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Chantaje, traición y a pesar de todo.. Amor (11)

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Incluso la lujosa decoración contenía numerosos elementos destinados a imbuir tenazmente en nuestra conciencia la inferioridad de la mujer frente al hombre. Como por ejemplo los bellísimos cuadros en las paredes de salones, vestíbulo de la entrada principal, despachos etc.. que reproducían imágenes de hermosas mujeres mostrando parcialmente su desnudez, ya fuera con escasa y erótica vestimenta, ya completamente desnudas pero en posturas que no mostraban nada de sus atributos más íntimos. El fondo lo mismo podía ser en acogedores ambientes de interior que en exteriores como jardines, campo o playa. Voluptuosas imágenes que insinuaban la belleza de la desnudez femenina más que mostrarla. Estimulando el deseo.

Muchos de estos cuadros, lujosamente enmarcados, definían con más exactitud su cometido que, además de deleitar la vista contemplándolos, lograban su objetivo de infundir en nuestras mentes y almas la idea de sumisión como condición natural en nosotras. Entre otros, uno en el que una bellísima mujer de dócil y dulce mirada en sus hermosos y grandes ojos verdes, estaba sentada en el suelo abrazando amorosa y delicadamente una de las piernas del hombre ante el que estaba postrada, cubierto uno de sus pechos por vaporosa y blanca túnica de seda. El otro seno tampoco podía verse, oculto como estaba tras la pierna que acogía en su abrazo. La figura del hombre sólo representada de cintura para abajo, lucía su poderío de macho con lujosos y confortables pantalón y zapatos. Ella semidesnuda y descalza; su cara ligeramente apoyada en la firme pierna de aquel a quien adoraba.

Además de cuadros se representaba la figura femenina también en esculturas de piedra o mármol tanto en interiores como exteriores de la casa. Debían ser símbolo y exaltación de la belleza femenina y lo eran,  de no ser por los constantes desnudos o semidesnudos cuerpos de notable hermosura, la infamante “H” grabada a fuego y  también tatuada en la suave y delicada piel, las invariables posturas de sumisión, las miradas dóciles y rendidas al macho que en realidad convertían esas soberbias y hermosas pinturas en instrumento psicológico con un propósito bien significativo, esencial, como toda obra de arte: Hacernos y hacer ver a todos, la verdadera finalidad de la existencia de la mujer enla Tierra. Reducirnosa mero objeto de deseo.

Cada uno de esos cuadros debía costar por si solo una fortuna cuanto más el exquisito e inimaginable lujo presente en cualquier lugar, demostrativo del poder de sus dueños. Lo que aún intimidaba más.

Por todas partes veía éstos o similares objetos mientras realizaba otra de mis muchas obligaciones. Me tocó turno de limpieza, para lo cual iba vestida de criada. Llevaba un vestido negro muy por encima de las rodillas, mostrando generosamente las piernas desnudas, amplio y provocativo escote, delantal blanco con encajes, cofia, el pelo recogido en cola de caballo y los sempiternos y crueles zapatos de tacón. Atuendo que, como todo allí, era de lo más llamativo, provocador, sexi y por supuesto, degradante.

Arrodillarme para fregar el suelo era dejar bien a la vista los muslos. Los anillos de los pechos marcados en la tela del vestido. Y constantemente viendo esos cuadros además de fotos, estatuas y toda clase de elementos que representaban lo que yo misma: A la mujer como objeto de deseo y uso sexual.

La limpieza tanto de suelos, paredes y toda clase de objetos ornamentales como de uso común, debía ser escrupulosamente perfecta. Sacar brillo a todo era lo más exhaustivo por su importancia. Cualquier insignificante mancha o restos de polvo, suponía ser obligada a limpiar de nuevo la estancia entera en la que las instructoras hubiesen detectado la falta. Así que me esmeraba como mis compañeras en que todo quedase inmaculadamente limpio y brillante. Y añadido al exceso de trabajo, los esporádicos atentados contra el pundonor y dignidad de una a base de interminables magreos y sobeos de los hombres con los que me cruzaba y durante los cuales debía permanecer completamente inmóvil dejándome hacer hasta que se hartasen y que, según las degradantes normas, suponían otra vejación que debía obligatoriamente soportar. Lógicamente, sólo tocar y sobar a la hembra durante poco tiempo; sólo el necesario para darse el gusto de probarla, considerando la necesidad de nuestro trabajo destinado al bienestar de ellos. Luego dar las gracias al señor o señores por su insultante libertad de “probarme” y continuar con mis tareas.

Mi turno de limpiadora acababa a las cuatro de la tarde. Ocho horas de trabajo exceptuando los treinta minutos que nos daban de descanso. Luego ya podía retirarme a nuestras dependencias a comer,  descansar y distraernos como podíamos que normalmente era charlando y así me enteraba de todo lo concerniente al dichoso harén. Y ya, hasta el día siguiente, en el que podía seguir en turno de limpieza o de cocina. Allí, descalza todo el tiempo como las demás, sudaba luego la gota gorda para lavar a conciencia mis pies de la grasa y pegajosa suciedad adheridas a las plantas. Mis pies debían quedar obligatoria y perfectamente limpios. “Obligatoria”, como si no fuera yo la primera interesada en librar a mis pies de aquella mierda.

El horario de limpieza era el que he dicho. Pero sólo por la mañana de ocho a cuatro. Éramos seis mujeres para la limpieza de toda la mansión incluyendo habitaciones privadas de los socios, despachos, salones, cuadras y perreras. Éstas últimas por suerte no me tocaron a mí ese día, pero de todas formas acababa exhausta. Al único lugar al que no íbamos a limpiar era al despacho y aposentos personales del Amo. De eso se encargaban directamente las instructoras o aros dorados. Algo que nos hacía ver el nivel, categoría e importancia del señor; que avivaba nuestro respeto y temor a él. Premeditado o no, es lo que lograban al menos conmigo.

Los turnos de servicio femenino (eufemismo con el que se denominaba a ejercer de putas) también era de ocho horas. Es decir, tres turnos para que durante las veinticuatro horas del día hubiese siempre mujeres disponibles para trasnochadores y madrugadores. De esa forma nunca faltaban allí ni comida ni bebidas ni por supuesto, mujeres para servirlas y servir. Y debían permanecer “de guardia” aunque los distintos salones y lugares de ocio quedasen completamente desiertos. De guardia por si en cualquier momento se presentara uno o más hombres bien para tomarse la “penúltima copita”, bien por insomnio, madrugar demasiado temprano etc... Cosa infrecuente ya que la mayoría de los hombres se retiraban a sus habitaciones con mujeres que pasarían con ellos toda la noche. Pero ellas y los reservados debían estar disponibles en cualquier momento del día o la noche.

Llevaba allí una semana y aún no me habían pasado al “servicio femenino”. O sea, a cederme a los socios. Mi único contacto con los hombres fue el de la primera noche de mi ingreso en el pub externo o público para clientes del hotel. Hasta no pasar la revisión médica no me “aceptarían” al servicio de los hombres y eso con la aprobación y visto bueno del Amo que sería el primero en “catarme”, como derecho de pernada que él mismo impuso. Estaba claro pues que era el dueño de todo aquello y además  máximo representante de la poderosa organización a la que pertenecía y a la que todos temían, según pude saber. Entre eso y lo que de él me contó mi amiga Carmen, el respeto que se le profesaba estaba más que justificado. Al menos, me consolé, no tendría que estar ofreciéndome a tantos desconocidos y pervertidos tíos en los salones públicos en los que mi iniciaron para probarme como puta. Superada esa prueba sin quejas ni reclamaciones por parte de los clientes, pasaba al servicio de la mansión; del harén.  Poco consuelo, pues mi miedo a ese misterioso y poderoso hombre crecía por momentos.

A Javier tampoco le ví en el tiempo que llevaba allí. ¿A dónde habría ido después de dejarme allí? Estaría con sus negocios y sus otras hembras –pensé― mientras yo trabajaba y servía como su esclava en un auténtico harén. Por cierto, que no volví a saber nada más de sus otras esclavas; si también las habría llevado al harén o no. Desde luego ahora no estaban allí; hubiese reconocido a cualquiera de ellas.

En un par de ocasiones pude hablar por teléfono con mis hijos a quienes tranquilicé diciéndoles que vivía con una compañera de trabajo en su piso y que en cuanto pudiese quedaríamos para vernos. Cosa que mis pobres niños creyeron mostrándose de acuerdo.

Al menos me permitían utilizar el móvil en mi tiempo de descanso.

Y llegó el día del examen médico. La noche anterior me ordenaron no desayunar cuando me levantase; debía ir en ayunas y llenar un frasco esterilizado con la primera orina de la mañana, así que también me harían análisis.

Me acompañaba Andrea. Con la muestra de orina en mi mano, llegamos a la sala enfermería en cuya puerta de entrada rezaba un rótulo con la indicación “Control Asepsia Hembras”… No consulta médica, revisión médica o mil términos más que podrían haber empleado, no. ¡Asepsia! Es decir, control de más que probables infecciones que podía yo contagiarles a ellos. Como indudable y guarra puta que era para los distinguidos y escrupulosos señores. Un simple rótulo: Un enorme e inmerecido insulto que me rebajaba y degradaba hasta convertirme en un ser insignificante ante ellos sin más derechos que el de ser útil a sus pretensiones. Recipiente para la desenfrenada y avarienta lujuria varonil.

Andrea tocó a la puerta con sus nudillos y al poco nos abrió la “enfermera”.  Llevaba en la cabeza un pañuelo blanco con la cruz bordada en rojo propia de los profesionales sanitarios. Una bata inmaculadamente blanca no más larga que la falda de mi uniforme de criada; el exagerado escote mostrando parte de las sonrosadas aureolas de sus pezones; medias blancas de liga con encajes que casi se veían en su totalidad y los zapatos también blancos y de altísimo tacón. Era evidentemente un muy sexi disfraz de enfermera.

Cogió mi muestra de orina y la puso sobre una bandeja metálica.

El médico, hombre que rondaría los cuarenta, pelo castaño, alto, 1,70 o más, ojos verdes y cuerpo atlético y elegantemente vestido cubría su carísima ropa con una bata abierta del todo, estetoscopio colgado del cuello. Era en verdad pero que muy atractivo. Me miró de arriba abajo y me espetó,

―¡Desnúdate!―

Que me “desnudara”. Sólo tenía que sentarme o echarme donde fuera y ya quedaba desnuda del todo con sólo apartar la falda de mi ligerísimo y casi transparente vestido de gasa, hoy azul.

Obediente, desanudé las tiras del vestido y éste cayó inmediatamente a mis pies que al momento también quedaron desnudos.

Quedé pues completamente desnuda y descalza de pie frente a él, quien me ignoraba mientras escribía en lo que ví que se trataba de mi ficha o expediente personal ya que en la parte superior del impreso figuraba en letra grande y negrita mi identificación allí, C―51.. Unos minutos después comenzó su interrogatorio,

―¿Edad?―

―Cuarenta y tres, señor―

―¿Alguna enfermedad o dolencia importantes actualmente o en el pasado?

―No, señor―

―¿Y en tu familia?―

―Tampoco, señor―

―¿Venéreas?―

―No, señor― Respondí avergonzada a la insultante y lógica pregunta―

―¿Alérgica a algo?―

―No, señor―

―¿Tomas alguna medicación?

―Ninguna, señor―

―¿Alcohol, drogas, ambas?―

―No, doctor―

―Bien, siéntate en la camilla―

Durante unos segundos me auscultó pecho y espalda ordenándome respirar profundo y espirar el aire de mis pulmones. Estando tan cerca pude apreciar el aroma varonil que desprendía su cuerpo. Me gustaba ese hombre; me gustaba y en mi condición de esclava (mujer sexualmente ardiente) de la que podía disponer, ya me empezaba a poner “tonta”. Hombres atractivos, hombres bien dotados, hombres completamente desconocidos que irremisible e inevitablemente me atraían. Hombres que activaban mi furor sexual como diestramente supo descubrir en mi Javier.

―Las manos en la nuca― Ordenó.. En una consulta normal, el médico me lo diría educadamente y hasta por favor… Ese hombre no. El tono de su voz (que por cierto y tan viril me encantaba) era autoritario e imperioso. Él mandaba, yo obedecía.. De nuevo crecía como lenta y agradable erección en mi mente y en mi cuerpo la idea de la obediencia al hombre, aquella que tan hábilmente me habían inculcado y que seguirían abonando en mi cerebro hasta hacerla florecer como cosa tan natural que si de sencillamente comer se tratara: Que me dominaran manejando y dirigiendo mi vida a su antojo, siempre dispuesta a servir al hombre. Como bonita muñeca sin voluntad.

Obedecí cruzando mis manos en la nuca, sintiendo las suyas, cálidas y suaves palpar mis axilas y mis pechos; deteniéndose en ellos más tiempo del que creí necesario, (no era mi primer examen ginecológico) palpando suavemente con sus dedos toda la grasa de mis mamas.  El sutil e insistente tocamiento, la delicadeza con que lo hacía, su aroma, su voz, sus órdenes… Me estaba poniendo a quinientos.

―¡ Túmbate y sube las piernas ahí ¡― Hacía tiempo que no obedecía disfrutando yo también. Puse mis piernas en los soportes que las separaban ofreciéndole mi palpitante y sediento sexo; expuesta e indefensa. Ojala quisiera usarme..

“Usarme”, palabra ya para mi de lo más natural. Pero caí en la cuenta de que no podría, antes debía probarme el odioso y misterioso Amo. El candado no sería problema, tendrían allí una llave para poder explorarme.

―Dame la llave y el espéculo― Ordenó a su obediente y envidiable enfermera.

Ésta le entregó la llave para a continuación untar con lubricante las partes del instrumento que estarían en contacto con mi otro dueño. Aquel que también se imponía por encima de mi voluntad. La miré sonriéndole agradecida, pensando al mismo tiempo en la puñetera falta que me hacía el lubricante; en la estupidez de que esa crema y en ese momento era la cosa más inútil jamás inventada.

Oí el clic del candado al abrirse. Sentí cómo él, despacio, lo retiraba de mis aros y los diez o doce millones de hormigas que corrían alocadas por las paredes de mi vagina. ¡ Gustazo ¡ inefable y no me había hecho prácticamente nada aún.

Lo fue metiendo lentamente, muy lentamente, como recreándose en lo que hacía conmigo, despacito; tirando del frío cacharro un poco hacia fuera, deteniéndose unos segundos para volverlo a empujar hacia mi otra vez… Así hasta que por fin lo hundió entero en mi desesperado agujero. Suyo también si él lo quería y, al ¡ Amo que lo parta un rayo ¡ Para colmo de desesperación accionó el mecanismo que separaba los labios vaginales.. Eso fue ya el culmen del placer. Me tapé los ojos, apretando los párpados hasta ver estrellitas y una intensa luz amarilla; imaginando que mi entrepierna era la boca completamente abierta de una ballena hambrienta. La presión que ejercía el aparato al abrirme me tenía loca de deseo.

Cuando volví a abrir los ojos lo ví apuntando a mi vagina con una linterna. En los laterales del espéculo examinaba el estado de sus paredes y avergonzada, entendí, que también el Tsunami que fluía dentro.

Luego introdujo un fino alambre cuya punta acababa en un trocito de algodón. Con él me frotó las paredes de la vagina, sin duda para obtener una muestra. También se recreó más de la cuenta y ahora ya casi que podía volverme loca si no acababa ya.. Por fin, entregó el dichoso bastoncillo a la enfermera quien lo introdujo en un tubo de plástico esterilizado.

―¿Exudado vaginal, señor?― Preguntó su enfermera―

―Eso es―

―De entrada tienes un bonito y sano cuerpo. Ya veremos qué dice la analítica―

―Gracias, señor― Respondí decepcionada cuando ya me sacaba el artilugio que prácticamente salió solo, resbalando velozmente.

