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Sueños (4 de 5)

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Estuvimos un largo rato hablando o mejor dicho, yo preguntaba y ella respondía. Me contó que había comenzado a vigilar mis sueños cuando mi esposa me dejó, cuando vieron que si ella no intervenía las pesadillas terminarían acabando conmigo. Estuvimos hablando de mi infancia y de mi relación con Desiré, mi ex-esposa  y sin saber cómo ni por qué cada vez me dolía menos recordarla. No sabía por qué era, pero Ania estaba consiguiendo que mis heridas sanaran. Luego le pregunté por mi pequeño y me dijo que su alma estaba a salvo en un plano aparte donde las almas pueden descansar.

―¿Puedo ir a verlo? –pregunté con la esperanza de que si podía verlo feliz no me dolería tanto no tenerlo junto a mí.

―Lo siento Liliana, no se puede. Ningún mortal puede cruzar sus puertas –dijo acariciando mis brazos mientras en mis ojos se dibujaba la desilusión- Pero creo que hay algo que si puedo hacer por ti.

Ania volvió a aclarar el suelo, pero esta vez no me vi a mi misma en el hospital. Había un gran prado con un hermoso lago de agua cristalina. El prado estaba lleno de gente disfrutando del lugar, y en la orilla del lago y jugando había un niño sonriente de pelo liso y castaño.

―Es él –dije mientras me ponía de rodillas en el suelo, para verlo desde más cerca.

―Me temo que esto es todo lo que puedo hacer por ti, es lo máximo que puedo acercarte a él –dijo Ania acariciando mi hombro.

Me giré para mirarla mientras volvía a sentarme en el sofá. Por un momento me quedé quieta, observándola, hasta que Ania comenzó a sonreír y a morderse el labio inferior. Se veía tan hermosa y esa manera de morderse el labio resultaba muy sexy y sin darme cuenta me había lanzado a sus brazos.

―Gracias –susurré en su oído.

Ania me separó de ella lo justo para poder mirarnos. Poco a poco comenzamos a acercarnos mientras nuestras miradas volaban entre los ojos y los labios de la otra. Estábamos muy cerca, tanto que ya podía sentir la calidez de su aliento sobre mis labios. Cuando por fin nuestros labios estaban a punto de rozarse Ania puso su dedo sobre mis labios.

―No podemos –dijo susurrando con los ojos cerrados.

Estaba decepcionada, de verdad pensaba que esta vez nada se interpondría. Lo que no se esperaba era que esta vez el obstáculo sería la propia Ania.

―¿No podemos o no  quieres? –pregunté sin alejarme de ella.

Ania no contestó a mi pregunta. Volvió a entregarme una dulce mirada mientras acariciaba mi cara y se acercaba a mí para darme un suave beso en la mejilla y abrazarme. ¿Esa era su forma de contestarme? ¿Y cuál era la respuesta? Sabía que le gustaba, pero no tenía del todo claro que era lo que sentía por mí.

No sabía cómo lo había logrado, pero Ania no solo había conseguido curar la herida que mi ex-esposa había creado, sino que había conseguido que comenzara a sentir algo por ella. Esta chica realmente me estaba gustando, era una lástima que pronto tuviera que regresar a mi mundo.

Tantas emociones me tenían agotada, así que mientras disfrutaba del calor de su abrazo me quedé dormida. Desperté cuando sentí unas manos acariciando mi pelo, pero no me moví. Me gustaba mucho la situación. Ella estaba recostada sobre uno de los brazos del sofá y yo abrazada a ella con la cabeza sobre su abdomen.

―Nunca te había visto dormir. Te ves muy linda –dijo sonriendo.

Sus palabras y su mirada consiguieron que me ruborizara, fue entonces cuando me di cuenta de algo.

―¿Cómo es posible que me haya dormido si no estoy en mi cuerpo? –pregunté muy curiosa.

―Tu alma sigue siendo humana y, por lo tanto, sigue siendo presa fácil del agotamiento –dijo sonriendo mientras yo me sentaba.

Ania se sentó, haciendo que yo también me sentara y la liberara de mi abrazo, y se quedó seria por un momento antes de volver a hablar.

―Ya estás lista para volver a tu mundo –dijo agarrando mis manos.

―¿Ya? Pero si apenas llevo un día aquí

No quería irme aún, quería estar un poco más con ella  y necesitaba descubrir que sentía ella por mí. Además no estaba del todo segura de querer regresar a un mundo que me había provocado tanto dolor.

―En este mundo no hay días ni noches, pero en tu mundo si. Y en tu mundo el tiempo pasa más rápido que aquí.

―Entonces, ¿cuánto tiempo llevo en coma? –pregunté temiéndome que su respuesta no me iba a gustar.

―Tres meses –dijo casi susurrando, como si temiera que su voz me hiciera daño.

¿Tres meses? No es que en mi mundo el tiempo fuera más rápido, es que una simple hora aquí eran casi cuatro días allá. Tres meses… ¿Cómo estaría mi madre? ¿Y mis amigos? Pero, ¿después de tanto tiempo como iba a ser mi vida cuando volviera? De seguro tendría que pasar algunos días en el hospital antes de que me dejaran salir, eso suponiendo de que al llegar a mi cuerpo consiguiera despertar. ¿Y si no lo conseguía? Y suponiendo que despertara, ¿Qué iba a hacer cuando saliera del hospital? Después de tres meses en coma no tendría un puesto de trabajo que reclamar.

―Hay algo más que debes saber antes de regresar –dijo Ania dejando ver en sus ojos que le dolía lo que estaba a punto de decir.

―No, ya sabe suficiente –dijo el anciano que nuevamente había aparecido junto a nosotras- Debe regresar ya –dijo el anciano posando su mano en mi frente.

―Espera –dije apartándome de él- ¿Seguro que despertaré del coma?

―Sí, no te preocupes –dijo Ania volviendo a agarrar mis manos- Tu cuerpo reaccionará a la llegada de tu alma y despertarás.

Después de oír eso respiré un poco más tranquila, y sin pensarlo me lancé a sus brazos. Necesita sentirla una vez más, tenía que asegurarme de que cuando llegara a mi mundo iba a poder recordar su aroma, su piel, su calor, sus abrazos. Tenía que asegurarme de que iba a recordarla. Tan sólo de pensar que podía olvidarla se me encogía el corazón.

―Una cosa más – dije viendo que el anciano volvía a intentar acercarse a mí- Antes te hice una pregunta, pero no me la respondiste –le dije a Ania mientras los nervios hacían que me mordiera el labio inferior- Y quiera saber la respuesta antes de irme.

Ania guardó silencio mientras me miraba fijamente. Y de pronto sus ojos se rayaron y su labio comenzó a temblar como si estuviera a punto de llorar.

―Nunca he deseado nada como deseaba eso –dijo mientras comenzaba a temblarle la voz.

No pude decir nada, las palabras no salían de boca. Solo podía sentir como un profundo dolor se colaba en mi pecho y como mis ojos se llenaban de lágrimas. Le dirigí una última mirada a Ania y luego me giré quedando de cara al anciano. No quería verlo, no podía verlo, cerré los ojos antes de sentir como el anciano posaba su mano en mi frente.

No sentí nada, no sentía nada diferente y por un momento creí que no me había movido del sitio. Pero cuando abrí los ojos vi que estaba en la habitación de un hospital y de pronto el marcador de pulso comenzó a pitar, avisando de que estaba despierta.

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