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CÓGELO

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Jorge se situó tras su mujer, que ya estaba recostada sobre su lado izquierdo. Con la mano derecha le abrió ligeramente las piernas, lo suficiente para colocar el erecto pene entre los muslos de ella, en contacto directo con sus labios vaginales. Inmediatamente comenzó un movimiento similar al de la penetración para que ambos sexos se rozaran, mezclándose los jugos de ella con el líquido pre–seminal de él. Lidia cerró los ojos mientras sus caderas iniciaron un baile que permitía adivinar su creciente excitación, alimentada por las caricias que su marido le estaba brindando con la mano derecha, directamente dirigida hacia el clítoris. Acercó los labios al cuello de Lidia, regalándole un cálido beso con un ligero mordisco sin detener sus movimientos pélvicos. Ella se giró para devolvérselo, esta vez boca con boca, lengua con lengua.

El pene de Jorge resbalaba con total facilidad sobre el sexo de su mujer, recorriéndolo con toda su longitud y centrando el glande sobre el clítoris de ella, libre desde que desplazó la mano hasta el pecho derecho de Lidia. Ella, sin poder resistirlo más, abrió ligeramente sus piernas, y con un pequeño golpe de caderas, introdujo el miembro en su vagina con total facilidad. Jorge mantuvo sus movimientos aunque dándoles un plus de profundidad desde ese momento, mientras agarraba entre sus dedos el duro pezón que denotaba también la irrefrenable excitación de su pareja. Tras unos minutos de vaivén, caricias y besos, Lidia giró su cabeza hacia Jorge, y susurrando con la voz entrecortada, pronunció tan sólo una palabra:

–“cógelo”.

 Él ya sabía a lo que se refería, y emulándola, se giró hacia la mesilla de su lado de la cama, de donde tomó un consolador, compañero habitual de sus juegos nocturnos. El tamaño era considerable, mayor aun que el del pene de Jorge, simulando además perfectamente las formas, el color y el tacto de uno real. Jorge se lo cedió a Lidia, a la que le faltó tiempo para llevárselo a la boca. Sabía lo que a su marido le excitaba mirarla mientras jugaba con él, lamiendo con su lengua cada pliegue, cada detalle, bajando hasta los testículos y ascendiendo hasta el glande. Jorge le había comentado en más de una ocasión, medio en serio, medio en broma, que si se tratara de un pene real, el propietario de la herramienta se habría corrido con mucha rapidez, víctima del excelente trabajo de Lidia.

Ella cerraba los ojos imaginándose lo excitante que supondría disponer de dos varones en exclusiva, aunque nunca se lo había dicho abiertamente a su marido, pues su educación y su pudor se lo impedían. Tras brindar un exhaustivo trabajo al invitado virtual, extrajo el pene de su boca y lo dirigió hacia la vagina, la cuál, desde el nacimiento de sus hijos, había alcanzado una flexibilidad tal que le permitía unas hazañas dignas de la mejor actriz porno. Jorge le facilitó el trabajo acompasando sus movimientos con los de la mano de su mujer que empuñaba el dildo, hasta que finalmente ambos apéndices entraron simultáneamente en el sexo de Lidia. Poco a poco, Lidia introdujo el enorme pene hasta que los testículos chocaron contra su pubis, a la vez que con su mano derecha empujaba el culo de su marido invitándolo a que hiciera lo mismo con su pene. Una vez más, ella alcanzó una sensación de plenitud, se sentía totalmente llena, completa, abandonada al placer, tan fuera de control, tan excitada que a pesar de su habitual discreción, los jadeos dejaron paso a gemidos de placer y sus caderas comenzaron a moverse con verdadera violencia. Jorge acercó la boca al oído de su mujer, y sin dejar de penetrarla, le habló entrecortadamente:

–“sabes que… necesitas dos… pollas para ti… lo sabes; dos hombres… dentro de ti…”

Estas palabras fueron el detonante para que Lidia estallara en un sonoro orgasmo, mientras en su cabeza bullían multitud de imágenes entremezcladas, destacando entre todas las de ella misma siendo penetrada por dos hombres al mismo tiempo…

Jorge regresaba del baño tras darse una ducha y volvió a tumbarse junto a su mujer. Mientras le acariciaba con suavidad el monte de Venus, le habló:

– “Te excita pensar en que te estamos follando dos hombres, no digas que no…”

– “No le des más vueltas, eso no va a pasar nunca.” –contestó ella, con una mueca de desagrado.

