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Los crímenes de Laura: Capítulo tercero

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Una maleta ensangrentada.

 

Nivel de violencia: Bajo

Aviso a navegantes: La serie “Los crímenes de Laura” contiene algunos fragmentos con mucha violencia explícita. Estos relatos conforman una historia muy oscura y puede resultar desagradable a los lectores. Por lo tanto todos los relatos llevarán un aviso con el nivel de violencia:

-Nivel de violencia bajo: El relato no contiene más violencia de la que puede ser normal en un relato cualquiera.

-Nivel de violencia moderado: El relato es duro y puede ser desagradable para gente sensible.

-Nivel de violencia extremo: El relato contiene gran cantidad de violencia explícita, sólo apto para gente con buen estomago.

 

La detective Laura Lupo accionó el mando que abría a distancia su sedán camuflado y se sentó en el asiento mientras prendía un cigarrillo. Antes de poner en marcha el motor encendió la radio de onda corta que la mantenía comunicada con la central y solicitó la dirección a la que debía dirigirse. La respuesta no se hizo esperar y Laura arrancó el motor mientras activaba las señales lumínicas ocultas sobre el salpicadero del vehículo. Antes de pisar el acelerador, cogió un disco compacto y lo insertó en la ranura correspondiente.

“I can't use it anymore. It's getting dark, to dark to see”.

Laura aceleró el motor del vehículo mientras se alejaba de la comisaría a toda velocidad. Las señales luminosas acompañaban el ritmo de la melodía mientras se lanzaba a su frenética carrera por llegar cuanto antes a su destino. Ella sabía que todo aquel despliegue de autoridad no era necesario, ya no era tan temprano, y la hora punta había pasado, por lo que las calles no estaban demasiado concurridas, además, no importaba si llegaba un poco antes o un poco después, seguramente la zona ya estaba acordonada, y lo más probable fuera que los forenses estuvieran trabajando sobre el terreno. Pero a Laura, al igual que a muchas otras personas, le relajaba conducir, y sobre todo, le relajaba conducir a gran velocidad. Por suerte para ella, podía hacerlo.

“Feels like I'm knocking on heaven's door”.

El veloz coche de policía zigzagueaba, sorteando a los vehículos civiles al compás de la melodía, mientras Laura se preguntaba a que nuevo horror iba a tener que enfrentarse. Normalmente, los casos que requerían la presencia de la Unidad de Crímenes Especiales y Violentos eran perpetrados por desquiciados del más alto nivel, así que podía esperarse cualquier cosa.

-Knock, knock, knocking on heaven's door –repitió Laura varias veces, acompañando a los Guns N Roses que cantaban a través de los altavoces.

Y para colmo había un juez implicado en el asunto, ni más ni menos que el juez Alonso. Laura no solía prestar demasiada atención a los temas burocráticos y por norma general no le importaban los jueces, pero todo el mundo había oído hablar del juez Alonso.

“Mama put my guns in the ground. I can't shoot them anymore”.

El juez Alonso era un peso pesado de la justicia, había comenzado su carrera meteórica hacía muchos años, en un tribunal menor, y al poco tiempo, era titular del primer juzgado penal de la zona. Eso sólo fue el principio, en unos años se convirtió en un pez muy gordo de la justicia, y su ascensión fue imparable. Además, el juez Alonso era el predilecto de los medios de comunicación por sus ansias de protagonismo y sus sentencias, muchas veces polémicas.

“That cold black cloud is coming down. Feels like I'm knocking on heaven's door”.

No era capaz de imaginarse quién podría atreverse a cabrear de aquella manera a un juez, y menos a aquel juez. Seguro que él estaba encantado con la situación, más publicidad, más bombo… Aunque el juez  era un hombre bastante mayor y su carrera ya había llegado a lo más alto. No, aquella línea de pensamiento no la llevaba a ningún lado. Era muy improbable que el juez estuviera directamente implicado, había formas mucho menos complicadas de saltar a la portada de los tabloides.

-Knock, knock, knocking on heaven's door – tarareó Laura mientras cavilaba.

