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Tiempo perdido (09)

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Después de aquel fantástico Día de Reyes (por la tarde había conseguido follar con mi prima en el dormitorio de arriba del chalet mientras toda nuestra familia estaba en la planta baja y luego había pasado mi primera noche entera junto a mi madre) ya eran tres las mujeres de mi propia familia con las que mantenía relaciones sexuales. Por un lado estaba mi madre. Ella sabía lo de mi tía y unos días más tarde supo lo de mi prima. Bárbara sabía que me tiraba a su madre, mi tía, pero de lo de mi propia madre no tenía ni idea. Y luego estaba mi tía Raquel que pensaba que ella era la única con la que follaba.

En unas semanas me di cuenta que era un ritmo que no iba a poder soportar. Demasiado sexo para mi. Y demasiada tensión también porque con todas ellas me tenía que esconder del resto del mundo y de ellas misma también. Para que entendáis a lo que me refiero os contaré lo que pasó en concreto un viernes.

En lo que iba de semana había follado un par de veces con mi madre, otras dos con mi prima y a mi tía sólo la había podido ver una vez, la tarde-noche del miércoles. Y curiosamente, el jueves no había podido ver a ninguna de las tres. Bueno, a mi madre si la había visto pero no había podido hacer con ella absolutamente nada.

Aquella noche, en un breve momento de intimidad que tuvimos, ella me sugirió que a la mañana siguiente, me fuese a acompañarla a la oficina. Solía llegar de las primeras y su despacho, algo apartado y aislado de los demás puestos de trabajo podía ser un buen lugar para tener un "encuentro" de esos que ansiábamos. Así que al día siguiente, me levanté a las siete y media con una erección de campeonato. Fui a la cocina y allí estaba mi madre, ya vestida, desayunando. Mi hermana dormía y mi padre estaba en el baño. Nos saludamos con un buen morreo. Cuando mi padre salió del baño entré yo y mientras me duchaba, me la zurré pensando en mi madre, recordando el polvo de unos días antes.

Mi casa estaba como a media hora en metro de la oficina de mi madre, en pleno centro de Madrid. Y a esas horas el metro iba abarrotado de gente. Poco a poco, nos fueron echando a mi madre y a mi contra el rincón de modo que acabamos aplastados el uno contra el otro, de cara. Nos miramos sonriendo. La situación no podía ser más curiosa. Mi madre y yo, amantes, que íbamos a su oficina dispuestos a follar sobre una mesa de un despacho o sobre un sofá, nos veíamos ahora obligados a estrujar nuestros cuerpos entre si por la cantidad de gente que nos rodeaba pero no podíamos hacer nada.

Pero la situación se empezó a convertir en excitante. Del contacto del cuerpo de mi madre contra el mío, la polla se empezó a poner durísima. Y mi madre, atrevida y puta, no se le ocurrió otra cosa que ponerme la mano encima del paquete aprovechando el tumulto. Por la posición en que nos encontrábamos, era imposible que nadie pudiese ver su mano acariciar la polla de su hijo, yo. Y eso fue lo que hizo. Durante el trayecto de tres estaciones, mi madre estuvo sobándome la polla por encima del pantalón en mitad de un vagón de metro abarrotado. Yo la miraba y sonreía nervioso porque no me creía lo que estaba haciendo. Hablaba de cualquier chorrada y mientras no dejaba de apretarme el paquete y deslizar su mano por encima del vaquero.

Pero es que en la parada anterior a la nuestra, mi madre logró darse la vuelta con la excusa de que teníamos que salir. La fuerza con la que estábamos apretados el uno contra el otro era la misma, pero esta vez era su culo lo que yo notaba apretarse contra mi polla. Y mi madre aprovechaba magistralmente el movimiento del vagón para frotarse contra mi. Si lo hubiese hecho un poco más, os juro que me habría corrido. Notaba sus nalgas frotar mi rabo y como a veces se encajaba en su rabadilla y me parece increíble que no me llegase a correr. Estaba a punto de perder el control y por eso, con la mano izquierda, empecé a sobarla el culo. Estrujé sus nalgas al mismo tiempo que ella se frotaba contra mi.

Salimos del metro excitadísimos. No nos dijimos nada, sólo nos mirábamos y nos reíamos. En el ascensor subimos con más gente así que intercambiamos unas fugaces miradas de deseo. Entramos en la oficina y parecía que aún no había nadie. Llegamos a su despacho y ella cerró la puerta. Se volvió hacia mi apoyándose en la pared. Yo me acerqué a ella. Los dos sonreíamos. Nos morreamos. Nuestros labios se frotaron con pasión y nuestras lenguas intercambiaron fluidos. Mientras, mi mano derecha fue ganando posiciones. Al principio, debajo de la chaqueta del traje de mi madre. Luego, desde la cintura y por dentro de la blusa hasta llegar a la parte baja de sus tetas.

