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Mi adolescencia: Capítulo 28

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No quisiera adelantar acontecimientos pero para no aburrir con detalles a los futuros lectores de este relato me gustaría simplificar y resumir todo lo que ocurrió desde finales de Septiembre y durante prácticamente todo el mes de Octubre. Para hacerlo más ameno lo subdiviré en diferentes apartados: 

Deporte: No sé si fue por el intenso y sensual partido de tenis que desencadenó e hizo explotar la pasión sexual de Edu por mí, pero lo cierto es que a partir de ese momento hicimos juntos un montón de actividades deportivas el uno con el otro. Fuimos muchas veces al rocódromo a escalar (a ambos se nos daba muy bien), jugamos muchos partidos de tenis los fines de semana, salimos mucho con las bicicleta por ahí, hicimos mucho senderismo, nos echamos algún que otro partido de baloncesto, fuimos a la piscina climatizada, etcétera. Es decir, no desaprovechamos ni un segundo y nos compenetramos en algo que a los dos nos encantaba: el deporte. 

Los botellones: Si fue un domingo cuando empezamos a salir lo mantuvimos en secreto para el resto de la pandilla hasta el viernes siguiente que fue cuando lo hicimos oficial. A mucha gente pareció sorprenderles que así de repente y de forma espontánea Edu y yo fuésemos novios después de tantos años demostrando una palpable indiferencia mutua el uno por el otro. Pero más sorprendente fue la tremenda química que manifestábamos cuando estábamos juntos y lo felices e ilusionados que estábamos en todo momento. Nadie parecía comprender cómo si nunca había pasado nada entre los dos ahora de repente estábamos tan compenetrados y conectábamos tan bien. ¡Ay, si la gente supiera todo lo que había pasado por mi cabeza y por la de Edu desde los 14 años y como a lo largo de esos tres años fuimos de importante el uno para el otro! Pero claro, yo siempre mantuve mi vida sentimental/sexual es la más estricta confindecialidad y privacidad, y nunca nadie sospechó ni imagino nada de lo que pasó esos años tanto con Edu como con Rafa. Siempre fui muy celosa de mi intimidad y durante tres años lo demostré a todo el mundo. 

Rafa: En la noche que hicimos oficial nuestra relación Edu y yo, Rafa no estaba presente (nunca salía los viernes porque salía con otros amigos desde siempre), por lo que se enteró de lo nuestro al día siguiente. Pude percibir su cara contrariada y un gesto de desagrado total. Yo solo crucé una vez mi mirada con él y le fulminé con mi mirada pues aún seguía (y siempre seguiría) teniendo un desprecio brutal por él. Dicha mirada debió ser eficaz, pues nunca más volvió a salir con nosotros en la pandilla y ya solo lo volví a ver muy esporádicamente en algunos bares. Rafa ya era el pasado. Y un pasado que quería enterrar para siempre. Mientras me sirvió de antídoto por mis complejos sentimientos/deseos hacía Edu me gustó su compañía, pero después de lo que me hizo no podría volver ni hablar con él.

Los estudios: Siempre he sido, modestia aparte, una estudiante excepcional, por eso me cabreó que en ese mes de Octubre descuidase tanto los estudios y que apenas atendiese en clase. Me volví una vaga y me descentraba continuamente. Pero era inevitable, no solo porque las actividades lúdicas con Edu (deporte, cine, etcétera) me quitasen tiempo de estudiar sino que me era imposible pensar en otra cosa que en nosotros y nuestra estupenda relación. 


