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Mi adolescencia: Capítulo 25

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Puede que hasta ese momento mi mundo se hubiese regido por la sensualidad y el deseo, es decir, el provocar y estimular con juegos, fantasías, fetichismo y encuentros el deseo de la otra persona, pero ahora solo se regía por la sexualidad y por el placer del acto sexual. En cierta manera quería que siguiesen por siempre los juegos y las fantasías light para hacerle sufrir y potenciar su líbido, pero no podía negar que en esos momentos estaba tan necesitaba de sexo como él (bueno, quizás no tanto). Me estaba descubriendo a mí misma una faceta mía totalmente desconocida y eso me desconcertaba. Si se piensa fríamente era realmente sorprendente: yo que siempre había disfrutado tantísimo con los preliminares y los jueguecitos light de las fantasías ahora solo quería todo lo contrario, es decir, ir directamente al grano, ir directamente al acto sexual y dar rienda suelta a mi sexualidad. Era como si tras tantísimos meses (incluso años, recordemos que esto empezó con Edu a los 14 años) ya hubiese rebosado el vaso de toda la sensualidad acumulada y ahora necesitase exprimir todo el deseo acumulado y expulsar toda la líbido contenida dentro de mí. Me sorprendí muchísimo a mí misma de cómo fui consciente de mi propia sexualidad y una vez más me maravillé de la infinita paciencia que había demostrado Rafa durante tantísimos meses. 

¿Qué ocurrió a partir de entonces? Pues algo que jamás pude imaginar, es decir, que nuestros encuentros todas las tardes se convertían en un manantial de follar (por utilizar una expresión que utilizaría un chico) y que durante varios días no hicimos otra cosa que practicar sexo sin parar (una tarde incluso lo hicimos hasta tres veces y todas ellas de igual intensidad y fogosidad). Rafa se desfogaba todas las tardes como si la vida le fuese en ello (eso sí, siempre con preservativo) y yo me relajaba para disfrutar esos momentos tan excitantes y eróticos. Era puro fuego nuestros encuentros. La ropa, una vez que entrábamos en el gimnasio, no nos duraba ni 10 segundos y desde el primer instante todo era pasión, deseo y entrega. En parte era lógico, habían sido tantos y tantos meses de espera, sufrimiento y paciencia que ahora Rafa quería desahogarse sexualmente con una fiereza, brutalidad y salvajismo animal. No recuerdo que en ningún momento parase ni por un segundo ni para respirar. Solo deseaba practicar sexo sin parar y saciarse una y otra vez. Y lo mismo se podía decir de mí. Sí, de mí, quien me había visto y quien me ve. Pasar de la virginidad más brutal (si exceptuamos la inolvidable con Edu) a estar todos los días haciéndolo y disfrutándolo. Cierto que ya no era una niña, ya tenía 17 años y me consideraba muy adulta y madura, pero muy dentro de mí siempre estaba esa niña de 14 años que se excito con las caricias de Edu mientras se hacía la dormida y que ahora necesitaba disfrutar esa sexualidad contenida. 

Nuestros ardientes y eróticos encuentros duraron aproximadamente unos 9 ó 10 días. ¿Por qué no siguieron? Bueno, sí que siguieron pero ya no en el gimnasio. Serían mediados de Septiembre y yo le dije a Rafa que al día siguiente no podía quedar puesto que había quedado con Jennifer para ir de compras y que queríamos estar toda la tarde. Él me miró con cara crispada y frustrada ¿cómo podría estar frustrado si llevada 10 días consecutivos practicando sexo sin parar? El hecho es que me comentó: “Y ya que te vas de compras porque no vamos los dos juntos y así te digo lo que te queda bien y lo que no”. Le dije que no, porque ya me había comprometido con Jennifer y no iba a cambiar mis planes. Eso le contrarió un poco pero acabó aceptándolo. Por lo que al día siguiente me fui de compras a las tiendas de ropa y ciertamente me lo pasé muy bien. Fueron horas de una tienda a otra aunque finalmente no compré casi nada. En determinado momento me acordé de las palabras de Rafa. Resonaban en mi cabeza lo de “así te digo lo que te queda bien y lo que no”. Eso me daba morbo, eso me excitaba, el que Rafa me acompañase a probarme ropa tenía cierto tono fetichista que me daba morbo y que me gustaba. Pensaba que ahí podría salir mucha motivación sensual fetichista para ambos y que eso recargaría las pilas de nuestro deseo (aunque en aquellos días era de tal fogosidad que no necesitaban recargarse), pero sí que me excito esa idea de estar en un probador con Rafa y que me probase ropa junto a él. Y, a pesar de estar saciada sexualmente, necesitaba de nuevo volver a saciarme también intelectualmente con los jueguecitos fetichistas.

