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Ironía por duplicado

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Esa tarde pseudo morbosa de hacía dos meses había sido una experiencia sexual muy abrumadora, es cierto, pero a la vez me convencí de haber sido utilizada y, por lo tanto, proyectó en mí un complejo objetivamente injustificado de guarra hedionda, un concepto muy machista que, por influencias educativas anticuadas o convenciones sociales del medievo, no podía sortear con facilidad. Disfruté tanto de Akim que, definitivamente me advertí un mero objeto de deseo en manos de un desaprensivo. Una sensación extraña y contradictoria invadía todo mi cuerpo y, lo que es peor, toda mi alma. Habían días que aún me excitaba pensar en ese monstruo de piel cobriza, y en el hombre a él pegado.

 

Pero de eso hacía ya mucho, y ahora estaba disfrutando con 3 amigas en un bar de mojitos en pleno barrio del Borne. Todos los jueves, viernes y sábados intento evadirme de mi rutina estudiantil enriqueciéndome con la compañía de mis amigas más cercanas, con las que compartimos risas y experiencias. Ahora mismo se había puesto de moda “ir de mojitos”, y la zona sur de la ciudad es el punto caliente para reunirse y para los encuentros imposibles, para aproximarse también a antiguos conocidos o conocer mejor a viejos presentados. Da la sensación de que toda la ciudadanía noctámbula se da cita en tres calles del casco antiguo tres días a la semana. Son noches divertidas, de asueto, en las que puedes acabar saturada de sociedad y ebria de relaciones, o incluso acompañada por un viajero aleatorio gracias a un simple impulso sexual. Yo tenía por norma, desde hacía ya varios años, no acostarme con tíos a los que había conocido esa misma noche, y mucho menos estando bebida ya que, en las dos ocasiones que me lancé, simplemente porque me hervía el coño, me encontré a la mañana siguiente en la cama con un desconocido asqueroso y maloliente. La mera perspectiva de repetir algo así me daba náuseas.

 

Pero el problema de nuestra existencia es que las casualidades existen, y que las ironías del destino te enfrentan a los fantasmas de tu pasado, aunque éste sea cercano. Así fue cómo me tope de bruces con uno de mis espectros. Esa noche era una más, un viernes creo, estaba disfrutando de buena compañía y riendo con las amigas y dos plastas que se nos pegaron durante la velada. Y lo vi aparecer. Cruzó la puerta de entrada y, justo cuando yo tenía los ojos clavados en ese ente, él se giró para devolverme la mirada. Akim iba acompañado de otro tío que, afortunadamente, no era Santi. Solo me faltaba el patético número de un señorito ofendido o despechado. Por un momento suspiré de alivio y, a la vez, lo reconozco, me invadió un escalofrío vertiginoso por todo el cuerpo que me hizo temblar con un latigazo. Sin duda mi semblante cambió de repente.

 

“¿Estás bien?” me preguntó Ana.

“Sí, creo que he bebido demasiado hoy”, le respondí consciente de que era una respuesta falsa.

 

Mirando a Akim desde la esquina del lugar, desde la mesa en la que nos hallábamos, supe reconocer cada detalle físico que, en su momento, me había poseído salvajemente. Aquellos pensamientos que aún me ocupaban esporádicamente desde entonces, se estaban reuniendo en uno solo, haciendo que mi propio estado físico cambiara radicalmente de talante para pasar a calentarse progresivamente. Intenté disimular mi interés por el personaje y, de vez en cuando, me reincorporaba a la tertulia y a las risas. Esto ejercía, a su vez, de extintor a las llamas que estaban prendiendo bajo mi ropa interior. Realmente no esperaba esta reacción fisiológica propiciada por mi mente puesto que, como he dicho antes, Santi y Akim eran ya una experiencia finita. El problema es que mi chocho tiene ideas propias. Y mucha hambre.

 

Pasaron los minutos e intuí que Akim no iba a dirigirse a mí para nada. Sin duda me había reconocido, pero no parecía interesado en saludar siquiera. Su carácter misógino y su cultura machista le impedían comportarse como una persona educada o, como diríamos en sociedad, “como un caballero”. Por un lado celebré esa pose suya, no se me ocurriría cómo abordar la situación y, sobre todo, no sabría cómo presentar ese gigante a mis amigas Ana, Mónica y Esther. ¿Qué les diría? “Os presento a Akim, un amigo de las minas de azufre”... o “este es Akim, chicas, el empalador de Transilvania”. ¡Nah! Mejor así. El contrapunto inapropiado a todo esto es que el cabrón de mi coño iba diciendo “au au auuuu”. Pero ni caso.

