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Un último suspiro

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11 de Marzo, de 2004.

Estación de Atocha, Madrid, España.

El sonido que indica el cierre de las puertas del tren, me hace correr como una liebre escaleras abajo. ¡No puedo permitir que se me escape! ¡Llegaré tarde al trabajo!

De algún lugar escondido de mi cuerpo, conseguí la velocidad necesaria para llegar a tiempo y cruzar esa puerta, medio segundo antes de que se cerrara definitivamente.

¡Vaya! Creo que podría ganarme la vida como malabarista en un circo. No sé de qué forma conseguí que el café recién hecho que traigo, haya quedado intacto.

Definitivamente, el comienzo de mi día está resultando toda una aventura. Apenas son las 7:00 a.m y ya me han sucedido tantas cosas, que cualquiera diría, que una fuerza superior intentaba por todos los medios, que hoy no llegara a tiempo a la estación. Pero el universo no sabe que soy más cabezota que él, já. Es completamente imposible que yo falte un solo día a mi cita… ¡Nada! Absolutamente nada, impedirá que la vea hoy, como cada mañana, sentada en algún lugar del vagón, sumida en su lectura e ignorando completamente mi presencia.

Levanto la mirada, haciendo un breve y rápido recorrido por cada asiento de este tren…Noté su presencia desde el mismo instante en que atravesé la puerta, pues su dulce olor a algodón de azúcar es inconfundible. Y mi corazón empieza un hormigueo común en los últimos años, justo segundos antes de encontrarla, anticipándome que ahí está…

Sola, como cada mañana. Sonríe concentrada en el libro que tiene entre sus manos… ¿Cuál será el motivo de su sonrisa? ─Me pregunto mientras no puedo evitar que un suspiro escape de mi interior. Mi corazón late a toda velocidad… y aunque ya estoy completamente acostumbrada a que eso suceda cuando mis ojos la encuentran, tengo las mismas sensaciones que la primera vez que la vi.

Observo que el asiento frente a ella está completamente libre y me dirijo hacia él. No es de sorprender, pues curiosamente, hace ya bastante tiempo que coincidimos sentadas una frente a la otra. Si dijera que es simple y pura casualidad, estaría mintiendo, al menos en mi caso, porque cada vez que entro a este tren y ella aún no ha llegado, me aseguro de sentarme sola, en un lugar algo alejado de la puerta, con la intención de que el sitio siga libre cuando ella aparezca. La mayoría de las veces lo consigo. Pero cuando es ella la que llega primero, que dada mi impuntualidad, es la mayoría de las veces, camino a toda velocidad para que a nadie se le ocurra robarme el asiento a última hora. Como en este preciso momento, que además de divagar, conseguí sentarme en este, mi lugar, frente a ella.

Aquí me detengo a observarla, aprovechando que continúa sumida en su lectura, y los recuerdos de nuestro primer encuentro, invaden mi mente ocasionando un hormigueo en mi estómago y consiguiendo que sienta vergüenza de mí misma, incluso tres años después de haber sucedido.

Yo llevaba meses tomando este tren, a primera hora del día, ya que es el único que me lleva directo al trabajo. Madrid es una ciudad muy grande y aunque existen otros medios de transporte con los cuales podría hacer el mismo trayecto, este tren de cercanías es más rápido y directo que un metro o un autobús. El inconveniente, es que a esta hora del día, demasiada gente piensa como yo y el tránsito de personas es bastante abundante. A pesar de ello, nunca me había detenido a observar a ni uno solo de los pasajeros del tren. Hasta ese día…Ese día en el que una muchacha entró apresuradamente, haciendo malabarismos entre la gente y las numerosas carpetas que cargaba. En ese instante me recordó bastante a mi torpeza y sonreí al descubrir como peleaba tratando de adentrarse entre la multitud, buscando un hueco libre.

