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Mi adolescencia: Capítulo 27

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Sabía que la primera gran prueba de fuego que debería afrontar sería el siguiente fin de semana cuando en el botellón se cruzasen las miradas entre Rafa y yo. Debía ser fuerte y valiente. Debía tener orgullo y demostrar al mundo entero (empezando por mi misma) que había pasado página con mis encuentros con Rafa y que todo un abanico de nuevas relaciones se abrían ante mí. Por lo que lo primero que hice ese sábado fue exorcizar lo que había ocurrido en mi habitación. Y la mejor forma de hacerlo era enfrentarme directamente a ello. Por lo que con decisión, personalidad y fuerza me vestí exactamente igual que aquel día. Es decir, con la misma camisa rosa ya lavada y el mismo pantalón negro. Si quería olvidarme por completo de ello debía cuanto antes volver a ponerme esa misma ropa y superar de una vez la humillación y vejación a la que fui sometida con ella puesta. Al principio me mostré indecisa e intranquila al tener puesta de nuevo esa camisa, pero enseguida con mucho orgullo me dije: “¡Qué demonios! ¿Vas a dejar que por culpa de lo que hizo Rafa estés agobiada para el resto de tu vida? ¡Ni hablar! Llevaré esta ropa siempre que me de la gana y no dejaré que esto me traumatice ni me agobie”. Por lo que repleta de orgullo y dignidad salí en ese botellón y me esforcé en pasármelo genial venga a reír, disfrutar, bailar y hablar con todo el mundo. Con todo el mundo menos Rafa, claro, al que jamás le volví a dirigir la palabra ni tan siquiera la mirada. Es más, ni siquiera me costó hacerlo. Fue algo natural y espontáneo el pasar de él y me sentó genial el despreciarle de por vida. Por supuesto, él tampoco hizo nada ya por acercarse a mí, le quedó muy claro que lo nuestro se acabó para siempre y que, aunque coincidiéramos en botellones o eventos, nunca más nuestros caminos volverían a cruzarse. 

Esa noche pasé de los chicos voluntariamente. Solo quería disfrutar de esa noche a tope y no complicarme más la vida. Aun así me di cuenta perfectamente que Edu no me dejó de mirar en ningún momento y que esa noche le gusté más que nunca. Por un segundo me cuestioné la pregunta de siempre entre ambos “¿No va siendo hora ya de que la chica más guapa e interesante de la pandilla salga de una vez con el chico más guapo e interesante de la pandilla?”. Pero enseguida me quité esa idea de la cabeza. Al menos esa noche no quería mortificarme con esas historias y darle vueltas. Solo quería disfrutar y ya está. Ya en las siguientes semanas me plantearía si por fin le permitía a Edu salir conmigo, pero por el momento estaba muy reciente todo lo de Rafa como para embarcarme en cualquier tipo de relación. De todos modos el destino, nuevamente el destino, me tenía preparada de nuevo una serie de acontecimientos que iban a dar un nuevo giro a mi vida, tanto sentimental como sexual. Aunque bien es cierto que en parte lo provoqué yo intencionadamente. 

No se hizo esperar estos acontecimientos pues el siguiente fin de semana se iba a desencadenar todo. Estábamos toda la pandilla en el botellón, charlando y divirtiéndonos en plan guay como siempre. Yo ya había percibido que si el fin de semana anterior Edu no me había quitado los ojos de encima, en este fue incluso mucho más descarado cómo no dejaba de mirarme y de intentar acceder a mí por todas las vías posibles. Sin embargo yo me porté con la frialdad, pasotismo e indiferencia de siempre. Por mucho que trató de disimular no pude conseguirlo, y aunque intentó mostrarse indiferente ante mí solo consiguió delatarse una y otra vez con miradas que me echaba. Yo a lo largo del botellón, al igual que el sábado pasado, no dejaba de cuestionarme ¿Estaba preparada para enfrentarme de verdad a una relación seria y formal con Edu? ¿Sería él lo suficientemente maduro para ello? Lo cierto es que desde que había roto con Graciela (o desde que Graciela rompió con él, pues nunca me quedó claro) no había vuelto a tontear con ninguna chica ni nada por el estilo. Es más, nada más romper no dejó de mandarme SMSs para quedar y solo cuando yo pasé de responder a esos SMSs dejó de hacerlo. Había demostrado sobradamente que yo le interesaba y que estaba ansioso por estar conmigo ahora que ya no estaba con Graciela. Sin embargo, yo no me veía tan preparada para dar este gran paso.