 

Akim y su amigo estaban de pie en la barra, tomando unas cervezas y echando las miradas a unas y a otras. En ese sentido no destacaban del reto de varones: iban de caza. Y mi estúpido orgullo no iba a permitir eso. O sea, ¿este cabrón se atrevía a dejarme la cara hecha unos ciscos dos meses antes y ahora ni siquiera me iba a decir “hola”? Ni de coña. Me excusé con mi grupo y me levanté para dirigirme hacia la barra con la intención de “pedir otra copa”. Mi aspecto era muy seductor, cuando salgo por la noches intento ser siempre el objeto de deseo de los machos alfa en busca de carnaza fácil. Era un juego al que me gustaba apostar para luego hacerme la estrecha y resistirme lascivamente a cualquier oferta. Lo cual me obligaba a volver a casa sola y más caliente que el palo de un churrero. El onanismo diario era lo que regulaba mi temperatura para el resto de la semana. Esa noche recuerdo que llevaba el pelo recogido con un lazo de estampado británico, una blusa blanca con ribetes de encaje, una minifalda a juego con el lazo y unos leggins granate que llegaban a la parte alta del muslo. Mis armas eran, sin lugar a dudas, de destrucción masiva.

 

Me acerqué a la barra y me coloqué al lado de Akim.

 

“Dos mojitos más”, por favor, le solté al camarero. “¿No vas a saludar, Akim?”

“Hola Eva. ¿Para qué voy a hacerlo si ya has tomado tú la iniciativa?”

“No sé, chico, ¿por educación?” respondí acalorada. “No estará por aquí Santi, ¿no?”

“No he venido con él hoy”.

“Ya lo veo. ¿Está muy cabreado?”

“Oye Eva, ¿qué quieres de mí? ¿Has venido a preguntarme por Santi, a reprocharme que no te salude o a que te ponga mirando a Cuenca otra vez?” Vomitó el muy cerdo en tono sarcástico. Su acompañante sonreía.

“Qué gracioso... acaso crees que eres el único tío en el planeta?”

“Claro que no. Pero seguro que te gustaría que lo fuera, ja ja ja”.

 

Su seguridad y talante narcisista me crispaban los nervios y, a la vez, me daban un morbo brutal. Esa humillación verbal hacía que mi cuerpo se recalentara por dentro y expandiera sus calorías hacia todas mis extremidades. La sensación era tan contradictoria que me quedé varios segundos repasándolo con la mirada de arriba a abajo, con los nuevos mojitos en ambas manos, pensando “me quiero follar otra vez a este asqueroso”.

 

Entonces, sin mediar más palabra, como si hubiera leído mi pensamiento, me agarró los mojitos, los recolocó en la barra y me cogió de una mano arrastrándome con él hacia la parte más recóndita del local, donde se encontraban los lavabos. Quise resistirme a esa violencia explícita, no estaba dispuesta a seguirle a donde él quisiera. Yo tiraba de mi mano hacia abajo para soltarme, pero él me tenía bien agarrada y, con un empujón, acabó obligándome a entrar en el lavabo destinado a los minusválidos. Era una habitación al margen de los lavabos tradicionales en forma de box. Incluía los complementos esenciales para la facilidad de las personas discapacitadas y, por lo tanto, se trataba de un lugar menos concurrido y también más íntimo. No recuerdo qué se me estaba pasando por la cabeza en aquellos segundos, pero sí atesoro sus palabras inmediatas.

 

“Quítate las bragas”, me impuso.

“¿Estás de broma? ¿De qué vas, tío?” Me estaba empezando a asustar un poco.

“¡Que te quites las bragas! ¡Y dámelas!”, insistió.

 

Obedecí a regañadientes. Me metí las manos bajo la minifalda, de la forma más discreta de la que fui capaz, y empecé a bajármelas mientras no le quitaba ojo a Akim.

 

“¡Rápido! Dámelas.”

 

Estiré la mano para ofrecérselas e, inmediatamente, se las puso en la cara para olerlas en un solo gesto olfativo largo y contundente.