El sexo: Ya desde el primer día que empezamos nos enrollamos bestial y pasionalmente como no podría ser menos, aunque no nos llegamos a acostar. Él me lo pidió a lo largo de toda la semana pero yo me negué todo el rato y solo dejé que me tocara los pechos (tanto por encima como por debajo de la ropa) y que nos morreábamos. ¿Por qué no quería que nos acostáramos? Pues no sé, quizás por venganza por lo mal que se portó conmigo en Abril cuando no quiso cortar con Graciela después de haberse acostado conmigo. Solo sé que disfrutaba viendo cómo se le formaban un bulto muy visible en el pantalón por las erecciones en el pantalón y, sobre todo, cómo al negarme a acostarme le crecía incluso más ese bulto fruto de la frustración y el deseo sexual. De todos modos esta agonía solo duró hasta el viernes, pues esa noche en la parte trasera de su coche me convenció para hacerlo. Por supuesto no fue tan memorable como aquella primera vez en Abril (y más aún teniendo en cuenta todas las veces que desde entonces lo había hecho con Rafa) pero sí que disfruté muchísimo y a través del sexo (o más concretamente de la consumición de nuestro mutuo ardiente deseo sexual) pude liberar y exorcizar todas las obsesiones que ambos arrastrábamos desde los 14 años. ¿Todas? No, todas no, algo quedaba por aclarar y hablar todavía. 

Nuestras relaciones sexuales, a pesar de que siempre fueron muy apasionadas, placenteras, completas y duraderas, nunca eran del todo satisfactorias y plenas. No sabía porqué. Nunca me sentía completamente realizada y satisfecha del todo por mucho que durasen o por muy a fondo que se emplease. ¿La causa? No sé. Pero estaba claro que era algo psicológico lo que me impedía disfrutar al máximo y no alcanzar nunca el orgasmo. Era algo oculto en mi subconsciente. Y hasta que no liberase qué se ocultaba en mi subconsciente nunca podría gozar del todo y a toda plenitud esos encuentros sexuales. Un buen día, tras mucho meditar y reflexionar, me di cuenta que a pesar de toda nuestra diversión, compenetración, coleguismo, buen rollo y sintonía entre ambos a lo largo de esas semanas aún quedaba algo pendiente escondido en lo más interno de nuestro corazón y de nuestro ser interior. Algo que debía aclararse entre los dos de una vez por todas. Por lo que una tarde a finales de Octubre decidí dar el gran paso y plantear ese oculto tema de discusión.

Estábamos tomando algo dentro de una cafetería cuando se lo solté de golpe. Le dije: “Oye Edu, nunca hemos hablado de lo que pasó en mi casa aquellas dos veces que entrastes en mi habitación y yo me hice la dormida”. La reacción fue fulminante: Edu se sonrojó y ruborizó muchísimo, tanto que creí que le iba a dar algo. Jamás pensé que reaccionase así pero el pudor que le invadió le dejó sin habla. Parecía como si lo que ocurrió aquellas dos noches estuviese oculto y encerrado bajo llave en su memoria y al tratarlo se escandalizase. Casi me quedé cortada al verle tan apurado y agobiado. No dijo ni una palabra. Es más, su cara reflejaba que quería cambiar urgentemente de tema y obviar por completo la frase que acababa de decir. Tardo muchísimo en recobrar la tranquilidad y de dejar de ruborizarse. Supongo que nunca asumió, a pesar de que se lo dejé bien claro en Abril aquella noche hacía ya más de 6 meses, que aquello había pasado de verdad. Es decir, que su mente no podía aceptar que en esos dos encuentros a los 14 y 15 años yo estuve despierta todo el rato y que no fue él el único que disfrutó y que se enteró de todo. Para él era como un tema tabú. Totalmente tabú. Y algo que le ruborizaba, incomodaba y agobiaba muchísimo el hablarlo conmigo. Parecía como si le fuera a dar un ataque de taquicardia por solo nombrárselo. Finalmente, viendo lo abrumadísimo y agobiadísimo que estaba por ello decidí quitarle importancia al asunto a ver si así se relajaba y dejaba de cortarse tanto. 