-Espera, espera –me dijo mi madre separándose de mi. Me cogió de la mano y me llevó hasta la sala de juntas. En la oficina seguía sin haber nadie. Cerró con llave y luego se sentó sobre la mesa, que tenía el tamaño de cuatro cinco camas de matrimonio juntas. Yo puse mis manos en su cintura y volvimos a besarnos.

-Una vez pillé a mi secretaria follando aquí y desde entonces he fantaseado con hacerlo sobre esta mesa –me dijo señalándome aquella enorme tabla de madera que parecía haberse convertido en un picadero. Yo sólo sonreí y volví a besar a mi madre en la boca. Ella, hábilmente, metió su mano derecha entre nuestros cuerpos y me acarició la polla por encima del pantalón.

-Me he puesto cachondísima en el metro, Creí que te follaba allí mismo, delante de todo el mundo –me dijo riéndose.

-Yo creí que me corría. Eres una puta, mamá. Una gran puta a la que no puedo dejar de follar –mientras le decía esto, ella había desabrochado mi pantalón y unos segundos después, me masturbaba ya con la polla desnuda. Yo la hice recostarse sobre la mesa, apoyándose en sus codos, con las piernas colgando. Con parsimonia le fui subiendo la falda, disfrutando del tacto de sus muslos en mis dedos, hasta que no le quedó nada de ropa por debajo de la cintura después de que, con la misma lentitud, le hubiese quitado las bragas. Entonces me arrimé a la mesa, la agarré por las caderas y la atraje hacia mi. Nos quedamos mirándonos a los ojos sin decir ni hacer nada hasta que de un violento empujón le clavé la polla a mi madre en su rajita.

-¡¡Oooooooooooooh!! –exclamó ella echándose hacia atrás hasta quedar totalmente tumbada sobre la mesa. Empecé a follármela lentamente, metiendo y sacando con tranquilidad, disfrutando cada centímetro que mi verga recorría dentro del coño de mi madre, ya fuese para salir o para entrar.

Me incliné ligeramente sobre mi madre y la abrí la blusa para liberar sus tetas. Pero sin embargo, el verla allí espatarrada, a medio vestir o a medio desvestir, según se miré, con la falda remangada, la blusa abierta y el pequeño sostén negro al aire, me excitó más que verla desnuda completamente así que volví a agarrarla de las caderas y a continuar mi follada.

-Oooooh, que bien amor, que bien, no pares, no pares –me decía mordiéndose el labio inferior y restregándose las manos por las tetas y el vientre. No podía más. Mi madre se corrió y se sacudió sobre la mesa de juntas mientras yo notaba cada vez más inminente mi orgasmo... hasta que sucedió. Un enorme chorro de leche salió de mi polla llenando a mi madre. Yo me retiré agotado y mi madre parecía muerta de placer. Pero que va, estaba desbocada del todo. Se incorporó violentamente y me metió la lengua en la boca.

-Cómeme, hijo, cómemelo ahora mismo, necesito correrme, quiero que me mates a orgasmos, mi amor –yo flipé un poco porque me dio la sensación de que mi madre estaba ansiosa de verdad, que necesitaba correrse casi como respirar. Así que me arrodillé y coloqué sus piernas abiertas sobre mis hombros y metí mi cabeza entre ambas. Ayudándome con los dedos, separé sus labios y primero a pequeños lametones y luego metiendo la lengua en su rajita todo lo que me daba de sí, empecé a comerle el coño a mi madre que enloqueció sobre la mesa. Más tarde me confesó que lo del metro le había puesto más cachonda de lo que nunca había estado y que podía haber estado follando días seguidos de las ganas que tenía.

Me agarró del pelo y me forzaba a meter más la lengua. Gemía y murmuraba cosas ininteligibles. No es la vez que mejor la comí el coño pero desde luego si que fue una de las que ella más lo disfrutó. Después de un segundo orgasmo que me dejó la cara empapada de sus jugos vaginales, me incorporé y pude ver la cara de inmensa felicidad y placer de mi madre. Volvimos a besarnos con pasión, frotando nuestras lenguas.

-Me vuelves loca, cabrón, estoy caliente como nunca, hijo. Te follaría a todas horas –yo sonreí.

-Y yo mamá, me gustaría estar siempre metiéndotela, comiéndote. Eres increíble.

-Si, mi amor, soy tu puta, soy la zorra de mi hijo –volvimos a morrearnos y en ese momento un violento golpe nos asustó. Alguien intentaba entrar en la sala de juntas. Al ver que la puerta estaba cerrada, una juvenil voz femenina gritó:

-¿Hay alguien ahí?

-Si, Silvia, soy yo, ahora salgo –mi madre me miró haciéndome un gesto para que me vistiese velozmente. Sólo tenía que subirme los pantalones y los calzoncillos y colocarme un poco la ropa para que no despertase sospechas así que disfruté de la imagen de mi madre poniéndose las bragas y abrochándose la blusa. Era la primera vez que habían estado a punto de pillarnos follando y resultaba muy excitante.