Pero mis intenciones tendrían que esperar, pues nuevamente Jennifer insistió en ir de compras al día siguiente dado que no habíamos comprado ninguna de las dos nada destacable aquel día. Por lo que mi intención de ir con Rafa tendría que posponerlo al menos un día más. Aquella tarde Jennifer sí que acabó comprándose cosas pero yo no pues me reservé para el día siguiente. Con la excusa de que nada me convencía del todo fue desechando todo lo que Jennifer me decía que me quedaba bien (y lo cierto es que me quedaba bien, pero quería que Rafa fuera el que me lo dijese). Finalmente llegó el tercer día de compras y se lo propuse por SMS a Rafa. Por un instante me planteé que a lo mejor no quería venirse de compras y que lo que dijo el otro día lo dijo solo en un momento de pasión. Al fin y al cabo los chicos siempre se suelen aburrir mucho cuando van de compras con las chicas y no quería que eso se convirtiera en un suplicio para Rafa. Pero todas mis dudas se disiparon cuando en pocos segundos me contestó al SMS. Por lo que nuestra gran día de ir de shopping iba a desarrollarse por fin. 

Y hay que reconocer, una vez más, cómo me conoce Rafa y cómo sabe lo que quiero oír en cada momento. Pues pasó a recogerme a la puerta de mi casa y nada más verte me piropeó diciendo: “no sé porque realmente tienes que comprarte ropa nueva porque con lo que llevas ahora estás preciosa y buenísima”. Sé que exagerada, pues al fin y al cabo me acuerdo perfectamente que llevaba una sencilla camiseta a rayas y unos pantalones negros, pero agradecí tales halagos. Ambos sabíamos, por lo mucho vivido a lo largo de tantísimos meses, que el factor fetichista era muy importante para los dos y que a él le motivase mi ropa era un aliciente esencial para seguir alimentando nuestros encuentros y fantasías. Cierto que nuestras relaciones habían subido a un nivel sexual más explícito, pero yo quería recuperar ese ingrediente del deseo fetichista que tan buenos resultados nos había dado en el pasado. Por lo que los dos, repletos de expectación, ilusión y entusiasmos nos adentramos en una interesante tarde de ir de compras. Y nuestra primera parada era una de mis tiendas favoritas: Ralph Lauren. 

Y sé sinceramente que desesperé al pobre Rafa, porque por su cara de agobio pude percibir que su intención era ir directos al probador. En cambio, me tomé mi tiempo y tardé bastante en decidirme qué quería probarme. No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que elegí lo que deseaba probarme (probablemente no llegara a la media hora) pero sí que fue suficiente para que la poca paciencia de Rafa estallase y se malhumorase. Pero me dio igual, yo estaba ahí para ir tranquilamente de compras, esa era la máxima prioridad y no contentarle a él. Cuando por fin me decanté por dos camisas y nos fuimos al probador él estaba cabreado, desesperado y crispado por tan larga espera (aunque insisto que fue menos de media hora). De todos modos dicho enfado le iba a durar poco. Me probé la primera camisa. Era una bonita camisa blanca a rayas. Y En cuanto me la probé y me miré en el espejo pude ver, aparte de lo guapa que estaba, cómo el enfado de Rafa desaparecía y se desvanecía dejando lugar a una amplía sonrisa. Rafa exclamó: “joder, si es que hacía meses que no te veía con camisa, ya se me había olvidado lo guapa que estás siempre en camisa y lo bien que te quedan”. Era cierto, durante el verano nunca me pongo camisas (ni siquiera de manga corta) pues me encantan las camisetas de tirantes o las camisetas normales, por lo que efectivamente hacía al menos 2 ó 3 meses que no llevaba ninguna camisa. Podía entender perfectamente que le gustase a Rafa así vestida, pues a mí también me gustan mucho más los chicos cuando van en camisa.