Cuando llegó a mi lado, algo la hizo tropezar, y de no ser por mis asombrosos reflejos, que ese día decidieron salir a la luz por primera y última vez, sus carpetas y papeles hubieran quedado regados por el piso. Pero gracias a Dios, los detuve en el aire de una forma algo heróica, que aún hoy no llego a comprender.

Fue entonces cuando la miré por primera vez a los ojos y sentí que en ese momento, una fuerte punzada atravesaba mi corazón… No supe a que se debía, solo fui consciente de la parálisis física y mental que me invadió en ese momento, al ver por primera vez los ojos más hermosos que había visto en mi vida. Azules, un azul completamente transparente y lleno de frescura, iluminados por una sonrisa entre picara e inocente, que sin esperarlo, tres años después, aún me hace suspirar.

No sé lo que ocurrió ese día, con esa extraña, que dedicándome su tímida sonrisa y un simple “gracias”, se robó mi corazón antes incluso de que yo supiera que tenía uno.

Pues sí, puede resultar completamente absurdo, pero nunca había sentido a ese órgano latir tan rápido, como cuando esa chica me miró fijamente. Y es una completa locura, la felicidad que sentí cuando a la mañana siguiente, ella estaba ahí… y nuevamente al otro día… y así, sucesivamente, hasta hoy. Sin darme cuenta, comencé a esperarla cada mañana… Aunque ella ni siquiera es consciente de que me levanto cada día con la esperanza de verla una vez más. Que esos momentos en los que nuestras miradas se cruzan, llenan mi corazón, como probablemente no lo haga nada en mi vida.

A pesar de que lo máximo que he cruzado con ella fue ese simple “gracias” del primer día, o las miradas y sonrisas que cada mañana nos dedicamos, estoy en completa disposición de asegurar que conozco cada gesto de su cara, cada expresión de su mirada. Sé distinguir perfectamente cuando está triste o cuando está feliz, y son miles las veces que al ver la tristeza en sus ojos, me han quemado por dentro las ganas de abrazarla. Pero algo siempre me detenía… y es que, para ella no soy más que una desconocida.

Entonces, haciéndome recordar que llevo minutos sin quitarle la vista de encima, lanza un bostezo al cristal, que parece rebotar y venir directo a mí, porque me resulta imposible evitar que mi boca se abra igual que la de ella, durante unas milésimas de segundo, que fueron interrumpidas cuando de pronto, desvió su mirada de la ventana y calló directamente sobre mí.

Nuestros ojos se encontraron de frente, mi corazón se detuvo, al igual que el tiempo… Y en ese instante, todo lo complicado, cobró sentido… No importaba que ella fuera una desconocida, que no supiera de mi existencia o que incluso pensara que tenía enfrente a una demente que cada mañana la miraba fijamente sin decir una sola palabra. No importaba que el mundo me asegurara que es imposible enamorarse de alguien con quien jamás has tenido ni una mínima conversación... ¡Que venga el mundo en este momento! Que venga y le explique a mi corazón por qué late tan rápido cuando me mira, que venga y me diga por qué consigue cortarme la respiración con tan solo una sonrisa… Esa sonrisa que me está dedicando al darse cuenta de que su bostezo se materializó en mí.

Ella suspira…Y yo, no puedo evitar cerrar los ojos al instante… Le diría tantas cosas, llevo tantos años

callando, soportando el silencio que cada mañana existe entre nosotras. Si tan solo perdiera mi cobardía por unos segundos… Si aunque sea hoy, que tan diferente siento el día, mi cuerpo dejara de temblar y pudiera dirigirme a ella…

Ella… Que aparta la mirada una vez más. Si mis labios pudieran pronunciar su nombre aunque solo fuera por una vez…Si fuera capaz de decir sin miedo…Anahí.

De pronto, escucho su nombre en algún lugar de la lejanía. Su mirada vuelve a mí, y la ligera sonrisa que antes dibujaban sus labios, aumenta mientras me observa. Mi corazón se acelera aún más… y la pequeña vibración que siento en mis cuerdas vocales, es la que me hace entender lo que acaba de suceder… El deseo por pronunciar su nombre, se verbalizó en mis labios sin siquiera darme cuenta.

