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Los crímenes de Laura: Capítulo sexto

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Un par de buenas amigas.

 

Nivel de violencia: Extremo

Aviso a navegantes: La serie “Los crímenes de Laura” contiene algunos fragmentos con mucha violencia explícita. Estos relatos conforman una historia muy oscura y puede resultar desagradable a los lectores. Por lo tanto, todos los relatos llevarán un aviso con el nivel de violencia que contienen:

-Nivel de violencia bajo: El relato no contiene más violencia de la que puede ser normal en un relato cualquiera.

-Nivel de violencia moderado: El relato es duro y puede ser desagradable para gente sensible.

-Nivel de violencia extremo: El relato contiene gran cantidad de violencia explícita, sólo apto para gente con buen estomago.

 

Noa cerró el pequeño ordenador portátil, guardándolo junto a la carpeta y un par de bolígrafos en la mochila. Había sido un día bastante pesado, pero por suerte no hay mal que cien años dure. Salió del aula sin entretenerse demasiado, llevaba muchas horas de clase, y sólo quería descansar. Cuando salió al pasillo tuvo que esquivar a una compañera que siempre la entretenía más de la cuenta, aunque no pudo escaparse de un par de alumnas de primero que venían a interrogarla sobre un trabajo. Les dio largas, siendo todo lo imprecisa que pudo, y argumentando que tenía mucha prisa consiguió librarse de ellas. Joder, como estaban las chiquillas, las de primer año estaban para comérselas. Y más con el tiempo que hacía que no echaba un polvo.

Su ex novia se había largado hacía unas semanas con alguien más joven, y no es que ella no fuera joven, que va, es que siempre acababa liándose con alguno de esos culitos prietos que pululaban por la universidad. Obviamente procuraba ser lo más discreta posible, y siempre se aseguraba de no dar clase a ninguno de sus ligues, y si estudiaban en alguna facultad en la que ella no diera clase, mejor.

Noa, sonriendo, pensó en sí misma como una pervertidora de menores, pero las chicas no eran tan menores, y ella tampoco era tan mayor, era una de las profesoras con menos edad del campus. ¡Pero si aún no había cumplido los treinta! Aún así, las lolitas de menos de veinte la volvían loca. De todas formas, su orientación sexual no era ningún secreto, y aunque no era algo de lo que hablara con sus alumnos, todo el mundo había oído de otro compañero alguna confidencia sobre la profesora buenorra lesbiana. Incluso corrían rumores de su atracción por los cuerpos jovencitos. En alguna ocasión había tenido que pedir a alguna alumna, en revisión de exámenes, que por favor, volviera a abrocharse la blusa, o que se subiera la falda, porque Noa, además de lesbiana, era extremadamente íntegra.

La verdad es que si alguna alumna le hubiera hecho una proposición indecente en aquel momento, es posible que se hubiera lanzado, ignorando su ética y sus principios, porque desde que su novia, ex novia mejor dicho, se largó con una compañera de clase de su misma edad, estaba que se subía por las paredes. Pero eso iba a cambiar esa misma noche.

Tras un viaje no demasiado largo en autobús, llegó a su casa. Entró en el apartamento sin demasiadas ceremonias, y lo primero que hizo fue quitarse los zapatos, respirando aliviada al notar el contacto del frío suelo en la planta de sus pies. Noa sintió una punzada de nostalgia cuando, al recorrer el pasillo rumbo al cuarto de baño, su mirada se topó con una de las fotos que se había hecho con su chica, su ex chica. Bueno, esta noche todo cambiaría, seguro, hoy salía de caza, y no habría quien se le resistiese. Probablemente no conseguiría ponerle la mano encima a ninguna jovencita descarriada, pero cuando el hambre aprieta, hay que buscar comida donde se pueda, y Noa pensaba comer aquella noche.

Se paró frente al gran espejo de medio cuerpo que cubría una de las paredes del servicio y se alborotó el pelo mientras ponía cara de deseo, sólo para ver el efecto. Y el efecto no era malo en absoluto. Los mechones rojizos contrastaban con su pálida piel y ocultaban en parte el verde intenso de sus ojos. Se mordió el labio con picardía y comenzó a desvestirse lentamente, recorriendo las partes de su cuerpo que iban quedando desnudas con las manos, deteniéndose en los pechos, recreándose con las caderas, enredándose con el vello púbico. Aquello era un problema, pensó mientras buscaba entre los cajones hasta dar con la maquinilla de afeitar.