Le dije: “Si no lo digo como reproche. Lo digo simplemente como un comentario. Que es raro que en todas estas semanas que estamos juntos no hayamos comentado nunca algo tan trascendental y esencial para los dos, bueno, al menos para mí sí que lo fue”. Tras escuchar eso, al fin masculló y tartamudeo algo: “sí, sí, si para mí también”. Y nada más terminar de decir esa frase volvió a sonrojarse y a avergonzarse como un niño pequeño. Supongo que yo a mis 17 años en estos aspectos era mucho más madura que él a sus 18. Como veía que de él no salía ninguna palabra y que cada vez estaba más abrumado y apurado por este incómodo tema que tanto le avergonzaba, decidí seguir hablando yo. Dije: “Ya te digo que no es un reproche, y no hay nada de lo que avergonzarse, fue algo que pasó y ya está. Y ambos fuimos conscientes en todo momento de lo que pasó y ambos fuimos responsables y ambos lo disfrutamos, solo eso”. Parece que mis tranquilizadoras palabras consiguieron calmarle un poco ya que empezó a relajarse y la tonalidad de su cara empezó a recobrar, eso sí muy poco a poco, el color original. Lentamente dejó de estar perturbado, anonadado y desbordado por el tema que estábamos hablando. Ay, cuanta inmadurez. 

Como veía que ya se estaba tranquilizando, mi siguiente pregunta fue más directa: “¿Qué recuerdos tienes de aquellas dos noches? ¿Qué es lo que más recuerdas?”. Estaba claro que necesitaba soltarlo y que llevaba muchos años (bueno, en realidad no eran tantos años, pues solo habían pasado dos años desde el encuentro a los 15 y tres años desde el de los 14, pero parecía como si hubiesen pasado siglos). Empezó a hablar sin parar como si le hirviera dentro de él todos esos recuerdos que había mantenido ocultos y escondidos durante tanto tiempo. Dijo: “Sí, lo que más recuerdo es el miedo que tenía todo el rato a que te despertaras, estaba aterrado, super nervioso, inquieto y histérico por esa situación. Me moría de vergüenza pensar que te podías despertar y que vieras lo que estaba haciendo”. Me encantó escucharle decir todas esas cosas. Era justo lo que quería escuchar. Le pinché más todavía y le dije: “Más, ¿qué más recuerdas?”. Empezó a hablar pero paró de secó, se sonrojó y se cortó al recordarlo. Yo insistí: “Venga, dilo, no pasa nada”. Por fin arrancó y comentó: “No sé, recuerdo lo guapa que estabas, lo buenísima que estabas, y como me gustabas ya por aquel entonces. Siempre me gustaste mucho y yo solo quería acariciarte y tocarte. Lo necesitaba”. Volví a sonreír, era indescriptible lo muchísimo que me agradaba escuchar todas estas cosas de sus labios. Estaba por fin exorcizando los dos de una vez por todas todo lo que arrastrábamos emocional y sexualmente desde los 14 años.

Quién diría que le costó al principio empezar a hablar, porque una vez que se relajó y comenzó a hablar y desahogarse ya no paró. Estuvo todo el rato contando una y otra vez más o menos lo mismo: el miedo, los nervios, cómo se excitó, cómo le gustaba y cómo disfrutó. Por lo menos se tiró 20 minutos hablando sin parar sobre todo esto mientras yo le escuchaba complacida y feliz. Ese monólogo me estaba aportando mucha felicidad interior y más satisfacciones de las que en un principio pensé. Cuando por fin paró de hablar le hice una pregunta incisiva: “¿Y con cuál de las dos veces disfrutastes más?”. Al ser tan directa conseguí que nuevamente se sonrojase y se avergonzase. Tardo muchos segundos en contestar, pues necesito de dicho tiempo para recuperarse del agobio y de los calores que le entraron de golpe. Finalmente dijo: “Bueno, me gustó mucho más la de los 16 años, cuando tú tenías 15, porque hice muchas más cosas y avancé más”. Sonrió al decir esto y bajó un poco la cabeza un poco avergonzado por todo lo que estaba confesando esa tarde. Prosiguió diciendo: “Además, es que aquella vez tú estabas incluso más guapa y más elegante, me gustastes mucho más”. Me hice la sorprendida y le pregunté: “¿Ah, sí?, ¿Y qué es lo que llevaba porque no me acuerdo”. Me acordaba perfectamente (¡como olvidarlo!) pero quería asegurarme que él también lo recordaba con todos los detalles. Necesitaba saber que para él había sido igual de impactante y memorable. Dijo: “Pues llevabas un precioso jersey de rombos anaranjado con una camisa blanca debajo y unos vaqueros azules”. Efectivamente. Eso era lo que llevé. Y que me lo dijera así de entusiasmado complació ese morbo fantasioso fetichista que siempre he tenido con la ropa. 

