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Chantaje, traición y a pesar de todo.. Amor (12)

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Cuando regresé al despacho el señor seguía sentado en su confortable sillón con Andrea arrodillada a sus pies. En silencio, volví a quitarme el vestido y los zapatos para arrodillarme respetuosamente a su alcance en el lado opuesto al de Andrea, quedando así las dos mujeres servilmente situadas y humilladas ante él.

-Vaya, muy corta la despedida..-

-Sí, señor. Le acompañé sólo hasta el ascensor-

-Creí haberte dicho hasta la salida-

-Sí, señor. Pero, con su permiso, tuve que dejarle. Lo siento señor, pero no podía soportar de nuevo sus mentiras e hipocresía-

-¿Qué mentiras..?-

-Pues.. que aquí llevaré una mala vida y que en cuanto arreglase sus asuntos volvería para llevarme con él. Volver con él, perdóneme señor pero preferiría mil veces la muerte-

-Aquí sólo llevarás una mala vida si desobedeces. Cosa que acabas de hacer. Si yo te digo que hasta la salida, es hasta la salida por muy mal que lo estés pasando con un hombre o de cualquier otra forma. Mis órdenes se cumplen a la perfección, literalmente..¿Entendido?-

-Si, mi señor. No volverá a ocurrir, perdóneme. Pensé que no le importaría-

-Tú no tienes que pensar nada. Sólo obedecer. ¡Andrea! Métele eso bien en la cabeza. Diez latigazos y, como siempre, si me flaqueas tú recibirás treinta-

-Enseguida mi amo. Y no mi señor, le obedeceré como usted desea-

Me equivoqué. Pensé en verdad que incluso se sentiría orgulloso de mi por plantar a Javier. Pero no, la ciega obediencia a sus mandatos era más importante que todo. Aunque vi claramente que en lo de “pensar” estuvo mi error, fue una oportunidad que él aprovechó para inculcarme, como a todas, que una hembra no piensa, sólo obedece. Cosa que me quedó muy clara y sin necesidad del castigo que iba a recibir.

Andrea se levantó inmediatamente y se dirigió a un robusto armario en el que el amo guardaba los instrumentos para jugar o castigar a sus hembras y del que sacó un látigo de nueve colas que me aterrorizó. Y la obediencia de aquella mujer me lo haría sentir bien.

-¡Ponte a cuatro patas frente al Amo; el culo bien alzado!- Obedecí gateando hasta presentar mis desnudas nalgas al látigo y bien a la vista del hombre.

-Escucha Julia, el amo ha sigo muy generoso con no enviarte a las celdas por desobedecerle, así que con cada latigazo le darás las gracias-

-Si, señora- contesté humildemente. Resignada al merecido castigo que iban a darme. ¿Quién era yo para no hacer exactamente lo que se me había ordenado? ¿Quién era yo para pensar ni decidir nada por mi cuenta…? Caí en su trampa. En adelante ya pondría mucho cuidado en no volver a dejarme castigar. Obedecería escrupulosa y ciegamente, al pie de la letra, cualquier cosa que el señor me mandase.

Tanto como quise evitar cualquier castigo, ahora lo iba a recibir injusta y humillantemente por una simple tontería. Olvidé que allí, someter completamente a la mujer era pilar básico y esencial en una institución cuya razón de ser consistía en la obediencia ciega al capricho y deseo sexual de los hombres. Y nada menos vine a cometer “la falta” con el principal precursor de esa política de sometimiento psicológico. Querían lograr (y en eso nos educaban a conciencia) que la desobediencia en el harén, era cosa absolutamente inadmisible y para nosotras, impensable.

El primero me llegó a la nalga derecha; fue como hierro al rojo puesto sobre mis carnes. El intenso dolor que sentí me hizo recordar que aún podía ser peor la marca a fuego que grabarían sobre mi piel. El segundo, en la misma nalga, más dolor y fuego encima del primero. Contraje las nalgas y todo mi ser por el dolor. Instintivamente me dejé caer, queriendo alejarme del castigo, pero enseguida recordé que debía mantener mis nalgas bien expuestas y ofrecidas al castigo. Ofrecidas al señor..

Y con cada latigazo, la obligada y sumisa respuesta de agradecimiento,

-¡ Uno, gracias mi señor..!-

-¡ Dos, gracias mi señor..!-

Después de todo y como dijo Andrea, había que agradecer la generosidad del Amo por no enviarme a las celdas. Así que casi era sincera cuando al contar los latigazos, los agradecía. No quería conocer semejante lugar.

Sin él ordenarlo expresamente, una de las mujeres que hacían de adorno se arrodilló ante su señor para atenderle debidamente con su boca mientras éste disfrutaba del espectáculo que Andrea  y yo le ofrecíamos. Mis nalgas ardían por el insoportable dolor e intenso quemazón. Andrea se empleaba esmeradamente y a fondo para su señor. No podía reprocharle nada, pegaba bien y con todas sus fuerzas; eso bien lo notaba yo. Pero de no hacerlo así, sería ella la que tendría que sufrir treinta horrorosos golpes como aquellos. No creo que nadie pudiese aguantar esa cantidad sin que el dolor la desmayase. Íbamos ya por el sexto latigazo y ni yo misma creía que estuviese soportando tan terrible dolor.. Y aún me quedaban cuatro.

-¡ Seis, gracias mi señor ¡-

-¡ Siete, gracias mi señor!-

Mi voz era ya casi un susurro; mi cara bañada en lágrimas. Respirando con dificultad por el dolor y el llanto. Miré suplicante e inútilmente a Andrea, viendo como sus pechos se movían violentamente al son de los latigazos. Desde luego debía ser todo un excitante espectáculo para la sádica lujuria del hombre que cómodamente gozaba de las caricias de otra de sus esclavas. Siempre la misma consigna: El hombre gozaba, la mujer sufría por y para él.

Por fin recibí el último. El último en las nalgas, porque el señor quiso entonces que Andrea me propinase dos más en los muslos.. Sabía el hombre que debía tener el culo casi anestesiado habiendo llegado al límite del dolor, cuando quiso recordármelo de nuevo en una zona de mi cuerpo tan sensible e intacta. Con toda maestría, Andrea cruzó el látigo de un muslo a otro de forma rápida y lacerante.

Sentarme iba a ser en las próximas horas e incluso días, todo un suplicio.

¡Jamás se me ocurriría pensar ni decidir  apartándome lo más mínimo de lo que me ordenasen! Era lo que se pretendía y desde luego conmigo lo habían logrado ya. Si por tan simple error sufría aquel horrible castigo ¿qué no me harían por desobedecer aquello que considerasen más importante? Esa era la idea, y yo la había captado muy bien.

Sentía arder mis nalgas; sentía los surcos inflamados que había dejado el látigo. Bien torturadas debían estar cuando el señor felicitó a Andrea. Inmediatamente, ésta se arrodilló a los pies de su señor dándole las gracias por reconocerle su buen trabajo.

 

-Bien Julia, ahora demuéstrame cuán agradecida estás. Quiero probar tu boca-

Dicho eso, palmeó levemente la cara de la chica que le chupaba apartándola para dejarme a mi continuar acariciándole. Bien sabía él que mi miedo le haría gozar de una más que esmerada y excelente mamada.

Me arrastré hasta sus piernas, dócilmente, dispuesta a darle lo mejor de mi.

-Si, mi señor. Le estoy muy agradecida. Con su permiso…-

-Si, mujer, si. Adelante..-

Me encontré con un pene bien gordo y erecto. Chorreante y empapado de la saliva de la otra mujer que ahora le acariciaba los huevos; pero él la paró.

-Vuelve a tu sitio. Deja a Julia hacerlo todo. La estoy probando-

-Si, mi Amo. Como mande el señor-

Quería probarme. No sólo mi boca, también mis caricias en sus genitales. Mi absoluta entrega y sumisión a su placer después de haberme castigado.

Tenía ya dilatada experiencia en cómo hacer disfrutar a un hombre. Demostrarle a quien ahora era mi nuevo dueño, que había captado su “mensaje”, no iba a suponer ninguna dificultad a pesar del dolor en mis nalgas y muslos.

Me esmeré a fondo en besarle y lamerle despacio su exigente verga al tiempo que le acariciaba delicadamente sus hinchados huevos. Mis lacadas uñas y suaves dedos los recorrían en la más tierna y suave caricia que sabía dar a un hombre. Con los labios le fui secando de la saliva anterior para humedecerle con la mía.

Seguí así durante largo rato hasta que lentamente me la fui metiendo en la boca dejando chorrear mi saliva a través de todo el tronco. Su silencio me decía que lo estaba haciendo bien.. Muy bien. Era un hombre muy peculiar: no jadeaba, no respiraba más hondo de lo normal, no evidenciaba el placer que recibía. No nos mostraba que lo estaba pasando bien; que lo hacíamos bien. Simplemente se dejaba hacer y mientras le chupábamos o nos follaba, no daba ninguna muestra de su placer. Sólo si lo hacíamos mal, o de forma que a él no le gustase, nos apartaba y, tomando a otra mujer, nos apartaba de su lado con las consecuencias que eso nos acarrearía más tarde. Por eso, mientras no hubiese una palabra de queja y por tanto, no me apartase de sus genitales, era señal de que disfrutaba de su esclava.

Eso me lo enseñó Andrea de él. Jamás evidenciaba el placer; jamás había un signo de “agradecimiento” ante nuestros esfuerzos. Nada. Era nuestra obligación y debíamos cumplirla bien. Únicamente su chorro de esperma era la tan ansiada confirmación de haber hecho bien nuestro trabajo.

Noté un ligero estremecimiento en su abdomen cuando me la fui metiendo lentamente en la boca. Eso debió escapársele y con ello me demostraba mi pericia en chupar pollas.

Deslizaba despacio y suavemente mi boca a través de su verga, dejando chorrear abundante saliva, empapándosela muy bien, hasta llevarla al final de mi boca; hasta la garganta. Así una y otra vez. Despacio, con total sumisión, respeto y entrega. Era el Amo. Mejor tenerle contento y que fuera bueno conmigo. Como así mismo pensarían todas las demás mujeres.

Unos minutos después, me escupía en la boca su semen. Espeso, caliente y poca cantidad; no hacía mucho eyaculó en la boca de su otra devota esclava Andrea. Al sentir su esperma en mi boca, comencé a pajearle más rápidamente con los labios, sin descuidar mis caricias con la lengua; sin dejar de acariciar sus huevos, ni olvidar absolutamente nada que le procurase su total satisfacción.

Lentamente su polla iba decreciendo en mi boca. Ya no escupía nada, pero yo seguí masturbándole con mis labios hasta que él me ordenase parar mediante un fuerte y seco golpe de su abdomen en mi cara.

Era el momento de limpiarle como Andrea me tenía instruida: Como haciéndole una cubana, con mis pechos le sequé muy bien el escroto y el pene hasta dejarlos completamente limpios del más mínimo resto de saliva y semen. Esa enorme cantidad de saliva que ahora yo tenía en las tetas. Bien brillantes y a su vista. Le guardé su satisfecha y bien complacida verga en el pantalón y, como era preceptivo, debía saborear y paladear hasta que él me autorizase a tragar. Y por último, agradecer al señor que se dignase a “regalarme” su esperma y permitirme “el honor” de tragármelo.

-Gracias mi señor…-

-Ya mujer, muy bien. Sabes usar esa boca-

-Gracias Amo. A su disposición-

-Excelente respuesta y mejor mamada. Supongo que ahora lo tienes todo muy claro ¿no es así?-

-Si, mi señor. No volverá a pasar. Debo seguir sus órdenes exactamente como usted diga-

-Eso es, pero no sólo como yo diga. Eso sobre todo, sino como a cualquier hombre u hombres a quienes te entregue. Aquí estás para eso. Asúmelo por tu bien; ahora es nada más que un buen consejo. No hagas que se convierta en advertencia-

-No, señor. Le aseguro que acepto su consejo. Le obedeceré a usted como diga, y a cualquier otro hombre a quien me entregue-

-Bien, estamos pues de acuerdo-

No iba a ser peor que con Javier. Seguiría siendo una puta al servicio de muchos hombres, sólo que con diferente dueño. Una puta que para evitarme crueles castigos tenía únicamente dos opciones: Largarme de allí poniendo en riesgo la paz de mis hijos (que ya habían sufrido la separación de sus padres), u obedecer. Naturalmente, opté por la segunda. Ya me habían “advertido”. A saber lo que harían conmigo si me enfrentaba a esos hombres además de destrozar la vida de mis niños. Me tenían en su poder como me tuvo aquel desgraciado, pero esta vez con horribles celdas de castigo y hasta con prolongados y angustiantes encierros que no me permitirían estar con ellos.

Y de todas formas, habían despertado en mi el deseo irrefrenable por la sumisión al hombre; mi sexualidad satisfecha con lo que hacía. Definitivamente y en todos los sentidos, era mejor obedecer. Obedecer ciegamente al todopoderoso macho.

Andrea me aplicó una milagrosa crema y con la misma dedicación que me castigó, abnegada y cariñosamente me untaba la medicación cada día. Mis heridas no tardaron en cicatrizar.

En los días que siguieron me tuvo con él en su despacho, dormitorio y acompañándole allá dónde fuera. Unas veces me tenía como “adorno” sujetando el cristal haciendo de mesa para él y sus amigos y/o clientes; otras, me usaba como a su nuevo juguete haciendo todo cuanto quería y siempre, cómo no, exigiendo total dedicación, sumisión y entrega. Su libido era incansable. Como Javier, pero con más mérito dada su edad; pensé que tal vez tomase algo para estar tan en “forma” y con tanta hembra permanentemente a su lado.

