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Ovarios afiebrados por el sexo

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Era viernes, estaba en la biblioteca estudiando y tres horas después no podía concentrarme y si hubiera sido rica y sin obligaciones me hubiera tomado el prime avión para ir a visitar a mi abuelito querido. Entonces decidí calmar mis pensamientos yendo a beber un café en uno de los distribuidos que están a la entrada, en el hall de la biblioteca y, por casualidad, escuché una conversación entre dos hombres que hablaban de un tercero que venía de partir.

Comentaban que la esposa se había ido de su casa, porque el tipo tenía una enfermedad en el pene que se lo había deformado totalmente y cuando hacia el amor ella sufría como una condenada. Pensé que, sin dudas, para esa mujer no sería nada agradable, pero a mí me entró curiosidad por conocer esa verga; a mí me encantan cuando salen de sus normas y las puedo sentir poseyéndome con saña, destruyendo todos mis tejidos vaginales y anales, son vergas que cuando las chupo me atragantan por no tener espacio en mi boca y me obligan a respirar a duras penas por la nariz.

Entonces volví temprano a casa y mi marido, que es mi Pigmalión, estaba trabajando tranquilamente, y modo de saludo le largué : "Cógeme por favor, quiero que me hagas algo que yo nunca hice, soy tuya de cuerpo y alma. ¡Hace lo que quieras de mí, tengo los ovarios afiebrados de sexo!…"

Pigmalión como es un viejo sabio, morboso y perverso sonrió y se limitó a decir: ok y me llevó a la cama. Me ató desnuda en cruz con sus corbatas y me cubrió los ojos con un antifaz de avión, esos que dan para dormir. Yo no veía nada y prisionera como estaba iba desarrollando mis sentidos auditivos para adivinar lo que él podía estar haciendo. El se sentó a mi lado y comenzó a pasarme una crema casi liquida por todo el cuerpo, como si fueran suaves masajes sobre mi piel, la sensación era linda y agradable; luego me pellizcó los pezones con delicadeza y se puso a acariciar con las puntas de sus dedos alrededor de mi vagina. Yo esperaba que me pegara un chirlo, que de pronto se largara con alguna agresión física y mis deseos de ser ultrajada aumentaban, pero él no hacía nada de eso y seguía acariciándome con dulzura.

Yo comenzaba a impacientarme y sacudía mi vientre hacia arriba como pidiendo que me violara, mi cuerpo necesitaba ir más allá de lo normal, buscaba un placer nuevo e infinitos, gozos que fueran más exquisitos de los que ya había conocido y que me llevaran a orgasmos que me desvanecieran. Sin embargo él continuaba calmamente con sus caricias, siempre untándome el cuerpo con la crema y, poco a poco su mano se fue deslizando hacia abajo por la línea de mi cola. Yo sentí un ligero estremecimiento y él metió su dedo, haciendo círculos, buscando dilatar mi ano que, diablo, ya esta dilatado como para que me metiera toda la mano.

De pronto tomó una almohada y me la acomodó debajo de las nalgas como para facilitar una penetración anal. Entonces pensé: la cosa viene por el culo y sentía que mis pezones maduraban de placer como dos frutillas. El continuaba lubricando mi ano y con dos dedos abría el cuello de la entrada a mi culo, enseguida los hacía girar como si fuera un tirabuzón. Eso me agradaba bastante, pero fue hasta que sentí que algo grueso me entró y que ya no eran sus dedos, era un objeto áspero y duro como si tuviera ranuras talladas sobre una madera. ¿madera?… Mi marido me estaba metiendo en la cola el mango de su paraguas que tenía como 25 centímetros y luego se puso a introducirlo y sacar como si me estuviera limando el recto.

Allí sentí que el orgasmo venía en cualquier instante, mis músculos palpitaban aumentando el bombeo de mi sangre y mi cuerpo se ponía en tensión recibiendo pequeños golpes de espasmos. Pero de pronto se detuvo, me dio un beso en la boca y se fue al comedor a ver televisión tranquilamente, dejándome en esa posición, los ojos vendados, atada en cruz y con el paraguas en el fondo de mi culo.

En esa posición mi cerebro funcionaba nada más con sentidos, yo sentía mi cuerpo entero mojado por la crema y el mango del paraguas adentro de mi ano, toda la excitación nacía y se desarrollaba en mi cabeza y enseguida se extendía por todo mi cuerpo; yo sentía en las sienes como bullía mi sangre de calentura, cuando me movía, el paraguas que parecía estar enganchado fijamente a la cama, entraba más adentro y salía, pero sin tener espacio para escaparse fuera de mi cola.

Descubrí eso y comenzó a gustarme, entonces movía mis caderas buscando ese movimiento divino, era una nueva forma de masturbarme que también me daba placer y me produjo un orgasmo anal, pero mi movimiento hizo que el mango se metiera todo adentro empujando mis excrementos hacia el fondo del útero. Allí tuve un segundo orgasmo, pero cuando quise mover mis caderas hacia arriba como para querer sacarlo y volviera a su posición original, sentí un ardor inmenso como si se reventara mi culo. El paraguas no salía, había quedado enganchada como si un perro me hubiera metido su sexo y la bola adentro. Todas las cosas que estaban pasando por mi cabeza eran indescriptibles. Todas las sensaciones que nacían en mi cerebro se trasladaban rápidamente por mi cuerpo que ya temblaba como afiebrado por el placer.

