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Represión

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Represión. Era la palabra que a la atribulada Alicia le había andado rondando en el cerebro durante todo el fin de semana. Porque ya no era posible seguir manteniendo dentro de su arsenal de pensamientos, esa realidad que se le escapaba por todos los poros. Si hasta había llegado a pensar que sus deseos se le reflejan en la cara y en los movimientos de sus manos porque su madre y su hermana a menudo le hacían alusiones a su conducta extraña, pero ellas jamás serían capaces de adivinar cual era el origen de su inquietud creciente.

A ese origen, fue que se vio enfrentada esa mañana en el centro comercial y cuando se acercaba directamente hacia él, ya era demasiado tarde para ocultarse, como tantas otras veces lo había hecho. Ya la estaba abrasando al tiempo que le decía:

-Alicia, por fin te encuentro. Tu teléfono no contesta y tu madre y tu hermana siempre me dicen que no estás.

Había huido de él de todas las formas posibles. Sabía muy bien porque huía.

Cuando había estado cerca de él, sentía una atracción algo violenta. Su conversación le seducía y se quedaba como clavada en su silla sin poder ponerse de pié y dar por terminada la entrevista. Y, sabía que esto le sucedía y como también se sentía atraído por la hermosa muchacha, había logrado acariciarla varias veces sin que ella protestara. La última vez, estas caricias habían alcanzado una contundencia pasional evidente. Había aprisionado sus tetas duras y sus manos la habían recorrido a voluntad, siempre por encima de la ropa. La había besado suavemente y también con mucha pasión.

Aunque Alicia nunca le había permitido tocarle directamente ni un centímetro cuadrado de su piel, él había sabido adivinar la hoguera en la cual, la inexperta muchacha se consumía y por ello tenía la certeza de que en el próximo encuentro sería suya. Alica por su parte luchaba contra ese torrente de energía difusa y evitaba el encuentro porque, aunque se consumía, tenía un miedo espantoso al contacto directo con aquel hombre y con todos en general.

Antonio la invitó al café y ella aceptó temblorosa e inquieta, pero la tranquilidad la invadió cuando pudo comprobar que yo les esperaba en una mesa situada en el fondo del bonito recinto. Antonio me había hablado de ella, pero no me había dicho lo atractiva que era en su modelo de mujer asustada.

Alicia hablaba rápidamente, como queriendo acercarse a mí y de ese modo alejarse de la esfera de acción de Antonio que no dejaba de mirarla con ojos de deseo contenido. La muchacha reía casi continuamente, y me hacía comentarios de aprobación acerca de mi ropa, de mi maquillaje y de mi peinado y en un momento en que Antonio se alejó para comprar cigarrillos Alicia me tomó de la mano y mirándome a los ojos me dijo como en tono de suplica:

- Por favor, Elena... no me dejes sola con él.-

Por lo pronto no entendí su petición y casi pensé que se trataba de una broma, pero como ella no soltaba mi mano, pude darme cuenta como se le humedecía ante la presencia del hombre que en ese momento volvía a tomar su lugar en nuestra mesa. Fue en ese momento que decidí no separarme de ella y averiguar realmente que le sucedía.

Momentos después le expliqué a Antonio que iríamos con Alicia a visitar algunas tiendas, cosa que yo sabía que mi amigo odiaba. No estuvo muy de acuerdo con nuestra decisión pero aceptó ante nuestra promesa de reunirnos unas horas más tarde para comer algo juntos.

El quedar solas, fue para Alicia un estímulo que desencadenó su confianza hasta límites insospechados. Me explicó que desde que había conocido a Antonio habían despertado en ellas una serie de sensaciones ardientes que al comienzo había interpretado como consecuencias lógicas de la atracción masculina, pero que luego estas sensaciones habían sido acompañadas por un temor creciente al contacto físico y por ello huía de sus encuentros.

Entramos en una tienda y comenzamos a probarnos ropas de verano, haciéndonos mutuos comentarios. Alicia tenía una hermosa figura, un poco mas alta que yo. Sus caderas sensuales hacían un hermoso conjunto con sus piernas, que pude observar con detención cuando se quitó la pequeña falda. Un trasero particularmente bien hecho apenas podía ser contenido por las amorosas braguitas inmaculadamente blancas, y cuando se movía para probarse la ropa sus músculos dibujaban plácidamente los detalles de una anatomía inocente y salvaje. Ahora me explicaba, la inquietud que había invadido a mi querido Antonio por poseerla.

Unos celos extraños me invadieron entonces. En ese mismo momento, ella me tomó nuevamente de la mano y en tono suplicante me dijo que no quería que nos reuniéramos con él. Yo apreté su mano entre las mías y le dije:

- No te preocupes, querida , tu te quedarás conmigo.-

Esta chica era inquietante .

