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El cálido viento del Este 10: Despedidas y reencuentros

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Estaba más tranquilo, Asier me había metido en la ducha, mejor dicho, él se había metido en la ducha conmigo  y me había lavado y secado, no había sido como la vez anterior, mis daños físicos se limitaban solamente a unos rasguños sin importancia, en lo que respecta a lo físico pero en mi mente no veía otra cosa que la sangre brotando de la cabeza de Fidel y me daban escalofríos.

Conseguí vestirme y bajar al comedor, me dieron algo para beber que había preparado Ramoni y se sucedieron las visitas. Mikel y mi tío, habían llegado hasta la nave de Fidel inmediatamente después de encontrarnos, Fidel estaba bien pero tuvieron que llevarle al ambulatorio donde le cosieron la oreja que casi se la había arrancado del golpe y más de quince puntos de sutura al desprendimiento del cuero cabelludo.  El golpe no había sido mortal, ni mucho menos, pero si muy aparatoso.

Nos esperaban en la casa de Alberto para aclarar la situación, temblaba y era un manojo de nervios, ¿cómo explicar lo sucedido?, aunque no tenía temor por lo que me pudiera suceder sufría pensando en Alberto. Quise sincerarme y contar como había sido todo, desde el principio, pero me faltó el valor y dejé que los acontecimientos siguieran su curso.

Cuando salimos de casa, a lo lejos, detrás de la valla y el seto que marcaban el límite  de la urbanización, se veían las ráfagas azules de un automóvil policial, me temí lo peor, pero seguí los pasos de Asier y de mi tío, a mi lado iba Mikel que pasó su brazo por mis hombros.

No había mucha gente en la biblioteca, un policía vestido con su traje reglamentario azul y otro señor vestido con traje y corbata, los padres de Alberto y él mismo, que al vernos se puso en pie para quedarse parado, estático al lado de la silla donde estuvo sentado antes.

Nos ofrecieron asiento y nos sentamos todos menos el policía de uniforme y el desconocido señor, este se dirigió a mí.

-Iker, ¿verdad?, ¿es ese tu nombre?, ¿te llamas así?  -hice un gesto de asentimiento y continuó.

-Esperamos que nos cuentes lo que sucedió.  –permanece descansando el peso de su cuerpo sobre una pierna y la otra balanceando su cuerpo.

-No hay mucho que contar, imagino que Alberto les habrá hablado ya sobre lo sucedido.  –traguo saliva angustiado sin saber cómo continuar y comienzo a sudar, las gotas caen de mi frente resbalando hasta mi barbilla, me producen cosquillas al resbalar y esto me pone más nervioso.

-No tienes nada que temer, lo que ha sucedido nos lo ha relatado Alberto, de ti queremos saber el por qué, y lo qué sabes tú de esos chicos.  –busco en mi cabeza una respuesta que no nos comprometa y sobre todo que no involucre a Sergio que nos había defendido y ayudado.

-Fidel había amenazado con meterse con Alberto,  -me pongo rojo y no puedo continuar.  -quiero decir que pretendía de él favores sexuales. Amenazas veladas de las que mi prima fue testigo.

-¿Por eso fuiste tú a verle hace unos días?  -parece como si ese señor lo supiera todo.

-Sí señor.

-¿Y fue cuando te pegaron?, vaya, vaya, ¿y qué más te hicieron?  -no sabía que decir, Mikel tenía su cara entre sus manos y Alberto me miraba asustado.

-Nada más, luego me soltaron y me curaron en el ambulatorio.

El señor se retiró a una esquina con el padre de Alberto, parecía que se conocían o se tenían confianza por la forma de sujetarse del brazo muy familiar que mostraban. Luego se aproximan y el señor habla

-No hay nada más que preguntar y tampoco que se pueda hacer. No se ha interpuesto denuncia de clase alguna por parte de Fidel o su familia, ha habido una tentativa de abuso sexual que no se ha materializado y las cosas están como si no hubiera sucedido nada. En el tiempo que resta de verano, procurar no acercaros a ese chico ni a sus amigos, ¿está claro?

Se despide estrechando la mano de mi padre y de mi tío, a nosotros nos hace un gesto de adiós con su mano y sale con el padre de Alberto. Nos quedamos todos callados, Asier me miraba y luego desviaba su vista cuando nuestros ojos se cruzaban. Mikel se despide, quería ir al pueblo para participar en algunas pruebas a las que se había apuntado, Edur e Idoia estaban también allí. Cuando volvió de despedir al señor y al policía el padre de Alberto jovial propone.

-Ya que no hemos podido comer como estaba previsto, prepararemos una fiesta en el jardín como despedida.

Estuvieron de acuerdo todos, mi tío marcha para comentarlo con su mujer y papá también se va para casa. Los familiares de Alberto habían marchado, supongo que, pobres de ellos, sin comer.

-Iker, sube conmigo por favor.  –Albero extiende su mano para que se la coja y le siga, su padre coloca una mano en mi hombro.

-Bien Iker, no vamos a poder terminar de darte las gracias.  -calla unos segundos y sigue sujetando mi hombro, ejerciendo una presión nerviosa sobre él.   –No es bueno que guardes para ti lo que escondes, no puede ser tan grave, pero te está dañando.  –no puedo decirle nada, bajo mi cabeza asintiendo con ella a lo que me dice.

-Podéis hacer lo que queráis, los mayores vamos a preparar la cena, que esta noche no sobrará nada.

Cuando cruzamos el umbral de la puerta y entramos en la habitación, Alberto la cierra y se abraza a mi cuerpo.

-Pasé un miedo terrible Iker, creí que moría de terror y cuando te vi aparecer temí por ti, fue horroroso y luego la pelea y la sangre de Fidel,  pensé que estaba muerto.

Tiembla ligeramente y estrecho su cuerpo con fuerza, acariciando su espalda para templar su agitación, se va calmando poco a poco.

-Ahora ya paso todo, no creo que vuelva a meterse con nosotros, ¿qué dijiste a la policía?

-La verdad, que me habían abordado en la plaza y obligado a que les siguiera, no se me ocurrió ni gritar en aquel momento, me dijeron que iban a llevarme a un lugar donde tú estabas, pero allí no había nadie, cuando le vi abrir la cerradura con la llave me di cuenta de que tú no podías estar allí, ya era tarde y el resto ya lo conoces.

-¿Te hicieron algún daño?  -le miraba como temiendo que me le hubieran roto.

-No temas, no me hicieron daño alguno, bueno su amigo quería violarme en el mismo momento de llegar, Fidel no se lo permitió, dijo que primero tenía que mamarle a él la polla,  pero eso ya lo sabes tú, fue cuando llegaste.