Se sentó en la ducha abriendo las piernas, armada con el bote de espuma y la cuchilla, y cuidadosamente fue rasurando cada uno de los cortos y rizados pelillos anaranjados que escondían su sexo. A cada pasada de la cuchilla se aclaraba con abundante agua caliente, enfocando el caudal sobre las zonas más sensibles, estremeciéndose de placer. Cuando todo el perímetro estuvo totalmente depilado, comenzó a masajearse el coñito abriendo lentamente los labios, pero se detuvo. Sí, quería ponerse cachonda, quería encenderse como una perra, pero no quería correrse, no por lo menos hasta esa noche, y por supuesto, no sola.

Acabó de ducharse, y enrollando su cuerpo mojado en una gran toalla, se metió en el dormitorio. Rebuscó en el armario hasta dar con un provocativo vestido rojo, de falda larga, con una apertura lateral, y dos finas tiras de tela que subían desde su estomago, ocultando los pechos, y anudándose tras la nuca. Evidentemente, este sensual conjunto no permitía el uso de ropa  interior, dado que tanto una de las caderas como la espalda y el vientre quedaban totalmente descubiertos. Noa quedó muy satisfecha con su aspecto, y caminando sinuosamente, sólo para su disfrute, regresó al servicio, donde se maquilló de forma algo más discreta.

Cuando sonó el timbre, Noa corrió por el pasillo para abrir la puerta.

-Hola Olga, pasa, pasa, ya casi estoy.

-¡Joder, como te has puesto! Pareces una puta –exclamó Olga entrando en el piso sin quitar ojo al conjunto de su amiga.

-¿Te gusta? –Preguntó Noa pícaramente.

-No sé… me parece un tanto… excesivo.

Noa siguió a su amiga con la vista, prestando especial atención a su culito respingón, mientras entraba en el apartamento y se sentaba en la cocina. La verdad es que Olga iba algo más discreta que ella, pero aún así estaba espectacular. Iba enfundada en una corta falda vaquera que hacía juego con la camiseta ajustada de manga corta que cubría su pecho.

-¿Entonces no te gusta? –Volvió a preguntar Noa, dirigiéndose a la nevera y sacando dos cervezas.

-Claro que me gusta, si cuando te he visto hasta yo he estado a punto de saltar sobre ti –respondió la amiga entre risas.

-Si lo hubieras hecho, yo no me hubiera podido contener, estas rebuena.

-¡Qué imbécil eres! Sabes que este culito no lo catarás…

-Por desgracia para ti –bromeó Noa sirviendo una generosa ración de paté en un pequeño cuenco de plástico-. Ven aquí, gatito, gatito…

-¿Dónde lo has comprado? –Preguntó inocentemente Olga.

-Ah… Así que sí que te gusta. Lo compré en el centro comercial. Joder, si casi me ligué a una de las dependientas, pero me hizo una proposición muy rara y al final pasé.

-¿Nos vamos? –Dijo Olga mientras su amiga dejaba la comida en el suelo, ignorando deliberadamente el comentario.

-Sí, espera que me ponga los zapatos. Esta noche voy a triunfar –sonrió Noa-. ¿Recuerdas la regla número uno?

-Por supuesto, La Regla Número Uno es: Silvade siempre tiene la razón; y La Regla Número Dos: que en caso de no tenerla, se aplicará siempre La Regla Número Uno.

-¿Qué? –Contestó Noa perpleja -. No, no me refiero a eso… Bueno, vale, ¿pues cual es la regla número tres?

-Que si alguna de las dos va a mojar, la otra se vuelve sola –contestó Olga con voz cansada.

-Y esta noche la que se vuelve sola eres tú, ¡ja!

Las dos chicas, salieron del apartamento tranquilamente, después de apurar el último trago de cerveza, y fueron a buscar algún lugar tranquilo donde cenar, para, finalmente, entrar en un elegante restaurante del centro de la ciudad. Durante la cena compartieron confidencias, risas y mucho alcohol. Pasada la medianoche, ambas mujeres discutieron donde pasarían el resto de la velada. Noa, abogaba por pasarse por un conocido local de ambiente, mientras Olga prefería una discoteca de moda. Tras una larga, aunque amistosa discusión, Olga consiguió salirse con la suya, argumentando que aquella discoteca estaría a rebosar de jovencitas sueltas y deseosas de probar nuevas experiencias.

