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Una mañana de domingo

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Abrí los ojos. El sol se colaba entre las rendijas de la persiana. Estaba húmeda, de sudor y de excitación. Un domingo más me despertaba sola. Fracaso la noche anterior. Solo uno intentó ligar conmigo pero pasé de él. Estaba tan salida en ese momento que hasta sentí arrepentimiento de haberlo rechazado. No quise masturbarme. Quería sentirme todo el día excitada. Si aparecía alguna oportunidad, la calentura me ayudaría a no cortarme ni echarme hacia atrás.

Me levanté de la cama. Subí la persiana y dejé que el sol acariciara mi cuerpo. Eran las 12 de la mañana. Decidí ir a desayunar a la terraza de una cafetería que está al lado de un parque próximo a mi casa. Me puse un vestidito corto sin nada por debajo.

Pedí un café, un zumo de naranja y una tostada de mantequilla. Cerré los ojos y gocé del sol en mi cara. Volvió el camarero con mi desayuno. Le di las gracias y observé el resto de la terraza. Una pareja de señores mayores, un chico de mi edad y nadie más. Separé un poco las piernas. Nada. Las separé un poco más y subí un poco el vestido. Nada. Tosí un poco. Uno de los señores me miró. A mí y a mis piernas. Su mujer me daba la espalda. El señor podía mirarme al mismo tiempo que a su mujer. Sobre 60 años tendría. Dejé que viera mi coñito. No sé si su vista le daría para apreciar el brillo de la calentura en mis labios vaginales. El otro chico seguía leyendo el periódico.

Acabé mi desayuno, pagué al camarero y le pregunté por el servicio. Me levanté y fui hacia ellos. Había que subir una escalera. Solo estaban los servicios arriba, no había mesas. Entré en el de chicas, meé y me lavé las manos y refresqué la cara. Al abrir la puerta para salir me encontré de golpe al señor esperándome. Sin decir ni una palabra, extendió su brazo y metió la mano por dentro del vestido. Me quedé paralizada. No reaccioné hasta que noté como un dedo suyo se colaba dentro de mí. Separé mis piernas, permitiendo que me penetrara con otro más. Me empujó dentro del servicio. Con la otra mano, se sacó la polla del pantalón y empezó a masturbarse. Me bajó los tirantes del vestido y me lamió las tetas. Me corrí. Él se dio cuenta y sonrió. Me puso una mano en el hombro y presionó. Me puse de rodillas y colocó su polla delante de mis labios. Los abrí y dejé que me follara despacio la boca. Se salió y se masturbó corriéndose en mi cara. Luego me metió la polla de nuevo en la boca.

Dejé que se fuera. Me miré en el espejo. Tenía su semen deslizándose lentamente en mi mejilla derecha, en mi labio superior. Saqué la lengua. Ahí también había. Lo escupí y me lavé la cara.

Salí del bar y se había nublado. El tiempo había enfriado igual que mi cuerpo.

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