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LOS SALVADORES

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LA TERRIBLE NOTICIA

Se ha detectado un asteroide o quien sabe qué tipo de piedra celestial que pronto caerá en el planeta.

Al principio, la información es mantenida en secreto por los gobiernos.

Astrónomos independientes hacen pública la información.

Los gobiernos, que manejan la información, se ven obligados a desinformar al público:

-“Esa estrella de gran tamaño que se ve crecer entre las Pléyades y Zubelgenubi, es un aerolito inmensamente grande que puede destruir la civilización (¿?), se cree que pasará muy cerca, pero, no hay peligro inminente de cataclismo como el que gritan los profetas del desastre mal llamados astrónomos independientes…”

Los astrónomos independientes vuelven a desmentir, a pesar de las barreras que les ponen para impedir sus informaciones:

-“En solo 96 días ese cuerpo inmenso chocará contra el planeta: 99,5% de probabilidad. Actualmente estamos calculando el punto exacto donde impactará. El tamaño (no tenemos ninguna duda): es suficiente para borrar la vida de la superficie y no sabemos si también de las profundidades…”

Los gobiernos terminan admitiendo la verdad y se asegura que se utilizará “toda la tecnología disponible para evitar la catástrofe”

Los astrónomos independientes: -“no hay tecnología para algo de ese tamaño…ni para ningún otro tamaño menor…pura falacia y desinformación de los científicos <becados> es lo que hay….”

CONCLUSIÓN: No hay nada qué hacer: 96 días de vida le quedan a los que no se mueran antes.

ESTAMOS FRITOS

Si hay algo que se puede hacer: Me voy a emborrachar durante 96 días, de forma que cuando la cosa esa nos golpee, no sienta nada ni me preocupe al respecto. Si. Eso es lo que voy a hacer.

Fue una tarea fácil, la gente regalaba todas sus pertenencias, compartía TODO con el prójimo (ahora si eran prójimo, había muchos que por primera vez descubrían que los tenían). Cuando digo “TODO” es “TODO”, la gente sabía que solo valía lo inmediato: el pasado (je, je), el futuro (je, je, je).

Cada quien tomó su camino. ¿Para qué asesinar a un competidor? ¿Para qué robar? Si solo tienes que pedir y ni aun eso.

Las mujeres y los hombres se entregaban a lo que siempre habían deseado. Los closets se abrieron de par en par, los instintos se liberaron: ¿para qué te escondes? Tu futuro solo es de 96 días…

La bebida abundaba liberal, gratis, de todas las marcas y tipos. Y no había mucha demanda, pues la mayoría miraban con terror al cielo y no precisamente al asteroide sino más arriba…: beber es pecaminoso y puede ensuciarte la alfombra roja al cielo…

Los decididos a morir borrachos, éramos pocos realmente: los que siempre lo han estado intentando y los novatos como yo.

La mayoría rezaban en iglesias, mezquitas, sinagogas y hasta en lugares que fueron habilitados al efecto por las autoridades, por más ateas que fueran cuando había futuro. Otros bailaban en las calles. Nadie se ocupaba de apariencias pues no había tiempo que perder.  Otros se suicidaban. Otros enloquecían de miedo. Nadie seguía viviendo igual que siempre.

Yo: bebía y oía música en un radio portátil en la puerta de mi casa entreteniéndome con las cosas más que raras que se veían en la calle. Era feliz, mi mujer y mi vecino se habían ido juntos quién sabe a dónde. Je, je “Brindo, por eso”.

Un día… cuando ya estaban cayendo las primeras “lluvias de aerolitos” premonitoras de la cercanía de la hora cero en la que su hermano mayor, que se veía oscilante y bamboleante por efecto de las diferentes zonas donde la luminosidad solar lo afectaba… pasó algo milagroso:

Solo faltaban diez miserables días y “cataplún: Au Revoir, beibi”, lo nunca visto algunos lo verían: la gran destrucción. La tristeza era general. Yo bebía de los mejores licores (tenía cajas y cajas que me habían regalado o había tomado de los comercios del ramo, ahora abiertos de par en par sin dependientes: todo era gratis) y escuchaba música en mi radiecito de pilas, ya casi en ninguna parte había electricidad, pues las plantas eléctricas habían parado y las estaciones de radio que transmitían estaban en modo automático hasta que se detuvieran por si mismas….debido a ello, pocos se enteraron de la noticia: Una civilización avanzada, había detectado el inmenso problema que literalmente se nos venía encima y estaba dispuesta a auxiliarnos.