Cuando salimos de la tienda ella seguía agarrada de mi mano, como sintiéndose protegida. A mí, la imagen que le había observado en la tienda, me perseguía despertando sensaciones nuevas .

Nos detuvimos frente a una vitrina y en un momento, intencionadamente, la acerqué hacia mi poniéndole mi mano derecha en su cadera. Por encima de la delgada tela pude percibir claramente el borde superior de su pequeña braga y el contacto me electrizó.

Su otra cadera había entrado en contacto con la mía y ella pareció disfrutar del roce porque apretaba rítmicamente mi mano. Habíamos establecido una comunicación táctil que aún no podía asegurar si era intencionada de su parte.

Al llegar a la escalera mecánica su trasero maravilloso quedó frente a mi rostro durante varios segundos. Mis ojos lo delinearon con detalle y debí contenerme para no tocarlo. Apenas llegadas al piso superior volvimos automáticamente a tomarnos de la mano.

Una fila de acaloradas personas esperaba su turno para adquirir helados y yo me anticipé a ocupar un lugar quedando ella a mis espaldas. La fila avanzaba lentamente cuando sentí la presencia de su vientre presionando sobre mis nalgas generosas. No me moví, pero algo latió dentro de mi dándome una señal inequívoca de placer. No nos separamos. Al contrario, yo aumenté la presión y el roce se hizo entonces intenso. Elena me hablaba en voz baja, rápido, sin detenerse, hablaba de ropa, de perfumes, de modelos, de muchas cosas que casi no le escuchaba, pero habíamos adquirido un ritmo y forma de movimiento que me hacía desear que esa fila no avanzara. Sentía sobre mis glúteos el vértice de sus muslos que a veces ella parecía separar levemente como para querer englobar entre ellas parte de mi trasero. Estábamos acariciándonos en medio de la gente sin que nadie se percatara de nuestro intercambio.

Cuando volvimos a mirarnos de frente, Alicia tenía el rostro encendido y un brillo especial en los ojos. Nos habíamos tomado del brazo y en esa posición, al caminar, mi brazo derecho tocaba reiteradamente su teta izquierda. Me pude dar cuenta que Alicia no usaba sujetador de manera que ese contacto ya me tenía bastante trastornada.

Debí admitir entonces que la estaba deseando. No era la primera vez que deseaba a una mujer. Sabía muy bien lo que era eso y mis relaciones íntimas con otras mujeres habían sido siempre placenteras y a menudo las buscaba. Pero lo que estaba sintiendo por Alicia era algo distinto. Era como estar frente a una tela en blanco sobre la que yo podría pintar cualquier paisaje. Ella era de una frescura provocadora y esa actitud algo pueril estaba desencadenando en mí unos deseos crecientes de poseerla.

Entramos a una tienda de calzado.

Alicia estaba fascinada con los modelos y trataba de seleccionar uno del montón de cajas que mantenía a sus pies. Pidió mi consejo y yo me arrodillé frente al pequeño taburete en el que se encontraba sentada y sostuve su pequeño pie para observarla mejor. Había levantado su pierna y desde mi posición pude observar esa penumbra entre sus muslos que los hacía aparecer atractivos y misteriosos. Sin poder resistirme, y sin dejar de sostener su pie, avancé mi mano acariciándole las piernas con deleite. Su suavidad conmovedora me tenía loca. Alicia seguía hablándome mientras yo me deleitaba en silencio.

Protegida por la intimidad del probador fui levantando su falda hasta dejar sus muslos totalmente expuestos. Ella seguía hablando y cuando pensé que no tendría respuesta, apareció ante mis ojos el triángulo perfecto de sus bragas blancas mostrándome un maravilloso circulo húmedo en su vértice. Allí estaba su respuesta. Y desde allí emanaba el perfume que hacía agitarse mis fosas nasales y mis rodillas.

Alicia estaba francamente excitada, disfrutaba de mis caricias, se humedecía intensamente, me dejaba hacer, pero no quería admitirlo explícitamente. Seguí subiendo mi mano hasta separar sus muslos humedecidos y suaves para apretar entre mis dedos los robustos labios de su vulva. Los hice resbalar unos sobre otro al tiempo que yo me sentía latir en forma impenitente. Alicia no dejaba de hablar, pero ahora emitía unos cortos quejidos tenues y de pronto juntó sus muslos aprisionando mi mano entre ellos. En ese momento nos miramos y ella me sonrío.

Abandonamos la tienda sin comprar nada. Ya en el pasillo caminamos con dificultad entre la multitud que llenaba el centro comercial en esos días. Ahora la deseaba francamente. Caminaba muy cerca de mí. A veces éramos apretadas por el grupo y entonces su contacto me producía pequeños estremecimientos. Busqué su mano y la retuve con fuerza, entrelazamos los dedos y nos dábamos apretones rítmicos sin hablarnos .