Falsa e hipócritamente me hice la sorprendida: “¿Ah sí?, Ah, pues no me acordaba de que llevaba eso”. Y antes de que hubiese terminado mi frase Edu resopló y dijo: “Ufff, vaya que si lo llevabas. Estabas preciosa. Estabas impresionante y guapísima. De hecho… tuve una erección allí mismo”. Me quedé flipada al escuchar eso. Dentro de lo que cabe era lo más lógico y natural que un chico de 16 años al jugar así con una chica de 15 acabe teniendo una erección, pero nunca en todos estos años me plantee que podría haber pasado eso. No sé. Cierto que todo fue muy morboso, fantasioso, sensual y fetichista pero no creía que fuese como para tener una erección. La mirada de Edu al contar todo esto estaba como ida, como ausente y embobada. Volvió a decir para sí mismo: “Joder, es que estabas muy buena, me encantastes”. Y yo en ese momento de forma totalmente inconsciente, espontánea y sin pensar dije: “Bueno, si quieres en plan fantasía puedo vestirme más o menos igual y repetirlo un día de estos”. No sé cómo dije eso. Me salió de dentro. Fue mi subconsciente el que habló. Esas palabras no salieron de mí. Sin embargo, ahí estaban dichas y el efecto no pudo ser más fulminante, pues Edu se quedó pálido y petrificado, sin habla y con la cara totalmente desencajada. Supe que tenía que decir algo rápido para quitar hierro al asunto y que se olvidase lo que acababa de decir, pero justo cuando iba a abrir la boca, Edu soltó entusiasmado e ilusionado: “Sí, sí, sería genial hacerlo, sería una pasada, estaría de puta madre. Joder, que buena idea, muchas gracias por proponerlo miniña”. 

En realidad yo no lo había propuesto, sino mi inconsciente o mi subconsciente, pero no yo desde luego. Supongo que esa fijación fetichista que siempre tuve me traicionó y me obligó a decir eso, pero ya era tarde para echarse para atrás si no quería quedar como una tonta. Además, Edu ya estaba montándose sus propias ideas e historias, me dijo: “Lo cierto es que es fácil, porque camisas blancas tienes y vaqueros también, solo haría falta un jersey parecido así de rombos”. Me flipó lo animado y entusiasmado que se puso en un momento. Eso me agradó y debo reconocer que me excitó. ¿Era esto justamente lo que necesitábamos para aportar morbo fetichista a nuestra relación y así conseguir que nuestras relaciones sexuales fueran por fin totalmente satisfactorias y plenas? Es posible que sí, porque estaba claro que a ambos nos apasionaba la idea y ambos llevábamos eso dentro de nosotros hace mucho. Era pues el momento de liberar y exorcizar de una vez ese deseo oculto tan importante. Por lo que le dije: “Bueno, tengo un jersey de rombos, no es anaranjado, es oscuro, pero podría valer”. Edu volvió a sonreír y se puso risueño como un colegial. Derrochaba felicidad y entusiasmo por los cuatro costados. Solo dijo: “Sí, sí, claro que valdrá, joder, va a ser genial, va a ser una pasada” y nada más terminar de decir eso me dio el beso más intenso y sentido de todos los que nunca me dio. Era pura felicidad. Era la felicidad hecha persona. Y debo reconocer que yo, aunque no tanto como él, también estaba un poco expectante e ilusionada por esta curiosa fantasía que nos acabábamos de montar. Ya solo faltaba decidir el día y el lugar para llevarla a cabo y así reventar de dicha y gozo de una vez por todas.