LOS SALVADORES

Solo ponían una pequeñísima condición: según sus leyes, si ellos nos salvaban les perteneceríamos.

Sus leyes, les prohibían tomar esclavos, a menos que los escogidos para tal fin lo aceptaran libremente. Ya que no teníamos alternativas para sobrevivir, nos preguntaban si aceptábamos ser su pertenencia, vivir y morir bajo su potestad y arbitrio: ¿Qué decidíamos? No había tiempo para referendos ni consultas. Menos de 10 dias…remember

No había tiempo que perder: la ONU aceptó.

El presidente de Zimbazue fue designado como vocero de esta resolución. Estaba muy orgulloso hablando ante el mundo en su extraño idioma. El resto de sus colegas presidentes y jefes de estado declinaron de este dudoso honor. Él lo había aceptado porque no le habían explicado claramente lo que pasaba y le habían escondido algunas condiciones del trato, solo le preguntaron que si quería ser presidente del mundo antes de morir y el muy ufano respondió que sí: -ok, entonces, lee este discurso.

A partir de ese momento hubo menos libertad que la poca que comúnmente ha habido. Ahora éramos esclavos de otra civilización. Los salvadores se comprometieron a no hacernos trabajar en contra de nuestra voluntad, según lo que escuché en la radio: ¿Entonces, cuál es la esclavitud? Nos preguntábamos los bebedores que nos reuníamos a libar en grupo diariamente. ¿Quién sabe? Me respondía yo.

Poco a poco el mundo se fue estabilizando, la gente se fue enterando de los pormenores una alegría de esclavos se aposentó en las mentes. Yo seguí bebiendo. Era divino vivir así, inconsciente de todo problema, ahora comprendía a Charly Jarper. Además, en mi cerebro una lucecita encendida que quería apagar con licor me decía todo el tiempo: ¿Quién sabe cuál será la esclavitud?

Tres dias después de la firma del protocolo de “libre anexión”, los salvadores (como habían comenzado a llamarlos) utilizando su tecnología, fragmentaron el inmenso objeto en una especie de polvillo estelar que estuvo cayendo durante semanas en forma de lluvia luminosa.

Estábamos salvados. Los tipos esos del espacio no parecen cobrar el bien que nos hicieron, ¿cuál es la esclavitud? Me preguntaba y repreguntaba en mi eterna pea: ¡Brindo por eso!

NO ES ESCLAVITUD: ES ALIMENTO

Los primeros suicidios masivos se dieron cuando las gentes que poblaban las ciudades de mediano tamaño, veían aparecer las avanzadas de los vehículos espaciales que se acercaban de manera sigilosa, pues acababa de darse a conocer la “suerte” de los pobladores de las aldeas y pueblos cuyos pobladores desaparecían sin dejar rastro.

Fue por culpa de una indiscreción de los medios de comunicación, ahora controlados por los salvadores, cuando en una entrevista que le hacían a uno de ellos acerca de sus hábitos culinarios (“para llegar a entender a nuestros salvadores”, se llamaba el programa) el entrevistado, no pudo resistir la tentación de explicarse detalladamente acerca de lo único que les había atraído de nuestra raza como para hacer el sacrificio de salvarla y querer perpetuar nuestra degenerada especie: nuestra hiel y el receptáculo que la contiene, y, usando a un muchachito y a su madre como modelos y olvidando momentáneamente por efecto de la gula que estaba ante las cámaras y que el mundo lo observaba, usando una uña de uno de sus apéndices, operó en vivo, en directo y sin anestesia a la señora y al niño y demostró como habían aprendido a extraerla del interior del abdomen y por su expresión si es que “eso” tenía expresión, demostró el placer máximo que sentían en sus entrañas, si es que las tenían, al ingerir la susodicha vesícula biliar a la temperatura del cuerpo terráqueo que era la perfecta para sus gustos.