Aún que tal vez sí estuviera implicado de alguna otra forma. El cadáver de una joven con signos de abuso, había dicho el comisario… Quizás fuera el propio juez el que había abusado de ella y había montado el paripé para librarse. No, tampoco tenía ningún sentido, un juez, sobre todo con la experiencia penal de Alonso, sabía que aquellas cosas nunca salían bien. ¿La habría matado la mujer del juez en un arrebato de furia al pillarlos juntos? Tampoco cuadraba, había formas mucho más efectivas de deshacerse de un cadáver, y seguro que Alonso podría encontrar a la persona adecuada para encargarse del asunto de forma discreta.

“Knock, knock, knocking on heaven's door”.

Por lo poco que sabía, tenía pinta de ser algo personal. Cuando echara un ojo a la escena del crimen podría averiguar algo más, de momento, poco podía sacar en claro. Laura aceleró a fondo traspasando los lindes de la ciudad, haciendo que el forzado ronroneo del motor se mezclara con las últimas notas de la canción que llegaba a su fin. Condujo a toda velocidad por la autovía varios kilómetros, hasta que finalmente se desvió hacia una de las urbanizaciones para gente adinerada que circundaban la urbe. Ahora llegaba la parte difícil, debía averiguar cual de aquellas casas pertenecía al juez.

Dio varias vueltas, callejeando entre aquellos chalets que parecían pequeñas mansiones hasta que vio una casa acordonada, con varios coches patrulla aparcados a la entrada, y con un par de agentes intentando controlar a la masa de curiosos que casualmente pasaban por allí, a la vez, todos. Las noticias vuelan en estos sitios, pensó, seguro que todo el mundo ya está al corriente de lo que ha sucedido.

Apagó el motor de su sedán a cierta distancia y salió del vehículo encendiendo un nuevo pitillo. Se acercó a la masa de curiosos y se abrió paso a codazos. La mayoría de los mirones protestaron por su brusquedad, pero ninguno se atrevió a entorpecer el camino de aquella mujer que parecía la viva imagen de la determinación. Cuando por fin llegó al cordón policial lo traspasó sin miramientos. Un joven agente, al que le había sido encomendada la misión de impedir que la masa borreguil entorpeciera las labores policiales, intentó detenerla amarrándola por el hombro.

-Disculpe, no puede entrar aquí –dijo el muchacho, algo contrariado por la actitud de seguridad de Laura-. Es un cordón policial.

-O me quitas la mano de encima o te la comes –contestó Laura sin siquiera hacer ademán de identificarse como agente de la ley.

Los ojos del joven agente se abrieron como platos por la inesperada respuesta. Laura no conocía al muchacho de uniforme, había demasiados policías para conocerlos a todos. Y este debía ser muy novato, era lo único que podía explicar que él no supiera quién era ella.

-¡Suéltala! No la hagas enfadar –gritó divertido un compañero del muchacho vestido de uniforme-. Si se cabrea te arrepentirás.

El novato policía apartó la mano del hombro de la detective lo más rápido que pudo y agachando la vista pidió disculpas sin saber muy bien porque, sólo por si acaso.

-Panda de inútiles –murmuró la detective mientras se alejaba de los agentes en dirección a la entra de aquel palacete que parecía ser la residencia del juez.

Laura cruzó el amplio jardín a grandes zancadas, sin molestarse en seguir el sinuoso sendero que lo atravesaba. El agente que custodiaba la entrada a la vivienda si reconoció a la detective Lupo y le franqueó el paso sin problemas, todos los agentes  se enteraban, por las buenas o por las malas, de su merecida fama, y ninguno quería problemas con ella.

Laura tiró el cigarro aún encendido y cruzó el umbral, inmediatamente vio una maleta ensangrentada, que aún contenía los restos mortales de la joven, abierta en el centro de un gran hall. Sin prestar atención a nada más, se acercó para contemplar de cerca el cuerpo de la muchacha.

-¡Por el Amor de Darwin, Laura! Apártate de ahí –la detective reconoció la voz del forense jefe de la unidad-. Vas a contaminar las pruebas.

