Nuevos relatos publicados: 7

Mi adolescencia: Capítulo 26

  • 20
  • 6.642
  • 9,57 (7 Val.)
  • 0

Cuando cesó de reírse se hizo un molesto silencio en la habitación. De repente nos quedamos los dos sin saber de qué hablar ni qué decir. Finalmente Rafa rompió el hielo preguntando: “¿Y tus hermanos dónde están? ¿En el chalet también?”. Le respondí: “No, que va, se han ido hasta el País Vasco a un concierto de ‘Extremoduro’, joder, esos sí que viven bien, siempre de conciertos, juergas, acampadas y fiestas”. Rafa no desaprovechó la oportunidad para soltar con ironía otra frase: “bueno, no te quejes, tú tampoco estás viviendo nada mal últimamente”. Y se volvió a reír, más que nada para quitarle trascendencia e importancia a esa frase, no fuese yo a cabrearme por sus insinuaciones de nuestros encuentros. En plan bocazas volvió a soltarme otra frase para que se siguiera hablando del tema: “de todos modos hace siglos ya de eso, porque en todo el Otoño no hemos quedado ni una sola vez”. La gracia residía en que estábamos a 22 de Septiembre, es decir, llevábamos solo un día de Otoño. No sé porque le permitía que siguiera con esas indirectas, alusiones y memeces. Yo no quería volver a tener ninguna fantasía más con él y lo que dije días atrás de que no volveríamos a estar juntos lo dije muy en serio. Por tanto ¿por qué mi subconsciente le seguía riendo las gracias y le seguía dando cuerda para que tontease conmigo? ¿Por qué no le cortaba en seco y le decía de una vez que se largara de mi casa? ¿Es que estaba tan asustada, siempre de forma subconsciente, por una posible futura relación con Edu que necesitaba las fantasías de Rafa para que me sirvieran de antídoto y distracción?

Digamos que tenía, como siempre en mí, una especie de lucha interna que me hacía dudar sobre si Rafa era imprescindible en mi vida. La gran verdad irrefutable es que siempre que había tenido una crisis o agobio con el tema de Edu enseguida Rafa me había servido para hacérmela olvidar al 100%. Mi relación de fantasías, encuentros o relaciones sexuales con Rafa eran muy efectivas siempre para quitarme de encima todos los agobios por Edu, pero ¿no era ya hora de madurar y dejarme de tantas gilipolleces pueriles e infantiles y afrontar de una vez por todas mi posible relación con Edu? Cuántas veces me cuestioné eso y cuántas veces no obtuve ninguna respuesta satisfactoria. Me encontraba, como siempre, sumida en estos pensamientos y reflexiones mientras Rafa seguía hablando cuándo decidí volver a prestar atención a su conversación. Me estaba hablando del pantalón negro que llevaba puesto en ese momento. Me decía: “hay que ver que guapísima estás con ese pantalón negro, estás guapísima, preciosa y buenísima, te queda de maravilla. Pero me encantaría vértelo puesto con la camisa rosa en vez de con esa camiseta blanca que llevas. Con la camisa rosa seguro que estarás aún más preciosa”. Y señaló a la bolsa de Ralph Lauren donde seguían las dos camisas que había traído consigo. Por supuesto yo me sentí halagada por esos piropos, pero no estaba dispuesta a darle el gusto de en plan sumisa quitarme o ponerme lo que al tío le diese la gana. Mi orgullo seguía herido y no quería contentarle después de lo del otro día.

Iba a abrir la boca para decirle tajantemente que se olvidase de esas tonterías de cambiarme de ropa pero, justo antes de ese momento, debió leerme la mente porque fue él el que dijo: “Anda, déjalo, si es una tontería, una memez. Era solo que me apetecía ver cómo te quedaba esa camisa rosa con esos pantalones negros, pero vamos, es una gilipollez, no lo hagas”. No soy tonta. Sabía perfectamente que estaba utilizando psicología inversa para conseguir su propósito y yo no iba a ser tan estúpida como para picar. Sin embargo, debo reconocer que un poco de morbo sí que me daba la situación: sola en mi propia casa donde nunca habíamos estado antes Rafa y yo, el rollo fetichista de la camisa rosa con el pantalón negro y, sobre todo, el percibir de nuevo el inmenso deseo de Rafa hacía mí. Por lo que con sorpresa inesperada, tanto para él como para mí, dije: “bueno, vale, me la pondré, pero solo un minuto”. Rafa no dijo nada. Ni siquiera percibí sorpresa en su rostro. Solo permaneció callado y expectante a ver lo que yo hacía. Me empecé a quitar la camiseta blanca y le dije: “mira hacía otro lado”. Sé que era absurdo, pues en el último mes me había visto desnuda ya varias veces, pero en ese momento sentí pudor y no quise que me viera en sujetador. Él obedeció sin poner ningún reparo. Apartó la vista. Yo me quité la camiseta, saqué de la bolsa la camisa rosa y me la puse. Antes de darle permiso para volver a mirarme me estuve mirando en el espejo colocándomela por dentro del pantalón. Lo cierto es que quedaba muy bien. Estaba muy guapa y elegante, y me gustaba cómo me quedaba. Combinaba de maravilla la camisa con el pantalón negro. Al cabo de un par de minutos le dije: “Vale, ya puedes mirar”.

