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Me niego a ser lesbiana (08)

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Capítulo 8

Mujer misteriosa.

 

 

Ni bien desperté supe que era domingo. Eso me entristeció mucho, éstos eran los días en los que solía visitar a Anabella y esta vez no podía hacerlo, no podía llamarla siquiera, era como si de pronto hubiera dejado de existir. Un sentimiento abrumador. Podía sentir el vacío en la boca de mi estómago. No podía borrar a alguien como ella de mi vida. Tenía ganas de quedarme todo el día en la cama y que terminara de una vez, pero sabía muy bien que eso no me ayudaría en nada.

 

Obtuve fuerzas para levantarme pensando en Tatiana y en todo lo que hicimos durante la noche, esa fue mi primera sonrisa del día. Debía pensar en cosas bonitas y procurar mantener mi mente ocupada. Me di una buena ducha que logró traer un poco más de vida a mi cuerpo. Intentaba moverme rápido, hacer las cosas con buen ánimo, no dejar que la depresión me tumbara, aunque todo me costara el doble de esfuerzo.

 

Un tardío almuerzo me revigorizó casi por completo, mientras comía recordé la sugerencia de mi nueva compañera sexual, debía llamar por teléfono a la tal Samantha. ¡Esperen! La tarjeta. Yo la dejé junto con el celular y no estaba allí. Abandoné mi plato y corrí hasta mi dormitorio. Mi mayor temor es que mi madre haya entrado mientras dormía y al ver esa extraña nota hubiese pensado mal, bueno de hecho pensando mal acertaría, mi intención era conocer a una nueva chica con fines sexuales, si es que todo salía bien.

 

Por suerte mi paranoia no siempre acierta. Encontré la tarjeta debajo de la cama. Antes de perderla una vez más, guardé el número en mi teléfono. Lo miré durante unos segundos en esa pantalla de alta definición que me rogaba que apretara el botoncito verde que iniciaría la llamada, lo cierto es que estaba muy nerviosa. No sabía cómo encarar la situación.

 

¿Quién apretó el puto botón? Debí ser yo; en la pantalla apareció la palabra “Llamando”. Estuve a punto de cortar cuando escuché una vocecita robótica en bajo volumen, sin duda era una mujer. Para no quedar como una maleducada coloqué el celular en mi oreja.

 

-Hola –dije sin emoción alguna.

-Hola, ¿Quién habla?

-¿Samantha?

-¿De parte de quién? –la chica parecía reacia a identificarse.

-Mi nomb… -tragué saliva- mi nombre es Lucrecia. Yo soy la…

-¡La chica del baño!

-¡Sí! ¿Cómo sabés?

-Porque vi tu video.

-¿Y eso qué tiene que ver? En el video no digo mi nombre –fue una gran suerte que Lara tampoco lo dijera mientras grababa.

-Es que después de verlo te crucé en la Universidad y te escuché hablando con una amiga, me di cuenta enseguida de que tenías la misma voz que la chica del baño, aunque ya me lo imaginaba. Bueno después yo…

-Sí, al resto de la historia lo conozco –no quería decirle lo buena que me pareció la foto de su vagina, me daba una vergüenza tremenda.

-Ah, perfecto. No pensé que fueras a llamar –su voz era suave y sensual, un punto a favor.

-Yo tampoco lo pensé –me insulté mentalmente- este… quiero decir que no tenía en mente llamarte, pero hoy me decidí.

-¡Perfecto! –Para esta chica todo parecía ser perfecto- ¿Te gustaría que nos encontráramos para charlar un día de estos?

-Eso depende.

-¿De qué?

-Es que vos tenés ventaja, ya me conocés la cara… y más que eso. Yo no sé nada de vos –“Solamente sé cómo sos entre las piernas” pensé.

-¿Me estás pidiendo que te mande una foto mía?

-Sí, pero de tu cara. Nada más –no quería quedar como una ladrona de contenido pornográfico, esos días delictivos ya los había dejado atrás.

-Veremos… a ver ¿Cuál te puedo mandar? –Me dio la impresión de que estaba tocando la pantalla de su celular- ¡Ya sé, ésta!

 

Más nerviosa que nunca esperé la imagen, se demoró más de lo que yo podía tolerar. Miré fijamente la pantalla aguardando que algún mensaje apareciera, ya estaba pensando en que se arrepintió cuando apareció el ícono de “Mensaje Nuevo” lo abrí apresurada y vi aparecer una foto ocupando toda la pantalla. Allí estaba ella, con sus gafas de culo de botella, su piel como vela derretida, una sonrisa de dientes amarillentos y un velo de monja. ¡Era Francisca, la Madre Superiora!  De pronto recordé que yo le había preguntado sobre el sexo entre mujeres y también rememoré las palabras del mensaje que incluía la foto de la vagina “Decile que me acuerdo de lo que me dijo una vez”.

 

Estuve a punto de arrojar el teléfono por la ventana y que cayera en la misma cabeza del Papa cuando escuché una risita proveniente del aparato.

 

-¿Te gustó? –Samantha no dejaba de reírse.

-¡Desgraciada! Casi me matás de un infarto, por un momento creí que de verdad eras la viejita –no tenía lógica alguna suponer eso, pero mi cerebro casi estalla.

-Si querés verme la cara va a tener que ser en persona.

-Está bien –lo dije más por curiosidad que por otra cosa, cada día me parecía más a Pandora- ¿Dónde y cuándo?

-En la Universidad, pero hoy no puedo, va a tener que ser mañana.