Si iba a orinar, al limpiarle acababa por correrse las más de las veces; si se duchaba, sólo pasarle la esponja por los genitales le provocaba una erección que terminaba invariablemente por follarme salvajemente por el coño, culo o alternando ambos. A veces, muy pocas, me hacía llegar al clímax y me regalaba un soberbio orgasmo que yo sumisamente le agradecía sonriente y complacida. Incluso yo misma, algunas veces, me insinuaba respetuosamente a él ya con suaves caricias en su espalda, cuello y cabeza o suavemente en sus piernas cuando permanecía arrodillada ante él; o bien con aduladoras palabras sobre lo mucho que me gustaba su virilidad y su abundante esperma en mi boca o donde él decidiese echármelo. El caso es que siempre procuraba tenerle contento y satisfecho de mi y estaba claro que lo conseguía. Por eso temía los celos de Andrea, pero ésta veía como cosa muy natural que su amo gozara de sus hembras; que me usara y jugase conmigo. Al fin y al cabo yo sólo era una novedad que lógicamente él quisiera disfrutar y de la que pronto se cansaría mientras ella continuaría sirviéndole.

Todas las noches bajábamos a los lujosos salones de los socios. Me ordenaba vestirme muy atractiva, sexi y provocativa y siempre con el candado puesto. Sólo él jugueteaba con mi clítoris o pechos mientras charlaba con sus amigos que no me quitaban ojo de encima. Me enorgullecía que fuera tan atractiva a tantos hombres. Incluso Andrea llegó a decirme que permanecía más tiempo del que llegó a tener a otras. Ya llevaba con él más de una semana. Pero me preocupaba cómo pasaba el tiempo y no me diese libertad para salir y estar con mis hijos; de ahí que cada día me esmerase más en servirle. Aún así, no daba señales de darme la tan ansiada libertad por unos días.

Una noche llegó un señor a quien parecía apreciar mucho ya que en vez del habitual apretón de manos como con otros, a éste le abrazó muy efusivamente. Pasaron al restaurante a dónde dócilmente seguí a los hombres y una vez sentados, me puse respetuosamente detrás de su silla dispuesta a atenderle en todo. Charlaban y reían mientras degustaban la exquisita comida que las camareras servían. Éstas iban ataviadas con exiguo vestido negro, pajarita en el cuello por encima del obligado y cerrado collar, cofia y altísimos zapatos de tacón; prácticamente desnudas con sus pechos al desnudo y al alcance de cualquiera de los hombres a quienes servían.

El amo y su amigo se sentaron solos a una mesa.

-Y qué, Genaro ¿qué te parece todo esto-

- Pues qué voy a decirte. Nada que ver con lo que uno está acostumbrado; por muy sofisticadas y lujosas salas de alterne que conozco, esto desde luego es realmente impresionante. Nada menos que un harén. Y oye, ¿de verdad son esclavas todas estas tías? Cuando me lo dijiste pensé que exagerabas o te reías de mi-

-Sabes que cuando prometo algo jamás exagero en nada de lo que digo ni bromeo en absoluto… Observa a esas hembras, y no sólo en su atuendo ni sus pechos anillados o el collar, fíjate en sus nalgas y muslo derecho-

-Ya, ¡Joder! Pero si están marcadas a fuego. Aunque las nalgas no se ven-

El señor, gordo y fofo, de unos sesenta y pico años, de prominente barriga, y escaso y ralo pelo grisáceo miraba con los ojos desmesuradamente abiertos a todas las hermosas mujeres que atendían el suntuoso banquete y por las que se zampó casi de un trago su copa de vino que me apresuré a llenar. Entonces reparó en mi, mirándome de arriba abajo.

-¿Y esta hermosura..?-

-Es nueva, las pruebo antes de pasarla a los demás socios. Y en cuanto a las nalgas, mira…  ¡Julia!  -No necesitó decir nada más. Me volví y aparté mi falda mostrándole a su amigo (creo que pariente) por entero las piernas y, como no, mi nalga tatuada-

-¡Asombroso! Realmente maravilloso. Verdaderamente no exageraste un ápice. -Pero ésta no está marcada-

-No, aún no. Ya te digo, es nueva y antes de marcarlas me aseguro de que son buenas hembras. No quiero marcas que no signifiquen nada, inútiles. Que una hembra no se comporte como auténtica y verdadera esclava sería menoscabar el prestigio de la casa simbolizado a través de esa marca. Esa letra grabada en su piel es divisa y garantía de plena satisfacción para el hombre que la posea-

-Entiendo. Desde luego estás en todo. ¡Es increíble! Quieres decir entonces que hacen todo aquello que se les mande-

-Exacto-

-¿Y si no obedecen bien y por tanto no son marcadas, qué haces?-

-Simplemente las expulso; con las consecuencias que eso les acarrea y que prefieren no tener que sufrir-

-¿Y qué consecuencias son esas? Oye, no quiero ser indiscreto, pero entiende mi curiosidad por favor-

-No, nada de eso. Somos parientes y contigo no creo que vaya a tener problema. Además, voy a aprobar tu ingreso como socio. O sea que si todo esto “saltara” a los medios y por tanto acabáramos ante la justicia… Pues.. ya sabes ¿no?-

-¡Claro que si! Estaría tan implicado como cualquiera. Aún así no sabes cómo te agradezco que me aceptes aquí-

-No tienes porqué hombre, ya te he dicho que somos parientes; no voy a negarte algo que está perfectamente en mis manos. En cuanto a las consecuencias para las hembras, pues unas están extorsionadas por sus propias parejas, maridos o amantes y que nosotros les compramos cuando las cosas se les tuercen; otras están aquí por su propia voluntad, las menos; y todas han firmado un documento que certifica que vienen libremente y por satisfacer sus fantasías sexuales como si de un verdadero club de sexo libre se tratara. No tienen nada que hacer legamente hablando y sí mucho que perder si no obedecen… Así de simple-

-¡Coño Ernesto! Cuando me hablaste de esto pensé que se trataba de un puti club algo peculiar, pero no un verdadero harén de esclavas; y todo tan meticulosamente previsto y calculado… Eres un genio. Por supuesto vale la pasta que pienso pagar-

-¡Claro que lo vale! No te vas a encontrar aquí con simples putas. Son mucho más que eso. Disfrutarás de la mujer o mujeres que quieras, como quieras y el tiempo que quieras-

-Y naturalmente hacen lo que se les ordene, insisto-

-Por supuesto. Nos encargamos a conciencia de que así sea-

-¡Maravilloso! Todo un exquisito lujo. Aquí debería meter a mi mujer. Y no creas que lo descarto, puede que aún la pille de alguna forma. Es algo mayorcita, pero todavía da para mucho en la cama si se la “estimula”-

-Pues como tú veas. Hay aquí también un buen número de mujeres que han traído los propios socios. Al principio lo llevaban bastante mal como es lógico. Y ahora están ya marcadas. Es decir, perfectamente adaptadas a su vida de esclava.

-Me lo pensaré.. Por supuesto que me lo pensaré. Oye, ¿puedo tocar a ésta ricura?-

-¡Claro hombre!, sírvete como quieras. Está cerrada, pero si te apetece…-

-Ya, con candado son sólo para ti. Lo he visto y por eso no he querido meterle mano. Un detalle de tu parte primo; aunque más que primo-hermano, eres un verdadero hermano para mi-

-No tiene importancia.. Adelante. Ese candado no cuenta en familia; te daré una llave si te gusta. De momento no quiero que nadie más la use-

-Lo dicho, siempre te he considerado amable y generoso.. ¡Gracias otra vez!-

Por muy parientes que fueran, el empalagoso peloteo de aquel baboso resultaba ridículo. Era lógico que hubiese que estar agradecido y a buenas con el dueño de tan maravilloso y paradisíaco lugar para cualquier hombre. Pero tan exagerada adulación me parecía muy poco digna.

La conversación de los dos hombres no podía ser más denigrante para mi y para la chica que servía la comida en los platos de los señores. Hablaban de nosotras como si de animales o mercancía se tratara.

En cuanto oí el “sírvete”, me volví de frente al señor pues hasta entonces y sin que se me hubiese ordenado otra cosa, permanecía mostrándoles las nalgas. El natural comportamiento de una esclava que solícita y sumisamente atiende de inmediato los deseos de su señor sin que le ordenase expresamente.

Al instante sentí las manos del intruso manosear mi culo, muslos y piernas a su entero placer. Me dejaba hacer y además con expresión sonriente, no fuera que por un mal gesto el amo se me enfadara después de haberme prestado. Me lo haría pagar y con toda su crueldad.

Sonriente y amable me mostraba ante quien me sobaba a fondo mientras le volvía a llenar la copa que con su otra mano apuró.

Su babosa sonrisa era repugnante.

Y por enésima vez, mi cuerpo traicionando mi ya casi nulo orgullo. Empezaba a mojar como siempre, no porque el desagradable manoseo de un viejo verde me excitara, sino porque el otro me había ofrecido a él. Era increíble que me excitase tanto cuando disponían de mi cuerpo y de mi como si de un juguete se tratara; disponer de mi vida entregándome al sexo y excitando a otros sin que mi opinión contase para nada.

Después de la opípara cena los señores pasaron a un confortable salón donde les serví café y copas. Una vez servidos y mientras continuaban con su despectiva conversación sobre nosotras, me coloqué de rodillas junto al señor y a su alcance. Sin esperarlo, éste llevó su mano a mi entrepierna y dio un fuerte tirón a mis aros llevando su cara a mi oído al mismo tiempo,

-Ponte junto a él. ¿O no has oído que te he prestado para que le atiendas como quiera..?-

-Lo siento mi señor. Perdóneme por favor, es la costumbre al sentarse usted; enseguida estoy con él- Me miró fijamente a los ojos y con una leve señal de su cabeza me indicó que  me fuera con el otro, cosa que obedecí al instante-

-A su disposición señor. Cualquier cosa que desee no tiene más que decirlo-

-Perfecto mujer; pues en estos momentos lo que me apetece es seguir tocándote el coño que tienes muy jugoso.. Y sácate las tetas que aún no he visto. ¿Se puede hacer eso aquí no Ernesto?-

-Si, discretamente puedes tocar a las hembras. Para usarlas de otra forma están los reservados. No resultan muy decorosas escenas de sexo por todas partes en los salones; sería convertir esto en un lupanar-

Antes del que el señor acabase su respuesta, yo ya estaba de rodillas y abierta de piernas y con mis pechos desnudos, ofrecida a los deseos del señor quien no tardó en sobarme a fondo impregnando mis pezones de mis propios fluidos. Mientras seguían con su relajada charla, sentía sus pellizcos y apretones en mi vulva, labios vaginales y pechos. De vez en cuando me metía dos y hasta tres de sus dedos en la vagina. En cuanto me mandaban ir a por otras copas y antes de levantarme, sequé con mis labios los dedos del señor.

Al regresar y de nuevo servidos, volvía a mi posición de entrega al invitado del amo.

-Verdaderamente es una exquisitez de hembra. Me gusta muchísimo. Si todos los coños son como éste, bien merecen la pena esos seis mil euros mensuales-

-Gracias señor. Es usted muy amable- Respondí agradecida ante los “halagos” del hombre. Estaba obligada a eso. Las normas; las normas que exigían una constante demostración de nuestra buena disposición y alegría de poder servir a tan distinguidos señores. Darles coba, complacerles en todo y hacerles sentir bien de todas las maneras imaginables era premisa fundamental que constantemente nos recordaban. Todos esos hombres, podridos de dinero y perversiones vivían envidiablemente bien. Nada menos que seis mil euros al mes sólo para jugar a lo que quisieran con las mujeres que quisieran y a pensión completa. Una cuota insignificante para ellos considerando lo que obtenían a cambio. Sólo disponer de una puta de alto estanding los fines de semana ya podría costarles la mitad de lo que pagaban al harén. Y desde luego, éstas no se someterían a todos sus caprichos. De añadido al lucrativo negocio, nosotras no cobrábamos nada. Sólo cubríamos nuestras deudas que para estos hombres eran cantidades irrisorias mientras que para las desafortunadas mujeres que caímos en sus redes suponían insalvables fortunas que nos exigían liquidar con nuestros cuerpos y sometiéndonos totalmente a su voluntad. O eso, o los más crueles castigos o expulsión que, en definitiva, venía a significar lo mismo: Destrozar nuestra vida por no obedecer.

-Bueno seis mil por este mes no, Genaro. Primero porque ya está algo avanzado el mes. Así que sólo pagarás dos semanas-

-Gracias de nuevo, primo. Así que sólo pagaré algo más de tres semanas ¿no?-

-Dos.. La otra te invito yo. Y como regalo de bienvenida esta noche te la puedes llevar a tu habitación -levantando el mentón hacia mi- ya que te ha gustado tanto. En cuanto a ti Julia, por la mañana te pones el candado cuando el señor no te necesite ya y te autorice a ponértelo-

-Si, mi señor. Como usted diga-

-Estupendo, muchas gracias otra vez Ernesto. Y dime, ¿sólo puedo tener a ésta? Te confieso que nunca he estado con más de una mujer y es una experiencia que me encantaría probar. No esta noche, la verdad es que estoy algo cansado por el viaje y he comido demasiado. Con un par de polvetes ya quedaré listo para dormir y para eso con esta hermosura tengo suficiente-

-Gracias señor- De nuevo, el humillante y vergonzoso agradecimiento.

-Claro que no. En tu habitación tienes un ordenador con el catálogo de todas las hembras. Puedes elegir las que quieras y estén disponibles hasta un máximo de tres. Ella te llevará ahora la contraseña de ese ordenador y la llave para que la abras-

-Perfecto primo, en ese caso me retiro. Es algo tarde y mañana quiero levantarme temprano y conocer esto con todo detalle; además y lo confieso, estoy deseando disfrutar de la hembra que me regalas esta noche-

-Bien, pues que lo pases bien y descanses.. Buenas noches Genaro-

-Buenas noches Ernesto. Nos vemos mañana-

Acompañé al señor a su despacho para que me diese la contraseña del ordenador y mi llave. Iba con los pechos fuera del vestido, no se me había autorizado a cubrirlos. Tampoco quise preguntar al amo si podía cubrirme ya que con toda seguridad me hubiese dicho que eso debía preguntárselo a quien me prestó. Debía llegar a su habitación como él me dejó. Mi conducta como esclava debía en todo momento ser perfecta y no cometer fallos como el de no arrodillarme ante un señor a quien fui prestada. Ahora pertenecía por expreso deseo del amo a otro hombre, y a él me debía.