-Si te hubieran hecho algo por mi culpa...  –enredo mis dedos en su ensortijado pelo.

-Tú no tienes la culpa de lo que ellos hagan, te has peleado dos veces con ellos para protegerme y más cosas que no quieres contar y no es difícil suponer. Iker tu eres bueno y por eso te quiero y porque eres un chico guapo y me gustas mucho.   –se ha puesto colorado y esconde su cara en mi pecho, solo me deja ver sus dorados rizos.

-Vamos a dar un paseo hasta que preparen la cena, ¿te parece?  -se lo propongo apartándole de mi.

-De acuerdo, pero antes me tienes que dejar que te bese.  –enreda sus brazos en mi cuello y por poco me tira por la fuerza que ejerce, nuestros labios se unen y no se cansa de besarme toda la cara hasta que vuelve a su origen y de nuestras bocas sale fuego, se enreda con mi camisa intentando sacarla de mis pantalones.

-Espera, espera, ya me la saco yo.  –ríe cantarinamente cuando sus manos pueden acceder a mi piel, la acaricia pasando de mis caderas a mi baja espalda y va subiendo por ella, introduzco mis manos debajo del polo que lleva y al notarlas suspira gozoso.

-Iker, me das escalofríos cuando me tocas, ven. –tira de mi para llevarme hasta su cama, se deja caer de espaldas y me arrastra, escucho un sonido metálico y le miro temiendo haberle hecho daño al caer encima de él.

-Es la pierna, pero no pasa nada, sube a la cama.  –Cuando estoy tendido se coloca a horcajadas  sentado sobre mi vientre, desabotona mi camisa y sube su polo, se tiende sobre mi y la piel de nuestros pechos y vientres entran en contacto, así permanecemos un rato, el jugando con sus manos en mi costado y yo en su espalda, estamos plácidamente acariciándonos y besándonos a veces, su cuerpo va resbalando sobre mi y su culo entra en contacto con mi miembro viril, juega a que nuestras pieles se rocen, deslizándose con suavidad hacia arriba y luego abajo y es un delirio gozoso sentirle de esa forma. El roce termina por despertar mi miembro, el suyo también lo tiene hinchado y se da cuenta de mi estado.

-Alberto, si continuamos así, va a suceder algo.  –emite sonidos de risas sofocadas y se abraza más fuerte jugando con sus dedos en mis sobacos, me hace cosquillas en mi pecho con su cabello.

-Es que yo deseo que suceda.  –lo desea pero se desliza de encima de mí y se coloca a mi lado.

-Eres muy atrevido sabes.  –se lo digo con cariño besando su frente.

-Para compensar que tú no lo eres, pero solo es contigo, porque te amo y quiero ser tuyo, lo deseo mucho, ¿sabes?  -me giro hacia él, paso mi brazo debajo de su espalda y le atraigo, le miro con fijeza, con el amor que me desborda y me sale por los poros de la piel, con un deseo casi irrefrenable.

-También yo te deseo, ¿te crees que no?  -beso los brillantes zafiros y finalizo bebiendo en el rosa, ahora rojo de sus labios y pasamos mucho tiempo sintiendo nuestros sabores, pasando nuestros fluidos de una boca a la otra hasta que me levanto y salto de la cama.

-Venga, se acabo que voy a manchar el boxer.  -alargo mis manos para ayudarle a que se levante, mira mi cuerpo  y apunta con su mano hacia mi entrepierna sonriendo malicioso.

-Así no puedes bajar, mírate.  –el bulto que ostento es mayúsculo y el de él tampoco está mal. Me encamino a la puerta para ir al baño y él me sigue, nos lavamos la cara con agua fría, me duele, me duele la parte baja de mi vientre.

-Me has obligado a que esta noche me masturbe, me duele todo.  –ríe y se abraza a mi espalda apoyando su cabecita en ella.

-La próxima vez será mejor, ¿te parece? 

Nos peinamos y colocamos nuestra ropa para aparentar decencia. Cuando bajamos los mayores están repartidos entre el jardín y la cocina, aún preparando la cena, ya ha anochecido y faltan mis primos. Nos ofrecemos para ir a esperarlos en el portal o tocarles el timbre por si ya están en casa.

Al fin una noche algo fresca con un ligero viento del Oeste que calma los espíritus y los cuerpos.

Mis primos han llegado, nos damos cuenta antes de llegar a su casa, hay luces en algunas de sus ventanas.  Alberto se sujeta mimoso rodeando mi cintura, tocamos el timbre y se escucha la voz de Idoia. Esta no tarda en bajar y encontrarse a nuestro lado, se abraza a Alberto y permanece a su lado.

-Dice Mikel que vayamos avanzando, ellos vendrán enseguida, se están dando una ducha.   –vamos caminando los tres, alegres de vernos juntos, envolviendo nuestros cuerpos en el amor de nuestros brazos.

La fiesta resulta magnífica, al final se ha unido más gente según van llegando de las fiestas del pueblo. Idoia y otras chicas improvisan una pista de baile y al poco tiempo la música lo invade todo, tira de la mano de Alberto para que la acompañe y éste se resiste aunque sus piernas saltan queriendo seguirla y se deja llevar y bailan.

El domingo y el lunes discurren las fiestas sin que surja nada digno de mención, aparte de la invasión de visitas de los vecinos pueblos, muchos familiares que viene a pasar un día invitados a comer o simplemente para estar.

Aprovechamos los momentos que se nos ofrecen para estar juntos y solos, y pasear, a veces para quedarnos con la mirada prendida el uno en el otro, sin decirnos nada con la boca pero si con la mirada; nadamos y jugamos con mis primos y los amigos, están resultando dos días maravillosos, plenos de suaves tensiones, emociones placenteras cuando podemos besarnos.

Llega el momento de la separación, que no va a ser por mucho tiempo, pero que se nos va a hacer eterno a los dos. El martes finalizan las fiestas y ese mismo día, a la mañana, marcharán.

El sigue soñando, cuando estamos a la noche en el jardín, abrazados y borrachos de amor, nunca pensé que pudiera sentir algo semejante por otro ser, ya tiene planificado que debo ir a su casa para hacer los deberes con él. Cuando vea lo mal estudiante que soy se cansará de mi, se lo digo desde ahora pero es terco a más no poder.

El martes llega, tengo urgencia para desayunar y subir a lavarme la boca.

-¿Por qué tienes tanta prisa?, ¿a qué viene el correr de esa manera?  -Asier me recrimina sentado en la mesa al verme comer con tanta prisa.

-Alberto y sus padres tienen que estar para marchar, voy  para ver si les puedo ayudar y sacar las maletas.  –me levanto y subo corriendo las escaleras.