La enfermera se acercó entonces a mi bandeja en mano y lo que ví me asustó. En ella traía una jeringa mediana, tubos de cristal con tapones de diferente color, una goma… Iba a extraerme sangre. Era una mujer disfrazada de enfermera, ¿qué podía saber ella de eso? ¿Estaban todos locos..? ¡Podía matarme!

Pero comprendiendo mis temores y sonriendo (su cara, como su cuerpo eran de exquisita belleza) acercó sus labios a mi oído y me susurró,

―Tranquila, soy enfermera de verdad―

Vaya, menos mal. ¿Cómo fui tan tonta de pensar que no lo era? Estaba claro que no iban a poner en tarea tan delicada a cualquiera, lo mismo que el médico. Serían los primeros interesados en cuidar su valiosa “mercancía”.

Y así lo demostró, vaya si lo demostró cuando ató rápidamente una cinta de goma a mi brazo y con sus dedos enguantados palpó en la articulación de mi brazo buscando la vena de donde extraería la sangre. Con un trozo de algodón empapado en antiséptico frotó la zona y cuando quise darme cuenta tenía la aguja clavada y la jeringa absorbiendo la sangre. Su habilidad me dejó pasmada. Apenas sentí el pinchazo. ¿Qué hacía allí toda una profesional como ella? Pregunta tonta, deduje inmediatamente. Era mujer y esclava, como yo. Sus estudios no la eximían de enamorarse de un hombre y someterse a él, como yo. Su nivel de formación, por alto que fuese, era irrelevante en el harén. Más bien era un valor añadido al servicio de los hombres, como ella misma.

Llenó de sangre varios tubitos y ahí acabó todo. El médico escribía de nuevo, seguramente su valoración de la maravillosa y breve, brevísima exploración.. Me hubiese quedado allí tumbada, entregada por completo a él, todo ese día e incluso el siguiente.

― Ya puedes vestirte. Hemos acabado― Me dijo sonriente y amable. Con ella (Cati, que así se llamaba) fue como con todas las demás. Parece que le caí bien; algo en mi forma de ser gustaba mucho pues pocas o ninguna miradas o comportamientos hostiles noté hacia mi desde que llegué. No sé, tal vez fuera mi carácter sencillo y dócil, mi disposición a ayudar en todo anteponiendo mi empatía con ellas antes que mi amargura por estar allí recluida. Incluso algunos hombres me lo hacían ver; no eran tan bruscos conmigo como con las otras mujeres. Y eso que con ellos no compartía ninguna clase de sentimientos, temores o inquietudes como con mis compañeras de infortunio.

Fui a ponerme el vestido y los zapatos cuando el médico entregó a Andrea una tarjeta que firmó y la llave de mi candado. Ella misma lo cogió  y volvió a cerrarme. Estaba claro que devolvería la llave al Amo junto con la tarjeta. Llave “dorada” que observé con temor.

―Con su permiso, señor― Andrea pedía autorización al hombre para poder irnos―

―Bien.. Largaros― Respondió éste―

―Gracias, señor― Respondimos las dos al unísono.

Salimos de nuevo al largo pasillo de uno de los dos inmensos sótanos de la casa y mientras caminábamos traté de sacar alguna información a Andrea sobre todo aquello. Ya digo, hasta ella se mostraba conmigo más condescendiente y tranquila que con las otras.

―¿Puedo preguntarle señora?―

―¡ No paras Danessa ¡ Pareces  una niña pequeña que todo lo quieren saber―

―Lo sé y le pido perdón pero es que…―

―Dime― Me concedió cansinamente―

―Ella es enfermera de verdad ¿no? ¿Por quien está aquí?―

―Su marido. Al año de estar casados el hombre le confesó sus gustos sexuales y ella, enamorada, se dejó someter. Una vez logró su total entrega, hizo con ella cuanto quiso, incluso meterla aquí. Le costó muchísimo, no creas, pero ya lleva viniendo aquí cinco meses y cada vez va mejor. Su dueño está muy contento con ella. Y a ella ya la ves, el coño le pudo más que la cabeza. Como a todas nosotras― Llevaba razón en parte, porque algunas todavía luchábamos por librarnos de aquella cárcel, de nuestra propia “cárcel” que aún era peor. Aunque cada vez con menos esperanzas de victoria.―

―Y la llave ¿es para el Amo verdad?― Y dorada. O sea que tendría que obedecerle en todo lo que quisiera

―Si, Danessa, si.. La llave se la devuelvo al Amo. Ya nadie más puede usarte antes que él. Está claro que te aceptan; el médico te ha visto sana. Y es un buen médico, está casi seguro, sino del todo, de que los análisis lo confirmarán. Por eso me da ya la tarjeta, con ella se me autoriza a prepararte a fondo. Así que empezaremos hoy por el gimnasio―

―¿Quiere decir que ya paso al servicio femenino?―

―No, hasta que no lleguen los análisis y tu informe médico esté completo no verás al Amo. Él es quien te permite servir a los socios cuando te haya probado  y decida cederte al servicio―

O sea, cuando el todopoderoso señor se cansara de mi. Imposible mayor y degradante vejación: Un completo desconocido, mi dueño y señor.

―Pero Señora, ¿y mi dueño..?―

―Por ahora no es ya tu dueño. Perteneces al Amo. De momento Don Javier está fuera de circulación en lo que a ti se refiere.. Y no me preguntes el motivo porque no lo sé―

Fuera de circulación. ¿Qué significaba aquello? Con toda seguridad estaba metido en algún turbio asunto con la organización y yo era  su moneda de cambio.

Me había liado con un cruel y despreciable proxeneta cuyas únicas habilidades eran chantajear y traicionar a la pobre e ignorante mujer que cayese en sus garras. Lo que temí desde un principio lo veía claramente confirmado: Implicado en sórdidos y peligrosos asuntos con los que pretendía escapar utilizándome.

Ya no era la esclava por amor de Javier como cuando le conocí. Ya de aquello ni rastro. Ahora era y completamente real, propiedad de alguien a quien ni conocía. Sólo le temía. Escalofriante temor porque además poseía una llave con la que me abriría a lo que quisiera… Llave dorada Danessa: Cualquier cosa que se te mande, no lo olvides. Recordé las crueles, severas y terminantes instrucciones de Javier.

Nuevos miedos, nuevas preocupaciones cuando empezaba a sentirme más tranquila con la ayuda de mis compañeras; el trabajo, (aunque gratuito) y pudiendo además poder hablar de vez en cuando con mis hijos a los que pronto podría ver. Pero otra vez la incertidumbre y el sufrimiento atenazando mi corazón.

―¿Qué me ha hecho Javier Dios mío? ¿Dónde me ha metido? Hasta puedo ir a la cárcel con él si me ha implicado en algún delito que haya cometido. Esto es horrible Andrea, una horrible y mortificante pesadilla―

―Mira Danessa, dónde se ha metido Don Javier y hasta donde puedes verte implicada en sus manejos, no lo podemos saber. Lo que sí es seguro es que aquí estarás más segura que con él. El Amo es estricto y exigente, pero todo un caballero que siempre cumple lo que dice y nos protege, te lo prometo. Hace algunos años que le conozco bien… Hazme caso, obedece y pórtate bien. Ya leíste las normas y lo que dicen sobre las ventajas de obtener el reconocimiento a tu labor sirviendo a los hombres, no son simples palabras escritas para manipularte. Eso te lo puedo garantizar. Te repito que aquí estarás más segura que con él.―

Medité sobre esas palabras. Al final mi cárcel de esclavitud podría ser mi refugio. Todo aquello era irreal y pavoroso. Por Dios, mi tranquila vida con mi marido y mis hijos ¿qué había hecho con ella? Ahora iba a la deriva en un océano de dudas y miedos.

Llegamos al enorme y lujoso gimnasio en el que no faltaba de nada para ejercitar cada músculo del cuerpo. Con  marchosa música animando la sesión.

Allí hacían sus ejercicios tanto hombres como mujeres. Los primeros hacían lo que más le apeteciera utilizando máquinas, barras con mancuernas, bicicleta estática etc… Además disfrutaban de la vista de hermosos cuerpos femeninos completamente desnudos y brillantes de sudor. Ellas sí seguían una tabla de ejercicios impuesta por el monitor.

Ya nos dijeron que podíamos comer lo que nos apeteciera siempre. Eso si, sin acumular una gota de grasa cuidando nuestra línea para ellos. Cada semana nos pesaban y el aumento de peso observado había que eliminarlo a base de exhaustivo entrenamiento.

Sin embargo había mujeres gruesas, que comían de todo y sin mesura ni control por parte de nadie y exentas de acudir al gimnasio. Eran las preferidas por otros hombres a quienes gustaban las mujeres así, gorditas. Una mujer es una mujer y el harén proporcionaba toda clase de mujeres para toda clase de gustos por lo que incluso quedar embarazadas suponía también una ventaja a la hora de enriquecer el “catálogo”. Un hipermercado con toda clase de “productos” para el placer sensual y sexual del hombre…

―Ve a que el monitor registre tu peso y estatura. Entra  desnuda y descalza como están las demás, aquí no podemos ir vestidas.―

―Está bien, señora― Le obedecí casi llorando―

El monitor, hombre fornido y serio se aseguraba que cada una de las mujeres hacía los ejercicios adecuadamente. Me vio llegar y me ordenó que me subiera a una plataforma en la que directamente y por un láser que salía de la parte superior de la máquina se obtenía mi estatura y en la báscula mi peso. Subí a la rugosa plataforma y permanecí quieta. Después de un pitido el hombre me ordenó bajar y mientras me palpaba nalgas, muslos y pechos me preguntó

―Nombre y nº de coño―

―Danessa, 51 señor―

Anotó C―51 (Danessa) en el encabezamiento de una hoja de su agenda, los datos del ticket de la máquina en su libro, y me lo entregó indicándome que podía irme.

Regresé a dónde estaba Andrea y le di el papel.

―1,65, 68 kg. De momento poco necesitas tú adelgazar y además no estás con ánimos para moverte mucho aquí. Vete al dormitorio. Te buscaré si te necesito.―

―Como usted diga Andrea, gracias― Me miró con algo de compasión y entendí que ese día me lo dejaría libre. Sabía que tenía hijos y que Javier me forzó a separarme de mi marido. Afortunadamente contaba también con su apoyo y comprensión.

Ante tantas dudas, temores, y humillaciones poco o casi nada comía. Añadido el trabajo de limpiadora era normal que mi peso no sólo no aumentara sino más bien todo lo contrario.

Caminé en dirección al dormitorio esperando tener un poco de tranquilidad e intimidad pues en esos amargos momentos sólo quería eso.

Pero tuve la mala suerte de cruzarme en uno de los pasillos con un hombre que enseguida me ordenó acercarme a él. Respetuosa, recordando las normas, flexioné levemente las rodillas con ligera inclinación de la cabeza en actitud reverente. Era ridículo

―¡Preséntate!― Me ordenó muy serio y observándome hambriento de arriba abajo. Era un tipo de más o menos mi edad, de pelo canoso, algo más bajo que yo, con gafas, enrojecida y arrugada la piel de su rostro, su aliento apestando a alcohol a las once de la mañana lo hacían verdaderamente repulsivo con el añadido de su desaliñado aspecto, sin afeitar, mostraba a todas luces que había estado toda la noche de juerga . Si deambulaba por allí estaba claro que era socio del harén. Separé la falda del vestido para que me viese y sobre todo el candado que le impedía tenerme.

―Soy Danessa, señor. C―51―

―C―51 es Coño 51 ¿no puta?―

―Si, señor―

―Pues dilo así ¡joder!―

―Danessa, señor. Coño 51― Obedecí y seguí con mi “presentación” con la falda separada girándome para ponerme frente a él y que viese el candado de una vez. El tipejo daba asco.

―Vaya, el dichoso candado de los cojones. ¿Todavía no te ha follado el viejo?―

―¿Se refiere al Amo, señor?― Debía ir con cuidado, la borrachera no había desaparecido del todo.

―¡ Si, joder ¡ Siiii..―

― No, señor. Aún no―

―Da igual. Aquí no nos ve nadie ¿sabes? Vamos a meternos en ese rincón y me chuparás la polla―

―Lo siento, señor. No puedo, sabe usted que hay cámaras por todas partes y además puede venir alguien. Por favor, estoy cerrada―

―¡ Me importa un carajo ¡ Me das una chupada y te largas puta―

―Que no, señor. Por favor, entienda que me castigarán si alguien me ve hacerlo― Iba a decirle que también a él podían expulsarlo, que no se podía tocar a una hembra cerrada, pero no me atreví. Él lo sabía, así que esperé a que lo recordase y desistiera en su empeño. ¡Dios! Que tuviese que temer y respetar a un tipejo como ese en vez de poder mandarlo a la mierda.

―¡ Joder ¡ Mierda de candado éste. Ahora que me va espabilando la polla. Me he pasado la noche con tres o cuatro tías y no me he podido correr por culpa de la puta borrachera―

Y seguía borracho. Pero sus soeces palabras y comportamiento se los podía permitir tranquilamente con una simple esclava.

―Lo siento, señor. Si ahora puede, hay otras mujeres en cualquier salón o puede usted pedirla a su habitación―

―Pero hora me gustas tú guarra― Diciendo eso me agarró por un pecho y con la otra mano por el cuello. Me empujó hacia él lamiéndome el cuello y la cara con su apestosa lengua― Me aparté rápidamente y aliviada de verme libre de aquella repugnancia y además porque podían vernos y culparme a mi, con lo que me exponía al enfado del temido y claramente respetado Amo―

―Está bien puta de mierda.. ¡ Lárgate ¡ Pero oye una cosa, en cuanto te deje el viejo irás a verme ¿entendido? Habitación 215 guarra, es una orden. No lo olvides―

―No, señor. 215, no lo olvidaré. Iré a verle en cuanto me lo permitan―

―Eso espero cerda, por tu bien. No creas que me voy a olvidar de ti. Aunque me folle todos los coños de aquí, quiero también el tuyo y tú vendrás solita a dármelo ¿está claro?―

―Si, señor. Muy claro, no lo olvidaré―

Sin más, recompuesto su maltrecho orgullo por el desaire y sin poner en peligro su estancia en el harén de la que una mala borrachera podía privarle, siguió su camino.

Que era muy deseable para los hombres era bien evidente y no podía evitar sentirme orgullosa aún en aquellas circunstancias. Y más aún con aquella ropa y presentando mi cuerpo a ellos por obligación. Única cosa que me estaba no sólo permitida, sino obligada a hacer por orden y deseos del omnipotente señor Amo. Capricho de un hombre que gustaba de mostrar y presumir de su inalcanzable propiedad, que se podía ver y contemplar cuanto se quisiera, pero no usar ni siquiera tocar sin su consentimiento.

Aunque el resto de los hombres no estaban en absoluto de acuerdo con eso (la escandalosa aportación por poder residir allí y usar a toda mujer que quisiera, era lo bastante cuantiosa como para que no se les impusiese limitación alguna) no obstante respetaban las órdenes de su presidente y se resignaban a ello. Después de todo, seguían teniendo muchas mujeres a su disposición. Así que mejor acatar los deseos del dueño y principal accionista.

Con hacerse respetar por los hombres, lograba multiplicar por diez el temor y respeto de todas nosotras. Astuta maniobra de un hombre muy exigente y caprichoso con las mujeres.

Y esa ineludible norma de no poder disponer de hembras cerradas, me había librado (de momento) de un más que desagradable encuentro con un cerdo. Pero también fue toda una frustración poco tiempo antes. Con su candado jugaba conmigo, me hacía más de su propiedad sin siquiera conocerle.

Entendí que la idea de los aros y el cierre no fue entonces de Javier que debía llevarme así a su “club”. Era claramente de él.. Del Amo, a quien evidentemente mi cruel e insensato amante, también respetaba y creo que hasta temía como yo misma.

Con mi pena y mi pobre alivio, seguí caminando a buscar la relativa paz del dormitorio.

