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Mi adolescencia: Capítulo 31

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Más de una vez me pregunté a mí misma porqué hacía eso, yo podía tener al chico que quisiera y tener todas las clases de relaciones sexuales que desease, pero sin embargo me concentraba solo en el chat y no en la vida real. Al pobre David lo tenía amargado y frustrado sexualmente a mi lado. Y eso que era un chico guapo que estaba muy bien, pero me daba más placer y satisfacción el juego de excitarle y no dejarle acariciarme que el que me podría proporcionar teniendo sexo con él. Supongo que tras todo lo que pasó con Edu y Rafa quedé muy escaldada y necesitaba calmarme un poco en todos los sentidos. Por eso seguía jugando en plan light con David y, al mismo tiempo, seguía desfogándome de forma salvaje e irracional por el chat en plan sexual total con desconocidos con una denigrante personalidad y actitud de sumisión sexual que estaba a años luz de la mía. Es decir, cree por el chat un personaje totalmente opuesto a mí, en las antípodas totales de mi forma de ser y lo interprete como si fuese la mejor de las actrices. Fue un periplo realmente curioso en mi vida, fue un desmadre absurdo e incoherente, pero yo solo sé que yo era feliz así y por tanto iba a seguir exprimiendo esta sensación de bienestar que me proporcionaba David por un lado y el chat erótico por el otro. Aunque esto no iba a durar mucho más, pues pronto algo iba a cambiar todo y a desencadenar nuevas acontecimientos imprevistos. 

Era finales de Noviembre, yo llevaba ya con David algunas semanas. Siempre en este plan super light, puritano y de no permitirle ni una caricia fuera de lugar. Cada día que pasaba su cara se endurecía más y parecía más frustrado, cabreado, crispado y harto de mi castrante, rígido y frío comportamiento que no le permitía ni tan siquiera caricias ni tocamientos por encima de la ropa. Un día se me acercó con un semblante muy serio y me dijo: “oye, ¿por qué no realizamos algún día la fantasía que hicimos alguna vez por el chat? es decir, hacerlo en la vida real en vez de por el chat”. Sabía que tarde o temprano acabaría sacándome este tema. Era lógico y natural. Lo extraño es que aguantase tantísimo tiempo sin decirlo. En cierta manera era lo que yo estaba esperando y deseando. Es decir, hacer que acumulase tanto deseo hasta que no pudiese aguantar más y en ese momento llevar a cabo mi fantasía de hacerme la dormida y que él interpretase el papel de Edu mientras yo permanecía dormida en la cama. Durante semanas le había hecho aglutinar todo el deseo y frustración del mundo para que ahora se emplease a fondo con esta fantasía la cual, todavía a mis 17 años, aún seguía obsesionándome. Iba yo a abrir la boca para decirle que estaba de acuerdo cuando de repente de mis labios salió: “No”. Él se quedó totalmente decepcionado pero yo me quedé totalmente anonadada y desconcertada conmigo misma ¿Por qué demonios dije que no si realmente quería decir que sí? 

Como siempre mi subconsciente algo estaba tramando y de repente me percaté perfectamente de ello. Viendo que David se había quedado planchado, decepcionado y hundido traté de decir algo, pero solo me salió: “Es que quiero hacerlo al revés. Es decir, que seas tú el dormido y yo juegue contigo”. Nada más terminar de decir esto me quedé perpleja y me dije a mí misma: “¿Pero qué estás diciendo? ¿de que narices estás hablando?” Me había quedado completamente desconcertada al decir eso y muy asombrada conmigo misma. Por supuesto la cara de David cambió en el acto. Se puso jubiloso, risueño, alegre y sumamente contento al tiempo que decía: “sí, sí, guay, genial, de maravilla, que guay”. Yo quería enmendar el error. Quería rectificar y decirle que no, que realmente no quería hacer eso. Pero ya era demasiado tarde, pues David se encontraba ya en un nube de felicidad absoluta que ya ni me escucharía. Por lo que solo me quedó pensar: “¿Para qué demonios mi subconsciente me habrá obligado a decir semejante estupidez si yo no quiero eso? ¿Por qué he dicho eso si lo que realmente quiero es lo contrario?”. Me sentía como una estúpida. Una estúpida total. Y mientras David no paraba de exteriorizar su inmensa alegría, yo no dejaba de preguntarme cómo me podía haber metido en semejante berenjenal que jamás formó parte de mis planes y fantasías.