-No hay tanta prisa, vamos a ir nosotros también para despedirnos.  –me gusta el que se haya gestado un cierto grado de amistad, aunque la responsable es Ramoni que habla mucho con la madre de Alberto, sobre todo de comidas, según Ramoni sabe hacer muy pocas cosas.

Me alegro de haberme dado prisa, tienen cantidad de cosas que llevar, lo más voluminoso los instrumentos de la batería de Alberto, hay un señor vestido de gris llevando algunos bultos hasta el límite de la propiedad y metiéndolos en un coche que me parece enorme.

Entro en la casa, saludo  y sin esperar respuesta subo a la habitación de Alberto, está prácticamente desierta y con una maleta abierta sobre una silla donde mete sus últimas pertenencias. Está entretenido y le abrazo, echa sus brazos para atrás y sujeta mis caderas.

-Me has reconocido sin verme, vengo a ayudaros.  –le sujeto con mis manos sobre su vientre más fuerte.

-Es muy fácil reconocerte por tu olor,  ¿y quién iba a abrazarme como tú?   -le beso el cuello y la oreja se la muerdo.

-¿Qué quieres que te vaya bajando?  -echa un vistazo por la habitación.

-Ya está casi todo, mis abuelos han enviado su chofer para que nos ayude, de otra forma no podríamos ir con todo lo que trajimos.  Cierra esta maleta y ya está todo recogido, por lo menos lo mío.  –hago lo que me pide y voy portando la maleta hacia la puerta, me detengo y me vuelvo hacia él.

-Dame un beso ahora, que luego vendrán mis padres para despedirse de los tuyos.  –me mira y sonríe, creo que comprensivo.

-Tampoco pasa nada porque te bese ante ellos.  –le miro un poco asustado.

-¡Buff! Ni se me ocurre.  –avanzo hacia él y le abrazo, le doy un beso suave en los labios que él convierte en apasionado, luego se aparta.

-Tampoco te iba a besar de la forma en que lo he hecho y escandalizarles, pero un beso en la mejilla, como amigos, ¿por qué no?  -y me abraza para mostrarme como me hubiera besado con un ligero beso en la mejilla y de repente vuelve otra vez a la boca, está jugando conmigo, pero no le vale y le beso hasta que le falta el aliento.

Parte el coche con el chofer que va cargado hasta el tope y llegan las despedidas. Han llegado mis tíos y primos y los cuatro de mi familia, incluyendo a Ramoni. Me enternece la despedida de Idoia que deja escapar alguna lágrima al abrazarse a Alberto.

-Espero que cuando volváis nos visites algún día.  –es el padre de Alberto que se dirige a mí.

-Con su permiso iré muchos días, hasta que se cansen de mí.  –no, Alberto no me besa en los labios, pero me abraza y me besa en las mejillas una, y otra, y otra vez.

Esa mañana estoy un poco distraído en la piscina, pensando mucho en los que han marchado, hay comida de familia, es el último día de las fiestas y comemos en el jardín de mi casa.

Pasamos la tarde en la piscina y cenamos temprano cosas que habían sobrado, para ir a ver la traca final de las fiestas. El viento nos había regalado unos días sin molestarnos pero volvía otra vez a sofocarnos y no dejarnos mover. Estuvimos hasta muy tarde, nos fuimos todos para casa como a las dos de la madrugada y Mikel se quedó con Malder y los demás.

Los días iban transcurriendo monótonos, aunque teníamos nuestras distracciones y a las mañanas Asier volvió a exigir la cuota de ejercicio en bicicleta, según él, necesaria. El jueves habíamos vuelto de realizar nuestro cotidiano recorrido, llegábamos hundidos en sudor y agradecimos la piscina.

Después de comer Idoia y yo estábamos agobiados de calor debajo de uno de los árboles enanos, cogió una botella y fue hasta la fuente a buscar agua, cuando volvió llegaba sofocada y nerviosa.

-Dicen que ha aparecido un chico muerto. –se queda mirándome asustada, pero todos los veranos surgía alguna desgracia, un año un chico que cayó bajando del castillo en bicicleta, otro, el coche que en la curva se salió y fue a parar al río, y así era todos los años.

-Comentan que le han matado. –esto ya era más serio, una cosa es un accidente y otra muy distinta un crimen.

-Vamos abajo para ver lo que se cuenta.  –en realidad nadie sabía lo que había pasado y todas las noticias eran confusas, imaginadas, inventadas, o exageradas. Fue después, debajo de los castaños, en la plaza y en la lonja del club de los jóvenes, donde se empezaron a conocer más detalles.

Lo más impactante fue conocer quién era el muerto hallado, cuando el chico del pantalón  pitillo y botas militares pronunció el nombre de Sergio, mi corazón dio un vuelco y Malder se puso a llorar, es muy amigo del hermano menor de Sergio. Aquella tarde se consumían las cervezas sin hablar y sin hacer bromas, parecía que, o por el abrasador chorro de viento que circulaba criminal por las calles, o por lo horrible de la noticia, todos estaban imbuidos de la necesidad de beber y beber más.

Luego, en la plaza se fueron conociendo más detalles, su coche había sido encontrado cerca de la fuente de los caños, aparcado sin daño alguno, y su cuerpo entre las vides, en una viña tirado, sin que se le apreciaran, a simple vista, más que algún rasguño o golpe sin importancia, cerca de él un frasco de Diazepam abierto y sin comprimido alguno.

Las más inverosímiles hipótesis comenzaron a circular, emponzoñadas de mala intención, y el nombre de Fidel comenzó a coger fuerza en los rumores y en relación directa con lo que todos calificaban ya de crimen o ajuste de cuentas. Todo ello sin fundamento alguno y por culpa de su fama que le precedía.

Hasta dos días más tarde no se celebró el funeral, durante esos días los ánimos se iban encrespando cada hora un poco más. El resultado de la autopsia solo desveló el motivo de la muerte, la ingesta masiva de tranquilizantes, parece que la noticia tranquilizó bastante los ánimos aunque fuera externamente. Había muchas cosas sin aclarar no obstante, y todos se formulaban sus preguntas sin respuesta, cada uno se aplicaba la que querría escuchar.

Para unos había sido un suicidio, para el otro grupo más numeroso, un crimen encubierto. No había pruebas en un sentido o en otro y la policía no practicaba las detenciones que sotto voce se pedían.

Fidel y su familia acudieron al funeral, los padres eran buena gente, sencilla, humilde y apreciada, no estaban solos, a la conducción del cadáver no acudieron, se quedaron apartados a la puerta de la iglesia.

