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El pasado que no cesa: Tercera sesión

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-Durante varios días me levanté temprano, a la par que mi tío. “¿Ánde vas?” me preguntó cuando me vestía.

“Quiero acompañarte y ayudarte en el campo; en casa me aburro”.

-¿Intentó algún contacto contigo después de sorprenderle con su amigo?

-Ninguno. Estaba a la defensiva. De ahí lo de levantarme a la par. Quería que supiera que podía confiar en mí. Que conmigo su secreto no corría peligro...

-¿Sólo buscabas su confianza?

-Supongo que no.

-¿Supones o lo sabes?

-Quería sexo otra vez. Su confianza me importaba una mierda. Quería que nos siguiéramos tocando la polla.

¿Así está bien?

-Si es lo que sabes y sientes....

¿Lo conseguiste?

-Tuve que currármelo. Me dejé los huevos en cada uno de los trabajos puñeteros a los que le acompañé. Y poner cara de que que me sentía realizado.

¡Vaya mierda!

Pero el definitivo fue capar a unos cerdos .Eran pequeños pero se retorcían como alimañas acosadas. Y mordían.

Tres fueron las víctimas. Los tenía mi abuela para engorde y que abastecieran de carne y embutidos cuando les llegara su sanmartín.

Sujetarlos fue jodido de verdad. Pero no tanto como ver la mutilación. La sangre, la carne sajada.... ¡Y el cauterio: un hierro candente que dejaba un insoportable olor a carne chamuscada!

¡Dios, sólo de recordar me dan náuseas!

-Una dura prueba.

-Pero aguanté. Pálido, pero aguanté.

Ayudó que Cosme no fuera un chapuzas y todo lo ejecutara con una limpieza que al principio me admiró. Pero después me inquietó. Creo que lo que más me inquietó fue la sonrisa que se le escapaba con los gritos de los bichos.

-Una reacción preocupante.

-Intuí un lado oscuro en ese hombre. Lo que ocurre es que fue como pasar una sombra. No sabes si ha sido cierto o resultado de tu imaginación. Si hubiera tenido tiempo para reflexionar o hacer más caso a lo que fugazmente intuí...

-¿Qué lo impidió?

-Que nada más terminar el sanguinario quehacer, se mostró de nuevo cercano.

Mientras nos lavábamos en la fuente de la cochiquera me dijo que me había comportado como un hombre. Me puso en el hombro una de sus fuertes manos que aún tenía rastros de sangre entre las uñas. Me acarició la nuca...

Su gesto me habló de una próxima reanudación de nuestros encuentros. Mi sexo se alegró de ello y me lo demostró inflamándose. Y ya no pensé más en mi intuición sobre una posible naturaleza malsana.

Es la historia de mi vida.

-¿Qué debo interpretar con esa expresión?

-Es lo que hago siempre, dejar de lado cualquier cosa por un polvo. Un acuerdo, un compromiso, una amistad...

-¿No te gusta?

-No me siento orgulloso de ello.

-Lo tendremos en cuenta. Pero quiero que te centres en lo que nos ocupa.

-Como quiera.

Me propuso que le acompañara a un lugar. No dijo más.

Caminé a su lado siempre encendido y deseoso. Llegamos a un tapiado algo derruido y entramos en lo que parecía en jardín asilvestrado con árboles frutales desatendidos. Varios de ellos ya sólo eran esqueletos de madera.

Pero a mí todo me daba igual. Yo sólo pensaba en su polla en mi mano. En su polla entre mis piernas...

¿No le gusta cómo me expreso?

-Es tu manera. No la juzgo. Continúa.

-En el centro se levantaba un viejo caserón solariego completamente abandonado y, en la parte posterior, una construcción de madera en la que entramos. Eran los antiguos establos.

En ellos se podía ascender por una escalera de mano a un alto y Cosme así lo hizo. Yo le seguí con cuidado; la escalera estaba en pésimo estado pese a algún remiendo aquí y allá. Pero la visión de su trasero delante de mis narices relativizaba el peligro.

 

Una vez arriba, nos sentamos en el borde del alto y mi tío sacó la bota de vino. Dio un buen trago y me la ofreció. “Bebe -me animó- Ya eres casi un hombre”.

A su lado, pierna con pierna, me llegaba el calor de su cuerpo. Me sentía impaciente. Sólo necesitaba una señal y me lanzaría sobre su cuerpo.

Pero Cosme empezó a hablarme del puto amigo suyo. Me confesó que gracias a mi ayuda, no había tenido que contar con Tino para capar a los cerdos...