 

Acordamos encontrarnos en un banco situado en el centro del patio posterior a las cinco de la tarde. Mi instinto femenino me dijo que debía ir en auto, o tal vez era porque no tenía ganas de caminar. Maldito vehículo, se estaba tornando adictivo. Me parecía demasiado cómodo el poder desplazarme con él a donde yo quisiera sin tener que pedir permiso a nadie.

 

Opté por vestirme de forma casual, un pantalón de jean blanco, no muy llamativo y una linda blusa turquesa, demasiado llamativa, pero sólo por lo incandescente del color. Hecha un manojo de nervios me acerqué al patio a la hora acordada. Me detuve en seco en cuanto vi a una chica sentada en dicho banco. Todavía estaba lejos y aproveché para acercarme cautelosamente sin que me viera, no quería generarme ninguna expectativa, nada de pensar si sería linda o fea, o creer que se acostaría conmigo a la primera ¿Tendría pechos grandes? ¿Cómo se vería desnuda? ¿Le gustará mi aspecto? Por suerte me propuse no hacerme la cabeza con planteos y preguntas absurdas que no podía responder.

 

Me acerqué flanqueando el patio todo lo que pude, noté que estaba leyendo un libro, eso me daría ventaja. Sin prisa pero sin pausa logré colocarme frente a ella, quedando a unos cinco o seis pasos de distancia. Tengo que admitir que la chica no cumplía con las expectativas… esas que yo nunca me hice. Su cabello parecía una esponjita de bronce de esas que no uso porque nunca lavo los platos. Llevaba unos grandes anteojos que hacían parecer discretos y modernos los de Sor Francisca. Su rostro no tenía gracia alguna, demasiado estándar, demasiado común, demasiado… ¡Me vio! Ya no había tiempo de esconderse. Ya me estaba sonriendo.

 

-Hola –saludé intentando parecer lo más simpática y divertida posible.

-Hola –su sonrisa no estaba tan mal ¿o sí?

 

Vamos Lucrecia, no seas tan superficial, la chica parece ser simpática. ¡Hey miren! Está leyendo El Señor de los Anillos. Eso era un punto a favor.

 

-Yo estoy leyendo el mismo libro –esta vez mi simpatía fue sincera, leí bien el título en el dorso- ah no, ese es el tercero. Yo recién voy por el segundo.

-El segundo es mi favorito –la chica parecía cordial- ¿Por qué parte vas?

 

Estuve a punto de responderle cuando alguien tocó mi hombro, me giré para ver de quién se trataba y allí me encontré con una muchacha preciosa, de cabello rojo carmesí y ojos verdes, parecía haberse escapado de un concurso de belleza luego de haber ganado los tres primeros puestos. Me quedé boquiabierta.

 

-Hola Lucrecia, yo soy Samantha –me dijo la recién llegada- perdón, se me hizo un poquito tarde.

 

¿Qué era “tarde”? ¿Quién era Samantha? Yo estaba perdida en sus ojos y no me quería ir de allí.

 

-Ah… este… hola Samantha –mi voz sonó como la de un camionero en celo, me faltaba babear y rascarme los huevos. Hasta tuve que reprimir el impulso de decirle “¿Qué hacé’ mamita?”.

-¿Vamos a sentarnos por allá? –señaló un banco vació al otro extremo del verde césped. Verde, como esos ojos que me derretían, literalmente, comenzando por mi entrepierna.

-Si obvio –con vos a donde quieras, amor. Contenete Lucrecia, no la cagues.

 

Saludé con la mano a la chica del libro como para despedirme de ella y apenas noté su expresión de tristeza, ni siquiera respondí a su pregunta, pero en ese momento estaba flotando en el aire detrás del manto de fuego que formaban esos finos cabellos. Aunque había que admitir que el rojo intenso era a base de tintura, un detalle que me importaba muy poco. Nos sentamos y me quedé mirándola en silencio.

 

-Me estás poniendo nerviosa –me dijo la pelirroja.

-¡Ay perdón! Es que... no me di cuenta…

-Sí, todavía no dijiste que te parezco, al menos quiero saber qué tal fue la primera impresión, dicen que eso es lo que cuenta.

 

¿Qué le iba a decir? “Mi primera impresión fue que estabas re buena, te quiero arrancar la ropa con los dientes y comerte la vagina acá mismo y que todo el mundo nos mire” Medité esa y otro par de opciones y al final me decidí por algo más suave.

 

-Sos muy linda, no tenés ni que preocuparte por la primera impresión –me sonrió.

-Gracias, vos sos mucho más linda que yo -¿Tendrá problemas de la vista la muchacha?

-Igual yo pienso que la apariencia física no es lo más importante –aunque en este caso me costaba pensar en otra cosa, esa boquita rosada con labios carnosos me provocaba demasiado- todavía no sé nada de vos.

-No sé qué puedo contarte…

-¿Por qué me dejaste tu número en el baño?

-Es que te escuché diciendo esas cosas… y… y… -bien, la puse nerviosa, punto a mi favor- y me dieron ganas de conocerte mejor –sus mejillas estaban tan rojas como su cabello.

-¿Conocerme en qué sentido? – levanté una ceja dejando salir mi depredadora lésbica.

-Como amigas… supongo -“Amigas son las tetas, vos me tenés ganas” pensé. Pero debía mantenerme serena e impedir que mi ego se inflara demasiado.

-Me parece bien, igual no tomes tan en serio las cosas que te dije esa vez. Las dije sin pensar, en un momento de calentura.

-Todo bien, ¿estabas con la chica del video?

