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La Preferida (5 de 5)

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Solo al cabo de una semana, Manuel se dignó a recibir a su amigo Ricardo que lo llamaba prácticamente todos los días, casi con desesperación. Antes había tenido que ocuparse de los cambios pertinentes en los puestos clave de la escala jerárquica de la firma que terminaron por desconcertar a todos. Tal como lo había concebido en su cabeza, primero nombró a Roberto como magnagement general con facultades plenipotenciales, relegando luego de muchos años a su otro hijo Carlos como vice. Después se encargó de formar una comisión directiva para que acompañara a sus hijos en las decisiones cruciales. Para él mismo “se encontró” un cargo honorífico en el que ya no tendrían peso por primera vez sus decisiones.

El martes lo hizo llamar a Ricardo con una secretaria luego de haberle rebotado todas las llamadas previas.

-Estuve muy ocupado Ricardo. Te imaginarás en qué.

-Claro que me lo imagino. ¿Te lo querías guardar para vos solo?

-Mi nuera es una fiera, Ricardito. Tenías toda la razón. No te equivocaste en nada.

-Rara vez me equivoco en eso. Sabelo.

Manuel recordó la charla con su amigo mantenida hacía poco más de un año en aquel restaurante al que habían ido a comer juntos, para hacerle partícipe de la noticia más terrible recibidda en su vida. Nuria había sido diagnosticada con un linfoma cancerígeno y el cuadro tendía a complicarse con el simple paso del tiempo. Inexorablemente la cuenta regresiva había empezado.

-A mi edad me arrepiento de pocas cosas, Ricardo…Pero de lo que más me arrepiento es de no haber estado más con mi mujer.

-Es común que te sientas así.

-No…-repuso él sin dejar que lo interrumpiera su amigo-no entendés nada. A los 63 años quiero cosa de la que tengo.

-Pero vos tenés todo.

-Dinero y una familia disfuncional. ¿Eso es todo? No confío en nadie más que en la mujer que ahora se está por ir.

-Como te dije, es natural que así te sientas.

-Me he pasado la vida trabajando. Tanto, que ahora no necesito trabajar. He pensado que una chica joven, me podría mostrar todo aquello que me he perdido.

-Bien por ti. Entonces nos vamos a hacer mutuamente un favor.

 - Me gustaría salir a cenar, al teatro, acompañarla a sus compromisos, llevarla de vacaciones, o mejor, dicho, que me llevara ella – sonrió cansinamente Manuel.

- ¡Lo que usted quiere  es una novia! – exclamó Ricardo, con sorna.

-Quiero lo bueno de una novia. Soy un hombre grande pero quiero disfrutar de la vida.

-¡Que distintos somos amigo!. Yo en cambio de una mina quiero primero que esté buena como tu nuera, que está buenísima.

Ricardo ya le había echado el ojo y ya no habría caso de hacerlo cambiar de parecer. Estaba tan obcecado como él que había empezado a pensar en Luana cada vez con mayor insistencia. Tanto, que para apartarla de sus pensamientos, había recurrido a su amigo para conocer a una mujer que  se la hiciera sacar de la cabeza. Esa había sido la verdadera razón, reflexionó ahora Manuel, devuelto a la actualidad, en el despacho.

-¡Hijo de puta!-se enloqueció Ricardo -Me pediste que preparara lo de la gitana, el tipo de los consejos, el instructor de danzas árabes y del fotógrafo. Y yo caí como un chorlito: todo era para vos.

Manuel recordó que si bien había hipotéticamente acordado “entregarle” a Luana a su malsano amigo a cambio de que él le presentara una chica, nunca había pensado en hacerlo de verdad. No solo porque se tratara de la novia de su hijo sino porque había descubierto que la quería para él solo.

-No Richard, discúlpame. Yo a vos no te prometí nada.

Había accedido así al juego iniciado como una fantasía de dos viejos verdes. Una locura en la que solo en sus cabezas cabía la posibilidad de ganarse el favor de esa extraordinaria hembra con ayuda de las jugarretas que Ricardo prepararía. ¿Y todo para que el premio mayor fuera a manos de su compañero de cacería?” se preguntó.  Ni siquiera se había permitido mostrarle a Ricardo las fotos más jugadas de Luana; solo una que otra en algún ángulo interesante. Siempre de lejos. Ahora de pronto, las cosas habían cambiado.

-Menos mal que dijiste: “es la novia de mi hijo”, que yo estaba enfermo..que yo..

-Era mucha mina para el inútil de Roberto. Vos lo dijiste.