 

“Joder qué bien te huele el coño, zorra. Sácame la polla y chúpamela”, me soltó mientras seguía disfrutando de mi aroma.

“Tío, ya tienes lo que querías, ahora déjame en paz”.

 

Empecé a preocuparme y, paralelamente, sus palabras obscenas y sus insultos me ponían a mil.

 

“No me obligues a repetírtelo Eva. Quiero que me hagas una mamada. Y rápido, que no podemos acaparar este servicio mucho rato”.

 

Me subordiné a sus peticiones. Él mantenía mis bragas en toda su cara, olfateando y mirando hacia el techo, mientras movía sus caderas transmitiendo mi obligación de abrirle la bragueta para sacarle la tranca que yo aún recordaba de tamaño considerable, brillante, color ocre y olor a moro. Le abrí el pantalón desde el primer botón hasta el último y, para conseguir bajárselo hasta las rodillas me agaché frente a él. Me remangué la falda por la cintura dejando mi vulva mojada a la vista, me acurruqué en cuclillas abriendo mis piernas casi al máximo y arranqué de su slip el miembro erecto. Salió de forma abrupta y me golpeó en la cara. Estaba ya muy dura, pero yo sabía muy bien que eso podía ponerse aún más férreo.

 

“Empieza a chupar Eva, que estoy muy cargado y quiero llenarte de leche”.

 

Caramba, no podía permitir que me manchara otra vez el pelo, la cara y la ropa con su  raudal de esperma espeso y blanquecino. Ya sabía lo que era eso, y ahora estábamos en un lugar público. Tendría que inventarme algo para no delatar mis prácticas furtivas a 10 metros de mis amigas. Le agarré como pude ese cilindro moreno y lleno de rugosidades y me lo llevé a la boca sin más contemplaciones. Noté cómo se endurecía más y más dentro de mi cavidad bucal mientras él ayudaba la incursión con pequeños movimientos atrás y adelante para follarme, primero lentamente, y después con más deleite. Yo no transigí en esa efusividad e iba pausando sus embestidas con mi propia mano, marcando un tope de profundidad dentro de mí.

 

“Joder, menuda boca, tía. No pares hasta que te avise”, me ordenó.

 

Mientras pajeaba ese cipote con mis labios y frotaba el émbolo con mi mano, notando su excitación y escuchando sus gruñidos, yo miraba hacia arriba esperando un gesto definitivo en su semblante, una mueca que revelara su siguiente paso. Y a la vez pensaba cómo iba a asumir sus borbotones sin que se formara un cuadro imposible de disimular frente a la concurrencia. Pero no tuve mucho tiempo para reflexiones.

 

“Me va a salir ya Eva”, susurró entre varios resoplos.

 

Pensé que lo único que podía hacer en ese momento era acelerar mis movimientos, permitir algo más de profundidad en mi garganta y dejar que descargara todo su engrudo dentro de mí. Noté repentinamente cómo una primera descarga salía de la verga hinchada y recorría mi gaznate hacia mi estómago. Sus gemidos eran los propios de un tío eyaculando al máximo de sus posibilidades. Cerré los ojos y permití que siguiera liberándose en mis entrañas bucales, pero la cantidad de crema era superior a mis tragaderas, y enseguida noté cómo se me iba llenando la boca con aquella leche espesa que no podía engullir. El efecto embudo desembocó irremediablemente en una arcada vomitiva que me apremió a apartar esa polla embutida a un lado y escupir en el suelo todo aquello que no pude asimilar. Aún tenía su miembro agarrado con mi mano y mi cabeza agachada me ayudaba a liberarme de la inmensa corrida.

 

“¡Mira que eres puta! Vaya forma de tragar, nena”.

“Vete a la mierda, capullo. Casi me ahogo”. Estaba muy cabreada.

“Me llevo tus bragas. Si las quieres ven a casa el miércoles a las siete y te daré tu regalo”. Espetó sosegadamente saliendo del lavabo, antes de que yo pudiera decirle nada más.

 

En ese momento solo me importaba recuperarme y acicalarme lo mejor posible para no levantar sospechas a nadie de lo que acababa de ocurrir. La única diferencia es que ahora no llevaba bragas, pero es algo que nadie acertaría a saber durante lo que restaba de noche. Me senté de nuevo frente a mis amigas y pude comprobar que Akim y su amigo habían desaparecido.

 

“¿Dónde has estado, Eva? El camarero nos trajo dos copas que dejaste en la barra abandonadas”.