Ya en su despacho me advirtió,

-Es buena persona y le tengo en mucho aprecio. Pórtate como sabes. Que se sienta a gusto-

-Claro mi señor, lo que usted me ordene. Quedará contento de mi-

-Bien, lárgate-

-Si, señor. Buenas noches..-

Cuando llegué a su habitación ya me esperaba completamente desnudo sobre la cama. Su cuerpo era todo un desagradable tonel de colgante y gruesa barriga llena de grasa. Pero no me quedaba otro remedio que apechugar con ese hombre, como con tantos otros. Lo dicho, me consideraba como “margarita para los cerdos”.

-Bien preciosa, vienes como te dejé. Con las tetas al aire; me encanta eso. Demuestra la realidad de lo que promete mi primo: Una buena y auténtica esclava. ¡Quítate ese vestido y ven aquí a mi lado!-

-Claro, señor. Enseguida. Le dejo el sobre al lado del ordenador-

-Bien putilla, date prisa-

-Fui hasta la cama en la que me arrodillé con las piernas completamente abiertas,

-Su llave, señor- Enseguida la introdujo en el candado, recreándose maravillado en abrirme. En cuanto oí el clic, lo separó de mis aros arrojándolo al suelo. Una vez “abierta”, mi obligada respuesta de entrega,

- A su disposición, señor- 

Dicho eso, me pegué a su cuerpo. Sin duda era lo que quería. Le acaricié el pecho salpicado de escaso vello canoso y con la mejor de mis sonrisas. Mirándole a los ojos con lascivia.. Como lo que era: Una buena puta y además, su esclava.

-¿Sabes? Lo que más me gusta hacer a las tías es comerles el coño. Me gusta mucho eso-

- Como usted quiera señor. Está a su disposición-

-Pues venga, me lo acercas a la boca ahora mismo-

Me arrodillé acercándole mi vulva a su lujuriosa boca que no tardó en “saborear” con su lengua. Era repugnante, pero al menos no quiso, al menos en principio, hacerme algo más desagradable. Si sólo quería eso, no lo pasaría tan mal para contentar a mi dueño. Debía comportarme ante aquel hombre como el señor me había ordenado.

Así me tuvo durante unos quince minutos mientras yo, solícita, le acariciaba su pequeña y casi fláccida pollita. Poco a poco sentí su lenta erección. Al poco, me ordenó presuroso que se la chupara. Obedecí de inmediato sintiendo entrar en mi boca unos pegotones de semen que a poco me hicieron vomitar. Demasiado espeso y amargo. Era como leche agria y descompuesta que no sabía cómo iba a tragarme. Vomitaría con toda seguridad; y con toda seguridad eso me supondría un duro castigo. Mostrar asco a la leche de un hombre era una imperdonable falta de respeto. Asco, angustia y miedo sentía al mismo tiempo. ¿Qué hacer? El hombre me miraba extasiado, cansado de rezongar como un cerdo mientras se corría. Ahora quedó a la expectativa de lo que yo haría mientras le chupaba para limpiarle.

Haciendo acopio de toda la saliva que pude, hice un buche y de un golpe lo tragué en dos veces; no pude de un sólo trago ya que parte de aquella asquerosidad se me quedó pegada a la garganta. Intenté por todos los medios que no notase mis arcadas, iba a vomitar de un momento a otro. Aguanté la respiración, contraje el vientre con todas mis fuerzas a la vez que volvía a reunir toda la saliva que pude. Por fin, aquello pasó del todo hasta mi estómago. Las arcadas cesaban y un sudor frío perlaba toda mi cara.

 

-Bien guarrita, muy bien. No sé cómo has podido tragarte eso pero me encanta. Lástima que no te la haya visto en tu boca. La próxima vez no olvides mostrármela antes de tragarla-

-No, señor. No lo olvidaré, descuide. Como usted no me ha dicho nada la he tragado mientras la soltaba- Mentí-.

-Ya, bien hecho. Ha sido culpa mía. Pero recuérdalo en otra ocasión-

-Si, señor. Lo recordaré-

Lo recordaré y acabaré en las celdas, pensé. Ni yo misma acertaba a comprender cómo pude hacerlo. Desde luego el miedo me ayudó. ¡Dios! Esos cuajarones eran lo peor que había tenido que soportar.

Para alivio mío, el “caballero” empezó a roncar como un cosaco. Me recosté al otro lado de la amplia cama, lo más alejada posible de él y apagué la luz ¡!Con que un par de polvete!! Presumido mentiroso..  Al menos hora y media tardé en conciliar el sueño. Pensando en lo triste y patético de mi vida.. ¿Cuántas barbaridades más, a cual más horribles y asquerosas me quedaban por sufrir..?

Por la mañana cuando desperté, el hombre seguía durmiendo. Mi sueño, inquieto y ligero, me hizo despertar pronto. Así que con cuidado y para no molestarle, me levanté y fui al baño. Luego me senté en un sillón a esperar que despertase. En cuanto vi que lo hacía corrí a la cama y me eché a su lado.

-Buenos días, señor. ¿Desea que le pida el desayuno aquí o prefiere usted bajar?-

-Prefiero bajar puta. Habrá hembras para servirlo ¿no?-

-Si, señor. Por supuesto-

-Entonces voy a mear y me visto-

-Muy bien señor. Como usted quiera-

-Antes quiero que me acompañes y me limpies la polla cuando acabe-

-Como usted ordene, señor-

¡Por favor, por favor! Que no quiera correrse otra vez. Seguro que esta vez no lo soportaría.

Le seguí al baño y junto al inodoro quedé de pie a la espera de sus órdenes. Se sacó su asquerosa polla del calzoncillo y me miró,

-Ponte ahí de rodillas, con la barbilla apoyada en la taza-

-Si, señor-

Obedecí y en cuanto el enorme chorro de orina salió, gruesas gotas me salpicaban la cara y los hombros resbalando luego a mis pechos. Hasta su orina era más que repugnante; olía fatal y tuve que soportar estoicamente aquello hasta que por fin acabó. Sin escurrírsela, la apuntó a mi boca y tuve que limpiarle y secarle rogando interiormente para que no quisiera eyacular de nuevo. Sabía amarga y ácida, tal vez debido a que tomaba demasiados medicamentos: lo mismo pensé por el repugnante sabor de su esperma.

-Bien, bien, bien puta. Tienes una boca exquisita. Esto también me gusta mucho y otras más cosas que ya conocerás…-

-Gracias, señor. Me alegra que le guste..-

-Ahora voy a darme una ducha-

-Bien, señor. ¿Desea alguna cosa más?-

-No puta, lárgate-

-Si, señor. Con su permiso voy a ponerme el vestido y el candado-

-De acuerdo guarra ¡lárgate!-

Así agradecía el “señor” mi dedicación y esfuerzo en complacerle: Echándome con insultos y como a basura…Lo que yo era, cómo me sentía y me hacían sentir los muy desgraciados pervertidos aquellos. ¿Desgraciados..? ¿Qué era yo entonces?

Entré muy respetuosamente al despacho del señor que ya estaba levantado y salía del baño con una de sus esclavas.

-¿Cómo ha ido todo?

-Bien amo, muy bien. Hice todo cuanto el señor me ordenó-

-Bien. Si él me lo confirma, hoy mismo podrás irte. Voy a darte unos días libre-

-¡Oh! Gracias, mi señor. No sabe cuanto se lo agradezco. Estoy deseando ver a mis hijos. Y su señor primo se lo confirmará, de verdad. Le obedecí en todo lo que quiso, señor-

-¿Y qué fue lo que quiso..? Explícate. –otro que se ponía “cachondo” oyéndome contarle lo que tuve que hacer para obedecerle. Su prepotencia de macho satisfecha de comprobar cómo una mujer se sometía a otros por orden suya. De nuevo pensé ¡qué suerte ser hombre y no tener que pasar por todo lo que nosotras sufríamos! Así que a contarle todo con detalle, y a tenerle muy contento. Iba a permitirme salir…

Relatada toda la historia con su primo y con todo lujo de detalles, quedé a la espera del dictamen del señor.

-Bien, Julia. Veo que has obedecido correctamente-

-Si, señor. Le aseguro que he hecho lo que usted me ordenó. Incluso le acaricié sin que él me lo pidiese; para que se sintiera a gusto como usted me mandó-

-¿Y esos eran los dos polvotes que iba a echarte? ¡Vaya que es farolero!-

-Parecía muy cansado el pobre, amo- Le defendí para resaltar mi buen comportamiento-

-No le defiendas Julia. Siempre ha sido muy jactancioso. ¡Anda! Dile a Andrea que te de ropa adecuada y cuando quieras puedes largarte hasta que te avisemos-

-¡Muchas gracias mi señor! Volveré en cuanto usted me llame ¿Puedo preguntarle una sola cosa mi señor? Es por mis hijos, por cuando esté con ellos. Ya sé que las normas del harén deben seguirse también fuera de él. Lo digo por si algún hombre me muestra una llave estando con mis hijos… Le obedecería por supuesto señor… pero mis hijos no saben nada-

-¡Joder! Lo olvidaba. Bueno, Andrea te explicará-

-Si, mi señor, muy bien. Y muchas gracias-

Corrí como alma que lleva el viento a ver a Andrea quien enseguida se mostró muy contenta al verme tan feliz.

-Para que el amo te deje salir tan pronto ya te has portado bien. Te lo mereces Julia y me alegro-

-Gracias Andrea, no sabes cuanto te quiero… A pesar de tus latigazos-

-¡Venga! No me digas eso. Sabes que tenía que hacerlo. Con gusto me hubiese cambiado por ti, no creas que me gusta hacerlo. Pero no es sólo por los treinta latigazos que me hubiese ganado. Es que no puedo ni quiero defraudarle a estas alturas-

-Te entiendo cariño, era broma. El señor me dijo que me pondrías al tanto para que ningún hombre pueda disponer de mi. Es que puedo estar con mis hijos. Ya sabes..-

-Claro, tranquila. La cosa es muy simple. Sólo tienes que taparte con la mano uno de los aros que llevas en los lóbulos de tus orejas. Es una señal de que no estás disponible. Pero ojo, esas señales cambian cada día, de manera que debes llamarme a diario y te iré dando la nueva clave mientras estés libre. Es simple precaución para las que pretendan escapar cuando libran, o no quieran obedecer estando en la calle para servir a los socios que no residen aquí. Son hombres que pagan, pero no para utilizar el harén, sólo a las mujeres que están fuera. Llaman por teléfono aquí, les damos un número de móvil  y así quedan para verse con ellas. En cuanto se encuentran y el hombre le muestra la llave y ésta abre el candado, debe entregarse a él. Eso, o simplemente que se tropiecen por la calle con la mujer y al reconocer el hombre los aros enseguida ve ella que puede abrirla al mostrársele la llave. Por supuesto, ninguna de ellas tiene el “salvoconducto” que sabrás tú. A menos que demuestren causa bien justificada de que no pueden servir; entonces le damos la contraseña para que puedan salir a la calle y nadie pueda usarlas  y además no damos a nadie su teléfono-

-¿Y si el hombre deja de pagar o se le retira el derecho a tener a esas mujeres como en el caso de Javier?- Eso me interesaba más que nada-

-A todas las mujeres se les cambia el candado, aunque se da muy raramente. Y para que lo sepas, muchas de ellas son honradas y decentes amas de casa. Eso si, separadas o divorciadas que llegaron a enamorarse o caer en la trampa de los “proveedores” de la casa-

A punto de irme y poder estar con mis hijos, y mi curiosidad no me dejaba en paz. Quería saberlo todo, porque todo me afectaba y me afectaría en un futuro. También sería alguna vez mujer de la calle para el harén. De todas formas no perdía mucho tiempo; todo cuanto hablábamos lo hacíamos camino del dormitorio y después mientras me vestía para, ¡largarme! Además me resultaba interesante todo el sistema y entramado para poder disponer de las mujeres de servicio fuera del harén.

-Pero ¿cómo tiene el hombre la seguridad de que su llave nos abrirá..? Son bastantes mujeres en la calle ¿no?-

-Quince todos los días más las que están en sus casas. Y ya estás con tus preguntas de siempre Julia ¡no paras! Y eso que te vas por unos días-

-Ya Andrea, es que no lo puedo remediar. Todo esto es muy extraño y despierta mi curiosidad.. Alguna vez me tocará a mi-

-¡Ay Dios! A ver, es muy sencillo. Las llaves en la calle son maestra; abren todos los candados siempre que la mujer no de clave de estar libre. Los hombres pueden escoger a una mujer por Internet ya que hay otro catálogo de las que están en “servicio exterior” y al que se accede mediante contraseña que se les entrega con su llave. Eligen una y el ordenador le da su teléfono si está disponible, o llamando directamente aquí como te dije antes. Una vez abierta y a disposición del señor, ella envía un código que ya lleva registrado en su móvil y en el ordenador ya se la ve como “no disponible”. Cuando acaba con ella es el hombre quien envía ese código al ordenador que la vuelve a exponer como “dispuesta”.

