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MI PRIMO ENRIQUE

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En alguna parte de esta historia os he hablado de Marisa. ¿Recordáis la cosa esa del guateque? Bueno, y muchas más cosas que hemos compartido.  Bien, ahora os hablaré de otro primo común, Enrique, Henry para los amigos. Tiene algo así como diez años más que yo, que se dice pronto. No he visto a tío más descarado, y a la vez con más gracia. Y está como un queso. Alto, fuerte, atlético. Por entonces, en lugar de coleccionar sellos coleccionaba novias. Siempre está hablando de lo mismo, y siempre está con guasas y requiebros subidos de tono dedicados a todas las mujeres de la familia, sean jóvenes, viejas, monjas o putas, es igual. Siempre es el alma de la fiesta, y no conozco a nadie al que le caiga mal. Desde que me crecieron las tetas la tenía tomada conmigo, pero antes le pasó con tal, tal, y cual. Marisa por supuesto, pero no se porqué pero creo que le tenía miedo.  Pero eso es otra historia.

Un domingo de julio estábamos en una reunión familiar. Hacia calor y la piscina rebosaba de gente. Al poco un escabuzón en bomba que hizo salir varios metros cúbicos de agua anunció que Henry hacia su aparición. Yo estaba apoyada en el borde con los codos, y mi barbilla descansando en mis manos. Como no, Enrique me pegó un estirón de pelo y me hundió la cabeza en el agua. Me revolví, aguadilla viene, aguadilla va. Todo normal. Me dejó en paz y fue por otra presa.  

Veinte minutos más tarde o así, solo estábamos él y yo dentro del agua. Yo seguía con mis pensamientos y ensoñaciones. Allá delante, a unos quince metros, las sufridas mamá y las tías se socarraban haciendo la paella. Los críos estaban jugando fuera, el resto de adolescentes en la tele, los hombres bebiendo cerveza, y así sucesivamente. Sin darme cuenta de por donde había llegado, una mano se posó en mi culo. Me giré sobresaltada: era Enrique. Iba a decirle de todo pero me susurró. Chisssssss. Mientras lo hacia se puso justo detrás y lo que era una mano fueron dos. No me preguntéis como lo hacia, como se sostenía, pero mis nalgas estaban cubiertas completamente, manoseadas, sobadas, como a mi me gusta. Me callé, claro, y tragué saliva. Me estaba poniendo a mil. Y cuando me bajó la braguita del bikini y la dejó caer al fondo, y sus dedos hurgaron en mis pliegues, me abrí. No solo de piernas sino de cualquier obstáculo que pudiera entorpecer que él hiciera conmigo lo que le diera la gana. Yo fui una inconsciente, pero una inconsciente tremendamente excitada; más que excitada, mórbidamente  desesperada por que me follara allí mismo. Agaché mi cabeza y me dejé hacer. Se pegó tras de mi, y mientras las mujeres de la familia se ocupaban de la paella, Henry se ocupaba de mi culo. Su pulgar me abrió el anillito, la avanzadilla. Después vino la verga. Joder, me iba a dar por ahí. Joder, nunca lo había hecho. Joder, que lo hiciera ya. Y entró la cabeza. Me dolió un huevo. Más, más por favor. Y me seguía doliendo más de un huevo, dos, tres Y la metió a tope, hasta la raíz. El muy cabrón me follaba por el culo y a mi me gustaba, me encantaba. Me agarré como pude al borde de la piscina porque perdía fuerzas por momentos, y no me fiaba si me daba el orgasmo. El atlético Enrique, me sostenía por debajo de los muslos mientras me taladraba una y otra vez, sin darme un respiro. Gemía como una loca, con el recto relleno de la polla de mi primo. Parecía que iba a correrme de un momento a otro, pero no llegaba a alcanzar ese punto de no retorno. Fié mi estabilidad a uno de mis brazos, y con el otro acaricié mi puntito, tal como me había enseñado Marisa, y pasó. No duré ni 15 segundos. Sin duda el mayor y más persistente de los orgasmos tenidos hasta la fecha. ¿Y Henry?   Pues cuando me estaban sacudiendo los últimos estertores del increíble gustazo, le tocó el turno a él, y todo el semen del mundo se lo tragó mi culo. Mientras se corría me abrazó por detrás, sujetándose al borde para no caer desmadejado ni dejarme caer a mí. Ese abrazo, con su verga dentro de mí, escupiendo su leche en mi interior, es uno de los momentos mágicos que guardo en mi memoria sexual. Permanecimos mucho tiempo así, amarraditos, sintiendo  nuestras pieles húmedas pegadas, y abriéndose paso entre mis cabellos, sus besos mal disimulados en mi cuello y nuca.  

- Jara, venga, a poner la mesa.

Joder con la condición  femenina. Y yo sin bragas, mierda. Pero fue visto y no visto. Mi primito se zambulló, y en un segundo me las puso él mismo, no sin antes despedirse de mi culo con un besazo en cada nalguita. Y así acabó la experiencia de la piscina.