Las epilépticas luces y la atronadora música house llenaba todo el recinto, desbordándose sobre los cuerpos sudorosos que se movían en la pista. Las dos amigas, aunque algo mayores que el resto de los bailarines, se meneaban de forma sinuosa. Noa no podía evitar fijarse en todos los cuerpecitos femeninos que saltaban y danzaban a su alrededor, aunque ninguna de las jovencitas parecía fijarse en ella. Por el contrario, un grupo cada vez más numeroso de moscones revoloteaba cerca de ellas, sobre todo de ella.

Como podía se los iba quitando de encima, con cara de asco y malas formas. Le hubiera gustado acercarse a su amiga, frotarse contra ella y besarla, con la única y sana intención de apartar a los pesados, pero no lo hizo porque sabía que a ella no le haría ninguna gracia, porque tal vez a Olga si le apetecía alguno de aquellos chicos y sobre todo, porque seguramente aquella acción, en lugar de espantar, lo que haría sería atraer más babosos.

Llevaban más de una hora bailando y bebiendo, y Noa no había sido capaz de encontrar a ninguna jovencita dispuesta. Comenzaba a pensar que su noche iba a acabar tan vacía como las demás, pese al gran despliegue que había realizado. No tenía que haber hecho caso a su amiga Olga, debía haber ido al local de ambiente, ahí seguro que no hubiera tenido ningún problema para dormir acompañada. Tal vez si conseguía que Olga bebiera lo suficiente… No, no debía seguir aquella línea de pensamiento, ellas eran buenas amigas, y algo así lo estropearía todo, emborracharla para seducirla sería casi como traicionarla, y además, no funcionaría.

Noa sintió como una mano palpaba con descaro su culo y apretaba con decisión, sobándole la nalga con fuerza. Rápidamente se volvió con la intención de abofetear al canalla que se había atrevido a hacer algo semejante, pero el insulto murió en sus labios antes de ser pronunciado.

-Eres preciosa –dijo la mujer apañándoselas para no apartar la mano del culo de Noa-. ¿Te lo habían dicho alguna vez?

Noa quedo instantáneamente atrapada por los ojos de aquella hembra. La miró de arriba abajo y se sorprendió del parecido que había entre ambas. Aquella mujer misteriosa casi parecía su hermana. Pelo rojo, ojos verdes, cuerpo perfecto, carnosos labios, grandes pechos… Era como si fuera su doble. Sin decir nada, sin pensar siquiera, se abalanzó sobre la desconocida y busco su boca, y para su regocijo, la encontró. Las dos chicas se fundieron en un beso perfecto que, efectivamente, atrajo la atención de todos los muchachos que se arremolinaban entorno a ellas. Olga lo contempló todo desde la corta distancia y frunció el ceño, después de todo, sí parecía que se iba a volver sola a casa.

Las dos pelirrojas se comieron la boca con lujuria durante varios minutos, mientras se movían al son de la música y exploraban sus cuerpos con las manos, de forma casi lasciva.

-¿Cómo… como te llamas? –Consiguió preguntar Noa en el momento sus bocas se alejaron.

-Me llamo Carolina, y esta noche soy tuya.

Los ojos de Noa centellearon de gozo. La verdad es que aquella chica, Carolina, no era exactamente su tipo. Debía reconocer que estaba buenísima, aunque era algo mayor de lo que a ella le hubiera gustado. Pero necesitaba aquello, necesitaba comer y ser comida, así que se conformaría. De todas formas no debía ser mucho mayor que ella, y estaba buena… Y ella necesitada.

Carolina y Noa salieron de la discoteca como si fueran un par de buenas amigas,  abandonando a Olga, la tercera en discordia, a su suerte. Esta se resignó, y le deseó buena estrella a su compañera, lo que no sabía en ese momento es que la iba a necesitar.

Carolina caminó abrazando a Noa por la cintura, sintiéndose terriblemente mal por el destino de su preciosa amante. Deseaba huir, deseaba advertirle del peligro que corría, deseaba decirle que corriera los más lejos que pudiera, pero no podía. Tenía órdenes muy claras, debía cazar a aquella hembra para su Amo, como si de una leona de ciudad se tratara. A punto estuvo de derramar una lágrima pensando en la suerte de su acompañante, pero se contuvo, un fallo de aquella magnitud podía ser terrible, su Señor tenía un plan que cumplir, y si volvía sin la presa, la vida que segaría sería la suya.