– “Pues no sé por qué no” –respondió él– “A mí me encanta verte disfrutar”.

– “Es simplemente una fantasía tuya y nada más” –mintió–, “y en eso se quedará. No voy a meter a otro hombre en nuestra cama te pongas como te pongas.”

– “Pues cada vez que tienes las dos dentro te vuelves loca, y cuando te digo que necesitas dos hombres, siempre te corres a lo bestia”–insistió Jorge riendo. “Imagínatelo con un tío cachas y guapo, como Brad Pitt, con unos buenos abdominales de esos que parecen pintados… ¿A que entonces no podrías negarte?”.

– “Pero como un tío así no se fijaría en mí, se acabó la historia” –sentenció, dando la conversación por finalizada mientras se giraba dando la espalda a su marido.

– “¡¡Ajajá!! –exclamó triunfante Jorge–. “En ese caso sí que aceptarías, ¿eh?”

– “Es tarde, Jorge, tengo sueño” –contestó cortante, aunque en el fondo sabía que su marido tenía razón; y de hecho sería bastante menos exigente a la hora de elegir al “partenaire”, pero no podía admitirlo, pues temía lo que podría llegar a suceder en ese caso.

Lidia sobrepasaba por poco los 40, aunque aparentaba menos edad. Más bien bajita y perfectamente proporcionada, sus pechos no desentonaban con el resto de su persona. Su culo, algo respingón, le encantaba a su marido, que lo halagaba sin mesura sobre todo cuando le hacía el amor boca abajo: “es tan acogedor…” –le solía decir, y eso a ella le llenaba de satisfacción. Pero como todas las mujeres, y a pesar de los elogios y del amor de su marido, Lidia era insegura, y esa inseguridad era la que alimentaba su excesivo pudor a la hora de intentar alguna nueva experiencia en lo que a sexo se refiere. Jorge llevaba tiempo insinuando la posibilidad de incorporar un invitado alguna vez a sus juegos amorosos, y aunque Lidia se había negado tajantemente, poco a poco su resistencia disminuía a medida que Jorge insistía. No obstante, él nunca había obtenido de ella algo diferente a un “no”…

Jorge estaba totalmente enamorado de su mujer, pero no podía evitar el excitarse pensando en verla gozar con dos hombres a su disposición. Algunos años mayor que Lidia, con el paso de los años su aspecto había mejorado, pues practicaba deporte habitualmente y cuidaba su alimentación. No cometía excesos (casi nunca…), y aunque le seguían sobrando algunos kilos, su aspecto era “pasable”, como a él mismo le gustaba decir. No podía lucir un cuerpo musculoso ni mucho menos, pero su mujer lo quería y eso era suficiente para él.

Llevaban casi 20 años de matrimonio, con 2 hijos que no habían dejado apenas rastro en la figura de Lidia, de lo cuál se vanagloriaba Jorge, orgulloso del esbelto aspecto de su mujer, la cuál seguía siendo atractiva y apetecible.

Su vida sexual era satisfactoria para ambos, pues aunque no se pudiera decir que eran unos atletas sexuales, sí solían practicar diferentes posturas y explorar “distintas posibilidades”. Para ello recurrían habitualmente a todo tipo de “juguetes” que introducían algo de “picante” y evitaban en lo posible la monotonía en su relación. A pesar de esto, Jorge no dejaba de fantasear con realizar un trío con su mujer y un invitado o invitada. Puestos a elegir prefería lo primero, pues su prioridad era que Lidia fuera el centro de atención en lugar de serlo él mismo, aunque no estaba muy seguro de cómo se comportaría su pareja ante la presencia de otra mujer en la cama…En alguna ocasión había interpelado a Lidia sobre su preferencia en el caso de un hipotético “menage a trois”, y a pesar de poner siempre el “no” por delante, consiguió sonsacarle su inclinación ante una persona de su mismo sexo. Jorge estaba seguro de que la respuesta no era sincera, y que si decía eso era porque sabía que era una opción menos probable de hacerse realidad y además, mucho más “light”, demostrando de nuevo el pudor que en este asunto la dominaba.

