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Tiempo extra (capitulo 19)

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                            * * * * *

 

—No hay nadie, ¡qué raro! —exclamé cuando entramos y vimos que todo estaba casi a oscuras. Habíamos accedido desde la calle por un pasillo oscuro que no conocía lleno de trastos de todo tipo. Una luz iluminaba levemente el centro del escenario, rodeado de la más absoluta oscuridad—. ¿Por dónde hemos entrado? Esto es el escenario.

—Ven mi amor, —dijo abrazándome por detrás y rodeándome con los brazos—. Voy a hacer magia.

 —Yo sé muy bien donde tienes la magia, —le dije mientras le acariciaba la entrepierna.

Percibí un leve murmullo que me hizo ponerme alerta. Rápidamente, José Luis, un poco abochornado, atrajo mi atención y señalando a la oscuridad hizo chasquear los dedos. En ese momento, una descarga descomunal de cientos de fogonazos que parecían uno solo me sobresaltó. El fogonazo fue producido por cientos de cámaras fotográficas desechables disparando sus flases. Tras el susto y la sorpresa inicial, comencé a oír el «cumpleaños feliz» y la enorme sala del Calle 54 se iluminó. Cientos y cientos de amigos me aplaudían sin parar, haciendo palpable el cariño que siempre me demostraron. Entre las primeras filas vi a Felipe González, Santiago Carrillo, Kofi Annan, Bill Clinton y a mi querido Nelson. Muchos más llenaban la sala, amigos de Villaverde, de la clínica, de EE. UU., de Kioto, de casa, hasta casi mil. Verlos a todos reunidos me impactó, nunca pensé que tuviera tantos. Quise salir corriendo a abrazarlos pero José Luis me lo impidió sujetándome de la mano, las luces bajaron de intensidad y los acordes de «The Time of My Life», que se popularizó por la banda sonora de Dirty Dancing, comenzaron a sonar. Rodeándome la cintura con su brazo, comenzó los primeros pasos de un mambo que hace mucho tiempo bailamos en un club de baile de la Avenida Madison. Después de los primeros compases y como en la película, un grupo de mis amigos más íntimos se unieron a la coreografía mientras yo esperaba para saltar, a sus fuertes brazos.

Allí arriba, horizontal y con los brazos extendidos, mientras todos me aplaudían creí que era el súmmum de la felicidad. Pero me equivocaba, era solo el comienzo de una noche repleta de sorpresas, de alegría y de felicidad.

Una vez concluido el baile y en medio de atronadores aplausos, José Luis presentó a los cantantes en los que, presa de la excitación del momento, no había reparado.

—¡Ellos son, Elvis Costello y Diana Krall!

Hacia varios años que no los veía, pero no dudaron ni un momento acudir a la petición de José Luis. Comencé un verdadero maratón de besos y abrazos, tenía muchos cientos que dar. Mientras tanto, José Luis desde un rincón de la sala y con un walkie de la mano dirigía el espectáculo. Desde el fondo del escenario una orquesta amenizaba la noche, salvo en las ocasiones en que algunos amigos actuaron en directo: Miguel Ríos, George Michell y Fer de Mana, entre otros.

Sobre las dos de la madrugada un nuevo grupo musical apareció en el escenario mientras una ligera niebla artificial lo cubría. Después de los primeros compases, un punteo de guitarra me hizo estremecer. Emergiendo del suelo entre la bruma, como una figura mitológica, apareció José Luis. Interpreto tres canciones acompañado por algunos amigos, al término de las cuales me izo subir al escenario donde habían colocado tres sillas con sus respectivos micrófonos. Acompañados a la guitarra por María, uno de los músicos que participaron en el espectáculo, interpretamos a duras penas y entre las risas del público un tema de Víctor Jara: «Te recuerdo Amanda». Cuando terminamos, permanecimos los dos en el centro del escenario y José Luis comenzó a hablar mientras por detrás me rodeaba con sus brazos.

—En el par de años transcurridos desde que celebramos el último cumpleaños de Ángela nos han pasado muchas cosas. Cosas muy importantes que nos han llenado de satisfacción: su primer premio Nobel, su segundo premio Carlomagno. También momentos de gran emoción, como en la explanada de obelisco en Washington: «todos los seres humanos somos iguales, solo hay una única raza, la raza humana». Sus discursos en la recogida del Novel y del Carlomagno, —mientras él repetía las palabras que pronuncie hace más de un año, refugiada entre sus brazos, los acontecimientos vividos no solo recientemente, sino desde que le conocí, pasaron velozmente por mi mente—. También hemos tenido momentos terribles, en los que estuve a punto de perder lo que yo más quiero en la vida. Momentos de temor y desasosiego. Pero cómo todos vosotros sabéis muy bien, a peleona y pesada no la gana nadie, y nadie, ni terroristas, ni políticos, ni curas, ni altos ejecutivos empresariales, lograran jamás que se esté calladita y deje de luchar por los desfavorecidos. Tampoco conseguirán que deje de investigar, y de encontrar, nuevos remedios a enfermedades olvidadas o no rentables porque son endémicas de países pobres.

»No sé quien fue el que dijo: “no hay mal sin recompensa”, y después de estos duros meses, el prodigioso organismo de Ángela ha sido capaz de hacer algo maravilloso, y cuándo puso de su parte para reparar los destrozos del atentado, lo hizo…, y mucho más, y lo que antes era imposible, ahora lo es, —durante breves segundos guardó silencio mientras yo, con la mirada perdida en el suelo, refugiada entre sus brazos y ruborizada hasta las orejas, esperaba a que lo anunciara—. Queridos amigos, es para nosotros una enorme alegría, anunciaros, que Ángela esta embarazada y que vamos a ser padres.