Si cualquier otro le hubiera hablado en aquel tono, lo más seguro es que no hubiera recibido más que un bufido y una completa indiferencia. Pero el doctor Dante Dédalos era una de las pocas personas que podía afirmar que contaba con el respeto de Laura Lupo. Así que, se apartó de la maleta del delito. El doctor Dédalos no era ya un hombre joven, con su pelo cano y su mirada perdida superaría fácilmente los sesenta. Aún así, era un pozo de vitalidad y sabiduría, la cuál era muy apreciada por el resto de la unidad.

-Ten Laura, ponte esto –dijo el doctor Dédalos mientras le facilitaba una bata de plástico similar a un impermeable-. ¿Dónde anda el subinspector?

-No sé, anoche tuvo guardia, supongo que lo veré en cuanto el comisario se ponga en contacto con él. ¿Qué tenemos? –Preguntó Laura mientras se enfundaba en el poncho y extraía unos guantes de látex de una caja de cartón que reposaba junto al maletín del forense.

-Pues de momento no mucho. La maleta ha llegado esta mañana por mensajería, y al abrirla ha aparecido la sorpresa.

-¿Qué sabemos de la chica?

-Aún menos. Es una joven de unos veintitantos años, quizás treinta, pelirroja, ojos verdes, piel blanca… Por el color diría que lleva muerta menos de doce horas, pero hasta que no la examine con profundidad no sabría decírtelo con exactitud, y poco más puedo decirte. Mira, fíjate en esto, ves el brazo derecho, parece fracturado.

-¿Obra de un psicópata? –Preguntó Laura acercándose, ahora sí, debidamente vestida, al cuerpo.

-Un perturbado seguro, pero no creo que concuerde con un perfil psicopático. Fíjate la posición del cadáver dentro de la maleta, parece como si el que la metió ahí dentro intentara que fuera cómoda, como si no deseara que siguiera sufriendo.

-Eso es raro –observó Laura con una sonrisa socarrona-. Podrían haber sido dos personas tal vez.

-Sí, sí que es raro. Y yo diría que es obra de alguna banda organizada. Deberías revisar los últimos casos de nuestro amigo Alonso, tal vez ha encerrado a quien no debía.

-Parece lo más probable. Pero una banda en busca de venganza tampoco trataría con cuidado el cadáver, lo habrían metido en la maleta de cualquier forma, incluso descuartizándolo, más sangre, más impacto.

-Sí, ya veo donde quieres ir a parar. ¡Gracias a Darwin! Ya han traído la camilla… –el doctor Dédalos se alejó de la detective mientras daba instrucciones a los camilleros.

Laura se apartó de la escena para no entorpecer la labor del forense y preguntó a uno de los agentes que por allí pululaban dónde podía encontrar al juez Arturo Alonso. Con las indicaciones pertinentes se quitó las protecciones plásticas y subió al piso superior por la escalera, que ascendía pegada a la pared de la gran sala de entrada a la pequeña mansión. Cuando llegó al rellano del primer piso se asomó y se quedó contemplando durante unos segundos como el forense, ayudado por los sanitarios, intentaba sacar de la maleta el cadáver de la joven causando el mínimo daño posible.

Laura se dio la vuelta, apartando la mirada de aquel macabro espectáculo, y atravesó sin miramientos la gran puerta doble tras la que debía esconderse el juez, según le habían asegurado. Cuando cruzó el umbral paseó la mirada por aquella sala, que debía ser el dormitorio principal, decorada de forma barroca y con un mal gusto evidente. Pudo comprobar que tanto el juez como su mujer se hallaban, efectivamente, en aquella habitación, rodeados por unos cuantos agentes que tomaban notas y rellenaban papeles.

-Buenos días, señor Alonso, soy la detective Laura Lupo, de la UDEV –dijo Laura acercándose a la gran cama de matrimonio en la que permanecían sentados el juez y su esposa.

-Sé quién eres –la escueta respuesta del juez fue acompañada por una mirada de desaprobación.

-Tendrá que contestarme a unas preguntas.

-Ya he contestado a sus compañeros todo lo que querían saber, déjennos tranquilos de una vez.

-Mire, señoría, me da absolutamente igual quien se crea que es. Esto es una investigación policial, y me la han encomendado a mí. Me importa un carajo su cargo, su posición y sus contactos. Ahora mismo es un sospechoso, y contestará a mis preguntas. Si no quiere hacerlo aquí, no tengo ningún problema en detenerle y acabar esta conversación en comisaría.