Por lo que los siguientes días me vi sometida a las insistentes llamadas de David al móvil para concretar cuándo quedaríamos para hacerlo. Yo no quería hacerlo. Ciertamente no quería. Pero, al mismo tiempo, no dejaba de preguntarme por qué me salió esa declaración y por que mi subconsciente me obligó a decir eso. Por lo que finalmente accedí. La cita sería el primer día de Diciembre y el lugar, como no, el chalet. Al fin y al cabo los momentos más álgidos e impactantes de mi reciente vida sentimental y sexual del último año se había desarrollado en el chalet. Haciendo balance ahora desde la distancia me cuesta creer la de muchísimas cosas que me pasaron a los 17 años y cómo fue, sin duda, el año más decisivo de mi vida en todos los aspectos. Por lo que ahí nos encontrábamos en el chalet aquel 1 de Diciembre para llevar a cabo esta novedosa fantasía y así calmar y apaciguar de una vez por todo el inmenso deseo sexual retenido y contenido de David en todas esas semanas. Es normal que él estuviese emocionado y entusiasmado, había anhelado ese momento desde que nos conocimos y después de casi un mes de tenerlo a raya, sin ni siquiera caricias, esto era un regalazo en toda regla. En cambio yo seguía desconcertada y flipada y, desde luego, muchísimo menos ilusionada que él ante este evento. 

Yo me sentía rara y extraña ante esta fantasía, me sentía enrarecida un poco como el tiempo atmosférico que nos acompañaba, pues fuera del chalet llovía a raudales y hacía un gran viento tan fuerte que hasta golpeaba las ventanas del chalet. Incluso, se podría decir que estaba hasta nerviosa. No sé porqué de ese nerviosismo, pues era él el que iba a disfrutar y saborear esta fantasía. Quizás por ello me sentía tan descolocada, pues por primera vez en la historia desde que empezó mis historias de las fantasías con Edu, Rafa y ahora con David no iba a ser yo la protagonista y la beneficiada. De todos modos traté de no darle más vueltas a la cabeza y realizar esta peculiar fantasía junto a David. ¿Quien sabe? A lo mejor me acababa hasta gustando y acababa disfrutando tanto como él. Si mi subconsciente me había en cierta manera obligado a llevarla a cabo tendría sus razones. Al fin y al cabo siempre supe que mi subconsciente era mucho más inteligente que yo misma. Y esto era muy estimulante, aunque al mismo tiempo me daba cierto miedo. 

David estaba muy metido en el papel de la fantasía pues totalmente contento, sonriente y feliz se tumbó en el sofá del salón y empezó a interpretar con gran convicción su papel de hacerse el dormido. Era curioso, siempre pensé que la llevaríamos a cabo en la cama de mi habitación del chalet (al igual que con Edu y Rafa). Nunca me plantee hacerla directamente en el sofá, pero tampoco me importó en exceso que se desarrollase así. ¿Qué más daba un lugar que otro? Por lo que, puesto que David ya estaba interpretando su papel de hacerse el dormido, me puse yo manos a la obra de interpretar el mío de acariciarle aprovechando que no se enteraría al estar profundamente dormido. Que rara me sentí en esta fantasía al no ser yo la dormida. Estaba totalmente descolocada y desconcertada, pero me esforcé en llevarla a cabo y proporcionarle placer tal y como antes en el pasado Edu y Rafa me lo habían proporcionado a mí. Y juro que en ningún momento me plantee martirizar a David y hacerle sufrir con esta fantasía (bastante ya había sufrido con toda la contención, restricción, castidad y censura sexual de las últimas semanas) pero sin darme cuenta me di cuenta que solo conseguí que se excitase mucho más hasta casi explotar.