Un estruendo de aplausos y vítores se elevó entre los asistentes con evidentes muestras de alegría.

—No me extraña que aplaudáis con lo que nos ha costado, —bromee bajando el micrófono y hablando por el— y os lo aseguro, no ha sido por no intentarlo… y mucho—se escuchó una carcajada general mientras José Luis me daba un capón cariñoso.

—Cómo veis no ha cambiado, sigue cómo siempre: payasa hasta el final.

—De payasa nada, en todo caso: payasita.

La fiesta continuó hasta la madrugada. La noticia tuvo una repercusión enorme, tanto en España cómo en el resto de planeta. En EE. UU. dónde me consideraban uno de los suyos, los canales de televisión, abrieron los informativos con la noticia, al igual que los rotativos más influyentes que me llevaron a primera página.

 

Alba nació seis meses después en Villaverde, en un parto por inmersión. La gestación se desarrolló sin el más mínimo problema, e incluso Steeve estaba sorprendido. No quise epidurales, ni utilizar mis facultades mentales para pasar mejor el trance. Quería sentir, vivir el momento más esperado y deseado de mi vida. En estos meses no me he separado para nada de ella, ni de él, mi felicidad es absoluta. En su capacho, me la llevo a la clínica y paso consulta con ella al lado, a pesar de que eso las alarga mucho, porque todos quieren cogerla en brazos cuándo es posible. A veces, mi hermana se la lleva cuándo ve que la cosa se alarga más allá de lo tolerable. En el laboratorio estamos más tranquilas, allí solo trabajo con mis ayudantes que ya se han habituado a ella. Poco a poco fui reincorporándome a mis actividades normales, pero ya no fue como antes, nada de trabajar diez u once horas en la clínica. Siempre que se puede, la tarde la tengo libre para estar con los dos.

 

Su llegada nos ha cambiado la vida, y aunque, como a todas las mujeres, mi punto de mira ha cambiado y ella es ahora lo más importante de mi vida, no dejó de lado a mi único y posible amor: él sigue teniendo un lugar fundamental y privilegiado a mi lado.

 

Epilogo.

 

Con mi hija en brazos, entré en la plaza de Isabel II por las escalinatas seguida a poca distancia por los escoltas. Me dirigí a la derecha para curiosear en el escaparate de Natura, una tienda que me gusta. Inmediatamente, Kevin, un camarero ecuatoriano de la Taberna Real, se me acercó después de hacer una seña a los escoltas.

—Buenos días doctora, ¿desea sentarse en una mesa?, —me preguntó.

—Sí, sí, Kevin, muchas gracias. He quedado aquí con él.

—Muy bien, ahora mismo la preparo la mesa de siempre, —rápidamente me preparó una mesa en la misma plaza, casi en la esquina, frente a la parte trasera del Teatro Real. Me senté y deje la bolsa de las cosas de la niña sobre una de las butacas, algo que mi hombro agradeció. Pedí un café y mientras jugaba con la niña le vi llegar a lo lejos, bajando por la calle Arenal procedente de la Puerta del Sol. Calvo como siempre, con sus tatuajes visibles en parte por una camiseta de tirantes, y la chaqueta doblada en el brazo con la que sostenía una carpeta. Con todos los años que llevábamos juntos, y su visión me sigue dejando sin respiración.

—Mira Alba, ya llega papa, —la dije llamando su atención al tiempo que los turistas de las mesas de al lado se volvían para verle llegar. Balbuceando extendió los bracitos en su dirección y él la cogió nada más llegar, nos besó y se sentó.

—¿Qué tal la reunión?

—Cómo suponíamos: mal.

—¿Y eso?

—Todavía no se han enterado de que las cosas están cambiando y quieren estar metiendo la mano hasta el último momento.

—¡Joder!, ¿no se dan cuenta de lo que se les viene encima? El 15M es el principio de una ola que les va a barrer a todos.

—Ya, pero parece que les da igual.

— A ver si la gente reacciona de una puta vez, y les manda a la mierda, que es dónde deben de estar.

—Esperemos que sea cómo tú dices, pero en fin, ¿qué tal hoy, que habéis hecho?

—Steeve ya me ha dado los resultados definitivos de la nena.

—¿Y?

—Todo indica que ha heredado mis… peculiaridades.

—¡No jodas! ¿Dos «listas» en casa? ¡Qué horror! —bromeó— no sé si voy a sobrevivir.

—¡Anda, no seas tonto!

—¿Cómo que no?, a vuestro lado seguro que lo soy.

Cuando miro hacia atrás, y veo todo lo que me ha ocurrido a lo largo de estos veinte años. Muchas cosas buenas, cosas malas y cosas horribles, pero sé que ha merecido la pena. No puedo desear más, no quiero nada más, solo retener este instante maravilloso: los tres juntos para siempre.

 

                                                               *  *  *  *  *  *

 

Con este capítulo concluye esta historia. Aunque estoy trabajando en otro relato, también por capítulos, lo cierto es que tengo otras cosas entre manos, y me falta tiempo. Cuándo lo termine lo publicaré en esta Web, pero tardaré, al menos un par de meses.

Quiero daros las gracias por el apoyo que ha tenido este relato, tanto en el número de visitas, cómo en los comentarios, cómo en los correos que he recibido.

Muchas gracias a todos.

Calvito.

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