─Creí que nunca te atreverías a hablarme, Dulce ─Susurró cortando de súbito mi respiración.

Esto no puede ser más que un sueño. Debí quedarme dormida en algún momento del trayecto y ahora simplemente estoy soñando que me mira sonriendo, esperando que mis cuerdas vocales vuelvan a funcionar, haciéndome salir de este absurdo estado en el que me acabo de sumir. Dijo Dulce...¿Escuché bien? ¿Cómo es posible?

─¿Tú…co…como sabes…como sabes mi nombre?

─Cómo mismo tú sabes el mío ─Respondió encogiéndose de hombros con una sonrisa misteriosa.

La situación me resultaba completamente increíble, y probablemente a estas alturas, tuviera una cara de idiota, difícil de disimular.

─No… esto tiene que ser un sueño… sí, eso es… otra vez te colaste en mis sueños y solo intentas confundirme.

Entonces, mi convincente y segura explicación le ocasionó una carcajada que además de conseguir que todos los pasajeros voltearan a mirarnos, creó un repentino hormigueo en mi corazón. Tiene la risa más hermosa y contagiosa que he escuchado nunca.

─¿Me cuelo a menudo en tus sueños? ─Preguntó con cierto aire de picardía, haciendo que al instante sintiera la sangre acumulada en mis mejillas.

─Yo… eh…este…No…Quiero decir ─Balbuceé sacudiendo la cabeza ─…Este día está resultando muy extraño.

─En eso voy a tener que darte la razón.

Con su sonrisa, se creó un instante de silencio, en el que simplemente nos mirábamos. Creo que mi mente ya había comenzado a asimilar que esto no era un sueño… Estoy hablando con ella, después de tres años.

─¿Y si nos presentamos formalmente? ─Interrumpió ofreciéndome su mano ─Soy Anahí… Anahí Puente.

Anahí Puente, en algún momento de estos tres años, había escuchado su nombre mientras mantenía una conversación telefónica y ya jamás lo había olvidado. En cierta forma, me hacía sentir más cerca de ella.

Anahí era una chica, aparentemente sencilla, de pelo muy largo y castaño claro, con unos reflejos rubios que le otorgaban un brillo especial a sus ojos. Esos ojos azules que conseguirían helar a cualquier ser humano cuando se encontrara de frente con ellos.

Su cuerpo era fino y delgado, aunque estaba delineado por unas curvas perfectas y bien marcadas. Tiene las manos más pequeñas y delicadas que he visto jamás y en otras palabras… todo su conjunto, la convertían en una princesa.

─Dulce María Espinoza ─Reaccioné estrechando la mano que llevaba segundos ofreciéndome.

─Encantada de conocerte…

─Igualmente ─Sonreí algo más tranquila y misteriosa.

Nuevamente se creó un silencio en el que nuestras miradas continuaban clavadas la una sobre la otra. Es difícil averiguar que se puede decir en un momento como este… Estoy hablando por primera vez, con la mujer a la que llevo tres años observando en silencio. Imaginé esté instante de tantas formas diferentes, que ahora todo lo que algún día quise decir, se atora al final de mi garganta, consiguiendo que no salga ni una sola palabra.

Pero como ya he mencionado, este día amaneció de una forma distinta… hoy existe algo especial en el ambiente. Algo que me da la valentía que no he tenido durante años. Y esa misma “valentía” es la que me hace levantarme de mi asiento bajo su atenta mirada y sentarme a su lado.

Cosa que quizás no haya sido tan buena idea, pues mi cuerpo comienza a temblar de tal forma, que pienso seriamente si en algún momento del día recordaré de qué forma se articulan las palabras.

Además, su mirada clavada fijamente sobre mí, no ayuda demasiado a que mi respiración continúe con normalidad.