El verano transcurría sin muchas novedades, esperando que llegaran fechas elegidas por la familia para tomar sus más que merecidas y deseadas vacaciones, aunque en esta ocasión tenían un componente distinto, ya que por primera vez iban a desplazarse sin sus hijos. Los padres de ella les habían pedido quedarse algunos días con los niños pues no los veían con demasiada frecuencia, y en esta ocasión habían tenido que acceder a dicha petición.

Repetirían destino: un apartamento en una urbanización del sur de España que disponía de piscina, pistas de tenis y la playa a un paso, un lugar perfecto para descansar, desconectar y cargar las pilas, aunque la falta de los niños presentaba un escenario diferente.

Y por fin llegó el día “D”. Aunque iban a echar de menos a sus hijos, por otro lado pensaban que iban a poder disfrutar de una libertad de la que hacía mucho tiempo que no gozaban. Jorge pretendía sacar de noche a su mujer a algunas terrazas que ofrecían música en directo, algo que a ambos les encantaba; además, podría mejorar su tenis acudiendo a las clases que se impartían en la propia urbanización. Por otro lado, Lidia disfrutaba enormemente de la piscina y de sus templadas aguas, de los ratos que pasaría con un buen libro tumbada sobre una hamaca a la sombra de algún sauce rodeada del frescor del césped, y también de alguna que otra cerveza helada y un aperitivo en la compañía de su marido.

–“¡Lidia, me voy a comprar el periódico y luego a clase de tenis!” –gritó Jorge desde la puerta de la calle.

–“¡Vale, estaré en la piscina!” –contestó ella desde el baño mientras se ajustaba uno de sus nuevos bañadores ante el espejo. Llevaban varios días de vacaciones en los que ya se habían adaptado a la nueva rutina. Jorge se había inscrito un año más a las clases de tenis que se impartían en el complejo, y ella bajaba a la piscina hasta que su marido regresaba. Comían en algún restaurante tras tomar un aperitivo, después siesta, paseo por la playa en la tarde y cena y concierto por la noche aderezado por unas cuantas copas, no muchas, pues regresaban a su estancia donde hacían el amor apasionadamente.

Una vez dio la aprobación a su aspecto, Lidia cogió su bolso, el libro que estaba leyendo, un refresco del frigorífico y salió hacia los jardines que rodeaban la piscina buscando una sombra acogedora. Se tumbó en una hamaca cerca de una de las duchas, y tras colocar la toalla, se tumbó cómodamente. Abrió el bote  y procedió a continuar con la lectura cuando el ruido de la ducha le llamó la atención. Un hombre que acababa de salir de la piscina se duchaba con energía, y Lidia, tras echarle un vistazo de arriba a abajo, se sorprendió a sí misma admirando sus trabajados pectorales y abdominales.

–“Vaya pedazo de hombre” –pensó.–“Qué músculos, y encima es atractivo…”

Y siguió observando cómo una vez terminó, tomó una toalla y una bolsa de tenis y salió de la piscina camino de las canchas.

Se sonrió mientras se imaginaba diciéndole a su marido: –“quiero a éste”.

–“Jorge, devuélveme con globos defensivos mis smatchs”– gritó David desde el otro lado de la pista mientras golpeaba la bola con fuerza. Jorge devolvió la misma siguiendo las instrucciones de su monitor, y cuando éste iba a golpearla de nuevo, retrocedió un par de pasos con tan mala suerte que pisó otra bola descarriada torciéndose el tobillo, cayendo a la tierra batida con estrépito. Un grito de dolor advirtió a Jorge de que no se trataba de un mero incidente, así que corrió rápidamente a atender a David. Lo ayudó a incorporarse y ambos comprobaron que apenas podía apoyar su pie izquierdo. Se dirigieron fuera de la pista hacia unos bancos, y tras hacer que David se sentara le examinó el pie con detenimiento.

