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Sometida, ultrajada y... finalmente victoriosa.

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Tras una semana de fuertes tormentas y copiosas lluvias, el día amaneció soleado en la pequeña ciudad de Castro Urdiales. El aroma a tierra mojada se mezclaba con el inconfundible olor del mar y el tufillo a pescado proveniente de los barcos que entraban y salían del puerto. Pocos días habían pasado desde el comienzo de la primavera, motivo más que suficiente para que los alegres pobladores de este lugar mostrasen en sus rostros la felicidad contenida durante los días pasados.

La actividad era frenética en la zona portuaria y las calles aledañas un hervidero de gentes que iban y venían con cierta prisa, cada uno a lo suyo.

Ajena a cuanto le rodeaba, Laura caminaba por la calle en dirección a su lugar de trabajo. Lo hacía cabizbaja, con el rostro triste y sin prestar atención a nada ni a nadie. Apenas le faltaban unos metros para llegar a su destino cuando, al doblar una esquina, tropezó con alguien.

―Buenos días, Laurita ―le dijo el señor Juan, un hombre grueso, de sesenta y tantos al que conocía desde niña. Laura levantó la cabeza para averiguar con qué extraña mole de carne había tropezado.

―Buenos días, señor Juan ―respondió la joven al reconocerlo, improvisando una sonrisa tan lúgubre que no engañó a su amigo. Luego lo miró unos instantes, con sus grandes ojos avellanados y azules como el mar―. Disculpe mi torpeza, pero no sé dónde tengo la cabeza hoy.

El hombre pellizcó levemente la barbilla de la joven con su mano derecha; los dedos eran gruesos y poderosos como las pinzas de un bogavante y, aun así, ella los percibió igual que una caricia paterna.

―Tienes pinta de no haber dormido ―aseveró el señor Juan mientras ladeaba el rostro de Laura a izquierda y derecha―. ¿Todo va bien, Laurita? ―le preguntó, inquieto y con gesto de preocupación. Luego hizo una pequeña pausa antes de continuar con las pesquisas―. Hace días que Sofía me comentó que habías cambiado, que te veía extraña desde hace una temporada. ¿Puedo ayudarte en algo?

Ella negó con la cabeza, aunque era consciente de que su amiga Sofía, la mayor de las hijas del señor Juan, era una chica bastante intuitiva y observadora. Pensó que a ella no se le escapaba nada y nunca le preguntó, haciendo gala de otra de sus virtudes: la discreción.

―¡Nada, señor juan! ¡No me ocurre nada! ¡Todo está bien! Discúlpeme, pero hace un rato que dieron las diez en el reloj de la plaza y tengo que abrir la farmacia. Imagino que ya tendré una buena cantidad de clientes esperando mi llegada.

A sus treinta y dos años, Laura regentaba una pequeña farmacia en un viejo local donde antaño hubo una botica muy popular. En apenas cinco años había logrado cierta reputación y ganado una buena clientela. Aparentemente no tenía motivos para estar tan decaída: no tenía deudas y mantenía un buen nivel económico, no le faltaban amistades y era una joven muy agraciada físicamente, con un cuerpo bien proporcionado y atributos generosos. Si bien es cierto que sus tres únicas relaciones amorosas habían terminado en agua de borrajas, no le faltaban pretendientes. Apenas llegaba al metro setenta, pero ningún hombre podía resistirse a su rostro angelical, con labios carnosos, dientes perfectos y los dos hermosos luceros que lo presidían.

A media mañana, poco después de las doce, estaba en el almacén y escuchó la campañilla de la puerta de entrada. Se dirigió hacía ella con paso ligero y la mejor de sus sonrisas, pensando que se trataba de algún cliente. El gesto se le torció al comprobar que tan solo era el cartero.

«¡Más facturas!», se dijo a sí misma mientras el hombre depositaba en sus manos un buen montón de cartas.

Una a una las fue pasando como si de una baraja de naipes se tratase, apartando todas aquellas que pudiesen amargarle la mañana. Finalmente descartó todas menos una que no tenía pinta ni de factura, ni de correo bancario. Se tomó su tiempo para abrirla y luego la leyó, en apenas unos segundos. Su rostro se encogió y de los ojos comenzaron a manar lágrimas. No podía creer lo que decía el papel por mucho que lo releía, una y otra vez.

Estuvo de pie, junto a la puerta, durante dos o tres minutos, tratando de contener el llanto y calmar los nervios. Pero no pudo más y rompió a llorar amargamente. Bloqueó la puerta de entrada con el cerrojo y fue corriendo a la pequeña oficina que tenía en la trastienda, donde descargó su pena durante un buen rato.

Pasado ese tiempo, pareció calmarse y volvió a leer la carta, por enésima vez. Se trataba de un anónimo que decía lo siguiente:

«No está bien lo que hiciste. Aquella chica murió por tu culpa. Y si añadimos que te fuiste del lugar sin dar aviso a la policía, no quisiera estar en tu pellejo si te descubren. Tengo pruebas suficientes para mandarte a la cárcel una buena temporada. Ya recibirás noticias mías».

Laura quedó pensativa y su mente revivió escenas que durante mucho tiempo había tratado de olvidar. Sus recuerdos, reprimidos y poco precisos, provocaron que temblara como una chiquilla asustada. Se vio a sí misma en casa de la que fue su mejor amiga, la mañana de Año Nuevo. Todo era confuso y tan solo recordaba que despertó desnuda en la cama, junto al cuerpo sin vida de Isabel, que así se llamaba la difunta. Las dos habían estado la noche anterior con un grupo de amigos en una fiesta, divirtiéndose y celebrando la entrada del nuevo año. Pero no sabía cómo había llegado allí, ni las circunstancias en que lo hizo. Tan solo tenía claro que había tenido sexo con alguien; todos los indicios así lo indicaban. No obstante, estos no sugerían que la relación hubiese sido con su amiga, sino con un hombre. Se asustó al ver a Isabel con un fuerte golpe en la cabeza y la sábana empapada en sangre. Intuía que ella no la había matado, pero cómo podía estar segura si veía a su alrededor botellas de licor vacías y restos de cocaína en la mesita de noche. Pensó que posiblemente el alcohol y la droga habían nublado su mente y que sucedió algo que provocó aquel trágico final. El pánico se apoderó de ella, borró cualquier huella o indicio que delatase su presencia en el lugar de los hechos y salió corriendo tras vestirse con prisa, evidentemente sin avisar a nadie.

Nuevamente la desolación se apoderó de su rostro y volvió a llorar con el corazón encogido por la pena y la culpa.

Pasadas dos semanas desde la recepción del anónimo, un muchacho joven entró en la farmacia, justo en el momento en que Laura se disponía a cerrar para comer. Era bastante alto, de unos veinticinco años, con buen porte y ligeramente atractivo. Gustavo, que así se llamaba el joven, tenía fama de vividor y mujeriego con gustos sexuales muy específicos.