Entré abriendo despacio la puerta. Sabía que todavía habría compañeras durmiendo. Eran las que habían estado de guardia…Que casi con toda seguridad pasaron las últimas horas charlando quedamente en un intento de distraer el intenso suplicio del sueño. 

Otras que, habiendo pasado la noche en los aposentos de los señores, poco o nada habían dormido e incluso algunas obligadas a dormir en el suelo a los pies de su  satisfecho e ingrato dueño de turno.

Sentada en la cama, oyendo el suave respirar de sueños profundos me sentí desolada como jamás me había sentido en mi vida. Si al menos tuviese al lado a Carmen o a cualquiera de las otras con las que llegué a intimar como con ella podría desahogar algo tanto temor e incertidumbre. Agradecí la atención de Andrea de no encargarme ninguna tarea. En esos momentos únicamente podía llorar.

Propiedad de un desconocido; esclava sexual de alguien sospechosamente peligroso; sin el consuelo del amor que me había llevado a esta horrible situación y por el que soportaba todo y hasta podría haber sido feliz… Ahora no tenía nada. ¡ Nada ¡ Sólo obligaciones y miedo. Sólo motivos bien justificados para sufrir.

Añoraba a mis hijos, a mi pobre marido.. Pero sobre todo, lo que más me torturaba eran las palabras de Andrea, que ya no era de Javier; que pertenecía al Amo.. ¡ Fuera de circulación respecto a mi. ¡ Dios mío ¡ ¿Qué estaba pasando? ¿Qué me pasaría a mi?

Las manos entrelazadas fuertemente sobre mi regazo hasta el punto de palidecer mis nudillos, mirando al techo, las paredes… Los nervios me iban a volver loca. Decidí que lo mejor era salir de allí, buscar a alguien con quien hablar. Me puse de pie con esa intención. Pero recordé que volvería a exponerme a desagradables encuentros como el último; no quería ver ni soportar a más hombres. Volví a sentarme.. Pero de nuevo, envidiando el dulce y aislador sueño de las otras, volví a ponerme de pie, desesperada.

Decididamente salí de allí. Los nervios me hacían creer que iba a sufrir un ataque al corazón o cerebro; mi tensión arterial podía estar a mil.

Ya fuera y a pesar del frío, me dirigí a los jardines poco frecuentados por la temporada invernal con la esperanza de ver por allí alguna mujer con quien hablar. Me llevaba muy bien con todas las que conocía. Ver a Carmen era muy improbable ya que lo tocó turno de limpieza y debía andar por el interior a donde no me atrevía a ir.

Pensé en los aparcamientos subterráneos. Allí haría menos frío y tal vez hubiese alguna compañera lavando coches, eso se hacía todos los días. La ayudaría y podría al menos charlar y aliviar un poco la terrible tensión que padecía.

Corrí a los ascensores y bajé a la planta que quedaba por encima de nuestro dormitorio. ¡ Acerté ¡ Había allí dos mujeres ataviadas con el indecente uniforme de criada, descalzas para no estropear los zapatos con el agua ni ensuciar el interior de los lujosos vehículos que dejaban relucientes. Sabía que no debía estar allí, no se me había asignado ese servicio y además Andrea me suponía en el dormitorio donde podía encontrarme si precisaba de mis servicios. Pero nada me importaba en esos momentos, buscaba ansiosa la manera de distraer como fuera mi torturada mente. Así que hacia ellas corrí cuando la puerta del garaje se abría dando entrada a un coche. Quise esconderme tras una columna pero al acercarse, reconocí ese coche.

¡ Era Javier ¡ Precisamente quien más consuelo y esperanzas de salir de allí podía darme.

Nada más salir del coche me vio y se dirigió hacia mi. Elegante, varonil, orgulloso y muy atractivo, como siempre. Como anestésico que actúa rápidamente en cuerpo y mente sentí cómo por momentos me relajaba teniéndole tan cerca. Él era el culpable de mis sufrimientos, pero aún así seguía siendo mi adorado amor. Mi único dueño… ¿Mi único dueño? Recordé de inmediato las palabras de Andrea. Con falsa sonrisa (le conocía muy bien) me besó en la mejilla al tiempo que me agarraba uno de “sus pechos”. Esperaba la habitual forma de tratarme como a su esclava, su severa autoridad sobre mi. Pero lejos de eso, se mostraba dulce y amable acariciando mis desnudas nalgas. Supuse que viéndome vestida como autentica esclava, sus aros bien expuestos y pasado algún tiempo sin tenerme (usarme como le gustaba decir siempre) comenzaba a excitarse y de ahí el inesperado sobeo a mi cuerpo. Que no me besara en la boca lo entendí; eso se ajustaba a su conducta de siempre pues yo podía no estar “limpia” para él.. Pero seguía cerrada a los hombres y eso debía saberlo. Hacía ya casi una semana que no servía a ninguno.

Cuando debí alegrarme por su presencia y comportamiento que mostraba extrañamente muy cariñoso, percibí en él algo que no encajaba.

― ¿Que tal mi nena?―

Me preguntó alegremente, como si fuera una niña a la que se había llevado allí por su bien; con aire hipócritamente paternalista. Como por ensalmo desapareció de mi mente la alegría inicial al verle llegar volviendo mis dudas y el horrible miedo y preocupaciones que durante las últimas horas sentí insufribles. Me puse en guardia. Sólo quería saber.. Saber qué estaba pasando allí, qué me iba a pasar a mi.

―¡ Asustada ¡―

―Asustada ¿por qué?. ¿A qué viene eso? Ya sabes porqué estás aquí. Prometí una hembra para nuestro club y eso he hecho. En cuanto tengas tu permiso de salida volvemos a casa y todo será como antes hasta que tengas que volver alguna que otra vez―

¿Casa? ¿Qué casa.. ¿Y permiso de salida? ¿No era él quien debía sacarme de allí en cuanto quisiera como suya que era? ¡ Me estaba dando coba ¡ Confirmando por momentos lo que me habían insinuado sobre él: “Fuera de circulación”.. Hasta donde se haya metido Don Javier… Ahora eres propiedad del Amo”. Terribles palabras que volvían a martillear mi cabeza.

―           ¿Porqué soy ahora propiedad de ese Amo?―

Y no “suya” obvié deliberadamente para no dirigirme a él con el respeto que me impuso.

―¿Quién te ha dicho eso?

―Todas las mujeres con las que estoy encerrada aquí―

No pensaba delatar a Andrea y Carmen. Ya no podía confiar en ese hombre.. Ese hombre que desde luego ya no era Javier. Estaba claro que algo, y muy grave, me ocultaba.

―Pues en ese caso todas van a ser castigadas por esa mentira que tanto parece preocuparte. ¿Qué crees? ¿Qué vas a estar aquí toda la vida? Serás del presidente unos días como de cualquier otro y punto. Luego a casa y se acabó, habrás cumplido y muy bien, como siempre―

―¿Castigadas por decirme la  verdad? ¿Qué somos de él, sus esclavas personales..? No creo que el “Señor Presidente, el Amo de todas nosotras, mi Amo ahora también, esté de acuerdo con eso―

Como boxeador que castiga el hígado de su contrincante, así castigaba yo ahora su vanidad de macho prepotente. Aquel “serás del presidente unos días y ya habrás cumplido “ era clarísima mentira que me estaba poniendo furiosa. Me engañaba, me engañaba y lo peor era su evidente temor. Poco tiempo antes ya me hubiese abofeteado por mis insolentes preguntas.

―           Pero ¿qué coño estás diciendo? Tú eres mía― Con que poca convicción pronunció aquellas palabras. No hacía falta ser muy lista para verlo.

―Estoy diciendo que me han convertido en moneda de cambio por algún ilegal y sucio asunto que me puede llevar Dios sabe donde―

―Estás desvariando preciosa; no creí que traerte aquí alterase tanto tu cabecita―

Ahora “preciosa”. Si, temía algo. Tenía miedo. ¿Dónde estaba su seguridad y aplomo que tanto me fascinaban en él? “Preciosa” en vez de largarme un guantazo al decirle que ahora era la esclava personal de otro. Me enfurecía por momentos la docilidad que apenas podía ocultar.

Comprendí claramente que jamás me diría la verdad. Simplemente me dejaría allí y se largaría para siempre habiendo tal vez salvado el pellejo… ¡ Hijo de puta cobarde ¡ Nunca creí aquello de que el amor y el odio están separados por una delgada línea pero ahora lo sentía dentro de mi con la misma intensidad que al enamorarme de él.

―Bueno ya está bien de tonterías.. Dentro de poco verás que todo lo que crees y dices no son más que estupideces. Y ni siquiera te has quitado los zapatos cuando sabes que te quiero descalza estando conmigo. Así que ¡quítatelos  ya y vámonos de aquí que me vas a chupar la polla ahora mismo ¡ Además no te has presentado ante mi como tienes que hacerlo. ¡Obedece!―

Más que mirarle a los ojos, le taladré con mi mirada, retándole… Bajó la suya a mis desnudas piernas y pies como quien mira atento las desnudas piernas y nalgas de su sometida hembra cuando en realidad estaba librándose así cobardemente del desafío de una mujer, aceptar mi reto. Mis razonables y justificadas sospechas sobre él se confirmaban. Obediente, separé mi falda girándome lentamente. Sumisión de obligado cumplimiento ante cualquier hombre como pocas horas antes hice con un borracho según normas del harén. Normas del harén a las que de nuevo me sometía pero esta vez con el placer de la venganza. Y la inminente venganza la tenía ante mi: Su abultada bragueta. Señal inequívoca de su poquísima dignidad y vergüenza. Un hombre de verdad hubiese evitado pedir sexo a una mujer que le habían arrebatado; que había tenido que ceder por cobardía. Pero eso no parecía importarle en aquellos momentos tremendamente excitado como estaba; como mi cuerpo le ponía por segundos y por lo que volví a sentirme orgullosa y saboreando mi victoria sobre él. En esos instantes, ni acordarme de lo mucho que lloré poco antes.

―Bien puta, muy bien. Ahora vamos, vas a chuparme la polla y luego te romperé esos lindos agujeritos que tienes para mi―

Me empujó violentamente del brazo hacia el ascensor, tan vergonzosamente desesperado que apenas me dio tiempo a coger los zapatos. En el mismo ascensor, sin pulsar ningún botón me ordenó,

―¡ Empieza preciosa ¡―

Se bajó la cremallera para sacarse su ansiosa polla y ahí llegó mi momento―

―Lo siento, no puedo hacer eso. Estoy cerrada para todo hombre que no sea el Amo― Le solté con un deje de orgullo y satisfacción.

―¡ Cerrada cabrona ¡ ¿Cerrada para mi puta de mierda? No bonita, nada de eso ¿de qué hablas idiota? ¿Recuerdas de quien es ese candado

Levantó su mano con intención de abofetearme pero se contuvo. Una confirmación más de que el Javier que conocí, ya no existía. Eso, unido a no mover la cabina del ascensor huyendo de las cámaras que había por todas partes era clarísima muestra de su miedo. Ya no tenía ningún derecho sobre mi. Y desde luego yo no iba a dárselo con el riesgo añadido de ser castigada de verdad y no el castigo que el muy idiota creía aún poder darme. Intuí además que ni siquiera tendría ya la llave para abrirme el candado. No sé por qué, pero casi estaba segura de eso. Ojala estuviese en lo cierto, si me abría tendría que someterme y sin duda después me enviaría a las celdas. Como con él, en el harén debía entregarme a quien pudiese abrirme. Rezaba para que no estuviese equivocada. Si me abría, lo pasaría muy mal.

―¡ Te he dicho que me chupes la polla ahora mismo puta ¡ ― Mostrándome la fatídica llave que me erizó toda la piel del cuerpo. Llave dorada ¿Cómo no?―

―¿Es esto lo que necesitas guarra de mierda? Olvidé que aquí también se cierran a las hembras para privilegios de algunos. Pero ya ves, no es ningún privilegio para mi, es sencillamente que me perteneces. ¡Acércate!

Obedecí asustada. ¿Qué remedio? Puede que fuera un acuerdo entre el tal presidente y él y ¿Quién era yo para negarme a nada una vez abierto el humillante cierre? Separé la falda y las piernas para que me abriese, poniendo a su alcance el candado (como me tenían ordenado) y rápidamente metió la llave en él. ¡Alivio y sorpresa! que ni yo misma creía. Después de mucho forcejear y trastear con la llave, aquello no se abría. Comprendí que le dieron el cambiazo en el reconocimiento médico. Ese hombre, el Amo, se aseguraba de que ni él mismo, quien me trajo aquí, pudiese disponer de mi sin su consentimiento.

― ¿Qué coño le pasa a esto?― Seguía intentándolo, pero nada― Joder con esta mierda. Y me prometieron que era de calidad. Está claro que es una copia defectuosa; ¡me cago en la puta! Bueno da igual, es solo una puta copia mal hecha.. Así que venga, olvida el puto candado y ¡obedece!―

Volvió a ordenarme pero casi en un susurro; un grito contenido para evitar que pudieran oírle. Ya no era él y yo no le pertenecía. Solo buscaba desahogarse como fuera excitado al verme vestida de aquella forma y más aún cerrada para él, subordinado a aceptar que mi cuerpo ya no le pertenecía, que era de otro hombre mucho más importante y poderoso ante mi que él mismo. Aún así siguió insistiendo, esta vez sin tanta fuerza, imperio ni convicción como era costumbre en él. Pero yo, con la protección y excusa de obedecer las normas del puñetero harén, me envalentoné dándome la satisfacción de negarle lo que con tanta ansia quería. Por segunda vez en el día mi candado (“mi candado” me dije, asumida mi condición de mujer esclava, orgullosa de mi candado) me protegía de quien no deseaba en absoluto.

―Por última vez nena ¡ Obedece y chúpame la polla ¡― Palmeando mis nalgas―

―No, me está prohibido. Tiene que pedírselo al Amo ya que esa llave no abre y por favor tampoco me toque, sólo me permiten mostrarme a los hombres―

―¿Al amo? ¿Qué yo le pida permiso al amo para usar a mi hembra? Venga nena, déjate de estupideces y obedece como siempre. Sólo me apetece una mamada y acabaremos rápido―

Ahora sólo una mamada y “rápido”. Es decir, reconocía el poder de mi nuevo y auténtico dueño. Sometido por entero a las órdenes de ese hombre. Me había vendido a él; me había vendido con total ignominia para él mismo y ahora pretendía utilizarme por simple desahogo y tal vez como pobre y débil venganza contra quien ahora realmente era mi propietario a quien por sus propios y egoístas intereses me había cedido. Más bajo no podía haber caído y por momentos crecía mi repulsa hacia ese hombre despojado de toda su autoridad sobre mi. Un hombre a quien no le importó pisotear su dignidad y principios de macho por fuertes intereses y hasta por miedo. Cuanto más insistía, más asco me daba. Al menos debió ser un poco más listo y saber que me cambiarían el candado. Pero había alguien más astuto que él…

―Muy bien. Hoy mismo ¿te enteras? Hoy mismo tus hijos van a ver a su madre en “acción”. Así que te aconsejo que obedezcas y me la chupes ¡ya!―

―        No, ya he dicho que eso no me está permitido. Y en cuanto a esa amenaza haga lo que quiera.. Entonces ya seré libre para largarme de aquí aunque tenga que irme del país. Luego le explica usted a mi Amo (continué echando sal en su abierta y evidente herida) por qué ha perdido a una de sus esclavas sin siquiera haberla conocido. Y la pierde por obedecerle, por no entregarme a otro hombre que no tiene su llave― Además de sal, le pisoteaba su orgullo como tantas veces él a mi―

Sorprendido y furioso, inyectados sus ojos en sangre por la rabia contenida me agarró del pelo y me echó fuera del ascensor.