-Vamos a mi casa –susurró Carolina cuando montaron en el taxi que acababan de detener-. Allí estaremos más cómodas.

Noa no puso objeciones, estaba caliente, estaba cachonda perdida, y necesitaba desfogarse dónde fuera. Cuando ambas se acomodaron en la parte trasera del vehículo y el taxista arrancó, Noa dio rienda suelta a su excitación y cogió la mano de su acompañante, introduciéndola bajo su vestido, obligándole a acariciarla de forma intima. Carolina no pareció amedrentarse ante la situación y recorrió la entrepierna de Noa con la mano izquierda, mientras la derecha desabrochaba su propio pantalón y bajaba la cremallera. Noa captó el mensaje enseguida y comenzó a acariciar a su chica sobre aquellas bragas que le impedían un acceso total.

El taxista no pudo más que empalmarse ante el sensual espectáculo que sus pasajeras le estaban proporcionando, besándose y acariciándose en el asiento trasero. Cuando la carrera llegó a su fin, se sintió desdichado, aquello era algo que no se veía todas las noches.

Carolina y Noa cruzaron el umbral casi sin separarse la una de la otra, los besos y las caricias se sucedían sin compasión, ninguna esperaba cuartel ni lo concedía. El camino hasta la habitación fue recorrido lentamente, apoyándose las mujeres en cada tramo de pared desnudo para comerse frenéticamente. Noa fue desvistiendo a su amante durante el trayecto, librándose sin miramientos de la camiseta en el salón, abandonando los pantalones en el pasillo, lanzando el sostén a través de la puerta del baño y olvidando las finas bragas en algún recodo perdido. Por el contrario, Carolina no hizo ademán de preocuparse por el sensual vestido rojo, porque de hecho no escondía demasiado y no podía impedir el paso a sus manos.

Cuando las dos mujeres entraron al dormitorio, una totalmente desnuda, y la otra aún vestida, llegó el turno de Carolina. Lentamente, con ternura, sin detener los besos, se situó a la espalda de Noa, abrazándola desde detrás y paseando sus labios por el cuello de la profesora. El cálido aliento de Carolina en la nuca consiguió erizar todo el cuerpo de Noa, que no pudo reprimir un suspiro al sentir como la mujer soltaba el nudo que mantenía unida la tela que ocultaba sus pechos. Las dos cintas rojas cayeron al ser desatadas, colgando flácidas desde la cintura.

Carolina no se detuvo, y comenzó a recorrer el busto de la chica con las manos, recreándose en las zonas erógenas. Poco a poco sus dedos iban descendiendo más y más, hasta que comenzaron a enredarse con la parte del vestido ceñido a las caderas de Noa. Ella, sin poder contener su excitación, se dio la vuelta, quedando cara con cara, labio con labio, lengua con lengua. Mientras el beso se prolongaba, Carolina soltó el broche que evitaba que la falda se desplomara, desnudando completamente a su compañera.

Ahora sí, completamente desnudas, se tumbaron en la cama, acariciando sus cuerpos lujuriosamente La saliva de las chicas cruzaba de una boca a la otra por el puente que formaban sus lenguas, permitiendo que ambas se saborearan mutuamente. La primera en tomar la iniciativa fue Noa, que hambrienta de sexo se deslizó hasta la entrepierna de su amante. La lengua de la chica recorrió toda la zona vaginal de la otra, humedeciendo la húmeda. Cuando sintió que Carolina estaba a punto de estallar centro las lamidas en el clítoris de su compañera, intensificando sus caricias. La mujer, al borde del orgasmo, intervino para que Noa se detuviera. Algo confusa intentó protestar, pero como única respuesta, Carolina intercambió la posición con ella, haciendo que los suspiros cambiaran también de dueña.

Ahora, era Carolina la que se paseaba por aquel coño encharcado mientras Noa gemía excitada. Las dos notaban el sabor de los flujos, una bebiendo de la fuente directa y la otra relamiéndose los labios mientras la calentura crecía bajo su cintura. También fue Carolina esta vez la que, intuyendo el clímax cercano de su nueva amiga, interrumpió sus lúbricos y poco inocentes besos.