Ricardo tuvo que dejar de parlotear de repente.

-Cuando te dije que buscaba una novia me refería a esto.

-¿A qué?

-A Luana. Voy a dedicarme a viajar con ella. A colmarla de atenciones y llevarla a los lugares que nunca imaginó conocer. Lo que no hice con Nuria.

-¿Te creés que no te va a hacer cornudo como lo hizo con el pipistrilo?

-No lo sé Ricardo, puede ser. Pero me voy a ocupar de no darle motivos. No voy a cometer los errores del tarúpido.

-¿A qué errores te referís?

-A que le voy a dar matraca todos los días y a toda hora.  Voy a largar los fatos, las apuestas, el casino y hasta las salidas con amigos.

Ricardo se sorprendió con la confesión de su amigo.

-Esto es serio, Ricardo.

-Le mejicaneaste la mujercita a tu hijo, lindo suegro resultaste.

-Lo dijiste vos. Si no lo hacía yo, se la iba a quitar otro. Cualquiera más vivo que el inútil y sabés que no es difícil encontrar uno. Bueno, me la quedé yo. Por lo menos, no es un completo extraño.

-Sos lo más hijo de puta que conocí.

Ricardo sabía que Manuel tenía razón y que él hubiera hecho lo mismo en su lugar por una mujer como Luana.

-Me la merezco después de tanto tiempo.

-Un año ¿No?

-Desde que murió Nuria. Y antes también. Eso te lo debo a vos.

A Ricardo se le dibujó una sonrisa de satisfactoria revancha tardía.

-Ahora sacame de una duda-quiso saber Ricardo-¿Dudaste en algún momento?

-Con Felicia pasé muy lindos momentos pero nada en comparación con lo de Luana. Como dije, tenías toda la razón.

-Lo planeaste bien.

-Nada hubiera sido posible sin tu ayuda. Lo sé, no soy un desagradecido Ricardo. Y te lo voy a pagar.

-No hace falta.

-Vas a ser el real magnagement de la firma. Para eso te hice llamar. Consideralo como una cancelación de la deuda.

-¿Me necesitás ahora que largás todo?

-¿Te crees que voy a dejar que maneje todo? Te necesito para supervisar al inútil ahora que voy a dedicarme full time a mi nuera. No quiero distracciones.

-Hecho. Quedate tranquilo. Cancelamos la deuda.

-De paso lo vas a vigilar para que no se arrebate. Vas a contenerlo. Los períodos pueden ser largos. Si estamos en Europa, él va a estar en Buenos Aires y en el caso en que quiera volar a Europa nos iremos a Bangkok. Me avisarás en todo momento. No quiero que suceda lo que pasó dos veces.

-¿Y te vas cuando?

-Mañana por la noche. Vuelo directo. Acaban de llegar dos pasajes de Turkish Airlines. Se lo digo esta noche. Quiero que sea una sorpresa.

-¿Así nomás?

-Así nomás. En unos minutos le digo al inútil que tiene que viajar a Trenque Lauquen por 15 días.

-Lindo Venecia en abril. Ideal para ir en plan de luna de miel.

-De ahí me la llevo a París, Roma y luego volamos a Yabrud. A conocer a sus primos. Ya me ocupé.

-Turca tenía que ser para ser tan brava. ¿Y cómo se supone que te vas a presentar?

-Como su marido de facto.  Ya que la pobre ligó uno virtual tendrá uno de verdad.

Ricardo no pudo evitar sonreír.

- ¿Te acordás cuando el Julito Mera Figuera se casó con Agustina Braun Blaquier? Treinta y dos años de diferencia.

-La misma que le llevás. Me acuerdo como los despedazaron.

-No quiero que pase lo mismo. Por eso, le pedí que no se divorciara del inútil.

-Hiciste bien. Preservar las apariencias.

-Porque en todo lo demás, va a ser como mi esposa.

Volaron a Madrid y desde allí a Venecia, donde permanecieron durante tres días antes que recalaran en Paris, Roma y finalmente llegara la sorpresa de aterrizar en la tierra de los ancestros de Luana. Cuando el viaje llegó a su fin, a los 15 días exactos,  Roberto ya había regresado de la comisión de Trenque Lauquen dispuesto a enfrentar a su esposa, cansado de los comentarios de toda clase que se hacían a sus espaldas. Manuel lo supo y creyó enloquecer cuando Ricardo le adelantó que su hijo  estaba dispuesto a confrontarlo.