Por lo que le esquivé la mirada y pasé de él. Sabía que tarde o temprano tendría que acabar saliendo con él y así exorcizar de una vez lo que pasó a los 14 años y, sobre todo, liberar toda la frustración que me supuso el perder la virginidad con él y que luego pasase de mí por ser tan cobarde y niñato de no querer cortar con Graciela. Cierto que habían pasado ya muchos meses de eso y, sobre todo, que toda la historia con Rafa a lo largo de los siguientes meses me cegó, obnubiló y distrajo de tal manera que me hizo olvidar por completo. Pero ahora veía más factible y viable que nunca una posible relación entre ambos. ¿Estábamos los dos preparados y éramos lo suficientemente maduros para ser novios sin malos rollos? Todo parecía indicar que sí, pero yo quería todavía tomarme más tiempo para pensármelo y meditarlo, más aún estando tan reciente la desagradable experiencia con Rafa. Sin embargo, el destino no estaba dispuesto a darme más tiempo, pues ese mismo sábado algo iba a cambiar entre los dos. 

Todo empezó con una conversación con Antonio, el cual nos comentó que podíamos quedar al día siguiente para jugar al tenis, que sus padres eran socios de un club de tenis y que podíamos entrar todos. Yo hacía bastante que no jugaba al tenis pero me sedujo la idea, por lo que le comenté a Antonio que me gustaría jugar con él. Fue decir esas palabras y en menos de un segundo Edu vertiginosamente se apuntó al plan. Fue menos de un segundo. Fue tan descarado que hasta me dieron ganas de reír. No pudo ser más claro y descarado que el interés era porque iba yo, y no por el juego del tenis en sí. De todos modos, a pesar de que me dieron ganas de reír, lo que hice fue sonreír porque me encantó lo exultante, feliz y animado que se puso Edu por venirse a jugar al tenis con nosotros. Segundos después también se apuntó Jordi, por lo que quedamos los cuatro al día siguiente para ir al club de tenis. La noche siguió transcurriendo como si nada. Yo noté a Edu como más relajado, más tranquilo. Como si ya no tuviese que estar nervioso porque ya había quedado con nosotros para el día siguiente. También cesaron las miradas y no me volvió a mirar el resto de la noche. Fue como si su corazón necesitase haber tomado contacto de alguna manera conmigo y al haberlo conseguido ya se relajó de tal manera que no tuvo necesidad de volver a mirarme. 

Por lo que al día siguiente, aquel soleado domingo de finales de Septiembre, quedamos en la casa de Antonio a las 11 de la mañana para disfrutar de un intenso y deportivo partido de tenis. Todos fuimos bastante puntuales y nos montamos en el coche de Antonio rumbo al club de tenis (estaba a unos 4 kilómetros). Al llegar allí nos fuimos a los vestuarios a cambiarnos y a los 5 minutos ya estábamos los cuatro ya preparado para el encuentro. Yo estaba concienciada y concentrada para echar un buen partido. Me recogí el pelo en una coleta. Me puse mi polo blanco deportivo y unas calzonas blancas, así como unas estupendas zapatillas de deporte que había comprado semanas antes y que todavía no había estrenado. Salí a las pistas y nada más salir pude ver la mirada de Edu clavada en mí. Me miró fijamente. Casi diría que me escrutó de arriba abajo. Me hizo sentirme incómoda por tener su intensa mirada clavada en mí. Me obligué a pasar de él y empezamos el partido. Jordi y Edu contra Antonio y yo. No me gustaba nada la idea de tener a Edu enfrente de mí. Eso me ponía nerviosa y me desconcentraba. De todos modos el partido iba a ser una sorpresa tras otra.