Dado que había despertado su interés, y que el efecto fetichista de las camisas le había encandilado, traté de echar más leña al fuego para potenciar el morbo de la situación en el probador. Por lo que dije: “¿te gusta de verdad cómo me queda?”. No me respondió. En vez de responderme se colocó detrás de mí y me empujó contra el cristal del probador. Colocó sus manos en mis pechos y empezó a acariciarme por encima de la camisa. Solo dijo una frase: “joder, con esta camisa yo creo que estás más guapa que con cualquier otra ropa tuya”. Nada más terminar esa frase se volvió extremadamente violento y vehemente. Me bajó con ímpetu el pantalón y el tanga que llevaba. Yo no quería eso. Quería excitarle en el probador pero que no pasásemos a algo mayor, que fuese todo light y nada de sexo. Trate de decir algo, pero Rafa me tapó la boca con la mano y sin ninguna consideración ni delicadeza empezó a penetrarte en la posición del perrito. Y encima sin preservativo. Desde que habíamos empezado a practicar sexo, salvo el primer día, habíamos utilizado siempre condón y no me hacía ninguna gracia que no lo usase. Me embistió salvajemente contra el espejo una y otra vez. Y yo no lo disfruté, porque por una parte quería hacer el menor ruido posible para que no nos oyesen en el probador, y por otra no me gustaba que fuera tan violento y salvaje yendo directamente al grano. 

De repente sacó bruscamente su pene de dentro de mí y me ordenó tajantemente: “venga, quítate esa camisa y ponte la otra”. Tuve unas ganas locas de mandarle a la mierda pues no me gustaba recibir ninguna orden de nadie, ni tampoco que fuera tan bestia y tan poco delicado. Habíamos perdido completamente el morbo de ir poco a poco y de jugar con la ropa. Se suponía que esto del probador era para que jugase y fantasease con la ropa que me estaba probando y no para practicar sexo a lo bestia sin tacto. Rafa se volvió más imperativo y volvió a decir: “venga, ponte la otra camisa”. No sé porqué le obedecí. Sinceramente no lo sé. Me quite la camisa a rayas y me puse la otra camisa (era de color rosa claro tirando a blanco) y en cuanto me la puse Rafa no me dio ni un respiro. Pues me cogió, esta vez por delante, me alzó con sus brazos, y me penetró por delante con la misma brusquedad, violencia y fuerza que antes. No sé como sus brazos podían sostenerme y aguantar todo mi peso, pues aunque a los 17 años estaba delgada sí que ya era bastante alta. Eso no pareció disuadirle, pues me penetró una y otra vez. Qué diferente era todo esto de todo lo que yo me había imaginado. Cierto que estaba disfrutando con el sexo, a pesar de la violencia de sus actos me proporcionaba mucho placer y gozo, pero yo además de eso quería el morbo fetichista de las camisas que me estaba probando. ¿Qué diferencia había entonces con lo del gimnasio si me estaba penetrando exactamente igual sin ningún morbo añadido? 

Aunque los polvos que me echó fueron muy intensos se caracterizaron por su brevedad, poco menos de 5 minutos con cada una de las camisas. Supongo que era por responsabilidad y porque sabía que si seguía dándole al tema acabaría corriéndose y eso era un riesgo impresionante al hacerlo sin preservativo. Una vez que salimos del probador me dijo: “¿te vas a comprar las dos camisas?”. Yo le contenté que no, que aún quedaban muchas tiendas por ver y mucha ropa por la cuál decidirme. Y en ese momento él fue tajante: “me da igual que vayamos a más tiendas. Estás buenísima con estas dos camisas y te las vas a comprar. Estas te las regalo yo. No se hable más. Me encantará regalártelas”. Le dijo que no, que ni hablar. No iba a permitir que me regalase nada y menos unas camisas caras de Ralph Lauren. Eso sería como confirmar que éramos novios y, aunque no sabía exactamente lo que éramos Rafa y yo, lo que sí tenía claro es que no éramos novios formales. Pero no me hizo ni puto caso, cogió ambas camisas y se fue corriendo hacía la caja. Antes de que pudiera alcanzarle ya estaba pagándolas. Él me sonrió: “tranquila, queda mucha tarde, las siguientes las pagas tú. Además, nos quedan muchos probadores todavía”. No me hizo nada de gracia ese comentario. Me sentí ofendida. Me sentí como una puta a la que pagaban por sus servicios y que debía seguir ofreciendo esos servicios sexuales. Me cabree tanto que ni siquiera cogí la bolsa y me fui de allí diciéndole a Rafa: “No quiero volver a saber nada más de ti. No vuelvas a llamarme para nada. No quiero volver a verte”. La última imagen que tuve de él fue con la bolsa de la compra en la mano en la puerta de la tienda mientras yo me alejaba enojada al máximo.