-Sabías que esto podía pasar. Activaste una bomba de tiempo que podía estallarte tarde o temprano-le quiso hacer entender su amigo.

APURARON EL PASO uno al lado del otro. Se sentían los dos ansiosos y a la vez incómodos como si fuesen dos extraños. Llegaban tarde a la reunión crucial que Roberto había exigido para poner en claro las cosas de una vez. A una distancia prudencial, Luana lo miraba sorprendida, escudriñándolo, intentando adivinar lo que podría pasar. Intuyendo que su marido le exigiría desde ahora un comportamiento acorde a su estado marital.  Que diría basta. Que le pondría los puntos. Que pediría todas las explicaciones que hiciesen falta. La situación estaba así de peliaguda. En silencio, imaginó los posibles finales alternativos de la historia: ¿es que había llegado esta vez demasiado lejos? Preguntas que se hacía ella pero también él.  Roberto no podía saber entonces si aún le aguardaba un destino posible junto a su flamante esposa-llevaban apenas cinco meses casados-o si, por el contrario, se desembocarían los hechos que marcarían su separación definitiva. En silencio, Luana sentía una culpa que la llagaba por dentro y que no podía evitar. Se sabía responsable del momento por el que atravesaba su esposo. Culpable de su angustia. Pero en unos minutos tal vez se zanjaría todo lo que él esperara. Un vuelco que terminara de definir las cosas a su favor. Porque por sobre todas las cosas y pese a lo mucho que había ya sucedido, Roberto sentía que lo abrasaba el cándido amor por su mujer.

Apenas entraron lo divisaron junto al ventanal, un poco separado del resto de la nutrida clientela del restaurante en donde los había citado para hablar de una vez.  Manuel había estado esperándolos en una mesa justo en un rincón del restaurante donde su hijo lo había citado. A las 12 en punto. Tenía una botella de cabernet saugvignon  y picaba unas aceitunas con queso cuando Roberto y Luana llegaron. Sin formalismos ni saludos, fue Roberto el que primero habló apenas se sentaron a la mesa.

-Vos ya no vas a poder seguir haciendo lo que hacés-le disparó en seco el hijo con el rostro transfigurado. Manuel lo miró intrigado.

-¿Y qué es lo que hago? ¿A qué te referís?

-A que ya no podemos seguir de esta manera-le confirmó el hijo.

-¿De qué manera?-preguntó Manuel sorbiendo del vaso del vino que le habían servido.

-Te vas a hacer el desentendido…

-¿Podés decírmelo?

-O es una cosa. O es otra. No me banco ya más esto-Roberto hablaba con ademanes nerviosos ayudándose con las manos.

Luana permanecía a su lado, roja de vergüenza, cabizbaja, con los ojos clavados en el piso pero pendiente de la conversación.

-Pataleás como un nene y no me decís porqué-inquirió Manuel-. Apuesto a que tu mujer tampoco lo sabe.

-Claro que lo sabe.

-Decímelo entonces. Clarificámelo. Podría pensar que ha vuelto a perder tu equipo.

-Vos sabés bien de que…

-¿Que otros piensen que sos cornudo?

Roberto se quedó impávido. Su furia estalló en el nervio de sus ojos que habían adquirido una gravedad que nunca su mujer le había visto.

-Basta…-intercedió ella previendo que se armaría la gorda-escuchen los dos…no quiero una escena aquí en público.

-Tranquila-le dijo Manuel-no va a haber ninguna escena.

-Nos vamos ya… Luana. Tomá tus cosas. No tengo nada más que hablar con este tipo.

-Eso es lo fácil. Irse. Esquivar el momento. Es hora que lo enfrentes de una vez, hijo.

Roberto lo miró con un odio que le salía por los poros de todo su ser.

-Otros pueden creer lo que quieran-siguió Manuel-pero la verdad la tenés vos solo. Y eso es solo lo que importa. Siempre y cuando quieras saber la verdad ¿no te parece?

Roberto lo miraba fijo y parecía dispuesto a todo. Incluso de darle en ese preciso momento un trompazo a su padre. Luana lo advirtió y lo miró asustada. Con un vistazo, Manuel procuró tranquilizarla.

-Ahora es tu turno-le dijo.

-¿Mi turno?-preguntó ella nerviosa.

-Sí. Tu turno de hacerlo disfrutar. Es tu deber de esposa.

-¿De hacerlo disfrutar de qué?

-De algo que en el fondo le gusta más que nada en el mundo.

Luana se quedó callada como si no hubiese entendido bien. Roberto también.