El gran acontecimiento tuvo lugar el último día de Octubre, el día 31, y el lugar, como no, en el chalet. No podía creer que estuviese nerviosa ante la expectativa de realizar esta fantasía, pero vaya que sí lo estaba. No sé porque algo tan tonto e incluso absurdo podría proporcionarme tanta inseguridad, intranquilidad, escalofríos y nervios. Era una fantasía curiosa sin duda, pero también era mucho más que eso. Pues era volver a repetir ahora a los 17 años lo que nos marcó de por vida a Edu y a mí a los 14 y 15 años. Pocos años habían pasado, pero para los dos habían sido siglos el tiempo que había transcurrido y las obsesiones que nos había ocasionado desde entonces. La causa de la gran obsesión oculta en nuestro subconsciente que no nos permitía tener relaciones sexuales completas y totales, pues siempre había ese resquicio de obsesión fetichista de lo ocurrido a los 14 y 15 años cuando me hice la dormida. Ahora estábamos, por fin, preparados para liberar y exhumar esa obsesión. Para liquidarla del todo. Para eliminarla por siempre de nuestro subconsciente y por fin llevar a cabo el mayor acto de sensualidad y sexualidad conjunta entre Edu y yo. Mucho había ocurrido en estos años, demasiadas cosas y demasiada guerra psicológica entre ambos con tanta indiferencia y frialdad. Ambos nos habíamos hecho demasiado daño y ahora era el momento de poner fin a todo eso. ¿Y cómo? Pues rememorando en plan catártico lo que pasó aquella noche para así satisfacer nuestros deseos más ocultos, internos y oscuros. El deseo sexual iba a ser por fin liberado y era lógico estar ambos nerviosos por ello. 

Durante el trayecto en coche hasta el chalet ninguno de los dos pronunció ni una palabra. Ni falta que hacía. Yo, no sé porqué, me sentía muy acongojada y abrumada por todo esto. Me sentí como una niña pequeña que estaba haciendo algo malo y sucio. Cómo si fuese un pecado mortal o algo muy inmoral lo que fuésemos a hacer. Cuando la realidad era bien distinta, pues simplemente se trataba de dos personas que de mutuo acuerdo iban a escenificar una fantasía sexual que les gustaba. Pero ambos sabíamos que era mucho más que eso, que no era solo sexo, era desatar el deseo sexual contenido durante años de dos adolescentes que debes siempre se desearon con pasión oculta. Era abrir la caja de Pandora. Era invocar en cierta manera a nuestros instintos más primarios, sexuales, fetichistas y de provocación. Y la excitación no podía ser más palpable y manifiesta, pues ya en el mismo coche vi como Edu empezó a respirar como con dificultad por la ansiedad y noté perfectamente en su pantalón cómo se le formó una erección mientras conducía. Ni siquiera me estaba mirando. Solo estaba dejando llevar su imaginación por lo que iba a ocurrir poco después y eso le ocasionó la gran erección. Un motivo de más para sentirme compungida, nerviosa y extremadamente inquieta. 

Al llegar la chalet los dos sonreímos nerviosamente tras cerrar la puerta. Por unos momentos se produjo un molesto e incómodo silencio que me crispó más aún los nervios. Bastante duro era ya tener las hormonas adolescentes revolucionadas y bastante era estar a punto de realizar la fantasía más emblemática, visceral e importante para nosotros, para que encima se produjesen esos silencios tan enervantes. Finalmente Edu estalló a hablar. Y lo dijo de forma contundente mientras sonreía nerviosa y tímidamente: “bueno, ¿nos vamos a la habitación y lo hacemos?”. Yo no ayudé mucho a tranquilizar el ambiente, pues tarde muchísimo tiempo en responder con un escueto “sí”. Era increíble, habíamos hecho Edu y yo por lo menos 12 veces el amor desde que empezamos a salir. Habíamos tenido todas esas relaciones sexuales completas. Y, sin embargo, ahora nos sentíamos completamente vírgenes el uno con el otro. Como si el consumar esta fantasía fuese una perdida total de virginidad para ambos. La perdida de virginidad real. Y en cierta manera lo era. Pues habíamos consumado físicamente nuestros cuerpos, pero ahora, por fin, íbamos a hacerlo psicológicamente para así se una vez por todas exorcizar la obsesión de aquellas noches a los 14 y 15 años.

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