Cuando salimos del cementerio Idoia cogió mi mano, la miré, estaba muy triste y creo que aturdida, apreté su mano y traspasamos el arco de la puerta.  Volví un momento la cabeza, Sergio era ya un recuerdo; solo ya, descansando en aquel páramo desierto, al abrigo de los seis altísimos cipreses que emergían de los muros, rectos y estirándose hacia el cielo.

Los días se tornaban melancólicos, mis tíos y primos marcharon primero, habían llegado más tarde y marcharon antes, Asier fue con ellos para llevar un viaje de cosas y volvería a buscarnos, Idoia no pidió quedarse con nosotros, me hubiera gustado tanto que se quedara. Nosotros marchábamos el viernes a la mañana, ese jueves Ramoni me pidió que fuera a la farmacia, a buscarle una medicina que necesitaba. Al pasar delante de la casa de mis tíos salía Malder del portal, iba también para el pueblo, ya casi nadie acudía a las piscinas.

Anduvimos un rato en silencio.

-Te echaré de menos Iker.  –se sujeta de mi brazo.   –Ahora, en poco tiempo nos volveremos a quedar solos y aburridos.

-Lo pasarás bien con los chicos del instituto.   –me había dicho que iba a comenzar a estudiar en el instituto de un pueblo cercano.  –seguimos en silencio y suelta mi brazo, se lo agradecí interiormente, hacía mucho calor a pesar de que el sol no agobiaba ya tanto.

-Fidel se marcha del pueblo, creo que al sur o a alguna de las islas.  –le miro con sorpresa enarcando las cejas y con varias preguntas pintadas en mi rostro.

-Estuvo mi tía en casa, la madre de Fidel; no pueden soportar la presión y mi tío le ha pedido que deje el pueblo, que así no se puede vivir, a él no parece importarle o eso aparenta.

Llegamos a la plaza principal y nos sentamos en las escaleras de la iglesia, escogiendo bien el lugar, porque las palomas te pueden poner perdido. La sombra de los paupérrimos magnolios no nos libra del sol que ya está muy bajo. Recuerdo cuando los plantaron, siendo yo muy pequeño y no habían crecido casi nada. Los comparé con los enormes que veía al pasar delante de la casa, a través de las altas rejas de hierro, que guardan el jardín de Santa Clara, la casa de los abuelos de Alberto.

-Todos volvemos a lo nuestro y Alberto te estará esperando.  –se recuesta poniendo sus codos en el escalón superior.  Aunque tenga cara de chica me gusta, es que la tiene perfecta, diría que se depila las cejas.

-Ahora, si Fidel se marcha, el pueblo quedará más tranquilo.

-Puede que sea así por algún tiempo, Fidel no es el único malo, alguno ocupará su lugar.

-¿Y la familia de Sergio? ¿Cómo se encuentra?  -algo le habrá contado su amigo el hermano menor de Sergio.

- ¡Jodidos! Ni se lo creen, dice que su madre espera que aparezca algún día.  –nos quedamos pensativos.

-Lo he pasado muy bien contigo Iker, ha sido una experiencia my buena y no solo me refiero a que hayamos follado, todo ha sido estupendo.  El año que viene repetimos…, lo de la fiesta del vino.  –se echa a reír y se pone en pie.

-¿Vienes a la lonja un rato?  -le miro apenado.

-Tengo que volver y llevarle lo que he venido a buscar a Ramoni, me despediré mañana de ti.

Malder coge el camino para ir al encuentro de sus amigos y yo compro el encargo de Ramoni.

El sol está muy bajo, poniéndose ya, me deslumbra el brillo de sus propios rayos y su reflejo en la carretera, obligándome a llevar la cabeza baja. Un chirrido de frenos me alerta de la proximidad de un vehículo, a mi lado la ranchera de Fidel avanza conmigo, le acompaña su amigo de correrías, aún lleva un ligero vendaje en la cabeza.

-Chico para un momento que quiero hablar contigo.   –me parece extraño que no utilice uno de los acostumbrados apelativos que usa para dirigirse a mí y no me llame marica o nena.

Estoy un poco asustado, no puedo tirar para atrás, el pueblo está lejos y me alcanzarían, y correr hacia adelante es un suicidio. Me detengo, sin parar el motor baja de la ranchera y se dirige hacia mí, los pasos que él avanza yo retrocedo, meto el envoltorio de la farmacia en mi bolsillo y aprieto mis puños esperando un inminente ataque, su amigo sigue dentro del coche.

-No te tengo miedo Fidel, es mejor que os marchéis y me dejéis en paz.  –se detiene y me muestras las palmas de sus manos.

-Que solo quiero hablar hombre.

-Pues quédate ahí, donde estas y no avances más.  –estoy temblando de miedo y por la adrenalina que riega mi sistema circulatorio en abundancia, pero no voy a permitir que él lo note y se dé cuenta.

-Vale, hablaremos así. ¿Sabes que me marcho del pueblo?

-Lo sé.

-Me echan, son unos cabrones.  –no respondo, me sorprende el tono que emplea, no habla con rabia, lo dice como si le causara sorpresa.

-Ya que te caía bien, quiero que sepas que no tuve nada que ver con su muerte.  –nuestros ojos se encuentran y nos miramos fijamente.  –al cabo de un momento comienza a girarse para volver a la ranchera.

-Lo sé.      –vuelve a mirarme de frente y una sonrisa incrédula se marca en su boca.

-Mi familia no me cree, ni este tonto que estuvo todo el día conmigo. Vaya, mira que me equivoque contigo chaval.   –durante unos segundos nuestras miradas se sostienen, luego da la vuelta y sube a la ranchera, saca la mano por la ventanilla y la eleva agitando ligeramente los dedos en un adiós que no respondo.

Suspiro aliviado y aflojo mis manos que me duelen del esfuerzo, la ranchera avanza por la carretera hacia el sol, en unos segundos se diluye entre sus rayos y desaparece tragada por él.

Se me escapan dos lágrimas, por la angustia y el miedo que he pasado, pero el corazón salta en mi pecho del alivio que siento. Nunca he llegado a pensar que Fidel fuera capaz de realizar una acción semejante, pudiera ser que en un momento de furia y rabia ciega haga una barbaridad, pero sinceramente no le creo capaz de haber causado la muerte a Sergio.

Esa noche me tiendo relajado en la cama, ya tienen recogida toda la ropa que hay que llevar, Asier ha preparado las bicis y volveremos apretados pero todos en un mismo viaje. Pienso en Alberto, tengo unas ganas enormes de verle y de estar a su lado.