―Lo siento, pero es hora de cerrar ―le dijo Laura―. Si vuelves esta tarde a las cinco, con gusto te atenderé ―añadió muy sonriente.

Gustavo se mostró contrariado y frunció el ceño.

―¿Sabes que el teléfono de tu amiga nunca apareció? ―preguntó el supuesto cliente sin venir a cuento, tras sentarse de un brinco en el mostrador.

―¿Cómo dices? ―preguntó Laura al borde de la taquicardia.

―No te hagas la tonta, porque sabes perfectamente de qué te hablo ―respondió el chico con voz firme y sin apartar sus ojos de los de Laura, desafiante―. La policía no lo encontró porque yo me lo llevé. Pero es posible que lo reciban de forma anónima si no eres buena conmigo.

―¡Basta de tonterías! ―gritó Laura fuera de sí. Las piernas le temblaban y sentía que si no se agarraba a algo se desplomaría. Aun así sacó fuerzas de flaqueza―. Ahora mismo te vas de aquí si no quieres que llame yo a la policía.

El muchacho impulsó su cuerpo y de un salto se plantó en el suelo. Acto seguido metió la mano el bolsillo y sacó algo.

―¡Toma! ¡Coge mi teléfono y llama con él…, no te cortes! Aunque… seguro que antes quieres ver algo interesante.

Sin prisa, comenzó a deslizar sus dedos por la pantalla del dispositivo. Una vez encontró lo que buscaba, lo dirigió hacia Laura y se lo puso delante de los ojos. Ella los abrió como si hubiese visto un fantasma y contempló una escena que perturbó su mente. En ella se veía a sí misma forcejeando con su amiga Isabel en lo que parecía el dormitorio de esta. Las imágenes eran claras y no dejaban lugar a dudas, aunque el sonido era pésimo. Aun así, pudo entender cómo decía a su amiga, mientras peleaban, “¡te voy a matar, perra!”.

―¿Cómo… cómo es que tú tienes eso? ― preguntó Laura, confusa y perpleja―. ¡Tú estabas allí con nosotras!… ¿Qué sabes de lo que pasó?

―¿Saber? Yo solo sé lo que veo y escucho. Pero no, no he venido para hablar ni perder el tiempo.

Laura le miró aterrada, consciente de que hasta un fiscal mediocre lo tendría muy fácil a la hora de meterla en la cárcel y luego tirar la llave.

―Entonces… ¿Para qué has venido? ¿Qué es lo que quieres de mí? ― preguntó Laura temiendo la respuesta de aquel desalmado.

―De momento sólo quiero dos cosas: la primera, que me des el dinero que tienes en la caja; la segunda, que me lleves a tu oficina para que me hagas otro regalito, porque hoy es mi cumpleaños.

Laura vaciló unos instantes, tratando de pensar qué debía hacer. Finalmente no halló mejor solución que obedecer. Así, abrió la caja registradora y le entregó todo el dinero, que no debía ser menos de trescientos euros. Acto seguido se encaminó hacia la oficina y Gustavo la siguió.

Nada más entrar, él cerró la puerta y se acercó a ella. Le puso sus manos sobre las caderas, la miró a los ojos y tiró de ella hasta que sus cuerpos se juntaron.

―Verás, querida ―dijo él―, no te haces una idea de lo presumidos que podemos llegar a ser los chicos cuando hablamos de nuestras conquistas. Resulta que me intrigaba saber algo más de ti desde que ocurrió aquel desagradable suceso. Un día coincidí, entre comillas, con tu ex en un bar. Era tarde y él iba bastante bebido. No me costó mucho que me hablara de ti y me contase cosas bastante jugosas. El pobre estaba feliz compartiendo sus secretos conmigo y presumiendo de lo fogosa que eras cuando te daba por el culo. “Es una guarra insaciable que nunca tiene suficiente”, me dijo al tiempo que se ponía triste. Seguramente echaba de menos ese culito tan rico que tienes y que ya no disfruta. ¡Mejor para el resto de los mortales!

Laura agachó los ojos; no podía mirar los de aquel ser perverso. Lo escuchaba e intuía por donde iban los tiros: casi estaba segura. Entonces, sin esperarlo, el tipo la hizo girar con un movimiento brusco y empujó su espalda hasta que el tronco quedó recostado sobre el escritorio.

―¿Verdad que te mueres por entregarme tu culo a mí también y que me vas a suplicar que no pare? ―preguntó el chico con ironía.

―¡Sí! ―murmuró Laura en un mar de lágrimas.

―¡Perfecto! ―exclamó él―. Desde hoy podrás presumir de haber tenido en tu culo la polla de Gustavo… ¡Un servidor!

Gustavo no tenía tiempo que perder y levantó la falda de Laura hasta su cintura, le bajó la braga y se sacó la verga, erecta y dura como un mástil. Laura gritó al notar cómo aquel energúmeno entraba en su pequeño orificio, sin compasión. Las lágrimas recorrían sus mejillas hasta precipitarse contra el escritorio, mientras se aferraba con firmeza al borde del tablero.

Él bramaba como un animal enfurecido, metiendo y sacando la verga con violencia; seguramente había imaginado durante mucho tiempo la escena y lo estaba disfrutando.

―No te haces una idea del tiempo que llevo sin probar un culito como el tuyo ―dijo Gustavo entre gemidos de placer―. Las dos últimas guarrillas que me lo permitieron me dejaron con mal sabor de boca; entonces me conformé, porque solo las feas y las gordas se dejan hacer lo que les pidas. Mi novia está muy buena, pero la muy puta no se deja por detrás. ¡Eso que se pierde!... ¿Verdad, guarra?

Laura seguía sin decir nada, desconcertada con la situación. El miedo era más poderoso que la dignidad perdida y provocar a su violador solo podría acarrearle más problemas. Debía mantener la prudencia y pasar el mal trago lo mejor posible.

La situación se prolongó durante poco más de cuarto de hora. Finalmente Gustavo comenzó a jadear con más intensidad hasta que quedó mudo del todo, justo en el momento en que descargaba su semen en el interior del recto. Ella respiró aliviada cuando advirtió que la verga abandonaba su frágil cuerpo. Se notaba sin fuerzas y tenía las piernas entumecidas debido a las penetraciones y la postura tan incómoda en que se hallaba.

―¡Buena chica! ―exclamó Gustavo mientras limpiaba su verga con la falda de Laura―. Ahora no te muevas de aquí si sabes lo que te conviene.

―¿Qué?… ¿Qué quieres decir? ―preguntó ella, intuyendo que su calvario no había terminado.

―¡Ni una palabra! ―respondió él y le dio un buen cachete en las nalgas.