La mirada de Rafa al mirarme no pudo ser más honesta, sincera y espontánea, pues noté perfectamente cómo su sueño se acababa de hacer realidad y que era tal y como se lo había imaginado. Se le notaba feliz, dichoso y satisfecho, como si le hubiese complacido mucho más de lo que imagine. Reconozco que me gustó provocar esa reacción en él. Finalmente dijo: “joder, no se puede estar más guapa, te queda perfecta con ese pantalón”. Y, acto seguido, se acercó y me dio un beso en la frente que me desconcertó totalmente. Fue un beso de pura felicidad y dicha. Me cogió de los hombros y me volvió a dar otro beso en la mejilla al tiempo que me decía: “eres y siempre serás la chica más preciosa, elegante y sexy de esta ciudad, y lo sabes, y aunque vuelves loco a todos los chicos de esta ciudad yo soy al que vuelves más loco por lo preciosa que eres”. Si antes ya estaba desconcertada esas palabras, aparte de halagarme, me descolocaron todavía más porque no me las esperaba. Pero aún iba a decirme algo aún más imprevisto, chocante y flipante por el descaro de la propuesta. Me dijo: “Por favor, túmbate en la cama, como aquellas veces que te hacías la dormida y yo te acariciaba. Por favor, hazlo, solo un momento”.

La proposición de Rafa lejos de enojarme y cabrearme lo cierto es que me hizo sentirme bien y halagada. No sé porque pero yo misma tenía ganas de volver a revivir esta fantasía que ya hacía bastante que no hacíamos. Más aún con el aliciente del morbo de estar vestida tan guapa y de estar en mi propia casa. De todos modos traté de fingir cierto disgusto, enfado y malestar por su indecente propuesta. Rafa me miró a los ojos e insistió: “Por favor, será solo un momento, y en plan totalmente light, te lo juro, solo acariciarte por encima de la ropa, me da morbo acariciarte por encima de la camisa y el pantalón. Solo eso. Te juro que no te quitaré nada de ropa. Absolutamente nada. Solo acariciarte”. Eso casi me convenció del todo. Estaba claro que si lo hacíamos tenía que ser en plan light total (y no tan sexualmente explícito como las semanas anteriores), solo en plan light y sin pasarse ni sobrepasar ciertos límites. De todos modos yo no estaba convencida del todo. En cierto modo no podía dejar de sentir (ahora que ya se empezaba a acercar el fresco y el frío otoñal) que mis encuentros con Edu a los 14 y 15 años estaban asociados y ligados al frío invernal, y, aunque ahora no hacía tanto frío como entonces, sí que empezaba a refrescar lo suficiente como para traer esos recuerdos de nuevo a mi mente. Por un momento desee con todas mis fuerzas que fuese Diciembre en vez de finales de Septiembre, pues me apetecía un montón que si teníamos que hacerlo pues que fuese en pleno Diciembre invernal para evocar del todo aquellos recuerdos de Edu.