-Pregúnteme lo que necesite saber –el juez atravesó con la mirada a Laura, siendo consciente que no tendría el menor reparo en cumplir su amenaza. Ya ajustaría cuentas con la mujer en otro momento.

-Bien. ¿Qué ha pasado aquí?

-Pues esta mañana, temprano, a eso de las siete y media, ha llegado un paquete a mi nombre.

-¿Quién lo ha traído?

 -Un mensajero, no sé. Creo que era de Planet Expres. Es el nombre que figuraba en la hoja de entrega, pero no la tengo, se la di a un compañero suyo –Laura no dijo nada y esperó a que el juez continuara-. Total, que he firmado el paquete y me lo ha descargado en la entrada, justo donde está ahora. He abierto la caja y he visto una maleta. Como me ha parecido sospechoso, he salido de la casa con mi mujer y les he llamado. Comprenda que con un cargo como el mío toda precaución es poca…

-¿Cómo era el mensajero?

-No sé, no me he fijado, un mensajero.

-Vendría en coche –Continuó la detective.

-Sí, creo que era una furgoneta negra…

-¿Marca? ¿Modelo?

-No lo sé. No me he fijado –el juez parecía confuso, tantos años preguntándose cómo algunos testigos no reparaban en detalles evidentes y ahora las tornas se habían dado la vuelta.

-Supongo que tendrá cámaras de seguridad.

-Sí

-Necesitaré una copia de los vídeos.

-Se la haré llegar.

-¿Dónde estuvo anoche?

-¿Pues dónde voy a estar? Aquí, en casa.

-¿Y su mujer?

-Aquí también, conmigo.

-¿Alguien podría atestiguarlo? –volvió a preguntar la detective.

-No vaya por ahí, agente Lupo.

-Detective –matizó la joven-. ¿Hay alguien que quiera hacerle daño? ¿Alguien puede tener motivos para vengarse de usted?

-¿A usted que le parece, detective? –Respondió el juez enfatizando la última palabra-. He metido a muchas personas entre rejas.

-Necesitaré acceso a todos sus expedientes, tanto los más recientes como los antiguos. Manténgase localizable.

-¿Es todo?

-Es todo. Por el momento.

Laura no dijo una sola palabra más mientras salía de la casa del juez y volvía a la ciudad. Lo primero que hizo al llegar a comisaría fue enviar a uno de los jóvenes agentes a investigar a la empresa mensajera, aquello no le olía bien.

Después pasó el resto de la mañana revisando los expedientes del juzgado en busca de alguna pista, pero no halló nada. Nada que le pudiera servir. Apartó unos cuantos dossieres que podrían estar implicados y poco más.

Pasado el mediodía volvió a sonar su teléfono móvil. Laura contestó esperando alguna noticia sobre el caso.

-Detective Lupo.

-Laura, te he concertado una cita con el terapeuta de la unidad –dijo el comisario desde el otro lado del aparato.

-¿Qué ha hecho qué?

-Mira, detective Lupo –remarcó las palabras con sorna el comisario-. Te he dicho que estás a prueba. Si no obtengo una evaluación positiva del jodido psicólogo, te juro que perderás la placa tan rápidamente que la cabeza te dará vueltas. Así que ya estás tardando en presentarte en su puerta.

-¿Cuándo ha concertado la cita?

-Ahora, ya. Así que espero que antes de acabar esta conversación estés entrando por la puta puerta de su despacho.

El comisario colgó sin esperara respuesta. Lo que le faltaba, ahora tendría que pasarse por la consulta del jodido loquero. Laura no creía en los psicólogos, estaba convencida de que sólo era gente con mucha cara y mucha labia, que se dedicaban a sacarle pasta a la gente. Pero no podía hacer otra cosa, así que apagó el ordenador y subió al piso superior de edificio.

“Eleázar Espinosa, Terapeuta” rezaba la placa colgada junto a la puerta que Laura cruzó sin llamar.

-Ah, Laura, sos vos, viniste –dijo el psicólogo casi sin levantar la vista de sus papeles-. No creí que el comisario consiguiera que pasaras por aquí. Y con los mismos modales de siempre. Llamar a la puerta no cuesta nada, de verdad.