Porque el partido de tenis fue de todo menos amateur y tranquilo. Fue dinámico, frenético, vital y hasta agresivo. Noté perfectamente como Edu me lanzaba todas las pelotas a mí con muchísima fuerza y agresividad. Era como si tuviera muchísima frustración y crispación interna y la descargaba golpeando fuerte la pelota. Fue un esfuerzo físico descomunal. Una pasada. Venga a correr los cuatro por toda la pista detrás de las pelotas. Nunca había hecho tantísimo ejercicio como ese día. Y, lo curioso, es que la rabia y fiereza de Edu al golpear no disminuyó según pasaron los minutos sino que, paradójicamente, cada vez fue golpeando más fuerte, con más vehemencia y sobre todo con mayor agresividad. Y siempre hacía mí. Siempre. Como si necesitase expulsar los demonios internos que llevaba dentro. Fue toda una declaración y manifestación de odio y rabia hacía mí. Eso no fue un partido de tenis. Fue directamente una batalla campal donde la frustración entre ambos hizo que el partido se acelerase a extremos casi insoportables. Estoy segura que Antonio y Jordi se quedaron flipados, pues lo que iba a ser un tranquilo partidito de tenis para pasar la mañana del domingo acabó siendo un manantial de agresividad y esfuerzo físico brutal. El partido duró una hora y todos quedamos destrozados de cansancio, totalmente extenuados y desfallecidos por el brutal esfuerzo físico. Pero si pensaba que ahí se iba a acabar todo estaba muy equivocada. 

Lo más fuerte aún estaba por pasar y no se haría esperar. Antonio y Jordi iban delante de nosotros rumbo a los vestuarios para ducharnos y cambiarnos de ropa. Cuando noté la mano de Edu que cogía mi mano para que ralentizara el paso. Eso hicimos. Ralentizamos el paso lo suficiente para que Antonio y Jordi entraran unos segundos antes en el vestuario. Entonces todo fue muy frenético y rápido, no solo es que no lo viera venir sino que ni me dio tiempo casi a asimilarlo. Porque Edu miró a su alrededor para cerciorarse que nadie podía vernos y me empujó suavemente contra la pared del vestuario. Acto seguido se lanzó a mis pechos y empezó a comérmelos por encima del polo. Ambos estábamos todavía agotados y extenuados por lo que no parábamos de jadear y de sudar, pero incluso ahora (con esos besos en mis pechos) sudé más todavía y jadee durante unos segundos lo que nunca he jadeado antes. Fue un subidón adrenalítico impresionante. Fue una acumulación de factores impresionantes: la adrenalina a tope por el frenético partido de tenis, la situación tan erótica contra la pared, el comerme los pechos por encima del polo con tanta ansia como si la vida le fuese en ello, lo inesperado y brusquedad de esta situación, etcétera. Sin olvidar, claro está, que era Edu quien lo estaba haciendo y demostrando una vez más cómo me deseaba y que el gran esfuerzo físico del partido no había conseguido mermar todo el deseo, frustración y anhelo que tenía por mí. Es más, yo creo que incluso el partido le excitó y le incitó más todavía para ese arrebato brutal que le dio ahí en los vestuarios. 