-No sé si es lo correcto-murmuró al cabo de unos segundos de incómodo silencio.

-Si te lo digo es porque es así. Lo conozco mejor que vos.

Desconcertada, Luana miró a su marido que permanecía en silencio, sumido en un mutismo hermético e imperturbable.

-Deciselo Lu…no tengas miedo.

-¿Decirle cornudo?

-Sí...decíselo.

Luana miró de reojo a Roberto para ver que hacía.

-No sé…me da cosa.

-Tranquila. Es porque nunca lo hiciste. Cuando lo hagas vas a experimentar un efecto liberador. Y él se va a sentir mejor cuando suceda.

Roberto transpiraba helado pero permanecía sin reaccionar. Parecía ahora expectante de lo que hacía y decía su mujer. Nunca se había sentido tan humillado en toda su vida.

-Usted dice… ¿Cuándo usted y yo….?

-Ajá…

-Pero es que…

-¿Que Lu…?

-¿Usted cree que él piensa que usted y yo …? –preguntó ella y a continuación miró a su marido: ¿Lo pensás Ro?

-Acaba de decirlo. Creo que al menos  lo piensa-opinó Manuel.

-¿Cómo?

-Lo sospecha pero no está seguro. Y es mejor que sea así.

-Quizás por…es que vio dos veces…

 -Pero eso no significa que haya una tercera.

¿Usted cree?

-Claro.

-¿Mejor que no sepa si usted y yo…?

-Que no lo sepa.

-Porque si tratara de averiguarlo ¿sería peor?

-Ajá

Luana miró al pobre Roberto apichonado en un rincón a su lado: advirtió la formidable erección indisimulable  y se sintió tentada como nunca.

-¡Cornudo…!

-Eso es. ¿Ves?  Su erección empieza a crecer como por arte de magia.

-¡Es verdad!!-se maravilló Luana divertida- ¡Increíble! ¡Cornudo….!!

Una mujer muy fina que estaba en la mesa de al lado pareció registrar la vulgaridad pronunciada con sorpresa y la miró fastidiosa.

-¿Te sentís ahora mejor?-le preguntó Manuel.

-Sí… tenía razón….

-¿Es o no liberador?

-¡!Si!! Es justo como me dijo.

Él le extendió su mano para que ella se levantara y se sentara del lado suyo de la mesa. Cuando lo hizo quedó enfrentada a Roberto que parecía blanco como un papel.

-Ahora hijo… ¿tenías algo que decir?

-Yo…yo…-quiso arrancar Roberto…

-¡Cornudo!!

-No….-dijo mirando a su esposa-a vos no te lo voy a permitir….

-¡Cornudo!… ¡cornudo!!…cornudo!!-lo metralló ella sin piedad.

-Ya…tampoco exageres-intervino Manuel- No es bueno darle todo lo que quiere de una sola vez.

Luana volvió a quedarse mirándolo, sorprendida como si estuviese ante un milagroso descubrimiento.

-Mejor de a poco. Sin apuros-Manuel la rodeó con su brazo en actitud paternal.

-¿Mejor que se imagine eso que usted y yo …?-elucubró ella.

-Ya lo has entendido. Mientras más se lo digas, más aliviada te vas a sentir y más él lo va a disfrutar. Pero si se lo decís mucho se puede llegar a acostumbrar. Y ninguno quiere que él se acostumbre. ¿No es así?

Roberto no respondió. Tenía la cabeza gacha y no se animaba a mirar a su mujer a los ojos. De pronto, Manuel estiró el brazo y miró su reloj para levantarse rápidamente.

-Tengo cosas que hacer…los dejo para que conversen. Imagino que tienen mucho que hablar. Cosas vitales de cara al futuro. Gracias por la cena, hijo.

Los despidió a ambos dejándolos en un silencio que se volvía estruendoso con el correr de los segundos. Entonces fue ella la que habló.

-Solo jugaba un poco. Supongo que lo sabés.

Roberto la miró incrédulo, una vez más.

-Supongo que te diste cuenta que era una broma-insistió ella-Es tu padre… ¿no lo conocés?

-¿Te parece que esto sea algo para jugar?-Roberto seguía sin poder creerlo

-Te dejaste llevar por eso…

-¿Ah sí?

-Dijiste que confiabas en mí ¿no? Pues mi palabra te debería bastar.

A Roberto la palabra de Luana le bastaba: se lo había probado con creces. Si bien lo que le decía podía ser cierto, elucubró él, el viaje había existido. No era algo imaginado por él: se habían ido juntos quince días a Europa. Solo un idiota podía pensar que no había sucedido nada en todo ese tiempo. Roberto quería saberlo.

