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Indecencia

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¿Me acompañas? Voy a visitar unos amigos que se interesan por el trabajo que estás haciendo en España. Lo dijo con naturalidad y yo salté de contenta mientras mamá nos daba las últimas recomendaciones de no olvidarnos de comprar pan a la vuelta. Jorge era un tío postizo, era amigo de mis padres desde la escuela secundaria y también había sido testigo del casamiento de ellos, era casi como de la familia y nos visitaba sistemáticamente todas las semanas. Jorge vivía en otra ciudad, tenía 57 años y en alguna medida los llevaba bien puesto. En resumida cuenta era el mejor amigo de toda mi familia y a pesar que se había casado continuaba a visitarnos semanalmente.

Durante el viaje en su auto hablamos de mis estudios de pos grado y de mi nuevo trabajo. En las afueras del pueblo nos detuvimos frente a una gran casa con verjas, una de esas casas antiguas coloniales y entramos al jardín, pero cuando llegamos a la altura de la puerta, él sacó de su bolsillo una llave para poder entrar. Entonces le pregunté sorprendida "¿No están todavía tus amigos?" y él me explicó que le habían prestado la casa por el fin de semana porque se habían ido a pasar unos días a la capital y como él debía hablarme a solas pensó que allí seria lo mejor, ya que estaríamos tranquilos.

Cuando entramos a la cocina, sin abrir las ventanas ni sentarnos, Jorge comenzó a explicarme que había pasado un día en el campo y que mi abuelo le había contado algo insólito. El quería saber si era cierto y rápidamente imaginé que el boludo de mi abuelo no había sabido cerrar la boca. Pero ya con mis 29 años había aprendido a poner cara de inocente y abrí los ojos como mostrando curiosidad. Jorge comentó que el abuelo le había dicho que se había acostado conmigo. Allí yo puse cara de sorprendida y atine a decir "¡Pero el abuelo tiene 71 años!... Ya esta senil y mezcla sus fantasías con la realidad" Yo siempre pensé que tendría que haber estudiado teatro en vez de Ciencias Políticas. Al interior de la casa había un silencio mortal, apenas roto por los ruidos de nuestra presencia.

Sin embargo hubo algo en mi mirada que a Jorge no lo convenció demasiado, porque dijo que pretendía saber la verdad y de pronto me dio una cachetada en pleno rostro. Yo sentí vergüenza, rabia e ira por lo que estaba pasando y me puse a llorar. Su cachetada me dolió más en el alma que en el cuerpo. Entonces Jorge gritó "sácate el pantalón" y cuando lo repitió por segunda vez cerré los ojos y me saqué el pantalón y él agregó, siempre brusco y enojado, bájate la bombacha. Yo me bajé la bombacha hasta las rodillas y me quedé mostrándole mi desnudez sin poder mirarlo a los ojos. Allí Jorge comentó más para sí mismo que para mí "El abuelo no mintió, me dijo que tu tenías depilado los pendejos como si fuera un rectángulo finito y dos lunares pegados uno al lado del otro"

El silencio era profundo, yo no sabia qué responder. Jorge me ordenó darme vuelta, apoyándome contra la pileta. Lo hice en silencio mientras él sacaba su cinto y enseguida me dio un cintazo en la cola. Yo sentí el cuero del cinto entrar en mi carne y un dolor agudo golpeó mis nalgas. Yo sabía que me gustaban las brutalidades de los hombres contra mi cuerpo, pero nunca pensé que podía ser bastante masoquista. El segundo cintazo marcó mi cola hiriendo la piel, pero cuando llegó el tercer golpe sentí como el dolor se desplazaba por todo el cuerpo y cambiaba de sensación, iba tomando formas inéditas de placer. Sin embargo yo lloraba porque me sentía ultrajada y humillada; ya no era una adolescente para que me castigaran así y cuando castigó por cuarta vez, mis lamentos se volvieron gemidos, mis hormonas volvían a traicionarme y no llegaba a contener el gozo sexual que su castigo me producía. Mi cuerpo temblaba de emoción y de una enorme excitación y ya sentía que un orgasmo podía reventar adentro mío en cualquier instante. El también se dio cuenta de eso y se acercó, y empezó acariciarme las nalgas como para atenuar los golpes que me había dado.