-Odio ese video… y a esa chica también –miré el piso con el ceño fruncido.

-Perdón, no quise ser indiscreta –al menos era educada.

-Nunca te vi en la Universidad –cambié de tema bruscamente- ¿Qué carrera cursás?

-Yo no curso, trabajo acá. Soy secretaria administrativa –algo con ciertas similitudes a mi carrera pero con menos “status”.

-¿Ah sí? –eso explicaba cómo obtuvo el número de Tatiana, mi amiga también trabaja aquí y seguramente Samantha tenía sus datos en los archivos- ¿Qué edad tenés?

- Veinticinco. Soy cuatro años mayor que vos –me quedé mirándola- es que tengo tu ficha académica. Sé más de vos que vos misma –me guiñó un ojo.

-¿Entonces por qué nunca me llamaste?

-Lo pensé mil veces, pero esperaba que lo hicieras vos, valió la pena la espera –me hizo sonreír como una estúpida.

 

En ese momento nos percatamos que el patio se estaba llenando de gente, al parecer había un receso entre materias para alguna facultad con muchos alumnos. Nos pusimos un poco incómodas, sabía muy bien que yo era como una oveja negra y toda mujer que se viera a mi lado quedaría marcada como “Lesbiana”, aunque a mis amigas eso no le importaba, mucho menos a Tatiana, que era más lesbiana que yo.

 

-¿Querés que vayamos a otra parte? –Le pregunté- podríamos ir a mi casa, no creo que a mi familia le moleste que estemos ahí.

-También podemos ir a mi casa, no quiero ocasionarte problemas.

-No es problema, de verdad, no molestás.

-Preferiría que vayamos a mi casa.

-En serio, creeme, a mi familia no le va a joder que…

-En mi casa no hay nadie.

-Vamos a tu casa.

 

Antes de partir le pedí que me esperara un par de minutos, aunque no lo parezca me quedé pensando en esa chica con el libro de Tolkien. No fue muy cordial de mi parte dejarla hablando sola, además tenía que ver a las mujeres de forma objetiva, no todas eran para tener sexo, podía tener amigas, como Jorgelina, que estaba buena pero no me permitía acostarme con ella. La muchachita estaba sumergida entre las páginas del libro, parecía una estatua.

 

-Hola, perdoná que te moleste otra vez –me miró con una linda sonrisa de rata de biblioteca.

-No me molestás.

-Disculpá que me haya ido sin responderte, es que justo llegó una amiga.

-Todo bien, no te hagas drama –la chica era alegre, aunque su suave vocecita me indicaba que era muy tímida. Supuse que yo debía dar el siguiente paso.

-¿Querés que te deje mi número de teléfono? Así nos juntamos un día a charlar del libro… si no te molesta –tenía miedo de que ella también haya visto mi video erótico y que eso la espantara.

-Me parece muy buena idea. Llamame cuando quieras –sacó su celular que era más antiguo que las puertas de Babilonia y guardó mi número, por un momento pensé que sacaría un cincel y lo tallaría en la pantalla, pero en contra de todo pronóstico, el modelo venía con teclas y botones.

-¿Cómo te llamás?

-Lucrecia –aparentemente no me conocía, eso fue un alivio- ¿Y vos?

-Lara.

-¿Me estás cargando flaca? –se le borró la sonrisa en un parpadeo.

-¿Eh? No, para nada ¿Por qué?

-¿De verdad te llamás Lara?

-Creo que sí, ¿querés que me fije de nuevo en mi documento? –Me sonrió una vez más- ¿tiene algo de malo mi nombre?

-Es que es el mismo nombre de… -no digas ex novia- de mi ex… amiga.

-Ah, ya veo. Pero Lara es un nombre bastante común.

-Supongo. ¿Tenés segundo nombre al menos?

-Edith.

-Entonces te voy a decir Lara Edith.

-No me gusta.

-Qué lástima. Bueno Lara Edith, nos vemos un día de estos, tengo que irme. Después escribime así guardo tu número.

 

Caminé hasta mi auto y allí estaba Samantha esperándome, tal como le indiqué. Nos pusimos en marcha y me dio algunas indicaciones de cómo llegar hasta su casa, quedaba bastante cerca.

 

-¿Y esa chica? –me preguntó.

-¿Celosa?

-¿Eh? No, no. Para nada –se sonrojó- solamente preguntaba.

-No sé quién es, la conocí hoy. Parece simpática, además el gusta leer, como a mí.

-A mí también me gusta leer –estaba celosa- Edgar Allan Poe, Stephen King, Lovecraft, etc.

-No leí ninguno de esos ¿Son buenos?

-¿Buenos? –Pensé que de sus ojos verdes saldría algún rayo mortal que me fulminaría al instante- ¿no los conocés? –Me sonaban los nombres de alguna parte pero lo cierto es que no los conocía- Escriben novelas y cuentos de terror, por decirlo en rasgos generales –me agradaba su forma de hablar, parecía una chica inteligente. Ese era un factor muy importante en mis gustos por las mujeres, las que no me parecían inteligentes no me agradaban tanto, aunque fueran bonitas.

-Lo mío es la fantasía épica. Me gusta más ese género, pero te prometo leer alguno de los que nombraste.