Salimos y nos encontramos con Silvia, la secretaria de mi madre. Como os lo cuento. Silvia era un cañón de chica. 1’75, aproximadamente, rubia natural con una larga melena lisa, ojos grises y grandes, una cara preciosa con una leve expresión de lujuria, eso que cuando es más acentuado los más machistas llaman "cara de chupapollas". Y su cuerpo un escándalo. Llevaba una camiseta ajustada de manga larga y un pantalón de traje. Tenía unas tetas que se adivinaban perfectas, redondas, grandes, firmes... una tripa lisa, un culo ligeramente respingón pero igualmente firme. Sobre sus piernas en ese momento no pude opinar porque el pantalón la quedaba holgado pero era fácil intuir que sus muslos debían ser preciosos y que con minifalda debía resultar irresistible. En definitiva, el tipo de mujer a la que todos se vuelven a mirar cuando se la cruzan por la calle, el tipo de mujer que a ninguna pareja le gusta que tengas por amiga.

Mi madre nos presentó y se excusó diciendo que no se había dado cuenta que la puerta se había cerrado, que estaba enseñándome la oficina.

-Encantada –me dijo Silvia dándome dos besos. Yo aún estaba un poco descolocado. Hacía sólo tres minutos le estaba comiendo el coño a mi madre, un minuto antes casi nos pillan a mi madre y a mi haciéndolo y ahora me encontraba con aquella belleza que no esperaba. Comprender que no supiese como reaccionar.

Entramos en el despacho y mi madre cerró. Yo me volví a ella.

-¿De dónde la has sacado?

-Te gusta ¿verdad? Tiene loca a toda la oficina.

-Pero tú la has visto, está buenísima –mi madre se acercó bastante a mi, hasta dejarme sentado sobre su mesa... y ella a escasos veinte centímetros.

-¿Más buena que yo? ¿eh? ¿te gusta más mi secretaria que tu madre?

-No mamá, tú eres la mejor, la que más buena está –los dos sonreímos y nos besamos.

-Pero te gustaría follártela ¿verdad? Te gustaría joder con mi secretaria ¿a qué si? –yo sonreí y asentí –lo sabía. Todos quieren follársela –entonces recordé algo.

-¿Fue a ésta a la que pillaste follando en la mesa de juntas?

-Si, a ésta –mi madre sonrió y se me adelantó en mi propuesta –quieres que te lo cuente ¿verdad?

-Por favor, si –dije yo sentándome en la silla. Mi madre se quedó sentada en la mesa.

-Tampoco hay mucho que contar. Hace dos o tres meses, antes de Navidad, bajamos todos a comer. Silvia se subió antes para terminar algo que se había dejado a medias. Debió encontrarse con Segura, una de los jefazos, un tío casado con cuarenta y pico años y se liaron. Yo subí antes que el resto de la gente, un poco después que Silvia y al entrar no la vi pero oí un ruido en la sala de juntas y me acerqué. La puerta estaba entreabierta y allí estaban. Silvia tumbada sobre la mesa, exactamente en la misma postura que hace un poquito me has estado follando tú a mi. Tenía la camisa quitada y la falda por la cintura. Debo confesar que pocas veces he visto unas tetas más bonitas que las de Silvia. Se bamboleaban pero mantenían su forma perfecta. Y Segura yo creo que no podía ni imaginar que se estuviese tirando a ese bombón. La miraba absorto mientras se la metía. Puto baboso, la de veces que ha querido joder conmigo... el caso es que Silvia me vio, pegó un respingo, Segura se asustó y yo pedí perdón y me fui. Al rato entró Silvia y me explicó que era la primera vez que lo hacía con Segura y que no sabía porque lo había hecho y que no quería volver a hacerlo y que por favor la guardase el secreto.

Yo me quedé un poco desconcertado por el relato de mi madre. Primero porque imaginarme a Silvia follando me había excitado. Y lo más raro, el comentario de mi madre de que uno de sus jefes se la quería follar, me había hecho darme cuenta de que mi madre estaba tan buena que había tíos por ahí queriendo meterse entre sus piernas pero que ella me había elegido a mi, su hijo, como amante.

Había llegado la hora de marcharme. Poco a poco la oficina se había ido llenando de gente. Mi madre y yo nos dimos un buen pico antes de salir del despacho. Cuando estábamos fuera, ella llamó a Silvia.

-Silvia ¿te importa acompañar a mi hijo a la salida?

-No, sin problema –y allí me fui, acompañado de Silvia, despidiéndome de mi madre. Me despedí de Silvia en la puerta con dos besos y me fui a clase totalmente nuevo. En unas horas había echado un gran polvo con mi madre y había conocido a una de las chicas más guapas y más macizas que había visto jamás.

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