Si yo hubiera conocido a Henry entonces como lo conozco ahora, hubiera sabido que la cosa no tenia necesariamente porqué terminar de la forma que lo hizo, y que con él nunca se sabe cuando y como lo va a hacer. En nuestras comidas familiares existe la inveterada costumbre de establecer separaciones por género y edad. Así que lo normal hubiera sido que me hubiera tocado sentarme junto a alguna de mis primas. Las casualidades de la vida me hicieron coincidir en el final de las chicas. No hace falta que os diga con qué chico tuve que coincidir. Desde el mismo instante en que nos sentamos estuvo incordiándome; con el pie, con el muslo, con mano tonta. Cada vez más osado, y sin perder comba con el arroz, la bebida o los postres. Y yo me dejaba, claro. El colmo vino con la sobremesa, porque, además de tocarme bajo las bragas con sus dedos de forma tan disimulada y hábil que nadie se enteró, se refería a mí continuamente diciendo: "la Jarita, como se está poniendo, eh? ¿ Tía, como has podido hacer una cosa tan sexy?"o "¿De donde has sacado esas tetas, Jari? . Y el personal riendo, y yo, excitada a tope otra vez. Por fin los mayores se quedaron a lo suyo: las mujeres a recoger la mesa y limpiar; los hombres a apurar los cafés y las copas y  echar una partidita al julepe. Los jovenzuelos y los niños por la tele, piscina y aledaños. Mi prima Marisa y yo nos decidimos por la siesta, por separado. Entré en mi habitación, me desnudé, y me tumbé ladeada en la cama, cara a la ventana por la que entraba una suave brisa. El sopor de la abundante pitanza y la excitación por todas las maniobras de mi primo, debatieron por quedarme roque, o hacerme un dedito. Cuando la primera opción llevaba las de ganar, mi aletargado oído me advirtió de un murmullo, y mi adormecido tacto despertó de golpe al contacto de un cuerpo caliente pegándose al mío. No hizo falta volverme para saber quien era.

- vengo esperando desde que tenias 10 años para follarte, sabes?

Se puso largo y me montó encima, con las piernas flexionadas descansando sobre mis rodillas y mi sexo sobre su pene caliente. Me gustó verlo así, debajo de mí, con su pecho ancho y fuerte a mi alcance. Me dio un irrefrenable impulso de devolverle la pelota, y lo arañé. Mis uñas dejaron ocho surcos desde sus clavículas hasta su plexo. Hizo un gesto desafiante, como diciendo " otra vez ". Lo repetí con más saña, y me lancé sobre sus labios que ardían de deseo.

- eres un hijo de puta. Porqué no me has follado antes?

Me levantó los muslos y  puso su polla a la puerta exacta de mi vagina. Guiada por él, descendí hasta tenerla toda dentro. Me agarró de la cintura y me enseñó a cabalgar sobre él, compartiendo nuestros sexos ansiosos en perfecta conjunción. Aprendí a no ser una simple comparsa, y dar placer a la vez que  recibirlo. Si él fue un buen maestro, esa tarde yo fui su mejor alumna. Ayudada por mis dedos, por sus manos y por el puto gusto de verlo bien dentro de mí, inerte bajo mis muslos, tuve conciencia de como controlar mi placer. Y esta vez sí: nos corrimos "casi" al unísono. Me dejé caer sobre él contenta, saciada... feliz. Nos abrazamos y nos quedamos dormidos.

Paso de contar como tuvimos que retirar las sabanas y limpiar el colchón, perdidos de esperma y efluvios de mi cuevita sin levantar sospechas. También omitiré como salimos de la habitación dos horas después sin que nadie se enterara de nada. Bueno, alguien sí que lo hizo.     

La más que áspera conversación con Marisa tuvo lugar tres días después. Se acercó por casa, sabiendo que estaba sola. Dejó la bici apoyada en la pared y se acercó a mí.

- hola Mary - saludé.

Se sentó a lo yoga en el césped. Yo estaba tumbada boca abajo sobre una hamaca, leyendo por segunda vez "Los tres mosqueteros". Observé que no respondía a mi saludo.

- ¿Te pasa algo?

Visiblemente enfada contestó: 

- sí me pasa, claro que me pasa. Eres una puta sabes?

Me incorporé. Joder, me había pillado. Pero eso no era motivo para insultarme.

- oye oye, ¿A qué viene eso? Porqué soy una puta si puede saberse?. Y me lo dices precisamente tú, mi maestra.

Indignada - pues sí, te lo digo yo. ¿Quien te crees que eres mocosa? ¿Como se te ocurre tirarte a Enrique delante de toda la familia. Tus bramidos se oían por toda la casa. Me despertaste y todo. 

Respiré aliviada. No fui consciente de soltar un solo grito, ni Henry tampoco. No fue en la piscina. Fue por la tarde. Y tampoco fuimos nada ruidosos. Ajá, estaba claro.

- oye, y si me lo tiré qué? Te importa? ¿Has de decirme con quien follo y con quien no?

Me callé lo de los celos, porque significaba hurgar en la herida. Marisa estaba enamorada de Enrique, por eso este la respetaba. ¿Era correspondida? Creo que no, aunque a mí me importaba un pito, uno y la otra.

- eres una pequeña zorra Jara. Vete a tomar por culo. Por mi puedes follar con Enrique o con un pez, me da igual.

Y se puso a llorar. Me dio pena. Ella, tan independiente, tan guapa, tan libre, tan inteligente, perdiendo los papeles por un crápula ligón, que follaba como los ángeles, cierto, pero incapaz de despertar amor a ninguna mujer como Marisa. En fin, un síndrome que a lo largo de mi vida vería en más de una ocasión.

Dos años más tarde, Marisa y Enrique contrajeron matrimonio. No fui a la despedida de soltera, y aunque años después nos reconciliamos, desde aquel día de aquel verano estuvimos muy distanciadas, demasiado.

Ah; antes de terminar os diré que no fui a la despedida por despecho o enfado, sino por una poderosa razón: estuve toda la noche follando con Enrique. Él me lo pidió y yo acepté encantada; y añado: lo hice muchas más veces, tanto antes de su boda como después. Y lo sigo haciendo.

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