-Acabemos con esto de una vez –bufó Laura.

-No, no, Lupo, esta vez no. Ahora tu placa depende de mi evaluación, he sido debidamente informado. Así que vamos a hacerlo a mi manera. Si querés una evaluación positiva, debés complacerme. Sentate, por favor, vamos a intentar ir a raíz del problema.

Laura se sentó en la cómoda butaca sin decir nada, aunque no era necesario, su cara hablaba por ella.

-De acuerdo, Lupo, veo que los términos de nuestro acuerdo son claros, si no querés perder la placa, debés hablar conmigo. Y dado que, por lo que sé, tus problemas radican en la muerte del hijo del comisario, con el que mantenías una relación, vamos a empezar a trabajar por ahí. Quiero que me hablés de vosotros, de vuestra relación. Contámelo todo sobre vosotros.

-No pienso hacerlo, eso es algo personal y muy privado –contestó Laura más dolida que enfadada.

-Bien, puedo sentir tu dolor, Lupo, y eso es bueno. Sacalo, contámelo. ¿Hablaste alguna vez de esto con alguien desde su muerte? No quiero que me contés los detalles más personales, obviamente, sólo quiero que me contés la historia de vuestra vida en común, y que es lo que sentías por él…

-No pienso hacerlo –contestó Lupo levantándose de la butaca. Pero cuando sus ojos se cruzaron con la mirada impasible del terapeuta, supo que no tenía otra opción, o accedía o se iba a la calle. Volvió a sentarse y empezó su relato.

-Nos conocimos siendo muy jóvenes y muy distintos, éramos demasiado jóvenes para ser tan jóvenes… -Laura empezó su historia mientras dejaba que su mente recorriera un camino mucho más profundo.

Laura había conocido a Fernando hacía muchos, muchos años. Cuando sus caminos se cruzaron, ninguno de los dos tenía todavía definida su vida en absoluto. Ella era una joven descarriada, hija de padres irresponsables que la abandonaron a su suerte, obligándola a pasar su infancia entre casas de acogida y orfanatos. Él, por el contrario, era un joven responsable, de familia bien, hijo de un policía de éxito, recién ascendido a comisario.

Como todo el mundo sabe, los polos opuestos se atraen, y en este caso se cumplió el aforismo. Ambos jóvenes coincidieron en el instituto y se fijaron el uno en el otro de forma inmediata. Él, estudiante modelo y alumno ejemplar, se sintió atraído por el aire de chica mala que irradiaba su compañera, ella, por el contrario, encontró en él un modelo a seguir, alguien que la quería y se preocupaba por su suerte más allá del interés evidente.

Poco a poco, el joven Fernando, un chaval de firmes convicciones, fue haciendo mella en el carácter de Laura, y consiguió que se tomara en serio la vida y los estudios. Ella, por el contrario, nunca fue capaz de influir en la determinada corrección de su joven pareja.

Laura admiraba a Fernando e intentó emularle, mejorando considerablemente tanto en su vida diaria como en la escolar. Al cabo de un año de relación, ambos se habían convertido en el orgullo de sus profesores. Algunos de ellos seguían mirando con reticencia a Laura, pero debían reconocer que el cambio experimentado por la adolescente había sido increíble.

Durante aquel primer año de noviazgo, él se había comportado siempre de manera impecable en lo que al sexo se refería. Ella había intentado provocarle en múltiples ocasiones, pues deseaba que su relación llegara más allá, pero Fernando, tan correcto como era, jamás había pasado de los besos lujuriosos y de algún tocamiento inocente sobre la ropa. Hasta aquella noche.

Justo un año hacía desde su primera cita y Laura estaba dispuesta a conseguir aquello que deseaba. De forma inocente, consiguió convencer a Fernando para compartir cena de aniversario, a lo que el chaval se mostró dispuesto, lo que no le dijo es que después de la cena había reservado, como regalo especial, una noche de hotel. Cuando tras la cena ella le entregó el presente, él se mostró reticente, pero debía reconocer que la deseaba muchísimo, y creía, pensó, que ya era momento de dar el paso.