–“Parece que es sólo una fuerte torcedura, Hay que poner hielo lo antes posible” –afirmó Jorge.

–“Pues en el botiquín no hay hielo, me temo” –contestó David con evidentes signos de dolor.

–“Vamos a mi apartamento. Está muy cerca y tengo gel en el congelador. Te lo pones un rato y verás como esta tarde estarás casi bien ¡Venga, arriba con cuidado!” –ordenó Jorge ayudando a David a incorporarse.

Recorrieron en pocos minutos el trayecto con David apoyándose en el hombro de Jorge, y al llegar, le sugirió que se tumbara en el sofá–cama con el pie en alto.

–“Espera, que me quito esto porque si no lo voy a manchar todo con la tierra batida” –comentó David, haciendo alusión a su camiseta y pantalón teñidos de color arcilla.

–“Vale. Toma el gel, póntelo en el pie mientras voy a recoger el equipo. Ahora vengo.” –respondió Jorge a la vez que salía por la puerta, dejando a David tumbado sobre el sofá vestido tan solo con sus “boxers”.

Lidia se levantó de la hamaca fastidiada. Una estúpida avispa merodeaba cerca de ella cuando estaba bebiendo un trago del refresco, asustándola y cayendo parte del mismo sobre su bañador. Decidió subir a cambiarse rápidamente sin recoger nada más, así que se dirigió hacia el apartamento. Abrió la puerta con la llave mientras ya se iba soltando los tirantes del bañador para ganar tiempo: había dejado todas sus cosas en la piscina y quería regresar lo antes posible. Dejó caer la prenda quedando totalmente desnuda y se encaminó al dormitorio en busca de otro bañador pasando por el saloncito. Se quedó absolutamente petrificada cuando vio al hombre de la ducha tumbado en su sofá. No pudo siquiera reaccionar tapando su desnudez; sus ojos no podían apartarse de los abdominales del intruso, aunque si pudo percatarse del desmesurado bulto que crecía preso por la tela de los boxers…

Y es que David, a su vez, también se quedó muy sorprendido, pues al oír la puerta pensó que Jorge ya había regresado, y lo que vio fue a una mujer absolutamente desnuda frente a él. No pronunció palabra alguna; su única reacción fue la considerable erección que experimentó el pene con el que la naturaleza le había dotado. Y así pareció que el tiempo se detuvo hasta que ambos se sobresaltaron al escuchar a Jorge hablar tras ellos: –“vaya, veo que ya os conocéis…” La aparición de su marido hizo reaccionar a Lidia, que tras una mirada de pánico corrió hacia el baño cerrando la puerta tras de sí.

– “¡Pero es que me da mucha vergüenza, me ha visto totalmente desnuda!” –contestó Lidia.

–  “¿Pero tú te has fijado bien?, Bueno, qué tontería, ya me di cuenta de que sí…” –afirmó Jorge tras su pregunta– “David es un castigador, las tiene a todas locas, habrá visto a miles de mujeres desnudas. No sé qué problema tienes con que nos haya invitado a ir al concierto de esta noche. El hombre está agradecido por haberlo atendido tras su caída; nos sentamos un rato, tomamos una copa y nos volvemos si tú quieres.” –intentó convencerla Jorge.

– “Jorge, de verdad, ve tú si quieres. Yo prefiero quedarme en casa esperándote, es muy violento para mí…¡¡Por favor, no me hagas ir!!” –casi suplicó Lidia.

– “De acuerdo” –aceptó Jorge– “Te disculparé, aunque creo que sabrá por qué no has querido ir. Intentaré no llegar demasiado tarde, ya sabes…” –sonrió a su mujer guiñándole un ojo con complicidad.