Algo tenía que hacer, porque la excitación era tan grande que se me estaba haciendo molesta. Tenía deseos de apretarla entre mis brazos, de sentir sus piernas entre las mías, de retener sus tetas en mis manos, de saber como era desnuda, de acariciar su trasero que solamente había perfilado, ya no me importaba que nos vieran.

Entonces la llevé frente a las vitrinas de una tienda de ropa intima femenina. Nos detuvimos un momento y luego le dije de forma imperativa:

-Sígueme, quiero probarme algo.-

Seleccioné cuatro o cinco sujetadores a toda prisa y la dependienta nos indicó como pasar al probador. Me deshice de mi blusa y mi sujetador con rapidez inusitada y le presenté mis globos perfectos presididos por dos pezones audaces que la apuntaban directamente. Alicia no pudo resistir. Dejo de evadirse y antes que pudiera decir nada, ya le había desabrochado la blusa y sus pequeños y duros pechos conversaban con los míos. La abracé y busqué su boca que se dio en forma deliciosa. Nuestras lenguas se buscaron locas y nuestras manos como sincronizadas descendieron para levantar las faldas. Mi mano encontró su vulva temblorosa y agitada y mis dedos se empaparon de su manjar. Guié su mano hacia mi vulva enloquecida y le enseñe a reconocerla y a tranquilizarla, entonces entendimos y nos quitamos las bragas la una a la otra.

Le tome el culo con ambas manos y subiéndome la falda la atraje hacia mí hasta sentir su mata dura de vellos mojados sobre los míos. Comenzamos a restregarnos con pasión, con un movimiento circular, ondulante, en un silencio que solamente era roto por el chasquido de nuestros besos y el murmullo de la gente en el pasillo exterior. Esa sensación de que pudieran sorprendernos en cualquier momento, parecía aumentar nuestro deseo y entonces nuestros besos se hacían más intensos y nuestras manos se hacían expertas encontrando entre los labios vaginales rincones mas sensibles que recorríamos con prisa.

La pasión se había desatado y ella había entrado en el juego. La impulsé suavemente para que se sentara en un pequeño taburete y en esa posición lograba darle pequeños mordiscos en sus tetas perfectas y duras, hice crecer sus pezones rebeldes entre mis labios mientras ella me tiraba suavemente el cabello. Descendí lentamente y pude observar la maravilla de su vulva latiendo enloquecida. Parecía hablar, como ella había hablado momentos antes, pero ahora sus palabras eran liquidas y sus secreciones parecían hacer pequeñas burbujas transparentes.

No quise tocarla con las manos e inventé para ella una caricia nueva poniendo el más duro de mis pezones en su coño ardiente y con él comencé a recorrer su cueva palpitante. Sentí entonces su temperatura inusitada, su suavidad cautivadora, su latido profundo. Ella inundaba mi pezón y parte de mi teta profanadora. Yo trataba de hundirla, de penetrarla, de agitarla, de provocar una pequeña guerra entre mi pezón y su clítoris como dos pequeñas espadas duras y quemantes. Recorría su vulva, agitaba sus labios menores, me apretaba el pezón con sus labios mayores y volvía a su clítoris en un recorrido enloquecedor en que el tacto se hacía el rey del universo sensible .

De pronto la sentí latir como un corazón agitado y el recorrido de mi pezón en su vulva se hizo desenfrenado para terminar en una presión sublime con mi teta hundida en su regazo húmedo y mi propia vulva latiendo descontrolada .

Nos pusimos de pie mordiéndonos dulcemente la boca. Ella me entregó sus pequeñas bragas mojadas y yo las guardé en mi bolso entregándole las mías que ella besó antes de guardarlas. Al salir del probador me quedé con un sujetador y luego de pagar a la dependiente salimos del local y tomadas de la mano caminábamos felices entre la multitud agitada. Casi no habíamos hablado pero yo sentía su cercanía en cada unos de mis poros

Después de un momento Alicia aumentó la presión en mi mano y me miró para decirme.

- ¿Te pasa lo mismo que a mí?

- ¿ Que cosa ?

- Me estoy vaciando.

Entonces me detuve frente a una vidriera, estábamos rodeadas por una infinidad de personas, la acerqué a mi lo más que pude, apreté su mano sudorosa y sentí correr entre mis piernas mi propio y ardiente río ya cerca de mis rodillas. Nos miramos a los ojos y medio afirmadas en la vidriera nos dejamos recorrer por el más hermoso y público de los orgasmos que era capaz de recordar hasta ese momento.

No nos habíamos soltado de la mano... Jamás la soltaría. Alicia era mía y estaba dispuesta a conservarla. Antonio tendría que esperar mucho para el almuerzo porque no llegaríamos. Teníamos mucho que vivir.

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