-¿Por qué no quería contar con su amigo?

-No lo sé. Y en mi estado de excitación era lo que menos me interesaba.

-Comprendo

-Para mi desesperación, en lugar de invitarme a un frenético encuentro de sexos, se descolgó con explicaciones sobre la abandonada casa.

Harto, le plantee con toda crudeza la pregunta que nos llevaría al terreno que de verdad me interesaba: “¿Qué se siente cuando te follan?”

-Una pregunta cruda

-Pero la planteé en un tono ingenuo, casi infantil.

¿Qué le parece?

-No me parece nada ¿Cómo reaccionó tu tío?

-Echó un largo trago de vino y se movió hasta un rincón con un montón de paja reseca. Y me contó lo siguiente:

“Tino, en quien yo confiaba ciegamente, me propuso una chiquillada: venir hasta aquí y robar unos melocotones de los frutales de ahí fuera. La idea me gustó mucho porque estar con él me daba seguridad”.

-¿Por qué le daba seguridad?

¿Te repito la pregunta?

-Los jóvenes de ese pueblucho tenían por costumbre gastar toda clase de cabronadas a los chiquillos en los que ya despuntaba la adolescencia. Y Tino había intervenido en su favor en dos ocasiones.

-¿Tu tío sufría acoso?

-¡Como cualquier otro crío de su edad en ese pueblo!

Vivían en un estado de perpetua persecución hasta que se integraban en el grupo de los jóvenes y eran los perseguidos los que pasaban a putear a la generación siguiente.

-¿Se lo dijo a sus padres?

-Si les hubiera ido con quejas, le habrían molido a palos por no saber defenderse ni hacerse respetar.

-La ley del más fuerte.

¿Tú viviste alguna situación similar?

-No. Yo era un forastero. Pero algo vi.

-¿Qué viste?

-Había ido con mi hermana a por pan a un horno del otro lado del pueblo. Fuimos testigos de cómo tres grandullones de casi dieciocho años perseguían y acorralaban a un niño de apenas doce. El niño les suplicaba y ellos se reían de sus ruegos de clemencia. Lo tumbaron en el suelo, le bajaron los pantalones, lo descamisaron y le orinaron encima. Uno de ellos incluso le abrió la boca para mearle dentro.

Recuerdo que nos vieron y se dijeron algo entre ellos.

Sentí miedo.

-¿Nadie ponía coto a... eso?

-No.

-¿Puede ser esta la razón por la que no te relacionaras con chicos de tu edad en el pueblo?

-Puede.

-¿Qué sientes al recordar esta clase de vejaciones?

-Odio.

-¿Y tu tío vivió ese clima?

-Todavía peor por lo que supe.

Perdone pero... no he sido sincero del todo.

-Te escucho.

-Cuando vi a esos muchachos con las vergas fuera y orinando sobre el chiquillo indefenso... algo me recorrió por dentro.

Y esa noche, en la cama, me toqué recreando el instante.

Odio y deseo. La tortura incesante. No lo puedo entender. Pero así fue.

Lo mismo me sucedió cuando mi tío me contó lo qué le ocurrió en el establo del caserón abandonado.

-¿Qué fue?

-Tino le había defendido y él le estaba agradecido. Sincera e incondicionalmente agradecido. Y se alegraba cuando le pedía que le ayudase en alguna tarea doméstica o, como en aquella ocasión, para perpetrar una fechoría de críos.

Cosme veía en ello un afianzamiento de la alianza que le ponía a salvo de las salvajadas de los mayores.

Los recuerdos de aquel día se me confunden. No sé si son recuerdos de lo que yo viví o de lo que me contó Cosme.

-¿De lo que tú viviste? Explícate.

-Mi tío me contó que, una vez se hicieron con una buena provisión de melocotones, subieron al alto del establo como hicimos él y yo.

“Yo admiraba a Tino porque era un chico fuerte -me dijo tras beber otro largo trago de vino- Se hacía respetar. Tenía ya esa cara de mala uva que sigue teniendo, y esa forma de mirar traidora que tanto incomoda. Comíamos los melocotones robados. Me dejaba los mejores.

Sí, me tenía... encantado.

Entonces se levantó y aquí, justo aquí donde yo estoy, se puso orinar.

No se tapó ni me ocultó el pijo. Se lo vi. Ese pijo oscuro y venoso. Lo descapullaba mientras la orina salía con tal fuerza que hasta salpicaba. Lo descapullaba una y otra vez.