 

Llegamos a su casa, mejor dicho, departamento. El edificio era muy bonito, aunque tenía pocos pisos. Ella vivía en el cuarto, por suerte tenía ascensor, subir cuatro pisos en escalera no era uno de mis deportes predilectos. Era cierto que le gustaba leer, mucho más que a mí. Hasta me sentí avergonzada ante tanta cantidad de libros, la mayoría de los míos eran sobre la carrera de Administración, pero en cuanto a literatura general mi biblioteca era bastante pobre. Tenía títulos y autores que yo jamás había oído nombrar y otros de los que había escuchado hacía pocos minutos, en el auto. Al notar mi expresión me sonrió con un poco de malicia burlona. Los libros estaban esparcidos por todas partes, aunque no estaban desordenados. Había pilas de ellos sobre cualquier superficie plana capaz de resistir el peso.

 

Me ofreció una silla para sentarme y trajo una jarra con jugo de naranja. Llenó dos vasos y se sentó cerca de mí. Le sonreí como boba por enésima vez en el día.

 

-Este… quiero dejarte algo en claro primero –ella estaba tan nerviosa como yo- no pienses que va a pasar algo… algo como eso que hacías con tu amiga…

-Ah sí, quedate tranquila, no soy una loca que salta sobre la primer mujer que ve –si lo era, pero tampoco era necesario que ella lo supiera -además ni siquiera sé cuáles son tus… inclinaciones.

-De eso quería hablarte –se me aceleraba el pulso al tenerla tan cerca, sólo había veinte centímetros entre mi cara y la de ella- a mí todo este asunto de las mujeres me da curiosidad, no te voy a mentir, de hecho corté con mi novio por ese tema.

-¿Él no quiso trío? –ni yo me creía estar haciendo esas preguntas.

-No fue exactamente por eso, es que le daban muchos celos si yo miraba a una mujer y se molestaba mucho si yo afirmaba que me gustaban. Me di cuenta de que era un tipo muy posesivo y autoritario, eso no me gustó. Cortamos hace casi tres meses… y desde entonces no estuve con nadie –eso me sonó a indirecta pero se lo dejé pasar.

-Qué tipo estúpido, se perdió la oportunidad de hacer un trío con vos y otra chica hermosa, sólo por ser prejuicioso y posesivo – me quedé pensando un segundo -¿Probaste alguna vez…?

-Solamente besos –me interrumpió- no llegué más lejos que eso. Vos me parecés hermosa, pero no quiero que te hagas muchas ilusiones, no me animo a ir tan rápido.

-Todo bien Sami. ¿Te puedo decir Sami? –Asintió- de hecho yo tampoco ando como ave en busca de presa. Estoy tranquila en ese sentido porque hace poco tuve relaciones con una chica -¿Qué hacía contándole esas cosas?- y me dejó bien satisfecha. Además yo también pasé por las mismas dudas que vos y…

 

Cerré los ojos automáticamente apenas sentí sus labios sobre los míos. Apresuré el beso por instinto. No podía creer que estuviera comiéndole la boca a una chica tan hermosa. Sentí una suave caricia en mi pecho izquierdo seguida de un firme apretón. Aventuré mi lengua en busca de la suya y la rocé con delicadeza, Sami giró la cabeza hacia el otro lado añadiendo intensidad a nuestra lésbica unión. La mano sobre mi teta me provocaba una tremenda calentura, más de la que ya hacía acto de presencia en mí. El beso se extendió a lo largo de varios segundos, estuve a punto de avanzar hacia el siguiente paso pero ella se apartó.

 

-Perdón, no me aguanté –me dijo avergonzada.

-No pidas perdón, me encantó tu beso.

-Gracias –una tímida sonrisa se dibujó en sus ahora húmedos labios- aunque te parezca una histérica, sostengo lo que te dije antes. No te hagas ilusiones.

-Comprendo perfectamente, voy a ir a tu ritmo y si sólo vamos a ser amigas, está perfecto por mí –no lo estaba, yo la quería desnuda y entre mis piernas.

 

El resto de la tarde estuvo plagada de dudas, a veces tenía la certeza de que me estaba provocando, que en cualquier momento terminaríamos en la cama, para colmo mi calentura iba en aumento y la satisfacción que me dio acostarme con Tatiana quedó relegada en pocos minutos. Samantha no se apartaba de mí, siempre mirándome fijamente con esos poderosos ojos. Hablamos de los libros que habíamos leído, era un tema interesante y divertido pero yo tenía la mente puesta en otra cosa y me costaba concentrarme. Ya muy entrada la tarde posó su mano sobre la mía. Ni siquiera presté atención a sus palabras, no aguanté más y me abalancé sobre ella. Busqué su boca y encontré sólo el aire.

 

-¡No, pará! –me dijo apartándose. Eso me recordó amargamente a mi primer intento de besar a Lara.

-Perdón, es que estás tan cerca… no pude aguantarme.

-Todo bien, la culpa es mía. Yo te besé primero. Disculpame, es que estoy nerviosa.

-Me imagino, yo pasé por lo mismo –pero yo no le esquivaba los besos a nadie. Mucho menos si era una linda chica.

 

Lo cierto es que me enfadé un poco con ella, primero me invita a su casa, luego se sienta a medio centímetro de mí y también me besa, ahora yo intento darle un pequeño besito en la boca… y tal vez algunos más entre las piernas, y la chica se pone histérica. En momentos como este comprendo por qué los hombres emplean tanto la frase “¿Quién entiende a las mujeres?”. Aunque también hay hombres histéricos y no hay nada peor que uno así.

 

-Mejor me voy –le dije en un tono neutro, pero ella notó mi enfado.

-Ay perdoname, en serio. Soy una boluda, pero es que tengo un quilombo bárbaro en la cabeza, me están pasando muchas cosas juntas.