No podría decir cuánto duró ese arrebato, pero dudo mucho que fueran más de 10 segundos, solo que fue todo tan intenso, sensual, inesperado y, sobre todo, anhelado que a mí me parecieron minutos enteros. Yo me quedé totalmente desconcertada y descolocada. Estaba aturdida y aún jadeando por el dichoso partido (y bueno, por lo que no era el partido). Solo sé que me quedé petrificada, nerviosa y sin saber qué hacer y decir. Menos mal que Edu tomó, de forma madura y responsable, la iniciativa y me dijo: “Necesito que quedemos esta tarde para charlar. Por favor, ¿quedamos a eso de las 7 en tu portal?” Estaba tan aturdida, flipada y embobada por todo lo que estaba pasando que no salió ninguna palabra de mi boca. Solo asentí torpemente con la cabeza. El subidón de adrenalina que tenía en esos momentos no me dejaba ni pensar, por lo que agradecí entrar acto seguido en mi vestuario para tranquilizar así a mi agitado corazón el cual estaba sufriendo unas taquicardias sin parar. Solo después de tirarme diez minutos bajo la ducha conseguí tranquilizar los nervios y empezar a sosegarme, y, lo que era más importante, empezar a asimilar y reflexionar sobre lo que acababa de pasar. Fue la ducha más necesaria y sedante que he tomado en mi vida y me ayudó a procesar todo lo que había ocurrido. Cuando salí de la ducha me vestí, me miré en el espejo, respiré profundamente y salí del cuarto de las duchas de los vestuarios.

A la salida me estaban esperando estos tres, los cuales, lógicamente, habían invertido mucho menos tiempo que yo en ducharse, por lo que llevaban esperándome ya un buen rato lo cual se reflejó en sus rostros enfadados y mosqueados. ¿En todos los rostros? Pues no, porque el rostro de Edu manifestaba todo menos mosqueo. Al contrario, radiaba una gran felicidad, dicha e ilusión. Por un momento verle así de feliz me hizo sentir incómoda y contrariada. Aún no había asimilado lo que había pasado y no estaba preparada para afrontar esas emociones tan directamente. Por lo que solo dije: “Perdón por haber tardado, lo siento”. Y me dirigí hacía el coche. Nada más llegar allí, me aseguré de sentarme en el asiento del copiloto para ir al lado de Antonio. No podría haber soportado ir en el asiento de atrás junto a Edu. Mi corazón y mis sentimientos no estaban preparados para eso. Durante el breve trayecto en coche no salió ni una palabra de mi boca. No podía salir nada, pues mi cerebro estaba procesando y asimilando todo lo acontecido en esa intensa mañana de domingo. Afortunadamente estos tres no dejaron de hablar entre sí de cosas triviales, por lo que nadie notó mi falta de elocuencia. 

Al llegar a la cochera de Antonio nos despedimos todos allí. Aunque un nuevo sobresalto iba a darme cuando Edu me cogió del brazo y me susurró: “Recuerda, esta tarde a las 7 en tu portal”. Qué irónico me sonó eso. ¡¡Como si hiciese falta que me lo recordarse si no hacía más que darle vueltas a eso!! Nuevamente no dije nada y solo asentí como una tonta. Seguidamente me fui a casa a un ritmo mucho más deprisa de lo habitual. Quería llegar a casa. Quería estar en mi habitación a solas y, sobre todo, quería y necesitaba poner orden en mi cabeza a todo lo que estaba pasando. Ya en mi habitación los nervios se volvieron a apoderar de mí, aunque por supuesto no estaba tan nerviosa ni histérica como en Abril pasado cuando tuvimos nuestra trascendental e histórica “cita” Edu y yo en el chalet. Era curioso, solo habían pasado poco más de 5 meses desde aquella memorable noche en que perdimos la virginidad y parecía como si hubiesen pasado ya años. En estos 5 meses habían ocurrido tantísimas cosas y, sobre todo, yo había acumulado tantos sentimientos y emociones que parecía como si hubiese pasado toda una vida desde entonces. Era un recuerdo ya tan lejano que me asombraba que solo hubieran pasado poco más de 5 meses. De todos modos, aunque no estuve tan nerviosa como entonces, sí que de nuevo me asoló la inquietud y no pare de dar vueltas por la habitación venga a hacerme kilómetros de un lado a otro. 

