido una quemadura en ese preciso lugar, originada por un hierro candente que allí le aplicaron.

-Yo también, declaré, pero en… No terminé la frase, rápidamente me despojé de la blusa. Allí estaba la mía. Debajo de mi pezón izquierdo. Miramos a Ámbar interrogantes, ella se volteó para que la ayudáramos a bajar el cierre posterior de su vestido. También tenía la misma señal pero debajo de su pezón derecho. Todas habíamos sentido la misma sensación quemante antes de despertar.

Después de ducharnos prolongadamente y revisar nuestros cuerpos que sentíamos extrañamente descansados y frescos, salimos a la cubierta. Famélicas, nos dirigimos a uno de los restaurants del barco para saciar nuestra hambre.

-¿Qué te pasó con el capitán Ferreira, la última vez? Indagó Ámbar.

-No pudo. A pesar de que lo intentamos de todas formas y le apliqué toda mi ciencia.

-Vamos a buscarlo, el pobre debe estar atribulado y confuso creyéndose culpable o enfermo.

Lo esperamos en el salón de oficiales. Nos saludó amable y efusivamente.

-Estoy contento de volverlas a ver, estaban desaparecidas desde hace dos días. Ya las iba a mandar a chequear para comprobar que nada malo les hubiera sucedido.

Nos miramos asombradas, ¿Realmente había pasado tanto tiempo?

Le propusimos una fiesta de despedida ya que nos acercábamos a puerto.

-He estado un poco fuera de forma últimamente, dijo mirándome apenado, el doctor dice que estoy bien, pero no quiero exagerar.

Ámbar se le acercó con mirada concitante poniendo al alcance de su mirada sus pechos que se notaban voluptuosos en la camisa entreabierta:

-Hágalo por mí. Carmela nos ha hablado tan bien de usted…

El debió sentir que “algo” se le movió, pues se ruborizó y apretándole las manos apasionadamente, consintió en que nos reuniéramos esa noche en su camarote.

Esa noche Ámbar fue la gran triunfadora y yo la gran perdedora.

Cuando salimos de su camarote como a las dos de la madrugada, Ámbar Y Marta habían sido cabalgadas victoriosamente por el capitán cada una dos veces, mientras que a mí, solo me había echado una poco voraz mamadita. Quizá, con lógica, pensaba que el excesivo deseo por mí, era la razón de su desvanecimiento sexual.

Por nuestra parte, el maleficio parecía haber terminado y el capitán fue premiado con una momentánea potencia extra.

Nos fuimos al casino a buscar al hechicero, para salir de dudas con la única secuela que parecía haber quedado del rito.

FIN DE ESTA OTRA PARTE.

MARTA, CARMELA, AMBAR Y EL BRUJO

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