– “Gracias, cariño”– respondió Lidia con una sonrisa; se acercó a su marido para darle un cálido abrazo susurrándole –“Te estaré esperando…”

Lidia se dispuso a acomodarse en el sofá del saloncito, y decidió servirse una copa de vino y  encender el portátil de su marido para navegar un rato. Mientras accedía a su página de “Facebook”, volvió a su memoria la embarazosa situación acontecida en la mañana, y sin darse cuenta se ruborizó. Sentía una extraña sensación en la que se mezclaban por igual la vergüenza y la excitación, pues no podía por menos que recordar el esculpido cuerpo de David y la reacción de éste ante su desnudez. Se sirvió otra copa de vino, y se dejó vencer por la calidez que experimentó en su rostro y en su sexo; minimizó su “Facebook”, abrió  “Google” y tecleó “relatos de sexo”. Ante ella aparecieron numerosos resultados. Decidió “pinchar” la primera página, y tras investigar durante unos minutos acabó en uno cuyo comienzo le pareció interesante…

 Entre los recuerdos del día, el vino y la lectura del relato, Lidia entró en un estado de excitación tal que decidió mandarle un mensaje de móvil a su marido: “Cógelo…” Una vez pulsó “enviar”, se desnudó y se metió en la cama con el portátil leyendo otro relato esperando que Jorge regresara pronto, pues de lo contrario, algo tendría que hacer.

Jorge estaba sentado en una mesa disfrutando de su tercera cerveza en compañía de David, muy recuperado de la lesión gracias a la ayuda de su alumno. Ambos escuchaban entusiasmados una banda de versiones que sonaba realmente bien, cuando la vibración de su teléfono le advirtió de la entrada de un mensaje. Lo sacó del bolsillo del pantalón mientras David lo observaba intrigado, más aun al percibir el gesto de sorpresa de su acompañante.

–“Espero que no sean malas noticias” –comentó.

–“No, no; no es eso, es de mi mujer…” –respondió Jorge.

–“¿Qué pasa, que no se fía de mí?– ironizó David entre risas.

Jorge se quedó en silencio releyendo una y otra vez más el escueto mensaje… “Cógelo…”. Su mente empezó a bullir descontroladamente, alzó su mirada hacia su acompañante, se inclinó sobre la mesa y habló con voz queda: –“David,  quiero comentarte una cosa…”

No había transcurrido mucho tiempo cuando Lidia sintió cómo se abría la puerta de la calle. Cerró el portátil y se tapó con la sábana hasta el cuello con la vista fija en la entrada del dormitorio. A los pocos segundos apareció su marido en el umbral desabrochándose los botones de sus jeans mientras miraba con ojos de deseo a su esposa que yacía sobre la cama, y que segundos después levantaba la sábana dejando al descubierto su total desnudez. A partir de ese momento, ambos desataron sus anhelos reprimidos durante todo el día, sumergiéndose en una coreografía de caricias, besos y pasión, adoptando diferentes posturas y dándose placer mutuamente con la mayor generosidad, demostrándose todo el amor que sentían el uno al otro. Finalmente, Lidia se recostó sobre su costado izquierdo, y Jorge, situándose tras ella, comenzó a abrirse paso hasta el sexo de su mujer, el cuál estaba totalmente lubricado y receptivo. Introdujo su pene con facilidad, mientras que con su boca chupaba y lamía el pezón derecho de Lidia. Ella, a su vez, movía las caderas, golpeando sus glúteos contra la pelvis de su marido.

Entonces Lidia pronunció la palabra mágica:

–“Cógelo…”–, reclamando con ella sentirse totalmente plena, inundada, invadida, extasiada.

–“El pene de David debe ser tan grande como éste”– afirmó Jorge acercando el juguete hacia al sexo de su mujer. –¿No crees? –interpeló. Lidia, con los ojos cerrados, comenzó a gemir por toda respuesta, pero Jorge insistía: –“¿No te gustaría que fuera el de David?” –volvió a preguntar. Lidia se giró hacia su marido, besándolo con pasión mientras lo abrazaba con su brazo izquierdo pero sin pronunciar palabra alguna.

Jorge cedió el gran pene a su mujer y ella empezó a introducírselo lenta pero firmemente acompasando los movimientos de la mano y la pelvis mientras escuchaba cómo él le seguía hablando:

–“Esta mañana te quedaste prendada mirándolo, no digas que no” –la acorraló. –¿Te lo follarías? Vamos, ¡dilo!”