Por orden de Carolina, cada una de las mujeres se tumbó en un sentido, de forma que sus piernas abiertas albergaban entre ellas el coño de la otra. Lentamente primero, aunque cada vez con mayor celeridad, fueron frotándose, sintiendo como el calor que emergía de su entrepierna se expandía por todo su cuerpo. Los flujos de ambos sexos se mezclaban, desparramándose por las sábanas y haciendo que la fricción fuera cada vez más placentera. Finalmente, entre espasmos y alaridos, ambas hembras alcanzaron un orgasmo conjunto que hizo que el aire a su alrededor brillara electrizado.

Noa se recostó satisfecha, pero comprobó que su nueva amiga no parecía haber tenido suficiente. Pudo ver como Carolina abría el cajón de la pequeña cómoda que había junto a la cama y sacaba una pareja de esposas de aspecto resistente mientras sonreía pícaramente. La profesora le devolvió la mirada sintiendo como la lujuria volvía a crecer en su interior. Sin mediar palabra, se tendió cuan larga era sobre el colchón y alargó sus brazos para que quedaran entre los barrotes del cabecero. Carolina se montó a horcajadas sobre su cuerpo desnudo y ató primero las manos y después los pies, cada uno con unas esposas.

-Lo siento –dijo Carolina cuando se aseguró de que su pareja no podía escapar.

-¿Dónde vas dulce niña Luci… Carolina? –Bromeó Noa al ver que su amiga se levantaba de la cama y abría la puerta de la habitación.

La cara de gozo de Noa se tornó en pánico al ver que tras la puerta aparecía un hombre portando un afilado cuchillo en sus manos.

-¿Pero qué…?

-Lo siento, Noa, no puedo hacer nada por ti –dijo Carolina mirando a la chica esposada con tristeza-. ¿Puedo irme ya, Amo?

-No, no puedes –respondió bruscamente el hombre-. Hoy es tu día, tu caza, tu captura, y ahora debes acabar el trabajo.

-¡No! No me puede pedir eso.

-Puedo y lo haré –dijo el hombre calmadamente, abofeteando a Carolina.

Noa contemplaba la conversación con ojos desorbitados, aterrada ante la situación y sin saber que hacer o decir, paralizada por el miedo. Pudo observar como el hombre que acababa de irrumpir en su vida agarraba a Carolina por los pelos y la obligaba a acercarse a la cama.

-¿Qué vas a hacer? –consiguió preguntar.

-Te va a matar –respondió secamente el hombre.

-No puedo… No puedo hacerlo –sollozó Carolina negándose a coger el cuchillo que él le ofrecía.

-Por favor no… -fue lo único que atinó a pronunciar Noa.

-¿Crees que tu vida vale más que la de esta perra? –Dijo el cazador poniendo el filo sobre el cuello de su esclava-. Porque si no eres capaz de matarla, ya no me servirás para nada.

Carolina comprendió que la amenaza iba totalmente en serio, o acababa con la vida de Noa, o sería la suya la que terminaría de forma violenta.

-Lo siento- gimoteó con lágrimas en los ojos mientras cogía el cuchillo que aún presionaba su garganta.

Noa vio como la temblorosa y afilada hoja metálica se acercaba a su cuello, sintió el frío acero sobre la piel, y notó a la perfección como esta se abría provocándole un terrible dolor. La sangre comenzó a manar a borbotones, y Noa sentía como su cuerpo se cubría con la espesa sustancia rojiza mientras gritaba histérica.

-Así tardará horas en morir –dijo el hombre-. El corte debe ser más profundo. ¿No quieres evitarle el sufrimiento?

Carolina volvió a cortar la frágil piel del cuello una y otra vez, con manos temblorosas y lágrimas en los ojos, hasta que finalmente, con un gorgoteo, la vida de Noa abandonó su cuerpo. Todo había acabado. Carolina soltó el cuchillo y salió corriendo de la habitación, rumbo a ninguna parte, con la única intención de esconderse en algún agujero tan profundo que ni ella misma fuera capaz de encontrarse.

El hombre no se interpuso en su camino, sólo sonrió con malicia mientras permitía a su esclava desaparecer durante unas horas, era mejor así, ella necesitaba asimilar todo lo que había pasado y él aún tenía muchas cosas que hacer. Con la tranquilidad que da saber que lo más difícil ya está hecho, se dirigió al armario del dormitorio y extrajo una amplia maleta, la colocó abierta junto a la cama y con sumo cuidad rodeo el cuerpo aún caliente de Noa con sus brazos. Sí, tenía mucho que hacer y poco tiempo hasta el amanecer, debía darse prisa.

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