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La sorpresa de MI abogado

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Me derrumbe exhausta en la butaca del despacho de mi abogado, me sentía agotada después de tres meses luchando por que mi ex marido firmara los papeles del divorcio, a lo cual se negaba.

―Deberías relajarte un poco Adriana, esto va a terminar contigo.

Mi respuesta fue un breve resoplido, tan solo quería terminar con todo aquello y poder seguir con mi vida.

Después de ocho años de casados, el día de nuestro aniversario, tras suplicar al jefe que me dejara salir antes de la oficina para poder prepararle una cena especial me lo encuentro en MI casa, en MI cuarto, en MI cama, y follándose a MI peor compañera de trabajo, a doña perfecta, la zorra mas grande que jamás había visto y después de esto me lo aseguro con creces, lo único que se me ocurrió decirle a mi marido en aquel momento fue que bien podía a ver escogido otro regalo de aniversario o por lo menos una zorra a la que no conociera, tras mis palabras les deje un portazo y me largué. Les deje media hora, para que terminaran tranquilos y cuando volví mi marido lloraba cual niño desconsolado en el sofá, ni escuche las palabras que balbuceaba, y le pedí educadamente que se largara de MI casa.

No  me costo mucho hacerme con mi vida, en un año estaban totalmente cicatrizadas todas las heridas. Pero ese año, decidí soltar amarras de todo, de una vez y firmar el divorcio a lo cual mi queridísimo y estúpido maridito se negaba.

De pronto sentí las manos de Carlos masajeando mis hombros, lo cual agradecí enormemente.

―Venga relájate.

―¿Quieres cenar esta noche en casa?- me di la vuelta para mirar sus ojos, en los cuales vi un destello de sorpresa, pero llevaba meses dándome cuenta como me desnudaba con ellos.

―Perfecto llevaba tiempo queriendo proponerte algo así.

―Genial, a las nueve ¿Te viene bien?

Ese día salí del despacho de Carlos con una fuerza que daba por perdida y me fui directamente al supermercado.

No puse velas, no quería que pensara que era una cena romántica, si no algo informal, entre amigos. Saque la botella de vino del congelador, la toque para asegurarme que estaba bien fría y la puse en la champanera justo dos minutos antes de que sonara el timbre.

Sus dos besos hicieron arder mis mejillas, llego guapísimo, deslumbrante, con vaqueros y camiseta, impresionante para mí porque estaba acostumbrada a verlo siempre en el despacho con su traje serio y su corbata pálida.   Traía el pelo alborotado lo cual me gusto aun mas, le hacia parecer mucho mas joven. Por suerte para mi, a ultima hora, descarte el ceñido vestido negro e iba poco mas o menos como el, vaqueros y camiseta de tirantas, eso si, con una buena vista de mi escote canela.

Para mi sorpresa Carlos resulto muy divertido, hacia ya dos años que nos conocíamos y a pesar de que nuestro trato pasó de lo formal, no conocía esta faceta suya. A veces tomábamos café en alguna cafetería de la plaza pero siempre para tratar asuntos del divorcio.

Tras el postre y retirar la mesa, le serví un gin-tonic con una rodajita de limón sujeta al borde del vaso, tome la mía de ron con hielo y nos acomodamos en el sofá.

―Y ¿No tienes intención de rehacer tu vida?

Notaba como el calor del vino había ruborizado sus mejillas y sus ojos comenzaban a lanzar miradas a mi escote lo cual me dio una seguridad que hacia tiempo no sentía.

―No, de momento estoy bien. ¿Y tu? Apenas se de tu vida.

―¿Yo? También estoy mejor ahora, también soy separado- contesto esquivando mi mirada de sorpresa tras el vaso.

―¿A si? No sabía nada.

―Bueno no hemos tratado temas personales hasta ahora.

―¿Ah no?- repuse con picardía- Pues siento decirle señor abogado que usted conoce prácticamente mi vida entera.

―Jajá. Si tienes razón, pero no suelo contar mis cosas a mis clientes.

Hablamos de los días y meses tras las separaciones de ambos, claro que la suya era muy distinta a la mía. Se habían separado de mutuo acuerdo, la conversación me resultaba gratificante ya que me acercaba a el, clavo sus ojos en los míos y se me acelero la respiración cuando sus labios comenzaron a acercarse hasta casi rozarme, pero mis nervios me fallaron y me derrame la copa en los pantalones al intentar rodearle el cuello.

Me sentí estúpida.

―Oh, lo siento, ¿te he manchado?, cielos, lo siento de veras, me he puesto perdida, con lo pegajoso que es el ron.