Entonces Gustavo salió de la oficina y se dirigió hacía la calle. Laura escuchó el cerrojo de la puerta y sintió alivio pensando que se había ido. Luego volvió a escuchar el cerrojo y trató de incorporarse para averiguar qué ocurría. No pudo hacerlo porque una mano poderosa le agarró con firmeza del cabello, largo y negro como la noche.

―¿No te he dicho que estuvieras quietecita? ―preguntó Gustavo con tono autoritario.

―Lo siento, creía que te habías ido ―respondió ella con la voz quebrada.

―No, querida. La tarde es joven y, como te he dicho, hoy es mi cumpleaños. No pienso dejar a mis amigos sin el banquete que les había prometido.

―¿Cómo?... ¿Qué amigos…?

No pudo decir nada más porque una enorme mano tapó su boca impidiendo que hablase o respirase por ella. La confusión de Laura aumentaba y se temía lo peor.

―Vamos, chicos, ahí lo tenéis. Os prometí un culo de puta madre y dispuesto a tragar todo lo que le den ―dijo Gustavo a sus dos amigos, Gorka y Marcos. El primero coincidía más o menos en aspecto físico y edad con Gustavo. El segundo parecía algo mayor, más delgado y de rostro agradable―. No perdáis el tiempo porque la dama espera. Se hace la difícil, paro ya veréis cómo grita cuando le deis por el culo. Seguro que termina gimiendo y pidiendo más; es lo bueno que tienen las zorras: que nunca tienen suficiente.

―¡No, por favor os lo pido! ―gritó Laura tras revolverse y liberar su boca.

―No te gastes, putita, porque estás sola y ningún príncipe azul vendrá a salvarte. ¡Te vamos a romper el culo!... ¡No lo dudes! Luego lo puedes agradecer como mejor te parezca.

Nuevamente la boca de Laura quedó obstruida y Gorka la cogió con fuerza de las manos, impidiendo que se moviese.

―Vamos, Marcos, no te lo pienses más ―dijo Gustavo―. No te dejes engañar por esta perrita, porque le gusta hacerse la estrecha: es todo un paripé. Ya verás cómo mueve el culo agradecida cuando la estés follando. Y ni que decir tengo que se volverá loca cuando te corras dentro.

Marcos confió en las palabras de su amigo y se situó detrás de Laura. Observó que el ano estaba muy dilatado y no tuvo reparos en meterle la verga de un solo empujón. Estaba maravillado con la facilidad con que había entrado y lo estuvo sodomizando hasta descargar en su interior un abundante chorro de semen.

Laura estaba agotada y ya no luchaba. Ni siquiera lo hizo cuando Gorka soltó sus manos antes de colocarse detrás ella y profanarle por tercera vez el orificio anal.

―¡Sois unos hijos de puta! ―dijo la desdichada después de que el tercero saliera de ella, rodeara la mesa y le derramase la leche en el rostro.

Aquella tarde Laura no abrió la farmacia, provocando la natural confusión entre su clientela, que veían las luces encendidas pero ningún movimiento en el interior. “Ni siquiera ha dejado un cartelito en la puerta avisando que ha salido o que no tiene intención de abrir” llegó a decir una de las clientas la tercera vez que volvió.

Lógicamente, Laura había estado ocupada en otros menesteres, muy a su presar. Ya pasaban de las siete de la tarde cuando los tres energúmenos se cansaron de ella y abandonaron el establecimiento, dejándola en una situación deplorable tras forzarla cada uno no menos de tres veces. Sin duda parecían haberlo disfrutado a juzgar por la felicidad que mostraban sus rostros.

Durante cuatro días la puerta de la farmacia lució un elegante cartel, avisando que permanecería cerrada por enfermedad durante un tiempo indeterminado. Es el tiempo que Laura necesitó para reponerse del ultraje y de sus efectos físicos y psíquicos.

Pasada una temporada, no había vuelto a saber de ellos, y aun así no estaba tranquila. No los habían denunciado por miedo a las represalias; le resultaba imposible encontrar pruebas que demostrasen su inocencia.

Un buen día, cuando Laura parecía haber recobrado la confianza, vio cómo se abría la puerta de la farmacia y entraban los tres muchachos, muy sonrientes y con pinta de no haber roto un plato. Saludaron muy corteses y no tardaron en mostrar sus cartas.

―Hola, Laurita. Te veo con buena cara ―dijo Gustavo―. Echa el cerrojo y vamos a la oficina, que te tenemos un tanto abandonada.

Laura se acercó a la puerta para colocar un cartel avisando que había salido. Por un momento se le pasó por la cabeza salir corriendo a la calle y pedir ayuda, pero ese repentino impulsó quedó en nada al percibir a Gustavo detrás de ella.

―¿Sabes, querida? El otro día quedé muy decepcionado. Me hiciste quedar muy mal con mis amigos porque se fueron algo confusos. Les había prometido que encontrarían a una gatita en celo y te comportaste como una fiera. Este tipo de cosas no me gustan un pelo. Presiento que no me tomas en serio ni me respetas. Por todo esto he pensado que es mejor dejarte las cosas claras. Y escucha bien lo que te digo, porque no lo repetiré dos veces. Ahora vas a entrar en la oficina con una gran sonrisa, te vas a quedar en pelotas, vas a poner el culo en pompa y te lo vamos a follar hasta que nos cansemos. No quiero lloriqueos, ni lamentaciones, ni escuchar un solo pero. Tan solo te vas a limitar a dar las gracias cuando te la metamos y a obedecer en todo momento. Y, por si no te sientes inspirada, deja que te diga algo: puedes pasar muchos años en la cárcel y esto allí es un juego de niños. ¿He sido suficientemente claro?

Laura agachó la cabeza y entrelazó sus manos a la altura del vientre, tratando de calmar los nervios.

―¡Cristalino, Gustavo, cristalino!

Con las palabras de Gustavo presentes en su cerebro, Laura entró en la oficina, se despojó de su ropa y se dejó hacer todo lo que quisieron durante un buen rato.

La misma situación se repitió durante un par de meses, una vez por semana y generalmente los viernes. Puesto que Laura sabía que no podía negarse, le pareció estúpido tener que cerrar su negocio. Por eso, acordó con ellos que llegasen a las ocho. De ese modo echaba al cierre, apagaba las luces y así evitaba posibles inconvenientes.

Durante ese tiempo tomó bastante confianza con Marcos, el único que la trataba con un poco de tacto y respeto. De ese modo no le costó conseguir información que le permitiese localizarlo fuera de aquel contexto. Concretamente lo encontró un sábado por la noche en una conocida terraza de verano. Marcos, que así se llamaba el muchacho, se encontraba tomando algo con la que parecía ser su novia. Pasó junto a ellos varias veces hasta que él se fijó en ella. Se puso muy nervioso y seguramente se temía lo peor. ¿Habría ido Laura a contar a su novia lo que él y sus amigos hacían con ella los viernes por la tarde? Comenzó a sudar como un pollo y se calmó al notar que Laura le llamaba con un gesto de la mano. Se excusó con la novia diciendo que iba al baño. Y hasta allí llegó siguiendo a Laura.