─¿Cómo te va en tus exámenes? ─Consigo preguntar, observando el libro que tiene entre sus manos, mientras trato de que su mirada deje de intimidarme.

─¿Y tú como sabes que estoy en exámenes? ─Alzó una ceja divertida.

─Bu…bueno… Siempre que tienes exámenes, estás más seria y concentrada de lo normal… también algo nerviosa y ausente… y… ─Me llevé una mano a la cabeza ─Estoy sonando como una autentica psicópata.

Su sonrisa antes picara y divertida, pasó a expresar una extraña ternura, que me confundía aún más.

─No suenas como una psicópata ─Aseguró tranquilizándome ─Además tienes razón, cuando estoy en exámenes es complicado mantener una conversación conmigo ─Sonrió.

─Entonces debo tener mucha suerte… O debe ser que hoy tienes un buen día, porque hace apenas unos minutos, algo de lo que hay en ese libro te estaba haciendo sonreír.

─¿Quieres decir cuando llegaste?

─Si… ─Asentí con una sonrisa.

─No me estaba riendo por nada que hubiera en este aburrido libro te lo aseguro. Me reía por ti.

─¿Por mi? ─Pregunté entrecerrando los ojos incrédula. ─¿Por qué por mi?

─Porque cada mañana haces malabarismos con tu café y nunca he conseguido entender como a día de hoy aún no te lo has derramado por encima. Eres algo torpe.

Después de esa afirmación, sacó su lengua provocándome, como una niña pequeña y juguetona, consiguiendo que lejos de eso, mi corazón terminara de derretirse por completo.

─No te voy a negar mi torpeza… ¿Pero tendré que recordarte que la primera vez que te vi, estabas peleando torpemente con el mundo para que tus libros y carpetas no cayeran al suelo?

─¿Por qué tienes que recordar ese momento? ─Rió tapándose la cara con las manos ─Han pasado tres años… Ya deberías haberlo olvidado.

─¡¿Ah ves?! ─Exclamé señalándola con mi dedo índice ─No soy la única torpe que hay en este tren.

Además…no creo que sea capaz de olvidar algo que tenga que ver contigo.

Al instante de haber pronunciado esa frase, me arrepentí irremediablemente. No sé que estaba ocurriendo hoy, pero desde luego mi cerebro y mis labios iban por libre sin esperar una orden ni pedirme permiso de absolutamente nada.

─¿No…? ─Preguntó aún más tiernamente que antes, recibiendo una tímida negación por mi parte

─Entonces cuéntame… “Misteriosa desconocida”, además de saber que en época de exámenes me pongo nerviosa, seria y ausente… ¿Hay algo más que conozcas sobre mi?

¡Todo! ─Pensé en mi interior. Obviamente no iba a responderle eso pero… ¿Qué debía responder?

─Sé que te gusta el café extremadamente dulce, pues siempre utilizas tres sobres de azúcar ─Comencé a explicar mientras ella sonreía de acuerdo ─Te gusta la música romántica, en ocasiones subes tanto el volumen de tu Ipod, que alcanzo a escuchar a Sin Bandera, Camila o Jessie y Joy… Tú escritor favorito es Paulo Coelho, te he visto con cada una de sus últimas publicaciones, pocos días después de que salga a la venta y has leído El alquimista, cuatro veces en los últimos tres años ─Sus ojos comenzaron a agrandarse,

completamente sorprendida por lo que le decía ─Tienes la manía de hacer un curioso gesto moviendo la nariz, como si fueras un conejo ─Se rió mientras se sonrojaba ─Cuando te ríes, tus ojos se hacen muy pequeños y eres capaz de contagiar vida a cualquiera que te esté observando… No puedes tener delante un cristal, ventana, celular o lo que sea y no asegurarte de que tu cabello está en perfectas condiciones. Eres responsable. Organizada y capaz de concentrarte en tus estudios aunque una guerra esté ocurriendo a tu lado. Te gusta adornar tus cuadernos con colores y dibujos, pues aunque tengas 25 años, sigues sintiéndote como una niña… No te gustan demasiado tus manos, siempre tratas de mostrarlas lo menos posible y sin embargo, a mi me parecen preciosas… Cada mañana, cuando llego al tren, no me hace falta verte para saber que ya estás aquí, nada más entrar me impregna un olor a algodón de azúcar que me indica tu presencia, tu olor a “Fresa, de Ives Rocher” es inconfundible.