-¿Y así lo dice? ¿Dispuesta..?-

-Si.. Ya sé que es humillante, pero todo aquí es así como ya sabes..-

-Claro; por supuesto que lo sé. No desperdician oportunidad de rebajarnos y degradarnos todo cuanto quieren y pueden- Dije indignada-

-Son hombres Julia, les gusta y excita eso y para eso estamos aquí. Somos de ellos y pueden tratarnos como quieran y hacer lo que quieran-

-¿Y cuanto tiempo están en la calle esas mujeres?-

-Tres días. Unas en sus casas y las que manda el harén se hospedan en un hotel. Cumplido ese tiempo quedan libres y se envían a otras que se incluyen en el catálogo del ordenador y éste suprime automáticamente a las anteriores que para el día siguiente quedan libres. Después ya se incorporan al servicio de la casa hasta que de nuevo les toque servir fuera-

-O sea, corderitos a ofrecerse a los lobos.. Y servicio a domicilio-

-Más o menos hija; eso es lo que hay. El harén atiende a todos sus clientes dónde y cómo sea-

-¿Y cuanto tiempo hay que estar con esos hombres..?-

-Depende, llaves normales siete horas. Pasado ese tiempo la mujer recibe un aviso (una suave musiquilla) en su móvil de que debe dejar a ese cliente. Respetuosamente, se disculpa con el señor y vuelve a ponerse el candado-

-¿Y si el hombre quiere continuar con ella más tiempo?-

-Debe llamar de nuevo aquí y el harén le concede las horas que él pida si tiene saldo, claro. Acabado ese tiempo añadido, la mujer vuelve a recibir el aviso de que debe cerrarse a ese hombre-

-Ya, como echar monedas para seguir usándonos o utilizando el saldo disponible que tenga según su última “recarga”-

-Exacto. El mínimo son siete horas y te aseguro que pagan un dineral por esa llave y la clave del ordenador. De ahí que nos exijan absoluto respeto y obediencia el tiempo que se esté con ellos. Una simple transferencia a través de un ordenador y ya tienen “saldo” para usar a cualquier mujer que elijan; incluso pueden solicitar a más de una pero lógicamente, el tiempo que haya pedido se le divide entre las mujeres que tenga a su disposición o se multiplica el número de horas por las mujeres de que disponga si quiere estar con ellas sin reducir el tiempo-

-Como máquinas que una vez recargadas vuelven a funcionar para su placer. Pero entonces ¿para qué el candado si tienen que llamar al harén?-

-¡Pareces tonta Julia! En principio como identificación, luego ya por lo mismo que tú misma has dicho, que nos consideremos máquinas que se cierran o abren al sexo y deseos de los clientes. Además, creo que van a ponernos unos candados electrónicos con llave de banda magnética, como las tarjetas de crédito, para evitar el fraude de hacer copias de las llaves y que las mujeres se ofrezcan a hombres que no han pagado. Ellas no pueden saber eso, sólo que un hombre las ha abierto. Pero con uno de esos candados es imposible a menos que su dueño quiera “invitar” a un amigo y le preste su llave magnética en cuyo caso el saldo se sigue descontando mientras el candado siga abierto. Éste se cierra solo una vez agotado el tiempo solicitado por el señor; antes es imposible cerrarlo a menos que el hombre lo pida a la central para detener el consumo de saldo. Cuando avisa de que va a cerrarse, la mujer debe darse prisa en meterlo en sus aros; si se presenta aquí con el candado cerrado y fuera de los aros, mejor que Dios la coja confesada pues significa que, por su cuenta, ha regalado su coño más tiempo del autorizado. Si se encapricha de un hombre y quiere seguir más tiempo con él ya sólo puede usar sus manos, boca y culo hasta que el móvil le avise de que otro la espera. Y hasta en eso se está pensando: En un chip que detecta al hombre y registra el tiempo que la hembra está con él-

-¿Y cómo pueden hacer eso? ¿Dónde pondrían ese chip?-

-Implantado en el hombro de la mujer, debajo de la piel. El hombre presiona un poco con su dedo pulgar y el chip le detecta su huella dactilar previamente registrada aquí. A partir de ahí, empieza a contar el tiempo-

-¿Y si no hay saldo o la mujer quiere estar más tiempo con él sin que pague..?-

-Te ponen otro artilugio dentro del coño, también debajo de la piel, que con una fuerte vibración te avisa que puedes dejar a ese hombre, no tiene saldo o es un desconocido que por casualidad te ha tocado el hombro. Si sigues con él es ya bajo tu responsabilidad. Pero que no te pillen o se descubra aquí. El harén tiene también sus inspectores y las mujeres nunca saben qué cliente puede ser uno de ellos-

-Es horroroso, la humillación siempre presente. Severamente controladas de todas las maneras posibles y reducidas a simples cerraduras para acceder a nosotras: Putas robotizadas ¡ Máquinas expendedoras de placer ¡

-Esa es la idea. Gracias a Dios yo quedé libre del servicio en la calle hace tiempo. Otro privilegio que nos conceden los aros dorados-

-¿Tan malo es..? No me asustes por favor-

-No mucho más que aquí. Pero la calle siempre preocupa más por lo desconocido y en tres días pueden ser muchas las pollas a las que hay que atender mientras que aquí llega un momento en el que ya conoces a casi todos los hombres; sobre todo porque sólo sirves al amo o sus amigos-

-Y a su perro..-

-Bueno si, y también a su perro. Pero te confieso que a veces lo prefiero a algunos hombres. Él sólo tiene una idea fija: Follarse a la hembra que le ofrecen sin más tonterías ni perversiones. ¡ Y ya vale de preguntas ¡ Estás guapísima. Así que vamos, el coche te espera-

Pues si, la verdad es que iba muy guapa; y vestida por primera vez en mucho tiempo como una auténtica y respetable mujer: Traje de chaqueta y falda color gris, camisa de seda blanca, medias de liga transparentes, los obligados pero preciosos zapatos de tacón no tan altos como los habituales y, por supuesto, sin bragas ni sujetador. Y todo ese atuendo, de exquisita calidad como toda la ropa de muda que llevaba en mi maleta-

Andrea me despidió entregándome una generosa cantidad de dinero aunque en el hotel al que iba, concertado con el harén, no tendría que pagar nada.

-Toma, de parte del Amo por si necesitas algo. Pásalo bien y disfruta; da un besito a tus hijos de una buena amiga de su madre-

-Así lo haré Andrea; les hablaré de ti como mi buena amiga que en realidad eres. Y gracias de verdad-

Llegué al hotel y luego de identificarme, me instalé en la confortable habitación;  llamé a mis hijos con los que quedé para la tarde en una céntrica cafetería.

En cuanto los vi me eché a llorar abrazándolos. Mi niña no paraba de darme besos y mirarme con sus lindos ojos anegados en lágrimas; mi hijo, igual de cariñoso aunque noté que con algo de recelo.

Estaban sorprendidos ante mi nueva imagen y mi hija no cesaba de recalcármelo.

-¿Y ese nuevo y tan atractivo “luc” mamá? Estás preciosa con ese pelo tan negro y tus labios tan bonitos?-

-Un capricho cielo, rejuvenecerme un poco. Vivo con una buena amiga, Andrea, muy “adicta” a esto de los tratamientos de belleza y como es tan cabezona pues poco a poco me fue convenciendo ¿Te gusta entonces?-

-¡Mucho mamá! Puedes estar muy orgullosa; has cambiado totalmente.. Pero si parece que tengas veintitantos años-

-¡Exagerada! Sólo ha sido el tinte del pelo y algo de botox en los labios-

-Pero eso te habrá costado una pasta ¿no?-

-Que va, cariño. Mi compañera de piso, una buenísima amiga, trabaja en una clínica donde hacen estas cosas y me lo consiguió por muy poco dinero. Gano lo suficiente y como tengo pocos gastos, pues me doy estos caprichos y por la machacona insistencia de Andrea-

-Pues me la tienes que presentar alguna vez. Debe ser buena gente-

-Claro que si cielo. Y si, si que es muy buena persona-

-¿Sales con alguien?- Me preguntó muy serio mi hijo. ¡Si supiera!-

-No tesoro. No voy a negarte que me tiran los tejos, pero no me interesa estar con nadie por ahora. Ni me lo planteo. ¿Cómo está papá..?- Quise demostrarles que no me olvidaba de su padre; que aún me seguía preocupando su bienestar como así mismo hice la última vez que nos vimos.

-Está muy bien. Cada vez se le ve más animado..-

-Si, incluso creo que tiene un plan- Me soltó con ironía mi hijo. Puede que quisiera darme celos viéndome tan elegante y atractiva; su recelosa mirada así lo demostraba. No parecía creerse aquello de que yo no estuviese con ningún otro hombre. Como siempre, mi pobre niña defendiéndome desmintiendo lo que dijo su hermano. Sea como fuere, estaba segura de que ambos deseaban con todo su corazón que su padre y yo volviésemos a estar juntos, pero ninguno se atrevió a mencionar tal cosa. Por momentos agradecía más a Arturo que en ningún momento revelara a sus hijos lo que realmente ocurrió en mi vida.

Muy preocupada, noté cómo mi hijo miraba de vez en cuando mis pechos y piernas. Debía notárseme que no llevaba sujetador y rezaba para que no se percatara de los aros de mis pechos que podían marcarse a través de la ropa: cosa improbable por la camisa y la chaqueta. Pero aún así no quitaba ojo de la cadena en mi tobillo (que ahora llevaba en sus eslabones la “H” y no la “J” que vieron la primera vez) podía atribuirla a la inicial del nombre de otro. Estábamos en un pub-cafetería muy tranquilo y elegante, sentados en cómodos sillones que dejaban bien a la vista mis piernas. Mi adorado hijo recorría con la vista todo mi cuerpo, desde la cabeza a los pies: expectante y curioso.

-¿Y ese bonito collar mamá..?- Lo dicho, estaba atento a todo mi cuerpo y sin duda se percató de la “H” formada con piedrecillas brillantes. Era de acero forrado de elegante terciopelo negro y la letra lo hacía más llamativo. No se nos permitía ir sin collar nunca. Encontrar una lógica explicación a las comprometidas situaciones que éste pudiera suscitar, las dejaban a nuestra imaginación. Pero un claro indicador de nuestra pertenencia al harén era obligatorio en todo momento y lugar.

-Además lleva la misma letra que la cadena en tu pierna- Me dijo muy serio e inquisitivo.

-Si, cariño. Los vi y me gustaron mucho. Sólo los había con esa letra, creo que por el nombre de la marca o el diseñador creo que me dijo el vendedor. No le di mucha importancia y para que las dos coincidieran no me importó la letra- Eso no me lo creería ni yo misma, pero al menos era una excusa por respetar sus sentimientos y esperaba que ya como adultos, así lo entendieran. Mi niña se revolvió inquieta en su asiento ya que como su hermano, no era ninguna tonta, pero aún así corrió en auxilio de su madre,

 

-¿Bueno y qué importancia tiene la letra? Y si, será la marca del fabricante. Mucha ropa y zapatos lo llevan ¿o no? –mirando a su hermano- El caso es que es muy bonito; me gusta pero que muchísimo y pienso comprarme uno. No sé, pero te hace como más elegante.

-Ya, vale. ¿Y la cadena esa debajo de la media..?- Desde luego estaba inspeccionándome a fondo. Incluso noté en su mirada la misma expresión de admiración que en los hombres que me habían poseído, además de celos. Sus ojos me decían claramente que estaba celoso. Algo desde luego intuía y para él era más que cierto que estaba con otro hombre.

-Cariño no me la quito nunca; el cierre es muy engorroso y difícil de manejar y hoy con las prisas me puse las medias por encima. No sé, es la costumbre de llevarla siempre puesta y ni cuenta me di. No es otra cosa cielo, por favor no es nada que puedas imaginar, te lo prometo-

-No imagino nada, mamá. Tranquila, sólo es curiosidad- Si, si que imaginaba y no creía mis mentiras, pero mi pobre niño tuvo la delicadeza de no seguir comprometiéndome. Al fin y al cabo comprendería que tenía mi vida y podía hacer con ella lo que quisiera, aunque eso significara para él el dolor de verme cada vez más alejada de su padre.

Más tarde fuimos a dar un paseo y por dos veces le sorprendí mirándome de nuevo. Yo ya no sabía cómo reaccionar ni de que forma caminar para parecer lo más sobria posible ante sus ojos; me habían puesto demasiado atractiva. Como él nunca me había visto.

Mi hija, agarrada siempre a mi  brazo no paraba de contarme sus cosas y reír. Les compré ropa y alguna que otra cosa y les di dinero. Llevaba más que suficiente y no me importaba gastármelo todo con ellos.

Llegó la hora de separarnos después de cenar en un buen restaurante y quedamos para el día siguiente.

De camino al hotel, tuve la suerte de no tropezarme con ningún hombre del harén y aunque iba bien “protegida”, no quería en absoluto encontrarme con ninguno de ellos que pudiera ponerse pesado como me ocurrió con el borracho aquel del harén. Y menos aún y por supuesto, con mis hijos. No sabía hasta qué punto un hombre excitado, con dos copas de más y mi apariencia, respetaría la señal de que no podía disponer de mi y sin importarle nada con quien estuviese yo. Confirmaría de plano todo cuanto mi hijo pudiera sospechar de su madre. Y mejor la muerte que eso.

Ya en el hotel, me di una prolongada y relajante ducha y después de mirar la televisión sin ver nada, abstraída en el dulce y cariñoso comportamiento de mis hijos, decidí apagarla y meterme en la cama.

A la mañana siguiente y en cuanto desperté llamé a Andrea para que me diese la nueva clave de protección: meter el dedo índice de cualquier mano a través del collar de forma vertical, como si me picase o molestase.

Al vestirme vi dos vestidos igual de elegantes que toda mi ropa, aunque algo escotados y finos que sin duda dejarían ver mis aros aunque me pusiera la chaquetilla a juego; además, demasiado elegante para una trabajadora y ya mis niños iban con mucho ojo, sobre todo mi hijo. Así que decidí ponerme la misma ropa. Eso sería como ponerse la ropa de los domingos para ocasiones especiales, apartando de su cabeza lo que pudieran estar imaginando de su madre. Mejor así.

Volví a estar con ellos casi todo el día. Me vi en el paraíso junto con mis dos niños. Esta vez no hubo tanto recelo ni dudas y todo transcurrió mucho más tranquilo y apacible.

En la mañana del tercer día, llamé antes de nada a Andrea quien con todo su pesar de me dio la mala noticia: ese era el último. Al siguiente el mismo coche que me trajo me llevaría de nuevo al harén. Se acabó mi libertad.

Pasé todo el tiempo que pude con mis niños y me despedí diciéndoles que ya se me acabó el permiso que me dieron en la empresa. “El deber me llamaba” les dije con humor pero llorando sin poder contenerme al igual que ellos. Deseaba que aquel momento terminase pronto, seguramente igual que ellos.