Laura tuvo que echar mano de todo su descaro para que el recepcionista del hotel, que no tenía muy claro permitir a aquella pareja de chavales acceder a la habitación reservada, les entregara la llave. Finalmente, lo consiguió, y la joven pareja enamorada subió los pisos que les separaban del cielo presos del nerviosismo y la excitación. Fernando no consiguió abrir la cerradura del dormitorio y tuvo que ser Laura la que, robándole las llaves de las manos temblorosas, franqueara el paso.

-Menudo policía vas a ser si no eres capaz de abrir una puerta –bromeó Laura mientras entraba en la habitación.

-Que imbécil que eres –rió el muchacho corriendo tras de ella y empujándola suavemente para que cayera sobre la mullida cama doble.

-¡Suéltame! –Exclamó la joven entre carcajadas mientras su acompañante se ponía encima de ella inmovilizándola.

-¿Qué? ¿Seré un buen policía o no lo seré? –el muchacho acercó su cara a la de ella lentamente, hasta dejar su boca a pocos centímetros del rostro de la chica.

Laura intentó alcanzar los labios del muchacho con la clara intención de morderle, pero él, conociéndola y viéndola venir, se retiró ligeramente sin soltarla, tan sólo la distancia necesaria para que no pudiera lograr su malicioso objetivo.

-Dime, seré o no seré buen policía, ya has visto que no me ha costado nada inmovilizarte –ronroneo el muchacho acercándose de nuevo.

-Ahora cuando consiga soltarme te contesto –replicó la joven Laura enseñando los dientes y retorciéndose bajo la férrea presa de su pareja.

-Algún día tú y yo seremos policías, los mejores de la ciudad, la envidia del cuerpo, ya lo verás.

-No lo creo –dijo Laura soltando una carcajada-. Tú sí llegaras a ser un gran policía, pero yo. Yo nunca estaré del lado de la ley, ya lo sabes…

-Entonces tendré que detenerte –replicó Fernando sonriendo, y sin poder contenerse un solo segundo más se abalanzó sobre los labios de su amada.

La pequeña conversación, unida a las risas y las bromas, había conseguido que la nerviosa pareja se relajara lo suficiente para dejar de pensar en lo que estaban a punto de hacer. Los besos y las caricias comenzaron a sucederse de forma tierna y sensual consiguiendo en poco tiempo que la temperatura de ambos cuerpos ascendiera notablemente.

Laura, tumbada de espaldas sobre la cama, no ponía impedimento a que la lengua de Fernando paseara entre sus labios, ni a que las manos del chico recorrieran su figura. Por su parte, ella, desde abajo, se concentró en acariciar la amplia espalda del muchacho, sintiendo como la excitación iba conquistando cada recoveco de su ser. Impelida por la lujuria, la joven enredó sus manos con la camisera del chaval y la arrastró hasta hacerla pasar por los hombros de Fernando, quedando ambos con la cabeza cubierta por la prenda.

El joven se separó de su novia para acabar de quitarse la camiseta, y ella aprovechó su distracción para hacer lo mismo, quedando los dos semidesnudos sobre las sábanas. Cuando él volvió a recostarse, ella pudo notar el bulto que ocultaba entre los pantalones. No dijo nada, pero mientras Fernando intentaba infructuosamente pelearse con el sujetador que ocultaba sus incipientes pechos, bajó su mano hasta hacerla entrar en contacto con la tela que escondía su recompensa. Cuando el muchacho sintió el roce de las jóvenes manos de su chica tensó el cuerpo y gimió. Ella sonrió, pensando que si una caricia sobre la tela producía tal efecto, deseaba comprobar lo ocurría cuando no hubiese barreras.

Fernando consiguió vencer finalmente la resistencia del sostén y liberó los pechos aún niños de Laura. Ella suspiró de placer cuando notó los tímidos labios de él besando y lamiendo sus sensibles pezones. Fernando se concentró en la tarea, poniendo su lengua, sus manos y todo su empeño en hacer disfrutar a su chica. Laura supo que había llegado el momento de su venganza, y pillándolo desprevenido le empujó, obligándole a apartarse y haciéndole caer de espaldas sobre la cama. Rápidamente, sin siquiera darle tiempo a reaccionar, se dio la vuelta y se montó a horcajadas sobre el pecho de su novio agarrando con fuerza las manos de este para inmovilizarlo.