Su rostro mostraba una expresión entre confundida, sorprendida y fascinada que me produjo algo de temor. Te acabas de pasar, Dulce ─Me dije a mi misma, tratando de llenar con algo su desesperante silencio.

─Vaya… ahora sí que sonaste como una psicópata.

─Lo sé… ─Reconocí cubriéndome la cara con las manos, completamente avergonzada ─Lo siento…yo…

Entonces, sentí el roce de sus manos, agarrando suavemente las mías para descubrir mi rostro apenado… Nunca había sentido el tacto de su piel. Y a pesar de los nervios y el temblor que siento en este momento, esa suavidad y delicadeza con la que me acaricia, me produce paz.

Sus dedos dirigieron mi rostro hasta que mi mirada se encontró con sus ojos. Me acariciaba las mejillas con tanta dulzura que hasta los nervios se me olvidaron en ese momento… Jamás, en toda mi vida, había sentido tanta paz como en este instante.

─Una psicópata que al contrario que a mí, le gusta el café amargo y muy fuerte, solo utilizas medio sobre de azúcar y el olor que desprende, me hace saber que es el café puro que venden en la cafetería especializada que hay junto a la estación ─Ahora fui yo la sorprendida por sus deducciones ─Eres pausada, relajada y tranquila… nunca vas con prisa y eso te hace llegar justo a tiempo cada mañana, arriesgándote a perder el tren sin llegar a hacerlo nunca… Llueva, truene o relampaguee, siempre llevas tus lentes de sol y cualquier pequeña luz te lastima, haciendo que cierres los ojos de una forma muy tierna. Tú color favorito es el azul… Y en el fondo de ti, tienes alma hippie, aunque no vistas exactamente como tal ─Esto último me hizo sonreír y dar de cabeza sabiendo que tenía razón ─Adoras el símbolo de la paz… Nunca te separas de tu ordenador y siempre me he preguntado que tanto escribes en él cada mañana… Así como mismo me pregunto, que cosas pasan por tu mente cuando te detienes a observar el paisaje a través de la ventana, pueden transcurrir minutos en los que apenas parpadeas, como si tu mente estuviera viajando a un lugar muy lejano. ─En este instante, era yo la que estaba completamente sorprendida y fascinada con ese exacto análisis que estaba haciendo sobre mi ─Además, los días soleados te encanta usar colonia refrescante de bebé y eso me resulta aún más tierno… Así que…─Se encogió de hombros ─Creo que ya somos dos psicópatas.

─¡Wou! ─Fue lo único que pude exclamar una vez habían trascurrido unos segundos en los que mi mente lenta pudo asimilar toda la información.

─¿Sorprendida?

─Hasta hace unos minutos creía que ni siquiera conocías mi existencia…

─Pues ya ves que llevo años aquí, exactamente igual que tú.

La sonrisa misteriosa de su rostro me hizo permanecer un instante observándola en silencio. Jamás imagine que ella supiera si quiera de mi existencia… Pero esto, todas esas cosas que adivinó sobre mí… es… simplemente es increíble.

─Escribo ─dije de pronto, consiguiendo provocarle una confusión que me obligó a continuar con la aclaración ─Lo que hago en el ordenador cada mañana… escribo historias.

─¿Qué tipo de historias? ─Preguntó con la intriga en su mirada.

─Historias de amor… ─Expliqué con cierta duda ─…Entre mujeres.