―Te aseguro que pienso hacer que lo pases muy mal; tanto tú como tus hijos―

Su mirada cargada de odio, la mía desafiante. Me apresuré a ponerme los zapatos antes de que se cerraran las puertas del ascensor; para que me viese. No le tenía ya ningún respeto, ese respeto que con tanto ahínco supo clavar en mi mente y que en solo unos segundos también logró hacer desaparecer. Jamás pensé que alguna vez pudiera desobedecerle, pero en tan solo unos instantes se había revelado ante mi como alguien despreciable por su cobardía; su falta de respeto incluso a sí mismo. Al menos podía haber mostrado algo de dignidad conteniendo su líbido a sabiendas de que esa mujer ya no le pertenecía. El típico comportamiento de un simple desgraciado. De seguro había caído estúpidamente en la ruina con todo lo que llegó a poseer. Sin duda, la avaricia lo convirtió en el ser ruin que ahora tenía delante.

Su comportamiento no pudo ser más patético y ridículo. De un plumazo y en tan solo unos instantes vino a corroborar todas mis dudas y miedos. No tenía ni siquiera la llave para disponer de su hembra y como si tal cosa, como si no pasara nada, como si siguiera siendo el macho omnipotente y cargado de autoridad sobre mi y sobre todas las mujeres del mundo. Esa autoridad que nadie podía, a mi creer, poder quitarle y que muy en contra de lo que yo pensaba sí que le quitaron. Muy enamorada de él si, pero en realidad subyugada y rendida a su varonil y potente dominio sobre mi. Perdida esa autoridad, esfumado mi respeto hacia él. Y perdido el respeto, sentí que mi amor por él se difuminaba a pasos agigantados. Había tal vez puesto en peligro mi vida y la de él como un delincuente barriobajero y se comportaba como si nada ocurriese. Poca hombría y poca dignidad impropias de quien creía mi dios.

Poca hombría y ninguna autoridad: Precisamente las cualidades en un hombre que me enseñó a respetar, que tanto me llegó a gustar y que ahora, descubierta mi personalidad sumisa, no podía admitir perder. Como cualquier mujer (y más aún, sumisa) me enamoré de su poderío viril, de su autoridad además de sus encantos. Lo que tanto me inculcó y que ahora se volvía en su contra: Un hombre quiere a una mujer con todos sus atributos y encantos femeninos; la mujer quiere al hombre por su firmeza, su poder sobre ella, su protección y en fin, lo que la madre Naturaleza da a cada uno.

Javier no tenía ya para mi nada de eso, únicamente una bonita y atrayente fachada que al final las mujeres acabamos descubriendo decepcionadas que es sólo eso, fachada.

Comprendí lo torpe que fui durante tanto tiempo. Me cegó el amor si, pero sobre todo el sexo que él me daba creyéndole un hombre de verdad cuando en unos instantes se me reveló como un monigote.

Como mujer le di todo, incluso ser su esclava y una puta. Su puta. Como hombre ¿qué podía él darme ya más que su exigente polla? ¡ Nada ¡ Ni siquiera podía protegerme de aquel lugar al que él mismo me vendió.

Otro detalle que no se me escapó: Él mismo trajo su coche al aparcamiento, no el mozo como la primera vez. En esta ocasión vino a entrar por la puerta de servicio, como yo y todas las demás mujeres sirvientes; estaba claro que no disponía de una habitación como los otros hombres. De ahí que literalmente me arrastrase al primer rincón donde no pudiesen verle usar a una mujer que ya no le pertenecía.

Y desde luego no vino a verme ni a interesarse sobre cómo pudiera estar yo. No, nada de eso… Algo o alguien le obligó a venir. A saber en lo que estaba metido que ni allí le querían.

Ahora no dependía de él que yo pudiese salir libre y definitivamente de ese harén; tendría que buscar mi libertad por mis propios medios.

Como las puertas del ascensor, así se cerró mi corazón para él. Ojala no le viese nunca más.

En cuanto a sus amenazas no las temía ya. Sabía que no le permitirían usarlas contra mi. Además, tendría que haber entregado todo el “material” que guardaba sobre mi como garantía de mi total sumisión y obediencia a mi nuevo propietario.

Pulsé el botón del otro ascensor y volví al dormitorio del que ví que salía Andrea.

―¿Dónde te metes? Sabes que no puedes moverte por ahí sin permiso―

―Lo sé Andrea, pero estaba desesperada. Tenía que hablar con alguien como fuera; los nervios me estaban matando y mis otras compañeras duermen―

Entonces le conté mi encuentro con Javier. Le conté todo en un momento; escapando mis palabras de mis labios como balas de una metralleta.

Ella me escuchaba y me miraba atenta, cosa le que le agradecí infinito.

―Eso ha estado muy bien de tu parte. Le gustará al Amo; que le hayas respetado hasta el punto de no entregarte al hombre que fue tu dueño―

Cuan equivocada estaba. Hubiese corrido a someterme a Javier, como siempre, de no ser porque descubrí que ya no era él. Ese otro “hombre” era un pobre y desconocido niñato asustado. Tan asustado como yo. Las palabras de Andrea me tranquilizaban a la vez que confirmaban mis temores.

―..Y tranquila, no puede hacerte nada. Tú misma lo has visto, intentó abofetearte y no lo hizo. Ya te dije que está fuera de circulación y ahora el Amo te protege. Y si, puedes estar segura de que se ha metido en un buen lío  y aciertas al pensar que no ha venido a verte a ti. Ni hablar. Seguro que el Amo le ha ordenado venir. Sea lo que sea, pronto nos enteraremos Julia… Porque así vuelves a llamarte desde ahora, por tu propio nombre. Órdenes del señor que no consiente que sus mujeres lleven nombres impuestos por nadie más que no sea él.

También me ha ordenado que me cuentes todos los gustos y fantasías que Don Javier tenía contigo; las cosas que te ordenaba a parte de prostituirte. En fin, todo. No tengo ni idea de para qué quiere saber eso, pero conociéndole, seguro que tiene una buena razón. Ya comprobarás que a parte de atractivo es muy inteligente―

Y debía serlo. Intuyó que Javier me buscaría y por eso ordenó el cambio del candado. Aunque me negaba a reconocerlo, eso me gustó. Su cierre me protegía de indeseables hombres y aunque sólo por una vez en mucho tiempo, me permitió mostrarme valiente y decidida. Eso me gustaba e hizo que me sintiera agradecida. Mi gruesa vena sumisa volvía a dejarse notar.

Hablaba del Amo con auténtica veneración. Se veía claramente en ella que adoraba a ese hombre más allá de lo racional.

Y había ordenado que se me llamase por mi nombre… Todo un detalle que no pude dejar de apreciar habituada como estaba a respetar y temer a los hombres. Algo que me agradó sobre todo viniendo de alguien tan importante allí para todos y al que tantos respetaban y temían. Puede que después de todo no fuera tan malo. O eso esperaba. Quitarme el nombre que me impuso Javier y que su llave  no me abriese, podían ser sólo una forma de hacerle ver que en su harén no significaba nada. No era nadie, de humillarle tal vez muy merecidamente. Puede que sólo fuera eso, pero a mi me gustó.

Sea como fuere, el caso es que mi interés y curiosidad (hasta muy poco antes, miedo) por conocer a ese misterioso y desconocido hombre, aumentaba más de lo que yo quería admitir.

Obedeciendo las órdenes de mi “inmediata superiora” que a su vez cumplía las de su adorado dueño, pasé a contarle todo aquello que Javier me hacía y todo aquello que le gustaba. Me sentí avergonzada (no me sentía muy honesta hablando así de otra persona aunque mereciera eso y más) de tener que airear su intimidad conmigo, pero como tantas otras cosas, ignoraba el grado de amistad o confianzas que Javier pudo haber tenido (desde luego que ya no) con ese hombre y por qué quería saber eso. Pero antes que nada debía cuidar de mi, de volver a ver a mis hijos y para eso debía procurar no enfadar al poderoso emperador de todo aquello si me pillaba en alguna mentira u omisión de alguna cosa que de antemano él ya supiese y quisiera así probarme. No sé, tantas especulaciones hacía en mi cabeza que opté por decir la verdad y no exponerme a castigos.

Andrea iba apuntando todo para luego informar a su amo. “Nuestro” Amo. Y sin saber por cuanto tiempo, recordé con pesadumbre. Sobre todo recordando su pervertido gusto por la zoofilia; eso me devolvió el miedo que sentía por él minimizando sus “detalles” para conmigo.

―Bueno, ¿algo más que pueda interesarle al Señor?―

―No, Andrea. Creo que no―

―Parece que el hombre es bastante imaginativo y exigente―

―No sabes cuanto.. Y todo lo que he tenido que soportar por él―

―No creas que yo estoy aquí de turista. Que también pasé lo mío antes de conseguir estos aros que, no creas, no me dan muchos más privilegios que a ti; bueno si acaso librarme de tíos repelentes pues mi misión ahora es prepararos bien para que todas sean la hembra perfecta que los señores quieren. Pero por lo demás, una esclava más. Eso si, con mi adorado candado puesto. Por ahora, nadie más que mi Amo puede usarme. Cerrada a todos como tú―

―Si, pero a mi me durará poco.―

―Pero puedes conseguirlo definitivamente―

―Ya― Le respondí decepcionada y triste sabiendo que ese podía convertirse en mi único objetivo en la vida si no lograba encontrar la forma de salir de allí. Ya no podía negar que me gustase el mundo de la sumisión y ser esclava de los deseos de un verdadero hombre. Pero de eso a que fuera lo más importante y crucial en mi vida, como en el caso de Andrea, era algo que no podía ni quería asimilar.

―Bueno, tengo que irme. Ya sabes, puedes estar tranquila. Tu anterior dueño no puede hacerte ya ningún daño. Eso te lo aseguro y tú misma podrás comprobarlo dentro de muy poco tiempo. Ahora vete con tus compañeras. Tu amiga Carmen y las otras acaban ya su turno―

Me gané a esa mujer como a mis otras compañeras Carmen, Elvira y las demás. Era una buena mujer que quería mostrar autoridad pero estaba claro que no lo conseguía aunque la respetásemos, por supuesto. Otras como ella eran sin embargo más altaneras y peligrosas.

Cuando Carmen llegó sonriente y ataviada con su uniforme de criada me alegré pues con ella continuaría charlando y hasta puede que riéndonos como alguna que otra vez. Ella era mi principal consuelo allí dentro. Venía “reventada” según me dijo y era más que evidente. La entendí perfectamente pues yo había hecho el mismo trabajo.

Naturalmente le conté todo lo que pasé aquel día y se alegró del bien merecido chasco que Javier se llevó de mi.

Después del almuerzo salimos al pequeño jardín que generosamente nos asignaron y al que accedíamos por el mismo dormitorio. Hacía frío aunque no nos importaba con tal de no estar todo el día dentro.

Fueron pasando los días. Hablaba con mis hijos casi a diario en mi tiempo libre prometiéndoles que a fin de mes nos veríamos.

Una tarde me llevaron a la sala de enfermería donde un médico algo mayor que el que me reconoció la primera vez me inyectó bótox en los labios. Me dejaba y tendría que dejarme hacer ¿cómo no? todo cuanto quisieran. Mi cuerpo era de ellos, del Amo, de quien con toda seguridad provenía la orden de modificar mis labios y yo no era nadie para poder impedirlo.

―Bueno, ¡listo! –decía mientras se quitaba los guantes de látex― ahora te ves más guapa y lo estarás mucho más en cuanto desaparezca esa leve inflamación. Tu atractiva cara se verá más hermosa luciendo tu boca esos sensuales e insinuantes labios. ¿Ves? –llevándome ante un espejo― invitan a ser besados, a lamerlos todo cuanto se desee, a que acaricien y chupen la polla de quien disfrute mirándolos. Ahora son algo grotescos por la inflamación, pero dentro de un par de días comprobarás lo que te digo―

Hablaba orgulloso de su trabajo mirando mis labios en el espejo. Como artesano admirando su obra.. Tal y como me dijo, yo los veía demasiado gruesos, ridículos y extravagantes recordándome la boca de una vulgar prostituta experta en chupar pollas.

Desperté al día siguiente creyendo que unas ventosas succionaban mis labios. La hinchazón resultaba muy incómoda. Corrí al espejo esperando encontrarme con la boca deforme de un monstruo. Pero no, mis labios seguían algo abultados pero no mucho más que el día anterior ni como los sentí al despertar. Carmen me dijo que ahora eran más bonitos, más atrayentes y hasta eróticos. Claro que, como siempre, lo decía para consolarme. Yo no veía nada de eso. Jamás hubiese yo tocado mis labios, me gustaban como eran antes. Pero como mis labios, nada de mi cuerpo me pertenecía; todo él era de ellos, de un desconocido y caprichoso hombre que podía a su antojo usarlo y hasta transformarlo a su gusto.

Mirando al espejo sin ver ya nada recordé las últimas palabras del doctor que hablaba de mi como si de una yegua se tratara: En cuanto a las tetas di al presidente que no habrá problemas. Algo caídas que arreglaremos estirando un poco los músculos pectorales. Por lo demás –sobándome las nalgas― todo bien. Aún mantienes un bonito culo para tu edad―

Mi mirada perdida en el vacío, tocando mis labios, pensando en el extraordinario y sorprendente giro que dio mi plácida vida en tan solo unos años: Mi cuerpo tatuado, señalado como propiedad de otra persona; depilado sin un solo vello en él; los pechos y zona vaginal anillados permanentemente; los labios vaginales cerrados a mi propio y libre deseo de ser penetrada por quien yo quisiera, como los medievales cinturones de castidad; mis orejas anunciando mi disponibilidad sexual en cualquier parte. Y muchas más cosas que aún podían con total y absoluto derecho hacer sobre mi… Entre otras, (solo Dios sabía cuantas) la espantosa y denigrante marca grabada a fuego en mi piel que como todas las demás mujeres debería sufrir, y no sólo físicamente.

Todo por el falso amor de quien se reveló como un despreciable hombre. No podía negar que tuve mis compensaciones y aún hoy las tenía (mi deseo de sumisión al hombre estaba ya bien afianzado en mi corazón y mi mente) pero eran muy pocas dado el precio que estaba pagando.

Una mañana mientras desayunaba, Andrea vino a decirme que me iban a poner muy guapa pues ese mismo día iba a conocer a mi Amo. Y lo dijo alegremente, como si anunciara mi ansiada libertad.

Al mirarme en el espejo de cuerpo entero de mi armario no podía creer que aquella mujer era yo. Una inexplicable mezcla de sorpresa, admiración, temor, orgullo y no sé cuantas emociones más recorrieron todo mi cuerpo paralizándolo y poniéndome la piel como carne de gallina. Tan maravillosa y de imponente belleza me vi. Andrea y otra instructora más que la acompañaba demostraron ser verdaderas expertas en realzar la belleza femenina. Conmigo hicieron un impresionante trabajo.

El orgullo era lo que más prevalecía sobre todo lo demás que sentí. Pero lo oscurecía la desagradable idea de ser “margarita para los cerdos”. Sobre todo porque no era yo quien había decidido libremente lucir mi persona y mi cuerpo así. Sólo era un exquisito, apetecible y nuevo postre en el banquete de carne femenina que cada día los hombres disfrutaban.

Me lavaron el pelo a conciencia con champús y cremas especiales que lo hicieron el doble de brillante y sedoso de como ya lo tenía. Antes me lo tiñeron de intenso negro azabache, en tersa y algo ondulada media melena y revueltos a lo Raquel Welch.. Al Señor le gustaba así. El suave maquillaje exquisitamente aplicado; agrandadas las pestañas con carísimo rimel y tenuemente sombreados los párpados hacían más grandes y atractivos mis ojos. Mis sensuales labios (que me recordaron cuanta razón tenía aquel médico) pintados de suave y discreto carmesí muy brillante lograban el efecto de un atractivo y hermoso rostro de mujer que ni yo misma creía tener. Las uñas tanto de manos como de pies, lacadas en discreto color rosa pálido.