En parte me cabreaba a mi misma darle tanta importancia a este encuentro con Edu. ¿No era acaso yo una chica muy guapa, inteligente, madura y por la que estaban todos locos por salir para tener que estar nerviosa y expectante por salir con Edu? ¿No tenía la suficiente dignidad y orgullo propio para saber que él estaba más ansioso que yo por estar conmigo que al revés? Entonces ¿por qué estar tan nerviosa? Supongo que aún me quedaban muchas cosas por exorcizar de aquellos determinantes encuentros a los 14 y 15 años cuando me hice la dormida y que hasta que no me liberase de eso no dejaría de ser Edu una enorme obsesión. Estaba tan absorta esperando que llegasen las 7 que me olvidé por completo que había quedado esa misma tarde con Jessica y Sara para salir. Fue como un shock del que me acordé de repente. Por lo que rápidamente las llamé para decirles que me había surgido un contratiempo y que no podría salir. Solventado este problema ya solo me quedaba esperar que llegasen las 7. Las dichosas 7 que parecían no llegar nunca. Por un momento me plantee cambiarme de ropa, pero pensé que era absurdo y que daría la impresión a Edu que me cambiaba específicamente por él, y eso era algo que mi orgullo jamás permitiría. Por lo que seguí con la sencilla ropa de aquel día (una camiseta negra y unos pantalones blancos).

Por fin llegaron las dichosas 7 de la tarde y, sorprendentemente, demostré una gran naturalidad y espontaneidad al bajar a mi portal. Yo misma me sorprendí al comprobar lo tranquila, calmada y natural que estaba, sobre todo si lo comparamos con la tarde tan excitada que había tenido. Nada más ver llegar a Edu no pude evitar dejar escapar una sonrisa, pues él sí que se había cambiado de ropa poniéndose más elegante y guapo. Estaba más claro que nunca lo importante y esencial que iba a ser esa cita para él y el tiempo que llevaba esperando ese momento. No voy a aburrir describiendo aquí las conversaciones que mantuvimos mientras nos tomamos un refresco en un bar. Solo he de decir que Edu fue en todo momento un cielo pues estuvo encantador, sensible, romántico, detallista, ilusionado, feliz, halagador y muy atento conmigo. Me contó las muchísimas ganas que tenía de salir conmigo desde siempre y que llevaba una eternidad deseando que llegase ese momento. Que yo era la chica de sus sueños y que me lo que más quería en esta vida era estar conmigo. Excusa decir que todo lo que me dijo me encantó y maravilló. Llevaba toda una vida deseando escucharlo y, aunque desde Abril pasado sabía a ciencia cierta que yo era lo más importante en su vida (por todo lo que pasó aquella inolvidable noche en el chalet donde perdimos la virginidad), fue un verdadero placer escucharlo POR FIN de sus propios labios y confirmar palabra por palabra lo que yo siempre había sabido en lo más interno de mi corazón. 

Una nueva era se abría sin duda ante mí. El momento había llegado. Todo parecía indicar que por fin Edu y yo saldríamos juntos tras tantos años de espera. Porque tres años de espera en la adolescencia son como treinta años en cualquier otra época. En esos tres años habían pasado muchas cosas, muchísimas, pero nuestros caminos por fin se cruzaban como estaban destinado y, lo que es más importante, por fin se iban a exorcizar todas las obsesiones que nos habíamos producido el uno al otro a lo largo de esos años. Quedarían al fin liberado todo lo que nos habíamos provocado el uno al otro desde los 14 años. Mentiría si dijera que no estaba expectante, emocionada, ilusionada y entusiasmada por la nueva era que se habría ante mí. Y una cosa tenía clara, la iba a aprovechar cada segundo del día pues anhelaba a Edu (aunque me costó muchos años reconocerlo) y Edu me deseaba a mí. Era el cocktail perfecto que por fin se iba a desarrollar.

(9,40)