Estaban muy complacidos por haber hallado al fin un reservorio casi inagotable, debido a sus extremos hábitos reproductivos, de su manjar favorito. El asunto terminaba lanzando a la persona ya inservible  pero aun viviente (bueno, un poco) a una especie de sumidero que la convertía en abono para las matas. No era cuestión de ir dejando cadáveres regados, eran muy puntillosos en materia de aseo.

Los jefes de estado (a la cabeza de los cuales iba el presidente del mundo: el presidente de Zimbazue) corrieron a quejarse ante el jefe de los salvadores, -ese no era el trato, dijeron, por respuesta, los salvadores ese día cataron vesículas biliares de varias naciones. Fue un buen festín internacional. Nadie más se quejó. Total: nosotros mismos lo habíamos aceptado y por escrito sin que nadie nos obligara. Yo seguía bebiendo y disfrutando del alboroto que se armó.

No había a donde huir, todo lo controlaban. Un día llegaron a mi ciudad. Estábamos seis personas (aunque me gustaría aclarar que quizá solo fuéramos tres, pues ya me había acostumbrado a ver doble) en la plaza cercana a mi residencia, bebiendo y contando chistes, ajenos a lo que sucedía en el mundo. En ese momento cuatro (puede haber sido que fueran dos) testigos de un tal jehová nos instaban a apartarnos del licor y el pecado y aceptar a su dios con una arenga más mareadora que la misma caña que consumíamos. En eso, llego de improviso (habían mejorado su tecnología sorpresivamente silenciosa) un grupo de salvadores en un vehículo volador que descendió entre nosotros.

Fue tanta la sorpresa que por un momento creímos que era el mismo jehová que había aterrizado para cobrar venganza de nuestra incredulidad e irrespeto a sus creyentes. Los salvadores, sacaron un equipo portátil que emitía una luz azulada, nos irradiaron con ella y después de chequear el resultado del escaneo (digo yo) se dirigieron resueltamente hacia los sermoneadores y los levitaron dentro del vehículo, recogieron a todos los que estaban por allí y se fueron a seguir buscando material por la ciudad que a su partida quedó prácticamente desolada.

A nosotros, los borrachos, nos dejaron en paz y nos miraron (si es que esa era una mirada) con repulsión. ¡Fuchi!

En ese momento, en los siguientes y en los anteriores siempre estuvimos muy alegres (alcohólicamente hablando) como para relacionar nuestra no-selección con nuestro estado etílico.

El lugar quedó casi vacío, digo “casi” porque aun estábamos nosotros y otras bandas de cazadores de licor como nos gustaba llamarnos. Recorrimos los alrededores en nuestra búsqueda diaria de comida y bebida y la conseguimos abundante y con exclusividad: estábamos casi solos. Nos pusimos en contacto con otros grupos de borrachos merodeadores y supimos con seguridad que éramos los únicos terráqueos que quedábamos vivos en la zona.

Nuestras provisiones de todo tipo eran más que suficientes para años de prodigalidad, toda la comida y bebida de la ciudad estaba a nuestra disposición. Con el tiempo deduje que a mi mujer se la habían llevado también: ¡yupi!

ENTONCES...CLONEMOS

Un día se supo que unos terráqueos de los llamados científicos, antes de verse a ellos y sus familias utilizados como postre y, en vista de la desesperación generalizada, decidieron por fin utilizar la ciencia médica con un fin verdaderamente útil a la humanidad -y no solo el inhumano estirar de los años de vida sin otro sentido que ganar dinero haciéndoles ver a los idiotas que vivir más tiempo era lo correcto-, y, pusieron a disposición de los salvadores un sistema de clonación que les permitiría escoger los mejores especímenes de la especie, para multiplicarlos manteniendo las cualidades aromáticas y gustosas de los mejores receptáculos biliares. -Escojan los que más les gusten y les enseñaremos a multiplicarlos porque al paso que van pronto nos extinguirán y matarán la gallina de los huevos de oro, les dijeron: Hubo que explicarles que era eso de las gallinas que ponían huevos de oro. Nadie sabe si lo entendieron, pero aceptaron un tiempo de tregua para poner en funcionamiento el plan de los científicos-médicos. No es que durante ese tiempo no comerían, sino, que serían más frugales hasta que se desarrollaran los primeros clones.