No puedo ni describir el cabreo que me acompañó durante los siguientes días. Quise olvidarme de Rafa para siempre y pasar de él de una vez por todas. Puede que le hubiese hecho sufrir sexualmente durante muchísimos meses y que había demostrado una paciencia infinita siempre. Pero en nuestros últimos encuentros se había pasado muchísimo y era ya hora de pararle los pies de una vez por todas. Me había cabreado en exceso y no quería volver a verle. Aunque lo cierto es que según fueron pasando los días el cabreo fue disminuyendo. De todos modos mis pensamientos empezaron a estar en otra parte. ¿En quién? Pues fácil era la respuesta. ¿Quién, aparte de Rafa, dominaba mis pensamientos y reflexiones? Pues Edu. Siempre Edu. Puede que mi rencor por Edu siguiese estando muy presente y aún no le hubiese perdona su comportamiento pueril, niñato e inmaduro, pero no podía negar que si echaba de mi vida definitivamente a Rafa (o más concretamente los juegos y fantasías con Rafa) de nuevo caería en la debilidad de dejarme embaucar por lo que siempre significó Edu desde los 14 años. Desde aquella noche que me hice la dormida a los 14 años y que marcó mi relación con él para siempre. Por lo que me planteé: ¿No va siendo hora ya de que el chico más guapo e interesante de la pandilla salga ya con la chica más guapa e interesante de la pandilla? Desde cierto punto de vista era lo más lógico y natural. Además para ambos el uno era la obsesión y el objeto del deseo del otro (sobre todo en su caso), solo que mi orgullo herido me impedía dar el paso de contactar con él. 

La principal cuestión era ¿habría madurado por fin Edu y seríamos una pareja estable y feliz? ¿O, por el contrario, me haría daño de nuevo como hizo en el pasado? No podía quitarme de la cabeza cómo fue incapaz de romper con Graciela después de haber perdido la virginidad conmigo. Esa noche en que ambos perdimos la virginidad fue la noche más especial e inolvidable de mi vida, y que para él no fuese lo suficientemente importante y que fuese tan asquerosamente cobarde de no romper con Graciela era algo que aún en esos momentos (más de 5 meses después) me carcomía el alma. Desde luego una cosa tenía a su favor, y es que desde que rompió con Graciela (o ella rompió con él) no había vuelto a estar con ninguna y sí que me había enviado varios SMS para quedar que yo ni respondí. Eso daba a entender que iba en serio y que había muchas probabilidades de que la cosa funcionase por fin y que de una vez por toda exorcizase todas las obsesiones acumuladas desde aquellas caricias a los 14 años. Estaba yo sumida e ensimismada con todas estas reflexiones transcendentales cuando escuché que llamaban a la puerta. Como mis padres estaban en casa dejé que fueran ellos los que abrieran. Gran sorpresa la mía al comprobar 15 segundos después que Rafa entraba en mi habitación. 

No podía dar crédito a mis ojos. Solo habían pasado 4 ó 5 días desde nuestro enfado y aún tenía yo un mosqueo impresionante. Pero me flipaba que tuviera el descaro de venir directamente a mi casa (estando mis padres en casa) y que preguntase por mí. Mi primer pensamiento fue querer echarle de mi habitación y dejarle bien claro lo que ya le dije aquel día en la puerta del gimnasio. No quería volver a verle ni a saber nada de él. Bastante concentrada estaba pensando en lo de adentrarme en una relación seria con Edu como para encima complicar más aún las cosas manteniendo a Rafa en mi vida. Finalmente Rafa rompió el hielo y la tensión hablando en un tono suave y apacible: “Solo he venido a traerte esto. Siento mucho que el otro día acabásemos tan mal y que me pasase tanto. Lo siento de corazón. Pero es absurdo que me quede con esto. Por ello solo quiero devolverte esto que es tuyo y no volverás a saber nada más de mí. Te lo aseguro”. Se refería, claro está, a la bolsa de Ralph Lauren con las dos camisas dentro. Tenía la bolsa en su mano y me miraba totalmente avergonzado y arrepentido de todo lo que había ocurrido cinco días antes. Su mirada era la de un niño pequeño e inocente que suplicaba perdón con los ojos. En nada era la persona que días atrás había sido tan prepotente y chulesco en el probador de la tienda.