Llevaba al cuello un elegante collar semi rígido de plateados eslabones y brillantes piedrecillas blancas (circonitas tal vez) dispuestas en diagonal en cada uno de ellos. El eslabón central llevaba grabada en relieve la “H” de la casa en vez de las piedras. Un elegantísimo y llamativo collar que nada tenía que ver con los habituales de perra y letra incrustada en el cuero.

Deliciosa y cómoda ropa interior que tanto echaba de menos. Fina, carísima y primorosa lencería sexi, mostrando los aros a través del transparente tejido del sujetador y el tanga; medias de liga con encajes sujetas por suave y tentador liguero. Medias negras que la nívea piel de mis piernas hacía más transparentes.

El vestido, de seda y largo hasta los pies. Abierto de cintura abajo por delante y por detrás siguiendo la uniformidad de todo con lo que nos vestíamos allí. Gracias al sujetador, mis pechos se veían más firmes mostrando un escote que dejaba bien a la vista el canalillo de mis senos pero poco más, insinuando más que mostrando; deseable y tentador. De cintura arriba, el vestido era en forma de corsé por delante, y sujeto a la espalda por un lazo que ocultaba la fina tira del sujetador. Y ya completamente desnuda la espalda hasta dejar ver el hilo del tanga. Vestido que además de realzar mi figura era tremendamente sexi aunque no mostrase nada  de mi cuerpo en forma ostensible. Precisamente por eso resultaba tan sexi y provocador.

Finalmente, zapatos de charol negros cuyos altísimos tacones acerados iban a juego con el collar y los aros de las orejas. Incómodos y no sólo por su altura, sino por el añadido de ser cerrados a medio pie dejando los talones al descubierto. Ojala no tuviese que caminar demasiado con ellos.

Comparadas conmigo y aunque con sus hermosos pechos bien expuestos y anillados, las demás mujeres no resultaban ni de lejos tan atractivas como yo.

Quedaba claramente de manifiesto el buen gusto del amo de todo aquello y de nosotras. Como evidente el hecho de que tan maravilloso atuendo no tenía otra finalidad que la de despertar el deseo en el hombre y deleitarse después en contemplar cómo me desnudaba para él.

Viéndome así y para quién iba así, un hombre al que pertenecía toda esa belleza femenina, hizo que por enésima vez despertase mi sentido y deseo de sumisión temiendo que, si el señor me pedía que le entregase el tanga como símbolo de posesión (según tantas veces tuve que hacer para Javier y otros hombres) luego me ordenaría secarle las manos… No empezaba a mojar, estaba ya empapada. Sentía el candado y los aros pegados al tanga y a mi sexo, mojados también. Si no me lo quitaban pronto acabaría oxidado, pensé en un arrebato de irrazonable humor que sin duda me provocaban los nervios. Me ruboricé y avergoncé por ello, más aún cuando me tocasen y vieran que sin más estímulo mi sexo respondía de aquella forma, traicionándome como siempre y reafirmando al hombre en su idea machista de que las mujeres existíamos para complacerles y su lubricado sexo así lo demostraba. Que ser sumisas y obedientes mujeres  a su servicio nos gustaba; aunque en lo que a mi concernía, debía darles toda la razón a pesar de todo cuanto mi mente y razón se opusieran.

Unas gotas de carísimo y exquisito perfume detrás de mis orejas, en el canal de mis senos, por encima del tanga y en los pies, fue el toque final que me completó como riquísima golosina para deleite sexual del Amo.

Los hombres con los que nos cruzábamos me miraban con insistentes y lascivas miradas. Mi atractivo era arrebatador.. Acompañada por una instructora y vestida con aquella elegancia sabían de sobra a dónde iba y por eso a ninguno se le ocurría tocarme. “Sólo mirar”. Tangible muestra más del respeto que se profesaba a mi nuevo dueño. Qué diferencia con ir vestida de criada o cualquiera de los otros vaporosos vestidos que me hacían ser deseada y hasta sobada por los más atrevidos quienes ahora contenían su deseo de meterme mano. Yo miraba al suelo, viendo y envidiando los cómodos zapatos de aquellos hombres mientras los míos me torturaban; ojala no quedase demasiado lejos el despacho de ese hombre a quien ahora pertenecía mi cuerpo. Guardar el equilibrio con aquellos altísimos zapatos era toda una odisea; suerte de suelos enmoquetados que ayudaban bastante.

Entramos en el ascensor que nos llevó a la cuarta planta. Un largo pasillo nos llevaba a las dependencias del Amo. Andrea no paraba de darme instrucciones que yo apenas escuchaba absorta en mis propios pensamientos sobre la bajeza de mi amante, mis miedos, curiosidad y dudas.

Ya la puerta a la que respetuosamente llamó Andrea con sus nudillos, anunciaba el lujo con el que me iba a encontrar.

Entramos en un inmenso despacho cuyas dimensiones de seguro superaban las de mi casa y el piso que me cedió Javier. El mobiliario y cortinajes de exquisito y suntuosa ostentación.

Nada más entrar me encontré con la lujosa y sorprendente decoración de la estancia. Decoración que para mi sorpresa también la formaban varias mujeres. Mujeres de carne y hueso puestas allí como lujosos y “funcionales” muebles. Una de ellas estaba tumbada boca arriba en la mullida y maravillosa alfombra en la que, apoyados sus codos, completamente abiertas y flexionadas las piernas, sujetaba entre las rodillas y las palmas de sus manos un grueso cristal. A modo de mesa humana, formando el centro entre un confortable sofá tapizado en piel y sus sillones a juego. A través del cristal se veían claramente sus agujeros anal y vaginal perfectamente depilados como los míos con sus correspondientes aros. Era una hermosa rubia de unos veintitantos años.

Otras dos, algo mayores que la “mesa” formaban la rueda del placer que ya Javier me había obligado a formar en su casa con sus otras esclavas. Es decir, las manos en los tobillos con las piernas abiertas al máximo y sus cuerpos orientados en sentido inverso muy juntas las dos espalda con espalda, de forma que la mejilla de una de ellas quedase pegada a la nalga de la otra y viceversa; sus bocas semiabiertas y sus sexos bien expuestos facilitaban al hombre poseerlas por el agujero que más le apeteciera o alternando los otros. Sobre una base de madera circular y giratoria al mismo nivel del suelo, el hombre sólo tenía que empujar levemente la cabeza o nalga de cualquiera de las dos mujeres hasta detenerla en el orificio que deseara penetrar y en cualquiera de los cuales podía eyacular y limpiarse cómodamente y sin moverse.

Enseguida comprendí que de allí sacaba Javier sus ingeniosas y originales ideas y juegos erótico―sexuales jactándose luego que eran de él. Descubrí una más de sus muchas falsedades y mentiras.

Otra mujer, en quien reconocí a Isabel, acariciaba la cabeza y lomo de un enorme y terrorífico Pitbull. Ambos estaban echados ante una chimenea; ella sentada en el suelo y medio cuerpo del perro recostado en sus desnudos muslos.

La muy querida mascota del Amo a quien en principio ella se negó a servir sexualmente y que su severo castigo le demostró que era una simple hembra a disposición del macho que la quisiera. Lo que ahora demostraba ser

hundiendo suavemente sus uñas en el corto pelaje del perro a quien se le veía satisfecho y relajado con esas caricias después de haberla violado a su antojo, como demostraba su decreciente erección. Las caricias eran constantes, sin descanso como pude observar, pues en cuanto ella paró sus manos al verme entrar, el perro empujó una de ellas con su hocico para que la mujer no interrumpiese lo que tanto parecía gustarle. Y lo hacía además gruñendo, ordenándole así seguir, intuyendo sin duda que esa mujer (su hembra) estaba allí para agradarle.. Y sabemos lo inteligentes que pueden llegar a ser los perros. El animal, como nosotras mismas, estaba bien adiestrado y era la horrible pesadilla que cada día me atormentaba.

El Señor miraba de vez en cuando a su perro complacido de que estuviese tan bien atendido y a gusto por una dócil, hermosa y obediente mujer de su propiedad.

Un maravilloso reloj de péndulo señalaba cada media hora el cambio de turno a las mujeres que servían de decoración y cuidaban a Nerón, que así se llamaba el animal. El cambio era casi instantáneo. De las mujeres que hacían la rueda, una corría a sentarse en el suelo y seguir acariciando al perro quien no podía quedar solo un momento no consintiendo con terroríficos ladridos que la mujer se alejara de él; la otra haría de mesa, e Isabel y la cuarta mujer a adoptar la posición de ofrecidas en la plataforma giratoria.

El Amo, hombre de algo más de cincuenta años, lucía un porte muy distinguido. De pelo abundante y negro con algunas canas, alto, ojos negros y  preciosos, según pude ver discretamente, debía hacer ejercicio regularmente pues era musculoso y su abdomen casi plano. Vestía informalmente con sólo camisa y pantalón de más que evidente calidad que formaban parte de un traje del que se había despojado de chaqueta y corbata. Un hombre sumamente atractivo pero con temibles y muy extravagantes gustos sexuales que no se privaba de nada según todo lo que veía allí. Su idea sobre la mujer estaba bien clara… Andrea se apresuró a presentarme,

―Buenos días mi Amo. Esta es Julia, su nueva esclava―

―Hola Andrea, tan hermosa como siempre. ¿Cómo te va..?―

―Muchas gracias Amo.. Me va muy bien siempre que me tenga usted a su servicio―

Y también tendría yo que llamarle “Amo”. Mi amo.. ¡ Era ridículo ¡ Pero así era allí y Andrea me lo había recalcado un millón de veces.

Con un golpecito en mi espalda me advirtió de que debía presentarme a él.

―Buenos días Amo. Soy Julia y estoy a su servicio―

Me puse ante él y separé la falda en señal de respeto y ofreciéndome. Como tantas veces y con otros hombres a parte del desgraciado de Javier. Me observaba atento. Supe que con ese hombre iba a gozar (como buena ninfómana que era). Pero me horrorizaba su atracción por la zoofilia y su marca a fuego en mi piel. Por lo demás, ese hombre era bien atractivo―

Andrea le entregó la llave que me abriría a él. Pronto pasaría por la vergüenza de que notase lo excitada que me tenía a pesar de los “numeritos” que veía allí.

Permanecí de pie una vez acabada la presentación de “mis respetos” a la espera de sus órdenes.

―Así que tú eras la esclava del tal Javier― Dijo jugueteando con la llave―

―Si, Amo…― Me parecía mentira, estar llamando así a un desconocido―

―Digo “eras”, porque ya no le perteneces. Según las instructoras de la casa superaste la primera prueba en el bar público y has trabajado bien todo este tiempo. Así que te aceptamos como parte de una cuantiosa suma de dinero que confiamos a tu exdueño. Eres la tercera de sus hembras con la que pretende cubrir su deuda; dos ya las tenemos en otros locales nuestros y otra que, según él, se le escapó. Esa no llegó aquí, porque si nos la hubiese entregado de seguro que estaría ahora aquí habiendo pagado por ella una importante cantidad de dinero como así se ha hecho contigo. Como simples prostitutas o damas de compañía no cubrimos todo el capital. Debe ser como esclavas que se cotizan cuatro veces más y con eso casi que lo recuperaremos. Así que debes esforzarte en conseguirlo. Y bien, quiero decirte con todo esto que ni se te ocurra escapar; daremos contigo dónde quiera que te metas. Tendrás tus días libres como se te prometió siempre y cuando obedezcas ciegamente y cumplas a la perfección las normas. ¿Entendido?―

―Si..si.. Amo. Por favor ¿puedo preguntar? Es mi vida…―

―Te lo permitiré sólo hoy. En adelante limítate a obedecer y olvida todo lo demás ― Andrea volvió a mirarme iracunda―

―Si, señ..Digo Amo. Javier tiene cosas que amenaza mostrar a mis hijos Amo… Sé que quiere hacernos daño y hace unos días volvió a advertirme sobre eso―

Su voz, autoritaria y varonil me infundían muchísimo respeto y miedo. Sólo quería la seguridad de mis hijos y necesitaba que ese hombre me tranquilizase en ese sentido. Quería tenerle contento. Realmente ahora era mi Amo.

― Puedes estar tranquila. Es más, lo escucharás de sus propios labios. Gracias a mi obtuvo el dinero que invertiría en un supuesto y lucrativo negocio y que luego resultó ser un sucio asunto de drogas en el que casi me involucra. Puedes suponer que no le tengo precisamente en gran estima.. Está metido en un buen lío y pienso hundirlo aún más.. Es todo lo que necesitas saber..―

―Bien, Amo.. Muchas gracias―

―¡ Andrea ¡ A ver esa boca que hace tiempo no disfruto―

―Si, mi Amo. Enseguida mi Señor, con su permiso―

Solícita y veloz, Andrea se arrodilló a los pies de su dueño, le bajó los pantalones y calzoncillos hasta las rodillas y, muy respetuosamente, estimuló sus genitales con suaves caricias de sus manos en el abundante vello del hombre, en sus testículos y verga antes de chupársela. Yo quedé de pie frente a ellos con mis incómodos zapatos a la espera de sus órdenes. No tardaría en “probarme”. Ahora ese hombre me gustaba más, sabiendo que haría pagar a Javier sus mezquindades.

Tenía todo el porte de un caballero y desde luego lo era (así lo aseguraba su devota esclava) pero en lo tocante al sexo, a disfrutarlo plenamente, desaparecían la educación y toda clase de convencionalismos para dejar paso libre al instinto animal. El harén existía para eso, para olvidar toda regla social y entregarse totalmente y sin trabas de ninguna clase a gozarlo. Las mujeres, para servirlo en bandeja como cosa natural, lo mismo que una camarera sirve una comida. Poseer mujeres esclavas allí suponía un acto de lo más simple. Los hombres podían ser de un altísimo nivel social y ser auténticos caballeros, pero sin ningún tipo de remordimientos consideraban a las mujeres como un elemento más de comodidad y confort como si de un mueble u objeto para el ocio se tratara. Para eso nos tenían sin perjuicio de que mantuviesen sus valores como señores y caballeros. Tan tranquilos en sus conciencias como en la antigua Roma u otras civilizaciones donde un esclavo era una propiedad material más. Con el razonamiento añadido, salvaguardando con ello su hombría y caballerosidad, de que toda mujer en su harén, obligadas o no, se sometían por su propio deseo aunque mostrasen  reticencias y temores al principio. Buena prueba de ello la tenían en que los aros dorados eran concedidos a la esclava perfecta, es decir, a la mujer sumisa y esclava por auténtica vocación y cada vez eran más numerosos: Las celdas de castigo, normalmente vacías, eran otro claro ejemplo de obediencia no forzada ya que el castigo inmerecido estaba prohibido. A no ser prácticas sadomasoquistas que una pareja en particular, y de mutuo acuerdo, quisieran realizar. Todas mostrábamos una docilidad y obediencia  que justificaban su forma de tratarnos y usarnos. No existía la rebeldía, ni serias exigencias de salir de allí ya fuera por temor o voluntaria sumisión (esto último lo más evidente), sólo coños que demostraban el deseo de ser sometidas y dominadas. Así que debíamos asumir nuestra condición de esclavas aceptando todas sus consecuencias, incluyendo hasta el más vejatorio tratamiento.

A parte de la “decoración” humana, el Amo disponía de otra u otras mujeres para servirle sexualmente y en todo. De tal manera que sin ordenarlo expresamente, cuando requería las atenciones sexuales de una mujer, la otra u otras debían arrodillarse a su alcance para prodigar y favorecer sus deseos de sobar, acariciar o disponer de dos bocas en sus genitales si así lo quería, mientras gozaba de las atenciones de la primera. Y esa otra mujer era yo que, aún de pie, olvidé que debía ponerme a su alcance y eso que Andrea me lo advirtió muchas veces.

Nada más arrodillarse Andrea ante él, caí en la cuenta y me apresuré a imitarla. Me extrañó que aún no me hubiese ordenado desnudarme. Tal vez porque ahora lo importante era que me fijase bien en cómo le gustaba que se la chupasen y aprendiese a hacerlo como mi instructora y todas las demás mujeres.