“Lo siento, chicas, estaba en el lavabo hablando por teléfono”.

“¡Coño, qué llamada tan importante!, ja ja ja.”

 

No se habló más del tema. Yo estaba incómoda y bastante congestionada. Notaba una leve brisa de aire fresco en mi chichi desnudo y renuncié al resto de la noche alegando cansancio. Me despedí y, en el taxi de vuelta, repasé mentalmente todo lo que había acontecido durante esos quince minutos en el lavabo de minusválidos y, sobre todo, intenté recordar porqué se llevó mis bragas y procuré adivinar a qué “regalo” se refería antes de desaparecer de mi vista. “El miércoles a las siete”. Ese tipo estaba pirado. Y yo también, si decidía acudir a la cita. Llegué a casa y, antes de nada, antes incluso de enjuagarme bien la boca, eché mano de mi juguete de látex para aliviar mi entrepierna desnuda bajo la faldita, mientras aún podía saborear el gusto metálico de Akim en mis labios y oler los restos invisibles de su savia bajo mis fosas nasales.

 

El martes siguiente aún le estaba dando vueltas a todo lo acaecido en el lavabo y, sobre todo, lo más grave, es que me estaba planteando seriamente ir a ver a Akim, no solo para recuperar mi ropa intima, sino para reclamar el "regalo" que me había prometido. No podía evitar esa multitud de pensamientos calientes con la certeza de que alguno de ellos se podría cumplir al día siguiente. Ese tío era realmente desagradable y humillante. Y es justo eso lo que me ponía tan cachonda. Era la primera vez en mi vida que la rudeza de un hombre, y sus formas heterodoxas y poco convencionales, llamaban mi atención con tanto deseo. Al final iba a resultar que el imbécil de Santi me había hecho un favor abriéndome las puertas de un sexo basado en la experiencia de la obediencia y el sometimiento.

 

Ya era miércoles. El miércoles. Y pasé el día en casa estudiando y pensando. A las 6 de la tarde me dispuse a salir de casa para coger el autobús destino Akim. No me vestí de forma especialmente sexy, llevaba unos pantalones pitillo vaqueros, un jersey de lana con cuello alto, calzaba unos stilettos altos que estilizaban mi figura y portaba un bolso de mano. Me aseguré de llevar las bragas bien limpias, recién mudadas, y procuré no mojarlas durante el trayecto. No sé si iba a conseguirlo. Muchas cosas recorrían mi mente, y ninguna de ellas tenían que ver, precisamente, con las de una beata reprimida.

 

Llamé a la puerta a las siete en punto. Me sentía nerviosa y excitada. Era perfectamente consciente de la razón por la que estaba ahí, y no se me ocurrió recular en ningún momento. Ese moro asqueroso me ponía a mil. Sucio e impertinente despertaba en mí los instintos más primarios. Ya notaba cómo mis partes bajas se calentaban y humedecían por el mero hecho de estar ahí, esperando el "regalo" tras esa puerta. Por fin se abrió y Akim me invitó a pasar. Reconocí de inmediato ese olor a incienso, esa estancia morisca y su decoración recargada y acogedora a la vez. Y oteé también una silueta sentada en el suelo, al fondo de la sala, que no encajaba con lo que yo recordaba.

 

"Pasa y ponte cómoda, Eva", me ofreció Akim. "¿Te acuerdas de Tono? Iba conmigo el día que me hiciste la mamada y me corrí en tu boca".

"No sé por qué tienes que ser tan ordinario, tío", afirmé de forma retórica.

"¿Te vas a hacer la estrecha ahora?"

"No tiene nada que ver con eso..." Intenté acabar la frase cuando Akim me agarró por el brazo para atraerme hacia él contundentemente.

"Deja de hablar y enséñanos lo buena que estás", concluyó el tío cerdo.

 

Me despojó del bolso de mano y lo lanzó sobre uno de los cojines del suelo, junto al invitado inesperado llamado Tono. Y, mientras yo estaba paralizada, clavada de pie en el centro de la estancia, Akim procedía a desnudarme en silencio deslizando mi jersey por encima de mi cabeza, soltando mi sujetador para mostrar mis pechos turgentes, descalzando mis pies para facilitar la extracción de los pantalones y dejándome, finalmente, en bragas frente a su amigo. Tono dijo algo en marroquí que fui incapaz de adivinar. Pero por su cara, me lo pude imaginar.