A la mañana siguiente estoy impaciente y nervioso, preparándome a toda prisa y recogiendo mis cosas, quiero partir cuanto antes, pero hay que esperar a tenerlo todo recogido aunque algún fin de semana vayamos a volver. Aprovecho para acercarme hasta la casa de Malder, le llamo por el portero automático, está en casa y me abre la puerta, subo corriendo las escaleras y llego agotado al tercer piso.

-Parece que alguien te persigue.  –me abrazo a él y respiro cansado. Su hermano está a su lado y me saluda con una mueca, vamos a su habitación.

-Te tengo que contar.  –le refiero mi encuentro con Fidel, después de haberle dejado.

-¿Y tú crees que él no tuvo nada que ver?  -tenía razón Fidel, ni su familia le cree.

-Malder, tu primo es un cabrón, que menudas me las ha hecho pasar, pero un malvado no es y si es cierto que a Sergio le asesinaron, tiene que haber sido una persona muy mala.

-¡Qué envidia le tengo a Alberto!   - me abraza y así permanecemos un rato.

-Venga marcha, te estarán esperando y yo no me separaría de ti.  –me da un beso en la mejilla y me lleva empujando hasta la puerta, me despido de su madre y de su hermano.

-Vendremos algún fin de semana.  –le grito por la escalera mientras las bajo corriendo.

Tienen todo dentro del coche y esperan pacientemente mi llegada ante el portal, Laura se ha colocado en la parte de atrás y Ramoni delante con papá, el motivo es que hay muy poco espacio y Laura y yo nos tenemos que estrechar, me deja al lado de la ventanilla y ella se escurre hasta quedar pegada a las bolsas que hay en el asiento. Contemplo el paisaje que discurre, tan conocido ya, tan familiar, Laura pasa su brazo por mis hombros en un gesto que no recordaba haberle visto hacer desde…, ni se.

Durante todo el viaje no me he movido, para no perder ese contacto, que igual no vuelva a repetirse.

Cuando llegamos a casa no tengo tiempo que perder, lamento no tener la bici montada.

-¿Me dejáis que vaya a ver cómo están Alberto y sus padres?  -Laura me dice que si con un gesto de su cabeza y Asier va a decir seguramente que no, mamá le golpea con el codo y protestando comienza a descargar el coche, escucho aún antes de desaparecer, la voz de Ramoni adivina de la vida y el futuro.

-No llegan hasta mañana.  –nadie la escucha ni hace caso, estamos tan acostumbrados a sus extraños vaticinios  y conocimiento de todo, que si atendiéramos sus indicaciones no saldríamos de casa.

Ando, corro, vuelvo a andar y llego ante la alta verja que guarda su jardín, para contemplar los enormes magnolios de las hojas fuertes y anchas, tan diferentes a los que vi ayer en la plaza. Pulso impaciente el timbre y espero, pasa un tiempo interminable y vuelvo a pulsar, en el camino de baldosas fabricadas con trozos de mármol, con setos muy altos en ambos laterales avanza la figura de un señor mayor, sé que es el jardinero, de verle desde hace años aunque nunca nos hemos hablado.

-¿Qué quieres joven?, con tocar una vez el timbre es suficiente.

-Perdone mi impaciencia, quería ver a Alberto.  –se me queda mirando fijo, está encorvado y tiene que realizar un esfuerzo.

-No está, no han venido.  –se queda callado, con su vista fijada en una hierba que nace en la junta de dos baldosas, no me muevo, ni hablo, pero no sé si ha visto algo en mi mirada y vuelve a dirigirme la palabra.

-Mañana los tendrá usted aquí, sí, llegarán mañana.  –parece como si reflexionara al hablar y le costara soltar las palabras.

-Gracias señor, volveré mañana.  –no me atiende y se agacha para arrancar la hierba que mira con tanto interés.

-Como quiera.  –me contesta displicente y sin más se aleja con un andar cansino y aplomado, como si ese mismo camino lo hubiera repetido un millón de veces y mirando los setos y pasándoles la mano como si los acariciara.

Vuelvo un poco triste, como siempre Ramoni tenía razón, no puedo escabullirme de ayudar a descargar algunas cosas que quedan. La casa lleva un mes cerrada y se abren las ventanas. Han decidido que hay que comer fuera por no preparar la comida, aunque a mi cualquier cosa me viene bien y prefiero quedarme en casa.

Después de comer Laura y Ramoni van de compras, Asier quiere que le ayude a montar las bicis y busco una disculpa para subir a mi habitación, llamo a Julio.

-Leches, te he dejado veinte perdidas y no sé el número de mensajes, ¿qué te pasa?  -ni me saluda, lo primero la bronca.

-Acabamos de llegar, para que querías que te contestara todas tus mariconadas.  –se que se cabreará con lo que le digo.

-¡Mariconadas tu padre!, ¿dónde estás?  -habla y parece enfadado, a veces habla con alguien que tiene cerca sin que logre entenderle.

-¿Qué te ocurre, tienes tres llamadas a la vez?

-¡Joder! estos cabrones de enanos, hermanos míos, que no me dejan en paz, voy para tu casa en un momento, no te muevas.  –interrumpe la llamada.  Bajo para ayudar a Asier y tenerle contento. Después de que todo queda recogido nos lavamos en la cocina y llegan mamá y Ramoni.

Tengo que hablar con Julio y presentarle los cambios que se han originado en mi vida en tan poco tiempo. Mi reflexión dura poco tiempo, la puerta se abre casi con violencia y en el umbral aparece Julio.

Viene más guapo que nunca, como un figurín precioso, creo que su pelo zanahoria está más claro y tiene aún más pecas en su cara, sus ojos brillan de lascivia mirándome fijamente, cierra con el seguro la puerta y se lanza en tromba sobre mí. No me da tiempo ni a moverme, ni a saludarle; sus finos y delicados labios recorren mi cara ansiosos finalizando en los míos, tan gruesos, tan diferentes, que tanto le han llamado la atención siempre. Es imposible no responder a sus efusiones de afecto, porque hasta ahora de eso se trata.

-Espera, espera Julio, me atosigas.  –le hablo entre risas, separa sus labios que no han dejado de besarme, eleva su cabeza, sus ojos verde-azulados me miran con sorpresa, vuelve a besarme, ahora muy suave en la boca y se desliza de encima de mí para terminar tendido a mi lado.

Hay un momento de incómodo silencio, me vuelvo hacia él y le observo la belleza de su perfil con su chatita nariz.

-Tenemos que hablar Julio.  –callo un momento y mi mano acaricia su brazo.

-¿Qué ha pasado?, hace dos meses me hubieras comido a besos y hubieras sido tú el que desearía estar follando ya.  –le miro con cariño inmenso, ¡joder!, es, ha sido siempre mi mejor amigo, mi hermano y…, mi amante últimamente y le quiero un montón.