Por la noche, lloré desconsoladamente, sin poder dormir; y por la mañana ya estaba en la puerta del hotel esperando al coche. A las ocho en punto de la mañana, como me fue ordenado.

Sentarme levantando la falda para poner mis nalgas desnudas sobre el asiento del coche, no era norma en el harén ni nadie me lo ordenó nunca en el tiempo que llevaba allí aunque siempre lo hacía ya por costumbre. No obstante y por inercia, fui a hacerlo cuando recordé que ya no tenía esa obligación, así que me senté normalmente. Me ocurrió lo mismo un par de veces, una cuando subí al coche en el harén y otra estando con mis hijos y, como ahora, reaccioné a tiempo. Tan a conciencia grabó Javier aquello en mi mente que lo hacía ya de forma mecánica; sin darle importancia ni darme cuenta; como cosa natural. Eso si, al conductor, como hombre que era debía saludar y pedir permiso muy educada y cortésmente.

El chofer no era el mismo que me trajo. Éste era bastante más joven; no creo que llegase a los treinta años mientras que el otro era un señor de más de cincuenta. Me fijé en él pues no paraba de mirarme a través del espejo retrovisor. Me sentí incómoda con sus frecuentes miradas y burlona sonrisa que no me presagiaban nada bueno.. Si quería algo, y por momentos comprendí que si, tendría que mostrarme una llave como cualquier otro hombre y abrirme. Andrea no me dio ninguna clave para ese día lo que significaba que estaba ya a disposición de cualquiera. Pero inmediatamente recordé que eso no podía ser ya que el amo aún me tenía para su uso exclusivo como así lo demostraba mi cierre.

Seguía observándome aunque sin descuidar la autovía en la que entramos a los pocos minutos de salir del hotel. Después de unos quince minutos en completo silencio tomó una carretera convencional en medio del campo y aquella extraña maniobra vino a confirmar mis temores ya que cuando salimos del harén sólo vi autovía y unas dos calles hasta llegar al hotel; no recordaba esa carretera en absoluto. Tal vez el amo le hubiese dado una llave como “premio” a sus servicios y de paso aprovechar la ocasión para recordarme mi condición de esclava que debía obedecer a cualquiera a quien él me prestase ya fuera socio, cliente o humilde trabajador; una más de las mil maneras que aprovechaban para someter psicológicamente a la mujer.. Descarté que quisiera violarme; no iba a perder su puesto de trabajo cuando podía conseguirme a mi u otras mujeres pidiéndolas a los señores del harén. Cosa que sabía había ocurrido más de una vez. Pero también podía ser un desequilibrado, un loco que vio la oportunidad de tenerme a solas con él en tan apartado y extraño lugar.. El caso es que el miedo invadía mi mente y me tenía paralizada con el corazón a punto de estallarme.

Sospechas confirmadas cuando el hombre salió de aquella carretera y enfiló un polvoriento camino de tierra. Unos minutos circulando por aquel solitario paraje y paró el coche.

-Bueno preciosa, un descanso en el camino-

-¿Qué es lo que quiere..? ¿Por qué para aquí..?- Pregunté temblando de miedo.

-Cálmate guapa y obedece. Son órdenes del presidente- Eso me tranquilizó un poco, pero podía estar mintiendo para que me entregase a él y violarme sin esfuerzo y hasta matarme. La soledad y silencio de aquel sitio era aterrador, sólo se oía el rumor del viento en las ramas de algunos árboles y el canto de aves que no acertaba a distinguir si eran pájaros o espíritus endemoniados; tan aterrorizada estaba.

-¿Y como sé que son órdenes de él? ¡Sáqueme de aquí ahora mismo!-

Sin responderme nada, agarró el teléfono móvil y marcó. Luego me lo pasó.

-¡Diga! –respondió la voz familiar del amo. Suspiré aliviada-

-Señor, soy Julia.. Estoy.. –No pude continuar, me interrumpió bruscamente-

-¿Julia..?¿Qué Julia…? No tengo a ningún pariente, amiga o conocida con ese nombre- Enseguida comprendí que no me había humillado como él exigía al notar cómo me recalcaba, pronunciándolas lentamente, las palabras pariente, amiga o conocida. Debía rebajarme ante él como constantemente se nos recordaba si quería que me siguiese escuchando, Ojala sólo fuera eso porque seguir ignorándome únicamente podía significar una cosa: Que me dejaba a merced tal vez de un asesino.

-Perdón señor, su esclava C-51. Su esclava Julia amo- Le insistí asustada, deseando que me atendiese-

-Ah, si. Eso está mejor.. Ahora caigo. ¿Y qué te pasa? ¿A qué esa urgencia y temblorosa voz..?-

-Señor, amo.. Estoy.. estoy con el chofer, ha parado el coche en medio del campo y… Tengo mucho miedo, señor-

-Lo sé, estás ahí porque lo he ordenado yo. ¡Obedece!-

-Bien, señor..- Pero no creo que oyese mis palabras.. Cortó si más. Suspiré de alivio al comprobar la verdad de que efectivamente era cosa de él; prestarme al chofer o cualquier otro capricho suyo. Pronto lo sabría.

-¿Tranquila ya guapa?-

-Si, señor. Perdone, no me habían advertido de esto- Le devolví el móvil mientras me miraba las piernas con su odiosa sonrisa-

-Bien, ¡desnúdate completamente y sal del coche!-

Obedecí quitándome primero los zapatos y las medias y viendo cómo el hombre preparaba una cámara de vídeo. No entendía nada, ¿por qué allí? El harén estaba rodeado de jardines en los que se me podía hacer lo mismo. Claro que no tan sucios como lo que veía a mi alrededor ni me hubiese asustado tanto. Pensé que ése era el principal objetivo: asustarme para que yo misma comprobara lo que podían hacer conmigo y no sólo en las celdas.

Completamente desnuda puse los pies sobre aquel terreno de arena pedregosa. En contraste con el calor del coche, sentí el frío que inundó mi cuerpo poniéndome toda la carne de gallina y los pezones de punta.

-Camina despacio y con las manos en la nuca hasta que te avise. Hazlo despacio y cada cinco pasos te paras mostrando la plante de un pie; luego lo mismo con el otro-

Empecé a andar lentamente evitando cuanto podía las puntiagudas piedras enterradas en el suelo. Empezaban a dolerme las plantas de los pies y seguramente que iba a terminar agarrando una pulmonía. Apoyado cómodamente en el capó del coche, estaría grabando la bochornosa escena de mi cuerpo desnudo en medio del campo enfocando mis sucios pies y aterido cuerpo. Todo para que más tarde el señor se recrease mirando obedecer de aquella forma a una de sus esclavas. Miraba en todas direcciones por temor a que alguien pudiese verme. El lugar se veía muy solitario pero aún así me daba miedo de que pudiera aparecer alguien y me viese en tan degradante y bochornosa situación.

Pensé que podía aparecer no uno, sino varios hombres que viendo aquello: Una mujer anillada en sus pechos, el candado en los labios vaginales, el collar y la cadena… Sería una horrible vergüenza además de un más que probable peligro. Si eso llegara a suceder ¿cómo un solo hombre podría defenderme de ser salvajemente violada? Deseaba que aquello acabase pronto y que saliéramos de allí. Pero el hombre no parecía mostrar ninguna prisa.

Me alejaba cada vez más del coche y no me ordenaba volver. Llevaba recorridos al menos cincuenta metros y nada; me obligaba a continuar. Me acercaba a un charco de barro que ya tenía a poca distancia y comprendí que iba a dejar que me metiese en él. Mientras no me lo ordenase debía seguir caminando aunque tuviese que pisar lo que fuera y me percaté de que esa era la idea además de cualquier otra u otras cosas que me tuviese preparadas.

Llegué al barro y miré hacia atrás, esperando que me ordenase volver. Se había acercado a mi sin dejar de grabar.

-¡Entra en el barro hasta el centro-

Justo lo que sabía y temía. Estaba helado y enseguida mis pies quedaron embadurnados hasta los tobillos del frío y pegajoso barro. En el mismo centro, rodeada de lodo por todas partes, paré a su señal. ¡Vaya un capricho el del señor! Si pretendía hacerme sentir el ser más abyecto del planeta además con aquella vergonzosa y cruel actuación desde luego lo lograba con creces, además de excitarse. Principal objetivo de todo cuanto estaba soportando porque para eso yo le pertenecía. Era de él y para los caprichos que le dictase su mente para procurarse la erección que luego yo o las demás mujeres le calmaríamos.

-Ahora ponte de rodillas- Así lo hice manteniendo mis manos en la nuca. Temiendo que la ciénaga me tragara entera; tal vez fuese lo mejor si iba a llevar una vida así. Además de asco, sentí miedo notando como el barro cubría mis rodillas sin que notase tocar fondo. Ya en los pies pude saber que no había mucha profundidad pero la sensación de hundirme lentamente me hacía temer.

-Ahora siéntate ahí, echa una mano hacia atrás apoyándote en ella y dobla la pierna derecha estirando la izquierda por encima-

Chapoteando en el charco de barro, adopté la postura que me ordenó y en la que me hizo un par de fotos con una pequeña cámara que sacó del bolsillo. Luego siguió filmando con la de vídeo.

-Muy bien, ahora échate completamente y levanta el pelo. No lo ensucies; luego date la vuelta hasta hundir las tetas en el barro y levanta los pies-

Después de hacerme otro par de fotos teniéndome boca arriba en el barro, me revolqué para darme la vuelta terminando así por bañarme toda en el maloliente y pegajoso baño. Hacía unos días que había llovido y era ya espesa tierra putrefacta en la que me “bañaba” como un cerdo. Sin duda que así era cómo quería hacerme sentir mi dueño y señor: Una insignificante esclava a su servicio dispuesta a convertirse en una cerda para él.

Unas cuantas fotos más en esa misma postura mostrando los pies con pegotes de barro pegados; estirando los brazos con el cuerpo hundido en el barro mirando a la cámara; echada sobre un lado del cuerpo sosteniendo uno de mis pechos ocultos por el barro y limpiando con suave masajeo el que mostraba a la cámara; de rodillas y las piernas completamente abiertas con el candado rozando el barro y en fin, toda clase de posturas eróticas asquerosa y completamente embadurnado el cuerpo de barro.

Acabada esa vil y vejatoria humillación, me ordenó regresar al coche caminando de la misma forma que al principio. Más despacio incluso, quería dar tiempo a que se me secara el barro en el cuerpo. Cosa que al poco tiempo empecé a notar sintiendo  toda mi piel pegajosa y tirante.

Las plantas de los pies me dolían de tanto pisar ese suelo lleno de toda clase de piedras grandes y pequeñas. A cada paso ya no sabía dónde poner los pies.

Casi seco ya, me ordenó entrar por entre unos altos matorrales hasta llegar a un árbol. Tenía que poner la espalda apoyada en él y los brazos estirados al máximo por encima de la cabeza con las manos tratando de rodear el tronco a la vez que, flexionando una pierna, apoyaba la planta del pie sobre la rugosa madera. Así otro par de fotos y otras más pegados los pechos y las manos al árbol mirando hacia atrás, hacia la cámara. Mostrando las nalgas y las piernas cubiertas de barro lo mismo que en la primera postura mis pechos y vulva igualmente sucios. Totalmente  “vestida” de lodo. Allí me sentí más tranquila pues resultaba más difícil que nadie pudiese verme, pero no mejor. Esa degradante y cruel vejación dolía, dolía mucho. En ese charco lavaron los restos de mi poco orgullo y dignidad.

Ahora sí que era una guarra y sucia puta. Con toda seguridad de eso se trataba: de demostrarme lo que realmente era para él y para todos los hombres del harén. Como así mismo pude comprobar durante aquella larguísima hora en la hambrienta y lujuriosa mirada del chofer quien estaba claro que sólo podía seguir las instrucciones del amo sin poder ni siquiera tocarme. Me halagaba que fuera tan deseable a los hombres incluso cubierta de barro; y aún a hombres jóvenes como al que ahora ofrecía mi cuerpo desnudo y sucio.

Me lo decía claramente su lasciva mirada y los frecuentes sobeos a su abultada bragueta..

Acabada la denigrante sesión me ordenó volver al camino donde estaba el coche. Pero su líbido empezaba a vencer la resistencia que hasta ese momento demostró pues ahora me miraba con más descaro y burla que antes y como buscando que yo le diese lo que tanto quería. Ni podía ser ni yo lo quería a pesar de que era joven y muy atractivo. Tal vez el señor me estuviese poniendo a prueba con él y por eso no me recogió el chofer más mayor. Y en cuanto a éste, si no respetaba mi cierre como el resto de los socios, sería despedido de manera fulminante perdiendo así su bien remunerado trabajo. Así que el silencio y dirigirme su odiosa sonrisa era todo cuento podía hacerme.

En el maletero del coche había unos trapos que me ordenó utilizar para limpiarme y no ensuciar el coche. Me costaba y mucho sacar el barro seco de mi cuerpo, pero poco a poco fue saliendo dejando sobre mi piel sólo una ligera capa de suciedad que no saldría sino con agua.

Reemprendimos la marcha hacia el harén y por la noche el señor cómodamente sentado en su sillón gozaba en su tiesa y durísima polla de las caricias de mi boca mientras fumaba un puro y contemplaba la película que habían rodado para él por la mañana.

En cuanto pude, conté a mis compañeras lo feliz que fui volviendo a estar con mis niños así como la escenita del barro. Carmen me dijo que esas fotos pasarían al catálogo en cuanto el amo me cediese a los socios y que no fui la única. Al señor empezó  gustarle eso a raíz de uno de sus buenos amigos quien era un auténtico fanático de ver a una mujer revolcarse desnuda en el barro. De hecho, hacía poco que había en el harén una piscina de lodo para quienes gustasen de vernos así. Pero preferían hacerlo en pleno campo; les daba más morbo.