-En serio te entiendo Sami, a mí me pasó igual que a vos hace poco tiempo –no podía creer cuánto había cambiado mi forma de pensar en un lapso tan corto- es sólo cuestión de que te quites los miedos, al menos te animaste a besarme –le sonreí.

-Sí, eso es cierto. Supongo que es un avance. Es una pena que te vayas.

-No pienses que me voy por lo que pasó –si me iba por eso- es que hoy no avancé nada con el estudio –eso también era cierto. Además creo que me estoy volviendo más loca de lo habitual, tengo que sacarme un poco el sexo de la cabeza. Te prometo que otro día nos vemos otra vez.

-Bueno así sí –era muy hermosa cuando sonreía.

 

Acordamos que nos mantendríamos en contacto telefónico o por internet. Nos estábamos despidiendo y justo antes de que abriera la puerta me empujó contra la pared y me estampó un beso en la boca. Me pareció aún más intenso que el primero, también duró más tiempo.

 

-Para que veas que no me arrepiento –me dijo abriéndome la puerta.

-Es bueno saberlo, lo peor que podés hacer es arrepentirte. Me gustan tus besos.

 

Regresé a mi casa donde mi familia me esperaba con la cena, no intercambiamos ni una sola palabra, cada uno estaba ensimismado en sus pensamientos, bueno Abigail siempre estaba metida en su propio mundo, lo cual no era de extrañar. Por mi parte no podía quitarme de la cabeza lo sucedido con Samantha. Después de comer me di una ducha y me metí en la cama a leer un libro. Tuve que esforzarme por no masturbarme, me dije a mi misma que de vez en cuando necesitaba controlarme un poco. Hoy no sólo me desesperé con la pelirroja sino que  hasta me enfadé con ella por no acostarse conmigo. No podía pretender que la chica estuviera dispuesta al sexo la primera vez que nos veíamos las caras. Me relajé de a poco hasta que por fin concilié el sueño.

 

Supuse que al no toquetearme tanto mis hormonas se calmarían, pero estaba equivocada. Me desperté con la vagina hecha un cuenco viscoso. Pasé la mano sobre ella y me estremecí de placer “Basta Lucrecia, no podés ser tan pajera”, me dije y fui al baño para lavarme. Tenía que pensar de otra forma con respecto al sexo ya que me estaba convirtiendo en una chica demasiado promiscua y eso no me agradaba.

 

En los siguientes días hablé con Samantha y Tatiana utilizando sólo mensajes de texto, así no las tenía tan cerca y me era más fácil resistir la tentación. El jueves de esa misma semana se me ocurrió una idea para no pensar tanto en el sexo. Llamé a Lara Edith, la chica del libro de Tolkien. Se puso muy contenta cuando la invité a mi casa y me dijo que iría a visitarme con mucho gusto. Le di mi dirección y la chica fue muy puntual, acordamos vernos sobre las 4 de la tarde y justo esa hora, ni un segundo más, ni uno menos, apareció. Yo aún estaba vistiéndome y tenía el cuarto hecho un desastre. Cuando mi madre me anunció la llegada de mi nueva amiga, me desesperé. Edith entró mientras yo arrojaba ropa dentro del placard.

 

La muchacha estaba aún peor que el día en que la conocí, me alegré ya que eso no me excitaría en lo más mínimo. Su cabello rebelde me recordaba al de un viejo jugador de fútbol colombiano ¿Cómo era su nombre? Algo como de ramas y baldes. No importa. El punto es que a la chica sólo le faltaba el bigote. Su atuendo no era desagradable, pero si muy pasado de moda, una pollera súper larga con un estampado horrible que me recordaba a las faldas alguna de mis bisabuelas y una especie de camisa blanca demasiado grande. La saludé con simpatía, si ella no se molestaba en disimular el desorden ambulante que era, yo tampoco debía molestarme por hacerlo con mi montaña de ropa.

 

La charla fue muy divertida, a ella le agradaban los mismos personajes que a mí en el libro, los cuales no eran los típicos que solía preferir la gente. En un momento ella se quitó los enormes parabrisas que usaba a modo de gafas y los limpió con un paño. Me di cuenta que sin eso puesto su aspecto mejoraba considerablemente, su carita ya no parecía la de una mosca y hasta se podía decir que tenía rasgos delicados.

 

-¿Nunca pensaste en usar lentes de contacto? –le pregunté.

-Em, no nunca. Es que me parecen más cómodos estos anteojos.

-Puede ser, pero impiden que tu cara se luzca.

 

Tampoco es que la chica fuera una preciosidad, pero tal vez con algunos cambios de look se podría mejorar un poco su aspecto. Al menos hacerla parecer una chica de 22 y no una señora de 40.

 

-¿Te gustaría que te planche el pelo? –fue uno de los pocos arrebatos de feminismo que me permití en mucho tiempo.

-¿Te parece, no se me va a quemar el pelo?

-No para nada, mi planchita es buena –si se le quemaba seguro que no empeoraría.

-Estaría bueno, para probar –me sonrió- nunca lo hice.

 

El hacer de estilista me entusiasmó. En pocos minutos Edith ya estaba sentada frente al espejo mientras yo luchaba incansablemente contra su maraña de cabello. Intentaba ser sutil para no dañarlo demasiado, pero quitar esos rulos era una tarea complicada. Ella me seguía contando cosas de los libros de Tolkien, siempre intentando no arruinarme la trama de aquellos que yo aún no leía. Casi media hora más tarde vi aparecer a una chica alegre y simpática con un decente pelo lacio. No se podía decir que la chica fuera una hermosura, pero sí cambió mucho. Al menos era diferente.