-Hay un chico, pero no cambia nada, tú y yo vamos a seguir siendo los mejores amigos.

-Pero el follar, se acabó, ¿no?  -me duele como se lo está tomando y me siento un cabrón y mal amigo.

Se pone a llorar y le abrazo, se resiste intentando rechazarme, pero no cedo y cada vez le sujeto más fuerte a la vez que comienzo a llorar con él. Pasamos así un tiempo y sus sollozos se van calmando, nos miramos y cada uno limpia las lágrima del otro.

-Perdona Iker, soy un puto egoísta, ¡joder!, algún día tenía que pasar. Me voy, ya te he jodido la tarde.

-No Julio, quédate un rato y hablamos, o vamos a dar un paseo, mejor vamos a tu casa, quiero saludar a tus padres y ver a tus hermanos. Ahora es mejor que nos lavemos la cara.

Durante el camino hacia su casa lo hacemos sin hablarnos, cuando otras veces nos perseguíamos a ver quien llegaba antes o a cogernos simplemente. Cuando llegamos a su casa encontramos a su madre en el jardín y a los dos diablos jugando. Cuando me ven corren a abrazarme, como siempre han hecho, su madre me besa y va a la casa a preparar la merienda, me pongo a jugar con los pequeños a guerras y ver si entre los dos pueden conmigo, Julio se sienta en uno de los columpios y nos mira sin intervenir, tengo el corazón que me va a reventar al verle de esta manera. Uno de los pequeños tira de él haciéndole caer del columpio y terminado en el suelo, los tres nos lanzamos sobre él y se produce el milagro, ríe y está jugando, luchando con sus hermanos, se establece una lucha donde nadie sabe contra quien lucha y todos  riendo y gritando sobre la hierba. Cuando su madre llega con la bandeja de la merienda, la deposita sobre la mesa y nos mira contenta, solo un momento porque enseguida nos llama al orden para que merendemos todos lo más formales posible.

Es de noche, he llamado a casa para decirles que estoy en la casa de Julio, me acompaña hasta la mitad del recorrido.

-¿Le conozco?  -me pregunta de sopetón.

-Creo que no, es vecino, los que viven en Santa Clara y que llevan poco tiempo.  –seguimos caminando.

-Ahora no están, me gustaría que le conocieras y que también fuera tu amigo, o tú de él. –se para y se me queda mirando.

-¿Además quieres que sea su amigo?  -entiendo que es mucho pedirle y en poco tiempo, le doy un golpe y quiero que me dé las gracias y encima que esté contento.

-Y después me lo pasas para que me lo folle yo también como siempre hemos hecho, ¿o qué?

Me duele profundamente lo que me dice, no puedo contradecirle, tiene toda la razón, eso es lo que hemos hecho hasta ahora, pero mi cara debe ser una historia de dolor, o yo que sé, porque en medio de la calle, se abraza a mí.

-Perdona Iker. No quería decir eso y no tengo derecho alguno.  –después de un momento de caminar en silencio.

-Tiene un pequeño problema en una pierna y no está acostumbrado a estar con gente joven, ya sabes por su pierna no puede participar en algunas cosas.

-O sea, ¿qué es un tullido?  -se ríe nerviosamente.

-No lo digas así, pero sí, así es.

-Pues dilo de una puta vez, ¡joder!, y con todas las palabras, si quieres que le acojamos, tenemos que saber que tu le aceptas sin reservas ni paños calientes. Bueno esta es la mitad del camino, hasta mañana.

Da la vuelta y emprende el camino de vuelta a su casa, antes de continuar mi camino y cuando está a unos metros de distancia le grito.

-¡Julio,  gracias!, te gustará cuando le conozcas, se llama Alberto.  –vuelve un momento su cabeza sin pararse.

-¡Vete para tu casa!

No he entendido muy bien el exabrupto de Julio, pero sí que tengo muy claro que me va a ayudar a incorporar a Alberto al grupo y luego será muy fácil que sean amigos, cuando se le conoce es imposible no quererle y además, Julio es un maravilloso amigo y una estupenda persona.

Al día siguiente, no quise ir muy temprano aunque la impaciencia me mataba,  volví a realizar el mismo trayecto para llegar a Santa Clara, pero esta vez sin correr y más despacio. Pulso el timbre, solamente una vez, no quiero que el jardinero se vuelva a enfadar por tan poco cosa. Dos minutos más tarde Alberto aparece en el caminito de baldosas de mármol, viene sonriente y antes de abrir la pesada reja sujeta mis manos a través de los barrotes.

-Ya has tardado, creía que habías perdido la dirección y no podías encontrarme.   -le tiemblan las manos y también el labio inferior, abre la puerta y le ayudo empujando, resulta muy pesada para él. Nos quedamos como tontos mirándonos, como si hubieran pasado años sin que nos viéramos, luego se lanza a mis brazos enroscando los suyos en mi cintura y tirando de mí con fuerza. Así permanecemos un momento y luego necesitamos intensificar nuestro contacto, le separo un poco para mirarme en los zafiros que amenazan inundarse. Unimos nuestros labios y nuestras bocas abiertas, ávidas por aspirarnos.

-¿Cómo has llegado tan rápido para abrirme la puerta?  -no me contesta y señala con su mano hacia un enorme magnolio bastante alejado, en una esquina de él, sobre la parte más alta, donde se estrecha, se ve un balcón con balaustrada de hierro y las hojas de la ventana abiertas.

-Estaba esperándote y vigilando, ven vamos para que saludes a mis padres y que conozcas a mis abuelos.  –tira de mi mano y avanzamos hacia la casa que se ve al fondo, subimos los tres escalones que hay para llegar al porche, en un lateral veo una rampa de obra más reciente, Alberto sigue mi mirada con su mano en el tirador de la puerta.

-De pequeño iba en silla de ruedas y tuvieron que hacerlo para mayor facilidad al moverme.    –se ríe y añade.  –También me llevarían en coche de niño.

Sus padres me reciben amablemente, están presentes sus abuelos, muy ancianos, y se levantan para saludarme, la abuela con un abrazo y el abuelo con un apretón de manos que noto cariñoso y cálido.

Estamos un rato charlando, quieren saber cómo hemos estado y todas esas cosas, les informo de todo lo sucedido en el pueblo, todo menos mi encuentro con Fidel el día pasado, eso lo reservo para Alberto solamente. Se asustan naturalmente de que pasen esas cosas pero es lo que vemos todos los días en la prensa aunque no de manera tan cercana.