─Oh…

Su pequeña exclamación y el silencio que se produjo después, me crearon algo de miedo e inseguridad. Quizás estoy yendo demasiado lejos, ella no me conoce de nada… ¡Terminarás asustándola, Dulce!

─¿Me leerás alguna? ─Preguntó sin embargo.

─¿Quieres que lo haga?

─Me encantaría… ─Aseguró sonriendo ─Tengo mucha intriga por saber que pasa por esa cabecita pensante.

─Está bien ─Sonreí ─Te leeré todas las que quieras.

─¿Es ese tu sueño? ¿Escribir?

─De hecho es mi trabajo. Escribo una columna en un periódico local… Pero sí, siempre he soñado con escribir novelas que el mundo pueda conocer.

─¿Y por qué no lo haces?

─Soy algo cobarde, Anahí… Ni siquiera se las he enseñado nunca a nadie. Además no estoy segura de que el mundo esté preparado para ese tipo de historias.

─¿Qué más da lo que piense el mundo? No tienes pinta de ser de las que les preocupa eso. Y no eres ninguna cobarde… tardaste tres años en acercarte a mi porque… eres algo lenta ─Sonrió ─Pero no cobarde.

─Vaya, gracias ─Fruncí el ceño aparentemente ofendida.

─Amo cuando frunces el ceño de esa forma.

Una vez más, sentí toda la sangre acumularse en mis mejillas, sonrojándolas al instante, mientras su mirada pícara y descarada seguía clavada tiernamente sobre mí.

─¿Y cuál es tu sueño? ─Pregunté tratando de evitar esa mirada.

Lo conseguí, aunque rápidamente, cuando dirigió sus ojos hacia la ventana, me di cuenta de que eso no era lo que quería realmente. Entonces dejó escapar un suspiro en la lejanía del paisaje, y volvió a mirarme.

─Vas a pensar que estoy loca ─Sonrió con un brillo especial en sus ojos ─Pero estoy estudiando Educación Infantil, porque siempre quise ser parte de una ONG, para ayudar a los niños más desfavorecidos del mundo. Ya sabes, ser misionera en países necesitados y colaborar de alguna forma en sus cuidados, su educación… “¡Mi loca aventura!” ─Exclamó alzando ambas cejas de una forma algo misteriosa.

Yo simplemente permanecí observándola en silencio. Podría haber dicho muchas cosas… Pero lo cierto es que cualquier palabra de mis labios se quedaría corta para todo lo que sentía y pensaba en este momento. ¿De verdad es esta chica tan perfecta? Vamos, algún defecto debe tener. No puede ser posible que además de hermosa, sea tan buena persona…

Ahora comienzo a entenderlo todo… Lo que he sentido por ella durante estos años, lo que me inspira a pesar de no conocerla… No importa que jamás haya cruzado una palabra con ella y que no sepa ni donde vive o a que universidad va. Si me robó el corazón, si me volvió tan completamente loca, fue porque desde el primer día, sus ojos me transmiten exactamente lo que ella es… y ella es… mi perfecta.

─Estás pensando que estoy completamente loca, ¿verdad?

─No… ─Negué seriamente ─Estoy tratando de averiguar dónde te has escondido toda mi vida.

─Pues toda tu vida no lo sé ─Sonrió ─Pero al menos los últimos tres años, he estado aquí, justamente frente a ti.

─¿Por qué? ─Me atreví a preguntar por fin ─Nunca te había visto antes… y de pronto un día, ahí estabas… y luego, siempre te encontraba. Y de pronto, te convertiste en alguien a quien necesitaba ver cada mañana… ¿Por qué?

─No lo sé, Dulce… ─Se encogió de hombros ─No puedo darte una explicación coherente, simplemente un día perdí el tren que va directo a mi universidad, y este, aunque hace un recorrido más largo, fue mi única opción… Entonces te vi… y tú forma de mirarme, ese momento en el que sentí que el tiempo se detenía…

Todo, me hizo volver al día siguiente. Y esos momentos se repitieron… Cada mañana, me hacías sentir que estabas ahí, que me veías a pesar de nuestro silencio… Y descubrí que ya no podía seguir otra ruta, necesitaba encontrarte cada mañana y necesitaba esa felicidad que me daba la mirada de “mi chica misteriosa”.