De rodillas y muy cerca de ellos, vi que tenía un pene corto, pero muy grueso y de venas hinchadas que Andrea con sus abnegadas caricias le hacía crecer más por momentos. Yo miraba atenta, aprendiendo cómo debía hacerlo y preguntándome por qué aún ni siquiera me había abierto a pesar de que mantenía la llave en su mano. Bueno, él era el dueño, el Amo.. Y lo haría en cuanto le viniese en gana. Yo me concentré en “aprender” cómo mi Señor quería que se le complaciese.

La verga le brillaba por la abundante saliva de Andrea. Él mientras tanto, reclinó la cabeza hacia atrás gozando de las caricias que le prodigaban con total esmero en sus testículos y tiesa verga.

No era nada complicado cómo deseaba ser tratado y complacido: Acariciar con lenguas y labios mojando profusamente el inhiesto y exigente trozo de carne mientras con las uñas se le acariciaba suavemente el sensible escroto. Cuando la boca de la esclava bajaba de nuevo a los testículos, meter en ella por entero primero uno y luego el otro, succionándolos levemente sin descuidar el delicado y simultáneo masajeo en la verga.

Muy cerca como estaba de él, sentí que me sobaba las nalgas y muslos y tocaba su cierre de castidad. Metió un dedo en mi humedecida vagina y ya sentí ruborizarse mis mejillas. Con gran alivio para mi, ni siquiera me miró. Sólo me tocaba; sin dirigirme la odiosa sonrisa burlona con la que tanto me avergonzaba y humillaba Javier. En eso se mostraba discreto y comprensivo; creo que respetando el pudor de una y por extensión, a todo lo que me veía obligada a someterme. Otro detalle que aprecié en él. En mi situación, cualquier consideración que se tuviese conmigo, era de agradecer. En eso demostraba una importante diferencia con respecto a la mayoría de los otros hombres. Sus esclavas desde luego, pero con cierta consideración a nuestros sentimientos como seres humanos.

Ni siquiera me había ordenado quitarme el tanga para “explorarme” más a gusto. Sencillamente se abrió paso con sus dedos apartando la prenda recreándose en tocarme. Cuando se cansó y retiró su mano de mi, bajé la cabeza y con todo esmero limpié sus dedos con mi boca, chupándolos secándolos a continuación con mis labios y manos. Debían quedar escrupulosamente limpios y secos como si nada hubiesen tocado. Otra más de sus muchas exigencias que Andrea se encargó de advertirme.

Para terror mío, el perro corrió a dónde estábamos, como acudiendo al olor de sexo y olisqueaba y lamía a la hembra que su amo tenía a sus pies y ésta, obediente y respetuosa con el animal, separó aún más sus piernas para facilitar al perro su deseo de lamerla a sabiendas de cuanto gustaba aquello a su adorado señor.

Tras unos instantes de  lamer y saborear el sexo de Andrea se acercó a mi. Quise juntar, apretándolas, mis piernas. Pero de inmediato recordé a la pobre Isabel y lo que podría sufrir si no hacía aquello que el señor esperaba de mi. Sin que el hombre llegara a percatarse de mi instintivo acto de protegerme de su perro, volví a separar la falda y las piernas ofreciéndole lo que buscaba. Afortunadamente sólo me olfateó y lamió unos instantes por encima del tanga dejando mis muslos impregnados de sus babas. Poco interesado en mi, volvió con Andrea quien de nuevo se le ofreció. La mujer que le acariciaba poco antes le siguió y ya estaba de rodillas ante su canino dueño para atenderle y sobre todo que no molestase al Amo.

―Vaya, ¿es que no te gusta nuestra nueva hembra Nerón? Ah, claro.. Ya sé, sí que le gustas –me dijo agarrándome suavemente del pelo― eres muy bonita y él tiene buen gusto, pero le molesta el candado y el tanga; está acostumbrado a carne más suave y jugosa, desnuda. Bueno chico, tranquilo, todo llegará. Ahí tienes dos coños para ti, fóllate a Andrea por ejemplo, ella te quiere mucho. No seas desagradecido..― Tenía en su cara la expresión de un niño travieso gozando con sus mascotas.

Andrea se abrió más aún, levantando al máximo su culo; ofreciéndose al animal con gesto sonriente y complacido. Sacó un momento la polla de su Amo de la boca para decir,

―¡ Gracias Amo ¡ Claro que quiero muchísimo a Nerón, y aquí me tiene para todo lo que él quiera hacerme― Luego de esas bochornosas y degradantes palabras siguió chupando a su señor―

―Ya lo sé preciosa, llámalo y que te folle, parece que tiene ganas pero no se decide―

―Ven Nerón, cariño. Tómame bonito, soy toda tuya –decía palmeándose las nalgas―

Entendiendo lo que se le ofrecía, el animal ladró dos veces y se abalanzó sobre ella con cada vez más visible erección de su rosácea verga. La otra mujer le ayudó entonces haciendo de mamporrera apuntando el pene del animal a la vagina de Andrea. Tres o cuatro fuertes embestidas y pronto quedó ella ensartada por el nervioso ariete del perro..  Sin dejar de acariciar a su Amo gemía de placer mirando dócil y agradecida a su señor. Éste miraba extasiado y complacido la escena. Volvió a meterme mano y a pesar del horror que yo sentía ante lo que estaba viendo, debió sentir cómo mi traicionero sexo se humedecía más concediendo al hombre el poder de entregarme a su perro en cuanto me lo ordenase ya que, vergonzosamente, yo le demostraba ahora que aquello me excitaba. Así que, qué consideración iba a tener conmigo a la hora de verme violada por su querido perro. Como mucho podría pensar que aunque no me gustase, pronto lo acabaría aceptando como mis compañeras, ya que mi coño le daba la razón. A él, como a todos los demás hombres.

―La alfombra Silvia, procura que no se ensucie―

―Claro que no Amo.. Descuide―

La alfombra, al hombre le preocupaba ahora su lujosa alfombra. Y de añadido, el placer de comprobar el absoluto sometimiento de una mujer poniendo su cuerpo entre los de Andrea y el perro para que ni siquiera se manchase. Los fluidos de la bestial follada caían sobre el cuerpo de ella quien además se esmeraba en recoger con sus manos todo el líquido que salía del empapado y castigado coño de Andrea; asegurándose de que ni una sola gota llegase a la preciada alfombra.

―¡ Oooh Amo, me en.. encanta cómo me lo hace Nerón ¡ Le.. le echaba de menos. Es todo un maravilloso macho Amo― Luego continuó chupando a su Amo con más vehemencia y desesperación que antes―

―Ya se ve Andrea; ya se ve que te gusta. Eres una buena hembra. Lo veo en los ojos de mi buen amigo. ¡ Venga Nerón ¡ Clávatela toda, es tuya..―

El perro continuaba sus fuertes empujes, adentrándose en ella cada vez más. Silvia por su parte no paraba de recoger la lluvia de fluidos que empapaban su vientre y pechos. La alfombra, inmaculadamente limpia gracias a ella.

Nosotras, Andrea y yo, bien penetradas por los machos. Ella por el perro, yo por los dedos que incesantemente hurgaban dentro de mi calentándome cada vez más.

Los gemidos de Andrea, la cara de placer del Amo, Silvia llevando una de sus manos a su entrepierna, excitada también, era un espectáculo de lo más aberrante pero al mismo tiempo enloquecedoramente excitante. Yo misma empecé a jadear de placer ante el clímax que impregnaba la lujosa estancia y el constante sobeo de ese hombre. No sé si premeditado o no, pero el caso es que supo llevarnos a las tres (y también a las dos mujeres ofrecidas e inmóviles que hacían de rueda del placer viendo la lujuria en sus ojos) a un estado de frenético éxtasis que nos enloquecía. Hizo que me olvidase de todo prejuicio o repugnancia, sólo concentrada en la embriaguez sexual a la que nos llevó.

Andrea emitió entonces un contenido grito a través de sus orificios nasales que claramente fue esta vez de dolor. Pero enseguida recompuso su expresión de placer. Nerón ralentizaba sus movimientos, señal de haber traspasado a la mujer con el bulbo, acabando de eyacular en ella.

―Bien Nerón, parece que la tienes bien follada ya. Ya estás dentro del todo ¿te gusta eh? Has vuelto a conseguir pegarte a ella.. Mejor que los coños de tu especie ¿a que si? Ya ves que tu amo te da lo mejor― dándole suaves palmaditas en la cabeza, orgulloso de su perro―

Andrea seguía gimiendo pero más débilmente ahora; concentrada en la mamada a su Amo en quien vi, disimuladamente, esa expresión de inmenso placer que tantas veces había visto en otros hombres, y que anunciaba su inminente orgasmo.

Y así fue. El señor aceleró los movimientos circulares de sus dedos dentro de mi, como Andrea movía su cabeza de arriba abajo más rápidamente masturbando con su boca el pene que la poseía, sintiendo llegarle el semen de su dueño y señor quien poco a poco me fue soltando para decepción mía. Ahora sólo quería concentrarse en el maravilloso orgasmo al que su esclava se entregaba con verdadera pasión.

Unos minutos después, el hombre dio un pequeño tirón en el pelo de ella señalando con ello que quedó satisfecho y que ya la podía sacar de su boca.

Triunfante, feliz y orgullosa, Andrea mostró a su Amo la boca llena de su esperma. No lo tragó inmediatamente, nada de eso. Lo fue haciendo despacio, a pequeños sorbos, paladeando y saboreando como si de una exquisita crema se tratara; exactamente igual que eso, una espesa y dulce crema.

―¡ Pero que guarra eres Andrea ¡ Parece que tengas en la boca una rica salsa―

―Si Amo,, Sabe usted que me encanta su semen―

―Pues muy bien mujer.. Y ¿a qué sabe que tanto te gusta si puede saberse?

―No sabría decirle Amo.. Es algo áspero y como salado, su espesor y que es muchísimo el que me echa usted en la boca. Eso me demuestra que he hecho bien lo que a usted le gusta y ha quedado satisfecho. Sobre todo eso mi Amo. Adoro su semen como a usted mismo.―

―Desde luego no me equivoqué al concederte esos aros. Eres una maravillosa hembra y mejor esclava―

―Gracias mi Amo. Y cada día lo seré más para usted Señor y para mi adorado Nerón― Echó sus manos atrás para acariciar al perro―

Era la más denigrante, servil y arrastrada adulación que jamás había visto en mi vida. Pero esa actitud nacía del inmenso amor que sentía por ese hombre y todo le parecía poco, hasta en palabras, para demostrárselo y deleitarse en ello. ¿Qué podía reprocharle yo en ese sentido..? Andrea sólo estaba, en imaginaria escala, unos cuantos grados por encima de mi, que ya viví lo que se llega a ser y hacer por amor y por lo que precisamente yo estaba allí.

Y hablaba a su señor con toda la pasión que le profesaba, sin apartar su mirada de él, complacida además de estar pegada por su sexo a un perro.

Luego limpió y secó con su boca, labios y manos la adorada verga de su dueño dejándola exactamente igual que la encontró. Le subió calzoncillos y pantalones para que él no tuviera que molestarse en nada, sólo elevarse un poco sobre el asiento y ella acabó por vestirle de nuevo. Y todo eso, empalada como estaba por el perro. Luego quedó muy quieta a la espera de que su otro amo acabara de usarla. Su frente sudorosa, sus ojos apretados seguramente por el dolor no sólo en su vagina sino también por los arañazos en su espalda. Y a pesar de ello, su rostro seguía mostrando placer y felicidad. Parecía una vez más haber cumplido con su principal objetivo en la vida: Complacer a su dueño; satisfecho su sueño.

―Julia, ve a traer unas toallas a Silvia. Cuando Nerón acabe con Andrea, de su coño saldrá tal cantidad de babas que Silvia no podrá contener―

―Si, Amo. Voy enseguida…― Corrí al baño y volví con varias toallas que entregué a la encargada de cuidar la alfombra.

―¡ Gracias Julia ¡― Me contestó ella. Debíamos ser educadas entre nosotras.―

―De nada cielo, ¿quieres que te ayude?― Mi gratitud por la amabilidad de la mujer fue mayor que mi repugnancia.

―Si, gracias. Si al Amo no le importa, claro. Nerón suelta mucho semen― Inmediatamente me di cuenta de mi error.

―¿Puedo ayudarla Amo?― Otra vez Andrea me taladró con su mirada. No debíamos hacer absolutamente nada sin el permiso del Señor.

―No, no quiero que te ensucies…todavía. Ve a servirme una copa en mi escritorio―

―Claro Señor, enseguida. ¿Qué desea tomar?―

―Vermout con hielo, un par de cubitos.

―Bien Señor, ahora mismo―

Se sentó en su elegante mesa y se encendió un cigarrillo. Le llevé la copa y se la serví de rodillas poniéndola a su alcance en la mesa. Luego quedé de pie, cerca de él, a su disposición para cualquier otra cosa que deseara.

Al cabo de un rato, oí un “plop” y miré hacia donde estaban Andrea y su “amante” macho. El perro se soltó y tanto Silvia como Andrea con ayuda de las toallas recogían el incesante flujo de líquidos que escapaban de su vagina.

Ambas llevaron las toallas a una papelera que cualquiera de nosotras se encargaría más tarde de retirar de allí. Satisfecho de nuevo, el perro regresó al lado de la chimenea y allí se lamía insistentemente su hinchada y horrible verga. Me parecía irreal que Andrea hubiese tenido todo aquello dentro de ella.

Silvia quiso regresar al lado del perro y continuar acariciándole como al principio.

―¿Qué haces Silvia? ¡guarra! ¿Quieres que Nerón acabe oliendo a coño sucio? ¡ Venga a ducharte con Andrea― La muchacha quedó de pie, petrificada.. Andrea la agarró del brazo para sacarla de allí e ir a ducharse. Naturalmente iban a nuestro dormitorio; no iban a hacerlo en el baño del señor. Con toda seguridad la pobre mujer se llevaría una buena bronca por parte de la abnegada instructora.

No era posible que la cosa tuviera tanta importancia ya que el perro no acabaría oliendo a nada y la pobre muchacha sólo quiso seguir haciendo bien su trabajo de agradar a la mascota de su todopoderoso dueño. Pero allí no se desperdiciaba la más mínima oportunidad de humillarnos e insultarnos para que la propia “infractora” y sobre todo las demás, tomásemos plena conciencia y ejemplo de nuestra inferioridad frente al hombre.

―Una de vosotras, con Nerón― Ordenó a las dos mujeres que hacían “la rueda”. Inmediatamente las dos respondieron un vehemente Si, Amo y una de ellas corrió a sentarse en el suelo junto al perro ofreciéndole sus muslos como mullida almohada y acariciarle dulcemente. El animal dejaba ya de lamerse el, cada vez más fláccido  pene, disponiéndose a disfrutar de las relajantes caricias de la mujer. Ya quisieran muchos hombres honrados, trabajadores y solos deleitarse en tan dulce compañía femenina. Recordé a mi pobre y abandonado marido. Solo, mientras otro hombre me tenía a mi y a todas las mujeres que quisiera y para lo que quisiera.

Mientras fumaba y saboreaba su copa, yo seguía de pie junto a él pero ligeramente hacia atrás, dándome la espalda.. A su disposición y a su alcance, pero ignorada como un mueble mientras ojeaba unos papeles. Debía, según advertencias de Andrea, seguirle allí donde fuera y permanecer de la misma forma excepto si se sentaba en un sillón, en cuyo caso debía arrodillarme. Lo mismo que si iba a orinar, de rodillas esperando a que acabase para secarle con la boca. Lo dicho, convertida en algo menos que nada. Incluso formando parte de su urinario personal.

Pero tendría que soportar todo aquello si quería cumplir mi deseo y promesa de estar en breve con mis hijos.