-No te extrañe que alguna vez te hagan vestir muy sexi y caminar descalza por las calles más concurridas. Eso también atrae a más de uno. Yo ya he pasado por eso y por “ligar” con desconocidos en una cafetería mientras el socio que me tenía me observaba desde otra mesa. Se ponen cachondos con mil cosas Julia; no hay límites para su imaginación-

-Si, ya he comprobado eso más de una vez y lo que aún me queda por conocer ¿no?-

-Pues si cielo, pero a todo se adapta una. Qué remedio; luego no resulta tan malo, ya verás-

¿Qué podía ser más malo que eso: Satisfacer todas las aberrantes y vejatorias fantasías de un montón de hombres..? Y hombres poderosos e influyentes en todas las esferas de la sociedad. ¿Cómo enfrentarse al poder? Al poder de quien se convertía de forma real en tu dueño…? De no ser por una ardiente e insaciable sexualidad (que esos hombres descubrían en nosotras) no sería posible soportar esa vida sin caer en la más profunda depresión y hasta en el suicidio. Eso, y por supuesto el instinto de vivir junto con la esperanza de salir de allí algún día. Pero se aseguraban de grabar en nuestra mente la idea de que fuera del harén, algo nos faltaría siempre en la vida. Literalmente ponían nuestros cerebros, con todos sus principios morales, sus virtudes y toda nuestra personalidad en la entrepierna. Empezando por aniquilar nuestra dignidad y orgullo como mujeres.

Después de una semana de mi tan ansiada libertad, llegó una de las cosas que más temía. Absorta en mis pensamientos y miedos, iba camino de la clínica donde me operarían los pechos. Ya dijo el señor que los tenía algo caídos y él los quería perfectos. Me acompañaba Andrea, quien no paraba de consolarme diciéndome que no sería nada y que me alegraría en cuanto me mirase al espejo cuando me quitasen las vendas.

-Mírame a m y a todas las mujeres del harén ¿has visto alguna que no tenga unos pechos preciosos..?-

-No –Respondí lacónicamente. Y era verdad, maduras o jóvenes no había en el harén una mujer que tuviese un solo defecto en sus senos. Convertida en esclava, no reparaban en gastos para dejarla perfecta. Perfecta en todo, glúteos, piernas, pies, cara y no únicamente los pechos. Y con aquellas hembras de poco o ningún atractivo, feas y que nada se podía hacer con ellas para mejorar su aspecto, se las destinaba al servicio doméstico aunque siempre había quien las requería también para el sexo. Formada, instruida y convertida en mujer esclava de los hombres, cumplía con el requisito esencial para pertenecer al harén. Ninguna mujer era descartada siempre que se mostrase obediente a todo.

Por la tarde de ese mismo día me llevaron a una sala donde un médico trazó con un rotulador varias marcas en mis pechos.

-Poca cosa; no están tan mal. Éste Ernesto es cada vez más exigente. Bueno servirá para que los tengas más bonitos durante más tiempo ¿Qué edad tienes?-

-cuarenta y tres años, señor-

-Bien, pues te dejaremos las tetas de una niña de veinte-

Hijo de puta exigente; mis pechos no estaban mal. El mismo médico lo reconocía ¿a qué entonces someterme a una innecesaria cirugía. Algo que yo jamás hubiese hecho por mi propia voluntad. Es verdad que estaban algo caídos, no era ninguna jovencita, pero seguían despertando el deseo en los hombres.

Me llevaron al quirófano y bajo anestesia local, piadosamente apantallada para que no viese nada de lo que me harían, comenzó la remodelación de mis senos a través de las axilas tal y como ordenó y así quería el dueño y señor de mi cuerpo. Y todo para escupir su semen sobre “algo” lo más bonito posible…

Realmente fue un milagro. Aunque seguía indignada y como no, horriblemente humillada, quedé boquiabierta y sorprendida al ver mis pechos en el espejo de la sala médica del harén. Fui dada de alta de la clínica al día siguiente y el médico del harén se encargó personalmente de mis cuidados postoperatorios.

No los reconocí. Eran como me dijeron en la clínica, las tetas de una mujer de veintitantos años. Las aureolas de mis pezones aparecieron más amplias y como brillantes al estirar los músculos pectorales y elevarse el seno; sólo me introdujeron una pequeña prótesis de silicona para realzarlos aún más de manera que el efecto era sorprendentemente admirable. Los pezones apuntando directamente al frente; haciendo ambos senos una ligera curva hacia arriba como cuando era mucho más joven; los aros en mis pezones literalmente colgando y no apoyados en la carne como antes.

Recordé a Carmen y lo que me dijo al respecto: Siempre quedarían para mi, ¡y gratis! Alguna vez envejecerían y dejarían de ser atractivos y deseables ¿Cómo podría yo pagar jamás la alegría de volver a sentirte joven y atractiva a los hombres? Lástima que estaba siendo modelada a gusto y capricho de un hombre que se hizo mi dueño y no por mi propia voluntad. Pero esa vergonzosa sensación de ser utilizada para deleite de un hombre, un desconocido al que ni siquiera conocía ni por supuesto amaba, desaparecía por momentos ante la hermosura de mis pechos.

De añadido, disfrutar de la admiración en las miradas y tocamientos del doctor del harén. De ese hombre al que desde un principio me dejó muy claro que le gustaba yo; de su esmerada y delicada forma de curarme.

Me extrañaba tanta cura a diario únicamente por dos pequeñas cicatrices en las axilas. Sin embargo, tenía ordenado acudir cada día al consultorio. Después de la “cura” y concienzudo reconocimiento (suave masaje, palpación insistente de mis senos, breve mirada a las ya casi invisibles cicatrices, extraña y dulce mirada directa a los ojos y una serie de detalles y un trato que nada tenía que ver con el de los demás hombres, me hacían presagiar que ese hombre apreciaba en mi algo que en los demás nunca vi) volvía al despacho del señor.

Desde que salí de la clínica y una vez retirados definitivamente los vendajes, el amo estaba encantado conmigo sin dejar de repetirme una y otra vez el perfecto trabajo que habían hecho conmigo y como no, jactándose de “su obra” ya que habiendo sido idea de él, se atribuía el mérito. Y en realidad así era; él fue quien insistíó y ordenó que corrigiesen mis pechos hasta dejarlos a su gusto.

Cada día me sobaba a fondo ya magreándome las tetas; ya chupándolas y acariciándolas con labios y lengua; mordisqueándolas y haciéndome todo cuanto se le antojaba disfrutando a conciencia de todo mi cuerpo (suyo) y especialmente de los pechos. Raro era el día que no me ordenaba hacerle una cubana dejándome los pechos pringando de su semen.

Y cada día mi temor de que me entregase a su perro; me extrañaba que no lo hubiese hecho ya. Sólo de vez en cuando me ordenaba acariciarlo y masturbarlo durante poco rato. Pero en cuanto veía a Nerón dispuesto a la cópula, mandaba a otra mujer que se dejase follar por el animal; pero nunca a mi. Había una explicación que Carmen me aclaró: Al parecer había un acuerdo con los socios en virtud del cual estos admitían que como dueño de la mansión y presidente de la empresa, fuese el primero en catar a las nuevas hembras; pero lo que no estaban dispuestos a consentir es que un perro estuviese antes que ellos. Así que el amo, respetando ese acuerdo aún no podía entregarme a su perro hasta tanto los hombres no me hubiesen usado antes.

Decidían sobre nosotras como si de animales o cosas se tratara. Y el caso es que hablaba con Carmen y las demás compañeras de la manera más natural sobre ello; como si hablásemos de cualquier otro trivial asunto.

-Así que ya lo sabes Julia.. Aunque estés al servicio del amo, éste no puede entregarte al perro mientras los demás hombres no te utilicen-

-Pero si ya me ha hecho acariciarlo e incluso masturbarle-

-Ya, porque está deseando hacerlo y  hace lo que le da la gana. Pero teme que de alguna forma puedan los otros enterarse y algunos amenazan con largarse perdiendo así la contribución económica no de uno, sino de muchos otros hombres. Hombres tan influyentes como él mismo y que no tardarían en tomar represalias. No es algo que le convenga. Mejor tener a todos contentos y mantener la armonía para que esto funcione-

-¿Y como pueden enterarse los otros hombres de lo que él haga en la intimidad de sus habitaciones o despacho?-

-Julia él tiene varias mujeres para él solo. Pero éstas a su vez acaban siendo las preferidas de algunos hombres cuando pasan al servicio de todos. Incluso nosotras mismas nos “encariñamos” con algunos de ellos y podemos acabar informándole de lo que el amo haya hecho con nosotras mientras nos tenía a su servicio y como es natural prefiere no arriesgarse. Él también tiene sus limitaciones a pesar de su poder. Para las únicas que no hay límites es para nosotras con quienes hacen lo que les da la gana-

-Desde luego. Aquí la mujer ha retrocedido varios siglos-

No es eso Julia, simplemente están convencidos de que somos esclavas porque nosotras también disfrutamos en nuestro rol. Y no están tan descaminados ya que muchas de nosotras (nos incluiremos todas) se lo demostramos a diario-

Como oímos coches que llegaban, Carmen se acercó a la ventana y enseguida me dijo,

-Es el amo Julia, así que mejor te subes a su despacho-

-Si, voy. Creo que mañana tiene que salir otra vez; a ver si podemos vernos un rato-

-Muy bien cielo, hasta la noche tendré el día libre-

Y así era. Mientras él no estuviese en el harén por atender sus empresas o cualquier otro motivo, las mujeres a su servicio podíamos movernos por dónde quisiéramos con nuestro candado puesto. Pero en cuanto regresaba ya nosotras debíamos estar esperándole en su despacho.

Llegó con un señor que portaba un maletín cargado de artilugios que ambos pusieron sobre la mesa del señor. Enseguida me ofrecí a servirles algo.

-¿Desea el señor que les sirva alguna cosa..?-

-El vermut de siempre preciosa. Pero sin el uniforme, completamente desnuda. Luego me relajas con tus lindos labios-

-Si, mi señor. Como usted desee, enseguida le sirvo-

Otra cosa de la que no podía evitar sentirme orgullosa de mi cuerpo y de mi misma. Siempre que salía, ese hombre parecía estar todo el tiempo pensando en mi porque nada más regresar demostraba bien a las claras el ferviente deseo de tenerme. Tenía a su disposición a varias mujeres todos los días en su despacho; sin embargo siempre empezaba por mi y hasta la mayoría de las veces quedaba satisfecho conmigo y no usaba ya a ninguna otra.

Dos días más tarde me hicieron un completo reportaje fotográfico. En las más eróticas posturas y vestida con ropas o lencería de lo más sexi. Hasta el típico traje que llevaban las esclavas árabes para la danza del vientre.

Eso significaba que el amo debía prudentemente cederme ya a los socios. Llevaba con él demasiado tiempo en comparación a otras mujeres y las miradas que los otros hombres me dirigían (a mi de deseo, al amo de claro reproche y aviso) le advertían de que debía pasarme al servicio de los demás. Supe que lo hizo a regañadientes, pero la prudencia así se lo aconsejaba. Otro motivo más para enorgullecerme; aunque claro, a parte de mi belleza y atractivo para los hombres, también suponía un elemento importante de deseo la curiosidad y novedad de poseer a una hembra que tanta admiración suscitaba.

Andrea me quitó el candado y con eso quedaba “disponible” para quien me pidiera. “Mi agenda” estaba repleta cada día y era casi imposible verme como “disponible” en los ordenadores. Todos los días, excepto el que me daban libre, debía acompañar a algún señor a su habitación y pasar la noche con él.

Otra cosa que me intrigaba era cómo aún no me habían marcado. Temía ese momento y cada día despertaba con el miedo a que Andrea me buscase para llevarme a sufrir en mi carne y en mi alma cómo un hierro al rojo marcaba mi piel haciéndome definitivamente propiedad de una organización que jamás me dejaría libre. Quien “se ganaba” la marca a fuego era ya una consumada esclava al servicio del harén o lo que éste quisiera disponer de su vida.

Cada noche en el restaurante o salones de los señores socios, servía a alguno y siempre me encontraba en esos sitios al doctor que, como siempre, no me quitaba ojo. Yo le devolvía la mirada y le sonreía respetuosamente, pero me debía al hombre a quien me tocaba servir. Iba ya por mi cuarto “amo” de turno después de que el presidente me cediese a ellos. Eran e iban a ser muchas las pollas a las que tendría que complacer; muchas las fantasías y aberraciones que soportar. Algo que cada noche me hacía sufrir viendo la clase de vida que tendría que sufrir: Sólo un objeto de deseo sexual; una máquina expendedora de sexo, como días atrás le dije a Andrea. En algún momento mientras estuve con el amo pensé que podría adaptarme y vivir relativamente bien como mis compañeras. Pero ahora, viéndome pasar de unas manos a otras (de unas pollas a otras sería más acertado decir) me volvía a hundir en la tristeza de ser una prisionera condenada sólo por enamorarme de quien no debí; por una infidelidad a la que me vi arrastrada sin poderlo evitar. El castigo por eso resultaba demasiado desproporcionado y cruel: Prostitución impuesta y gratuita; esclavitud absoluta a los deseos de cualquier hombre joven o viejo, delgado o flaco, me gustase o no.

Pero por el momento no podía hacer otra cosa que resignarme y obedecer. Obedecer y rezar cada día para que ese tampoco fuera el que iban a marcarme.

Serví en las salas de peep show donde tres mujeres completamente desnudas en una gran cama redonda que giraba lentamente para que pudiesen ser vistas desde todos los ángulos hacían el amor acariciándose dulcemente; lamiéndose cada centímetro de su cuerpo mientras un señor cómodamente sentado las contemplaba a través de un cristal y yo de pie, a su alcance, recibía los desagradables tocamientos hasta que una fuerte palmada en mi nalgas me avisaba de que el señor deseaba ser complacido desahogándose en mi boca.

En la misma sala, otro día vi escenas de zoofilia (aquella noche el señor pidió una mujer con dos perros) que el hombre extasiado y excitado miraba sin parpadear hasta que me hizo chupársela mientras seguía contemplando el aberrante y vejatorio espectáculo.