 

-¡Me encanta! –Me dijo con una amplia sonrisa- parezco otra persona.

-Ya que estamos en el salón de belleza y vos sos muy bonita, podemos probar cómo te queda un poquito de maquillaje -estaba siendo honesta con ella, la chica tenía cierto potencia.

-Bueno, pero un poquito nomás, nunca me maquillo.

 

Esta vez la coloqué frente a mí y comencé a acicalarla, moldearla, pintarla y esculpirla. Siempre intentando no exagerar. Cubrí sus labios con un color sutil que apenas se diferenciaba de su piel natural, pero lo aportaba un glamoroso brillo. Mientras delineaba sus ojos la noté algo incómoda, tal vez tenía miedo de que le clavara el lápiz. Tres o cuatro… o seis retoques más y ya estaba lista. Al mirarse al espejo no lo pudo creer.

 

-¡Wow! ¿Esa soy yo? –ahora su sonrisa era radiante, se acercó un poco al espejo para ver mejor, sin los anteojos se le complicaba un poco.

-Estás hermosa Edith.

-¿Ahora me decís Edith? ¿Tanto te molesta mi nombre?

-No es que me moleste –si me molestaba- es sólo para no generar confusiones –sus ojos se clavaron en una pequeña pila de ropa sobre mi cama y tuve una nueva idea- ¿Te querés probar algo?

-¿Algo como qué?

-No sé, algo que te guste. Si te gusta cómo te queda te lo regalo.

-¿De verdad?

-Sí, de verdad. Tengo más ropa de la que uso. Siempre la termino regalando.

 

Me costó un poco orientarla con la elección sin que ella lo notara demasiado. Si la hubiese dejado elegir se llevaba mi ropa para la iglesia, no es que yo la quisiera, pero sabía que ese no era el estilo que ella necesitaba. Seleccioné una pollera gris que llegaría hasta la mitad de sus muslos, a pesar de ser más alta que ella, la diferencia no era tanta. También le di una camisa blanca, aunque mucho más hermosa que la que tenía puesta. Me senté en la cama y le indiqué que se vistiera en el baño. Así lo hizo aunque demoró un poco en salir; por un momento pensé que se había arrepentido de la selección de vestuario, pero al final salió mostrándome cómo le quedaba.

 

Si bien mantuvo sus medias largas y unos zapatitos negros sin gracia, ahora se podían apreciar sus piernas, eran parecidas a las mías, sólo que un tanto más cortas. La camisa se ceñía a su torso con elegancia, me di cuenta que parecía una colegiala, pero una bien bonita y arreglada. El ego se me subió un poquito, había hecho un milagro con esta chica. No era una Samantha, pero sí atraería a muchos hombres.

 

Se sentó junto a mí en la cama. La falda se le subió un poco, sus muslos parecían suaves. La miré a los ojos y ya no la vi como la chica que entró a mi cuarto. Esta era una mujer, una mujer de…

 

-¿Cuántos años tenés? –no se lo había preguntado.

- Dieciocho.

-¡Ah, qué chiquita! Pensé que era más grande.

-No, empecé este año en la facultad –ya sabía que estudiaba Psicología. Me lo contó durante nuestra charla.

-¿Y tenés novio? –mi pregunta no le pareció rara.

-No tengo. Nunca tuve y no sé si quiero tener.

-¿Por qué? Siendo tan linda… seguramente hay muchos chicos interesados en vos.

-Si los hay nunca me enteré –se apenó un poco- la gente nunca se me acerca. Nunca.

-Yo me acerqué –aunque lo hice por error- y me pareció que eras una chica muy inteligente.

-Gracias, todavía me sorprende un poco que me hayas hablado.

-¿Pero por qué decís eso? –casi sin darme cuenta me acerqué un poco a ella.

-Es que vos sos de esas chicas lindas que parecen estar siempre rodeadas de amigas. Yo no soy así ni tengo amigas.

-Ahora tenés una. Y si sos muy hermosa, tal vez no lo aparentabas por tu forma de vestir –me miró extrañada- no te lo tomes a mal, pero deberías considerar cambiar un poco tu vestuario, vestirte como alguien de tu edad –pucha, es lo mismo que le dije a Anabella- así no le negás al mundo tu belleza –puse una mano sobre su rodilla sin medir las consecuencias, por suerte no dijo nada- ¿De verdad nunca tuviste novio, o alguno que te haya besado?

-Nada. Soy muy tímida, me da mucho miedo  hablar con los hombres. Siempre fantaseé con la idea de que algún día uno me besara, al menos. Pero lo cierto es que ni sé cómo son los besos –me puse nerviosa y un instinto depredador se activó en mí.

-Con tu nuevo aspecto vas a ver como muchos se van a acercar a besarte –acaricié su pierna- de vez en cuando tenés que permitirles ver un poquito más –con la mano libre desprendí el primero de los botones a presión de la camisa- no te tapes tanto –desabroché el segundo- haceles saber que tenés buenos atributos de mujer –al quitar el tercero ya podía ver sus senos y se advertía el inicio de un sostén de encaje blanco –tenés buenos pechos –eran más pequeños que los míos pero me sorprendió que fueran tan perfectos, supuse que tendría lunares o granitos, pero no había nada que manchara su tersa piel.

-Gracias –dijo con una vocecita casi inaudible, yo intentaba mantener la mirada fija en sus ojos y ella se esforzaba por mirar hacia otro lado.