―¿Estás loca? ¿Qué haces aquí? ―preguntó nada más reunirse con ella.

―Tranquilo, Marcos, que no vengo a joderte, porque yo tengo más que perder que tú. Si se entera Gustavo, no quiero ni pensar lo que haría. Por favor, no se lo digas. ¡Te lo suplico!

―No te preocupes por eso, que de mi boca no saldrá nada que te comprometa. Pero, dime… ¿qué quieres?

―Proponerte algo que nos puede interesar a los dos. Verás, estoy cansada de esta situación y quiero que la termines. Tú eres amigo de Gustavo y creo que puedes convencerle para que me deje en paz. Te juro que estoy desesperada. He venido notando que me tratas bien. Al menos no eres tan hijo de puta como tus amigos. Creo que en el fondo me gustas y yo a ti también. Si consigues lo que te pido, te juro por lo más sagrado que solo seré tuya…, siempre que quieras. Y como muestra de buena voluntad, te invito a que vengas mañana a mi casa, porque te voy a tratar como a un rey y podrás hacer conmigo lo que quieras. No temas, que no es una trampa ni nada que se le parezca.

Marcos dudó unos instantes y terminó aceptando, pensando que a Laura no le convenía jugarle una mala pasada.

―Está bien. Por probar no pierdo nada. Dime la hora y la dirección.

Marcos acudió a casa de Laura el lunes a la hora señalada. La velada comenzó mucho mejor de lo que había imaginado, pues ella le recibió en la puerta con un conjunto muy provocador y aparentemente ansiosa. Salió de dudas cuando le tomó de la mano y le llevó al dormitorio. Allí le bajó los pantalones y le proporcionó una mamada que tardaría tiempo en olvidar. Al menos eso es lo que pensó Marcos. Luego ella se desnudo por completo, se puso a cuatro sobre la cama y le habló con mucha ternura.

―Vamos, amor, haz conmigo lo que quieras hasta que te canses de mí. Esta noche seré tu esclava y no te negaré nada.

Macos no se lo pensó dos veces y se quedó en cueros en un abrir y cerrar de ojos. Se colocó detrás de ella y la sodomizó sin contemplaciones durante un buen rato. Más tarde quiso disfrutar del apetitoso manjar que representaba el coño húmedo y jugoso que tenía solo para él.

Durante un buen rato Laura se mostró sumisa y complaciente. Se la notaba feliz y con ganas de seguir durante mucho más tiempo. Marcos se consideraba un chico con suerte pues nunca había tenido a su disposición una hembra tan entregada. No se lo podía creer y bajó la guardia.

Por fin Laura había conseguido parte de su propósito.

―Espérame aquí, mi amor, que voy a buscar unos refrescos azucarados para reponer fuerzas y que puedas seguir follándome como lo has hecho hasta ahora, porque me tienes encandilada como amante. Y esto es solo el principio de lo que nos espera en el futuro. Averiguarás con el tiempo lo complaciente que puedo llegar a ser con quien me trata con respeto y cariño.

Él asintió con la cabeza y ese gesto fue su perdición.

Unas horas más tarde despertó y comprobó que no podía moverse. Tardó unos segundos en reaccionar y, cuando lo hizo, se vio atado de pies y manos a los cuatro pilares de la cama. Trató de liberarse sin conseguirlo.

―No te esfuerces, querido, que no vas a poder soltarte. Hace semanas que practico nudos marineros y se me da muy bien.

―¿Y qué es lo que pretendes? ―preguntó marcos muy alterado.

―¿Querer? Pues qué voy a querer, ¡la verdad!, lo que queremos todas las chicas. Y te juro que antes o después me vas a decir lo que quiero saber.

Laura sacó una pistola de perdigones que tenía escondida a su espalda y apuntó con ella a los genitales de Marcos. Él comprendió enseguida lo que ella pretendía y no le gustó un pelo.

―¡Espera, espera, no te precipites! ―suplicó como si le fuera la vida en ello―. ¿Qué quieres saber? Te juro que estoy tan cansado de esto, que no puedo más. Al principio comenzó como un juego, porque Gustavo nos aseguró que tan solo se trataba de eso. Nos dijo que eras una cachonda y que te volvías loca cuando, supuestamente, te violaban varios chicos. He de reconocer que al principio noté algo raro en tu comportamiento, porque parecías muy convincente… ¡demasiado! Luego me di cuenta de que algo raro ocurría y, considérame débil, pero estaba lanzado y siempre quería más. Incluso llegué a sentir lástima de ti. Tú misma me dijiste una de tantas veces que en el fondo te gustaba cómo te trataba.

―No importa, todo eso es agua pasada ―dijo Laura tratando de ganarse su confianza―. Lo que cuenta es el presente. Dime… ¿Cómo es que Gustavo tiene ese vídeo que parece lo que no es? Porque te juro que por nada del mundo hubiese matado a mi mejor amiga. Bastante he sufrido con su pérdida. Y te digo más, si no me he quitado la vida es porque en el fondo sé que ni siquiera murió por mi culpa. Pero sé que hay algo extraño en todo esto y tú me lo vas a decir.

Marcos posó sus ojos en los de Laura y sintió compasión. Aquella muchacha en el fondo le parecía un ángel y pensaba que no se merecía lo que le estaba pasando.

―Tienes toda la razón: tú no hiciste nada. Recuerdo que Gustavo me confesó que tu amiga murió de forma accidental. Según me dijo, se acercó a vosotras en la fiesta de Fin de Año, con intención de ligar y pasar un buen rato si se terciaba. Por lo visto, vosotras no estabais por la labor y tan solo queríais pasar un rato de risas. Entonces él os echó una droga en las bebidas y de ese modo le resultó fácil llevaros a casa de tu amiga. Allí quiso montárselo con las dos y, por alguna extraña razón, vosotras os peleasteis por cuál sería la primera. Imagino que se pasó con la dosis y estabais fuera de control. Entonces aprovechó para grabarlo con lo primero que pilló: el teléfono de tu amiga.

»Finalmente se decidió por ti y eso a tu amiga no le gustó un pelo. Llegó el asunto a tal grado de crispación que, cuando él estaba encima de ti, follándote, ella se tiró sobre Gustavo y comenzó a golpearle y tirarle del pelo. Él se la quitó de encima de un manotazo y ella cayó en el suelo, golpeándose la cabeza con una botella de ron. Viendo que no tenía pulso y que tampoco respiraba, no supo qué hacer. Según me dijo, tú estabas bastante mal y no dejabas de pedir que te follara, totalmente ida y ajena a lo que sucedía. Entonces colocó a tu amiga sobre la cama, limpió la sangre del suelo y decidió emborracharte y ponerte hasta arriba de cocaína para asegurarse que no recordaras nada cuando despertases.