Se oyeron unos golpes en la puerta y cuando él autorizó la entrada, una joven y hermosa mujer anunció,

―Perdón Amo, con su permiso. Ha llegado Don Javier Hernández, como usted ordenó.―

―Bien, dile que estoy ocupado. Le recibiré en cuanto pueda―

―Como usted mande Amo―

¡Javier! Creí que jamás volvería a verle. Un cosquilleo recorrió todo mi cuerpo. No sabía si por temor, curiosidad o ambas cosas a la vez. No sé, pero que me viese cómo iba vestida y al servicio de otro hombre me hizo temer una violenta reacción por su parte. ¡Tonterías¡ ¿Qué podía hacer sino aguantarse? Él mismo me vendió a ese hombre. Además, enseguida recordé también su miedo y respeto a aquella institución y al hombre que ahora me poseía. Como siempre volvía pensar como una tonta.. Claro que también se debía a lo mucho que llegué a temerle.

Iba a verme más hermosa y elegante que nunca, discretamente provocativa, seductora, como a él tanto le gustaba.. Y estando a disposición de otro; propiedad de otro. Con sólo eso ya me conformaba para que pagase su ruindad conmigo.

Le hacían acudir allí de forma obligada, no por su voluntad como oí que decía la mujer que le anunció. Le humillaban haciéndole esperar y esa humillación sería mayor y más dolorosa en cuanto me viese de pie, en actitud respetuosa y servil, dispuesta a atender los deseos de aquel que le obligaba a volver allí y a que me viese con él.

Comprendí porque no me había ordenado desnudarme aún. De ahí aquel elegante y seductor vestido, la ropa interior, el candado sin abrir, medias, liguero, zapatos fáciles de quitar… Y las preguntas de Andrea sobre sus gustos. Iba a humillarle conmigo, ordenándome hacer todo aquello que a él le gustaba, desnudarme lentamente en su presencia, pero para otro hombre.

Perversa y calculada idea para despojar a Javier de su arrogancia. Desde luego lo merecía.

Pasaba ya media hora y aún no le hacía pasar. Yo misma me estaba poniendo nerviosa de saberle ahí fuera esperando mientras el señor continuaba tan tranquilo. A mi me resultaría imposible hacer esperar a una persona sin justificación alguna.

Llegaron Andrea y Silvia. Ésta última a ocupar el lugar junto a su compañera que tenía detrás de mi en la misma humillante posición de ofrecida. Andrea se arrodilló al otro lado de su Amo. Todos en silencio a la espera de lo que decidiera hacer el señor.

―Mañana mismo llevarás a Julia al estudio fotográfico. Que pasen las fotos directamente a mi ordenador como siempre. Ya les avisaré cuando puedan pasarlas al catálogo.― Claro, cuando se cansara de tenerme y me pasara al servicio de todos los socios.

―Muy bien mi Amo, así lo haré.―

Eso ya sabía también de qué se trataba.. Los socios disponían en sus habitaciones privadas de un ordenador con conexión a internet y del que disponían para lo que necesitaran. Abriendo en una carpeta que rezaba “Catálogo” e introduciendo una contraseña la pantalla se llenaba de fotos tipo carnet de todas las mujeres del harén. Pinchando sobre cualquiera de ellas aparecían varias fotos de la mujer elegida con el uniforme de la casa inicialmente, luego con lencería sexi y finalmente completamente desnuda. Y en todas, la identificación, edad, medidas, habilidades sexuales, antigüedad en el harén y en fin, una completa ficha informativa de ella. En cuanto el señor elegía una, podía pedirla desde el mismo ordenador; diez minutos después esa mujer estaba en la habitación del hombre que la eligió y solicitó a su servicio. Realizado “el pedido”, automáticamente aparecía ya en la página principal como “No disponible”. Se podían seguir viendo sus fotos si a una mujer en concreto se la quería en un futuro, pero no pedirla hasta que volviese a aparecer como “Disponible”.

Expuestas como “menú informatizado” y sin moverse de su habitación. Para evitar que esas fotos pudieran salir de allí, el programa solicitaba una clave para permitir copiarlas en dispositivo externo o enviarlas por correo electrónico. Sin esa clave, no había forma de que las fotos salieran del equipo. Clave que sólo poseía nuestro temido y respetado Señor. Fotos profesionales por supuesto y en las que el hombre podía ver con detalle cualquier parte del cuerpo de la mujer.. Completamente todo, desde la cabeza a los pies.

Casi una hora esperando cuando el Señor permitió a Javier pasar. Cuando su orgullo permitió aquella espera, bien bajo había caído.

―A ver Julia, en cuanto te mande servirnos algo lo harás descalza y de puntillas. Como lo hacías con él.. Desnúdate muy despacio sin dejar de mirarme cuando te lo ordene.― ¡Confirmado! Quería humillarle a través de mi.  Yo lo haría con gusto.―

―Como usted mande Amo.― Respondí dócilmente.

Pulsó un mando (como los que usaba Javier para sus odiosos huevos metálicos y que enseguida reconocí) y la esclava―secretaria recibiría una descarga eléctrica en el interior de su entrepierna. A los pocos segundos sentí sus nudillos llamando a la puerta, entró y  firme como un soldado preguntó,

―¿Si, mi Amo?―

―Di a ese hombre que pase―

―Enseguida mi Señor―

Entró Javier y lo primero que miró fue a mi. En su expresión vi claramente admiración a la vez que vergüenza. No debió gustarle nada que yo supiera cómo le humillaban. Aún así, no apartaba su mirada de mi mientras se acercaba a la mesa del señor.

―Siéntese―

―Bien. Vaya, estás muy guapa Danessa―

―Haga el favor de no dirigirse a ella y menos con ese nombre. Ya no es suya.―

―Perdone, pero creo que si. Aún no he recibido la transferencia―

―Ni la recibirá.. No podemos arriesgarnos a que se investiguen sus cuentas y se conozca la procedencia del dinero. Está vd. bajo la lupa de la policía y en absoluto queremos que nos relacionen con vd.―

―¿Tienen que estar las hembras en una conversación entre hombres…?―

Más que las otras mujeres, le importaba yo. Que me enterase de sus sucios manejos.

―Las hembras estarán dónde yo quiera. No es cosa de su incumbencia. En cuanto a su dinero ya le he dicho que no va a recibir ninguna transferencia. Por dos razones, la primera acabo de decírsela, y la segunda es que me sorprende que quiera vd. dinero en efectivo.. Olvida lo que aún debe a la empresa, y el importe que pidió por esta mujer le ha sido descontado de su deuda que, por cierto, incluso con las tres hembras que nos ha entregado y el poco efectivo abonado por su parte, no ha devuelto vd aún y el plazo que se le concedió está a punto de vencer como bien sabe―

Por lo que sabía, con pocos hombres se tuteaba el Amo.. Y menos con Javier, a quien claramente detestaba.

―Hombre Ernesto, por favor. Sabe vd que devolveré todo el dinero. No crea que olvido el favor que vd me hizo al apoyarme cuando lo pedí. Pero bueno, las cosas no han salido como tenía previsto. Sólo es cuestión de un poco más de tiempo y aquí no ha pasado nada. No ha obrado vd muy bien conmigo cerrándome las puertas de la casa―

―¿Qué no he obrado bien con vd dice? Vamos a ver, le apoyé para que le prestasen ese dinero. Una exorbitante cantidad por cierto, y lo hice porque me caía vd bien. Trajo a una primera hembra al harén y su relación conmigo y con todos los demás hombres era excelente y no vi inconveniente en ayudarle para aquella supuesta lucrativa inversión que nos reportaría importantes beneficios. ¡ Pero mire vd por dónde ¡ empieza a incumplir el primer plazo. Lo hace vendiéndonos a esa mujer, lo que ya me hizo sospechar de la honestidad de ese negocio que prometió millonario. Cuando le aprietan las clavijas para que pague, vende vd sus propiedades con lo que aún no cubre su deuda y nos vende a una segunda mujer. Y todo por meterse en asuntos de drogas que de haberlo sabido ni nuestra organización ni desde luego yo mismo, le hubiésemos facilitado un céntimo. Merece vd. mucho más que la simple expulsión de esta casa. Y mire, vaya con cuidado, pues aún nos debe vd. una considerable cantidad. Y ¡ Jamás ¡ entiéndalo bien, Jamás, perdemos dinero.―

Aquello era una clara amenaza que le puso nervioso y asustado. Qué poca cosa y qué poco hombre le veía ahora. Sobre todo sabiendo ya que traficaba con drogas. Me parecía odioso y repugnante pretender poseer más de lo mucho que ya tenía (o eso aparentaba con honestos negocios) en algo tan sucio, sórdido y ruin como convertirse en un miserable traficante. Bien enamorada estuve de él y por su amor podía haber perdonado todo, cualquier cosa… Una vez le rogué que no me vendiese a nadie; no soportaría ser de otro separándome de él y hubiese vuelto a su lado, a servirle de nuevo en cuanto me lo pidiera. Pero que me vendiese por algo que amenazaba la vida de mis hijos y la de tantos jóvenes como ellos, despertó en mi el más absoluto desprecio por él. Dinero fácil a costa de vidas ajenas; un negocio sucio y criminal de gentuza incapaz de ganarse la vida de otra forma. Despreciables sujetos que no merecen otra cosa que la agonía de la más terrible y lenta de las muertes: La que ellos mismos provocan.

Por eso ya no podía ni verle; dejó de un plumazo de ser el apuesto hombre del que me enamoré locamente. A mis ojos le veía ahora como un simple y desgraciado cobarde. Más aún viendo tan timorato y débil corderito venirse abajo por momentos. Tanta cámara y tecnología para extorsionarme conseguida gracias a las drogas. Fue la droga la que me llevó a ser la esclava y puta de un montón de extraños.

Ya sólo me quedaba resignarme y encontrar la forma de salir de aquella vida por mis propios medios. Habían pagado demasiado dinero por mi y ya lo dijo ese hombre: ¡Jamás perdían dinero! Tendría que amortizarlo yo con mi cuerpo y sin libertad.

El Amo se levantó entonces y se dirigió despacio a la zona de salón. Respetuosamente me aparté para dejarle paso y le seguí como debía hacerlo.

―Llevo varias horas en esta silla, joder (mintió). Acompáñeme a esos asientos más cómodos―

En cuanto estuvieron de nuevo sentados, me arrodillé junto al juez de aquel sinvergüenza.

―En definitiva, le he mandado llamar para confirmarle que aceptamos a esta hembra como parte de lo que nos adeuda. Pero le repito que sigue vd debiendo dinero y que le queda poco tiempo para devolverlo.―

―Pero vamos a ver, esta mujer y las otras seguirán obteniendo beneficios que puede vd. ir descontando de mi deuda y así cancelarla completamente.―

―Vaya, y encima nos cree vd. tontos. Desde luego Javier es vd. tan iluso que piensa que los demás somos idiotas comparados con vd. O se ve a si mismo tan “inteligente” que puede burlarse de todo el mundo.―

―¿Por qué? Una esclava cotiza muchísimo más que una simple puta y vd. lo sabe bien.―

―Mire, no insulte mi inteligencia. Hasta ahora mantengo una actitud que, tratándose de vd, podríamos calificar de muy educada. Pero no me saque de mis casillas, se lo recomiendo. Hágame caso, “señor” Hernández. Le aseguro que le estoy dando un buen consejo, no me saque de mis casillas ni se le ocurra volver a repetirme la estupidez que acaba de decir… Esta mujer ahora es mía, el precio que pidió vd por ella ha sido ya descontado de su deuda cuando podía haberme negado y exigirle el pago en dinero efectivo. Pero no, he sido generoso con vd. al haberla aceptado como pago. Si decido prostituirla, el dinero que gane con ella será mío. Usted ya ha cobrado amigo mío. Ahora me pertenece para disfrutarla yo, para que me rinda beneficios a mi o ambas cosas. ¿Llega su cerebro a entender eso? Para que lo entienda vd bien, voy a darle un sencillo ejemplo a sus, evidentes cortas luces: Le pago a precio de oro una gallina y pretende luego que le entregue a vd los huevos que ponga? Oiga, ¿no le habrán golpeado fuerte en su cabeza los dueños de la droga que perdió? ¿Que le interceptó la policía siendo vd un simple pardillo para el cártel o quien sea que se la facilitó?

―Bueno, perdone. No había caído en eso. Llevo unos días que no sé lo que digo ni lo que hago. Mis abogados me están sangrando y necesito algún tiempo―

―Esa actitud de su parte me gusta más.. Hasta ahora ha tenido suerte de seguir en libertad. Por lo que sé, todavía no han descubierto a quien financió esa droga. Pero créame, y lo siento por vd. Es sólo cuestión de tiempo. Tiempo que vd no tiene y nosotros queremos todo el capital que le prestamos.―

―Haré todo lo posible Ernesto, créame por favor. Pero ahora mismo no tengo liquidez.

―Ese, amigo mío, es su problema. No obstante, y comprendiendo su desesperada situación, vamos a concederle noventa días más para que pueda vd. conseguir saldar la deuda con nosotros. Si en ese tiempo ingresa vd. en prisión, ojala que no, tendremos que suspender la deuda. Eso si, los intereses seguirán su curso. Y cumplida su condena o puesto en libertad por cualquier otra razón, volveremos a requerirle para que pague ¿conforme?―

―Claro, no me queda otro remedio. Espero conseguir el dinero en esos noventa días.―

―Perfecto entonces, yo también. Bueno, podemos celebrar el acuerdo con una copa ¿qué le apetece?

―Un whiski me vendrá bien―

―Ya lo has oído Julia. A mi me pones otro vermút.―

―Si Amo, enseguida le sirvo.―

Respondí incluso con más sumisión y docilidad que con él. Mostrando mucho más respeto a mi nuevo dueño. Yo también quería que sufriera todo cuanto estuviese en mi mano. Después de escucharle, me provocó vergüenza, vergüenza ajena y asco de que se comportase tan ladina y cobardemente. Pretendiendo además saldar su vergonzosa deuda con mi cuerpo; creyéndose más listo que ese señor. Disfruté de todo cuanto tuvo que aguantar del otro hombre. Y todo, por tres miserables meses para poder pagar.

Me puse de pie ante el señor y me quité los zapatos. Caminando de puntillas, despacio, muy sensualmente, fui al elegante bar del amo a preparar las bebidas. Los hombres seguían charlando cuando volví. Me arrodillé primero ante el señor (como hacía con Javier ) para poner la copa en su mano, volví a levantarme y, tomando la iniciativa de seguir castigándole aunque me expusiera al enfado del señor, le pregunté mimosa con la copa de Javier en la mano y antes de servirla,

―¿Puedo ponerme ya los zapatos mi Amo..?―

―No hermosa, sabes que me gusta que sirvas descalza a los hombres―

―Muy bien mi Señor, perdóneme. Llevo poco tiempo y aún hay cosas que no sé. Pero le aseguro que aprenderé para servirle siempre como usted quiera.―

Ni Andrea lo hubiese hecho mejor. Puse la copa en la mesa humana, casi en el centro, que se molestase avanzando el cuerpo para cogerla. Seguro que el Amo aprobaba lo que hice. Cualquier otro hombre de verdad se hubiese largado de allí y no seguir siendo rebajado de aquella forma. Pero era un traficante, y estos por dinero y por cuidar que no les diesen la paliza que merecen tragan con lo que sea. Miserable cobarde.