Alberto tira de mi, quiere enseñarme la casa, yo deseo que me lleve a un lugar donde podamos estar solos para seguirle besando, pero es tal su ilusión que le sigo sin decir nada. No me entero de lo que me va mostrando, no tengo ojos más que para él, me encanta hasta la distorsión de su cuerpo al caminar y  me resulta gracioso, cuando termina de enseñarme la planta baja, con alguna persona de servicio que me presenta, incluido todo ello en el lote, se da cuenta de no presto atención, quisiera hacerlo pero no puedo apartar mi mirada de él.

-Vale, lo dejamos para otro día.  –me lleva hasta un pequeño ascensor y pulsa la primera planta, allí me dirige hasta lo que imagino es su habitación y que se confirma cuando abre la puerta. Las hojas de la ventana están abiertas, es la misma que se ve, aunque oculta por el magnolio. Cierra la puerta y sin dejarle dar un paso le abrazo.

-Necesito besarte un rato.  –no me permite terminar y me empuja hasta llegar a su cama que es enorme, el doble que la mía.

Caemos sobre ella en un revoltijo, siempre tengo miedo de dañarle con tanto metal que lleva en su prótesis ortopédica, aunque para él sea lo más natural del mundo, nos colocamos en situación para encontrarnos de frente y mirarnos, creo que con deseo ambos y comenzamos a besarnos, a devorar nuestro rostro nuestra boca y nuestros labios, a bebernos la saliva y nuestra esencia y a dañar con los dientes nuestros labios. Le coloco encima de mi abriendo mis piernas y le cobijo entre ellas y comienza a moverse, para que nuestros miembros se noten, se sepan que están allí inhiestos, erguidos y deseosos.

-Esto es maravilloso, sublime Iker.  –se resbala de encima de mí y lleva su mano al bulto que palpita bajo mis pantalones. Antes de depositarla  me mira rogando.

-¿Puedo?  -querría llevársela yo hasta allí y obligarle al encuentro que deseo, pero prefiero que sea él el que explore, hasta donde quiera llegar.

-Lo estoy deseando.  –le respondo con una sonrisa, animándole a que continúe.

Deposita su mano y ejerce una ligera presión, nota como mi virilidad le responde, y me mira sorprendido, la acaricia suavemente de arriba abajo y quiere ser más expedito y comienza a soltar mi pantalón, le ayudo y me los retiro llevándome mis mocasines con ellos, parece asombrado del bulto que ve y que nota con su mano primero, y después depositando su cara y apretándose a él y murmurando muy bajo, pero consigo escuchar.

-Lo quiero, lo quiero.   -y no deja de murmurar mientras, encendida su cara, lo besa, lo acaricia, lo palpa.

-Espera Alberto, espera, ¿tiene seguro la puerta?  -me mira y sonríe risueño.

-Sí que lo tiene pero es igual, nadie va a entrar.  –me levanto de un salto y voy hasta ella, poniendo el seguro.

-Por si acaso.  – vuelvo a la cama y le sujeto para sentarle en el borde, se abraza a mi cintura, saco mi camisa por la cabeza, y voy retirando su ropa, se deja hacer y me ayuda, colabora hasta que queda sin ropa, solo lleva un escaso slip blanco, que no puede contener el  enérgico empuje de su falo, le pongo en pie y se lo voy deslizando hasta retirárselo del todo dejándolo abandonado en sus tobillos. Le cojo en mis brazos y le deposito tendido en la cama.

-¿Te quito la prótesis?  -señalo los tubos y varillas, supongo que son de carbono.

-No es necesario, ven.  -me llama extendiendo sus brazos.  –Quítate el bóxer y ven, ven a mi lado.

Desnudos los dos, tendidos sobre la cama, con nuestros cuerpos que nos excitan y nos llaman gritando, no puede haber quien nos detenga, y nos besamos, y nos acariciamos, y nos exploramos todos los rincones con nuestras manos, y con nuestra boca y suspiramos y sudamos de excitación y de ansias de llegar a más, solamente me detengo cuando explota en mi boca, derramándose entre jadeos agónicos y quiere hacer lo que ha visto que le hago, y lo logra, y me salva de mi desazón deseosa de tenerle, de poseerle y de amarle.

-Nunca había hecho algo así y aunque creía que  iba a gustarme, ha resultado muy superior a eso.

-Pues hay más, pero iremos poco a poco, para que nos vayamos acostumbrando.

-Quiero repetirlo ya.  –reímos y volvemos a besarnos y a revolcarnos jugando, uno encima del otro como locos, antes de volver a comenzar, a repetir lo que tanto hemos disfrutado.

Descansamos mirándonos a la cara, beso con dulzura su boca y comienzo a contarle mi encuentro con Fidel, cuando termino de contarlo, nos miramos en silencio, me abraza y deposita su cabeza en mi pecho.

-¿No le guardas rencor?  -me quedo pensativo, la verdad, lo cierto es, que ahora que ha pasado todo, lo mejor es olvidarlo.

-Creo que no Alberto, guardaremos el recuerdo de un muchacho que no era malo y nos ayudó en aquellos momentos.

Dos días más tarde le llevaba de la mano, se la apreté con cariño y le dije que quería presentarle a Julio, ya le había hablado de él, incluso de nuestras intimidades, no le había dicho mis intenciones a Julio y llegamos ante el jardín de su casa, los pequeños jugaban en el jardín, corrieron hacia mí para abrazarme, lo normal siempre que me veían y metiendo la cabeza entre mis piernas les diera vueltas de campana, Alberto nos miraba divertido de la alegría de los niños, repararon en él y se lo presenté como un nuevo amigo, comenzaron a jugar con él, es una virtud que tiene para atraer a los niños a su lado. Pasé a la casa, la madre de Julio atendía sus labores de plancha, la saludé y pregunté por él, me señaló la escalera y subí. Tenía que habernos escuchado por el ruido que hacíamos en el jardín pero no había bajado, toqué ligeramente en la puerta, antes no lo hacía nunca y no obtuve respuesta, penetré, las cortinas de su balcón se movían y fui hacia allí, estaba apoyado en la barandilla mirando fijo hacia abajo, me acerqué, rodeé con mis brazos su cintura y besé su cuello.

-Debe ser buena persona, los chicos le quieren.  –estuvimos un ratito mirando como jugaban los tres tirados por el suelo y riendo a carcajadas.

-¿Sabes que Tomás y Enara han comenzado a salir?

-¡Vaya!, al final se ha decidido por las mujeres.  –le abrazo por sus hombros con un brazo mientras seguimos mirando los juegos de los tres de abajo.

-No sé cómo acabará, pero es un buen chico y nos alegraremos por él, ¿verdad?

-Pues claro, venga, vamos abajo, se van a creer que estamos haciendo algo raro.  –le rozo con mi mano su pequeño culo y me empuja para que me aleje.