Otro “numerito” lo protagonizaba una mujer joven, vestida de colegiala recibiendo en sus nalgas, sobre las rodillas de un hombre, incesantes y crueles golpes en sus nalgas ya con fusta, vara, látigo o simplemente con las manos hasta enrojecer sus glúteos y muslos de forma que sus llantos eran de auténtico dolor. Nada se hacía allí de forma ficticia. Todo era en riguroso directo y absolutamente real.

El conocido juego de las sillas en el que varias mujeres corrían alrededor de ellas al son de una música y al cesar ésta, debían inmediatamente ocupar una provista de un enorme pene con el que estaban obligadas a empalarse cuando se sentaban. La que quedase de pie, sin silla, recibía fuertes latigazos de un hombre que la golpeaba hasta que de nuevo se reanudaba la música. Por no sufrir el látigo, las pobres mujeres procuraban ocupar una silla aunque el dolor al penetrarse con el áspero y enorme falo fuera mayor que el látigo al que temían mucho más. El hombre que los propinaba sabía aplicarlos de forma que prefiriesen las sillas.

El toro mecánico con grueso pene en su lomo y sobre el que la mujer se sentaba penetrándose con él unas veces en el coño, otras por el ano y procurando no caer ante los bruscos movimientos y vaivenes de la máquina. Si caía, debía volver a montar pero esta vez “sentada” sobre un pene más grueso y metálico del que recibía descargas eléctricas. De volver a caer, le decían con sorna,  burlándose de ella, que ahora la iban a “sujetar” mejor penetrándose por sus dos orificios, coño y culo mientras por ambos continuaría recibiendo la vibración y descargas eléctricas de los dos cilindros que la penetraban.

Tres días de servicio en aquellas salas me hicieron caer a lo más bajo que mi ánimo podía llegar y mi tristeza iba en aumento sin que mis compañeras pudieran consolarme al acabar el horrendo día y noche de continuo sexo. No voy a negar que a veces me excitase, pero hasta eso iba vertiginosamente disminuyendo en mi. Demasiado sexo, demasiadas mentes retorcidas; demasiadas perversiones y vejatorio trato… Demasiada podredumbre moral. Y siempre, siempre, tragando el semen de aquellos bestias; se consideraba una falta de respeto escupirlo. Había que tragarlo todo para mayor satisfacción del señor y sobre todo no mancharle. A menos, claro, que éste decidiera que nos lo escupiéramos sobre nuestros cuerpos. Uno de ello me recordó al malnacido de Javier cuando me ordenó escupir su esperma en mis zapatos.

Recordé lo incómodo y repugnante que era aquello sobre todo viniendo de un viejo como el que me tocó en aquella ocasión.

Cada mañana, después del desayuno consultábamos una pantalla digital en la que podíamos ver a dónde nos tocaba servir ese día: C-31 peep show (por fin me libré de aquello); C-42 sala de cine; C-37 cuadras y perreras; C-27 habitación 210 10:30 h.(servicio de acompañamiento todo el día a un socio con indicación de la hora en que debíamos presentarnos); C-64 hab. 102 11:30 h. y así hasta completar todos los servicios que se debían atender en el harén. C-51 hab. 123, 8:00 h.

Así que allí me dirigí. Habitación 123. Duchada, exquisitamente perfumada y vistiendo el humillante uniforme de la casa con el que ahora mis pechos se proyectaban más al frente; rectos y ofrecidos. Mucho más hermosos después de la cirugía.

Debía ir antes a la cocina y coger la bandeja del desayuno que el señor hubiese pedido la noche antes. Me tocó uno madrugador, normalmente acudíamos tarde pues solían trasnochar con los juegos y mujeres del harén. Nos levantábamos a las siete de la mañana para atender desde primera hora a los hombres.

Eran las 7:50 cuando entré en el ascensor que me llevaría a la primera planta.

Esperé a las ocho en punto antes de llamar con mis nudillos en la puerta.

Entré cuando se me autorizó y vi que el hombre salía de la ducha. ¡Vaya! Así que él también se puso en lista de espera para tenerme. El doctor del harén. Sentí un subidón de alegría. No era ni remotamente como los otros hombres aunque se expresara de forma poco cortés y hasta brusca. Pero al menos me consoló pensar en tres cosas: era mucho más civilizado que la mayoría, estaría todo ese día con él y tal vez averiguase por qué esas penetrantes e insistentes miradas en salones y allí dónde nos encontrásemos.

 

-Buenos días, señor. Su desayuno y su esclava- frase obligada al presentarnos ante los hombres. Rebajadas al mismo nivel que un simple desayuno.

-Buenos días- Educado saludo que la mayor parte de los hombres no se dignaban devolvernos.

¿Cómo van esos pechos?-

-Muy bien, señor. Con sus curas en pocos días dejé de sentir molestias-

-Me alegro. La verdad es que han hecho un trabajo perfecto, estás muy guapa-

-Muchas gracias, señor. Me alegra que le gusten-

-No me refiero a los pechos, te lo estoy diciendo a ti-

-Gra..Gracias, señor-

Eso si que no lo esperaba. Por primera vez en mucho tiempo me dirigían un piropo sin palabras soeces. Sólo a mi y si no fuera por lo serio que se mostraba, diría que hasta galante.

-¿Has desayunado..?-

-Si, señor. Lo hacemos antes de salir de nuestro dormitorio-

-Bien, pues si quieres repetir.. Siempre me traen más de lo que pido-

-No, señor. Muchas gracias. Hace sólo un rato que desayuné. Es usted muy amable-

-En ese caso y mientras me tomo esto ve a vestirte con ropa normal. Hoy vienes conmigo- Casi que me desmayé, sentí un mareo al recibir tan extraña y feliz noticia. ¿Cómo que iba a salir de allí? Raramente se daban permisos a los hombres para sacarnos de allí aunque sólo fuera por un día ni a nosotras por supuesto, aunque el hombre quisiera que le acompañásemos-

-Perdón, señor. No entiendo, no..no tengo permiso para salir de aquí..-

-Pero yo si. Vístete como te he dicho y vuelve-

-Per..Pero, señor ¿está seguro?- No me podía creer aquello. Sonriendo volvió a decirme más que ordenarme-

-Estoy seguro. El “señor” presidente me permite tenerte unas horas fuera; he hablado con él.. Todo está arreglado. Ve y vístete, no tardes-

-Bien, señor. Como usted diga. Enseguida estoy aquí. ¿Desea que me ponga alguna ropa en especial?- Me referí a si quería vestido escotado, falda corta, con medias o sin etc.. Por supuesto no podía elegir pantalones (no existían allí aunque el hombre los pidiese) ni me atreví a preguntarle si podía llevar bragas y sujetador. No quise arriesgarme, así que mejor vestirme pero desnuda interiormente, como siempre.

-No, ponte lo que quieras siempre que sea elegante-

-De acuerdo, señor. Como usted desee. Enseguida estoy de vuelta-

Aquello me dejó muy sorprendida y confusa. ¿Cómo tenía permiso para sacarme de allí? ¿Y para qué, adónde iba a llevarme? ¿Qué pretendía..? Tal vez un “numerito” como el del campo o algo parecido. Después de revolcarme en el barro completamente desnuda y las mil cochinadas que soportaba cada día, ya nada me sorprendía pero a las que sí que seguía teniendo miedo.

No obstante, en él intuí algo distinto. Luego de citarme tantas veces en el consultorio sin que ya fuera necesario; de sus insistentes miradas en salones o en otros lugares del harén; su trato casi amable y educado en comparación con el resto de los hombres me hacía presagiar que nada malo me reservaba. Sin embargo y al mismo tiempo, deseaba estar con él, me gustaba. Me gustó desde que lo vi en el reconocimiento médico en el que me excitó como nadie. Y ahora iba a estar sólo con él; nada más que con él y fuera de allí. Ojala que aquel día no acabase nunca.

Me puse un decentito vestido de seda color marrón ribeteado en mangas y al borde de la falda de discreto encaje de colorínes. Zapatos en piel del mismo color y las medias de liga por si se le antojaba quitármelas. Sabía por experiencia que eso gustaba mucho a los hombres para empezar a desnudarnos.

De nuevo en su habitación lo encontré elegantemente vestido y listo para marcharnos. Realmente era un hombre muy atractivo. Su voz grave y varonil me encantaba y lo que más me atrajo cuando lo vi por primera vez en el consultorio.

-Perfecto, estás realmente guapa-

-Gracias, señor-

Cogimos el ascensor y pronto estuvimos en el garaje. Ya en el coche no me atreví a preguntar nada y, como siempre, dejarme hacer y que me llevase a dónde quisiera.

-Te estarás preguntando porque salimos del harén ¿no es así?-

-Pues si, señor. La verdad es que me resulta muy extraño ya que no se nos permite salir y a ustedes tampoco sacarnos-

-Bueno, he tenido que esperar una larga espera para tenerte. Estás muy solicitada. Hay muchas mujeres ahí dentro y sin embargo es raro verte disponible en el ordenador; te prefieren incluso más que a otras mucho más jóvenes que tú ¿qué haces para tener a todos tras de ti y con tanto afán? Incluso el presidente te ha tenido más tiempo que a ninguna-

-No lo sé, señor. Hago lo que me ordenan como las demás-

-Como las demás..Ya, de acuerdo. Pero con más dulzura, sencillez, docilidad,  entrega y hasta con agrado según me comentan algunos de los hombres con los que has estado-

¿Era aquello simple curiosidad por su parte, algo así como celos por el tono sarcástico con que lo dijo, o me estaba volviendo loca…?

-Señor, simplemente obedecer como se me dijo y evitar que me lleven a las celdas. Esos señores con los que ha hablado son muy amables-

-Si, tan amables que ninguno de ellos se perdería por nada del mundo el ver cómo te marcan a fuego-

-¡Dios mío!- Llegó lo que tanto temía.

-Y, señor. Puedo preguntarle cuando será eso- Inquirí temblándome la voz.

-Esta misma noche.. Pero no van a encontrarte para divertir y poner cachondos a un montón de gilipollas pervertidos porque ya me tienen hasta los cojones..-

-Pero.. Pero, señor.. ¿A dónde me lleva usted..? Yo..Yo.. Se lo agradezco, pero.. pero, darán conmigo, estoy muy asustada-

-Tranquila, de entrada vamos a un lugar seguro. Supe anoche que te iban a marcar hoy y la urgencia está en quitarte de en medio lo antes posible. No puedo esconderte eternamente pero sí tocar algunos asuntillos con el presidente y puede que consigamos algo-

-¿Qué asuntillos señor, si me permite preguntar..?-

-Para empezar, no me hables de usted ni de señor ni nada parecido. Si puedo, no volverás al harén. Aquello se ha convertido poco menos que en una pocilga llena de crueles y sádicos pervertidos; ya no es lo que empezó siendo. Cada vez me llegan más mujeres con lesiones serias y el día menos pensado nos vemos todos en el juzgado. No quiero tener sobre mi conciencia personal ni profesional una agresión grave-

-Pero, señ.. Perdona, no sé cómo debo llamar..te- Tanto tiempo respetando y temiendo a los hombres que ahora me resultaba muy difícil tutear a uno ¿y si era una trampa? Pero no, algo en ese hombre me decía que no.

-Víctor, me llamo Víctor. Ese es mi nombre y como debes llamarme. Olvida ya las parafernalias-

-Está bien, gracias Victor. Pero cómo vas a conseguir que no vuelva al harén. Además de encontrarme, pueden publicar todo lo que tienen sobre mi;  mis hijos lo sabrán todo. He llegado a todo este horror por ellos-

-Es lo que trataré de evitar y creo poder conseguirlo. Si lo que tengo planeado sale  bien, se olvidarán de ti y por la cuenta que les trae todo el “material” que tienen de ti desaparecerá como desapareció de las manos del tal Javier quien por cierto cumple en la cárcel una larga y más que merecida condena-

Me alegró saberlo. Al fin se hizo justicia, pero eso no mitigó mis temores.

-¿Pero qué plan tienes..? Por favor dime algo..-

-Sólo preocuparles un poco. Viven demasiado bien, lo tienen (tenemos) todo y a todas las mujeres que quieran; que desaparezca una que pueda crearles problemas, lógicamente lo preferirán a tenerla por la fuerza-

-Pero ¿cómo vas a hacerlo? Y perdona mi insistencia, pero estoy que me va a dar algo. No sé si de felicidad o de miedo-

-Todo es cuestión de la ayuda de un amigo mío inspector de policía. Si cumple con lo que me ha prometido: una simple llamada al presidente esta misma mañana. Lo demás vendrá solo. Pero no puedo prometerte nada como tampoco puedo hacer nada más por ninguna otra mujer de las que tienen allí encerradas y que cada vez son más las que lo están en contra de su voluntad. Si puedo, al menos te libraré a ti. Si queda algún tío con al menos dos neuronas que le funcionen, que hagan algo por el resto de esas mujeres. Me gusta dominar a la mujer en el sexo, no voy a negarlo, pero aquello ya es demasiado-

Me atreví a mirarle y, cogiendo una de sus manos, le dije llorando,

-Gracias Victor.. Muchísimas gracias. Salga o no salga bien, te agradezco con toda mi alma lo que haces por mi- ¡Por fin, un hombre que nos veía como a seres humanos!

-No tienes por qué agradecerme nada. Sólo reza para que mi plan funcione-

-Es lo que hago Víctor.. Es lo que hago..-

Llegamos a un lujoso piso en el centro de la ciudad y luego de tranquilizarme y ofrecerme su casa y que me sintiera allí como en la mía, me dijo que volvería en cuanto pudiese y que me mantuviera atenta al teléfono.

¡Por supuesto que iba a estar atenta al teléfono; y sobre todo a su regreso! El tiempo que estuviese sola, sería víctima de un infarto casi con toda seguridad. Pensé.

Al cabo de unas horas apareció. Venía con sonrisa triunfante y lo que me pareció un par de estuches de dvd.