Intentaré explicar cómo se desarrolló todo. Para empezar me sentí un poco frustrada y decepcionada porque nada más tumbarse en el sofá ya tenía una erección brutal. Se notaba un bulto inmenso en sus vaqueros y ni siquiera había empezado. Esto me molestó porque se suponía que el objetivo (y lo divertido) de esta fantasía es irlo excitando poco a poco en plan lento y sensual para que fuese creciendo muy lentamente su erección dentro del pantalón. Eso era lo divertido para mí. Eso era lo fascinante para mí y eso era la principal finalidad de que él se hiciese el dormido. Por tanto, que ya estuviese tan bestialmente empalmado supuso un revés para mí. Una gran decepción y me desmotivo considerablemente. Es un hecho que los chicos se excitan mucho más rápidamente que las chicas, y supongo que David nada más entrar en el chalet ya se excitó tantísimo psicológicamente solo de pensar que en unos minutos se llevaría a cabo la fantasía que se empalmó del todo al máximo. Pero, por culpa de esa brutal erección, la fantasía perdió todo el encanto para mí y ya no supe por donde empezar. Probablemente si hubiese sido yo la que con mis lentas y tenues caricias hubiese ido provocando esa erección poco a poco pues me sentiría mucho más complacida y satisfecha, y entonces sí que sabría ya por donde seguir. Pero así, en frío, nada más empezar me dejó totalmente descolocada y desorientada. 

Ante tal desorientación solo supe empezar a improvisar un poco a ver lo que se me iba ocurriendo. Por lo que empecé a pasar mis manos por su vaquero, primero por las rodillas hasta subir a su muslo y luego repetir el proceso inverso, desde el muslo hasta la rodilla de nuevo. Hice esto varias veces. Apenas rozaba su entrepierna y no quería hacerlo. Supongo que lo que pretendía era enfriarle de nuevo para que bajase esa gran erección y así poder conseguir una nueva erección ya con mis sensuales caricias. Pero, a pesar de que nunca roce la entrepierna, no dejó de estar empalmado ni por un segundo. La inmensa erección no bajaba nunca. Seguía igual de grande el bulto en el vaquero. Igual de gigantesco que en el momento que se tumbó. No conseguía bajárselo ni un poco. Habrían pasado por lo menos 10 minutos y ahí seguía con toda su fuerza e intensidad sin disminuir nada a pesar de todos mis esfuerzos por desmotivarle y enfriarle. Supongo que tenía tanto deseo sexual acumulado de tantas semanas que ni con una ducha fría de agua helada conseguiría bajarle esa espectacular erección en su vaquero. Por lo que solo me limité a seguir moviendo mi mano por sus piernas a ver si en algún momento empezaba a desinflarse un poco eso. 

Sin embargo ocurrió todo el proceso inverso. Pues la frialdad de mis caricias desapasionadas y poco eróticas sobre las piernas de David ocasionaron, no que disminuyese el tamaño del bulto de su entrepierna, sino que él empezase a impacientarse y agobiarse porque habían pasado ya 15 minutos y no le había tocado. Deduzco que fueron la acumulación de muchos factores (el deseo sexual contenido durante semanas, la castidad extrema a la que le sometí, esos desesperantes y sosos 15 minutos que habían ya pasado, etcétera) lo que hizo estallar a David y cambiar su carácter de forma radical. Pues de repente, con mucha agresividad y fuerza, me cogió la mano y se la colocó en la entrepierna. Solo dijo una simple palabra. Eso sí, muy expresiva: “¡Joder!”. Yo me quedé petrificada y de nuevo desconcertada ante esta reacción. Como pasaron unos segundos más sin que yo hiciera nada (lo cierto es que no sabía qué hacer) ya me gritó abiertamente: “¡Joder!, Vamos. Hazlo ya de una puta vez. Vale ya de tanto martirizarme. Joder”. Me quedé helada. Este no era ni por asomo el David que yo conocía. No era ni por asomo el David correcto, sensible y educado que conocí en el chat y, por supuesto, no era ni por asomo el David que aguantó estoicamente con mucha paciencia durante semanas la castidad y censura sexual a la que le sometí todos los días. Supongo que en cierta manera fue culpa mía, pues desaté a la bestia que llevaba dentro. Llevaba aguantando ya muchas semanas de contención y de deseo reprimido. Y esos 15 minutos que solo acaricié su pierna fue la gota que colmó el vaso. Entiendo que la culpa fuese mía, pero eso no justifica, bajo ningún concepto, todo lo que hizo después.