En silencio, sin mirar a Javier, sintiendo su asesina mirada en mi, volví descalza a arrodillarme ante mi señor. Mi dueño, y también de Javier que aguantaba tanta humillación. Pobre desgraciado. Sólo se atrevió ridículamente a decir, como quien puede seguir dándose importancia,

―Eso de tener descalzas a las hembras es algo que tenemos en común. A mi me gusta mucho. Julia lo sabe bien ― ¡ Julia ¡ Mi nombre, no Danessa como le prohibió el señor… Obediente como yo misma. Ago más que sumar a su poca valía como hombre.―

―Vaya, eso no lo sabía de vd. Y si, coincidimos en eso. La verdad es que me encanta tener a una mujer descalza para mi. Lo mismo que obligarla a llevar zapatos de alto tacón y por supuesto, fáciles de quitar en cuanto se le ordene. Precisamente hoy me la han traído para probarla. A ver qué tal la inversión que hemos hecho con ella. ¿ Y qué opina de sus labios? Perfecto el cambio ¿verdad? Ahora son más sensuales y deseables, más adecuados para mostrar las caricias que pueden ofrecer. Y ya ve su pelo, me encanta el negro intenso en el cabello de una mujer. Aún no la he visto desnuda, me gusta que me la traigan elegante y recrearme en verla desnudarse.―

Tímidamente, avergonzado, respondió como rastrero adulador,

―Le gustará, Ernesto. Tiene un bonito cuerpo. Lástima haberlo perdido―

―Bueno, tranquilo. Todo tiene siempre alguna solución. Y si, adivino sin verlo que debajo de esa ropa hay un precioso cuerpo de hembra. Y además exquisito, como ya he comprobado antes cuando la toqué. Pero mejor si la vemos y nos sirve desnuda ¿no le parece?―

―Suya es Ernesto, como vd quiera―

―Pues si. ¡Desnúdate Julia!―

―Si, Amo. Como usted mande―

Lentamente, muy lentamente, empecé por dejar caer el vestido, a continuación el liguero y las medias, sin dejar de mirar con lujuria al señor… Me avergonzó que le hablase de la exquisitez de mi cuerpo al tocarme; daba por hecho que me encontró muy excitada. Pero por otro lado, mejor. Que viese que no me excitaba sólo con él.  Que ya tenía a otro hombre que me diese el placer del que tanto presumió siempre conmigo. De acuerdo, él fue quien descubrió mi ardiente naturaleza sexual, pero no se conformó con que fuera sólo para él… Ahora que sufriese las consecuencias como yo misma y durante tanto tiempo tuve que soportar de él.

Una vez completamente desnuda para el señor, ignorando deliberadamente a Javier, puse mis manos atrás a la espera y disposición de lo que quisiera el mismo Amo disponer de mi.

Sentía en mi la atenta e insistente mirada de aquel que, sin duda, pasaba por el amargo trago de verme obedecer a otro y además conforme con ello por no desairar al hombre que le tenía en sus manos… Tan sometido y dócil como yo misma.

―¡ Acércate ¡― Me apremió además con un gesto de su mano. Obedecí e inmediatamente pasó a “reconocerme” en cada centímetro de mi cuerpo. A continuación volvió a palpar mi humedecida vagina metiendo dos de sus dedos en ella. Durante unos segundos se entretuvo en explorarme bien.

―Exquisita.. Exquisita y deliciosa hembra, si señor. ¡ Tráeme la llave ¡ La verás sobre mi mesa―

―Enseguida Señor―

En cuanto dejó de tocarme cuanto quiso, me arrodille antes para limpiarle sus dedos con mis labios y manos hasta dejarlos bien secos. Norma que Javier debía conocer y estaría sufriendo ahora. Jamás disfruté tanto aún siendo la dócil esclava de un extraño. Luego fui a por su llave.

Descalza y de puntillas, como me instruyeron para darle en las narices a Javier fui a por la llave del señor. Regresé y se la entregué de rodillas, luego me incorporé poniendo mi vientre a su alcance, adelantándolo levemente para facilitarle la labor de abrirme.

Oí de nuevo el clic del incómodo candado al abrirse y me lo entregó. Debía tenerlo en mi mano o a su alcance hasta que me fuese puesto de nuevo.

Mientras charlaba de nuevo con Javier volvió a recrearse de nuevo en tocarme, ésta vez sin el estorbo del candado. Ahora hacía gala más claramente de su propiedad. Ya sin el candado, quedaba libre y expuesta a todo cuanto el señor quisiera de mi. Tanto él como cualquier otro hombre, claro que con su consentimiento si él estaba presente, como ahora era el caso.

―Desde luego debo reconocer que tiene vd. Buen gusto. La hembra es excelente; si acaso un pequeño retoque en las tetas –que me magreó a conciencia― y quedará perfecta―

Aquello me asustó ¿qué era eso de retocarme las tetas?.. Ya me aterraba la marca a fuego que iba a sufrir. ¿También los pechos? A mis cuarenta y tres años no eran los de una niña de veinte pero tampoco estaban mal. A todos los hombres parecía gustarles y mucho. ¿A qué someterme ahora a una nueva tortura? ¿Iban a operarme también los pechos? Las exigencias de ese hombre no acabarían nunca.. Querían transformarme del todo.

No sé si consciente o inconscientemente Javier vino en mi ayuda mientras el amo seguía tranquilamente sobándome arrodillada ente él.

―No veo qué retoques necesita Ernesto. Esas tetas han sido siempre muy apreciadas por mis clientes y amigos―

―Ya, y no lo discuto. Pero personalmente me gustan más firmes, más elevadas. Están muy bien para su edad, pero ya le digo, las prefiero más vistosas y expuestas. Además será poca cosa, creo que nuestro experto en ésta materia no tendrá dificultad alguna. Viéndola por los vídeos ya lo hablamos y me aseguró que sólo será cuestión de estiramiento de músculo pectoral o algo así. Poca cosa..―

―Bueno, como ya le dije antes, suya es Ernesto; y puede hacer lo que quiera. Desde luego estará más atractiva aún―

―Eso no lo dude amigo.. Seguro que si. Pienso realzar mucho más la belleza de esta hermosa hembra. De nalgas, muslos y piernas no tengo queja. Están muy bien. Sólo algo mas firmes esas tetas y con esos labios será la esclava y puta que me gusta―

Le hablaba en tono irónico y sobre todo, posesivo. Enfatizando con sus palabras y toqueteos en mi cuerpo, que ahora yo le pertenecía a él. Presumiendo de ello abiertamente y para mayor humillación del otro… Y como no, mía. Parecía estar hablando de una yegua de sus cuadras.

Yo sufría de nuevo el horrible temor que suponía que transformasen mis pechos. Siempre tuve pavor a que me operasen por insignificante que fuera esa intervención. Ya me extrañaba que mujeres incluso mayores que yo mostrasen en el harén tan hermosos y atrayentes senos. Era una hembra más y tendría que someterme a lo que fuera para estar a la altura de las exigencias del señor. Como todas las demás.

Seguía tocándome a su gusto, indolentemente, acostumbrado a tener en sus manos el cuerpo desnudo de una mujer, como si acariciase a su perro mientras hablaba. Hasta que de pronto recibí una ligera palmada en mis nalgas, señal de que ahora debía acariciarle yo.

Puse mi mano en su bragueta y le inicié un suave masajeo. No tenía una erección muy fuerte (hacía poco que había eyaculado en la boca de Andrea) pero sí notable y caliente. Desnudarme, quitarme el candado, darme órdenes le habían excitado de nuevo; y más aún ante la pasiva e impotente presencia de aquel al que a toda costa quería fastidiar cuanto pudiese.

De soslayo miré a Javier sintiendo su malestar y nerviosismo. Jamás hubiésemos imaginado ni él ni yo, esa situación. Seguí acariciando delicada y dulcemente el miembro del señor que, lentamente, se endurecía.

―Por cierto, tengo entendido que guardaba vd. material gráfico con el que sometió a esta hembra―

―Bueno si, pero debe vd saber que lo entregué aquí como garantía de su obediencia―

―Ya, y supongo que no habrá copias que vd. mismo o terceros puedan sacar a la luz―

―Por supuesto que no. Con ese material iba mi palabra de que por mi parte nada más que vd. dispone de esas imágenes. Así que en ese sentido puede estar tranquilo―

―Mire, yo estoy perfectamente tranquilo. La hembra sabe perfectamente que he pagado una cuantiosa suma de dinero por ella y que debe obedecer, disponemos aquí de otros medios para recordárselo. Quiero decir, no necesito ese material para poseerla, es sólo que no quiero que nadie más lo tenga ni pueda ejercer sobre ella ninguna clase de extorsión.. ¿Queda claro?―

―Muy claro, Ernesto. Ni tengo más grabaciones, ni pensé en ningún momento tal cosa una vez que las entregué―

―Promete vd. entonces que no hay más imágenes de ella ni en vídeos ni fotos y que de haberlas, serán para uso exclusivo suyo y, si así fuera, yo le aconsejaría que las destruyese. Pueden caer en manos de algún desaprensivo, de alguien que quiera obtener algún beneficio con ellas, y si eso llegara a ocurrir yo le haría directamente responsable a vd. ¡ Sea quien sea y cómo sea.  Ahora esta mujer me pertenece y si se la ve en algún medio público o cualquier otro que yo no haya autorizado expresamente lo consideraré un segundo engaño además de una grave falta de respeto por su parte y, créame, puede vd. pasarlo muy mal; aunque esté entre rejas, se lo aseguro. ¡ ¿Me he explicado lo suficientemente bien? ¡―

―Muy bien. Pero yo no le engañé, simplemente el negocio no salió como yo quería―

―Bueno, vamos a dejarlo en “omisión”. Omitió vd. decirme que el dinero iba destinado a tráfico de drogas, en cuyo caso no hubiese vd. obtenido ni un céntimo. Así que considero su proceder poco honesto. De ahí que le insista en que ponga mucho y especial cuidado en que no existan copias de lo que grabó vd. con esta mujer. Porque, en otras palabras, estaría vd. jugando con fuego. Olvide a esta hermosa hembra hasta que yo decida dejarla libre. A partir de ahí, lo que ustedes, ella y vd. decidan hacer no es cosa que me importe.―

―Le repito que no pienso hacer nada de lo que teme.. No hay más grabaciones―

―Y yo le repito que no temo nada. Es vd. quien debe temer―

Más claro no pudieron quedarle las cosas a Javier. Y a mi, que al menos por él podía sentirme tranquila. El tono de su voz, las advertencias que recibió, me dejaron todo lo tranquila que el Amo me prometió.. Ahora me quedaba el miedo a éste y todo cuanto quisiera hacer de mi.

―Bien señor Hernández, si me disculpa un momento; necesito ir al baño―

―Claro, naturalmente Ernesto―

El señor se levanto y como era mi obligación le seguí. Sentía en mi espalda la envidiosa mirada de mi “ex dueño”.

Nada más llegar al lujoso cuarto de baño, el señor se plantó frente al inodoro esperando a que le sirviera. Me arrodillé, desabroché su bragueta y le extraje su pene del pantalón. De rodillas mientras él orinaba, la mantenía con mis dedos apuntándola al centro del inodoro. Soltó un grueso chorro de orín que me salpicaba finas gotas en los pechos y cara.

Me sentí agradecida por cómo derrotó a Javier y algo así como orgullosa de cómo defendía su propiedad, a mi. Pero volvió la humillación y degradante vejación a la que de nuevo me veía sometida: Haber caído hasta allí, arrodillada a los pies de un hombre mientras meaba. Esperando a que acabase para limpiarle con mi boca. Con la total y absoluta sumisión femenina no había concesiones. Y menos ahora, que de seguro estaría pensando que yo  debía estarle agradecida por “protegerme” de un desalmado.

Y así lo demostró: En cuanto acabó, y como si de otra pieza más del lujoso baño se tratara, giró levemente su cintura y me la llevé a la boca para limpiarle. Chupaba y tragaba sus restos complaciéndose el hombre un buen rato en dejarla volver a crecer. Por momentos la sentía en mi boca cada vez más grande y dura.

Le terminé de secar en mis pechos, se la volví a meter en el pantalón, no sin dificultad por la nueva erección, y regresamos al despacho―salón. No pasaría mucho tiempo sin conocer el sabor de su semen.

Volvió a sentarse el señor en su sillón y nada más arrodillarme junto a él me ordenó servirles otra copa a ambos. Volví a levantarme y dirigirme de nuevo al bar cuando Javier negó su copa,

―Yo se lo agradezco Ernesto, pero debo irme. Tengo bastantes asuntos pendientes. Si necesita algo más de mi, no tiene más que llamarme―

―Muy bien, como quiera. Y no, excepto la devolución del dinero en el plazo que hemos acordado, espero no tener que volver a llamarle… Julia le acompañará a la salida. Así podrán despedirse definitivamente―

―Gracias―

En su lugar, cualquier hombre hubiese rechazado el ofrecimiento de que le acompañase. Algo querría decirme a solas cuando lo aceptó.

De nuevo junto al Amo, me arrodillé para servirle su copa cuando éste me ordenó,

―Dame ese candado y vístete. Y ya has oído, acompáñale a la salida―

―Bien mi señor. ¿Me lo pongo todo?―

―No, sólo el vestido y los zapatos. Te quiero aquí en diez minutos―

―Bien Amo, como usted mande―

Dicho eso, le entregué mi candado con el que de nuevo quedé cerrada a todo hombre que no fuera él… No era sino otra forma más de humillar a Javier, que le acompañase cerrada; colocándome él mismo el cierre que me hacía sólo suya advirtiendo con ello de que a partir de ese momento nadie podía disponer de mi para nada, incluyendo como no al propio Javier por muy dueño mío que fuese anteriormente..

Me puse el vestido y los zapatos y esperé a que ambos se despidiesen. Una vez en el pasillo Javier no perdió el tiempo,

―Pienso sacarte de aquí en cuanto arregle algunos asuntos―

―No te molestes en eso. Tú ya tienes bastantes problemas por lo que veo― quise dejarle bien claro mi falta de respeto al tutearle, cosa que no le afectó y que demostraba una vez más su desesperada situación―

―Van a marcarte a fuego y a operarte las tetas―

―Ya, ¿y eso te preocupa mucho verdad? ¿Es que acaso no lo sabías? Todas las mujeres aquí están marcadas a fuego como animales; y aquí me trajiste tú….―

―Lo siento, pero te aseguro que llegado el momento no lo hubiese permitido―

―Mira Javier, soy esclava y puta. Lo que tú has hecho de mi, pero no soy tan estúpida como para seguir creyendo tus mentiras. Y ahora tengo que irme, ya has oído al señor: “diez minutos”, quiero obedecerle y estar ante él incluso antes.―

―Está bien nena. De todas formas vendré a por ti en cuanto pueda. Te lo juro―

―¿Quieres ayudarme de verdad?―

―Te lo estoy diciendo preciosa―

―Pues entonces ayúdame compensándome de lo mucho que me has hecho sufrir. Olvídate de mi; olvida incluso que alguna vez haya existido para ti. Con no volver a verte, sólo con eso, ya me sentiré tranquila y hasta feliz. En cuanto a salir de aquí, no te preocupes tanto por mi. No estoy tan mal, tengo buenas amigas y el Amo me protege..! Adiós y buena suerte !

Le dije aquello mirándole directamente a los ojos para que no le quedase ninguna duda respecto al desprecio que sentía por él.

Ni siquiera llegamos a la salida. En la misma puerta de los ascensores me giré dándole la espalda y volví al despacho del señor.

Sentía su mirada en mi cuerpo, su imperioso deseo de tenerme ahora que no podía. La impotencia de no poder evitar perderme despertaba aún más su lujuria; su vicioso deseo sexual que hasta le hacía olvidar los graves problemas que tenía encima. Olvidar incluso cómo le humillaron.

A pesar de la lujuria que le poseía, noté en su mirada algo como de tristeza que me hizo sentir compasión por él. Hasta ese punto llegaba en mi estupidez (o noble corazón según decían de mi) que incluso trastabillando con aquellos incómodos tacones, prácticamente desnuda y de nuevo en camino de satisfacer los vicios sexuales de mi nuevo dueño y de otros muchos hombres, casi quise olvidar que mi nueva y degradante vida se la debía a él…

Volvía a mis obligaciones como esclava. Una esclava sexual, doméstica y para todo lo que desearan de mi. Una esclava dolorosamente real. Y más doloroso aún y ahora, sin el consuelo y apoyo del amor… ¿Cómo iba a soportarlo?

CONTINUARÁ…

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