―No te preocupes, no me manchaste, pero tú te has mojado entera.

Tan solo respondí con una avergonzada sonrisa, pero me hubiera gustado decir que no solo estaba mojado mi pantalón, también empezaba a empapar mi braguita por la cercanía de ese beso.

―¿Te importa si me ducho? Si me quedo así, no podre despegarme mañana la sabana. ¿No tardo vale?

―Aquí te espero.

Prácticamente volé hacia mi cuarto castigándome a mi misma por inútil.

Abrí el grifo y me sumergí en el humeante chorro de agua caliente, a parte de quitarme lo pegajoso del ron también me ayudaría a calmarme un poco. Por mi mente no cesaban de centrifugar disculpas.

Distraída en mis pensamientos, me sobresalte al notar unas manos en mis hombros, me volví y allí estaba, MI abogado, desnudo, en MI cuarto, en MI ducha.

―Relájate Adriana, ahora no hay vasos por medio que rompan el momento.

No sabia como reaccionar, esto no me lo esperaba, ni siquiera le había escuchado entrar en el cuarto.

Tomo mi cabeza, acariciando mi mojado pelo, y pego sus labios a los míos, buscando mi lengua con la suya. No lograba reponerme de la sorpresa y me deje llevar.

Lentamente mis manos acariciaron su rostro, sin separar mis labios de los suyos, mientras que sus manos, una se paro en mis pechos, palpándolos, recorriéndolos, mientras que la otra bajo desde MI espalda, a Mis caderas, hasta reposar en MI trasero, el cual comenzó a masajear, y a apretar empujándome mas contra el, me dio la vuelta y me apoyo en una de las frías paredes de azulejos.

El agua resbalaba por su cara, me miro con una sonrisa picara y comenzó a bajar despacio, cubriéndome de besos, desde mi barbilla a mis pechos, los cuales lamio y mordisqueo a su antojo. Yo me sentía arder, mis pulsaciones se aceleraron  y mis gemidos se elevaron cuando sus dedos abrieron mi sexo y su lengua comenzó a dar suaves golpecitos a mi clítoris.

Grite, revolviendo su pelo, me estaba volviendo loca, me recorría con su lengua mientras me penetraba con sus dedos, sus labios succionaban mis fluidos y no habría podido describir lo que sentí cuando escuche sus palabras.

―Quiero que te corras en mi boca, mi loca escritora, demuéstrame donde esta la fiera que he conocido en mi despacho defendiendo lo suyo.

Hacia tanto que no me sentía tan deseada que fue de inmediato, me corrí como hacia mucho tiempo.

El se separo un poco, y pensé que me daría una tregua para recuperarme pero el aun estaba sediento. Volvió a girarme, dejándome de espaldas a el, abrió mis nalgas, masajeo mi ano con mucha delicadeza, el agua de la ducha le ayudaba, poco a poco fue introduciendo uno de sus dedos, y las oleadas de placer volvieron.

Penetraba mi culo poco a poco, mientras rozaba su polla contra mi sexo, preparándola para la embestida que tal por sus movimientos de dedos pensé que seria bestial, pero me sorprendió y tan solo metió la punta, sacándola y metiéndola varias veces, al principio pensé que lo hacia por ternura, pero al girarme y ver su cara y su sonrisa me di cuenta que estaba tratando de hacerme sufrir, de volver a ponerme loca, pero sin darme lo que yo ansiaba, todo su sexo dentro de mi.

Comencé a pedir mas con mis caderas, pero el se retiraba divertido haciendo chistar su lengua a modo de negación. Sus dedos no paraban, mi culo estaba lleno pero necesitaba también tener lleno mi coñito el cual palpitaba de deseo.

Me volvió a girar bruscamente, dejando su cara a unos milímetros de la mía.

―Vamos a la cama Adriana.

Eran escasos los metros desde la ducha hasta la cama, pero iba devorando mi piel en cada paso, sin prisas, lamiendo todo lo que encontraba a su paso, yo también quería darle placer, pero cada vez que intentaba arrodillarme, el no me dejaba.

―Hoy eres mi esclava- me susurro al oído, erizando mi piel- otro día intercambiamos papeles, pero hoy eres solo mía, te voy a follar como nadie lo ha hecho, lograre que jamás me olvides y que cada noche mojes tus sabanas con mi recuerdo.  