Luana lo miró tranquilamente:

-Te contaré lo que querés saber si realmente querés saberlo pero tenés que pensar en las consecuencias de hacerme esa pregunta. Si te he sido fiel, consideraré que me hacés esa pregunta porque no confíás en mí y consideraré poner fin a nuestro matrimonio.

Roberto se alarmó.

-Por otra parte, si he tenido sexo con tu padre, puedo querer que continúe, y vos tendrás que elegir entre poner fin a nuestro matrimonio o aceptarlo y dejarme tener una aventura.

Roberto ya se tocaba con una mano disimuladamente sin poder contenerse.

-O bien-prosiguió Luana- tal vez exista una tercera alternativa: quizá preferís dejar que las cosas sigan como están. Nos olvidamos de tus preguntas y yo sigo como hasta ahora. ¿Ok? ¿Querés hacer alguna otra pregunta?

Pálido como un fantasma, Roberto solo se atrevió a murmurar:

-Creo que es mejor dejar las cosas como están……

Luana preguntó si estaba totalmente seguro de su decisión y él contestó que lo estaba.

-¿Me vas a dejar ver a tu padre?-quiso saber.

Roberto repitió otra vez que lo permitiría y sin embargo ella quiso dejarlo en claro una vez más.

-¿Sabés que puedo tener algo cuando nos vemos y a pesar de eso vas a permitirlo?

El cornudo contestó afirmativamente.

 -Pero negri… eso es casi como consentir que tenga sexo con él. Decime, ¿querés decir eso?

Roberto no quiso responder. Una erección empezaba a nacerle hormigueante.

-Decímelo; quiero oírtelo decir: decime que sos consciente de que puedo tener libertad y que no interferirás en mis decisiones.

Entonces lo balbuceó entre dientes por última vez.

-Si lo sé, podés hacerlo, no interferiré.

Un silencio precedió la aparición de la sonrisa complacida junto a los matices de picardía dibujados en el rostro de Luana que comprendió que el buen nombre de la familia estaría a salvo gracias a su intercesión. Ya no correría ningún peligro de ser mancillado por un inoportuno arrebato de su marido.

- Gracias, mi amor. Te amo. Realmente, amo tu capacidad de comprensión y  estoy orgullosa de que estés deseoso de admitir algo que la mayoría de hombres nunca admitiría.

Ella pareció tan feliz que no midió las consecuencias de esa decisión en los hechos que vendrían a continuación.

-Solo una cosa.  Necesito saberlo-Roberto había esperado una vida para atreverse a pronunciarlo-¿Sos su amante?

- Solo diré que soy su preferida. Ya te lo dije.

Esa noche no hicieron el amor y pasaría un largo periodo hasta que a ella volviera a apetecerle tener sexo con él. A los tres meses, cansado de tantas postergaciones Roberto anunció que se marchaba del hogar y en breve Manuel tomó una habitación en la casa que les había entregado como regalo de bodas.  Sería un tiempo que ninguno de los dos terminaría de entender bien. Ni Manuel lo había experimentado antes con su compañera de toda la vida ni Luana mucho menos con su marido fugaz. Solo sucedía. Ambos consumaban por fin lo que se habla en La Biblia bajo el escarnio de tabú: El Génesis  relata el vínculo de Judá , el hijo de Jacob , con su nuera Tamar, cuando ella contrajo matrimonio con dos de sus tres hijos, primero con Eros y después con Onán, de los cuales enviudó y con quienes no había conseguido tener hijos.

Las sesiones se habrían de prolongar en los ocho meses siguientes en los que el afortunado señor aprovechó para repasar los vaivenes abruptos del dibujo de guitarra española de su amante joven, los empeines en bajada  junto a los suculentos flancos cuya visión desde ese momento estaría clausurada a otros- los más jóvenes-impedidos de sobrevolar el nido con la posibilidad de asirse de la mujer tomada ahora como suya; como manceba permanente y sustituta definitiva de la difunta. En prueba de ello, le supo obsequiar las prendas de Nuria: aquellas que eran cerradas al cuello en busca de recato aunque solo lograran encapsular las redondeces del busto enorme y las gruesas caderas de Luana tampoco quedaran disimuladas debajo de los vestidos acampanados.