-Bien preciosa, aquí traigo tu libertad-

No podía creer lo que me estaba diciendo ¿cómo mi libertad? Eso era un sueño que jamás pensé me llegaría tan fácilmente.

-Simple, guapa. Aquí tengo esas imágenes que te esclavizaron-

-Pero..Pero, Víctor..¿Estás seguro..? Por favor, si esto es una burla…Ya me ha hecho bastante daño-

-Lo sé. Y no, no es ninguna burla, puedes estar segura. Sé que te han hecho de todo y te cuesta creer a un hombre. Pero puedes confiar en mi. Son los discos que grabó ese cabrón de Javier-

-Y cómo..? ¿Cómo los has conseguido? ¿Qué harás ahora con ellos..?- Enseguida temí y presentí que los utilizaría para tenerme sólo para él. No podía confiar ya en ningún hombre.

-Ya te he dicho que en el sexo me gusta dominar a la mujer pero no de esta forma.. Ten, comprueba que son los que grabaron de ti y luego haz lo que quieras con ellos-

-Pero el amo.. Me buscarán.. ¿Qué harán conmigo ¡Dios!?-

-Olvida ya todo eso. No te pasará nada. Sé que te cuesta creerlo pero es así, te lo juro-

-¿Y cómo Víctor…? ¿Cómo?-

-Mi plan salió a la perfección. Mi queridísimo amigo policía llamó al harén preguntando por ti. Le dijeron que no estabas pero que sí, que eres miembro del “club”. Dejó recado de que te pusieras en contacto con la policía en cuanto volvieras por allí; luego mi amigo pidió hablar con el responsable de todo aquello. O sea, con el presidente quien precisamente no estaba tampoco. Por eso he tardado más, le esperé hasta hablar con él.

Cuando llegó le dije que teníamos problemas; la policía preguntaba por ti a raíz de una denuncia contra ese Javier por chantaje y extorsión-

-¿Y quien se supone que puso esa denuncia..?-

-Tu exmarido. Al que por suerte no ha habido que informar de nada y, por tanto, no sabe nada. Hubiésemos tenido que hablar con él para hacer real esa denuncia ya que el presidente se empecinaba en tenerte allí. Pero le convencí con el argumento de que por una sola mujer el harén podía verse seriamente comprometido si la a la policía le diese por investigar y lo último que quieren es precisamente eso, agentes husmeando por allí. Al final, todo podría descubrirse y vernos inmersos en una grave acusación de chantaje y hasta de secuestro. Ya le dejé caer algo ayer y por eso ha estado de acuerdo en que te sacara de allí.

Y siguiendo con mis eficaces mentiras, también le dije que conocía al director del banco donde trabaja tu ex y que no me costaría nada convencerle de que retirase esa denuncia con la ayuda del director y si le entregaba estos vídeos.. El caso es que se lo tragó todo y, confiando en mi, me entregó los discos para que acabase con este enojoso asunto cuanto antes. En cuanto a ti, le he dicho que no es conveniente que vuelvas al harén. Que lo mejor es que veas a tu exmarido y le convenzas también de que retire la denuncia so pena de que la organización vaya a por los dos. Si vosotros calláis, ellos también.

Ya te dije antes que viven demasiado bien y es muy lógico que no quieran complicaciones de ninguna clase; y menos por una sola mujer. Con la lujosa y sibarita vida que llevan estos energúmenos no es muy complicado acojonarlos.

Para que quedase más tranquilo, también le he dicho que no volverás con tu marido ni al harén; que te acojo como asistenta en mi casa y así “te podré tener vigilada”.  Así que lo mejor es que pases un tiempo aquí y cuando todo se haya calmado y olvidado podrás irte a dónde quieras-

-¡ Ohh Víctor, Víctor, muchas gracias. No sabes cómo te lo agradezco ni lo que has hecho por mi.. ¡Nada menos que devolverme mi libertad! Olvidé ya que aún existen buenas y generosas personas como tú.

Y por favor, déjame ser tu asistenta de verdad. Atenderé a tu casa y a ti como te mereces-

-No, Julia. Nada de eso. Ya tengo asistenta.. Viene cuatro veces en semana y para ella tú serás mi novia, una amiga o lo que le digamos. Es una señora discreta y buenas persona-

Con los ojos arrasados en lágrimas me acerqué a él y cogiendo sus cálidas y suaves manos le dije,

-Pero déjame compensarte de alguna forma. Si te gusta dominar, hazlo conmigo el tiempo que esté aquí. Lo he hecho muchísimas veces por obligación, forzada. Déjame hacerlo ahora por gratitud-

-¡No preciosa! Nada de eso. No tienes que agradecerme nada y menos de esa forma-

-Como quieras. Por favor no pienses que soy una prostituta que quiere pagarte con sus artes de mujer fácil. Es sólo que te estoy inmensamente agradecida y no sé hacer otra cosa en la vida que atender una casa y a los hombres. Lo único que sé hacer y que durante todo este tiempo me han inculcado por la ley de la fuerza contra la que nada podía hacer.. Además, tampoco tengo a dónde ir-

Me tapé la cara con ambas manos arrasada por las lágrimas.

--Está bien, Julia, Cálmate, podrás rehacer tu vida. Te conseguiré un empleo en el hospital donde trabajo y con eso podrás alquilarte una vivienda. Todo saldrá bien, ya verás-

Diciendo eso, apartó mis manos de la cara y enjugó mis lágrimas con sus dedos al tiempo que me besaba en la mejilla. Supe, como ya intuí más de una vez, que ese hombre sentía algo por mi. Algo puro y noble que aún no acertaba a entender por qué. Por qué de una simple esclava y puta cuando por su status y atractivo físico lo podía tener todo.

-Tengo que irme. Me toca guardia en el hospital y luego pasar por el harén un par de horas al consultorio. Debo aparentar normalidad. Pero te aseguro que en cuanto estés completamente a salvo presentaré mi dimisión. Ponte cómoda, date un baño y relájate.. Te vuelvo a repetir que no quieren complicaciones y no volverán a meterse contigo. También podré decir en algún momento que te quiero sólo para mi y también tengo mis influencias. Fíjate, eso incluso les tranquilizaría más… Volveré a la noche. Y tranquila, hoy no viene la asistenta-

-Muy bien, Víctor. Y gracias de nuevo-

-Por favor, no vuelvas a repetirme eso. Ya te he dicho que no estoy en absoluto de acuerdo con lo que se está haciendo a las mujeres allí. Así que olvídalo ya-

-Está bien, Víctor. Que pases un buen día. Y ojala Dios te premie con todo lo que mereces por lo que has hecho por mi-

-¡! Y dale..!!-

Los dos reímos y se marchó.

Algo debía hacer por él, así que por la tarde bajé a una tienda que había allí cerca y con el poco dinero que me quedó y que no olvidé en el harén me dispuse a prepararle la cena. Eso sí que también sabía hacerlo muy bien.

Por la noche cenamos, charlamos y reímos hasta la hora de irnos a la cama. Yo llevaba puesto un pijama de él que vi en su dormitorio; no tenía otra cosa que ponerme. Caballeroso y amable, me dijo sonriendo que ese pijama me sentaba muy bien.

-Desde luego tienes un don: Con cualquier cosa que te pongas estás guapísima. ¡Anda! Vamos a dormir-

Podía haberse aprovechado de la situación y como todo un caballero ni siquiera hizo el menor intento por tenerme. Simplemente se limitó todo el tiempo a consolarme, apoyarme e incluso halagarme… Me lo hubiese comido a besos. Pero me dejó muy claro que no quería sexo por gratitud. Me lo pedía, me exigía tácitamente que fuese de corazón.. Y si no me equivocaba y por mi sentía algo más, encontraría la ocasión de demostrárselo.

Ya me gustó mucho ese hombre aquella primera vez que le conocí en el consultorio; más aún después de observarle mirándome atento, con deseo, en salones y allí dónde nos encontrásemos; y ahora, arriesgando su seguridad por mi y halagándome por un simple pijama. Eso si, muy elegante. Y todo con alegría, contento de tenerme en su casa, con maravilloso buen humor y exquisita educación.

Como colofón, me señaló mi dormitorio y me arropó dándome las buenas noches y un beso en la frente.. Ahora, más que nunca, sentí la vergüenza de haber sido poseída por tantos hombres. Pero nada pude hacer por evitarlo, ni nada ahora por olvidarlo. Sólo rogar para que el tiempo transcurriese pronto.

Me apagó la luz y fue a cerrar la puerta del dormitorio

-No, por favor Víctor. No la cierres del todo-

-¿Y eso..?

-Siempre dormía así en mi casa y en el harén he tenido que dormir muchas veces con demasiada oscuridad-

-¡Ah, bien! Como quieras-

-Gracias, que descanses-

-Buenas noches-

-Buenas noches, Víctor-

Me dispuse a dormir pero tantas emociones en el día me lo iban a poner muy difícil. Mis ojos estaban abiertos de par en par. Podía ver la luz de su dormitorio encendida y pensé que de un momento a otro se apagaría. Pero pasaban los minutos y seguía viendo su luz en el pasillo filtrándose por debajo de su puerta cerrada.

Pasado un buen rato seguía igual. Curiosa, me levanté por ver si ocurría algo

-¡Víctor! Perdona, ¿No duermes? ¿Te ocurre algo?-

-No, cielo. No pasa nada. Suelo leer un poco todas las noches antes de dormir-

-Ah, bien.. Buenas noches-

-Buenas noches Julia. Descansa-

Ojala que en vez de leer hubiese decidido violarme. Lo deseaba con todas mis fuerzas después de aquel atento y cariñoso beso en mi frente.

Volví a meterme en la cama aunque sabía que sería una larga noche de insomnio.

Inquieta, volví de nuevo a su dormitorio.

-Víctor, perdona…-

-Dime..-

-¿Y qué pasa con el documento que me hicieron firmar..?-

-Sólo firmaste que estabas allí voluntariamente, como un socio o miembro más del supuesto club. Les sirve para demostrar que nadie te forzaba si se te ocurriese poner una denuncia contra ellos. Lo guardarán muy bien pero nada más. Julia no es un contrato que te vincule a ser “esclava” de nada ni de nadie. Con eso se cubren las espaldas para ocultar lo que realmente está pasando allí ¿lo entiendes?-

-Si, tienes razón. Qué tonta soy..-

-No, nada de tonta. Estás nerviosa, sólo eso-

-Una cosa más y ya te dejo en paz-

-A ver esa cosa más..- Me dijo sonriendo-

-¿Porqué cuando nos encontrábamos en el mismo lugar me mirabas tanto-

-¿Yo..?-

-Si, tú. No lo niegues por favor. Sentía tu mirada en mi hasta de espaldas-

-Bueno vale. Si, te miraba. Te miraba porque ¿sabes?, me pasa lo que a los otros hombres, que no soy de piedra y me gustabas-

-Y.. ¿ya no..?- Le pregunté azorada.

-Me gustabas allí; y me sigues gustando aquí. Parece que contigo hay que ser muy explícito-

-Sólo cuando algo me afecta o interesa mucho- Nos mirábamos fija e intensamente a los ojos. Lentamente, me acerqué a la cama y me senté, sin dejar de mirarle.

-Verás Víctor –agaché la mirada- tú también me gustaste desde que nos vimos por primera vez en aquel reconocimiento que me hiciste; y ahora me sigues gustando. Sólo quería que lo supieras. Y te juro por Dios y mis hijos que ya no es nada de agradecimiento, te lo digo con todo mi corazón. Ahora descansa, no te molesto más…- Fui a levantarme de la cama poniendo antes mi mano suavemente sobre su mejilla como despedida, pero me detuvo,

-Espera, eso ya es un comienzo-

Una de sus manos se posó sobre mi hombro, la otra en mi nuca; enredando sus dedos en mi pelo mirándome a los ojos. Acercó suavemente su cara a la mía sin dejar de acariciar mi pelo; su otra mano la espalda.

Yo correspondí, deseosa como estaba, acariciando delicadamente su pecho y dejándome acercar le besé tiernamente la mejilla; subí despacio mis labios a su frente besándole dulcemente sus cejas; sus ojos que entrecerraba aceptando mis besos. Así hasta que nuestros labios se rozaron. Chupé y mordisqueé levemente su labio inferior, repitiendo eso mismo en su otro labio. Así, hasta que nos fundimos en un prolongado y maravilloso beso en el que nuestras lenguas se abrazaron explorándonos cada uno con verdadera pasión y lujuria.

Me estaban amando, por primera vez en mucho tiempo y de forma real y sincera un maravilloso hombre me estaba amando. No usando. Y aún sabiendo de dónde venía y lo que hacía.. Por eso me sentí en la obligación de recordarle

-He sido de muchos hombres Víctor. Y no sabes cómo sufro por eso ahora, pero no pude evitarlo-

-Yo he estado con muchas mujeres por deseo propio y a ti te forzaron. Ya sé lo que ha sido tu vida; no tienes que recordármelo más. Por otra parte, no vamos a casarnos mañana, no nos debemos nada. Esto puede ser muy hermoso tal como es.

-Si, si amor mío. Tienes toda la razón y así será mientras tú quieras- Nos dijimos en susurros.

Seguimos besándonos mientras me desabotonaba la blusa del pijama. Labor que yo le facilité abriendo los demás botones para quitármela del todo.

De mi boca pasó a acariciarme el cuello con sus labios, luego el lóbulo de mi oreja bajando su lengua en constante y prolongada caricia hasta mis pechos anillados. Quedó un momento contemplándolos y en ese momento recordé a mi pobre amiga Carmen cuando me dijo que alguna vez me alegraría de tener tan jóvenes y bonitos labios y pechos.. ¡Y gratis! Era maravilloso cómo Víctor admiraba mis pechos acariciándolos con total dulzura.

Volvió a mirarme de nuevo y me dijo,

-¿De acuerdo en lo que te acabo de decir..?-

-De acuerdo en lo que tú quieras- Me sentía inmensamente feliz.

-En ese caso y mientras estés conmigo recuerda siempre esto: Jamás te forzaré a nada, pero lo quiero TODO-

 

F I N

(9,40)