-Tu boquita también es muy linda –decir esas cosas ya era una señal inequívoca de cachondez- es una pena que nadie la haya besado –me acerqué lentamente como una leona acechando a una pequeña cebra- al menos deberías saber qué se siente.

 

Acaricié su labio inferior con mi boca semi abierta. Apreté apenas para sentir lo suave y acolchonado que era. Edith ni se movió, repetí la acción cerca de la comisura de sus labios, giró la cabeza un poco, apartándose de mí, pero yo no iba a ceder tan fácil, me acerqué y ataqué una vez más su labio. No eran besos propiamente dichos, sino que más bien era como masajearle la boca usando la mía.

 

-En mi opinión, las mujeres besamos mejor que los hombres –le dije en un susurro.

 

No dejé de hacer pequeños intentos de comerme su boca, ella intentaba alejar su cara de mí pero yo adivinaba sus movimientos y siempre estaba allí una vez más, para hacerle sentir la dulzura de mis labios. Lo tomé como una victoria cuando ya no se movió, pude mantenerme pegada a ella más tiempo y luego comencé a besarla con calma, esto ya se veía como un verdadero beso, hasta ella movía los labios. Mi mano derecha subía por la cara interna de su pierna. Decidí darle una tregua tras unos segundos.

 

-¿Te gustó? –le pregunté.

-Sí –casi no pude oírla.

-Ahora ya sabés lo que se siente –no me aparté de ella, desde esta posición tenía una gran vista de su escote, mi vagina se estaba humedeciendo- eso lo podés hacer siempre que quieras, con una chica –fui muy insistente en este punto.

-Puede ser, pero con las chicas sólo podes besar.

-¿A qué te referís? Ah, ya sé. Es cierto que las mujeres no tenemos pene, eso lo sabrás más que bien, pero sin embargo hay muchas cosas que podemos hacer, que te van a gustar mucho –trepé con las yemas de los dedos por su muslo mientras intentaba separar levemente sus piernas.

-¿Cosas como qué?

-Te podría mostrar –sus mejillas estaban rojas, a pesar de la sutil base de maquillaje.

 

Besé su cuello, ella levantó la cabeza por instinto. Descendí lentamente hasta llegar a su pecho, luego llevé mi boca hasta la cima de uno de sus senos. De verdad eran muy suaves, no sólo le di un par de besitos sino que también aproveché para pasar un poco mi lengua. Mi mano aventurera ya estaba a pocos centímetros de su bombacha. Quise tomarla por sorpresa, fui rápido hasta su boca y volví a besarla, nuestras lenguas se encontraron al instante, le demostré lo que podíamos hacer con ellas. Edith intentaba inclinarse hacia atrás para alejarse pero yo la seguía con todo el peso de mi cuerpo. No quería golpear su cabeza contra la pared, por eso me detuve y me aparté sólo para que ella pudiera sentarse otra vez.

 

-Cuando estás sola –mantuve mi voz suave y sensual- ¿te gusta tocarte acá abajo? –rocé su entrepierna, podía sentir el calor que manaba.

-A veces si –lucía muy avergonzada.

-Lo más lindo es cuando otra persona lo hace por vos –mis dedos percibieron algo abultado debajo de la tela, se trataba de su clítoris, ella reaccionó al instante cuando lo toqué- ¿Te gusta?

 

No respondió pero tampoco negó. Seguí tocando con suavidad, intentando estimularla de a poco. Mi frente estaba pegada a la suya y la besaba en la boca en intervalos cortos. Ella estaba rígida, pero recibía mi cariño sin chistar. Moví los dedos en círculos presionando levemente su botoncito, ya podía notar su respiración agitada y la humedad invadiendo su sexo. De pronto ella comenzó a moverse como si intentara huir.

 

-No te pongas nerviosa, te va a gustar, ya vas a ver –esto la tranquilizó apenas, logré sedarla más dándole un beso.

 

Aparté su bombacha hacia un lado, toqué esa viscosa área con labios rugosos adornados con muchos pelitos rebeldes. Recordé todos los consejos de Tatiana más la experiencia que adquirí en estas últimas semanas. Lo toqueteos eran suaves pero buscaban puntos específicos, presté atención a sus expresiones faciales para saber dónde le agradaba más, aunque era difícil de determinar, reaccionaba con cierta preocupación a todo lo que le hacía. Sumergí mi mano izquierda entre sus pechos y logré sujetar uno por dentro del corpiño, su duro pezón acarició mi palma. Me incliné hasta él y luego de liberarlo comencé a lamerlo.

 

Mientras le daba placer pude percibir que Edith separaba un poco las piernas. Quería que ella experimentara por primera vez el extraordinario placer que provocaba una buena lamida. Me puse de rodillas ante ella y fui bajando su bombacha, con eso descubrí que ya no se oponía en absoluto.

 

-Esto te va a encantar –le avisé.

 

Abrí sus piernas hasta que las subió a la cama, levanté la pollera y pude ver su conejito peludo, tenía bastante bello en su zona baja, luego le sugeriría recortarlo, aunque yo tenía mi entrepierna un tanto descuidada y con algunos pelitos cortos asomando y no podía dar gran ejemplo. Lamí las dos caras internas de sus muslos y como me gustaba sorprender, sin que ella lo pudiera anticipar demasiado, le di una chupada en su salado clítoris. Esto le produjo un placentero estremecimiento. Debía admitir que disfrutaba mucho comiendo vaginas, mucho más de lo que yo supondría, el placer que recibía no era físico, pero era casi tan intenso como si alguien me la estuviera chupando a mí. Sus labios eran robustos, podía estirarlos en buena medida mientras los mantenía dentro de mi boca.