Lidia había perdido totalmente el control, en su cabeza se agolpaban imágenes de David besándola, de sus abdominales, de su pene, de ella sobre él, de él sobre ella, de ella entre los dos… No pudo contenerse más, y estalló:

 –“¡¡¡Síííí!!!” –confesó con un grito entrecortado – “¡¡quiero que me folléis los dos!!” – gimió con los ojos cerrados.

Se abandonó al placer mientras su pecho se agitaba sofocadamente, y como en un segundo plano, le pareció escuchar la voz de su marido:

 –“Mira…”.

Entreabrió los ojos y se encontró  de pie frente a ella la figura de David vestido tan sólo con unos boxers iguales a los que llevaba esa misma mañana. Lidia, como flotando en un sueño irreal, se incorporó lo suficiente como para alcanzar el elástico de la prenda y bajarlo lentamente descubriendo el generoso falo del monitor, que saltó respingón agradeciendo su liberación. David ayudó con sus manos a extraer totalmente el calzoncillo, plantándose desafiante ante la mujer con el sexo enhiesto y palpitante. Ella, rompiendo todos los tabúes, venciendo su pudor, abandonándose al placer, alargó su mano, tomó el pene de David y se lo acercó a su boca, comenzando a practicarle una felación con la maestría que su marido siempre le alababa…

 Y precisamente eso era lo que más la excitaba; Jorge estaba tras ella, siendo testigo privilegiado del minucioso trabajo oral que Lidia le estaba realizando al invitado, esta vez de carne y hueso. Recorría la longitud del pene con su lengua, volvía al glande, se detenía en el frenillo al que dedicaba especial atención… Intentaba introducirse el pene en la boca, pero apenas le cabía debido a las dimensiones del mismo, así que lo alzaba para tener libre acceso hacia los testículos, totalmente depilados, con los que jugaba alternativamente. De vez en cuando soltaba el pene y con sus manos extendidas acariciaba los pectorales y los abdominales de David, como queriendo cerciorarse de que eran reales, de que seguían ahí.

 Mientras tanto Jorge hacía verdaderos esfuerzos para contener su orgasmo; ver a Lidia entregada a la polla a otro hombre con esa pasión teniendo otras dos vergas en su sexo le parecía tan excitante como irreal, y ser espectador de cómo su mujer extraía el dildo, extendiendo los brazos hacia el monitor en señal de invitación para entrar en ella fue el “sumum” del morbo.

Efectivamente, Lidia cesó en la mamada a la vez que se recostaba de nuevo sobre Jorge abriendo algo más la piernas mostrando cómo el pene de su marido seguía dentro de ella. David apoyó ambas rodillas sobre la cama, siendo atraído por Lidia con avidez. Le tomó de nuevo el enorme pene con ambas manos y lo dirigió hacia su vagina. Una vez situado junto a sus labios mayores, soltó una de las manos, agarró la cabeza de David y lo besó con lascivia, susurrándole al oído:

–“no te muevas, déjame a mí”.

 Inmediatamente, sujetando la gran verga con la otra mano, comenzó un sensual movimiento pélvico que poco a poco consiguió lo que parecía imposible: tener ambas pollas simultáneamente dentro de su sexo. Soltó su mano una vez conseguido su objetivo y la dirigió al firme culo de David dándole luz verde para que tomara la iniciativa.

Y así, Jorge tras su mujer, y David sobre ella, comenzaron un sincronizado baile de caderas y sexos aderezado con gemidos, sudor y pasión, que acabó con Lidia absolutamente fuera de sí, encadenando incontables orgasmos hasta que Jorge salió de ella al no poder aguantar por más tiempo, dando lugar a que David lo imitara, colocándose de rodillas junto a la hembra, agitando sus miembros para correrse sobre los pechos de ella simultáneamente…

 Cuando hubieron terminado, los dos hombres se tumbaron uno a cada lado de Lidia mientras ella agarraba la polla de David con la mano izquierda y la de Jorge con la derecha. Giró primero su cabeza hacia el invitado regalándole un prolongado y cálido beso, para a continuación hacer lo propio con su marido. Le sonrió pícaramente y sin soltar las vergas de sus amantes le dijo:

–“tenías razón, necesito dos…”.

 

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