Me tiro sobre la cama, abriendo mis piernas, volviendo a meter su cabeza entre ellas. Yo me arqueaba, le arañaba la espalda, empujaba su cabeza, estaba loca de deseo, necesitaba sentirlo muy dentro de mí, pero no me daba lo que tanto ansiaba. Se tomo su tiempo, lamiéndome, despacio, devorándome, besando mis muslos, penetrando mi culo con sus dedos, yo gritaba, me revolvía, llego un punto que todo aquello me pareció cruel, mi coño ardía esperando su recompensa, pero era su esclava y ni podía ni quería negarme.

Se separo unos instantes.

―Un segundo- dijo y salió del cuarto dejándome desconcertada.

El deseo era tan intenso que comencé a penetrarme yo misma con mis dedos, hasta que lo vi entrar de nuevo con uno de mis lazos del pelo en la mano.

―Eso me gusta nena, que me eches de menos- se mojo los labios y volvió a subirse a la cama, sentado a horcajadas sobre mi, podía notar su polla bien dura. Me tomo las manos y me las ato al cabecero de hierro forjado.

Se separo, me contemplo con cara de deseo, pellizco mis pezones, acerco su boca y los mordió, el dolor me hizo gemir de nuevo. Volvió a bajar su cabeza pero esta vez se limito a un breve lametón, lo saboreo, y me acerco la polla a la boca, saque mi lengua y le lamí el glande, pero el quería mas y me la metió toda, he de reconocer que me provoco una arcada, lo notó y la saco, pero tan solo me dejó tomar un poco de aire, movía sus caderas con un ritmo impresionante mientras yo le comía todo su sexo, su expresión me excitaba mucho mas.

―Te has portado bien, te daré lo que llevar rato pidiendo.- beso mis labios, pasando su lengua por ellos, volvió a lamer mis pezones, a mordisquearlos mientras se acomodaba entre mis piernas. Restregó su dura polla por mi mojado coñito, me metió un dedo en la boca y me penetro con una salvaje embestida.

Sentía rozar el cielo, mis relaciones sexuales anteriores habían sido placenteras siempre pero jamás tan intensas.

Se movía rápido, jadeando en mi oído lo cual me enloquecía, llegaba a lo mas profundo de mi ser provocándome extraños calambres muy placenteros hasta ahora desconocidos para mi, calambres que invadían por completo mis sentidos.

Poso su boca sobre la mía, era salvaje y tierno a la vez. Sus penetraciones no cesaban. Con un movimiento rápido desato mis manos y sin darme cuenta me coloco sobre el.

―Estoy apunto escritora, enséñame como te mueves.

Y sin dudar mis caderas enloquecieron, sentía su polla entrar y salir, su pubis rozando mi clítoris, sus manos cercando mis pechos.

Estaba loca, quería mas mucho mas, le agarre por el cuello comunicándole que necesitaba que se incorporara para que mi clítoris se rozara aun mas y obedeció, me apretó fuerte contra el.

Ahora no resbalaba, botaba loca sobre esa polla tan dura y caliente, con mis pechos en su boca, arañando de nuevo su espalda.

―Ohm, si Carlos, ohhhhhh , ahhhhh

Los calambres se repetían, estaba al borde de la pettit morte, esa muerte por segundos provocada por el orgasmo que aseguran sufrir algunas mujeres y que yo desconocía hasta ese momento, un segundo antes de llegar al clímax, se me vino a la cabeza la imagen de mi marido en la puerta, impresionado, viendo como me follaba a MI abogado, y fue en ese mismo instante en el que solté una risita y me corrí, sin dejar de moverme, para que Carlos pudiera sentir mis oleadas. Me derrumbe en su pecho pero el se movió rápido y ágil y en unas decimas de segundo estaba detrás de mi, yo intentando recuperar la respiración y el penetrando mi culo.

Una, dos, tres embestidas y note como me llenaba, note sus palpitaciones y volví a temblar. Ambos nos derrumbamos en la cama.

―Creo que tendré que buscarme otro abogado- le dije apoyada en su pecho, con la respiración entre cortada.

―¿Por qué? – su semblante se puso serio y a mi se me antojo divertido.

―Se me hará difícil, cada vez que entre en tu despacho querré revivir este momento.

Carlos soltó una carcajada que a mi parecer fue más de alivio que de otra cosa.

―Mi despacho tiene llave y esta insonorizado- dijo mientras pellizcaba una de mis nalgas y volvía a enterrar su cabeza entre mis piernas.

Para mi Abogado de los Infiernos, de su loca Escritora, con mucho cariño y con toda la pasión y el morbo con el que espero llenar un día esa habitación de hotel.

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