 

Edith se inclinaba hacia atrás y gemía con timidez, como si no quisiera ser oída. Mi tarea consistía en hacerla llegar al orgasmo lo más rápido posible, quería que ella sintiera todo el placer que podía otorgar el sexo oral. Era yo la primera persona que se metía entre esas piernas y eso me estimulaba más. Mi técnica resultó, no tuve que chupar más de 7 u 8 minutos. Sus jugos sexuales manaron indicándome que estaba llegando a un orgasmo, apliqué más energía a las chupadas sobre su clítoris. Sus piernas se sacudieron y yo hice lo mismo con mi cara, me mantuve haciéndolo hasta que supe que su clímax sexual ya estaba menguando.

 

Por más placentera que haya sido esa situación, yo aún no estaba satisfecha. Me quité toda la ropa en pocos segundos ante la expectante mirada de Edith y me tendí sobre la cama con las piernas abiertas.

 

-Vení –le dije haciendo señas con mi brazo y mostrándondole la más encantadora de mis sonrisas.

 

Dudó unos instantes, su respiración estaba agitada y parecía confundida. Pensé que no se animaría pero sin embargo colocó su rostro frente a mi sexo, lo miró durante unos segundos hasta que se animó a dar una leve lamida. Noté un gesto de desagrado, pero lamió una vez más.

 

-No me gusta –me dijo apenada.

-No te preocupes, al principio a mí tampoco me gustó -Eso la animó a probar una tercera y una cuarta vez, emití un gemido un tanto exagerado para estimularla- a mí me encanta como lo hacés.

 

Me sonrió e intentó imitar lo que yo le había hecho. ¡Qué placer! Era como si no me la hubieran chupado en meses, supe que lo que más me agradaba era que esa tímida chiquilla que acababa de conocer estuviera manteniendo relaciones sexuales conmigo. Una tiene su ego y me sentía superada al haberla conquistado de esa forma. Cuanto más tiempo transcurría mejor era la actitud de Edith, ya me la estaba comiendo con entusiasmo, sin titubear. Froté mi clítoris con una mano y mi pezón derecho con la otra.

 

-¡Seguí chiquita, seguí que me encanta! –dije gimiendo como una posesa.

 

Captó mi mensaje, comenzó a chupar fuerte, aparentemente notó que me gustaba cuando metían la lengua en mi agujerito ya que daba un chupón en algún punto exterior y luego la introducía. La dejé trabajar durante unos minutos y antes de llegar al orgasmo la detuve, quería acabar viéndola a la cara. Le pedí que se acostara a mi lado. Cuando lo hizo comencé a besarla apasionadamente buscando su vagina con los dedos. Tuve que guiar su mano a mi entrepierna para que comprendiera que deseaba que me toque. Sus labios bajos se abrieron en cuando presioné hacia adentro. Noté la inequívoca señal del apretado himen pero esto no me detuvo, empujé hacia adentro con fuerza y la desvirgué. Ella fue la segunda Lara que perdió la virginidad conmigo. No pude evitar sonreír.

 

-Felicidades, ya no sos más virgen –le dije penetrándola tanto como su cerrado sexo me lo permitía. Una tímida sonrisa se dibujó en su rostro.

 

Nos tocamos mutuamente, tuve que darle pequeñas instrucciones y mostrarle con el ejemplo cómo debía penetrarme y cómo me gustaba que me frotaran. Comencé a sacudirme cuando ella encontró algún punto ideal en mi interior y en pocos segundos acabé. Mientras gozaba de mi orgasmo, le comí la boca.

 

-Tenés mucho talento para el sexo –la felicité sacando los dedos- aprendés rápido.

-Gracias –dijo agachando la cabeza.

-La pasé muy lindo –noté el rojo resplandor de una virginidad que se fue entre mis dedos –vamos a lavarnos.

 

En el baño ella optó por lavarse utilizando el bidet mientras yo lavaba mis manos con abundante agua y jabón. Luego me vestí y ella se colocó su bombacha y acomodó la ropa. La que llevaba puesta y la que se había quitado.

 

-Se me hizo muy tarde –me dijo con voz queda.

-¿Querés que te lleve a tu casa?

-No, está bien. Me tomo un taxi, no te preocupes.

 

Le insistí varias veces pero ella prefirió irse en taxi. No pude oponerme. Mi estado de ánimo mejoró enormemente, ya no estaba desesperada por sexo, me sentía satisfecha física y emocionalmente. Me acosté temprano para estar fresca para mi jornada matutina de estudio.

 

Cuando estuve en la cama me puse a pensar en Edith, una chica ingenua, de tan sólo dieciocho años que perdió su virginidad… me quedé helada. Me recordó mucho a mi experiencia con ese estúpido que me desvirgó aprovechándose de mi ingenuidad. En ese momento supe que yo le había hecho lo mismo, prácticamente abusé de ella. No le di opción de elegir, simplemente la llevé al sexo sin ponerme a pensar si realmente ella estaba lista para dar semejante paso, arrebaté su virginidad como si no me importara en lo más mínimo.

 

Rompí en llanto, lloré hasta que me quedó la cara hinchada y los ojos me dolieron, me sentía pésima. Me convertí en una mujer promiscua que abusaba de chiquillas ingenuas. Me odiaba a mí misma. Por primera vez en mucho tiempo recé. Recé para que Edith pudiera perdonarme algún día.

 

 

 Continuará...

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