Fuese como fuese, estaba claro que la propuesta de Rafa me estaba cautivando y fascinando más de lo que imaginé en un principio. Y, casi sin darme cuenta, me tumbé no muy convencida del todo, encima de la cama. Allí estaba yo de nuevo, como tantas otras veces, realizando de nuevo esta fantasía light que desde los 14 años estaba instalada en mi subconsciente y que nunca parecía que fuera a desaparecer y desvanecerse del todo. Rafa sonrió. Se sentía satisfecho y complacido. Y no tardó en colocarse a horcajadas encima mía al mismo tiempo que decía: “Soy el chico más afortunado del mundo en estos momentos. Cualquiera quisiera estar ahora en mi lugar y poder acariciarte. Soy un auténtico privilegiado. Muchas gracias”. Y antes de que dijera nada más empezó a acariciarme los pechos por encima de la camisa, por encima de la camisa rosa que tanto le fascinaba y encantaba. Se regodeó acariciándome y tocándome despacio cada parte de mi cuerpo: mi cuello, mis pechos, mi entrepierna, mis piernas, mis caderas, etcétera, eso sí, siempre por encima de la ropa y muy despacio, saboreando el momento, como siempre había hecho. En cierto modo, era todo un maestro en estos fines, y sabía tocarme y acariciarme tan bien y sensualmente que me hizo vibrar como hacía tiempo que no lo conseguía.

Como siempre, Rafa compaginó sus caricias por encima de la ropa con sus monólogos de siempre, es decir, los típicos de “hay que ver lo guapa que estás con esa camisa”, “que buenísima estás”, “que bien te queda”, “me pone a tope tu forma tan pija de vestir”. Sin embargo, en esta ocasión cambió un poco la temática de sus monólogos porque empezó a decir cosas como: “umm, como me pone verte tan dormida, como me gusta que estés dormida, me encanta que estés profundamente dormida para hacer contigo lo que quiera”. Por supuesto, yo más que nadie, sabía el morbo que suponía el hacerse la dormida y era algo que Rafa y yo sabíamos perfectamente y un gran aliciente para estas fantasías. De repente entre susurros comenzó a decir: “tengo que asegurarme que estás completamente dormida, tengo que asegurarme del todo” y cogió mi mano inerte y se la colocó en su propia entrepierna. Siguió diciendo: “bien, bien, estás dormida del todo. Hay que aprovecharse de esto”. Me encantaba el tono morboso que le estaba dando a la fantasía. Ambos sabíamos perfectamente que yo estaba despierta pero cuanto más realismo le diésemos a la fantasía más efectiva y real parecería, y por tanto mayor placer morboso y sensual reportaría.

Por lo que Rafa siguió colocando mi mano en su entrepierna, usando mi mano para acariciarse como si realmente yo no me enterase de nada y me estuviese sumisamente controlando todos mis actos. No pensé que llegase a ser más atrevido, pues al cabo de un rato soltó mi mano y la dejó caer. Yo, que tenía los ojos cerrados muy metida en mi papel de hacerme la dormida, los entreabrí un poco para ver lo que hacía. Era bien simple lo que estaba haciendo. Se estaba desabrochando el pantalón y bajándoselo un poco. Acto seguido, volvió a repetir la misma jugada con mi mano. Es decir, la cogió de nuevo y se acarició su entrepierna por encima del calzoncillo. Yo noté perfectamente como tenía ya una erección considerable y como él estaba ya mucho más excitado que yo. No tardo en acabar metiendo mi mano por dentro de su calzoncillo y acariciando su miembro con fuerza y deseo. Era curioso, a pesar de nuestras anteriores relaciones sexuales tan brutales y completas nunca había tocado antes su pene. Eso me asustó un poco, aunque he de reconocer que el morbo del momento me estaba encantado y estaba empezando a disfrutar de nuevo todo el encanto que siempre ha tenido esta fantasía de hacerme la dormida. Si yo lo estaba disfrutando se podría multiplicar por cien ese disfrute para Rafa, pues su cara era puro éxtasis de felicidad y goce, hasta el punto que en un determinado momento con gran brusquedad se bajó de la cama y se quitó de golpe el pantalón y el calzoncillo del todo. Al segundo, volvió a subirse encima mía y se colocó a ahorcajada de nuevo. Empezando a pasar su pene erecto por encima de toda mi ropa.