Se acercó con mimo al cuello de su amante y comenzó a mordisquearle mientras lo besaba y succionaba. El cuerpo del chaval se arqueaba al notar las cálidas caricias de la joven en su garganta y haciendo acopio de toda su concentración consiguió liberar las manos prisioneras para acariciar el torso desnudo que se enredaba con el suyo. Así prendieron llama, ella sobre él, hombre y mujer, deshacían la cama.

Finalmente Laura, que ya no podía contener la excitación se levantó de un salto y desabrochándose el botón lo más rápido que pudo se bajó los jeans quedando vestida únicamente con las finas braguitas. La muchacha dijo a su amante que quería verlo también totalmente desnudo y el chaval no tuvo más remedio que acceder a sus deseos. Fernando se libró de los pantalones a la vez que se deshacía del calzoncillo dejando libre, su erecto miembro que apuntaba al techo.

La muchacha contempló el inhiesto falo mordiéndose el labio con lujuria, casi con glotonería. Había visto otras pollas en revistas y películas, pero nuca había tenido ninguna tan de cerca, y menos al natural. Debía reconocer que era bastante más pequeña de lo que se había imaginado, pero supuso que su única fuente de información sobre el sexo, que había sido el porno, no era del todo fiable. Por último, Laura se quitó también las pequeñas e infantiles bragas que escondían su sexo.

Fernando desvió inconscientemente la mirada a la zona prohibida de la muchacha y la apartó inmediatamente, azorado. Ella se percató y no supo cómo reaccionar, ambos eran novatos en aquellas lides y se quedaron momentáneamente paralizados. Laura fue la primera en reaccionar, y de pie como estaba al lado de la cama, acercó sus manos a la zona vaginal acariciando suavemente su monte de Venus.

-Puedes mirarme todo lo que quieras –dijo mientras separaba ligeramente sus labios vaginales con la mano-. Y tocarme.

El joven sonrió tan avergonzado como excitado, y acercó una mano temblorosa a la zona que su novia le ofrecía. Ella dejo de acariciarse permitiendo a su amante reconocer la zona, y sin apartarse del borde de la cama se inclinó para tomar entre sus manos el regalo que tanto tiempo había deseado.

Ambos jóvenes suspiraron al unísono al sentir el contacto del uno en el otro. Fernando acariciaba la parte externa del sexo de la chica sin atreverse a profundizar demasiado con sus mimos, aún así, ella, tremendamente excitada, sentía cada roce como si jamás hubiera experimentado nada tan placentero. Laura también exploraba ingenuamente el mástil de su compañero, sin saber muy bien cómo actuar, lo rodeó con la mano y con cuidado, temerosa de dañarle, retiro ligeramente la piel que cubría el glande.

Pese a su inexperiencia, ambos chicos tenían alguna noción básica sobre sexo, e intentaron sacar máximo partido a esos conocimientos. Él buscó el clítoris de la joven hasta que un gemido especialmente excitado le indicó que aquél bultito era el botón mágico. Continuó su exploración con los dedos empapados por los flujos de la chiquilla pero cada vez que podía regresaba a visitar aquel capuchón que lo recibía con grititos gozosos. Ella, por su parte, conocía la mecánica aproximada para la masturbación masculina y, tal vez con demasiada delicadeza, subía y bajaba la mano por el tronco de su chico haciendo que suspirara con cada caricia.

-¿Te he hecho daño? –preguntó asustado el joven cuando Laura se apartó repentinamente de él.

-No, no me has hecho daño, pero si sigues así voy a correrme, y no quiero hacerlo así –contestó la muchacha mientras se agachaba y buscaba en los bolsillos de los pantalones que aún reposaban en el suelo-. Toma póntelo.

-Pero no sé cómo va esto –dijo Fernando mientras volteaba entre sus dedos el paquetito plateado-. Nunca me he puesto un condón.

-No será tan difícil, para todo hay una primera vez.

