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Dolor de concha (2 de 2)

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El seguía parado, mirándome mientras comenzaba a quitarse la ropa rápidamente sin siquiera pedirme permiso para lo que pensaba hacer.

Marcela: Y tu que haces aquí? No llegabas mañana? Qué crees que vas a hacer?

Alejandro: Qué crees tu que voy a hacer?

Y sin decir una palabra mas se abalanzó sobre mí y comenzó a besarme desesperadamente, como si fuera nuestro primer beso o el último, como si nos fuéramos a morir ese mismo día, con furia y pasión desenfrenada.

Yo correspondí a sus besos con la misma intensidad acariciando sus labios con los míos, su lengua con la mía, como locos, mezclando nuestras dulces salivas, queriendo arrancarnos la boca por culpa de esas ganas reprimidas durante tantas semanas sin sexo.

Mis manos recorrían su espalda llegando hasta sus hermosas nalgas que tanto me gustan, apretándolas, estrujándolas y pellizcándolas suavemente. Había ya casi olvidado la rica sensación que me producía estar con el padre de mi hijo, sentir su tibia piel morena, sus apasionados besos, sus caricias que me hacían estremecer…

Separe un poco mis piernas y me penetró lentamente, sin dejar de besarme. Sentir su verga dentro de mí reemplazando el frasquito que hasta hace un instante me había servido de consolador fue la mejor sensación del mundo.

Me deleite son ese rico trozo de carne caliente dentro de mi, golpeándome hasta lo mas profundo. Yo a la vez movía mi cadera hacia el para pegarme aún mas a su cuerpo, sujetando sus nalgas con fuerza a la vez que lo atraía hacia mi para sentirlo mas cerca.

Siguió embistiéndome lento a veces, rápido otras mirándome a ratos a los ojos, otras manteniendo los ojos cerrados cuando alguna deliciosa sensación lo obligaba a ello.

De repente, como si ya no soportara mas las ganas de venirse comenzó a empujar con mucha fuerza agarrándome por las caderas y sacudiéndome como si de una muñeca inflable se tratara. Yo me dejé hacer con las ganas que tenía de ser follada de forma salvaje y sin contemplaciones, solo deseaba que acabara conmigo, que me dejara la concha inflamada de tanta fricción.

Se corrió casi al instante, inundándome por completo, para luego, los dos exhaustos por el agite, acostarnos muy abrazados y juntos. Las palabras sobraron en aquel momento, no nos dijimos absolutamente nada, no hubo preguntas, solo nos mirábamos, mientras seguíamos besándonos la cara, las manos, el cuello, pasando nuestras manos por nuestro cuerpo, sensible a las mutuas caricias que nos prodigábamos.

Me acosté de espaldas a el pegando mi trasero a su verga que ya comenzaba de nuevo a empalmarse lentamente, dejándole la vista de mi cuello y espalda y mi cuerpo completamente disponible y dispuesto a todas las manipulaciones que el quisiera. El sin ignorar este detalle colocó una de mis piernas sobre las suyas para que así yo quedara un poco abierta y poder acariciarme a gusto. Comenzó así una suave caricia que comenzaba en mis hombros y terminaba en mi concha y en mi culo, pasando por mi siempre vulnerable clítoris y por mis pezones completamente erectos e inflamados de deseo.

Antes que yo me corriera me penetró en esa deliciosa posición también conocida como "el molde" y siguió acariciándome para que yo llegara primero. Así fue, me vine en un poderoso orgasmo acompañado de grandes gemidos y jadeos por parte mía y de total agradecimiento por parte de el ya que las contracciones de mi vagina provocaron en el sensaciones mas que deliciosas.

Cambiamos de posición haciendo ahora el estilo perrito el cual es uno de sus favoritos ya que le permite tener las manos completamente libres para manosearme a su antojo las tetas y el clítoris cuando se recuesta sobre mi espalda. Comenzó a bombearme golpeándome el trasero con fuerza; podía sentir sus bolas chocando contra mis nalgas, la sensación era demasiado deliciosa.

Se detuvo un momento y yo lo reemplace saltando como una loca sobre su verga inflamada hasta que sentí que su respiración se hacía mas agitada y sus gemidos mas fuertes. Comencé a masturbarme para disfrutar juntos de las delicias del orgasmo y un instante después lo estábamos logrando casi al tiempo, el aún recostado en mi espalda, yo apoyada en los codos, algo exhausta.

Nos acostamos de nuevo, esta vez frente a frente, de medio lado y unos minutos después me estaba penetrando de nuevo, en esa posición que no permite movimientos muy rápidos, pero si otros muy lentos, sensuales, de esos que provocan un final aún mas explosivo. Permite además un contacto mas cercano con la pareja al estar los rostros tan cerca. Aproveche para besarlo con esa técnica que tanto le gusta, para beber el sudor de su piel que me sabía a gloria, para acariciarlo con ternura y así compensar todos los momentos que habíamos estado separados.

Un par de horas después la concha me dolía, estaba algo inflamada y de ella salían sus fluidos mezclados con los míos en un torrente imparable.

No recuerdo cuantas veces lo hicimos esa noche, solo se que una noche que prometía solo un poco de autosatisfacción terminó convertida en una espectacular sesión de sexo con mi marido, llena de amor y lujuria.

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