Yo le dije en un tono severo y medio cabreada: “Rafa, joder, no te pases, que pueden venir mis padres”. Él ni me respondió, solo siguió centrado en pasar su pene por encima mi camisa saboreando cada centímetro. Se había olvidado completamente de usar sus manos, ya solo quería pasar su pene por todo mi cuerpo, ya todos los tocamientos y caricias que me haría serían siempre con su pene. De repente paró en seco. Volvió a coger mi mano, la abrió y la colocó alrededor de su pene para luego cerrarla, es decir, tenía su pene totalmente en mi mano. Durante unos tensos segundos no hizo nada. Finalmente dijo: “a ver que sabe hacer la manita de esta niña pija que viste tan bien y es tan sexy”. Y empezó a mover mi mano con el puño cerrado de arriba abajo. Lentamente, de arriba abajo, con pausa, con calma y con lentitud. Estaba más claro que el agua que quería pajearse con mi mano. Quería masturbarse usando mi mano, lo cual le proporcionaría mucho más placer y morbo. Pero era algo que yo no estaba dispuesta a consentir. Eso era pasarse mucho y no iba a permitirle que sobrepasase esos límites. Al fin y al cabo habíamos acordado que fuese light total y aunque no me había quitado ni desabrochado nada de mi ropa no iba a masturbarle. Eso nunca. Por eso, en cuanto vi que aceleró un poco el ritmo con el que movía mi mano para así mover yo su pene me acabé cabreando. Me incorporé y le recriminé, le dije: “bueno, vale ya, basta ya, se acabó, venga, vístete y lárgate”.

Su rostro se ensombreció totalmente. Su sonrisa y alegría se apagó como una velita. No me gustaba ser tan aguafiestas, pero esto iba a ser light y no el desmadre erótico en que quería convertirlo. De repente me hizo una última proposición: “Bueno, vale, pasemos de mi polla y estas cosas, te juro que solo te acariciaré con mis manos y siempre por encima de la camisa, como siempre, te lo juro, ¿vale?”. Vi honestidad en sus palabras y en su mirada, y fui tan tonta de acceder a ese ruego. Fue una decisión de la que me arrepentí siempre y la causante definitiva de mi ruptura total con Rafa.

Durante unos breves segundos volvió a acariciarme con las manos mis pechos por encima de la camisa y la entrepierna por encima del pantalón. En plan light. Como debía ser. Sin embargo esto solo duró unos breves segundos pues enseguida noté como de nuevo su respiración se aceleraba y cambiaba el tono de su cara. Conocía perfectamente a Rafa y sabía muy bien que cuando su cara cambiaba de ese modo se volvía mucho más lujurioso, atrevido y pasaba de ser tan light. Se acercó a mi oído y me susurró: “vamos, a añadirle un poco de morbo a la cosa como hace unos meses, ¿vale?”. Era una pregunta retórica pues ni esperó mi respuesta. Ya que cogió la camiseta blanca que estaba a los pies de la cama, y que yo había dejado ahí minutos antes al cambiarme de ropa, y la utilizó como herramienta para atarme las manos al cabecero de la cama. Yo fui una tonta porque le dejé. Cierto que siempre el estar atada aportó mucho morbo, encanto, fuerza e interés a las fantasías y eso reconozco que me gustaba pues era un aliciente perfecto. Pero enseguida reparé que estábamos en mi propia casa, y aunque no había muchas probabilidades de que aparecieran mis padres, sí que me cohibía y me cortaba el rollo estas cosas en mi propia habitación de mi propia casa. Por lo que le dije seria y contundentemente a Rafa: “No, desátame ahora mismo, no, venga, hazlo ya”. Me respondió: “tranquila, será solo un minuto, te juro que será solo un minuto. Enseguida te desataré”.

Y es cierto que duro solo un minuto, o poco más de un minuto, pero fue una experiencia tan desagradable y repelente que sería, tal y como dije antes, el detonante de mi ruptura total con Rafa. Porque, una vez atada, enseguida empezó a decir cosas como: “hay que ver como me pones cuando te vistes así de pija, hay que ver que pijas eres siempre con estas camisas tan guapas y que bien te queda todo, hay que ver lo pijina que eres vistiendo”. Estas frases no me hubiesen molestado si no fuese porque con todo el descaro del mundo se cogió él mismo su pene y empezó a acariciárselo por encima de mi camisa, cada vez a un mayor ritmo y velocidad, cada vez más acelerado, cada vez más frenéticamente desbocado y masturbándose encima de mí a toda velocidad. Empecé a gritarle, a decirle que parara de una vez. No me gustaba nada que estuviera encima mía pajeándose como si yo fuera una puta. Me cabreó muchísimo. Me faltó completamente al respeto. Supuso una humillación. En mi vida me había sentido más ultrajada y humillada. En ningún momento pensó en mí. Solo pensó en su puto pene y en acariciárselo a gran velocidad chocándolo contra mí. Incluso, llegó hasta pasar su pene por mi cara y mis labios, yo giré completamente con desagrado la cabeza porque no quería ni tenerlo cerca, quería que parase, que acabase todo. Forcejee todo el rato para desatarme del cabecero de la cama. Me moví y esforcé violentamente para intentar que Rafa me dejase en paz de una vez. Esto ya no era light. Cierto que estaba completamente vestida y que no me había desnudado absolutamente nada, pero aún así era una humillación intolerable.