Los salvadores se relamían anticipadamente pues mediante su sistema, se obtendrían especímenes con el doble y hasta el triple de tamaño de la su vesícula. La cacería de humanos se redujo  hasta que pudiera degustar la “hiel de clon” como llamaron a la nueva exquisitez, incluso, podrían exportarla a su remoto planeta. Había que implementar rigurosos procesos de selección y control de calidad para el material que se produciría con este fin, llamado “el milagro de la única ciencia” <de las otras ciencias nunca se llegó a saber para qué sirvieron, especialmente cosas como la física de partículas, la teoría de cuerdas, la teoría de los quantos, y, etc.>

En tres años se tuvieron las primeras pruebas, fueron un éxito total. Ahora solo cazaban unos cuantos millones de humanos no clonados al año (eran de mala calidad comparados con los clonados) para continuar con la selección de mejores células madres para seguir mejorando la calidad.

Se le otorgaron varios premios nobel al equipo médico que salvó a la ya casi extinta raza humana.

Nosotros, seguíamos con nuestra vida errante y abundosa en bienes ingeribles, el licor abandonado era cuantioso y los enlatados y la cacería eran nuestra principal fuente de proteínas. El agua solo servía para bañarse de vez en cuando, ingerirla: nunca.

Viajábamos de ciudad vacía, en ciudad vacía, apropiándonos de las cuantiosas y abandonadas fuentes de provisiones. Teníamos suficiente para el resto de nuestras vidas. La felicidad total: vivir sin trabajar y solo beber y divertirnos.

Otras inspecciones aleatorias de los salvadores nos rechazaron siempre como alimento contaminado.

LA FÁBRICA

Un día, en nuestro continuo vagar, topamos con una instalación que consistía en un gran galpón central y varios patios a su alrededor con pequeños vallados que no oponían una real resistencia a quien quisiera cruzarlos. Decidimos acampar en las cercanías no porque la instalación despertara nuestro interés, sino porque en las cercanías había un riachuelo y un bosquecillo. El agua del riachuelo era perfecta por su sabor a soda y nos servía para el whisky. Acampamos y montamos un picnic.

Una tarde alguien notó algunas personas que circulaban dentro de los patios cercados de la instalación. Nos acercamos a observar. Eran humanos, iban desnudos y solo daban vueltas y vueltas, como un rebaño sin cruzar los vallados. Cuando sonaba una sirena, se dirigían a una puertecilla que se abría en ese instante y por ella desaparecían, mientras al mismo tiempo, otra se abría, y por ella, aparecía un nuevo rebaño que se ponía a hacer lo mismo que el anterior, hasta que sonaba la sirena y aparecía el siguiente grupo y así interminablemente; bueno no interminablemente, solo hasta que caía el sol. Entonces se cerraban las puertas y desaparecía toda actividad externa.

Habíamos oído contar a otros grupos de borrachos ambulantes más enterados que el nuestro, de la clonación de gente, pero pensamos que eran delirium tremens de borrachos.

Estos eran los clones, y “esa”, era la fábrica.

Habían miles y miles, quizá millones.

A algunos de nosotros se les ocurrió raptar algunas clonas para amenizar las veladas, total, en la mañana las devolveríamos. Era probable que no las contaran.

Al día siguiente tuvimos nuestra primera fiesta con clonas.

Incluimos también varios clones para conocerlos. Eran extraños, no sabían hablar y debido a su exceso de bilis eran propensos a reaccionar con mal genio. No sabían nada de nada. Bueno de las cosas naturales e instintivas, si sabían, como cualquiera. Solo eran cuerpos, pero ¡qué cuerpos se gastaban esas clonas! Y los hombres también eran muy apuestos. Todos los dias buscábamos un grupo y al día siguiente los devolvíamos. Nos acostumbramos a emborracharlos para eliminar su actitud agresiva, quedaban como una seda después de varios whiskeys.

Esto era el paraíso, decidimos quedarnos un tiempo, teníamos suficientes provisiones, y vehículos para remediar nuestras fallas en la ciudad más cercana. Los salvadores parecía que no sabían de la fuga de los clones y hacían caso omiso de nuestras presencias en los alrededores, conformándose con escanearnos periódicamente cuando alguna nave aterrizaba para buscar su carga de clones.

El número de clones parecía ilimitado pues nada en su rutina o número se alteraba a pesar de las cuantiosas cargas que tomaban las naves semanalmente.

