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Hoy por mí, mañana por ti

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—¿Claudia?

—Sí jefe…

—Venga inmediatamente a mi despacho.

—Enseguida voy.

Entra la secretaria al despacho y su jefe, mediante señas, le indica que se acerque a él. La exuberante muchachade grandes pechos y pétreo trasero se aproxima y el jefe le dice al oído:

—¿Estarías dispuesta a hacerme algo sin realizar preguntas y sin remilgos?

—Pero…, ¿de qué se trata?

—Es sin preguntas. Lo único que te puedo decir es que es algo personal y que me deja obligado a retribuirte de igual manera cuando lo desees. Es un ‘Hoy por mí, mañana por ti’. ¿Te animas o no?

—Está bien. Me atrae lo misterioso.

El jefe le señala, con absoluta naturalidad, que le haga una mamada. La chica, totalmente sorprendida y ruborizada, lo duda unos momentos, pero para hacer honor a su palabra, acepta realizar la felación solicitada con todo esmero y dedicación.

Luego de bajar pantalones y calzoncillos, ponerse en una  posición ad hoc, coge el rabo con su mano, lo mueve de arriba abajo para que tome consistencia y adquiera mayor tamaño. En el momento en que la secretaria asga el pene de su jefe, este comienza a toquetearle el culo con fruición y descaro total. El cuerpo de la chica da un respingo, se detiene por unos segundos la labor de premamada, se escucha un suave gemido tras lo cual la bella y sensual asistente de secretaría reanuda la mamada. Roza la punta de su lengua con el glande de la polla de su jefe. Luego se la introduce en la boca poco a poco, degustando cada milímetro de la engordada polla. Lo hace con una lentitud que contrasta con lo raudo del movimiento de las manos masculinas sobre su trasero, ya desprovisto del tanguita blanco. El coño de la chica muestra ya una humedad evidente que hace patente que el manoseo de su jefe está causando estragos en ella. La secretaria ataca el nabo con mucha más intensidad con la esperanza de acortar el tiempo de la faena. Succiona el rabo una y otra vez, chupa los grandes testículos lampiños del hombre, su mano agita de arriba abajo el gordo pene hasta que, finalmente y sin previo aviso, salen expelidos tres gruesos chorretones de semen caliente. Uno de ellos se estrella en el centro de su frente, otro hace blanco entre los los labios y el mentón. El tercero alcanza el escote de su blusa y se desliza tetas abajo. La muchacha da por concluída la felación, se pone de pie, ordena sus ropas y se apresura en precisar:

—Está usted en deuda conmigo ahora, jefe.

Tras pronunciar tal sentencia, se retira en dirección al baño de la secretaría.

Pasaron los meses hasta que un día, al filo de la hora de salida, Claudia se presenta en el despacho de su jefe y, sin prolegómenos, señala:

—Jefe, vengo a cobrar su palabra.

—¿A qué te refieres bonita?

—¿Recuerda la “urgencia” que sufrió hace cinco meses y medio?

—¡Ah! Sí, por supuesto. Deseas la retribución prometida, ¿no?

—Exactamente, pero sin preguntas ni remilgos.

—Ese fue el trato. ¿qué deseas que haga?

La chica indica a su jefe:

—Sáquese el pantalón, la camisa y los calzoncillos.

El jefe obedece sin demostrar preocupación alguna, más bien exultante imaginándose una follada de película a ese cuerpo tan deseado por él y muchos otros varones.

—Póngase a gatas sobre el sofá, con las piernas abiertas. —ordena Claudia desde el cuarto de baño del despacho.


Ya intrigado, pero sin poder preguntar para apegarse estrictamente a las reglas, hace lo que su secretaria le pide.

Claudia se acerca a su jefe con la mano derecha enfundada en un guante quirúrgico. Su jefe observaba inquieto, nervioso y con un evidente desasosiego mudo.

Claudia lubrica su acceso anal prolijamente y comienza a introducir su dedo índice cubierto con látex en el ano de su jefe para buscar su próstata. Tras muchos ensayos acompañados de crecientes rezongos de su jefe, localiza el órgano con forma de nuez y lo masajea a conciencia, con más fuerza que suavidad. El hombre debe ceder a su actitud de macho recio ante tan placentero masaje. Empieza a gemir suavecito, pero con goce manifiesto y creciente. El hombre interiormente se siente mal, con su virilidad puesta en entredicho, pero aún así no puede evitar gemir. Mientras con más ganas gimoteaba, más humillado se sentía por dentro, con su masculinidad hecha trizas a los ojos de Claudia al verlo disfrutar como niño con juguete nuevo al ser penetrado analmente.

Cuando por fin Claudia se dio por satisfecha, señaló a su jefe:

—Mi chico agradecerá esta sesión de práctica. ¡Ah!, como usted dice, «hoy por mí, mañana por ti».

Nunca más el jefe osó repetir su ingeniosa propuesta, a pesar que Claudia cada vez se comportaba más provocadora con él.

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