»En cierto modo puedo entender que se acojonase ante la situación y no quisiera dar la cara llegado el caso. Entonces sucedió lo más indignante, a mi modo de ver. Me confesó, con todo el descaro del mundo, que tras lo sucedido y contigo totalmente inconsciente, pasó un buen rato follándote por el coño y dándote por el culo, una práctica por la que siente total devoción y que muy pocas veces ha probado. No entiendo qué placer obtuvo, pero el caso es que a él le encantó.

Laura escuchaba con atención cada palabra que salía por la boca de Marcos. Y su indignación fue creciendo a medida que conocía más detalles. Pero en el fondo se sentía aliviada al saber que ella no mató a su amiga y que tan solo había sido un accidente. Aun así, no podía perdonar al cabrón que la había dejado con el culo al aire, metafóricamente hablando, después de matar a su amiga y abusar de ella de forma vil y cobarde.

―Y dime… ¿Por qué no has denunciado a tu amigo? Sabes que es un salvaje y que no merece compasión.

―¿Denunciarlo? No querida, no es tan fácil. Amenazó con denunciarte a ti si abría la boca, añadiendo que sería mi palabra contra la suya. Mira, puede que no me haya comportado como una persona y que me haya dejado llevar por las circunstancias, pero pensé que si no seguía adelante él te denunciaría, y por nada del mundo iba a permitirlo, aunque se me revolvieran las tripas cada vez que te visitábamos.

―Entiendo ―dijo Laura con tono conciliador―. Si me prometes ser bueno, te suelto para que podamos hablar como personas sensatas. Tengo algo que proponerte.

Marcos asintió con la cabeza y Laura lo liberó. Durante el resto de la noche prosiguieron charlando, hasta que él se despidió al amanecer.

Llegó el viernes por la tarde y los tres chicos acudieron a la farmacia, como de costumbre. Laura les recibió muy sonriente, les hizo entrar y luego cerró a cal y canto. Durante varias horas se entregó a sus caprichos y aguantó carros y carretas teniendo en cuenta lo que sabía. Una vez hubieron terminado, Laura se puso seria y les dijo lo siguiente:

―Veréis, chicos. Esta es la última vez que lo hacemos aquí, porque he recibido varias quejas de los vecinos debido a los ruidos. Además, en estas circunstancias yo no disfrutó nada porque constantemente tengo que reprimir los gritos. Es cierto que al principio me dolía, pero ya me he acostumbrado y quiero disfrutarlo cuanto pueda. Imagino que vosotros, como la mayoría de los hombres, os motiváis mucho más cuando las chicas gritamos de placer, con mayor motivo si nos dais por el culo. Y podéis creerme, pero gritando no me gana nadie.

Los tres amigos intercambiaron miradas cómplices y se pusieron de acuerdo.

―Está bien ― dijo Gustavo―. Tal como lo pintas parece muy bonito, pero nosotros no disponemos de un lugar acorde a tus exigencias. Se me ocurre que sí no es aquí, lo hagamos en tu casa. No veo otra posibilidad.

―Bueno, lo cierto es que sí hay otra opción ― dijo Laura muy segura de sí misma―. Tu padre, Gustavo, tiene un pequeño barco de recreo que, por lo que me han contado, soléis usar para llevaros a las extranjeras que ligáis y celebrar verdaderas orgías lejos de la costa y de las miradas y oídos indiscretos. ¿Estoy en lo cierto?

―Vaya, veo que tú también has hecho tus deberes ―dijo Gustavo muy sorprendido―. A mí me parece bien, porque follar con el vaivén de las obras no hay cama o lugar que pueda igualarlo.

―Hay una cosa más. No sé vosotros, pero yo tengo una reputación que mantener. Lo que menos me interesa es que alguien me vea subiendo a un barco con tres chicos y me vaya con ellos. Me puedo imaginar las habladurías de la gente chismosa. Quedamos a las diez de la noche que ya casi no hay luz. Vosotros subís al barco y me recogéis al final del rompeolas. No os preocupéis por mí, porque no hay mucha altura y puedo subir de un salto.

Ninguno puso objeción alguna y se mostraron ilusionados.

Llegado el día y la hora, todo salió tal y como Laura había previsto: sin complicaciones. Una ver estuvo abordo, se mostró extrañada.

―¿Y marcos, dónde está que no lo veo? ―preguntó.

―He hablado con él esta tarde y me ha dicho que no podía venir porque le ha surgido un compromiso con su novia ―respondió Gustavo―. Pero no te preocupes, guapetona, porque sé de sobra qué te has acostumbrado a tener dentro de ti tres buenas pollas y no era cuestión de dejarte con las ganas. Mira, te presento a Carlos, el sustituto de Marcos. No te preocupes, porque no vas a quedar defraudada; la polla de Carlos es incluso más grande y viciosa que la de Marcos.

Laura no sabía qué decir, pero no le quedaba más remedio que aceptar la nueva situación. Finalmente pusieron rumbo a mar abierto. Apenas habían recorrido tres o cuatro millas náuticas cuando Gustavo detuvo la embarcación y apagó los motores. Los chicos se sentaron donde mejor les pareció y ordenaron a Laura que se fuese desnudando muy despacio, para, de ese modo, disfrutar de un improvisado show a la luz de los faroles.

Ella lo hizo lo mejor que pudo y fue consciente de su éxito al ver que ellos no apartaban las manos de sus respectivos paquetes. Efectivamente estaban empalmados y con ganas de meter la verga en el primer orificio que les ofreciese.

La observaron con detenimiento mientras ella posaba de pie. Su cuerpo temblaba acariciado por la brisa marina y sus curvas se acentuaban dibujadas por la tenue luz. Los pechos se erguían orgullosos y oscilaban levemente impulsados por el movimiento de la embarcación.

―Bueno, chicos, abajo los pantalones, que os voy a hacer una buena mamada para ir calentando motores ―les dijo.

―¡De eso nada, monada! ―exclamó Carlos―. Yo no he venido aquí para que me la chupes, porque eso me lo puede hacer cualquiera. Yo he venido con la promesa de una buena enculada… o las que se tercien, porque eso es algo que uno no consigue todos los días. Aunque…, tampoco le voy a hacer ascos a esa boquita de piñón mientras otro te da por el culo. ¡Ya veremos como avanza la cosa! Ahora ponte en el suelo a cuatro patas, que mi soldadito quiere descargar toda la munición.

―Como quieras, impaciente ―dijo Laura antes de adoptar la posición ordenada.