Y es que David mutó en una persona totalmente distinta. Se convirtió en otra persona dominado por la rabia, el deseo y la inconsciencia. Dejó en ese justo momento de ser la persona que había conocido hasta entonces. Se metaformoseó en alguien visceral, violento y sexualmente desatado. Todo fue extremadamente rápido y agresivo. Pues de repente le vi incorporarse del sofá, agarrarme, tirarme bocarriba encima del sofá y colocarse encima mía. Sin delicadeza ni tacto empezó a sobarme las tetas por encima del jersey, a tocármelas con deseo, y digo tocar porque eso no eran caricias sino tocamientos bruscos y casi compulsivos. Yo quería que fuese más despacio, mucho más despacio, pero estaba tan desatado y enfadado que ni me escuchaba. Pues traté de hablar un par de veces y me obvió por completo. Solo fue directo al grano. Directo a tocarme las tetas y a satisfacer su deseo sexual tanto tiempo reprimido y contenido. De repente me subió con rapidez el jersey y empezó a tocarme las tetas por encima de la camisa. Fue justo en ese momento, cuando tomé conciencia de que todo estaba saliendo fatal y me di cuenta el gran error que había cometido con David, ya que no comprendía lo que en su día si entendieron Edu y Rafa, y es que el encanto de la fantasía era jugar con la ropa en plan fetichista para así satisfacerme tanto psicológica como físicamente. 

A David en cambio le daba igual la ropa que yo llevara, le importaba un bledo, no era nada fetichista, no dijo absolutamente nada de mi jersey, ni de la camisa ni de nada, él solo quería tocar mis tetas y satisfacer lo más rápido posible su deseo sexual. Intenté tantearle y orientarle un poco a ver si conseguía extraerle un poco de fetichismo. Le dije: “¿Te gusta como me queda esta camisa rosa a cuadros?”. Ni me contestó. Pues en esos momentos solo se dedicó a comerme los pechos por encima de la camisa. Todo el encanto de la fantasía se estaba perdiendo. Todo el espíritu de la fantasía de los 14 años no tenía sentido con David. Él solo quería satisfacerse después de haber sufrido tanto durante tantos meses. Por lo que solo se limitó a tocarme y besarme los pechos por encima de la camisa. Da igual la ropa que hubiese llevado. Nunca se hubiera fijado en ella porque no le interesaba el rollo fetichista, solo saciar su deseo sexual tan hibernado todas esas semanas. Y, de repente, todo cambió bruscamente, pues se quitó de encima de mí y se puso de pie al lado del sofá. Me miró con fiereza, con intensidad y con muchísimo deseo. Sabía que algo iba a pasar. Algo gordo. Pero jamás pude imaginar que llegase a ser lo que finalmente pasó. 

Porque David me gritó: “Venga, ponte de pie, aquí a mi lado, hazlo”. Yo, totalmente desconcertada y aturdida por el volumen de su voz y por la brusquedad de sus actos, me levanté lenta y torpemente del sofá hasta colocarme a su lado. Él me miró de arriba abajo con fijación, como examinándome, deleitándose de lo que veía y con mucha seguridad en sí mismo (la misma seguridad y firmeza que jamás demostró todas las semanas que estuvimos saliendo donde siempre fue apocado, tímido, reservado y sumiso). Había cambiado totalmente. Se había crecido y se sentía poderoso. Me gritó: “quítate ese jersey de una vez”. Por un momento tuve la sensación de que podía despertar en él su instinto fetichista de jugar con la ropa y así conseguir yo excitarme un poco con el morbo del tonteo de la ropa. Por lo que le dije de forma insinuosa: “¿No prefieres quitármelo tú poco a poco a tu ritmo?” Su respuesta no pudo ser más contarte y seca: “¡Déjate de gilipolleces y quítatelo ya de una vez, joder!” Eso me enfrío totalmente, me dejó noqueada y se me vino abajo cualquier posibilidad de jugar fetichistamente con el rollo de la ropa. Estaba claro que ese no era el rollo de David y qué quería otras cosas para saciar su apetito físico. Por lo que con desgana y malestar me quité el jersey y lo tiré encima del sofá. La camisa rosa a cuadros que yo llevaba a mí me gustaba mucho y pensaba que produciría el mismo efecto en él, pero enseguida me di cuenta que le importaba un bledo lo que llevase bajo el jersey y que no era ese su interés.