Encima, a pesar de mis forcejeos y de luchar por liberarme, a Rafa eso no pareció importarle en absoluto, pues solo pensaba en esos momentos en sí mismo y en su puto pene, en proporcionarse placer y en sentir el morbo que le daba el pajearse encima de mí. Yo por mucho que me esforcé, me moví y luché no conseguí nada, al fin y al cabo él tenía ya 19 años y yo solo 17, aparte de que era mucho más alto y fuerte que yo. Finalmente lo que tenía que pasar acabó ocurriendo y es que de tanto pajearse a ese ritmo frenético y endiablado acabó corriéndose encima de mí. Casi todo el semen cayó encima de mi camisa pero un poco me llegó a mi barbilla e incluso hasta mis labios. Fue el momento más repulsivo, asqueroso, humillante, denigrante y repugnante de mi vida.

Yo solo cerré los ojos y me obligué a no pensar en ello. Me obligué a no aceptar lo que acababa de ocurrir y me obligué a borrar de mi mente el hecho atroz que acababa de pasar. Nada más correrse, Rafa se desplomó a mi lado en la cama, me desató del cabecero y solo dijo: “joder, ha estado genial, que pasada, que morbo más flipante”. A pesar de que yo estaba totalmente extenuada, agotada y debilitada por todo lo que acababa de vivir, saqué fuerzas de mi orgullo herido y le grité: “lárgate de mi casa”. A los dos segundos le volví a gritar mucho más fuerte “lárgate de mi casa de una puta vez”. Y una tercera vez vociferé: “lárgate ya”. Fue tan grande el grito que le pegué que se levantó de un salto totalmente aterrorizado y asustado. Se quedó petrificado. Me incorporé y le miré con todo el odio del mundo, nunca he mirado con más odio y desprecio en mi vida y le volví a decir en un tono de amenaza: “largo, ya mismo”. No hizo falta que se lo repitiera más veces. Pues la mezcla de odio y gritos fue suficiente para que se vistiera a toda leche y saliera de mi casa a toda velocidad. Segundos después de eso me acabé quebrando totalmente y me puse a llorar sin parar. Ese hijo de puta me había humillado y denigrado más que nunca. Nunca más volvería a verle ni hablarle. Para mí había muerto para siempre y vaya que sí yo iba a cumplir mi promesa.

Con un gran asco y repugnancia me quité la camisa y la metí a la lavadora junto a otra ropa que tenía pendiente por lavar. Seguidamente me metí en la ducha. Necesitaba calmarme. Necesitaba tranquilizarme. Y sabía muy bien que una ducha relajante era justo lo que necesitaba. No podría decir cuánto tiempo me tiré bajo el agua pero seguro que fue más de 45 minutos, porque quise eternizar el tiempo que estuve bajo el agua caliente ya que eso me ayudó a relajarme y sosegarme. Durante todo ese intervalo de tiempo estuve pensando en todo lo que había ocurrido en la habitación. Incluso hasta en un determinado momento justifiqué el comportamiento de Rafa. Me decía a mi misma que la idea de la fantasía fue de ambos y que ambos la llevamos a cabo con el consentimiento del otro. Pero eso no justificaba bajo ningún concepto su conducta y forma de proceder hasta los extremos de masturbarse encima mía. Eso era intolerable del todo. Imperdonable. No hay posibilidad ninguna de perdón. Ninguna. Era el fin para siempre. Me seguía sintiendo ultrajada, humillada e insultada. Mi orgullo estaba más herido que nunca y me juré a mi misma que jamás volvería a tener así de herido y dañado el orgullo. Ese tiempo bajo la ducha fue como una catarsis de liberación de estrés y agobio. Y, al salir del cuarto de baño, me sentí como nueva y con el orgullo recuperado. Mi miré, con el albornoz puesto, ante el espejo de mi habitación y me juré que pasaría página a lo ocurrido ese día y que seguiría con mi vida, no dejando que esto me afectase para nada. Ante mí se abría por fin un nuevo mundo de posibilidades lejos de Rafa. La etapa de Rafa por fin se cerró y se concluyó para siempre. Puede que solo siguiera teniendo 17 años pero me sentí más madura, adulta y seria que nunca.

(9,57)