 

"Siéntate en esta silla y mastúrbate para nosotros, Eva".

 

No pude construir frase alguna. Me senté en la silla mirando a Akim y luego a su amigo, como si estuviera hipnotizada, como si sufriera un síndrome de estrés post traumático. Era una situación muy embarazosa. Tenía que pajearme delante de esos dos orangutanes hambrientos, y yo era su único ágape del día. Se apalancaron los dos en el suelo, sentados sobre los cojines típicos, delante de mi entrepierna, tal vez a un par de metros de distancia.

 

"Tócate y ponte muy cachonda Eva, queremos ver cómo te excitas" soltó Tono. Fueron las primeras palabras que le oí decir desde que conozco de su existencia.

 

Comencé a acariciarme las tetas para endurecer mis pezones y facilitar la secreción de flujo bajo mis braguitas. Era muy difícil excitarse de esa guisa, y me estaba llevando mas tiempo del habitual, cosa que no agradó a mis espectadores que, en un impulso de sabelotodismo sexual, se incorporaron para ponerse a ambos lados de mi asiento. Akim me agarró una de las piernas para levantarla, y Tono hizo lo propio en su lado a la vez que, usando su mano libre comenzó a tantear mi coño sobre la tela de mi prenda íntima. Volvió a decirle algo a Akim en su idioma natal, y dedicó los siguientes minutos a rozar con sus dedos mi escudete ya caliente que dejaba intuir mis labios totalmente depilados. Tono se esforzó en calentarme con presteza, y su insistencia pronto dio resultados. Empecé a ponerme muy cachonda notando esos dedos jugueteando sobre mi ropa fina, y Akim abarcó entre dos de sus dedos uno de mis pezones, apretando con la presión justa para facilitar mi calentura. Tono localizo con el tacto mi clítoris hinchado y procedió a frotarlo con insistencia, obligándome a soltar un gemido que proporcionó ánimos a mis dos pajeadores. Los toqueteos sobre la zona más sensible de mi cuerpo iban a desembocar muy pronto en un orgasmo que ambos estaban deseando. Y cuando mis suspiros eran ya muy evidentes, y mis temblores característicos, Tono decidió expresarse en español:

 

"Córrete, preciosa", me susurró en alto mientras frotaba a toda velocidad mi botón.

"Ya la tienes a punto", confirmó Akim.

 

Ambos eran muy conscientes de que me estaba corriendo. Me contraje sobre la silla, cerré las piernas de golpe y dejé que el momento me poseyera por sí mismo.

 

"Síiii, ja ja ja" gritó Tono efusivamente, como si hubiera encontrado oro en un riachuelo.

 

Entre ambos habían conseguido que descargara toda mi pasión en el interior de mis bragas. No quería ni imaginarme cómo las había dejado, pero Tono no esperó ni un segundo más a descubrirlo. Me las arrancó de un tirón y confirmó que “esas eran para él”. Es decir, otra vez iba a volver a casa con el higo a la fresca. Pero aún no.

 

Akim me levantó de la silla mientras hablaba con su amigo de nuevo en su propio idioma. Me llevó a una habitación que resultó ser su dormitorio, o el de invitados, porque era austero y de decoración breve. Me sentó en el borde de la cama y estiró mi cuerpo sobre la misma. Enseguida apareció Tono delante de mí. Incorporé mi cabeza y pude comprobar cómo se desnudaba rápidamente de cintura para abajo mostrando su pollón empinado. Sin mediar palabra alguna en castellano levantó mis dos piernas y me ensartó de una sola embestida. Grité de placer y de dolor. No era un miembro tan grande como el de Akim, pero esa forma errática de precipitarse a mis entrañas ofrecía unas sensaciones demasiado ásperas.

 

“Por Dios Eva, qué caliente estás”, balbuceaba Tono mientras me bombeaba sin compasión.