Al escuchar sus palabras, en mi pecho se instaló una sensación que jamás había sentido, una sensación que me da la fuerza suficiente para dejar que mi corazón, por primera vez, hable por sí solo.

─¡Un día lo haremos! ─Exclamé consiguiendo crear en su rostro una mezcla entre risa y confusión.

─¿Qué haremos?

─Nos iremos a algún lugar del mundo, cuando termines tu carrera, haremos un viaje solidario y ayudaremos a esas personas que tanto lo necesitan. Yo escribiré historias sobre las enseñanzas que nos aporte cada aventura ─Para este momento mi mente había viajado de su mano a un lugar muy lejano, donde simplemente se me permitía soñar ─Ya sé que debes pensar que estoy completamente loca, que no soy más que una desconocida a la que llevas años viendo un tren y con la que no has mediado una palabra hasta hoy… Y que quizás esté yendo demasiado rápido y solo consiga hacerte salir corriendo pero… ¿Te gustaría cenar conmigo esta noche? ─Pregunto de pronto, sorprendiéndola con cada una de mis palabras.

─¿Estas pidiéndome una cita?

─No sé con qué valor… pero sí ─Acepté ─Hoy tengo la extraña sensación de que debo decir todo lo que pienso, hacer todo lo que siempre deseé… y deseo cenar contigo desde el primer momento en que te vi, Anahí.

─Entonces sí ─Respondió mirándome fijamente a los ojos con una sonrisa ─Acepto cenar contigo esta noche. Pero sólo con una condición.

─¿Qué condición?

─Tienes que prometerme, que a partir de hoy, cada día te sentirás como esta mañana… siempre dirás lo que piensas y harás lo que siempre deseaste, porque… llevo tres años esperando que por fin te

decidieras a hacerlo… y ya no quiero esperar ni un minuto más.

Me resulta imposible apartar mi mirada de sus ojos mientras continúa sonriéndome de esa forma. Este siempre ha sido nuestro idioma… nunca han hecho falta palabras. Nunca tuvimos que decir nada para saber que estábamos aquí, la una junto a la otra.

Tres años… tres años han transcurrido para que llegara este momento. Y ahora, teniéndola a unos centímetros de mí, observándome como sólo ella me ha observado en toda mi vida, entiendo que jamás olvidaré este día. Este especial, 11 de Marzo, que comenzó siendo como un día cualquiera y sin esperarlo, cambió mi vida.

Porque si algo tengo claro, si de algo estoy segura, es de que a partir de hoy, jamás la dejaré ir… No sé lo que va a ocurrir con nosotras a partir de ahora, pero algo en mi corazón me dice, que debo cuidar de esta mujer, protegerla siempre que esté en mi mano y velar por su felicidad… Absolutamente nada malo le ocurrirá, mientras yo pueda impedirlo.

─Hecho… ─Respondí sonriendo, sin haber obviado sus palabras ─Te lo prometo.

Tras ese pequeño pacto que acabábamos de realizar y en medio de todos los pensamientos que observándola me surgían, siento su mano acariciando la mía y mi cuerpo no puede evitar estremecerse… A veces pienso que es capaz de leerme la mente, pero… ¿Qué más da? Hoy nada importa… Hoy desaparece todo el miedo acumulado durante tres años… Hoy solo puedo entrelazar nuestros dedos y apretar su mano con fuerza.

Sé que estamos llegando a la estación. Sé que en pocos minutos llegará el momento de separarnos… Pero también sé que en unas horas volveré a verla y que entonces, tendremos el resto de nuestra vida por delante.

