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Cardiología intensiva

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Marta: 35 años, 1.70, esbelta, pelo castaño, largo hasta la cintura, ojos marrones, mirada intensa, labios seductores, cuerpo modelado en el gimnasio.

Raquel: 23 años, 1.65, melena de pelo negro como el azabache, no muy largo, mirada de niña inocente, labios finos y suaves, delicada, sensual.

Aquella mañana Raquel se levantó como cada día, se duchó con rapidez, desayunó y se puso en camino a la Facultad.

Les habían pedido por favor que acudieran a clase ya que una doctora muy reconocida en su especialidad, iría a darles una charla que merecería mucho la pena y les aportaría una nueva visión durante su coloquio. Merecía la pena.

Una vez en clase se sentó en la segunda fila.

Comentaba con los compañeros si realmente merecería tanto la pena aquella charla.

Se abrió la puerta y apareció el profesor acompañado de una mujer que logró que el aula entera se quedara en silencio.

Raquel, como muchos de sus compañeros se sintió atraída por aquella mujer desde el primer momento.

Comenzó su discurso presentándose.

Buenos días. Me llamo Marta y soy doctora especializada en cardiología.

Durante las próximas dos horas, les voy exponer un breve resumen sobre mi último libro, que espero les interese a todos y les sirva de ayuda en sus estudios. Cuando termine mi charla, les dedicaré la última media hora para responderles a todas las dudas que puedan tener.

Como ya había dicho en su pequeña presentación, comenzó a pronunciar su discurso, mientras Raquel no le quitaba la vista de encima.

No podía evitar sentir una extraña devoción por aquella mujer que no conocía de nada.

Al estar sentada tan cerca de la tarima de la Doctora, a veces una brisa de su perfume le acariciaba la piel, no era capaz de prestarle atención alguna ya que a cada momento sentía que su escote poseía su mente, sus labios, el movimiento de su cuerpo.

La Doctora se acercó a colocar el proyector, el enchufe para poner a funcionar el aparato estaba en un lateral de las filas de mesas, concretamente bajo la que se sentaba Raquel.

Vio cómo se acercaba hasta ella y se puso nerviosa sin saber qué hacer, Marta con el cable en la mano, intentó enchufar el proyector, y al hacerlo rozó levemente la pierna izquierda de Raquel.

Esta quedó paralizada, quería pensar que había sido un simple roce casual, pero se moría porque aquel roce hubiera sido intencionado.

La charla prosiguió durante una hora y media, si el paraíso existiera sería así, pensaba Raquel.

De algún modo premeditó ser la última cuando ya todos habían salido del aula, y con alguna pregunta improvisada, estuvo charlando con ella a solas.

Se miraban a los ojos y se palpaba una electricidad en sus miradas inexplicable.

Marta no había podido evitar fijarse en aquella preciosidad de jovencita desde el primer momento que entró en el aula, al agacharse hasta el enchufe no pudo evitar rozar aquellas piernas, y ahora estaba charlando a solas con aquella chica sobre cardiología cuando lo que realmente lo que deseaba era revisar su caja torácica, sí, pero a la vieja usanza…

Cuando Raquel ya no sabía que otra cosa podía preguntarle para retenerla algún tiempo más, se ofreció amablemente a ayudarla a recoger las cosas.

Bueno, si lo deseas puedes guardar el proyector y los cables.

Está bien. Contestó Raquel.

Caminó hasta el pasillo, se dirigió hasta la segunda fila y se agachó para desenchufar el aparato, sabiendo que Marta estaba mirando sus piernas, que tan bien lucían con aquel pantaloncito corto.

Marta estaba enloqueciendo con aquella chica, estaba despertando sus deseos más ardientes y no quería remediarlo.

Raquel se acercó hasta ella con el maletín del proyector, lo colocó en la mesa y la miró.

Ya puedes irte si quieres, esto ya lo recojo yo, puedes irte…

Y no prefiere que me quede Doctora…? El tono que Raquel le dio a esta frase mientras jugueteaba con un mechón de su pelo negro entre sus dedos fue suficiente.

…Esto… Tengo el coche en el parking… quieres venirte a casa y ayudarme a repasar… (te).. unos textos…?

De acuerdo, vamos hasta el coche.

Por el camino Raquel cargó con el proyector y la Doctora con las carpetas y las diapositivas, continuaron charlando mientras se desnudaban con la mirada.

Bajaron al parking por unas pequeñas escaleras y se dirigieron hasta el coche, a pesar de ser media mañana estaba bastante oscuro allí y eso le dio morbo a Raquel.

Se acercó mucho más a Marta y le susurró al oído:

- Aguantarás hasta que lleguemos a tu casa?

En ese preciso instante Marta sintió como un fuego recorrió su entrepierna, rebuscó rápidamente las llaves del coche, y abrió la puerta de atrás.

Tomó a Raquel de la mano y la abrazó mientras la desnudaba y torpemente se acomodaban dentro del coche.

A los pocos segundos ambas se retorcían de pasión en el asiento trasero de aquel Audi, a penas si habían intercambiado unas cuantas palabras y se encontraban allí gozando de sobremanera , pero les bastó el impacto de sus miradas para saber que se deseaban como nunca jamás a otra persona.

Marta tenía unos pechos muy apetecibles, y su amante no se privaba de lamer cada rinconcito y de acariciar sus pezones endurecidos como dos bolitas deliciosas en un flan.

Se acariciaron todo el cuerpo, lo sembraron de besos una y otra vez, desbordando pasión por cada poro de sus pieles, encrispadas, sin importarles que pudiesen verlas, aunque quizás ese era el atractivo que tanto les excitaba.

Raquel se fue girando dentro del coche como pudo y dio con su cabeza en la entrepierna de su Doctora, y ésta recibió amablemente el regalo que se le entreabría ante su boca.

Ambas acercaron sus labios lentamente, como retardando el instante en que sus lenguas rozaran sus sexos, esperando que la otra se rindiese forzando el movimiento, se besaban la entrepierna, soplaban dulcemente, y se paraban con la boca abierta ante el sexo que se alzaba delante, acercándose por segundos, hasta que una de las dos no resistió más la excitación y dibujó un movimiento con su lengua en el clítoris de su compañera y la otra le correspondió ahogando su gemido entre aquel delicioso desayuno.

Se lamieron hasta que los jadeos invadieron el ambiente, se saborearon una y otra vez, regalando y recibiendo placer al mismo tiempo hasta que estallaron de locura, y sus cuerpos se electrizaron, agitadas, con la piel erizada, extasiadas de placer.

Permanecieron la una sobre la otra durante unos minutos, apacibles, relajadas, felices, y lentamente se incorporaron sentándose bien.

Debo confesar que ha sido la mejor conferencia sobre cardiología que me han dado en mi vida Profesora…

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