Yo sentí su piel sobre la mía, su mano acariciando mis nalgas y cerré los ojos abandonándome a la descubierta de ese nuevo placer que me fabricaba deseos incontenibles. Luego su mano fue bajando por la línea de mi cola y cuando sus dedos rozaron mi ano me estremecí enteramente. Jorge también sintió ese estremecimiento y su mano continuó descendiendo hasta que tocó mi vagina y comenzó a frotar levemente mi clítoris y, en el mismo momento que sentí uno de sus dedos entrar adentro de mi vagina, ya no pudiendo contenerme más mi orgasmo reventó con fuerza adentro de mi vientre. Fue un orgasmo zarandeado, como sacudidas, como espasmos visibles.

Jorge me pidió que me sacra totalmente el pantalón que había quedado entre mis piernas y en esa posición que estaba, yo me saqué todo con los pies, pantalón y bombacha. A pesar que era pleno diciembre la casa estaba fresca y cuando quedé totalmente desnuda, porque aproveché para quitarme la remera y mi corpiño, yo sentí una mezcla de frío por fuera y caliente por dentro. Era la indecencia del acto que hacía hervir mi sangre, que me atraía sobre deseos de coger y sentirme penetrada exprimiendo toda su rabia. Jorge me revisaba con la vista notándose que ya estaba también muy excitado y terminó por sacar su sexo desde la bragueta de su pantalón dejando al descubierto un pene bien erguido, sin desvestirse.

El sexo de Jorge esta rígido, era una verga larga, gruesa y violácea con algunas manchas más oscuras, rodeada de venas que parecían reventar y que terminaban en una enorme glande roja oscura como un hongo florecido apenas cubierto por su prepucio o como el sexo de un animal canino. Yo nunca imaginé que él podría tener un sexo tan enorme; en realidad nunca imaginé que él podía llegar a culearme algún día, él no hacía parte de mis fantasías eróticas y al ver su sexo abrí mis ojos aterrorizada, diciéndome que ese pedazo de carne no podría entrar en mi vagina. Sin embargo, en ese momento, yo tenía ganas de tocarlo, de acariciarlo y de masturbarlo, era una necesidad de llevármelo a la boca para engullirlo hasta que me cortara la respiración. Pero no me dio tiempo y golpeándome con su mano entre mis piernas me hizo entender que buscaba que yo las abriera bien. Yo las abrí de espalda contra él inclinando más mi cuerpo sobre la pileta, queriendo facilitarle el trabajo de su penetración.

En esa posición yo sentía su falo apoyado contra mi cola y, al misma tiempo, una descarga de placer se desplazaba por mi tripas. Entonces él me empujó la espalda con fuerza y tuve que sostenerme a duras penas para no caer. Yo continuaba abriendo las piernas para mantener el equilibrio y al mismo tiempo para mostrarle la entrada de mis dos orificios donde deseaba que me penetrara. Jorge escupió su mano, mojó con su saliva mi ano y dijo "para vos que te gustan los viejos". Yo quise resistir sin poner mucha voluntad en eso y me preparé para vivir ese instante ya emocionada por las circunstancias tratando de relajar bien mis músculos del ano.

Yo sentí su sexo duro, sin moverse en la puerta de mi culo, como si de pronto dudara de lo que iba hacer, y para no darle tiempo a arrepentirse empujé mi cuerpo hacía atrás produciendo la penetración yo misma. De pronto fue como si el aire me faltara y abrí la boca como si me atragantara con algo, la respiración se me venía de cortar, porque justo en ese mismo instante Jorge venia de empujar la cabeza de su pija hacia adentro. Sentí como se había dilatado mi ano, pero también sentí los tejidos del cuello de mi ano que reventaban al paso de ese enorme falo abriéndose camino con fuerza. Su sexo penetró con violencia inexorable por la cavidad de mi recto.