Nuestras fiestas continuaban diariamente, invitábamos clones y clonas y a otras pandillas de borrachos de las cercanías. Los emborrachábamos y los divertíamos, como una manera de darle su última cena a quienes estaban condenados.

Su carácter mejoraba con el alcohol. Era una bendición, la caña servía para todo. Algunos fueron capaces de aprender a bailar. La rotación de clones en nuestras francachelas aumentó tanto que teníamos que reponer continuamente nuestras provisiones alcohólicas. Eran más borrachos que nosotros. El método de “caña con ellos” funcionaba admirablemente, las clonas eran una maravilla, eran mujeres obedientes y sumisas, todo un prodigio de la ciencia médica. Muchas aprendieron a reírse.

HOUSTON, TENEMOS UN PROBLEMA…

Algo había cambiado, la nave de reaprovisionamiento de clones para la mesa de los salvadores, probablemente había variado su rutina, pues según las cuentas de algunos de nosotros,  tenía más de dos semanas sin regresar.

Nuestros radios de pilas ya no funcionaban, no sabíamos que pasaba en el resto del casi desolado planeta. En él solo quedaban los pobladores que no habían sido utilizados, aún, los borrachos y los clones. Pasaron, según la cuenta de algunos, seis semanas y nada que aparecían las naves. Seguíamos en nuestra rutina de fiesta diaria con los clones.

Un día las sirenas dejaron de sonar y los clones dejaron de salir a su paseo diario, pensando que el encierro forzado exacerbaría sus fúricos arranques, decidimos buscar una forma de sacarlos a pasear por nuestra cuenta y riesgo.

No supimos cómo abrir las puertas, alguien tuvo la idea de estrellar un vehículo contra ellas. Esa idea nos pareció tan buena, que nos retiramos hasta el día siguiente a celebrarla. Las costumbres son las costumbres, nos habíamos vuelto muy exigentes y una fiesta sin clonas no era una fiesta. Había que tumbar esa puerta. ¡Brindo por eso!

Al día siguiente después de varios intentos fallidos para dar en el blanco y la destrucción de casi todos nuestros vehículos (cuando maneje no beba, ¿O es al revés?) decidimos ir a la ciudad y traernos un tractor que por allá habíamos visto. Después de tumbar varios árboles y cercas por el zigzagueante camino (o por lo menos así parecía) de regreso, nos dispusimos a atacar la instalación y rescatar nuestras mascotas. ¡Lo logramos!, Lo logramos tanto que tumbamos media pared, puertas y parte del techo. Muchos clones y clonas murieron apachurrados, eran tantos que nadie lo notó, ¡Pero los liberamos! ¡Yupi! ¡Salud, compañero!

Esa noche fue una buena celebración. Los clones se dispersaron, bueno, realmente los obligamos a dispersarse hacia la cercana ciudad para que buscaran su propio sustento. Nadie sabe lo que le daban de comer los salvadores pero tenían que irse acostumbrando a buscar su propio alimento, eran muchos para nuestra incompetente logística.

Nos apertrechamos profusamente (sobre todo de clonas y bebida) y nos fuimos conduciendo erráticamente (como siempre lo hacíamos) buscando una ciudad de las mayores para mostrar nuestro descubrimiento. De los salvadores no habíamos tenido más noticias, ni queríamos tenerlas, si se daban cuenta de que les estábamos robando la comida, seguro no nos perdonarían.

Por el camino, fue notorio, aun para nosotros, que algo desusado había acontecido. Había mucha maquinaria y naves alienígenas (dejamos de llamarlos salvadores) destruidas aparentemente por haber caído o fallas en el aterrizaje, que viene siendo lo mismo.

Parecían accidentes de borrachos (como los nuestros). Por ninguna parte había salvadores, solo podredumbre. Sabiendo lo meticulosos que eran con la limpieza de la mugre humana, solo quedaba la posibilidad de que ese hedor fuera el de sus cuerpos descompuestos.

-¡Salud, compañero! Le dije al piloto de mi vehículo para que se mantuviera despierto, creo que una vaina jodida les pasó a los bichos.