Cuando llegamos al jardín estamos mirando los juegos que siguen teniendo, los dos pequeños mantienen sujeto a Alberto en el suelo, cabalgando sobre su pecho y su vientre. Julio se acerca hasta ellos, retira a sus hermanos que protestan porque les quite el juguete y tiende la mano a Alberto para que se levante.

-Julio, el mejor amigo de Iker. –él mismo se presenta y continúa cogido de la mano de Alberto, este le sonríe se acerca y se abraza a él.

-Espero conseguir que lo seas también mío.  –al principio sus brazos quedan caídos a lo largo de su cuerpo, luego los eleva para responder al abrazo.

Su madre nos sirve la merienda y continuamos entretenidos y jugando, poco a poco Julio, en la conversación, va integrando a Alberto dirigiéndole preguntas o gritándole cuando juegan en pareja y tiene algún fallo.

A  partir de ese momento Alberto pasa a formar parte del grupo, Ibone, Andoni, Tomás, Enara y todos los demás le acogen sin reservas como si llevara tiempo con nosotros.

Ese fin de semana vamos a subir al pueblo, a terminar de recoger y pasar los dos días allí, le pido a Alberto que nos acompañe y me responde que es mejor que se lo pida yo a sus padres porque a mí no me lo negarán. Cuando lo hago se miran entre ellos y tienen dudas, es la primera vez que se van a separar de su hijo y lo entiendo. Al final su padre es el que resuelve las dudas y toma la decisión.

-Está bien le dejamos ir pero tú le cuidarás.

Estoy loco de contento, de alegría, vamos a estar los dos juntos, compartiendo casa, y espero que habitación también, que no se empeñe Laura en que ocupe otra habitación. Alberto también está radiante.

Esa noche en la cena Ramoni está muy revuelta y no permite hablar a los demás, mientras sirve la cena no para de pedir todas las cosas que faltan para comprar, como si no fuera más fácil hacer una lista y dársela a mamá. Cuando recoge la mesa y para de hablar.

-¿Puedo llevar a Alberto el fin de semana?  -Asier me mira sorprendido, Laura y Ramoni no.

-Si le dan permiso sus padres, ¿por qué no?, el puede valerse por sí mismo.  –no sé por qué, veo cierta complacencia, o a mi me lo parece, en mamá.  Asier me mira muy serio

-¿Qué hay entre ese chico y tu, ahora no sales de su casa y estás siempre con él?

Todos callamos y se crea un silencio espectral, Ramoni deja de trastear.

Tenía que haber buscado una oportunidad mejor y más apropiada, pero se ha dado así y en algún momento se tienen que enterar y saberlo todo de mí.

-No hay nada aún…, pero me gusta…, le quiero.  –según hablo voy buscando en él una reacción que no veo.  –Y soy gay, u homosexual, o marica, como lo quieras llamar.  –Laura se levanta y viene a sentarse a mi lado para cogerme del brazo y acariciar mi mano, Ramoni en la puerta, de pie, como un pasmarote sin moverse y Asier sigue con seriedad.

-Pues tendremos que enseñarle a andar en bicicleta, aunque sean con la pierna mal. –alarga sus manos a través de la mesa pidiendo que le entregue la mía que aprieta y acaricia, ahora sonríe y creo que sus ojos brillan peligrosamente.

-¿Lo sabíais?

Mamá y Ramoni asiente con la cabeza y Asier lo confirma.

-Claro que lo sabemos, desde hace tiempo, esperábamos que nos lo dijeras por ti mismo y que tuvieras la confianza suficiente en nosotros.

-Se que lo he hecho mal pero tú me cohibías, era embarazoso decírtelo.

Luego ya, todo se hace fácil y surgen multitud de preguntas, sobre Alberto, sobre lo que siente por mí, y los problemas que vamos a tener y todas esas cosas que nos dicen los padres, muy bien dichas pero que hay que irlas sobrellevando mientras van surgiendo, no antes.

Cuando llegamos a la urbanización se ven algunas ventanas abiertas, aún hay alguien que ha retrasado la marcha. Llegamos un poco tarde, sin preguntar llevamos nuestras bolsas de fin de semana a mi habitación, mi madre lleva algo preparado por Ramoni para cenar ya que ella se ha quedado allí.

Después de cenar vemos un poco de televisión los cuatro, y nos despedimos para irnos a la cama, cierro con seguro la puerta, por si acaso Asier la abre sin avisar como es su costumbre, aunque ahora será más prudente. Lavamos nuestras bocas y nos desnudamos, me voy a colocar un pantalón corto de pijama.

-Quédate desnudo Iker.  –me lo pide en voz muy baja y cierto rubor colorea su cara.

-¿Te ayudo a quitarte eso?  -me refiero a su prótesis, tendré que irme acostumbrando a ella y dejar de prestarla atención.

-No, es muy fácil.  –de verdad que lo es, para él que en un momento se deshace de ella.

Tomo su mano y la beso.

-Mis padres ya saben lo nuestro, se lo dije ayer.

-¿Les has dicho que eres gay?  -me mira asombrado y sonriente.

-No ha hecho falta, me han preguntado sobre lo que tenemos tú yo y ha surgido todo lo demás.

-¿Estás contento?

-Sí, lo estoy, quiero que los que tenemos cerca lo sepan, tus padres, mis tíos, mis primos ya lo saben aunque no sea oficial. Ya todo está bien y no hay cosas que ocultar.

Tendidos sobre la cama, sin cubrirnos con la ropa nos miramos en silencio, hoy no tenemos viento del Este y se nota cierto frescor, acaricia mi hombro y lo besa, le miro y creo que no puede ser real, el tenerle de esta forma desnudo, y poder admirar su bonito cuerpo que comienzo a besar, a deslizar mis labios por sus pectorales ahora planos,  a embriagar mis sentidos en el olor y el sabor de su carne, de la transpiración que brilla sobre su piel; su pierna roza y frota mi miembro, sujeta mi cabeza para llevarla hacia él, para que me refleje en sus ojos, para hacerme notar su aliento impetuoso que sale agitado de su boca y para escuchar de sus labios la súplica susurrada.

-Quiero ser tuyo…, del todo.

Nuestros besos, tiernos al principio, van encendiendo nuestra pasión y nos lamemos y mordemos y consumamos nuestro amor y cumplimos el deseo que tenemos. Las mudas estrellas, parpadeando asombradas en la bóveda celeste, son las únicas testigos de nuestros jadeos, y suspiros, y susurros, y quejidos, y también lloros, y de los besos encendidos, y de nuestra correspondencia y gratitud.

 

Fin

(9,70)