Hincó las rodillas y apoyó las manos en el suelo de cubierta, y esperó a que Carlos la sodomizase. Este no se hizo rogar y se la clavó en tres etapas, hasta que su vientre chocó contra el trasero de la joven. Rápidamente comenzó a entrar y salir del ano, con frenesí, provocando los primeros gritos de Laura.

―Esto si que es una buena perrita ―dijo a sus amigos―. No hay más que ver la facilidad con que entra y sale de su culo. Veo que esta perra ha tragado muchas pollas por detrás. ¡Mirad, mirad como lo mueve! Creo que cuando terminemos con ella no tendrá tanta agilidad.

Gustavo y Gorka rieron como si las palabras de Carlos tuviesen un mínimo de gracia.

―Mucho ruido y pocas nueces ―dijo Laura―. ¿Has venido a follar o a decir bobadas? Porque de momento… como que no siento nada. ¿Esto es todo lo que sabes hacer?

―No me provoques, zorra, porque si me buscas me encuentras ―respondió Carlos antes de emplearse a fondo―. Pienso llenarte el culo de leche todas las veces que sea capaz, y te juro que no van a ser pocas.

Dicho esto, soltó un par de jadeos y con ellos un buen chorro de semen dentro de Laura.

―Pues vaya decepción ―dijo ella―. No has llegado ni a dos minutos. Tu novia, si la tienes, no debe estar muy contenta contigo ―añadió en tono irónico.

―Te he dicho que no me provoques, ¡PUTA! ―respondió él, agarrándola del pelo―. ¡Vamos, chicos, rompedle el culo mientras yo me recupero, que esta se va a enterar de lo que vale un peine!

―No te alteres, amigo, que esta ha venido hoy muy chulita y le vamos a bajar los humos ―aseguró Gustavo―. Pero mejor vamos al camarote, que esta va a chillar como una cerda y no es cuestión de llamar la atención si pasa alguna embarcación cerca.

Los cuatro bajaron al camarote. No era demasiado grande, pero sí suficiente para moverse con comodidad. Tan solo contaba con dos literas, una a estribor y otra a babor, levantadas unos setenta centímetros del suelo y con aspecto sólido.

Apenas encontraron acomodo cuando Gustavo tomó del pelo a Laura y la forzó a que se sentase en una de las literas. En esta posición empujó el cuerpo de la chica hasta que quedó recostada y con el culo en el borde. Luego le levantó las piernas, tanteó el terreno y le introdujo la verga en el ano.

―¡Esto sí que es una buena polla! No como la de otros… ―ironizó Laura―. Vamos, Gus, dame gusto al cuerpo y demuestra a tu amigo como se comporta un buen semental.

Gustavo no pudo evitar soltar un par de carcajadas.

―No le provoques, porque le conozco bien y no te conviene ―aseguró―. Si le tocas mucho los cojones, es capaz de darte por el culo hasta destrozártelo y, llegado ese momento, es capaz de meterte todo lo que pille a mano.

Laura asintió con los ojos, acojonada por las palabras de Gustavo, que comenzó a sodomizarla con ganas jaleado por sus amigos.

Durante un buen rato consiguió arrancar alaridos de placer a Laura, que no dejó de chillar hasta que Gustavo sintió que iba a correrse.

―¡Muy bien, guarra, te has portado muy bien! ―le dijo―. Gírate y coloca la cabeza en el borde, que te voy a dar un regalito en la boca.

Laura le miró confusa; no se lo esperaba.

―Estás loco si piensas que me voy a meter eso en la boca después de haberlo tenido en mi culo.

―No creas que a mí me vas a torear como haces con Carlos. ¡Eso ni lo sueñes! ―dijo Gustavo fuera de sí―.Túmbate detrás de ella, Gorka, y se la metes por el culo, que esta se traga mi polla sí o sí.

Laura forcejeó tratando de evitar lo inevitable, pero finalmente terminó en la posición que Gustavo le había ordenado. No tardó en sentir el aguijonazo de Gorka en su retaguardia e inconscientemente abrió la boca para gritar.

―Ahora te la vas a tragar entera y sin rechistar, porque una puta más en el fondo del mar apenas se notará.

―Desde luego, eres único a la hora de convencer a las damas, amigo ―le dijo Gorka mientras entraba y salía del recto de Laura―. Hazle caso, preciosa, porque a este tío a veces se le va la olla.

Aquello parecía el juego del poli bueno y el poli malo a oídos de Laura. No se tomó en serio lo de “terminar en el fondo del mar”, pero pensó que estaba sola y sin posibilidades de pedir ayuda. Abrió la boca finalmente y Gustavo no tardó en introducir la verga hasta la raíz, provocando en Laura arcadas que no pudo contener.

―¿Ves como no es tan grave? ―dijo Gustavo entre gemidos de placer mientras le follaba la boca a la desdichada.

No tardó en correrse en su interior y prosiguió hasta soltar la última gota.

―Ahora quiero que te lo tragues. No pienso sacar la polla hasta que lo hagas. Es más, sabiendo que no te gusta, te juro que al final conseguiremos que disfrutes tragando nuestra leche. ¿Os parece bien, amigos?

Gorka y Carlos aceptaron de buen grado la propuesta de Gustavo, que sacó la verga de la boca tras notar como Laura tragaba.

―Si crees que has dicho la última palabra, es que estás soñando despierto ―dijo Laura con cara de pocos amigos―. Este no va a meter la polla en mi boca ―añadió mientras señalaba con la mirada a Carlos.

Este la miró despectivamente, mostrando total indiferencia.

Entonces Gorka anunció su inminente corrida y saltó de la litera como una exhalación.

―¡Abre la boca! ¡Abre la boca, que me voy! ―exclamó muy excitado y derramó su leche en el interior de Laura―. Ahora traga y chupa hasta que no quede una gota ―añadió completamente feliz.

―Dadme algo de beber, que tengo mucha sed ―dijo Laura tras liberarse de la verga de Gorka.

Los tres rieron sin saber por qué.

―¿Tienes sed? ―preguntó Gustavo muy sorprendido―. Eso es que no has tragado suficiente leche.

Los tres amigos rieron de nuevo con mayor intensidad que antes.

―No te preocupes, princesa, que cuando tragues la mía se te van a quitar las ganas de beber durante varios días ―añadió Carlos en otro alarde de prepotencia.

Durante un buen rato los cuatro estuvieron en cubierta, bebiendo sin parar; los chicos ron para animarse y ella refrescos para reponer líquidos. Así estuvieron una media hora, mientras ellos se contaban batallitas y ella les escuchaba alucinada con tanta tontería.

―Por cierto, chicos, me habíais asegurado que esta tía chillaba como una cerda cuando le dan por el culo y apenas he oído unos cuantos quejidos ―dijo Carlos cambiando el tema de conversación.