En pocos segundos me dejó clara sus intenciones porque me dijo en tono atronador y dictatorial: “Arrodíllate, arrodíllate ante mí, hazlo”. Yo, que en mis fantasías por el chat había entrado en muchas salas de “Amos y sumisas” sabía muy bien de que iba esta historia. Pero una cosa era el personaje ficticio que me había creado por el chat (el de una chica entregada, sumisa, servicial y complaciente sexualmente en todo) y otro muy distinto mi personalidad en la vida real. En la vida real no dejaba de ser solo una chica de 17 años que no tenía absolutamente nada que ver con el personaje que me creé y desarrollé durante semanas por el chat. Aquel personaje al que di tanta vida, al que di tanta literatura por el chat, distaba mucho de mí y, por supuesto, no iba a consentir que David me tratase de esa manera. Más aún habiendo sido él durante tanto tiempo mi paciente novio servicial al que le privé de cualquier caricia o tocamiento sensual. Por lo que le contesté con energía y decisión: “No. Ni hablar. No me pienso arrodillar. Paso de estas historias”. Él me miró con ira y frustración, con desprecio y cabreo, supongo que ni pensaba con claridad pues toda su sangre solo le llegaba a la inmensa erección de su pene y apenas quedaría nada para el cerebro. Por lo que nuevamente desaté a la bestia que llevaba dentro y reaccionó de forma visceral y ruda. 

Con instinto animal y mucha fuerza física me cogió del cuello de mi camisa y me tiró hacía abajo para forzarme a arrodillarme ante él, con tanta brusquedad y vehemencia que casi perdí el equilibrio estando a punto de caerme. Y este acción, que en cualquier otro momento, me hubiese cabreado brutalmente, causó un efecto totalmente inverso en mí. Pues al verme de repente zarandeada y forzada a cumplir de forma sumisa sus deseos sexuales más inmediatos me provocó una sensación extraña, una sensación muy cercana a la excitación y al morbo, y esto ya sí que me descolocó totalmente. ¿Cómo podía excitarme o darme morbo una situación denigrante como estas vejaciones? Era repulsivo pensar esto y, sin embargo, era lo que me estaba pasando. Me había gustado el zarandeo y el verme forzada, me había excito eso. Y, de repente, me plantee ciertas cuestiones ¿No sería esto lo que estaba buscando mi subconsciente? ¿No sería esto precisamente lo que mi subconsciente anhelaba? ¿Me habría forzado mi dichoso subconsciente a esta situación en la que en ese momento me encontraba? Me costaba creerlo pero no era descabellado. Es decir, todo formaba parte de un plan de mi subconsciente (o de mi inconsciente, quien sabe) que consistía en haber tenido durante semanas a David sin rozarme, ni tan siquiera por encima de la ropa, para que así acumulara tantísimo deseo que ahora estallase y se provocase esta situación. 

Todo era muy confuso y extraño. Es como si hubiese creado un monstruo. El haber tenido que sufrir durante tantas semanas David tanta contención y frustración sexual le cambió el carácter y la personalidad. Le convirtió en un monstruo salvaje que necesitaba con urgencia saciar su apetito sexual. Y todo parecía formar parte de un plan de mi subconsciente para que, en cierta manera, llevase a la práctica en mi vida real las eróticas y sexuales actividades que ya hacía con mi personaje ficticio del chat. Como siempre mi mente empezó a hervir con todos estos pensamientos y reflexiones, cuando de repente una nueva voz de David me sacó del estado de trance en el que me encontraba sumida. David volvió a gritarme: “¿Es que no me has oído? ¡Que me desabroches y me bajes el vaquero!”. Sinceramente lo último que necesitaba David es que yo hiciera eso, pues el enorme bulto de su entrepierna manifestaba una erección tan brutal que en cuanto le bajase el vaquero se liberaría en un segundo. Bastante humillada me sentía ya estando arrodillada ante él, aunque, para ser sincera del todo, sí que me daba un poco morbo la situación. Por lo que me animé a seguir adelante con esta fantasía, la cual, hasta el momento, estaba reportando más satisfacciones a David que a mí, pero algo me decía que también yo conseguiría algo de morbo y de esa excitación psicológica que tanto me gustaba.

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