Sin piedad, sin compasión alguna él me perforaba hasta el fondo de su verga golpeando sus huevos contra mis nalgas. A su glande yo la sentía empujando mis excrementos hacia adentro produciéndome una sensación de ir al baño. Con su mano derecha, apoyada bajo mi pierna casi en el vientre, me empujaba a cada golpe hacia atrás para que la penetración fuera más profunda y con su mano izquierda me tiraba de los pelos como si estuviera domando una yegua. En cada impacto que daba, yo sentía su sexo raspar el interior de mi recto como si su glande tocara mi duodeno; su movimiento repercutía en todo mi estomago. Yo estaba siendo poseída por un amigo de mi familia que pretendía corregirme severamente por mis desviaciones sexuales. El lo hacía con rabia, sin tacto y con el único deseo de satisfacer su instinto animal, me violaba salvajemente. El me culeaba con fuerza y ganas, reventando mis nalgas. La cola me ardía, pero el placer que se había amontonando en mis riñones era mucho más grande y terminó ganando todo mi cuerpo.

Con la edad los hombres van disminuyendo su cantidad de esperma, pero Jorge parecía ser la excepción que confirmaba la regla, porque cuando eyaculó en mis intestinos fue como una enema tibia de esperma que descargó inundando mi interior y aumentado mis sensaciones de defecar, pero no podía hacerlo porque mi culo seguía tapado por su verga. El me siguió culeando, sin detener de bombear y yo sentía mi cuerpo ahogado en adrenalina y placer, y los orgasmos se me repetían uno tras otro en cuestión de minutos. Era una sensación hermosa que cubría mi cuerpo con esos golpes de espasmos y de gozo. Yo comprendía allí que no solamente la brutalidad de los hombres era que me excitaba cuando me cogían, ahora era también la violencia física que agredía mi cuerpo y que me producía un gozo inmenso hasta explotar en orgasmos repetidos como si fueran sacudidas epilépticas que nacían al unísono en mi vientre y en mi cabeza.

Jorge recién me abandonó cuando él mismo pudo eyacular por segunda instancia, pero esta vez lo hizo sacando su pene afuera de mi cola y su esperma se desparramó sobre mi cintura y mi espalda. Entonces me di vuelta y me arrodillé delante suyo y lo chupé con cariño. A pesar que ya había eyaculado su glande era tan grande que cuando tocaba mi garganta me daba arcadas. Yo seguí chupándolo de afuera hacia adentro, succionando para aumentar su placer y él comenzó a gemir y putearme al mismo tiempo, mientras hacía movimientos suaves como si me penetrara.Yo tenía todavía lágrimas en mis ojos por su ultraje, pero eso no impedía que con mi boca limpiara los restos de mis excrementos y de su semen ni que lo masturbara con ternura, con mucho cariño, porque lo que yo venía de vivir significaba la indecencia de un placer llevado al paroxismo y ya no me sentía la misma mujer que había entrado una hora antes a esa casa.

Después nos sentamos y hablamos largamente, yo le expliqué por qué había tenido relación sexual con el abuelo, y él me juró que nunca diría nada a nadie, ni lo del abuelo ni de lo que veníamos de hacer nosotros mismos. Y cuando regresamos a casa con el pan que nos había encargado mi madre, todo el cuerpo me dolía, en mis nalgas habían quedado marcados los cintazos y mi culo me ardía una barbaridad. Mis piernas continuaban a temblar de debilidad como si ya no quisieran sostenerme y yo estuviera a punto de caerme al piso en cualquier momento; sin embargo continuaba a pensar y a sentir esa sensación agradable de haber sido bien cogida. Eso me dejaba feliz.

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