A los clones y clonas los vestimos con ropas de las tiendas de los lugares por donde pasábamos, antes de presentarlos a las autoridades que de alguna manera existían aun, en lo que antes fue una muy grande y moderna ciudad.

Los clones (nuestros amigos y amigas, bueno y hasta novias y esposas, merced a extraños ritos) parecían tan humanos (en muchos casos más que nosotros mismos) que los habitantes y autoridades no nos creyeron nada de lo que decíamos y lo consideraron vainas de borrachos y ya se retiraban sin hacernos caso, cuando alguien por milagro, de quien sabe que santo o dios, reconoció entre las clonas a su hermana que el mismo había visto morir. ¡Aleluya, aleluya…alee e luya!

La clona (hay que recordar que no sabían expresarse, que no tenían recuerdos, ni sentimientos, etc. que solo sabían reír <algunos> bailar<otros> y beber y emborracharse <todos>: las malas costumbres son las primeras que se pegan) aparentemente hermana del ciudadano, fue llevada a un médico para que la auscultara; este doctor, que era un científico, dictaminó que no era un humano normal, pues tenía muy grande la vesícula. Al operarla, para reducir los estragos de una vesícula tan grande, se dio cuenta de que ella era la copia de alguien, pues sus sistemas eran demasiado nuevos para la edad que representaba. Eso fue lo que yo entendí.

Mientras tanto por el mundo se corría la voz de la desaparición trágica (lógicamente para ellos) de nuestros salvadores. Por toda parte sus maquinarias, equipos y naves adornaban los paisajes y la podredumbre de sus ocupantes incordiaba las narices. Se hablaba de una enfermedad que los diezmó, alguna epidemia, quizá. La nave principal no se veía ya presidiendo los amaneceres junto al sol (brindo por ese esguince poético que me salió). Se habían largado huyendo espantados de algún mal. Como se huye de un vicio.

Los científicos comenzaron durante sus ruedas de prensa, a las que son tan aficionados para mostrar lo maravillosamente inteligente que son, a inventar fantasías y especulaciones sin pruebas reales que las avalaran (“pruebas de laboratorio revelan…”). Necesitaban recuperar la credibilidad, con lo tonto que somos pronto la recuperarían. Reasumían su camino a la desinformación, que les es vital para sus becas y premios y para explicar cosa que realmente no entienden, pero, que sería humillante afirmar que desconocen.

LOS SALVADORES ¡HIC!

Una vez, uno de mis compañeros en la expedición apoteósica de descubrimientos etílicos, que alguna vez emprendimos con algún propósito, mientras estábamos reunidos alrededor de una mesa disfrutando de una buena botella de vino en una de las recién inauguradas tascas de clones (a los que les parecíamos muy simpáticos; no recordábamos por qué) aventuró la fantástica idea: - Concañero, ¿no será posible que el licor, que nosotros en aquel viaje le metimos a tanto clon, como creo recordar que lo hicimos, les habrá envenenado el alimento a los extraterrestres? ¿No será que nosotros somos los verdaderos salvadores?

Nuestras carcajadas Homéricas llamaron la atención de los hospitalarios clones que poblaban el lugar y que a nosotros nos permitían beber gratis de las raciones que el gobierno les asignaba, pues habían descubierto que su mal genio solo se curaba operándolos o dándoles licor. Mientras les llegaba el turno de la operación los alimentaban con buenos licores.

Un día encontré una clona igualita a mi esposa, supe que era un clona porque me sonrió simpáticamente al pasar a mi lado. Al principio no me atreví a acercármele no fuera a ser una trampa de “la bicha esa” para capturarme nuevamente. Descubrí que no solo había una, sino que había cientos como ella; Conclusión: la tipa tenía tanta hiel natural que los salvadores la escogieron como modelo para clonar.

Mi nuevo empleo era entrenador de clones (debido a la gran experiencia adquirida en el campamento, me presenté a examinarme, pasé las pruebas y me dieron el trabajo). Era un buen trabajo, que incluía ron y whisky a granel, además de un buen sueldo y todas las clonas que quisiera. Escogí tres clonas de mi esposa para entrenarlas para mi servicio, después de amansarlas con mucho cuidado y mucho ron.

Así fue como nosotros salvamos a la humanidad.

El que no me crea que pregunte…

LOS SALVADORES. FIN

 

By: Leroyal

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