En esa posición estuve casi una hora, hasta que mi marido terminó de ver su programa en la televisión y escuché los ruidos de cuando se servía un whisky y le ponía cubitos de hielo a su vaso como hacía siempre. Luego se asomo al dormitorio y me preguntó si yo iba bien. A esa altura mis sensaciones estaban enardecidas, yo estaba flotando en el corazón de mis emociones más profundas y recaliente le grité: ¡cogeme por favor!…. El no respondió nada, se sentó a mi lado, me acarició el cuerpo y se puso a jugar con mi seno izquierdo sabiendo que es mi pezón más sensible; después agarró un cubito y me lo paso por el vientre.

Cuando sentí ese frío fue un choque, un fuerte espasmo se produjo dentro mío; él conoce bien el lenguaje de mi cuerpo y me dio un beso en la boca, pero mientras me estaba besando fue bajando el cubito hasta mi vagina y, cuando me di cuenta, él ya me lo había metido adentro, bien en el fondo. Yo abrí la boca porque sentí que la respiración se me cortaba; entonces él me besó con mayor pasión ahogando cualquier grito que pudiera salir de mi garganta. El frío del hielo me quemaba adentro de la vagina, era una mezcla de frío y fuego al mismo tiempo y yo me retorcía de placer hasta que el cubito se derritió adentro mío. Allí mi marido se levantó de la cama, me dio un pequeño chirlo afectuoso y de complicidad y se fue de nuevo al comedor a seguir viendo televisión.

Yo seguía prisionera, crucificada a la cama con el mango del paraguas que se había introducido todo en mi culo y que si me movía bruscamente me hacía un poco de daño. Así estuve el eterno tiempo de media hora más, hasta que me volvió a preguntar desde la puerta del dormitorio si yo iba bien. Le respondí con un movimiento afirmativo de cabeza y una sonrisa feliz de estar contenta. Entonces él se acercó y volvió a sentarse en la cama, y cuando vio que el mango del paraguas había quedado atrapado adentro de mi culo, comentó ¡qué goloza!… Enseguida, con un dedo fue metiendo abundante crema en las paredes de mi ano para poder extraer el paraguas prisionero de mis músculos y cuando lo sacó, yo sentí mis tejidos anales que se iba destruyendo produciéndome un ligero dolor y una relajación al mismo instante en todo el cuerpo.

Allí él me desató las piernas y creí que todo terminaría todo ¡qué idiota! Conociéndolo como era nunca tendría que haber pensado eso. El se ubicó entre mis piernas las levantó colocándolas sobre sus hombros, pensaba penetrarme en esa posición y yo sonreí feliz. Sentía que él estaba desnudo de la cintura para abajo y el contacto con su piel siempre me encantó, me transmitía todo el amor que nos sentíamos uno al otro. Entonces me empujó las piernas para que yo las doblara más sobre mis propios senos dejando bien libre y espaciosa mi cola y en esa posición fue penetrando su sexo por mi ano. El no tenía una erección enorme, casi diría que no tenía ninguna, y que tuvo que hacer esfuerzo para que su verga pudiera entrar adentro de mi cola. Yo sentí su sexo como una víbora que penetró titubeante, con dificultad, y pensé que era normal porque él tiene 56 años y ni se le había ocurrido tomarse un viagras para romperme entera.

Pero cuando logró meter su pija bien adentro de mi cola se puso a mear como si lo estuviera haciendo en un mingitorio. Yo sentí su orín adentro mío como si me estuvieran poniendo una enema caliente. Sentí se líquido abundante adentro de mis tripas y me hizo volver loca de gozo. Después la sacó y me volvió atar las piernas a la cama, en la misma posición que estaba antes y me dijo: "No ensucies la cama, así que retiene con fuerza" y se volvió a ir al comedor.

Con los ojos cubiertos y sin tener puntos de referencia, los segundos parecían minutos y los minutos eran eternos, yo no aguantaba más y trataba de cerrar bien mi cola para que no se escapara su orín de adentro. Sentía una sensación rara, y cada que contraía con fuerza los músculos de mi ano, sentía que algo se desplazaba por mis tripas como si fuera una víbora viscosa que se movía entre mis tripas. Al mismo tiempo eso me produjo ganas de orinar a mí también y tenía que contenerme, era una sensación rara y tremendamente agradable al mismo tiempo, más trataba de evitar que se escapara su meada de mis culo más ganas tenía yo misma de orinar. En esas condiciones me dejó como 30 minutos más hasta que entró de nuevo al dormitorio.

Me puso de nuevo crema en el ano y volvió a encorcharme el culo. El mango del paraguas por su grosor sellaba bien mi orificio. Esta vez no se fue al comedor, acercó una silla al costado de la cama y se puso a leer un libro como si estuviera en el hospital al lado de una enferma. De tanto en tanto tocaba mis senos o me daba un beso fugaz en la boca. Yo estaba en esa posición: prisionera, totalmente desnuda, con los ojos vendado y sin poder moverme para que no se liberara el orín, minutos que no pasaban nunca. Fue hasta que me desclavó el paraguas del culo y desanudó sus corbatas para liberarme y pude ir al baño corriendo, porque ya me estaba haciendo hasta caca encima. El solo dijo: "pégate un baño y ven a comer que la mesa ya está puesta.

Date una masturbada si quieres, pero no demores mucho que la comida se enfría". Después de eso ya no tenía necesidad de nada, estaba totalmente satisfecha de lo inédito y cuando nos acostamos a dormir lo provoqué para que él también pudiera encontrar placer cogiéndome, pero él me dijo que no hacía falta; entonces me agaché abajo de las sábanas para chuparlo, no con deseos sino con amor y, con su sexo en mi boca, como si fuera un chupetín de bebé, de extenuada que estaba me quedé dormida hasta el día siguiente.

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