―Bueno, es que le cuesta calentar motores ―se justificó Gustavo―. Tú tampoco has aguantado mucho que digamos. Ya verás cuando caliente motores. Entonces te vas a tener que tapar los oídos.

―¿Tú también me vas a tocar los cojones con eso de que no aguanto? ―preguntó Carlos enfurecido―. Ahora vais a ver si esta perra grita o no grita.

Laura comenzó a temblar de pánico al ver que Carlos se ponía en pie. No sabía lo que tenía en mente, pero se temió lo peor. Y no iba muy desencaminada, porque este la tomó con fuerza del antebrazo, la obligó a levantarse y luego la colocó junto a la barandilla. En esa posición la forzó para que dejara caer el tronco por el otro lado, el que daba al mar. Laura quedó acoplada en la barandilla como si fuese una pinza de colgar la ropa, con las piernas en cubierta y el resto del cuerpo suspendido sobre el agua. En esa posición Carlos lo tenía sumamente fácil para envestirla por detrás.

―Ahora vais a ver si esta golfa grita o no grita

Colocó la verga en el ano con la mano izquierda mientras que con la derecha sujetaba con fuerza la espalda de Laura para impedir que se incorporase. De un golpe se la metió hasta el fondo. No tuvo problemas debido a la dilatación que la mujer había alcanzado durante la sesión previa.

―¡Grita, cabrona, grita! No vayas a privarme de ese privilegio ―le dijo muy excitado mientras se movía con violencia dentro de ella.

No se sabe si Laura gritó de pánico al verse en esa situación, o si fue debido al dolor, o puede que de gusto, pero el caso es que gritó durante un buen rato, ¡vaya si gritó!, tal y como Gustavo había asegurado a Carlos que sabía hacerlo.

―¡Vaya, pero si además sabes llorar! ―añadió al escuchar el lloriqueo de Laura―. Esto si que no me lo esperaba y confieso que me pone muy cachondo… ¡Más de lo que imaginas! Ahora vas a ser buena chica y te vas a tragar mi leche sin rechistar. Puedes negarte, claro que puedes, pero no te conviene hacerlo si no quieres volver a tierra nadando. ¿Has escuchado lo que te he dicho?

―Sí, Carlos, te juro que lo haré si me sueltas ―respondió ella entre sollozos.

Carlos dejó de presionar la espalda de Laura y dejó que se incorporase cuando notó que iba a correrse. Ella se arrodilló en el suelo y engulló la verga para que él soltase la descarga. Luego tragó el semen sin decir ni pio.

―¡Buena chica! ―exclamó Carlos―. ¿Ves como no es para tanto? Venga, chicos, ahora que sabéis como hacer que esta guarra chille, que venga el siguiente.

Laura luchó con todas sus fuerzas a fin de evitar verse de nuevo en tan lamentable situación. No le sirvió de nada, porque entre los tres la forzaron hasta que su resistencia cedió debido al agotamiento.

Gustavo fue el siguiente en sodomizarla tal y como la tenían, volviendo a soltar el esperma dentro de la boca de Laura. Luego Gorka imitó a sus compañeros y por fin dejaron tranquila a la pobre muchacha.

Volvieron a beber ron y celebraron su victoria sobre aquella desvalida mujer.

Una hora más tarde estaban prácticamente borrachos, pero aun tenían fuerzas y moral para permitirse una tercera ronda final. No escatimaron risas burlonas y comentarios de mal gusto sobre ella; no les bastaba con la humillación de someterla, sino que se jactaban de ello.

―Vamos, chiqui, un esfuerzo más ―dijo Gorka con dificultad.

―¿Otra?... ¿No habéis tenido suficiente? ―preguntó Laura.

―Nunca es suficiente si la meta es follarse tu hermoso trasero ―respondió Carlos.

―Pero… pero si estáis borrachos perdidos. ¿De dónde vais a sacar las fuerzas?

―Tienes toda la razón, pero ya buscaremos la forma. Incluso me apetece una doble penetración anal… siempre y cuando eso sea físicamente posible ―dijo Gustavo mientras la cabeza se le iba de un lado a otro.

―Bueno, eso ya se verá, pero antes dejad que vaya al baño. Que tengo unas ganas de hacer pis que ni te imaginas, y no querréis que me mee encima de vosotros.

―No, eso no estaría bien. ¡Ve y no tardes! ―dijo Carlos.

Laura se puso en pie, tomó su bolso y su vaso y fue al lavabo con prisa. Pocos minutos más tarde volvió y halló a los tres amigos tumbados en la cubierta, sin fuerzas para mantenerse erguidos.

Ella se situó encima de Gorka y se sentó sobre él, introduciendo el falo semierecto en su ano. Luego se inclinó sobre su pecho y le dijo lo siguiente:

―Vamos, querido, ya que yo he tragado tu esperma, quiero que tú te tragues algo mío. Abre la boca.

Gorka obedeció sin saber lo que hacía. Laura tomó un trago de su bebida y la derramó en la boca de quien tenía debajo. Este tragó con cierto regusto. Repitió la misma operación con Carlos y Gustavo sin encontrar resistencia. Estaban tan bebidos que apenas se enteraron.

Media hora más tarde, los tres amigos estaban fuera de combate. Entonces Laura aprovechó para rebuscar en los pantalones de Gustavo en busca de su teléfono móvil. Comprobó que aun conservaba el vídeo que podía incriminarla y guardó el dispositivo en su bolso. Luego se vistió he hizo lo mismo con cada uno de ellos. No le resultó demasiado complicado conseguirlo al estar tumbados en el suelo.

―Hoy habéis follado por última vez ―les dijo aun a sabiendas que no podían captar el mensaje.

Tomó su teléfono e hizo una llamada.

―Todo está listo. Puedes venir a buscarme. ¿Cuánto tardarás?

Cinco minutos fue el tiempo estimado por su interlocutor. Suficiente para rematar la faena que tenía planeada.

Sin tiempo que perder, se dirigió al compartimento del motor y aflojó el manguito que le surtía de combustible. Este no tardó en manar y extenderse por el suelo. Luego colocó una bombilla de mano encima de un mamparo y la conectó a un enchufe. Apenas escuchó el motor de la embarcación que debía recogerla, dejó libre la bombilla y subió corriendo a cubierta, donde recogió sus pertenencias antes de saltar a lo que parecía una lancha motora.

―¡Vamos, Marcos, llévame lejos de aquí! ―ordenó a su nuevo amigo―. Ya he aguantado demasiado a estos hijos de puta.

―Pero… ¿qué es lo que has hecho? ―preguntó marcos, asustado al verse apurado por Laura.

―No preguntes y acelera, no sea que nos pille cerca ―insistió Laura.

Cuando apenas habían recorrido unos cien metros, una ruidosa explosión les sobresaltó.