 

Akim se había desnudado a mi lado y parecía esperar su turno completamente erecto. Yo me sentía llena, gimiendo de auténtico placer, unos sonidos que, junto al olor a sexo ya invadían toda la estancia. De vez en cuando me proponía ser testigo de los embates de mi follador y, colocando mis dedos en la entrada de mi vagina, palpaba cómo esa tranca entraba y salía de mí a toda velocidad y absolutamente manchada de mi propio flujo. Ya no sentía dolor, ahora era todo pura ansia, auténtico apetito. No tardé en correrme a lo bestia ciñendo a mi empalador mientras soltaba diminutos chorros, que se tornaron en más abundantes cuando Tono salió repentinamente de dentro de mí. Al ser testigo de ese aluvión orgásmico me palmeó varias veces la vulva con la intención de aprovechar mi sensibilidad en mi propio beneficio, salpicando sobre mis muslos el líquido que aún surgía de mi cuerpo.

 

Akim se estiró boca arriba en la cama y me pidió que me subiera sobre él, que me empalara su miembro perpendicular y que me moviera “como la putita que era”, según sus palabras. Obedecí como una buena “putita”, en efecto, y comencé a saltar lentamente sobre su verga inmensa. Yo misma marcaba el ritmo y la profundidad del falo, no en vano es la posición ideal para controlar esos detalles. Enseguida entré de nuevo en éxtasis, y mis movimientos principales eran ya muy profundos y arrítmicos. Akim me agarró por los hombros para acercarme a los suyos permitiendo que descansara la cabeza junto a la suya. Fue entonces cuando noté el aliento de Tono justo tras mi oreja e, inmediatamente después, su miembro caliente tanteando mi ano.

 

“¡Espera, por favor!” le grité a Tono, que ya había empezado a empujar sobre mi agujero rugoso y sonrosado.

 

“Tranquila Eva, lo hará con cuidado” me susurró Akim mientras me paralizaba con fuerza el cuerpo para evitar cualquier posibilidad de escape.

 

Aún no había acabado la frase y el glande de su amigo ya estaba deslizándose por el interior de mi intestino. Noté cómo me forzaba, de qué manera daba de sí aquel orificio que solo una vez antes había sido perforado. Entraba de forma cadenciosa, con la intención expresa de no dañarme. Yo no podía evitar emitir gemidos de dolor. Pero no era dolor. Era la sensación de ser invadida en lo más íntimo de tu ser, era la certeza de haberte entregado por completo, de estar siendo violada bajo un consentimiento tácito. Y era excelente.

 

Cuando ambas pollas se encontraron definitivamente dentro de mí comenzó un vaivén por turnos que me estaba llevando directamente al paroxismo. Los esfuerzos físicos y mentales de ambos chicos para no coincidir en la misma envestida eran ahora latentes. Sudorosos y resoplones, se habían centrado en su propia excitación. Y en medio de ese sandwich de carne cobriza yo disfrutaba de mis orgasmos, que no dejaban de presentarse apenas cada diez asaltos. Cuando se manifestaban, ordeñaba literalmente ese par de troncos, cuyos propietarios delataban sus sensaciones bufando como desesperados. A punto de descargar sus fluidos, intentaban demorar ese momento paralizando la follada y permitiendo que los tres pudiéramos descansar un rato y después otro. Se agradecían esos momentos “kit-kat” porque la intensidad era mayor minuto a minuto. Yo sentía esas vergas cada vez más duras e hinchadas dentro de mí. Ambos orificios los tenía congestionados y no habían sido aliviados ni un segundo desde las penetraciones iniciales. Estaba gozando tanto que no deseaba un final. Pero éste era inminente.

 

Primero Tono y después Akim salieron de mi culo y de mi coño, respectivamente, y rápidamente, cada uno a un lado de mi torso desnudo y estirado boca arriba, se arrodillaron apuntando sus misiles hacia la parte superior de mi torso.

 

“Te vamos a inundar de leche”, espetó Akim con la cara morada y los huevos hinchados.

 

Tono pareció no tener nada que añadir. Ambos pillaron sus rabos con una mano y, prácticamente al unísono, soltaron un gruñido grave y sonoro seguido de sus pertinentes ráfagas de esperma que, de un lado y del otro, efectivamente inundaron la parte superior de mi cuerpo, mis tetas, mi cuello, mi cara y mi pelo. La cantidad de leche que era capaz de descargar Akim no era ninguna novedad para mí, pero Tono no le andaba a la zaga. Era menos cantidad, pero igualmente potente y espesa, dejando ambos mi piel cubierta de semen. Esa es la sensación que me llevé en primera persona, y luego la ratifiqué cuando, delante del espejo, antes de ducharme, comprobé el manto viscoso y blanquecino que me habían “regalado”.

 

 

Fin

(9,59)