Y yo miraba. Sí, joder, miraba. Comía la fruta y miraba.

Y se volvió hacia mí sin dejar de tocarse. Ya no orinaba. Se tocaba. Y le oí decirme que qué miraba tanto, que si nunca había visto una polla en mi vida.

Y se tocaba más y más. Se acariciaba en el frenillo. Se le ponía tiesa. Muy tiesa.

¿Te gusta?, preguntó sin guasa. ¿Te gusta? ¿Quieres tocarla? ¿Quieres sentir lo dura que se ha puesto? Tócala, venga. Tócala, no tengas miedo”

Necesito agua.

-Por supuesto.

¿Qué hizo tu tío?

-Se la cogió.

Estaba tan dura como se prometía. Y muy caliente.

En cuanto la tocó, de la punta se derramó preseminal. Y el preseminal le manchó la mano.

“Cáscamela y yo te la casco. Vamos a darnos gusto” -sugirió Tino.

Pero ni siquiera esperó una respuesta. Le bajó los pantalones cortos. Le descubrió el pito empalmado y lo acarició. Primero la punta. Después los huevos que sólo tenían algo de pelusa alrededor... Y avanzó con sus dedos por la entrepierna hacia su trasero, hacia su esfínter...

Y yo... yo le dije...

-Tranquilo. Sólo es un recuerdo.

-Le dije a Cosme: por favor, no me lo cuentes; házmelo.

¡Házmelo, házmelo!

Yo necesitaba su contacto, su sed de placer, su manera de satisfacerse en mí y de satisfacerme a mí.

¡Y no me diga que estuvo mal, no me diga que me tenía que haber reprimido!

Estoy perdiendo los nervios, lo siento.

-¿Tu tío accedió?

-Ya no recuerdo.

-No me mientas y responde: ¿Tu tío accedió?

-Antes de nada, se despojó del cinturón viejo y raído que sujetaba sus pantalones, lo sacudió en el aire en un latigazo. El restallido me puso tenso.

“¿Eso quieres?” me preguntó con la misma sonrisa que le asomó cuando capaba a los cerdos.

Mi sexo empujaba en mi entrepierna. Su tozudez podía conmigo. Y asentí.

Me puso el cinto al cuello, tiró de él hacia atrás y también ató mis manos a la espalda con el otro extremo. Me ahogaba.

Me arrodilló, me abrió la camisa, acarició mi pecho que ya apuntaba vellosidad del mismo color que la suya. Tomó la bota de vino y me salpicó la cara y el pecho.

Con un ansia voraz bebía las gotas rojizas de mi piel, gotas que parecían sangre. Me salpicó más. Bebió aún más.

Mi erección arreciaba. Mi sexo necesitaba todo ese placer.

Cosme me mordía aquí y allá. Me succionaba en los pezones. Pensé que me los arrancaría de un bocado ¡Y no me importaba!

Bajó hasta mi polla y se la metió en la boca.

El placer que sentí... El placer que sentí... me mordía por dentro como una alimaña carroñera. Iba a correrme en cualquier momento. Pero yo quería más. Quería mucho más. Por eso hice ademán de separarlo de mí. Pero mis manos atadas no me permitieron alejarle. Sólo logré estrangular mi cuello.

Su boca devoraba mi sexo. Su calor me hacía perder todo control.

Me corrí.

Me corrí en su boca con mi conciencia nublada por el ahogo.

Ya no era yo. Ni él era él. Algún espíritu perverso nos controlaba. Si no ¿cómo explicar lo que siguió?

-No te detengas. Háblalo, escúchalo.

-Me agarró la cara, tapó mis narices y me escupió mi propio semen la boca. Después, me clavó su polla hasta el fondo de la garganta. Y me la folló.

El glande me golpeaba la glotis. Me golpeaba una y otra vez. Se recreaba. No era cuestión sólo de llegar y eyacular. Quería más. Y lo logró cuando me la metió hasta los huevos rompiendo mi resistencia.

“¡Mama, cabrón, mama, mama!” gruñía.

Entonces sí que se corrió. Su semen me llenó la garganta, la boca, la mente... Su sabor no se me olvida.

-¿Piensas que merecías toda esa violencia?

-¡Sí, la merecía!

La merecía. Yo era así. Yo era eso.

Yo soy eso.

Y cuando me sacó poco a poco la verga, manchada de saliva y lefa... Cuando la vi fuera de mi garganta irritada y estrangulada, me abalancé sobre ella y me la volví a tragar. No deseaba que me la sacara. Necesitaba que se volviera a correr en mi boca, que me la follase de nuevo.