Dos semanas después,  él hizo traer a la casa el cuadro de Emile Jean Horace Vernet que reproducía en forma sugestiva la imagen de Judá y Tamar, un hermoso lienzo que fue colgado en simbólica en las postrimerías de la escalera, justo delante del cuarto conyugal de Luana. Aunque había otra pintura que se refería al tema, un cuadro barroco de un pintor anónimo holandés del S. XVII que se exhibía en el Residenz Galerie de Salzburgo, Manuel terminó decidiéndose por la pintura de Vernet en la que se configuraba la representación romántica del acuerdo sostenido entre los protagonistas. Una mujer con el rostro cubierto con un velo, vestida de chantal blanco, estira solícita su mano hacia un maduro esquilador de ovejas que la escudriña con ligera perturbación, más pendiente de sus muslos blancos rebosantes como los de Luana, que de sus ojos inquietos. Ninguno de los visitantes de la casa pudo llegar a descifrar el enigmático significado de la pintura  expuesta a la vista de todos. 

Las semanas siguientes se repitieron en intensidad a las anteriores en las que siguieron consumando su escandaloso romance.  Solo una noticia-esperada por ambos- traería consigo la primera novedad: fue cuando Luana recibió el llamado de Roberto pidiéndole regresar.

Después de haber desposado a Tamar, Onán  murió sin tener heredero.  Luego que pasara el tiempo y pensando que Judá nunca le daría a su último hijo por esposo, Tamar se disfrazó de prostituta y tuvo relaciones carnales con su suegro, que había quedado viudo. Solo así por fin quedó embarazada. Aún sin que Judá la reconociera, logró que le entregara su sello y su bastón como prenda hasta que le pagara un cabrito prometido por prestarse a la relación. A los tres meses, cuando le comunicaron  a Judá que Tamarestaba embarazada,  el patriarca ordenó que la ajusticiasen por su adulterio. No obstante, tal como había imaginado que tendría en alguna ocasión que hacer, Tamar probó gracias al sello y el bastón de su suegro que había sido él quien la había fecundado.  El hombre perdonaría a Tamar que alumbró dos gemelos: Farés  y Zara; Luana, en cambio, se había convertido de pronto en orgullosa madre de un hermoso varoncito: Camilo. El  nacimiento en medio de un vendaval de especulaciones terminaría por empujar a Roberto a llamar a su mujer y se convirtió también en el principal motivo de su regreso. Ella no supo primero que decirle. Pensó que decir la verdad no era ya posible sin considerar los costos catastróficos que tendría que pagar y al mismo tiempo temía que una eventual aclaración le diera a su marido motivos para una ligera sospecha. Optó por tragarse la lengua. Dejar que Roberto creyera  el milagro de su paternidad.  Incapaz de captar sutilezas, el esposo tampoco lograría desentrañar el significado del cuadro colgado junto a la puerta de la habitación conyugal. Mucho menos, descifrar la simbología que la pintura protegía. El secreto estaría a salvo. Luana necesitaba decírselo a su amiga más íntima a quien no veía hace meses.

-Es lo más importante es el tesoro de mis ojos.

Se habían reunido al cabo de un paréntesis de ocho meses. Luana estaba siempre muy ocupada. Y desde ahora, lo estaría mucho más, adelantó, cuidando al bebé.

-No puedo quejarme -dijo ella-la vida me ha sonreído dándome una segunda oportunidad. Roberto está otra vez conmigo junto a mi hijo. 

-Te veo y no creo como te has recuperado. Con solo pensar que estabas derrumbada por el abandono de tu marido, me parece increíble verte así.

-Un abandono a medias-dijo apresurándose en buscar la justificación- de vez en cuando el granuja regresaba y el resultado está a la vista, ya ves-dijo sosteniendo al querubín que se mecía en sus piernas como si quisiese tomar todo lo que se aparece a su alrededor.

Nancy lo inspeccionó con cuidado de arriba abajo en las faldas de su rejuvenecida madre y estudió las sutiles similitudes fisonómicas de cabo a rabo con quien era otra vez su marido. Solo entonces se animó.

-Lo que no entiendo…

 -Ya cumplí con el mandato familiar-la interrumpió Luana sin titubear-le he dado a mi suegra, que Dios la tenga en su santa gloria, el nieto que tanto quería. He tomado una decisión y a partir de ahora solo me enfocaré….en un método anticonceptivo eficaz.

-A eso me refería…-dijo Nancy extrañada-disculpá que lo diga de una vez pero no entiendo ¿no me dijiste hace unos meses que  tu marido se había hecho una vasectomía?

-El sí…pero mi suegro no.

 Final.

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