Sin demasiados problemas consiguieron encapuchar la polla de Fernando, y con alguna dificultad más, se prepararon para consumar su relación. Al final, Laura, tumbada de espaldas sobre la cama y abriendo sus piernas, cobijó a su hombre, que se situó sobe ella.  Fernando fue incapaz de dirigir aquel aún no demasiado gran misil, y tuvo que ser Laura la que con sus manos, guió la polla al lugar correcto. Cuando todo estuvo preparado, el muchacho empujó, introduciendo parte del miembro en el interior del coño de Laura que se abrió para recibirle. Ella sintió un pequeño dolor al ser penetrada, pero el falo adolescente de Fernando aún no había crecido lo suficiente como para suponer una amenaza. Laura pidió que continuara y el chico obedeció. La polla del muchacho resbaló sin problemas entre la humedad, hasta que se introdujo totalmente.

-¿Te ha dolido? –Preguntó inocentemente-. Dicen que la primera vez puede doler.

-Me ha encantado, ahora quiero que me folles de una vez.

El joven comenzó un lento movimiento de vaivén que se fue acelerando paulatinamente hasta alcanzar un ritmo frenético. Laura notaba como aquel mástil se adentraba en sus profundidades produciéndole un inenarrable placer, hasta que repentinamente sintió un gran dolor en sus entrañas. El agónico grito se mezcló con sus gemidos, lo que hizo que el muchacho no se percatara y continuara bombeando sin piedad. Laura estuvo a punto de detenerle, de pedirle que parara, pero el placer regresó de forma inmediata tras aquella punzada dolorosa, así que no dijo nada y permitió que aquella frenética carrera continuara.

A los pocos minutos ambos jadeaban entrecortadamente, sintiendo como el clímax comenzaba a invadirles. Laura arqueó su espalda en un movimiento involuntario, alzando las caderas y permitiendo que la penetración fuera más profunda. Una serie de espasmos recorrió su cuerpo haciendo que alcanzara el orgasmo más placentero que había sentido nunca y propiciando, gracias a la contracción de sus paredes vaginales, que el joven descargara toda su lefa  en la transparente bolsa de látex.

Ambos jóvenes quedaron exhaustos, tumbados uno junto al otro, fundidos en un abrazo eterno.

-Si lo haces así, puedes detenerme cuando quieras- murmuró la chiquilla antes de dormirse, rendida.

La detective Lupo abandonó la consulta del terapeuta sintiéndose peor que cuando había atravesado aquella puerta. No sólo no había conseguido sentirse mejor hablando de su relación con Fernando, si no que además, esta conversación había traído evocadores recuerdos de otra época que no quería tener presentes.

-Laura, te estaba buscando. ¿Dónde te habías metido?

-He salido a comer –mintió Laura descaradamente.

-El comisario me ha dicho que nos han asignado el caso del juez Alonso.

Laura miró al subinspector Germán García con cara de pocos amigos. A ella le gustaba trabajar por su cuenta, pero debía reconocer que hacía buen equipo con aquel hombre. Al subinspector tampoco le gustaba la compañía a la hora de investigar, y realmente trabajaban juntos de forma casi independiente, cada uno por su lado, y poniendo en común sus resultados al final de la jornada, con lo que el terreno abarcado era mayor.

-El comisario está realmente cabreado contigo, me ha pedido que te supervise –dijo el hombre con una media sonrisa.

-Puedes intentarlo –contestó ella.

Técnicamente Germán García era su superior, ella nunca llegaría a subinspectora, debido sobre todo a sus métodos, pero si alguien debía supervisarla, se alegraba de que fuera su compañero.

-En fin Laura, creo que tenemos el nombre de la víctima, se ha denunciado la desaparición de una joven que coincide con las características de nuestra chica misteriosa.  Bianca no sé qué, creo que se llamaba, lo tengo por aquí apuntado –el subinspector consultó los papeles que llevaba en la mano-. Bianca Baeza, hace dos días que no se presenta en el trabajo ni da señales de vida. Voy a su apartamento ¿Te vienes?

-No, ves tú, yo voy a ver si el doctor Dédalos ha sacado algo en claro del cadáver.

-Perfecto, nos vemos luego. Te estaré vigilando –bromeó el subinspector mientras se alejaba sonriendo-. No la jodas como de costumbre.

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