De pronto, escuchamos un fuerte ruido que proviene de algún lugar del tren y rápidamente se apagan las luces dejándonos completamente a oscuras… No entiendo que ocurre, pero la gente comienza a gritar y se crea un repentino alboroto, que no nos deja averiguar bien lo que está pasando… Pero el ambiente cambia. Se siente miedo por todas partes y su mano se aferra con fuerza a la mía, recordándome que está aquí… que no estoy sola…

Trato de encontrar su rostro en medio de la oscuridad, pero mi vista no me lo permite… Entonces decido buscarla con mi mano libre y la encuentro… Aquí está su piel, suave y delicada… Siento miedo, muchísimo miedo al notar como unas lágrimas están mojando sus mejillas y deseo con todas mis fuerzas explicarle lo que está pasando. Pero no puedo… no lo entiendo… Sólo sé que nuestras manos se unen cada vez con más fuerza, intentando que nada nos pueda separar…

El tren aumenta su velocidad descontroladamente y para este momento, el ruido desaparece… El miedo se esfuma… Me vuelvo tan valiente como no he sido nunca y me inclino ligeramente sobre ella, cubriendo su cuerpo con el mío… Mis dedos encuentran sus labios y entonces entiendo que es el momento… Que aunque el mundo se esté desmoronando a nuestro alrededor, nada va a impedir que me acerque despacio a ella, hasta el punto exacto en el que siento su respiración agitada golpear mis labios… Sé que tiene miedo, soy consciente de que está completamente aterrorizada…

Así que rompo definitivamente esa distancia y atrapo sus labios con seguridad y dulzura… En ese preciso instante, siento que mi corazón late a una velocidad ensordecedora, creando un hormigueo liberador en el fondo de él. Jamás me había sentido así… jamás había experimentado tal vibración en mi estómago…Ambas comenzamos unos dulces movimientos con nuestros labios, que solo pretenden borrar de una vez por todas el pánico que de un momento a otro envolvió el ambiente.

Ya nada importa… los gritos de la gente no existen y lo único que siento es su lengua acariciando la mía, con dulzura y desespero, mientras sus manos se enredan en mi cabello, tratando de acercarme más a ella… Mis manos siguen acariciando sus delicadas mejillas y sé que las lágrimas desaparecen… que el tiempo se detiene a nuestro alrededor y que deseo con todo mi corazón, que este momento dure para siempre.

Pero ella decide separar nuestros labios un segundo, y al abrir los ojos confundida, me doy cuenta de que mi vista, ya se acostumbró a la oscuridad y soy capaz de distinguir ese azul esperanzador en medio de un paisaje tan negro…

Sus ojos brillan… Sus manos acarician mi rostro…

─Te quiero… ─Susurra con la voz entrecortada.

Entonces, mi corazón se detiene un segundo, para seguidamente comenzar a latir como nunca a latido… Me quiere… Me quiere y yo… yo la amo. La amo desde el primer instante en que la vi… Y sólo ahora entiendo por qué hoy. Por qué este día parecía tan diferente…

Unos movimientos bruscos bajo nosotras, me impiden responder a sus palabras… Y entonces siento, que solo hay una forma en la que puedo hacerle saber lo que siento… Las lágrimas comienzan a bajar por mis mejillas y decido atrapar sus labios más intensamente que antes, sintiendo como se aferra a mí con más fuerza cada vez… Los movimientos aumentan, escucho un fuerte estruendo muy cerca de nosotras… Y aunque separo ligeramente nuestros labios, sigo sintiendo la calidez de los suyos mientras la envuelvo entre mis brazos y cierro los ojos fuertemente, deseando que todo se detenga. Pero entonces, efectivamente, todo se detiene… el ruido vuelve a desaparecer… Solo soy capaz de escuchar su respiración acelerada por el miedo y sentir sus labios muy cerca de los míos, mientras nuestros cuerpos tratan de fundirse el uno con el otro… Entonces, en un susurro apenas audible, le digo “Te amo”, y siento que la oscuridad llega…todo se apaga, mientras le regalo… mi último suspiro.

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