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Una dama respetable

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Hace tiempo, en el siglo XIX. Un tren espera en el andén. Una familia (una bella madre aún joven, un padre augusto de severa estampa, recios bigotes y aún más recio bastón, y un adolescente, apenas un chiquillo) suben a un vagón, se instalan en un compartimiento.

El tren atraviesa la Selva Negra –Alemania-. El padre duerme, respirando ruidosamente. En el asiento de enfrente, la madre y el hijo componen una curiosa escena: él, con los pantalones en los tobillos, sentado con sus desnudas nalgas en las tablas del asiento, gime suavemente, mientras su madre, arrodillada entre sus piernas, recorre el tenso falo con lengua y labios. Hasta las duras bolas lame con delectación morbosa, entornados los ojos, ruborizado el rostro. Al fin el capullo púrpura descarga largos y espesos regueros de lefa en la suave boca de la madre, cuyos azules ojos brillan de pervertida alegría mientras el esperma brota entre sus labios estremecidos.

El chiquillo se viste y se duerme, como el padre. Ella sale del compartimiento, para acicalarse en el aseo. En vez de entrar en el de mujeres, un impulso le hace entrar en el de hombres. Tres hombres, dos en los urinarios y uno lavándose las manos, la miran estupefactos. Ella cierra el aseo con pestillo y, sin decir palabra, besa al que tiene más cerca. En pocos momentos están los tres semidesnudos, chupando ella las tres vergas. Un hombre se introduce en ella por su dulce coño satinado, y empieza a bombear. Otro se la mete a su vez por el apretado ano, mientras ella chupa la otra verga, que luego alternará con las otras. Rellena de polla por todos lados, un gran placer la estremece. Al fin, los tres se corren alternativamente en su boca. Ella saborea la leche abundante, acariciando las pesadas bolas y sonriendo viciosa a sus improvisados amantes.

El tren llega a su destino. La familia se baja del mismo con aire relajado, tranquilo. El vicio aún anida en los ojos de ella, pero ni su porte ni actitud digna delatan las increíbles escenas de incesto, adulterio y sodomía que acaba de protagonizar.

La familia sube a un carruaje que les lleva, a través de un bosquecillo, a la mansión donde pasan las vacaciones, un enorme caserón cercano a un lago de aguas transparentes.

Los criados salen a recibirlos. La dama se fija en un criado de ancha espalda y abultada entrepierna. En un descuido de su marido, le dice a este criado que una hora más tarde vaya al establo.

Ella llega la primera. Bajo el vestido no lleva nada, ya que se quitó las bragas en su habitación del caserón. Oye ruidos extraños y se asoma a una cuadra, donde ve a un poderoso y enorme semental cubriendo a una yegua. La vista de ella se nubla ante la visión del gigantesco falo y los enormes huevos agitándose, y no puede ni quiere evitar levantarse la falda y masturbarse, suavemente al principio, frenéticamente después. En esto llega el criado y ella se abalanza sobre él. El resto es una gran verga de más de 30 centímetros rellenando un coño ávido y reventando (literalmente casi) un ojete. Luego, él se corre, en una enorme corrida de siete largos y espesos regueros de lefa, sobre las tetas, el cuello y la cara de ella, que sonríe y se relame perdido todo asomo de vergüenza, a la vez que intenta ignorar el dolor que proviene de su abierto y enrojecido ano. Se viste y sale de la cuadra totalmente satisfecha y escocida, andando con las piernas un tanto más abiertas de lo normal, mientras el criado camina a su lado sin saber qué hacer o decir.

Vemos luego a la dama en la mansión, bañándose en una bañera, una de esas antiguas bañeras blancas con patas de garras de león y grifería dorada, mientras una criada la restriega con una esponja. No pasa nada hasta que la seca, cuando la dama le indica a la criada que le aplique una pomada en el coño y, sobre todo, en el ano, para calmar el dolor. La criada fricciona esas zonas, y la dama goza ante la masturbación que le proporcionan. Besa a la criada, agradecida, y acaba denudándola y chupándola en el suelo del cuarto de baño. Luego le pregunta si tiene novio. La criada responde que si. La dama le pregunta si él se la folla. La criada, avergonzada, dice que si. La dama pregunta si él se la mete a ella por el culo. La criada dice que no. La dama llama por el cordón al otro criado, al de la polla enorme. Éste acude y se sorprende al verlas desnudas. La dama dice le que llame a su hijo. Cuando el criado vuelve con el joven, la dama ordena que cierre la puerta. Luego, ordena a la criada que se la chupe al criado, cosa que hace. Mientras, ella hace lo propio con su hijo. Cuando los dos están empalmados, le dice al criado "folla este chochito". Él así lo hace. Luego la dama lleva a su hijo, tirándole de la verga, hasta el culo de la criada. "Empuja, cariño", dice. La polla entera entra lentamente. "Ay, ay", gime la follada. Al final, el placer la invade y los dos jodedores se corren en su boca.

Otro día, están los cuatro bañándose en el lago. Al salir, se tumban desnudos sobre la hierba. "Estas precioso, cariño", dice la dama, acariciando a su hijo, cuya blanca piel reluce al sol.

"Chúpamela", dice el criado al chiquillo. "Hazlo", dice la dama, excitada. La criada empieza a masturbarse ante la visión de su joven amo, de apenas 15 años, chupando la enorme verga de más de 30 cms, y lamiendo las bolas. La dama también se masturbaba.

"Me corro, me corro", gime al fin el criado. "Traga", dice la lujuriosa a su hijo, ante la indecisión de este. El criado se corre, babeando sobre la espalda del chico, que recibe el esperma, con el gordo capullo reposando sobre su lengua rosada. En verdad traga esperma a borbotones, pero sigue saliendo. "Dios, qué corrida", dice el criado, derrumbándose al terminar. El chiquillo descansa sobre las piernas del criado, con un hilillo de esperma brotando de sus labios, relamiéndose la boca pastosa de semen. El criado le acaricia la cabeza. "He gozado como un dios", dice el criado. El chiquillo contempla, como hipnotizado, la gran babosa goteante que es ahora la verga, decaída sobre las gordas bolas peludas. Los respingones culos y tetas de las mujeres secestremecen.

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