No quería parecer una tonta y dejarme embaucar por él de nuevo. Lo nuestro ya se había acabado para siempre y nada iba a hacerme cambiar de opinión. Pero eso no era motivo para acabar de malas maneras y cabreados para el resto de nuestra vida. Al fin y al cabo, como tantas veces antes ya he repetido, Rafa siempre se portó muy bien conmigo y fue un amigo leal que respectó mis normas y reglas siempre, y solo las últimas veces se sobrelimitó en exceso. Por lo que me ablandé un poco y le dije: “bueno, venga, no pasa nada. No quiero malos rollos. Pero no deberías haber venido a mi casa. No quiero que mis padres conozcan con quien me relaciono y esas cosas”. Él rápidamente dijo: “bueno, soy solo un amigo, solo eso, no hay nada malo que un amigo visite a una amiga en su casa”. Lo cierto es que sus palabras parecieron muy honestas y sinceras. Me hizo soltar una sonrisa y me agradó la forma en que lo dijo. No sé ni cómo ni porqué pero al final acabamos charlando de temas triviales, tontos y de memeces, eso sí, todo combinado con mucho sentido del humor que me hizo reír en más de una ocasión. Lo cierto es que consiguió que, una vez más, me lo pasase genial con él y conocía perfectamente qué decir y cómo decirlo para hacerme reír y agradarme. 

No sé exactamente de qué estábamos hablando en esos momentos cuando me soltó en tono bufonesco e irónico: “si es que la culpa es tuya, que estás siempre tan buenísima, tan guapa, tan pija y tan elegante que me descolocas y me haces perder los papeles, jajaja”. Me di cuenta perfectamente que estaba intentando camelarme pero, a pesar de darme cuenta, no hice nada para impedírselo ¿qué estaba tramando mi subconsciente para no pararle los pies? ¿es que quería seguir con estos rollos y encuentros con Rafa? ¿es que quería aparcar de nuevo momentáneamente una relación con Edu y utilizaba de nuevo a Rafa como excusa? Puede, es muy probable, que lo de Edu me diese miedo, mucho miedo y no estuviese preparada para afrontar una relación seria con él. Pero eso no era motivo suficiente para seguir estirando las fantasías y encuentros con Rafa una y otra vez. Ya era hora de madurar y de dejarme de tantas tonterías pueriles. Eso me decía a mí misma. Sin embargo, muy dentro de mí, había siempre entre Rafa y yo algo de morbo y fascinación en nuestras fantasías e historias, era difícil de explicar, pero en mi interior quería seguir manteniendo a Rafa a mi lado aunque solo fuese para que me sirviese de antídoto por si Edu me volvía hacer daño o a defraudar. 

Por lo que, no sé intencionada o subconscientemente, seguí dejando que Rafa siguiera hablando y camelándome. Sería injusta si dijera que no me lo pasaba bien con su compañía pues, a pesar de los malos rollos de los últimos días, nadie me conocía mejor que él y sabía en todo momento lo que quería escuchar. Nuestra conversación fue interrumpida cuando mi padre entró en mi habitación para preguntarme si me quería ir con ellos al chalet. Yo dije que no, que ya había quedado, que se fueran ellos. Una vez que escuchamos como salieron por la puerta Rafa me preguntó: “¿Y cómo que se van al chalet si ya con este frío otoñal no se podrán bañar en la piscina?”. Me encogí de hombros al mismo tiempo que le respondí: “Ni idea. Podrán pasear o asar cosas en la parrilla. Ni idea”. Rafa sonrió (o mejor dicho, medio sonrió) y supe perfectamente que iba a soltarme una de sus típicas e incisivas perlas repletas de ironía: “bueno, lo cierto es que como mejor se está en el chalet es en Otoño o en Invierno, eso lo sabemos muy bien tú y yo”. Y se echó a reír por su propia ocurrencia. A mí no me hizo ninguna gracia, es más, consiguió ruborizarme por esa alusión.

(9,50)