―¿Pero qué…

―Ahora no es tiempo de preguntas, Marcos… y menos de respuestas. Llévame adonde habíamos planeado y allí respondo a lo que quieras.

No tardaron en llegar a la costa, concretamente a un pequeño pueblecito de pescadores situado a unos cuarenta kilómetros de la ciudad. Allí detuvo Marcos la motora y comenzó con el interrogatorio.

―Ahora sí me vas a decir lo que has hecho, ¡loca! Habíamos quedado en que le quitabas el teléfono y nada más. Sin él, poco daño pueden hacerte.

―Pues ni más ni menos lo que se han buscado. Al principio solo pensaba ceñirme al plan que habíamos trazado en mi casa la primera noche que estuviste en ella. Pero no te imaginas las vejaciones a las que me han sometido. Como se nota que tú no estabas en mi pellejo, Marcos. Lo malo es que se han arrancado a beber muy tarde, y debido a ello han abusado de mí todo lo que han querido, hasta que finalmente he tenido que escupir, literalmente, la droga dentro de sus bocas. En el último momento he pensado que no quería volver a pasar por lo mismo nunca más y he decidido terminar de una vez por todas. Entonces he soltado el manguito del combustible y he colocado una bombilla en un lugar poco recomendable cuando el mar está revuelto. Si tardas treinta segundos más, yo tampoco lo cuento. Igual no tenía la certeza de si explotaría el combustible al caer la bombilla y romperse. Pero he tenido suerte y ahora hay tres cadáveres que nunca más volverán a molestarme.

―Pero… ¿No te das cuenta de que la improvisación nunca es buena? No has tenido en cuenta que las técnicas policiales han avanzado mucho y que cualquier detalle, por insignificante que sea, te puede condenar… y a mí también, porque me he convertido en tu cómplice.

―Bueno, yo lo veo así: tres borrachos en un barco que han cometido una grave imprudencia. ¿Qué más hay que investigar? Además, si alguien me ha visto subir al barco, no creo que pueda identificarme… ¡He tomado mis precauciones! Es más, una morena de pelo largo y buen cuerpo no es nada extraordinario. Si no la encuentran, pensarán que ha sido arrastrada por la corriente y que con el tiempo se la comerán los peces o se pudrirá en el fondo del mar. La única forma de relacionarlos conmigo es que alguien os haya visto entrar en la farmacia o salir de ella las veces que habéis ido a ‘visitarme’. Pero eso no me preocupa, porque siempre habéis presumido de tomar las oportunas precauciones. Y, ahora que me acuerdo, ¿tú las has tomado antes de venir a buscarme?

―Por supuesto. La motora me la ha prestado un amigo que tengo en este pueblo, que, como ves, está demasiado lejos. Con ella he esperado a que salieseis de puerto y os he seguido a cierta distancia, con todas las luces apagadas. En todo momento me he mantenido relativamente cerca. Como tenía claro que ellos no cometerían ninguna locura contigo, al escuchar tus gritos en la lejanía he pensado que era lo normal. Siento mucho todo lo que te han hecho, porque, de haberlo sabido, hubiese acudido mucho antes.

―Entonces no tenemos de qué preocuparnos, porque nadie ni nada nos puede relacionar con el ‘accidente’.

―¿Eso es todo lo que te preocupa?... ¿No te sientes ni tan siquiera un poco mal por haber matado a tres personas? Pues mira lo que te digo: deberías, porque estoy prácticamente seguro de que lo tenías previsto desde el principio y te has servido de mí para ayudarte en tu siniestro plan…

―¡Alto! ¡Alto! Para el carro, Marcos ―dijo Laura indignada―. Ahora no me vengas con victimismos. Como te he dicho antes, no tienes ni puta idea de todo lo que he pasado. Sí, me has oído gritar y pensabas que entraba dentro de lo normal, pero hasta ahora nada ha sido normal. Esos hijos de puta me han violado todas las veces que han podido hasta que yo he puesto el punto final. Porque, ¡entérate de una vez!, he ido por mi propio pie, pero no por gusto. Si quiero que me rompan el culo una y otra vez, al menos me gustaría elegir quien lo haga, dónde me lo haga y cuándo me lo haga. Tú mismo me dijiste que tu palabra no sería de gran valor en un juicio por asesinato. Porque, aunque no lo fue, me fui del lugar sin decir nada, lo que me pone igualmente en la picota. No solo perdí a mi mejor amiga, sino que, debido a ello, he pasado un autentico calvario cada vez que me visitabais, sin contar con la angustia de pensar que había matado a Isabel. Y, como he llegado a conocer muy bien a tus amigos, tenía la certeza absoluta de que esto iba a durar muchos meses o, incluso, años. No, querido, no estaba dispuesta a perder mi juventud y mi salud mental poniendo el culo cada vez que me lo pidieran. Mis fuerzas tenían un límite y hoy he hecho un esfuerzo extra motivada por un solo pensamiento: terminar de una vez por todas. ¿Soy una asesina?... ¡Pues sí, lo soy! Pero no creo que eso me quite el sueño ninguna noche del resto de mi vida. Y si quieres formar parte de ella y compartir mi cama, pues serás bienvenido, porque en el fondo eres buena persona y he aprendido a quererte. Puede que nunca me perdones, pero también viviré con ello, por mucho que me duela.

Marcos quedó callado ante los argumentos esgrimidos por Laura. En el fondo la entendía, pero no era capaz de asimilar los actos de aquella hermosa joven que le había robado el corazón sin darse cuenta. Por ello decidió darse un tiempo que le permitiese recapacitar en profundidad.

Tras unas semanas, el periódico local anunció las conclusiones del caso con una breve nota de prensa:

«Tras varias semanas de investigación, la policía da por cerrado el caso de los tres jóvenes que murieron al explotar el barco en el que navegaban frente a la costa de Castro Urdiales. No se han hallado indicios evidentes que indiquen que se trató de un acto deliberado por parte de los fallecidos o de terceros. Los restos de la embarcación se desperdigaron por una amplia zona del océano, y los encontrados no arrojaron resultados concluyentes. Las autopsias a los cadáveres tampoco lo fueron debido a su deterioro. Por consiguiente, el juez ha archivado el caso, estimando que todo se debió a un fatal accidente provocado por una grave negligencia fruto, esta, del consumo de grandes cantidades de alcohol por parte de los fallecidos.»

Justo la mañana en que la noticia fue publicada, Marcos se encontraba en un bar, leyéndola en el periódico mientras tomaba café. Entonces vio pasar a Laura por delante del establecimiento. Pagó sin esperar el cambio y salió corriendo a su encuentro. Ambos hablaron con tranquilidad, durante un rato, y finalmente se fundieron en un apasionado beso, sin importarles las miradas y murmullos de los transeúntes.

El resto de sus vidas solo dependería de ellos pues, en todos los sentidos, eran totalmente libres.

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