Mi propia polla se volvió a empalmar.

No... no sé qué me estaba ocurriendo. Ni a mí ni a él.

Porque Cosme me apartó de sí, me tiró sobre la paja reseca donde un millar de punzadas dañaron mi piel.

Me sacó los pantalones. Me quería desnudo. Nada entre él y yo.

-¿Te desató?

-¡Nooo! ¿Por qué iba a dejarme suelto?

-¿Te estás escuchando?

-¡Sí, joder, sí!

No parezco una persona muy equilibrada ¿No es así?

-Sólo quiero saber si deseabas estar atado

-Me sentía completamente suyo de aquella manera. Y extrañamente protegido y a su merced.

-¿Y era lo que querías?

-¡Era lo que me tocaba! Era lo que él quería. Era lo que Tino quería. Era como Tino lo había tenido a él: sobre la paja, sin pantalones. El culo a su disposición.

Me abrió las nalgas y su lengua se deslizó desde mis huevos hasta mi ojete. Y entró en él...

Fue otro placer. Me traspasaba con ella. Me lamía sin parar. No se cansaba.

Después siguieron sus dedos. Me los hincó cuanto pudo. Y me acariciaba con ellos por dentro. Sabía dónde tocar. Lengua y dedos, lengua y dedos. Adentro, afuera. A prisa o agónico. Una y otra vez...

Mi cara hundida en la paja. Mi cuerpo temblando por lo que me hacía.

¡Quién lo puede olvidar! Yo no lo olvido. Si lo olvidase creo que dejaría de respirar.

-Te equivocas.

-¡No me equivoco!

No me equivoco

Me estoy comportando con una ira injustificada.

-¿Te sodomizó?

-Yo...

Siento una especie de nudo en la garganta.

-Habla pese a él.

-Comenzó a jugar con su cipote bien tieso alrededor de mi culo. Lo pasaba para que notase su calor sobre mi hoyo. O por mi perineo o mis nalgas. Imaginé lo que pasaría. Lo que había pasado años atrás entre Tino y él. Me iba a someter de la misma manera. Me traspasaría las carnes con idéntica fuerza. Me llenaría las entrañas de leche…

Y yo lo deseaba tanto como lo temía.

Cosme se tumbó sobre mi cuerpo, encajó el cipote en mi trabajado y humedecido esfínter. Empujó poco a poco. Sentí el lento desgarró de mi musculatura. Quería aguantar, quería tenerlo dentro. Quería lo que él sentía cuando Tino se lo trincaba...

 ¡Pero di un alarido de dolor!

Mi cuerpo se cerró, mi alma se cerró; mi aliento, mis poros, mis ojos...

Encogido, crispado, sollozando, le rogué que parase...

-¿Paró?

...

-Paró.

¡Y no tenía que haber parado, no tenía que haber hecho caso de mis memeces infantiles!

Pero paró.

Siguió un silencio salpicado por añicos de derrota.

Cosme me soltó del atado del cinturón. Se sentó apartado de mí bebiendo de la bota destaponada a grandes tragos.

Me disculpé por mi fragilidad. Pero todo el clímax se había evaporado. No quedaba ni huella.

“A mí también me dolió -dijo con voz trémula sentado contra la pared de madera- Pero que me quejase no me sirvió de nada”

Ya no era el hombre que me había escupido el semen en la boca. Allí, acurrucado y emborrachándose, daba lástima.

Me vestí y me volví a casa solo rumiando mi frustración.

Él regresó pasada la medianoche. Discutió con mi abuela que lo esperaba levantada.

Cuando subió a nuestros cuartos comunicados, no encendió la luz. Se desnudó en completa oscuridad. Oí el sonido de los muelles de su cama que chirriaron con el peso de su cuerpo. Pero al poco acudió a la mía.

Yo no me hice el dormido y me incorporé.

Le pedí perdón por mi debilidad. Y ya estaba a punto de jurarle que si lo volvíamos a intentar me comportaría como un hombre y de mi garganta no escaparía ni una sola queja, cuando me abrazó con todas sus ganas musitando: ”yo no soy así”.

Y se derrumbó.

¡En mi mente se dibujó su imagen con apenas doce años llorando de igual manera después de que su “amigo” Tino le desvirgara el culo.

-¿Te dolió esa imagen?

¿No vas a contestar?

-Sí, claro que me dolió...

...

-¿Pero...?

-Mi deseo quedaba insatisfecho. Y eso también me dolió.

Ya ve, sólo pienso en mí.

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